Si bien es cierto que la llegada de un bebé es, ante todo, sinónimo de felicidad y de plenitud para los nuevos padres, los primeros meses pueden resultar agotadores, tanto en el plano físico como en el emocional. En efecto, en seguida nos vemos enfrentados a un primer reto considerable: el llanto del bebé. El lactante, que solo puede comunicarse a través de su voz, expresa todo lo que siente con su llanto, para gran desasosiego de sus padres, que no siempre comprenden el mensaje que les quiere transmitir. Entonces, llegan las preguntas, las dudas y la culpabilidad: «No soy un buen padre porque no logro calmar a mi bebé», «¿Me ocupo bien de mi hijo?», «¿Por qué no deja de llorar? ¡Si he seguido todos los consejos!».
Frente al sufrimiento de su lactante, al que no logran tranquilizar, algunos padres pueden sentirse culpables e, incluso, incompetentes, y terminan por alimentar una especie de rencor irracional hacia su hijo o por desarrollar conductas de evitación. Sin embargo, el llanto es un fenómeno normal y esencial para el desarrollo del niño. Cuando crezca, descubrirá otras formas de comunicarse y el llanto se volverá menos frecuente. Pero, por ahora, se trata de la única manera que tiene de informar de su malestar.
La forma en la que haya vivido sus primeras interacciones sociales y, más adelante, su primera educación, con la implementación de reglas que respetar tanto en casa como fuera de ella, le ayudarán a forjar su personalidad y le ofrecerán una buena base para dar y recibir amor. Por lo tanto, es fundamental que los padres acepten el llanto sin ignorarlo, que tengan una escucha reconfortante para responder de forma benevolente, lo que permitirá al pequeño disfrutar de un desarrollo equilibrado.