Alejandro de Humboldt
Breviario
del Nuevo Mundo
Edición de Oscar Rodríguez Ortiz
Barcelona 2022
linkgua-digital.com
Créditos
Título original: Antología.
© 2022, Red ediciones S.L.
Traducción de: Marta Traba
e-mail: info@linkgua.com
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN rústica: 978-84-9007-777-1.
ISBN ebook: 978-84-9007-475-6.
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Sumario
Créditos 4
Brevísima presentación 9
La vida 9
La antología 9
Breviario del Nuevo Mundo 11
Escenario de un mundo inmenso 13
Montañas de la Nueva Andalucía 15
Filiación de pueblos 45
Hombres de maíz 48
Gran corriente de rotación o Gulf-Stream 55
Caracas 60
Los pueblos pintados 66
La vida nocturna de los animales en las selvas primitivas 73
Sobre las cataratas del Orinoco, cerca de Atures y Maipures 82
Aclaraciones y adiciones de Humboldt 99
Mosquitos del Magdalena y apoteosis de Bogotá 110
Alturas del Chimborazo 115
A G. de Humboldt 121
Por los caminos Incas 129
El último Inca 134
Panorama del Pacífico 138
En la región más transparente. Monumentos mexicanos 142
Los indios tristes 153
Riquezas y esclavos 158
La (mala) memoria de América 162
Sentido de la emancipación 167
Libros a la carta 171
Brevísima presentación
La vida
Alejandro de Humboldt nació en Berlín, 14 de septiembre de 1769 y murió en la misma ciudad el 6 de mayo de 1859. Fue naturalista, geólogo, mineralogista, astrónomo, explorador, sismólogo, vulcanista y demógrafo.
Apasionado por la botánica, la geología y la mineralogía, tras estudiar en la Escuela de Minas de Freiberg y trabajar en un departamento minero del gobierno prusiano, en 1799 recibió permiso para embarcarse rumbo a las colonias españolas de América del Sur y Centroamérica.
Entre 1804 y 1827 se estableció en París, donde se dedicó a la recopilación, ordenación y publicación del material recogido en su expedición, contenido en treinta volúmenes que llevan por título Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente.
Considerado como uno de los últimos grandes ilustrados, Humboldt tuvo una vasta cultura enciclopédica, cuya obra abarcaba campos tan dispares como los de las ciencias naturales, la geografía, la geología y la física.
Bolívar solía decir de Humboldt: «Descubridor científico del Nuevo Mundo cuyo estudio ha dado a América algo mejor que todos los Conquistadores juntos».
La antología
Esta antología contiene textos que Alejandro de Humboldt escribió durante su viaje, acompañado del naturalista francés Bonpland, entre 1799 y 1804.
A pesar de ser el primer geógrafo e historiador de la América española, el barón alemán no tenía entre sus objetivos recorrer la América equinoccial, y menos aún visitar el virreinato de la Nueva Granada.
El propósito de visitar el Nuevo Mundo surge cuando fracasa su idea de unirse con el capitán y explorar el continente africano. En 1799 se dirige a España con el fin de solicitar los permisos necesarios para llegar a América.
Durante todo el viaje por el Nuevo Continente, Bonpland y Humboldt recolectaron numerosas plantas y estudiaron más de un millar de especies. Humboldt también se interesó mucho en la distribución geográfica y altitudinal de las plantas, levantando perfiles de mapas sobre la distribución de diversas asociaciones vegetales. En sus viajes descubrió el principio ecológico de la relación entre la latitud y la altitud, al describir que subir una montaña en el trópico es análogo a viajar desde el Ecuador hacia el norte o hacia el sur, en términos de clima y vegetación.
Breviario del Nuevo Mundo
Escenario de un mundo inmenso
Las posesiones españolas del Nuevo Continente ocupan la inmensa extensión de terreno comprendida entre los 41° 43’ de latitud austral y los 37° 48’ de latitud boreal. Este espacio de 79º es no solo igual en largo a toda el África, sino que es mucho más ancho que el imperio ruso, el cual comprende 167º de longitud en un paralelo cuyos grados no son sino la mitad de los grados del Ecuador.
El punto más austral del Nuevo Continente habitado por los españoles es el fuerte Maulín, cerca del pueblo de Carelmapu en las costas de Chile, enfrente del extremo septentrional de la isla de Chiloé. Se ha empezado a abrir un camino desde Valdivia hasta este fuerte de Maulín; empresa atrevida, pero tanto más útil cuanto un mar constantemente agitado hace aquella costa siempre peligrosa e inaccesible gran parte del año. Al sur y sudeste del fuerte Maulín, en el golfo de Ancud y en el de Reloncavi por el cual se va a los grandes lagos de Nahuelhapi y de Todos Santos, no hay establecimientos españoles. Por el contrario, hay algunos en las islas vecinas de la costa oriental de Chiloé, hasta los 43° 34’ de latitud austral en que está la isla Cailín, enfrente de la alta cima del Corcovado, habitada por algunas familias de origen español.
El punto más septentrional de las colonias españolas es la Misión de San Francisco en las costas de la Nueva California, a 7 leguas al noroeste de Santa Cruz. Por consiguiente, la lengua española se halla extendida por un espacio de más de 1.900 leguas de largo. Bajo el sabio ministerio del conde de Floridablanca1 se estableció una comunicación arreglada de correos desde el Paraguay hasta la costa noroeste de la América Septentrional. Un fraile, colocado en la misión de los indios guaranís, puede seguir correspondencia con otro misionero que habite el Nuevo México, o en los países vecinos al cabo Mendocino, sin desviarse mucho sus cartas del continente de la América española.
Los dominios del rey de España en América son de mayor extensión que las vastas regiones que la Gran Bretaña o la Turquía poseen en Asia. Se dividen en nueve grandes gobiernos que se pueden mirar como independientes unos de otros. Cinco de ellos, a saber: los virreinatos del Perú y de la Nueva Granada, las capitanías generales de Guatemala, Puerto Rico y Caracas, están comprendidos en la zona tórrida; las otras cuatro divisiones, esto es, el virreinato de México, el de Buenos Aires, la capitanía general de Chile y de La Habana, en la que se comprenden las Floridas, abrazan países cuya mayor parte está fuera de los trópicos, o sea en la zona templada. Veremos más adelante que esta posición por sí sola no es la que determina la diversa naturaleza de las producciones que ofrecen estos hermosos países. La reunión de muchas causas físicas, tales como la grande altura de las cordilleras, sus enormes masas, los muchos llanos 2 o 3.000 metros elevados sobre el nivel del Océano, dan a una parte de las regiones equinocciales una temperatura propia para el cultivo del trigo y de los árboles frutales de Europa. La latitud geográfica influye poco en la fertilidad de un país en que la naturaleza ha reunido todos los climas en la cumbre y en las faldas de las montañas.
Entre las colonias sujetas al dominio del rey de España, México ocupa actualmente el primer lugar, así por sus riquezas territoriales como por lo favorable de su posición para el comercio con Europa y Asia. No hablamos aquí sino del valor político del país, atendido su actual estado de civilización que es muy superior al que se observa en las demás posesiones españolas. Es cierto que muchos ramos de agricultura han llegado a mayor grado de perfección en Caracas que en la Nueva España. Cuantas menos minas tiene una colonia, tanto más se dedica la industria de los habitantes a sacar fruto de las producciones del reino vegetal. La fertilidad del suelo es mayor en la provincia de Cumaná, Nueva Barcelona y Venezuela: es mayor a las orillas del bajo Orinoco y en la parte boreal de la Nueva Granada que en el reino de México, en el cual las más de sus regiones son estériles, faltas de agua, y se ofrecen a la vista desnudas de vegetación. Pero considerando la grande población del reino de México, el número de ciudades considerables que están próximas unas de otras, el enorme valor del beneficio de los metales y su influencia en el comercio de Europa y Asia; examinando, en fin, el estado de poca cultura que se observa en el resto de la América española, se inclina el juicio a tener por bien fundada la preferencia que la corte de Madrid da, mucho tiempo hace, a México sobre todas las demás colonias suyas.
1 Ensayo político sobre el reino de la Nueva España. Estudio preliminar, revisión del texto, notas y anexos de Juan A. Ortega y Medina. México: 3.ª ed., Porrúa, 1978, págs. 3-4.