A Guendalina, y a Pablo, Matilde y Camille,
para que puedan conocer una Italia
con toda su luz y menos tinieblas.
NOTA PREVIA
«Davanti agli occhi di una bestia crolla come un castello di carte qualunque sistema filosofico».
«Ante los ojos de una bestia se derrumba como un castillo de naipes cualquier sistema filosófico».
(Luigi Pirandello, siciliano)
Este libro nace de una serie por capítulos publicada en verano de 2012 en el diario El Correo y el resto de periódicos del grupo Vocento. Sin la limitación de espacio a la que obliga la prensa, un obstáculo que más veces de las que se piensa es una ventaja, como tener una hora de cierre, los he ampliado y enriquecido con más detalles. Entre tanto, además, algunas cosas han cambiado, porque en Italia es arriesgado ocuparse de las cosas del pasado: hay novedades todos los días. El presente es inmóvil y el pasado no pasa nunca. Las cosas raras que ocurren, y son muchas, se tapan en el momento con versiones oficiales de conveniencia. Transcurridos unos cuantos años, los remordimientos, la decencia o, más a menudo, la casualidad, obligan a reescribir lo sucedido. A mí me ha pasado en varios asuntos de las siguientes páginas. También he añadido nuevos capítulos de otras historias y personajes que me parecían interesantes. Solo espero no haber liado todo más.
Como advertencia general, debo señalar que en Italia todas las personas son inocentes, aunque incluso tengan fallos en su contra, hasta que no diga lo contrario la tercera y definitiva sentencia del Tribunal della Cassazione, equivalente al Supremo.
Los prólogos suelen ser bastante inútiles. Hay excepciones, pero este no es el caso. ¿Qué quiere saber? ¿Si el libro vale la pena? Deje estas líneas ahora mismo y empiece con el texto de verdad. Sí, el libro es magnífico. De verdad. Es un auténtico placer. Ya que se empecina, me permitiré decir tres cosas.
La primera, un consejo: no se abrume cuando se vea desbordado por la abundancia de apodos inverosímiles. No hace falta recordar el nombre de cada mafioso. Imagine que tiene entre manos una novela, una gran novela del siglo xx que se derrama sobre el xxi. Muchísimas cosas, desde aspectos cruciales de la Segunda Guerra Mundial hasta ciertas políticas vaticanas, pasando por la estructura del Estado italiano o los meandros de la vida neoyorquina, carecen de explicación sin la Mafia siciliana. Hay otras organizaciones criminales de gran poder, riqueza y violencia, como la Camorra napolitana, la ´Ndrangheta calabresa y la Sacra Corona de Apulia, pero solo la Mafia se instaló de forma permanente en Estados Unidos y solo la Mafia generó unos códigos universalmente conocidos. La celebérrima saga de Francis Ford Coppola, El padrino, los Goodfellas de Martin Scorsese y la serie Los Soprano nacen en Sicilia o descienden de ella. La Mafia ha producido un género cultural, y el autor se sumerge en él hasta grandes profundidades.
La segunda cosa se refiere al autor. Quizá a Íñigo Domínguez no le guste este párrafo, pero tendrá que aguantarse porque somos amigos. Quienes leen sus crónicas o siguen su hilarante blog en El Correo ya estarán avisados, pero otros van a descubrir a uno de los mejores periodistas españoles y a un escritor que maneja de forma espléndida los registros humorísticos. Se trata de un tipo más bien tímido, que habla lo justo y duerme un poco menos de lo justo, que sale a la calle para contar lo que pasa y que acumula una erudición casi mosqueante. Cuando uno no recuerda un nombre, o qué pasó en tal fecha, se lo pregunta a Íñigo: es más rápido que Google, y mucho más fiable. Las notas a pie de página, esos detalles por los que solo se preocupa la gente seria, le darán una idea del rigor con que trabaja.
Y lo tercero es Silvio Berlusconi. Este libro le dedica un capítulo que vale por una enciclopedia. Con frecuencia se hacen preguntas sobre Berlusconi. ¿Cómo empezó a amasar su fortuna? ¿Por qué consigue tantos votos? ¿Cuál es el truco? Lea, y no tendrá que preguntar nunca más. Tal vez quede un poco horrorizado, pero una historia de la Mafia (en la realidad y en el cine) está, se supone, para eso.
No me extiendo más, porque quien haya llegado aquí ha perdido ya casi un minuto. Y el tiempo hay que dedicarlo a lo importante. Lea, disfrute, asómbrese, y no preste luego el libro: como le diría cualquier mafioso, el mundo está lleno de desaprensivos.
¿Recuerdan Las chicas de oro? Era aquella serie de los ochenta sobre unas señoras que compartían piso en Miami. Una de ellas, la abuelita pequeñaja de origen italiano, zanjaba las conversaciones con anécdotas de su infancia. Todas empezaban igual: «Sicilia, 1934...». Solían ser de la Mafia. Pues eso es lo que haremos aquí, contar historias de la Mafia siciliana. La Mafia siempre interesa muchísimo. Que en aquella serie metieran las historias de la señora revela el atractivo de un mundo violento, primitivo y misterioso. Pero al mismo tiempo delata su extraña conversión en factor de entretenimiento, objeto de películas y series de éxito que han acabado por distorsionar su verdadera naturaleza. En general, la gente no sabe mucho de la Mafia, lo que choca con el interés que despierta. Y les aseguro que la realidad supera con mucho la ficción. Lo que pasa es que nos gustan sus historias, como las de vaqueros, sin que por eso dominemos la historia del Lejano Oeste. La idea de este libro es mantener ese filón, contar la historia de la Mafia a través de sus historias, pero las de verdad, e intentar explicar la terrorífica y asombrosa realidad de la Mafia. Por acabar con este asunto: solo la guerra de clanes de Palermo entre 1981 y 1983 dejó mil muertos en dos años, cuando ETA no ha llegado a esa cifra en cuarenta años. Pero a nadie le hacen gracia las historias de ETA.
Otra paradoja es que apenas hay información fuera de Italia, y que sea buena, sobre la Mafia. Uno de mis pasatiempos favoritos como corresponsal en Roma es poner cada mañana la palabra ‘mafia’ en la casilla de búsqueda de noticias de las agencias. Todos los días hay, como mínimo, una docena. Se mueven a diario pequeños y grandes asuntos. Seguirlos es un mareo absoluto y hay que estar muy puesto. Creo que por eso los corresponsales extranjeros en Italia escribimos poco de Mafia, porque es difícil llegar a conocer el tema y solo lo tocamos cuando detienen al gran capo de turno, que como es sabido ocurre en ciclos de décadas. Ese día se cuenta todo junto, a menudo con simplificaciones y estereotipos, y no hay sitio para más. Pero generalmente evitamos el asunto. Demasiado complicado. Lo sé porque yo también lo he hecho. Hay que leerse libros y sentencias, recortar muchos artículos y aprender a orientarse en el infinito mundo de los misterios y conspiraciones italianas, que al final, no se sabe cómo, siempre se acaban enredando unos con otros. Por otro lado uno siempre anda liado con otras mil cosas e imaginen ahora que el modelo de corresponsal es un tipo que no se mueve de su ordenador porque tiene que actualizar la web y al mismo tiempo tuitear tonterías. Lo siento pero yo estoy a favor del periodismo lento, con sus sprints del último momento, claro que sí, pero no eso de estar todo el día histérico sin enterarse de nada. En fin, he intentado escribir el libro que me hubiera gustado pillar a mí cuando llegué a Roma, para enterarme más o menos de lo que hay que saber sobre la Mafia. Es de lo que siempre me preguntan con mayor curiosidad cuando voy por España. Mi propósito ha sido hacer un buen resumen que dé ganas de saber más y de leer los libros de quienes realmente saben de esto.
La verdad sea dicha, hasta hace poco no se ha sabido gran cosa de la Mafia, salvo ficciones y mistificaciones. Además en Sicilia siempre ha sido un comodín útil, allí se ha hablado mucho de Mafia desde el siglo xix, con acusaciones mutuas entre políticos y autoridades de ser mafiosos, combinados con idénticas presunciones de ser grandes enemigos de la Mafia. El primer gran arrepentido que desvela algunos de sus secretos, pero en Estados Unidos, y ya veremos que respecto a Sicilia son mundos paralelos pero distintos, es Joe Valachi, en 1962. En Italia habrá que esperar a Tommaso Buscetta, en 1984, y a las investigaciones del juez Giovanni Falcone, que lo pagó con la vida en 1992 porque por primera vez llegó demasiado lejos, a la complicidad del poder. Los primeros libros de historia de la Mafia realmente rigurosos no llegan hasta los años noventa1.
La primera novela que aborda seriamente la Mafia no llega hasta 1961, Il giorno della civetta2, de Leonardo Sciascia, que se convirtió de inmediato en un clásico. Rompió un tabú. Como él mismo explicó, con ella se propuso acabar con las novelitas de aire romántico y costumbrista sobre los mafiosos y agitar al propio Estado italiano, a unas instituciones que en esa fecha seguían negando que la Mafia existiera3. Lo mismo pasa en el cine. Como veremos en el apéndice final de películas, el primer filme italiano sobre la Mafia es In nome della legge, de Pietro Germi, en 1949, pero es un caso aislado y el tema no empieza a tocarse con cierta asiduidad en la gran pantalla hasta los sesenta.
Se puede decir, como del diablo, que uno de los mayores logros de la Mafia es haber conseguido inocular la idea de que no existe. En los cementerios sicilianos apenas hay muertos de la Mafia, en todas las lápidas pone «vida arrancada por mano cruel», o «asesinado por mano sacrílega», o cosas abstractas por el estilo. La tesis de que es una invención, al estilo de las conspiraciones judeo-masónicas, era muy manejada hasta hace nada. Pero vaya que si existe. Que se sepa, desde 1860 o por ahí, cuando informes de Palermo hablan de una especie de secta que acabará por ocupar los espacios de un nuevo Estado débil, caótico y poco de fiar que nace justo en ese momento. Se llama Italia. Desde entonces no ha cambiado mucho, y como un hilo negro recorre toda la historia de este bendito país, enredado con el poder. Solo se ha ido adaptando a la situación política y los cambios de negocio.
Quizá ya saben que hay otras mafias italianas, todas del sur pero de rasgos muy distintos: la Camorra napolitana, la más antigua; la Sacra Corona Unita de Puglia —o Apulia en español, la región del tacón de la ‘bota’ que forma la península italiana que nace en los ochenta sobre el modelo de la Camorra—; y, la que actualmente es la más potente y peligrosa, también la más impenetrable y desconocida, la ’Ndrangheta de Calabria, en la punta de la ‘bota’4. Pero la Mafia es la mafia siciliana, un tipo muy particular de entidad que se convirtió casi en marca. Por eso luego se aplicó a fenómenos parecidos y así tenemos mafia rusa, japonesa y todo lo que se quiera. Sería interminable hablar de todas y aquí lo haremos solo de la Mafia por excelencia, la mafia siciliana.
A los mafiosos les gusta hablar de sí mismos mencionando la tradición, la familia y el respeto. A todos les encanta la película de El Padrino, pues es una estilización de su mundo. En sus testimonios siempre parece que no han roto un plato, se consideran uomini d’onore5, o en Estados Unidos, sin tanta retórica, wise guy6, y se rigen por unas reglas. Se creen por encima del bien y del mal, esa sensación que da el poder y administrar la violencia, y se sienten superiores al resto de los mortales. Pero al final su única regla es la violencia, el miedo y el dinero. La modesta intención de este libro es contar de forma comprensible una historia que se suele ignorar por parecer oscura, compleja e impenetrable. Aunque al final es todo bastante simple. Como prólogo, dos pequeñas historias, al estilo de la abuelita de Las chicas de oro, que reflejan cómo en más de un siglo, del principio al fin de nuestro relato, apenas ha cambiado nada.
Sicilia, 1897. El hombre más rico de la isla, el industrial Ignazio Florio, descubrió una mañana al levantarse que habían desaparecido varias obras de arte de su famosa mansión de Palermo. ¿Llamó a la Policía? No, para qué. Lo que hizo fue echarle una bronca al jardinero, Francesco Noto. Es que en realidad Noto era un potente capo mafioso. Por eso lo tenía allí, lo que nos alumbra sobre la convivencia entre poder y mafia desde los inicios. Ambos jefes, el del mundo visible y el oculto, se codean en el mismo lugar y no se sabe muy bien quién manda sobre quién. De hecho Francesco Noto interpretó el robo en casa de su jefe como un mensaje que en realidad era para él, una afrenta de un rival en su territorio, como darle en las narices. Se puso a investigar y descubrió que habían sido otros mafiosos mosqueados con él porque no había compartido con los demás el rescate del secuestro de una niña, la hija de otra familia de ricachones palermitanos, los Whitaker. Fue una medida extrema contra esta familia, porque antes les mandaron cartas de extorsión y ocurrencias más explícitas, como lanzarles manos cortadas al jardín. Pero nada, no atendían a razones. Tras el secuestro los Whitaker aprendieron la lección más básica sobre la Mafia: te amenaza para que compres su protección, de ella misma, se entiende. Crea la demanda de su propia y particular oferta. Por eso el señor Florio fue a pedir cuentas al jardinero, porque el robo en su casa rompía un pacto no escrito y para eso le pagaba, no tanto por los geranios. Noto se puso manos a la obra y a los pocos días, cuando el patrón se despertó, encontró los cuadros exactamente donde estaban, tan misteriosamente como habían desaparecido. Lo que hizo su jardinero mafioso fue comprárselos a los ladrones con buenas palabras mientras tramaba su venganza para restablecer el orden. Luego reunió a los jefes de las ocho cosche7 que entonces había en Palermo y acordaron cargarse a los responsables, los capos Lo Porto y Caruso, cosa que hicieron.
Milán, 1974. Uno de los hombres más ricos de Milán, Silvio Berlusconi, contrata como mozo de cuadras en su lujosa mansión de Arcore, en las afueras de la ciudad, a Vittorio Mangano, capo mafioso del clan de Porta Nuova, uno de los más importantes de Palermo. La mano derecha del magnate y cofundador de su partido, Marcello Dell’Utri, siciliano, le organizó el fichaje. Mangano estuvo allí dos años, aunque el futuro primer ministro siempre ha negado que conociera su condición de mafioso. Para Berlusconi, Mangano era un entrañable abuelete, un chico de oro. En esa época hubo un intento de secuestrar a un hijo de Berlusconi, Pier Silvio, y más tarde le pusieron una bomba en la puerta de su casa. Algunos importantes capos, casi todos liquidados luego en la guerra de clanes de 1981, fueron a Milán en 1974 y se reunieron con Berlusconi para hablar de lo suyo. Varios arrepentidos han hablado de pagos periódicos del emporio de Berlusconi a Cosa Nostra y su relación nunca ha terminado de aclararse. El proceso a Dell’Utri por todas estas cosas aún está abierto, pero a la espera de la sentencia definitiva del Supremo ya lo han condenado a siete años de cárcel por concurso externo en asociación mafiosa. Y por ahora mejor lo dejamos aquí.
1 Es lo que sostiene John Dickie en su libro Cosa Nostra (Debate, 2006), el más reciente, completo y entretenido relato de historia de la Mafia siciliana. En concreto, Dickie reconoce su deuda con el profesor Salvatore Lupo y su Storia della Mafia, de 1993, que define como pionera. Otros expertos italianos que han renovado la historiografía mafiosa son Alessandra Dino, Giovanna Fiume, Diego Gambetta, Rosario Mangiameli, Francesco Renda, Paolo Pezzino y Umberto Santino. Naturalmente, claro que hasta entonces había libros de Mafia, pero enfocados en aspectos parciales, o de corte sociológico o antropológico, o sin un profundo trabajo de documentación en archivos. También incluían análisis que luego han sido superados y, además, los brutales acontecimientos de los noventa los dejaron anacrónicos. En cualquier caso ninguna obra era integral y de un historiador. En su Storia della Mafia Lupo reescribe de forma crítica las nociones básicas de la Mafia y la interpretación que se ha ido dando históricamente al fenómeno. La última reedición, con actualizaciones de 1996, es de 2004.
2 El día de la lechuza.
3 Sciascia, nacido en 1921 en Racalmuto, presenció con veintitrés años el asesinato del alcalde del pueblo, Baldassare Tinebra. También quedó impresionado en Caltanissetta al ver a la gente darse codazos para besar la mano del famoso capo Calò Vizzini. En 1965 entrevistó a otro célebre capo, Giuseppe Genco Russo. También fue amigo del jefe de la Squadra Mobile de la Policía de Palermo, Boris Giuliano, asesinado en 1979. Como diputado del Partido Radical, entre 1979 y 1983, pronunció tres discursos en el Parlamento italiano sobre la Mafia.
4 Más o menos el mundo se enteró de la existencia de la ’Ndrangheta el 15 de agosto de 2007, con la matanza de seis italianos en una pizzería de Duisburgo, en Alemania. Salió a la luz el nombre, su ferocidad, su gran implantación en otros países y, precisamente, que no se sabía gran cosa de ella. Al año siguiente centró por primera vez el informe de la Comisión Parlamentaria Antimafia. En este momento se considera la organización criminal más poderosa del mundo y domina el narcotráfico internacional.
5 Hombres de honor.
6 Chico listo.
7 Se llama así a las familias mafiosas, si bien ‘cosca’ es, en realidad, el apretujado cogollo de las hojas de la alcachofa, una metáfora muy bien buscada. También se usa para definir recipientes de cuerda trenzada.
La Mafia debe agradecer a los árabes que invadieran Sicilia en el siglo x y la llenaran de limones, una fruta rara que descubrieron a los europeos. Los alrededores de Palermo se convirtieron en la Conca d’Oro8, un paraíso y un negocio que a partir del siglo xviii formó las primeras fortunas. Pero en torno a sus villas suntuosas y sus fincas de limoneros creció otro fruto amargo, la Mafia. ¿De dónde salió? Pese a leyendas medievales y otras tesis curiosas, como la presunta influencia corruptora del invasor español en las buenas costumbres9, la teoría es que ocupó por la fuerza el vacío de poder dejado por el fin del feudalismo, que en la atrasada y mísera Sicilia no llegó hasta 1812, aunque en la práctica fue en el siglo xx10.
Los aristócratas se fueron largando a la ciudad y dejaron las tierras alquiladas a capataces, que a su vez las arrendaban a campesinos, matándolos de hambre e intimidándolos con sus abusos, a menudo con guardas a sueldo que vigilaban las tierras. Estos capataces y guardias de fincas, al igual que pequeños terratenientes y comerciantes que se iban apoderando del territorio, son el germen de los primeros mafiosos. Pero a medida que reforzaban su poder empezaron a robar a sus amos y a atenazar lentamente con su violencia a los nobles. A veces incluso recurrían a ellos cuando estaban endeudados y acababan liados en sus manos. Eran un poder de mediación, que con el tiempo se convirtió en un rasgo esencial de la Mafia, que devoraba hacia arriba y hacia abajo11. En este entramado de déspotas y matones nace el tejido mafioso en los pueblos y sobre todo en las grandes plantaciones de los alrededores de Palermo. Con el fin del feudalismo y el aumento de nuevos propietarios burgueses, aumentó la necesidad de esa policía privada para la defensa de la propiedad, el único sistema conocido en una tierra que nunca había tenido una gran seguridad pública. La violencia era normal y legítima, y tener fama de violento era una garantía de un trabajo profesional y de inducir el respeto necesario en el lugar.
Ha sido un clásico error histórico atribuir el nacimiento de la Mafia a un contexto de retraso cultural y a un mundo primitivo, pensando que desaparecería con la modernidad. Lo que han demostrado los historiadores es que el ascenso de la Mafia fue más bien un fenómeno urbano y burgués. Está ligado al desarrollo urbano y al despegue económico de Palermo, y surge en la gran periferia de cultivos que rodea la ciudad y en la costa occidental de la isla próxima a la capital de Sicilia. Entre latifundios de cereal y ganado, también en zonas de minas de azufre. El resto de la isla permaneció bastante ajeno a la Mafia hasta las últimas décadas. Por tanto, la Mafia fue un subproducto moderno, aunque sus matones fueran unos catetos. También en la Mafia había clases.
De golpe, sin pasar por la Ilustración y sin una burguesía, Sicilia dejó de ser una sociedad medieval, gobernada por caciques, barones y curas, un proceso que coincidió con otro que también es decisivo: a partir de 1860 entró en ese país nuevo y problemático que se acababa de estrenar, Italia, sin estructura, con una administración débil y donde el dinero público era un botín. El monopolio de la violencia pasó oficialmente de la aristocracia al nuevo Estado, pero ante su incapacidad y en medio de una gran inseguridad se transfirió en realidad en manos de quien se hizo con él por la fuerza. Así nació una nueva burguesía mafiosa, hasta hoy.
Este proceso de mutación social se ve muy bien en la novela El gatopardo de Giuseppe Tomasi Di Lampedusa, y en su adaptación cinematográfica que dirigió Luchino Visconti, donde el príncipe de Salina reflexiona amargamente mientras se adapta al cambio de los tiempos: «Nosotros fuimos los gatopardos, los leones, quienes nos sustituirán serán los chacales, las hienas». La Mafia sustituyó al señor feudal y adoptó su forma arcaica de ejercer el poder, decidir sobre la muerte de sus súbditos, imponer su justicia arbitraria y cobrar sus tasas. «La clase burguesa mafiosa no sabe construir, solo devorar. De esto deriva que dentro de esa clase hay un continuo conflicto, un continuo proceso de sustitución», diagnosticó sagazmente Sciascia. El magistrado siciliano Roberto Scarpinato, colega de Falcone y desde 2013 fiscal general de Palermo, muy quemado tras una vida peleando con la Mafia, ya es muy drástico, y afirma incluso que el método mafioso, violento, maquiavélico y premoderno, la ley del más fuerte, es solo la herencia del que se usó durante siglos en Italia, el único conocido para ejercer el poder y, es más, opina que una parte oscura del Estado italiano actual, que asoma en muchos asuntos sucios, sigue funcionando así.
La Mafia se va formando en las décadas previas a la fundación de Italia y cristaliza al mismo tiempo que el país. Nacen juntos. El periodo previo, entre 1812 y 1860, fue convulso y caótico en Sicilia. Se sucedieron las revueltas contra los Borbones y las revoluciones de independencia para liberarse de la corte de Nápoles y el Reino de las Dos Sicilias, seguidas de las correspondientes operaciones de represión. En esos años se fraguan las bandas mafiosas porque pululaban facciones y grupos armados acostumbrados a actuar por su cuenta y al servicio de intereses políticos, en plan mercenario. Las clases dominantes, a su vez, tenían familiaridad con quienes les hacían el trabajo sucio. Es un dualismo que se perpetuará en el tiempo y ambos planos de poder estarán condenados a entenderse. La Mafia nace mezclada con la autoridad. Por otro lado algunas sectas masónicas y carbonarias fueron perdiendo ideales políticos y acabaron siendo estructuras paralelas de poder. A partir de la unidad de Italia la clase dirigente volverá a organizarse en logias masónicas, pero los grupos violentos se organizarán en asociaciones criminales. Aunque todavía no existía la palabra ‘mafia’ en el sentido actual, en el año 1838 el fiscal general de Trapani de los Borbones, don Pietro Ulloa, ya la describía de arriba abajo. Merece la pena reproducir parte de su reflexión, porque sigue siendo completamente válida:
No hay empleado en Sicilia que no esté postrado al gesto de un prepotente y que no haya pensado en sacar provecho de su oficina. Esta corrupción general ha hecho que el pueblo recurra a remedios muy extraños y peligrosos. En muchos pueblos hay hermandades, una especie de sectas que dicen ser partidos, sin reuniones, sin otro lazo que el de la dependencia de un capo, que aquí es un propietario y allí un arcipreste. Una caja común satisface las necesidades: hacer despedir a un funcionario, o conquistarlo, o protegerlo, o inculpar a un inocente. El pueblo ha llegado a convenciones con los acusados. Si hay robos, aparecen mediadores que ofrecen transacciones para recuperar los objetos robados. Muchos altos magistrados cubren estas hermandades de una protección impenetrable. (...). No es posible inducir a la guardia ciudadana a patrullar las calles, ni a encontrar testigos para delitos cometidos en pleno día. En el centro de tal estado de disolución hay una capital con su lujo y sus pretensiones feudales en medio del siglo xix, ciudad en la que viven 40 000 proletarios, cuya subsistencia depende del lujo y del capricho de los grandes. En este ombligo de Sicilia se venden las oficinas públicas, se corrompe la justicia, se fomenta la ignorancia.
Así hasta hoy. Ya entonces se sabían cosas, pero informes como este acababan en un cajón, como muchos otros en el futuro.
Pero esos primeros grupos mafiosos no solo se ocuparon de los enredos de la política siciliana, también tuvieron vista e intervinieron en la propia unidad de Italia. Sicilia entra en el nuevo reino que se estaba formando con el legendario desembarco de Garibaldi en la isla, al frente de la llamada Expedición de los Mil. Era una tropa de valientes a bordo de dos barcos y el caso es que ellos solitos conquistaron toda Sicilia y la anexionaron a Italia en menos de seis meses. Naturalmente tuvieron refuerzos y se les unió la rebelión popular, pero una ayuda preciosa les llegó de los llamados picciotti, los chicos enviados por los mafiosos. Se calcula que era un pequeño ejército de 3 500 soldados, ya curtidos en la vida violenta. Garibaldi también contó con el apoyo masón y del Gobierno británico, que le aseguró un desembarco tranquilo en Marsala con dos naves de guerra, oficialmente enviadas para proteger las empresas inglesas de vino de los Ingham, Hopps, Woodhouse y los Whitaker —de quienes ya hemos hablado—. Gracias a esta operación militar la Mafia tuvo acceso a un enorme arsenal de armas, que empezaron a circular por toda Sicilia y reforzaron a los clanes. Es una de las razones que explica que los mafiosos alcanzaran mayor protagonismo a partir de entonces.
Pero después de la anexión de la isla, muchos sicilianos se sintieron engañados, sobre todo los más pobres, porque Garibaldi les había prometido tierras y libertad, pero los pactos importantes en realidad se habían firmado con la nueva burguesía mafiosa. Por ejemplo, la venta de tierras eclesiásticas dejó fuera a los campesinos y fue aprovechada por esos grupos mafiosos y nuevos propietarios rurales en ascenso, que monopolizaban las subastas. Del mismo modo, los habitantes de Sicilia se encontraron con más impuestos y más brutalidad, con un régimen militar de excepción casi constante y redadas por los pueblos para que los chavales no se escaquearan del servicio militar. Además empezaron a llegar funcionarios «del continente», que se convertían en inadaptados escandalizados con la barbarie local. Todo ello favoreció un clima de resistencia al nuevo Estado, donde la Mafia encontraba cierta legitimación social, al igual que grupos de bandoleros y bandas armadas de oposición política.
En Roma, capital desde 1870 del nuevo país, no entendían nada y tenían otros problemas. Al final, necesitados de estabilidad, los sucesivos gobiernos decidieron que lo más práctico era, como sugerían los políticos locales, delegar en esa extraña gentuza mafiosa la gestión del orden público y la paz social. Es decir, legitimaron la Mafia y le permitieron infiltrarse en la administración local y reforzar su sistema de clientelismo. Desde el principio se empieza a hablar de una mafia utilizada casi como Policía secreta y se usa el término ‘alta Mafia’, que a partir de entonces aludirá a una complicidad criminal con las altas esferas. En resumen, a su modo la Mafia participó en la fundación de Italia, aunque la envenenara para los restos.
Es interesante señalar que en Estados Unidos ocurrió algo parecido y los mafiosos —no solo italianos— encontraron un nuevo estado en formación en el que infiltrarse. El caldo de cultivo fue parecido. Desde los años treinta del siglo xix Palermo se erigió en el primer abastecedor de limones y cítricos de Estados Unidos, y enseguida los sicilianos se hicieron con el control de las exportaciones, hasta entonces en manos de ingleses y norteamericanos. Aquí ya se abre el canal de comunicación mafioso entre las dos orillas del Atlántico. De hecho, en los primeros sucesos mafiosos documentados en Estados Unidos —Nueva York, 1888, y Nueva Orleans, 1890—, están implicados comerciantes de fruta sicilianos aliados en misteriosos clanes. En el primer caso se mataron entre ellos, pero en el segundo se cargaron a un capitán de la Policía. En un clima de temor en que incluso se barajaba la tesis de una conspiración extranjera The New York Times se puso a explicar a sus asombrados lectores lo que era la Mafia, con cierto exotismo y mencionando supuestos orígenes medievales.
Aquello de la Mafia todavía resultaba un tanto confuso y también lo es el propio origen del término. La palabra ‘mafia’ aparece escrita por primera vez como sobrenombre de una maga, Catalina la Licatisa12, en un auto de fe celebrado en Palermo en 1658, pero tal vez es una casualidad semántica. Tal como la conocemos se estrena oficialmente en un informe del prefecto de Palermo en 1865, aunque la ponía con dos efes, ‘maffia’. También la escribió así el primer diccionario de dialecto siciliano, el Traina, de 1868. De forma sorprendente, la cita como un término nuevo importado en Sicilia por los funcionarios piamonteses que llegaron con la anexión de Italia. O quizá era una palabra toscana que significaba ‘miseria’13, similar a smàferi, que quería decir ‘sicarios’ o ‘mercenarios’. Este diccionario definía un mafioso como alguien prepotente, significaba «aparentar coraje, seguridad de ánimo». Otros expertos sitúan su origen en el árabe maha fat, que significa ‘protección, inmunidad’.
Este sentido positivo que da al término el primer diccionario siciliano fue reforzado por un prestigioso etnólogo del siglo xix, el palermitano Giuseppe Pitrè. Definió la ‘mafia’ en su significado original como «conciencia del propio ser, exagerado concepto de la propia fuerza individual», que lleva a «una intolerancia de la superioridad o, aún peor, de la prepotencia de los demás». Anotaba que en las calles de Palermo la palabra se usaba para indicar un carácter audaz y chulesco. Un hombre mafiusu tenía virtudes de gallardía y coraje y de una mujer hermosa se decía que era mafiusedda. Esta concepción se desarrolló aún más con el tiempo y se transformó en la idea de una forma de ser autóctona o un particular sistema de valores, incluso en clave de orgullo nacionalista siciliano. Este lío semántico que mezcla lo positivo y lo negativo, lo bueno y lo malo, ha durado más de un siglo, algo de lo que se ha aprovechado la Mafia para moverse en una nebulosa entre lo abstracto y lo concreto.
La jerga callejera palermitana y su submundo criminal, la Mafia en definitiva, irrumpe en el lenguaje y la opinión pública italiana en 1863. Porque la primera vez que se menciona la palabra ‘mafioso’, aunque no ‘mafia’, que aparece dos años después en el informe del prefecto de Palermo, fue con una obra teatral en siciliano llamada I mafiusi della Vicaria14, que describía un grupo de delincuentes buenos en plan Robin Hood, con un capo que bautiza a los nuevos, los inicia en las reglas de la banda y vende su protección cobrando el pizzo, el ‘impuesto’ mafioso a los comerciantes que aún hoy se llama así. La obra fue un éxito en todo el país, lo que difundió la terminología mafiosa, y en Palermo se representó trescientas veces. Es el inicio de la leyenda de la Mafia casi como amiga de los pobres y de que en realidad no existe como organización maléfica. Aún en 1921 se estrenaba otra obra llamada directamente La Mafia, de Giovanni Alfredo Cesareo, con los mismos estereotipos de una mafia justiciera en un mundo injusto.
Esta idea viene de lejos, nace de una falsa tradición popular de aire medieval que le daba aún más pedigrí. A los mafiosos les encanta citar y creerse la historia de los Beati Paoli, una secta secreta que habría existido en el siglo xii para luchar contra los abusos de los nobles sin escrúpulos y defender al pueblo llano. No hay ninguna base que demuestre su existencia, salvo la tradición oral, hasta que se publicó como culebrón por entregas en la prensa siciliana a partir del siglo xix. La versión que pegó el pelotazo llegó en 1909 en el Giornale de Sicilia, convertida en libro en 1921, y era un folletín popular sobre las aventuras de la secta, con capuchas, juramentos y pasadizos secretos. Lo firmó un tal William Galt, pero era otro truco más para darle bola al invento, porque en realidad era el seudónimo de un escritor palermitano de novelas baratas llamado Luigi Natoli. I Beati Paoli es un libro que todos los mafiosos se leían y pasaban como si fuera la Biblia. Totò Riina lo recomendaba a sus discípulos para que se iniciaran en el oficio.
El secretismo de esta secta de delincuentes, como se la llamaba al principio, nace tal vez inspirado en las logias masónicas, muy de moda en aquella época, y de ahí sus rituales de iniciación. Lo describe por primera vez uno de los informes policiales pioneros sobre la Mafia, de 1876, del comisario de Palermo. El neófito era presentado a un grupo de capos y uno de ellos le pinchaba en una mano para que su sangre goteara en una imagen de la Madonna15. Juraba fidelidad mientras se quemaba la estampita, símbolo de cómo ardería en el Infierno si traicionaba su palabra. Esto ha seguido igual durante siglo y medio, y los arrepentidos actuales, los pentiti, cuentan lo mismo. Suelen usar una imagen de la Madonna dell’Annunziata, que viene a ser la patrona de la Mafia y se celebra el 25 de marzo. Ese pacto con sangre —que, por cierto, en algunos clanes aún se hace con una espina de naranjo, vestigio de los orígenes cítricos—, significa que de la Mafia no se sale, solo con los pies por delante. Como decía el juez Falcone, «es como una conversión religiosa».
Pese a su incierto origen, hay una cosa clara y que denota cómo la Mafia se consolida con la unidad de Italia: es precisamente a partir de 1860, como hemos visto, cuando el término empieza a circular por todas partes. Así arranca una historia frustrante hasta la exasperación, la que vamos a contar, en que parece imposible derrotar a la Mafia. En 1874 ya se produjo en Palermo una guerra de clanes por el control del territorio, entre dos familias llamadas Badalamenti y Amoroso. La primera Comisión Parlamentaria sobre la Mafia e inicio de la percepción oficial del problema ya es de 1875, pero no sirvió para nada. Le seguirán otras parecidas de similares resultados. También en ese año el ministro de Interior, Girolamo Cantelli, ideó un delito de asociación delictiva para procesar a grupos mafiosos y se celebraron varios juicios de resultados desiguales durante una década, en una primera ofensiva. Ya hubo arrepentidos, testigos liquidados antes de prestar declaración y protectores importantes para los mafiosos. Uno de los mejores estudios sobre la Mafia, del diputado Leopoldo Franchetti, que se fue de exploración seis meses a la Sicilia salvaje, es de 1876 y ya lo explica todo claro como el agua sobre los que denominó «industriales de la violencia». Sigue siendo actual. En 1882, con la primera extensión del sufragio, la Mafia reforzó su poder de influencia con el control de votos y comenzó a entrar de lleno en la vida política.
En 1893 la Mafia cometió su primer asesinato político al acabar con la vida del exalcalde de Palermo Emanuele Notarbartolo, un hombre honesto que metió las narices donde no debía. Era director general del Banco de Sicilia y se propuso hacer limpieza en la entidad. Lo liquidaron con veintisiete puñaladas en un tren16. El crimen convirtió a la Mafia en cuestión nacional, porque los tres procesos se celebraron fuera de Sicilia, en un intento de evitar intimidaciones. Fueron en Milán, Bolonia y Florencia entre 1899 y 1904. La prensa se divirtió de lo lindo con un exótico desfile de personajes rarísimos que hablaban en una lengua incomprensible a través de intérpretes. Hay que recordar que el italiano no se impone en el país hasta después de la Segunda Guerra Mundial, gracias a la televisión.
Los responsables del crimen de Notarbartolo al final salieron libres, en medio de un poderoso tufo de complicidad entre mafiosos y políticos. Uno era un diputado, Raffaele Palizzolo, gran cacique mafioso de Palermo, que movió sus hilos para salvarse. Primero le condenaron a treinta años, junto a su sicario, Giuseppe Fontana, pero el Supremo ordenó repetir el juicio por defectos de forma. Son situaciones que se harán muy familiares con el tiempo en la lucha contra la Mafia. En el último proceso, ya una década después del crimen, había un testigo clave, un arrepentido, pero días antes de la vista apareció ahorcado en la pensión donde se alojaba. Suicidio, evidentemente, concluyó la Policía. Palizzolo y su secuaz fueron absueltos por falta de pruebas. Volvieron a Palermo como unos triunfadores.
Entre tanto un tozudo comisario de Palermo, Ermanno Sangiorgi, se tiró dos años mandando informes, entre 1898 y 1900, con lo que iba averiguando de la Mafia. Fue construyendo pieza a pieza un mosaico, un tocho de casi quinientas páginas, que describió por primera vez con precisión qué era eso de la Mafia en Palermo, cómo se dedicaban a la extorsión y a la protección y con qué apoyos políticos contaban: «Los capos de la Mafia están bajo la salvaguardia de senadores, diputados y otros influyentes personajes que los protegen y defienden, para ser, a su vez, protegidos y defendidos». Por ejemplo, cuatro de los diez escaños de la ciudad en 1882 eran de mafiosos17. Fue él quien contó, por ejemplo, ese curioso episodio del capítulo anterior del robo de cuadros en casa del potentado Ignazio Florio y cómo le ayudó su jardinero. Sangiorgi identificó ocho familias mafiosas, diseccionó su organización piramidal y señaló 218 miembros con nombres y apellidos, todos relacionados con propiedades agrícolas. La mayoría, cuarenta y cinco, eran jardineros y guardas de limoneros y otros veintiséis eran propietarios de tierras. Con esa base se abrió un proceso que pudo ser histórico, para demostrar por primera vez la existencia de una única organización criminal, pero se quedó en nada porque para entonces el pobre Sangiorgi perdió sus padrinos políticos en Roma. Le fueron ninguneando y los testigos empezaron a recular. El proceso se vino abajo. Habría que esperar hasta 1992 y al juez Falcone para lograr lo que se proponía Sangiorgi. La Mafia ya estaba en el Parlamento italiano, en Roma, e infiltrada en las instituciones. Sus raíces estaban bien plantadas. Luego, cuando dejaron de serle útiles, también destruiría los limones y la belleza de Palermo.
8 Cuenca de oro.
9 El historiador y escritor siciliano Virgilio Titone fue uno de los impulsores de esta teoría. Por ejemplo, en La società siciliana sotto gli spagnoli e le origini della questione meridionale, Palermo, S.E Flaccovio, 1978. Secundó estas ideas Nicola Tranfaglia en La Mafia come metodo, Bari, Laterza, 1991, al intuir las raíces de la Mafia en «ese modelo español que es en sustancia un modelo de Estado absoluto en el que las leyes valen para los enemigos y no son observadas con los amigos». Le respondió muy críticamente el historiador Piero Bevilacqua en un artículo de veintitrés páginas, La Mafia e la Spagna, publicado en la revista Meridiana, número 13, 1992. Diego Gambetta fue más allá en La Mafia siciliana. Un’industria della protezione privata. Turín, Einaudi, 1992, y otras obras al sostener que fue España la que introdujo en Sicilia la «desconfianza» hacia el sistema de la que surge la Mafia. Apunta como prueba de este pernicioso efecto ibérico que en todas sus excolonias, como Filipinas, hay altos niveles de violencia.
10 Es también la tesis del historiador británico Eric J. Hobsbawm, que considera la Mafia siciliana como una «forma primitiva de revuelta social», la única revolución burguesa posible en Sicilia. Hobsbawm, apasionado de Antonio Gramsci y de Italia, escribió en 1959 un ensayo titulado en España Rebeldes primitivos (Primitive Rebels: Studies in Archaic Forms of Social Movement in the 19th and 20th centuries, Manchester University Press), ampliado en 1969 en Bandits (Weidenfeld & Nicolson), que partía precisamente de la figura de Robin Hood para analizar arcaicos movimientos sociales de protesta de los siglos xix y xx en sociedades pobres de varios países.
A finales del xviii había en Sicilia 142 príncipes, 95 duques, 788 marqueses, 95 condes y 1 274 barones. Eran de propiedad feudal tres cuartas partes de las tierras de la isla, y el resto eran públicas, pero el porcentaje feudal en Palermo y alrededores llegaba al 90%. Son datos citados por Raimondo Catanzaro en El delito como empresa. Historia social de la mafia, Taurus, Madrid, 1992.
11 Un ejemplo muy curioso de mediación es la componenda, un sistema privado para solucionar robos al margen de la ley por el que la víctima recuperaba lo que le habían quitado, por ejemplo caballos y ganado, tras pagar un rescate al ladrón. Era un sistema muy extendido en la época borbónica y los grupos de índole mafiosa mediaban entre ambos, aunque a menudo eran los autores del robo. Por increíble que parezca esta costumbre aún sobrevive y todavía a veces se ven noticias en Nápoles o Sicilia de lo que se llama cavallo di ritorno: te roban la moto, luego te llaman para que les pagues una suma y entonces te la devuelven.
12 Lo dice Leonardo Sciascia en su interesantísimo ensayo La storia della Mafia, publicado en 1972 en Storia illustrata, Mondadori. También más tarde en Quaderni Radicali, números 30 y 31, enero y junio de 1991. Acaba de ser reeditado en Italia en 2013 en un librito de la editorial Barion.
13 De nuevo, Sciascia en el ensayo citado.
14 Los mafiosos de la Vicaria.
15 La Virgen.
16 Será el primero de una larga lista de víctimas de las instituciones aunque, no obstante, la siguiente no sería hasta 1971: el fiscal jefe de Palermo Pietro Scaglione.
17 Saverio Lodato y Roberto Scarpinato, Il ritorno del principe, TEA, 2012.
Don Vito Corleone se llamaba así por casualidad. El agente de aduanas que lo registró a su llegada a Estados Unidos cuando era un niño escribió por error el nombre de su pueblo, no su apellido, Andolini. Lo cuenta El Padrino, la película de Francis Ford Coppola de 1972 basada en la novela de Mario Puzo, de 1969, que popularizó a la Mafia. En realidad hizo algo más que eso: construyó un estereotipo en un caso extraordinario de simbiosis entre cine y realidad.
Puzo no había visto un mafioso en su vida. El propio Puzo admitió su «vergüenza» por haber escrito el libro sin haber visto ninguno: «Lo escribí por el dinero. Tenía cuarenta y cinco años y estaba cansado de ser un artista. Además debía 20 000 dólares a familiares y bancos». Lo cuenta en The Godfather Papers & other confessions18. Esta frase es citada a menudo por los detractores de El Padrino, sobre todo de la comunidad italoamericana, que solo ven un cúmulo de falsos estereotipos.
Por lo menos, Puzo se documentó a base de bien. Para empezar, con el material que había salido a la luz en el primer gran proceso público a la Mafia en Estados Unidos, el de la Comisión Kefauver del Senado (1950-1951), que se propuso investigar el crimen organizado llamando a declarar a gánsteres de todo el país. Fue televisado en directo y fue un acontecimiento en su época. Alcanzó su máxima audiencia cuando testificó con su voz afónica el gánster Frank Costello, primer modelo del personaje de don Vito. Lo mejor de todo es que no se le veía, porque sus abogados exigieron que no se encuadrara su cara. En la imagen solo aparecían sus manos nerviosas y se oía su voz raspada, resultado de una operación en las cuerdas vocales cuando era joven. Coppola le mandó los vídeos a Marlon Brando para que se inspirara, y a partir de unas manos y una voz él puso lo que le faltaba al personaje. Costello en realidad se llamaba Francesco Castiglia y en ese caso él se cambió el nombre. Todos los capos italoamericanos lo hicieron por adaptarse o, como Lucky Luciano, por renegar de sus raíces. Él quería ser americano19.
Con aquel proceso volvió a hablarse en serio de la Mafia en Estados Unidos, de nuevo con la polémica sobre si existía o no. Ni el FBI se lo creía y solo lo aceptó en 1958. Sí, en cambio, los investigadores del Narcotics Bureau —en las películas suele decirse «los de Narcóticos»—, que perseguían su tráfico de droga desde los años treinta.
Pero Puzo, que empezó a escribir en 1966, explotó sobre todo un segundo proceso aún más sonado y que entonces estaba fresco, la Comisión McClellan, de 1963. La estrella esta vez era Joe Valachi, el primer gran arrepentido de la historia de la Mafia que empezó a desvelar sus secretos. Por ejemplo que en Nueva York reinaban cinco familias —Genovese, Bonanno, Gambino, Lucchese y Profaci (luego Colombo)— y que se daban un nombre extraño: Cosa Nostra. Quizá fue una etiqueta forzada por el FBI, para ocultar que hasta entonces no se habían enterado de nada sobre la Mafia. O quizá Valachi, un afiliado menor, dio forma a una expresión coloquial alusiva y críptica usada entre los capos para referirse a su mundo como una cosa suya, o para hablar de esa cosa secreta que se traían entre manos o bien para resumir que entre ellos eran la misma cosa, una sola cosa. Por testimonios de arrepentidos sabemos que antes de esa fecha los mafiosos no utilizaban el nombre Cosa Nostra, pero desde entonces, cuando se hizo popular, sí. Les gustó. Con El Padrino pasó igual.
Por cierto, y lo de ‘padrino’, ¿de dónde viene? El padrino es una figura importante y muy respetada en la tradición social siciliana, un modo de introducir en el círculo familiar a alguien que es ajeno y que desde ese momento establece un lazo especial e inquebrantable con sus parientes. Lo que se traduce, en sentido criminal, en complicidad y favores.
Puzo también acertó al elegir el nombre de Corleone, que aparece una y otra vez desde el principio en esta historia criminal. Era de Corleone, por ejemplo, el jefe de la primera banda mafiosa conocida en Estados Unidos, Giuseppe ‘Piddu’ Morello, arrestado en 1903, que en la mano derecha solo conservaba el meñique. Con él arranca el clan de los Genovese, una de las Cinco Familias.
Y la primera novela que trata sobre la Mafia, de 1897, se llama precisamente Corleone, y es obra de Francis Marion Crawford, hijo de un famoso escultor estadounidense y nacido en Italia. Fue un escritor prolífico de misterios y aventuras, un viajero que hablaba dieciséis lenguas, pero que amaba el país donde nació por casualidad, y de hecho se instaló cerca de Sorrento. Corleone cuenta pasiones y crímenes entre aristócratas con bandas criminales a sus órdenes.
Corleone también es un símbolo de la lucha entre el bien y el mal, porque también ha tenido sus héroes, mártires olvidados, como Bernardino Verro, líder del movimiento campesino socialista de los Fasci —nada que ver con el fascismo— que disputaba la tierra a los mafiosos, y que fue liquidado en 1915.
Este pueblo del interior de Sicilia, con una media de 15.000 vecinos en el último siglo, empezó a salir en los periódicos estadounidenses como rareza exótica de un mundo tribal por la guerra de clanes que se desató en el pueblo entre 1958 y 1962 y dejó cincuenta y cinco muertos y veinte vecinos de los que nunca más se supo. El principal protagonista de este brutal episodio fue Luciano Leggio, detenido finalmente en 1974. Leggio, en el juicio, casi imitó a Marlon Brando como don Vito Corleone, chuleando con unas gafas de sol. El Padrino se había estrenado dos años antes y creó escuela entre los mafiosos.
Se pueden imaginar que, oficialmente, en Corleone la Mafia no existía. En el primer pleno extraordinario sobre el tema, en 1985, cuando los Corleoneses ya llevaban mil muertos en su guerra de Palermo, el alcalde acusó a El Padrino de la mala fama del pueblo.
El Padrino20