LIBROS DE
CABALLERÍAS
CASTELLANOS
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LIBROS DE
CABALLERÍAS
CASTELLANOS
LOS TEXTOS QUE PUDO LEER
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Antología seleccionada por
JOSÉ MANUEL LUCÍA MEGÍAS
y EMILIO SALES DASÍ
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Primera edición impresa: febrero 2007
Primera edición en e-book: septiembre 2012
Edición en ePub: febrero de 2013
© de la edición: José Manuel Lucía Megías y Emilio Sales Dasí
© de la presente edición: Edhasa (Castalia), 2012
www.edhasa.es
ISBN 978-84-9740-550-8
Depósito legal: B.25481-2012
Ilust. de cubierta: El caballero recibe un regalo de su dama (Manuscrito alemán del siglo XV).
Diseño gráfico: RQ
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Combate entre caballeros, según una miniatura francesa del siglo XV.
«Libros de caballerías: los que tratan de hazañas de caballeros andantes, ficciones gustosas y artificiosas de mucho entretenimiento y poco provecho, como los libros de Amadís, de don Galaor, del Caballero del Febo y los demás». Así se definían los libros de caballerías en 1611: libros de entretenimiento, de placer y gusto; libros que se leían en familia, entre los amigos, que hacían que las largas (y aburridas) noches de invierno pasaran más rápidas o más refrescantes las interminables (y sudorosas) tardes de verano. Libros que todo el mundo conocía porque siempre había alguien que supiera leer que pudiera coger uno y leerlo en medio de una plaza, de un comedor, del patio de una venta.
Los libros de caballerías castellanos son hijos de las aventuras de los caballeros de la Mesa Redonda, con el Rey Arturo, Lanzarote del Lago y la Reina Ginebra a la cabeza; hijos de esas aventuras medievales, llenas de magia y de guerras, que hicieron la delicia de los nobles feudales por varios siglos. Nacieron estos libros de caballerías a finales del siglo xv, en un tiempo de cambios… ¡y qué cambios!: el descubrimiento de América, la llegada al trono de los Reyes Católicos y la creación del Estado Moderno, el triunfo del Renacimiento… Y nacieron porque a un alcalde de Medina del Campo, gran amante de los textos medievales, se le ocurrió la idea de reescribir las aventuras del caballero andante Amadís de Gaula medieval y ponerle los ropajes de los nuevos tiempos renacentistas; y este libro, Los cuatro libros de Amadís de Gaula, tuvo tal éxito que muchos se pusieron a escribir aventuras similares, que dieron cuerpo a otros tantos caballeros, de nombres tan extraños como Esplandián, Cirongilio, Felixmarte, Florambel, Lisuarte, Florisel, Rogel… sin olvidar sus damas, todas ellas igual de valientes, mucho más hermosas.
El caballero andante vive en un mundo ideal, en una Edad de Oro en que todas las virtudes están presentes –humildad, fortaleza, valentía, generosidad…–, pero también lugar en que la maldad está al acecho para destruirlo: envidia, soberbia, avaricia… En los libros de caballerías se dice que no hay mayor falta en un caballero andante que la soberbia, que el creerse más de lo que es. Libros llenos de aventuras, tanto guerreras como amorosas, de enredos y situaciones cómicas, de pruebas imposibles de superar… pero también libros de enseñanzas al mostrar formas ideales de comportamiento, por más que ahora (aparentemente) estén alejadas de nuestro modo de pensar o de actuar. ¿O estamos más cerca de los libros de caballerías de lo que creemos?
A veces, aunque nos cuesta mucho reconocerlo, educados como estamos en un mundo donde la ciencia o el progreso invitan a mirar hacia adelante, hay que reconocer que muchas cosas están ya inventadas. Hay que volver la vista atrás y comprobar cómo la literatura o el cine presentan como nuevas unas historias y unos asuntos que colmaron la imaginación de nuestros antepasados más remotos. La idea del movimiento cíclico y el mito del eterno retorno cobran vida en los éxitos literarios más recientes o en las películas más taquilleras de los últimos años. Detrás de producciones cinematográficas tan costosas como la saga de La guerra de las galaxias, detrás de las aventuras de Frodo Bolson o los increíbles hechizos de Harry Potter alienta un espíritu que, a pesar de los siglos transcurridos, tiene mucho de caballeresco, tiene un sello que fácilmente reconocerían aquellos lectores que, como don Quijote, tuvieron que vender sus tierras para adentrarse en los libros de caballerías y en las portentosas hazañas y sensuales amores de sus protagonistas. Claro que, con el paso del tiempo, los lectores de hoy en día, afortunadamente, no tienen tantos problemas para comprar un libro de aquellos que en el siglo xvi resultaban tan caros. El lector de hoy en día no necesita que alguien que sabe leer le refiera en voz alta las aventuras de unos caballeros a las que su analfabetismo les impediría acceder. Aun así, disfrazadas de tecnológica modernidad, ¿no tienen esas extraordinarias espadas láser de Skywalker o los jedi algo de la efectividad de fantásticas espadas como Excalibur? La odisea de Frodo a través de la Tierra Media ¿no tiene algo de ese viaje trazado al azar del caballero andante? Los encantamientos y metamorfosis de los magos de la escuela de Hogwarts ¿no pueden tener su paralelo en las transformaciones de sabios encantadores como Merlín, Urganda, Alquife y tantos otros?
En un contexto y una sociedad diferente a la del Renacimiento español, con el apoyo de la mercadotecnia o la cultura visual las novelas de Tolkien o Rowling encabezan las listas de los libros más vendidos, pero en muchos sentidos su originalidad está condicionada por el desconocimiento de libros viejos, algunos de cuyos pasajes aquí te ofrecemos. En ellos encontrarás al héroe a merced de circunstancias adversas desde su nacimiento, igual que le ocurre a ese pequeño mago con gafas que, curiosamente, lleva una cicatriz en la frente, así como los caballeros elegidos y predestinados podían llevar grabada cualquier señal en su cuerpo. En estos textos encontrarás también unos móviles como la fama, el honor o la generosa dedicación a los menesterosos que en el universo galáctico de las películas americanas se resume en el apego a «la fuerza». Hallarás por doquier golpes inauditos o grandes batallas que podrás comparar con las grandes confrontaciones de los hombres y elfos contra los malvados ejércitos de Mordor. Eso es, el lado oscuro, el lado oscuro de la fuerza que siempre se resiste a desaparecer, porque de no existir tampoco destacaría el heroísmo de los caballeros de antaño, vestidos con ropajes modernos para combatir y demostrar su condición esforzada contra el Emperador, contra Voldemort o contra Mordor.
Arturo, Lanzarote, Amadís, Palmerín, Belianís fueron los nombres de algunos de los personajes legendarios y literarios que durante muchos siglos, desde la Edad Media hasta principios del siglo XVII, se convirtieron en un modelo de conducta que estimuló a empresas casi imposibles a los hombres de la Península y del Occidente europeo. Sus gestas sirvieron de ejemplo a aquellos conquistadores que partían hacia el Nuevo Mundo desde las costas andaluzas. Para aquellos que no querían o no podían seguir su estela, los espectáculos urbanos rememoraban sus proezas militares mediante representaciones, desfiles o invenciones a las que asistían desde los nobles hasta los pequeños artesanos. Como los grandes hechos no podían caer en el olvido y las gentes se deleitaban con su presencia figurativa, escritores y escenógrafos popularizaban sus hazañas para deleite visual de nuestros antepasados. Si ellos vieron refrendada su gloria en las calles y plazas públicas, las salas de cine modernas, previo pago de la entrada correspondiente, ofrecen un producto comercial y lúdico que muchas veces ha disfrazado con nuevos ropajes una creación antigua. Si en los libros de caballerías se inventaba una realidad ilusoria de la que salía triunfante el Bien y se proporcionaba a lectores y oyentes maravillas indescriptibles, en pleno siglo xxi la historia se vuelve a repetir: busca en los libros de caballerías monstruos inimaginables, busca hazañas irrepetibles, busca todo aquello que parece imposible de conseguir para cualquier humano y lo encontrarás. La ficción permite que los sueños se vean cumplidos o que la realidad se manipule a nuestro antojo. Esto ya lo habían descubierto nuestros antepasados. Ahora bien, su conocimiento de la ciencia ficción era mínimo y sólo podían pensar en reinos exóticos, imaginarios o extraños. Frente a ellos, los límites del mundo conocido por el hombre actual se han ensanchado enormemente. Sin embargo, nos sigue apasionando la posibilidad de ampliar las fronteras y descubrir seres maravillosos más allá de las estrellas, en lugares muy remotos. Tú los habrás hallado en mundos escondidos al común de los mortales si has seguido los relatos de Tolkien o has viajado a bordo de esas naves que navegan a velocidad interestelar. En cualquiera de estas travesías siempre estarán junto a ti los héroes para aportarte la seguridad que necesitas ante cualquier amenaza del lado oscuro. Si por un casual te sientes perdido, no dudes en llamar a los viejos caballeros andantes. Además de protegerte con sus espadas mágicas o sus lanzas cortantes, te podrán prestar su armadura resplandeciente. Con estos instrumentos podrás empezar seguro tu viaje. Entonces te recomendamos algo que seguro te será muy familiar: «que la fuerza de las caballerías te acompañen».
Libro de los Caballeros de la Orden de Santiago. Burgos, Archivo Municipal.
Encuentro de Elisena y el rey Perión en Le Premier Livre de Amadis de Gaule, trad. Nicolas Herberay des Essarts.
(Paris, Denis Janot, 1540).
Tras llegar al reino de la Pequeña Bretaña, el rey Perión de Gaula se enamora a primera vista de Elisena, hija del rey Garínter. Como su pasión es correspondida por la infanta y ambos se desean en extremo, es la propia Elisena la que irrumpe una noche en la habitación del monarca y, después de que éste jure sobre su espada contraer matrimonio con ella, tiene lugar el encuentro carnal. Así pasan algunas noches los enamorados hasta que Perión tiene que partir. La pareja se separa con gran dolor y sin imaginar que la infanta ha quedado embarazada. La unión de Perión y Elisena da lugar al nacimiento de Amadís de Gaula, el más famoso de los caballeros andantes, pero el carácter secreto de sus relaciones determinará, además, el posterior abandono del recién nacido, estableciendo uno de los motivos más recurrentes del género: la soltería pública de la madre desencadena la separación del futuro héroe de sus progenitores, quien crece sin conocer su identidad ni su linaje, que sólo recuperará después de haber superado mil aventuras.
Pues así fueron pasando su tiempo hasta que preñada se sintió, perdiendo el comer, el dormir y la muy hermosa color. Allí fueron las cuitas y los dolores en mayor grado, y no sin causa, porque en aquella sazón[1] era por ley establecido que cualquier mujer por de estado grande y señorío que fuese, si en adulterio se hallaba, no le podía en ninguna guisa[2] excusar la muerte. Esta tan cruel costumbre y pésima duró hasta la venida del muy virtuoso rey Artús, que fue el mejor rey de los que allí reinaron, y la revocó al tiempo que mató en batalla ante las puertas de París al Floyan.[3] Pero muchos reyes reinaron entre él y el rey Lisuarte[4] que esta ley sostuvieron.[5] Y comoquiera que aquellas palabras que el rey Perión en su espada prometiera, como se os ha dicho, ante Dios sin culpa fuese, no lo era ante el mundo, habiendo sido tan ocultas;[6] pues pensar de lo hacer saber a su amigo no podía ser, que como él tan mancebo fuese y tan orgulloso de corazón que nunca tomaba holganza[7] en ninguna parte sino para ganar honra y fama, que nunca su tiempo en otra cosa pasaba sino andar de unas partes a otras como caballero andante. Así que por ninguna guisa ella remedio para su vida hallaba, no le pesando tanto por perder la vista del mundo con la muerte, como la de aquel su muy amado señor y verdadero amigo; mas aquel muy poderoso Señor, por permisión del cual todo esto pasaba para su santo servicio, puso tal esfuerzo y discreción a Darioleta,[8] que ella bastó con su ayuda de todo lo reparar, como ahora lo oiréis.
Había en aquel palacio del rey Garínter una cámara[9] apartada, de bóveda, sobre un río que por allí pasaba, y tenía una puerta de hierro pequeña por donde algunas veces al río salían las doncellas a holgar,[10] y estaba yerma, que en ella no albergaba ninguno; la cual, por consejo de Darioleta, Elisena a su padre y madre para reparo de su mala disposición y vida solitaria, que siempre procuraba tener, demandó, y para rezar sus horas sin que de ninguno estorbada fuese, salvo de Darioleta, que sus dolencias sabía, que la sirviese y la acompañase, lo cual ligeramente por ellos le fue otorgado, creyendo ser su intención solamente reparar el cuerpo con más salud y el alma con vida más estrecha; y le dieron la llave de la puerta pequeña a la doncella, que la guardase y abriese cuando su hija por allí se quisiese solazar. Pues aposentada Elisena allí donde oís con algo de más descanso por verse en tal lugar, que a su parecer antes allí que en otro alguno su peligro reparar podía, hubo consejo con su doncella qué se haría de lo que pariese.
—¿Qué? Señora —dijo ella—, que padezca porque vos seáis libre.
—¡Ay, Santa María! —dijo Elisena—; y ¿cómo consentiré yo matar aquello que fue engendrado por la cosa del mundo que yo más amo?
—No curéis[11] de eso —dijo la doncella—, que si os mataren, no dejarán a ello.
—Aunque yo como culpada muera —dijo ella—, no querrán que la criatura inocente padezca.
—Dejemos ahora de hablar más en ello —dijo la doncella—, que gran locura sería por salvar una cosa sin provecho, condenásemos a vos y a vuestro amado, que sin vos no podría vivir; y vos viviendo y él, otros hijos habréis que el deseo de éste os hará perder.
Como esta doncella muy sesuda fuese y por la merced de Dios guiada, quiso antes de la priesa[12] tener el remedio. Y fue así de esta guisa: que ella hubo cuatro tablas tan grandes, que así como arca una criatura con sus paños encerrar pudiese, y tanto larga como una espada; e hizo traer ciertas cosas para un betún con que las pudiese juntar, sin que en ella ninguna agua entrase, y lo guardó todo debajo de su cama sin que Elisena lo sintiese, hasta que por su mano juntó las tablas con aquel recio betún, y la hizo tan igual y tan bien formada como la hiciera un maestro. Entonces la mostró a Elisena y dijo:
—¿Para qué os parece que fue esto hecho?
—No sé —dijo ella.
—Lo habéis de saber —dijo la doncella— cuando menester será.
Ella dijo:
—Poco daría por saber cosa que se hace ni dice, que cerca estoy de perder mi bien y alegría.
La doncella hubo gran duelo de verla así, y viniéndole las lágrimas a los ojos se le tiró delante[13] porque no la viese llorar.
Pues no tardó mucho que a Elisena le vino el tiempo de parir, de que los dolores sintiendo como cosa tan nueva, tan extraña para ella, en grande amargura su corazón era puesto, como aquella que le convenía no poder gemir ni quejar, que su angustia con ello se doblaba; mas en cabo de una pieza, quiso el Señor poderoso que sin peligro suyo un hijo pariese, y tomándole la doncella en sus manos vio que era hermoso si ventura hubiese, mas no tardó de poner en ejecución lo que convenía según de antes lo pensara, y le envolvió en muy ricos paños, y lo puso cerca de su madre, y trajo allí el arca que ya oísteis; y le dijo Elisena:
—¿Qué queréis hacer?
—Ponerlo aquí y lanzarlo en el río —dijo ella—, y por ventura guarecer[14] podrá.
La madre lo tenía en sus brazos llorando fieramente y diciendo:
—¡Mi hijo pequeño, cuán grave es a mí la vuestra cuita! La doncella tomó tinta y pergamino, e hizo una carta que decía: Este es Amadís sin Tiempo, hijo de rey. Y sin tiempo decía ella porque creía que luego sería muerto, y este nombre era allí muy preciado porque así se llamaba un santo a quien la doncella lo encomendó. Esta carta cubrió toda de cera, y puesta en una cuerda se la puso al cuello del niño. Elisena tenía el anillo que el rey Perión le diera cuando de ella se partió, y lo metió en la misma cuerda de la cera, y asimismo poniendo el niño dentro en el arca le pusieron la espada del rey Perión[15] que la primera noche que ella con él durmiera la echó de la mano en el suelo, como ya oísteis,[16] y por la doncella fue guardada, y aunque el rey halló menos,[17] nunca osó por ella preguntar, porque el rey Garínter no hubiese enojo con aquellos que en la cámara entraban.
Esto así hecho, puso la tabla encima tan junta y bien calafateada[18] que agua ni otra cosa allí podría entrar, y tomándola en sus brazos y abriendo la puerta, la puso en el río y la dejó ir; [19]y como el agua era grande y recia, presto la pasó a la mar, que más de media legua de allí no estaba. A esta sazón el alba aparecía, y acaeció[20] una hermosa maravilla, de aquellas que el Señor muy alto cuando a Él place suele hacer: que en la mar iba una barca en que un caballero de Escocia iba con su mujer, que de la Pequeña Bretaña llevaba parida de un hijo que se llamaba Gandalín, y el caballero había nombre Gandales; y yendo a más andar su vía[21] contra Escocia, siendo ya mañana clara vieron el arca que por el agua nadando iba, y llamando cuatro marineros les mandó que presto echasen un batel y aquello le trajesen, lo cual prestamente se hizo, comoquiera que ya el arca muy lejos de la barca pasado había. El caballero tomó el arca y tiró la cobertura y vio el doncel que en sus brazos tomó y dijo:
—Éste de algún buen lugar es.
Y esto decía él por los ricos paños y el anillo y la espada, que muy hermosa le pareció, y comenzó a maldecir la mujer que por miedo tal criatura tan cruelmente desamparado había, y guardando aquellas cosas rogó a su mujer que lo hiciese criar, la cual hizo darle la teta de aquella ama que a Gandalín su hijo criaba; y la tomó con gran gana de mamar, de que el caballero y la dueña mucho alegres fueron[22].
Procedencia: Garci Rodríguez de Montalvo,
Amadís de Gaula, [1508], capítulo I.
Portada de Palmerín de Olivia
(Toledo, Pedro López de Haro, 1580).
Abandonado poco después de nacer en la montaña de Olivia, Palmerín se cría con unos padres adoptivos: Geraldo, un rico colmenero, y Marcela. Aunque vive entre villanos durante su infancia, el protagonista tiene otras expectativas. Varias veces se le aparece en sueños una doncella que lo incita a abandonar su casa y optar por una vida más acorde con su alto linaje. Después de salir de Olivia sin decirles nada a sus padres, se topa con un enano que le informa de la Aventura de la Serpiente de la Montaña Artifaria. En dicho lugar hay una fuente cuyas aguas pueden sanar a Primaleón, rey de Macedonia, y muchos caballeros para complacer a la infanta Arismena han intentado derrotar a la gran serpiente que guarda la fuente. Tales nuevas impulsan a Palmerín a querer recibir la orden de caballería, para lo cual se desplaza a la corte de Florendos. Allí será ordenado caballero con las armas singulares que le enviará un sabio desconocido.
Después que hubo comido, estando Florendos hablando con Palmerín[23] hasta que fue de noche preguntándole por toda su hacienda[24] y cuánto había que estaba en aquella tierra, Palmerín se lo contó todo, que no faltó nada. Y ya que Florendos se quería ir a dormir, mandó traer a un doncel suyo las armas que fueron de Guamecir, hijo del Soldán de Babilonia, aquellas que el Emperador le dio, y dijo:
—Palmerín, estas armas gané yo del mejor caballero que en aquel tiempo había en el mundo,[25] cuando mi corazón era más alegre y lozano que ahora, por donde yo osaba acometer cualquier gran hecho, lo que ahora no haría. Y quiero que las hayáis vos porque sois el más hermoso que yo nunca vi; la bondad y ardimiento[26] Dios vos la puede dar pues tan buen aparejo os dio.
Palmerín le besó las manos. Frinato[27] lo armó luego de la muy fuerte y rica loriga[28] de Guamecir y fuese con él a la capilla porque velase aquella noche las armas.
Arismena[29] con todas sus dueñas y doncellas se vino para él, y ella rogó a todas que rogasen a Dios por Palmerín que era tan niño y quería acometer tan gran hecho de ir a matar la serpiente por traer el agua. Ellas lo hicieron con gran corazón; Palmerín fue muy alegre con la infanta por mirarla bien si tenía la señal en la mano que la doncella le mostró;[30] mas no se la pudo ver, que no era aquélla la que él pensaba ni era tan hermosa como la otra; y Palmerín sosegó su corazón. Y toda la mayor parte de la noche estuvo la infanta hablando con él, aconsejándole que dejase de ir a la montaña Artifaria porque no muriese como los otros; mas cosa que ella le dijese no aprovechó, que tanto más le crecía a él el corazón porque se dolía de su abuelo de la grave enfermedad que padecía.
Y como otro día Florendos se levantó, fuese a la capilla y dijeron la misa, y él que quería hacer caballero a Palmerín, entró una doncella en la capilla y traía un yelmo muy rico en las manos y un escudo de un muy fuerte y limpio acero, y no traía otra cosa en él pintada sino una mano de una doncella, cerrada, y dijo:
—Señor Florendos, deteneos un poco y daré a Palmerín estos regalos que le traigo, que le hacen menester a este tiempo.
Florendos se maravilló y dijo:
—Doncella, yo esperaré cuanto vos quisiereis.
La doncella se le humilló y dijo a Palmerín:
—Señor Palmerín de Olivia, mucho afán he pasado por venir a este tiempo. Un caballero que es mi señor os envía este yelmo y escudo, aunque vos no lo conocéis ni él os ha visto, mas sabe más de vuestra hacienda que vos mismo. Y por la gran bondad que en vos hay y ha de haber, os ama y os dice que guardéis este escudo, que en él hallaréis el secreto de vuestro corazón.
—Os ruego, mi buena señora —dijo Palmerín—, que me digáis el nombre de ese caballero y adónde lo podría hallar para que le pudiese servir este don[31] que me envió.
—No podéis ahora más saber de esto —dijo la doncella—, que vuestras cosas han de venir.
—Pues así es —dijo Palmerín—, decidle a ese caballero que yo quedo por suyo y haré toda cosa que él me envíe a mandar; yo os agradezco mucho el afán que habéis pasado en buscarme.
—Yo se lo diré así —dijo la doncella—, y acordaos de esto que le prometéis.[32]
Y como esto dijo, hincó las rodillas delante de Florendos y le dijo:
—¡Ay, doncella —dijo Florendos—, vos me habéis dicho cosa por donde merecíais gran galardón![33] A Palmerín amaba yo mucho desde la hora que lo vi, mas de aquí adelante lo amaré más, pues tan bueno ha de ser.
Y mandó luego Florendos traer muy ricos regalos y los dio a la doncella, y le dijo que se fuese en buena hora pues más no se podía detener. La doncella se despidió y se tornó como vino. Florendos dijo a Palmerín:
—Vos tenéis ahora mejor complimiento de armas[34] que yo os di, porque las que os trajo la doncella son muy buenas, especialmente el escudo, que es muy fuerte. Y ruego a Dios que os haga tan buen caballero que hagáis verdaderas las palabras de la doncella.
Y tomó Florendos la espada que fuera de Guamecir, que era muy rica, e hizo caballero con ella a Palmerín y después lo besó en el rostro,[35] y le dijo:
—¡Quiera Dios, mi verdadero amigo, que yo vea aquel día que tan bueno habéis de ser y asimismo vea las vuestras caballerías, que tan grandes han de ser!
Palmerín le besó las manos y saliéronse al gran palacio. Palmerín fue desarmado por la mano de muchos buenos caballeros que ya mucho lo preciaban por lo que habían oído decir. La infanta Arismena le envió un manto blanco con flores de oro que ella tenía, con que se cobijase; y él lo hizo por amor de ella. Florendos le hacía mayor honra que hasta allí, y le dijo que le rogaba que no quisiese irse a combatir con la serpiente, que era gran peligro. Palmerín le respondió:
—Os pido por merced, mi señor, que no me mandéis cosa que sea mi vergüenza.[36] Ahora que soy caballero tengo de trabajar por hacer lo que una vez prometiera; aunque supiese morir, no dejaría de ir a verla, pues ya lo dije.
Florendos se maravillaba de él y le rogó que se sufriese de partirse por algún día; y él le dijo que estaría allí por amor de él ocho días y no más. Y como se vio solo, miró bien el escudo que la doncella le trajo y vio la mano cerrada que en él estaba figurada, y dijo en su corazón:
—Verdaderamente ésta es la mano de la doncella que yo vi[37] y aquel caballero gran sabio la puso aquí porque yo conociese que no es vano lo que vi. Otra vez torno a jurar, por la fe que a Dios debo y por la orden de caballería que yo hoy recibí, de andar por todo el mundo a buscarla, aunque reciba grande afán y trabajo: nunca otra será señora de mi corazón sino ella.
Y desde aquella hora Palmerín sintió encender su corazón en amor de aquella que no había visto ni oído quién era, y decía:
—¡Ay cautivo!, ¿qué cosa fuera de razón es ésta, que yo sienta el tormento por aquella que nunca vi? Conviéneme de no holgar hasta que la halle, porque mi corazón no sea deshecho con su deseo. Mucho me pesa por haber prometido a Florendos de estar aquí tanto, mas por fuerza lo habré de hacer.
Y mientras Palmerín estuvo con Florendos, hizo hacer una maza de hierro muy pesada porque él se entendía de ayudar de ella muy bien.
Procedencia: Palmerín de Olivia
[1511], cap. 16.
E.B. Leighton: El espaldarazo (siglo XIX).
Granello y Fabrizio Castello y Lázaro Tavarone:
Batalla de la Higueruela
(Salón de Batallas, Monasterio de El Escorial).
En libros de caballerías como el Belianís de Grecia asistimos a una curiosa reaparición de personajes clásicos, pertenecientes a la tradición troyana, que conviven en un mismo plano de realidad con los caballeros creados por el autor del relato. Así podrás sorprenderte de la presencia de figuras como Aquiles, Policena, Héctor o Troilo, aunque todo ello es posible gracias al concurso de la magia o, simplemente, reescribiendo la historia antigua. En el siguiente pasaje, sin embargo, el motivo más relevante, que suele ser muy habitual en el género, es el de la presencia de los desafíos. Una guerra, como la que enfrenta al Soldán de Babilonia y al Gran Tártaro, donde están en juego determinadas posesiones territoriales o la mano de una hermosa princesa, puede resolverse mediante una justa de tantos contra tantos. Para que tenga lugar este evento, los bandos rivales se envían cartas, utilizan embajadores y fijan las condiciones del encuentro.