Condesa de Merlin
Mis doce
primeros años
Traducción, prólogo y notas
de Agustín de Palma
Barcelona 2022
linkgua-digital.com
Créditos
Título original: Mis doce primeros años.
© 2022, Red ediciones S.L.
Traducción de Agustín de Palma.
e-mail: info@linkgua.com
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN rústica: 978-84-9007-942-3.
ISBN ebook: 978-84-9007-640-8.
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Sumario
Créditos 4
Brevísima presentación 9
La vida 9
La obra 10
Dedicatoria 11
Advertencia del traductor 13
Mis doce primeros años 15
I 17
II 18
III 20
IV 21
V 23
VI 25
VII 27
VIII 28
IX 30
X 34
XI 35
XII 38
XIII 42
XIV 45
XV 47
XVI 50
XVII 51
XVIII 56
XIX 58
XX 60
XXI 62
XXII 64
XXIII 67
XXIV 69
XXV 72
XXVI 74
XXVII 75
XXVIII 78
XXIX 79
XXX 82
XXXI 84
XXXII 86
XXXIII 89
XXXIV 91
Libros a la carta 95
Brevísima presentación
La vida
María de las Mercedes de Santa Cruz y Montalvo, condesa de Merlin (1789-1852). Cuba.
Nació en una familia de la aristocracia habanera el 5 de febrero de 1789. Era hija de Joaquín de Santa Cruz y Cárdenas y María Teresa Montalvo y O’Farril, condes de Jaruco y Mompox. La condesa de Merlin ingresó en el Convento de Santa Clara en La Habana a los ocho años y harta de la vida religiosa intentó fugarse, ayudada por la madre Santa Inés, inspiradora de su libro, Historia de Sor Inés (1832).
Tras su intento de huida la familia se fue a Madrid. Allí murió su padre y, tras la invasión francesa, la familia se refugió en la casa del general Gonzalo O’Farril, quien mantenía muy buenas relaciones con José Bonaparte. En ese ambiente conoció a Goya, Quintana y Meléndez Valdés y al conde de Merlin, con quien se casó a los veinte años.
Con la derrota de los franceses el matrimonio marchó a París. Figuras políticas y artistas frecuentaron su salón; entre ellos, la princesa de Caraman, Lord Palmerson, el general Lafayette, el conde de Orsay, Victor Hugo, Honoré de Balzac, Alfred de Musset, Alphonse de Lamartine, Franz Liszt, Gioachino Rossini, George Sand, José de la Luz y Caballero, José Antonio Saco y Domingo del Monte.
La condesa de Merlin viajó por Alemania, Suiza, Inglaterra e Italia. Enviudó en 1839 y en 1840 regresó a Cuba, y escribió Viaje a La Habana (1844). Por entonces fue acusada de plagiar a Cirilo Villaverde, José Antonio Saco, y Ramón de Palma. Félix Tanco y Bosmeniel fue unos de sus principales detractores con su Refutación al folleto intitulado Viage a La Habana, publicado en 1844. En el bando opuesto, estuvieron Gertrudis Gómez de Avellaneda y Gabriel de la Concepción Valdés, quien le dedicó una oda sentimental a su partida de La Habana en 1840.
Tras Mis primeros doce años, publicó Historia de Sor Inés (1832), Souvenirs et Mémoires (1836), Los pasatiempos de las mujeres del mundo (1838), Madame Malinbran, Los esclavos en las colonias españolas (1841), Viaje a La Habana (1844), Lola y María y Las leonas de París (1845) y Le Duc d’Athènes (1852). La condesa de Merlín, murió el 31 de marzo de 1852, en el Castillo de Dissay, a las afueras de Poitiers, en Francia.
La obra
Mis doce primeros años relata la infancia de la condesa de Merlin, su reclusión en un convento habanero, sus intentos de fuga del mismo entre otras diversas peripecias adolescentes. Estas memorias son asimismo un libro de viaje a través del Atlántico, Cadiz, Sevilla, Aranjuez y Madrid. En esta última ciudad aparecen personajes de la talla de Goya o de los poetas Arriaza, Quintana, Maury, o Melendez.
Dedicatoria
A la señora doña Mariana Romay de la Luz,
Su amigo, Agustín de Palma
Advertencia del traductor
La circunstancia plausible de ser hija de La Habana la autora de este precioso escrito, es un motivo muy poderoso para que todas sus paisanas se consagren a leerle.
Mis doce primeros años son un relato sencillo de los recuerdos de la niñez de la condesa de Merlin.1 Y aunque en esa época de la vida son de tan poca importancia los acaecimientos en que tenemos una parte activa, la autora les ha sabido comunicar tal grado de interés y encanto, que su lectura produce una impresión sumamente grata y lisonjera a todos los que se enorgullecen con su paisanaje.
La condesa de Merlin reside en París, hace muchos años, ostentando en aquella capital del mundo civilizado todos los tesoros de su entendimiento, todas las gracias de su persona y de su amable carácter. Rodeada de encantos, de monumentos grandiosos y de notabilidades de todos géneros, no ha olvidado a su querida patria, y volviendo una dulce mirada de júbilo al suelo venturoso que le diera el ser, le ha enriquecido con los recuerdos de su infancia ¿Qué habanera no sentirá en su corazón un placer indefinible al leer a Mis doce primeros años, escritos en París por una criolla, en un estilo suelto, elegante y afectuoso? Todas las cubanas deben apresurarse a adquirir esta preciosa obrita, que al propio tiempo de agradarles, servirá de estímulo para que algunas otras imiten a la ilustre condesa de Merlin.
Muchos elogios podrían hacerse de esta obrita; pero consideramos que su lectura le granjeará todos los que merece; no necesita de los nuestros. Sin embargo no podemos menos de decir, que su lenguaje está lleno de sentimiento y de colorido. El alma se dilata y tributa el debido homenaje de reconocimiento y admiración a la mano bienhechora, que trazando unas líneas tan exquisitas, le hace gozar momentos deliciosos.
Agustín de Palma
1 Hemos respetado de la ortografía francesa del apellido de la autora. (N. del E.)
Mis doce primeros años
No es una novela lo que va a leerse; es un simple relato de los recuerdos de mi niñez, debido a la casualidad. Paseándome sola en el campo una tarde de verano, entregada a una dulce melancolía, me sentí poco a poco transportada a lo pasado; buscaba allí en el curso de mi vida, los momentos en que había creído vislumbrar la imagen de la felicidad, y mi país, mi infancia vinieron naturalmente a presentarse a mi pensamiento. Era esto como un dulce sueño; quise prolongarle. Al volver a casa torné la pluma, y tracé este ligero bosquejo de las primeras impresiones de mi vida.
Dedicándole a mis amigos creo hacerles casi una confianza; no les pido en cambio más que un poco de Simpatía. Muy lejos de mí la pretensión de ser autora.
Pienso porque siento, y escribo lo que pienso. He aquí todo mi arte.
I
Muchas veces has deseado, querida Leonor, que te haga una relación de mis primeros años. Su historia es sencilla, si la vida está en los acontecimientos; pero no carecerá de interés para aquellos seres, cuya existencia se encuentra dentro de sí mismos, más que en lo exterior; en quienes la reflexión se ha convertido en hábito, y que poseyendo el germen de una gran fuerza moral, se anticipan con frecuencia a la experiencia propia, y comprenden, por instinto, las pasiones y los sentimientos de otros. He nacido en La Habana; mi padre descendiente de una de las primeras familias de la ciudad, se halló al salir de la infancia dueño de un caudal inmenso. Se enamoró y casó a los quince años de edad con mi madre, que entraba apenas en los doce, hermosa como el día, y reuniendo todos los encantos naturales con que el cielo en su munificencia, puede dotar a una mortal. Su primera hija los colmó de alegría, y podría decir de sorpresa, especialmente a mi madre, que acababa de dejar las muñecas; así es que ningún pesar turbó su rostro, cuando se les anunció mi sexo; algo más tarde, las preocupaciones del mundo los hubieran hecho desear un hijo, y la experiencia de la vida los habría inquietado sobre la suerte de su hija. Pocos días después de mi nacimiento recibió mi padre una carta de un tío suyo establecido en Italia había largo tiempo, y que era el único pariente que le quedase por parte de padre. Le rogaba en ella con mucha instancia que fuese a verle lo más pronto, pues la extenuación de sus fuerzas le hacía presentir un fin cercano. Se resolvió la partida; mas ¿cómo se haría emprender un viaje tan largo, por mar, a una niña de tan tierna edad? Después de mucha perplejidad, lágrimas y sentimiento, se decidió, que yo quedaría confiada al cuidado de mi bisabuela materna; y que la ausencia de mis padres no pasaría de seis meses; pero la suerte había dispuesto otra cosa. Ellos partieron, y la felicidad compañera de la infancia, me impidió calcular el tamaño de mi pérdida. Este primer suceso de mi vida tuvo una influencia grandísima en mi educación y en mi destino.
II
Fui entregada en los brazos de mi bisabuela. ¡Oh, cómo palpita mi corazón con solo nombrar aquel ángel de bondad! Jamás se ha presentado la vejez bajo un aspecto tan halagüeño, tan dulce; era como lo ideal de su edad. A una igualdad inalterable de carácter, reunía la indulgencia, y buen humor: después de haber colocado a once hijos y de haberles consolidado su caudal, se hallaba en posesión del amor y del respeto de todos los que la rodeaban. Me acuerdo de haber asistido en su casa a varias reuniones de familia en las que se contaban en línea recta, noventa y cinco personas: yo era el último anillo de la cadena.
El cariño que profesaba a Mamita, era superior a mi edad: en él encontraba el germen de todos los afectos de mi alma. El amor que le tenía era una especie de culto, y mi corazón apasionado daba pruebas, sin un conocimiento cierto, de un poder que más tarde podría llegar a ser funesto.
Mamita había sido de una rara belleza, y conservaba todavía la de su edad; su pelo blanco como la nieve, suspendido con gracia y atado en trenzas sobre la cabeza, dejaba enteramente descubierta una frente perfectamente delineada, y unos ojos azules de una dulzura angelical. Sus facciones finas y delicadas descubrían toda entera su alma por una expresión indecible de calma y benevolencia habitual; así como la blancura apenas coloreada de su tez, parecida a una gasa, cubría ligeramente unas delgadas venas azules, que le daban, aun en su edad, casi el atractivo de la juventud. Era de mediana estatura, no gruesa, y sumamente aseada; siempre vestida de blanco y tan prolija en su tocador, que llegaba la noche sin notarse la más mínima alteración ni en su peinado, ni en los pliegues de su vestido. Me miraba con una ternura tan viva, que sus hijos con frecuencia, y solamente por chanza, le daban algunas quejas sobre esto. «¡Qué quieren ustedes, les decía ella con agrado; el último grado de mi existencia le toco en ella, dejádmele gozar!» Y ellos en encarecerle su ternura, y yo en aprovecharme de ella. He aquí cómo se han pasado los primeros años de mi vida. Rodeada siempre de amor y de los cuidados más tiernos, la ausencia de mis padres era para todos los que se hallaban a mi lado, un nuevo motivo de interesarse por mí; toda la familia tenía derecho de consentirme, y nadie tenía el de tratarme con severidad. Ha resultado de esto, que habiendo nacido sensible y confiada, y no habiendo recibido en mi niñez, más que impresiones análogas a estas inclinaciones, me había imaginado que el mundo estaba poblado de amigos, y que solo habíamos nacido para amarnos y hacernos mutuamente felices. La experiencia ha rectificado después lo que había de exageración en estas ideas; pero siempre he conservado una cierta disposición para ir llena de confianza al encuentro de los corazones, que me parecían bien dispuestos hacia mí; creía hallar en ellos amigos de infancia, y cuando me he equivocado, lejos de resfriarse mi alma y replegarse en sí misma, le ha dado más entrada a los sentimientos de inclinación. En el día, el conocimiento del mundo me ha demostrado los inconvenientes anexos a este carácter, y he deducido una triste verdad; esta es, que el exceso de benevolencia en una mujer, es una de las disposiciones que hay más que temer para su felicidad.
III
Creo que a un mismo tiempo aprendí a leer y a hablar, a lo menos no lo conservo en la memoria; pero mi primera instrucción fue muy descuidada, por el temor de contrariarme, y como el gusto al trabajo solo es el resultado de la razón o de la costumbre, me agradaba mucho más evitar una sujeción cuya utilidad desconocía, y prefería los juegos y las travesuras. De estas no se escapaban ni mis preceptores, ni los compañeros de mi niñez; y me acuerdo de haber hecho volar por los aires el gorro de un viejo maestro que me enseñaba a escribir; que no pudiendo conseguir el que yo formase los renglones, se le ocurrió enseñarme a ayudar a misa. Mis juegos se resentían de aquel espíritu de libertad, o más bien, de dominación en que había sido criada. Siempre hacía yo por derecho, el primer papel, y no le cedía sino a aquellos a quienes amaba más. Nadie podía valerse de autoridad para traerme a la razón. Si cometía una falta no se empleaba conmigo otro medio que el de la persuasión, haciendo que obrasen los sentimientos del corazón, y creo que a estos nunca me he resistido.
¿Qué ha resultado de aquí? que mi sensibilidad puesta en acción desde temprano, tuvo un desarrollo precoz, y tomó un grado de exaltación, que ha conservado siempre.
Tenía yo una tía, hermana de mi abuela, apenas de veinticinco años de edad, que vivía con Mamita. La quería tiernamente; ella fue la que me dio las primeras lecciones de gramática francesa, y a ella debo mi primera instrucción religiosa. Ella en fin, me había llevado insensiblemente con su dulzura y jovialidad a mirar la ocupación como un placer.
IV
En esa época (tenía yo cerca de ocho años y medio) regresó mi padre de Europa. Se le había nombrado inspector general de las tropas de la isla de Cuba; y aunque este cargo debiese fijar su residencia en La Habana, el gusto decidido de mi madre por la Europa, hizo que mi padre pidiese al rey permiso para limitar su inspección a frecuentes viajes. Mi madre se quedó en Madrid con mi hermana y mi hermano, nacidos en España.