Así que decidió escribirlo para intentar explicarse a partir del primer recuerdo de su vida (una explosión de gritos, saltos y abrazos en casa de sus abuelos: el gol de Zamora), para recoger las historias asombrosas de su familia que una noche de insomnio emergieron de Atocha –ese cementerio indio txuri urdin, a cuatrocientos metros de su casa– y para fingirse triste y guapo como Schutz en la derrota.
En Libros del K.O. también ha publicado Plomo en los bolsillos (ciclismo: eso sí que es un deporte).
primera edición: abril de 2013
título original: Mi abuela y diez más
© Ander Izagirre, 2013
© Libros del K.O., S.L.L., 2013
C/ Príncipe de Vergara 261
28016 Madrid
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isbn: 978-84-941245-0-1
depósito legal: M-10397-2013
código ibic: DJN
diseño de portada: Artur Galocha
diseño de colección: Rivolta
corrección: Rafael Lupiani
1. Pase de Olaizola a Alonso
Mi abuelo Carlos era comunista, mi abuelo Joxemari era del Opus Dei y yo casi no soy ni de la Real Sociedad.
Los tres íbamos al campo de Atocha. Pero a mí no me gusta el fútbol.
Solo jugué un año, como juegan muchos niños donostiarras en los campeonatos escolares, durante las mareas bajas en la playa de La Concha, con la camiseta naranja del Santo Tomas Lizeoa y el número 13 de eterno suplente. Tenía 12 años. El entrenador me ponía unos minutos como lateral derecho, el puesto en el que menos estorbaba. Si llegaba un balón por mi zona, intentaba echarlo lejos y evitar cualquier notoriedad. De mi carrera futbolística guardo solo una escena: todo el equipo subió a rematar un córner y el entrenador me ordenó quedarme en el centro del campo para frenar un posible contraataque enemigo, una hipótesis que hacía temblar mis piernecillas de ciclista preadolescente. Por aquel entonces, cuando me quedaba en bañador y se me veían las costillas, mi padre me llamaba cuartokilo. El balón salió rechazado hacia mí, suave, recto, dando botes. Corrí hacia él levantando arena, mi silueta contra la bahía de La Concha, el vértigo rugiendo en las sienes ante la franca posibilidad de darle un patadón, clavarlo en las redes de aquellas porterías enormes que ningún portero de 12 años podía abarcar, gritar gol, recibir una piña de abrazos, algo que nunca imaginé para mí, y hacerme quizá futbolista. Sacudí con todas mis fuerzas una patada al aire, el balón me pasó entre las piernas y siguió botando, suave, recto, hasta los pies de nuestro portero. Toqueteó el balón un poco, lo cogió en las manos, miró al horizonte apretando mandíbula de Arconada y el aire se paró dos segundos. Luego yo troté un poco hacia mi posición en el fondo de la banda.
No aprendí nada de tácticas, me cuesta entender las intenciones de los equipos cuando veo un partido, pocas veces lo disfruto como espectáculo, me enfurecen las simulaciones de los futbolistas y las pérdidas de tiempo, me aburre la tabarra perpetua en los medios, me dan grima muchos de sus dirigentes, me escandalizan las subvenciones a los clubes y sus privilegios. No veo por dónde agarrar el fútbol.
Y sin embargo.
Sin embargo, el 8 de junio de 2008 salí de un bar del Casco Viejo de Vitoria apretándome el cráneo con las manos, en silencio, me alejé de mis amigos y caminé cincuenta metros arriba y cincuenta metros abajo, mientras otros hombres vestidos con la camiseta de la Real Sociedad iban saliendo de los bares en silencio, de uno en uno, y en mitad de la calle se tapaban la cara y algunos se echaban a llorar. Ese día yo estaba allí por casualidad, porque andaba de excursión montañera con mis amigos, porque pasamos por Agurain para ver una etapa de la Euskal Bizikleta que ganó al esprint Fernández de Larrea, porque ya de paso decidimos acercarnos por la tarde a Vitoria para ver si la Real volvía a Primera ganándole al Alavés, que se despeñaba hacia Segunda B. En el minuto 91 y 39 segundos, la Real ganaba 1-2 y tenía el ascenso en la mano.
En el minuto 91 y 40 segundos, el Alavés abrió un balón a la banda izquierda, Toni Moral lo recibió sin que nuestro Pep Martí le presionara demasiado, centró al área pequeña y Jairo, zaca, marcó de cabeza. En el bar los vitorianos aullaron. Los donostiarras gemimos de angustia. La Real sacó de centro, colgó un balón al área, Mikel González cabeceó un remate picado, veloz, peligroso, durante un segundo volamos de nuevo hacia Primera, y el portero del Alavés atrapó el balón casi en la raya. El mundo empezó a fundirse. Apoyé los codos en una máquina tragaperras, un faraón dorado me guiñó un ojo y me puse a temblar de la cabeza a los pies. En el minuto 94 y 14 segundos, fuera de tiempo, el balón cayó otra vez al área de la Real y, entre una docena de jugadores, el mismo Toni Moral enganchó un zapatazo y marcó el 3-2. Una oleada de espectadores saltó al césped, el árbitro se fue corriendo a los vestuarios, los alaveses aullaron y aullaron y yo salí del bar apretándome el cráneo con las manos.
Durante muchos días sufrí un ardor que me raspaba desde el estómago hasta el paladar. El Alavés acabó bajando a Segunda B un año más tarde. La Real Sociedad necesitó dos años más para volver a Primera.
Ahora, cincuenta meses más tarde, he visto en Youtube aquellos espantosos tres minutos de Vitoria y al terminar me he levantado, he andado un poco por el pasillo y he respirado fuerte para expulsar una angustia revivida y verdadera por un hecho que no afecta a nada importante de mi vida (y a nada importante de la vida de casi nadie).
No me entiendo a mí mismo.
Cuando intento explicarme, siempre termino en esta foto que me sacaron el día de Reyes de 1982 en la huerta de mis abuelos maternos Pepi y Carlos.
Así comprendo que a mí no me gusta el fútbol, solo me interesa la Real. Al ver la foto, de manera automática me pongo a recitar un salmo que escuché en casa de mis abuelos paternos Maritxu y Joxemari el 26 de abril de 1981, con cinco años: un salmo o un código de programación que me insertaron en el hipocampo cerebral y que seguramente seré capaz de repetir incluso si algún día pierdo por completo la lucidez. Ese salmo empieza así:
Pase de Olaizola a Alonso.
Centro de Alonso.
Va a saltar Castro.
Toca de puños.
Llega el balón sobre Górriz.
¡Disparo de Górriz!
¡¡Atención, Zamora!!
¡¡¡Tira Zamora!!!