Antonio de Guevara
Libro primero
de las epístolas familiares
Barcelona 2021
linkgua-digital.com
Título original: Libro primero de las epístolas familiares.
© 2021, Red ediciones S.L.
e-mail: info@linkgua.com
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN rústica: 978-84-9816-689-7.
ISBN ebook: 978-84-9897-543-7.
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Sumario
Créditos 4
Presentación 17
La vida 17
Preliminares 19
Libro Primero 21
1. Razonamiento hecho a su majestad en el Sermón de las alegrías, cuando fue preso el rey de Francia, en el cual se le persuade a que use de su clemencia en recompensa de tan gran victoria 21
2. Razonamiento hecho a su majestad del emperador y rey, nuestro señor, en un sermón del día de los reyes, en el cual se declara cómo se inventó este nombre de rey, y cómo se halló este título de emperador. Es materia muy aplacible 23
3. Razonamiento hecho al emperador nuestro señor sobre unas medallas antiquísimas que mandó al autor leer y declarar. Tócanse en él muchas antigüedades 29
4. Razonamiento hecho a la reina germana sobre quién fue el filósofo Ligurguio y de las leyes que hizo 35
5. Letra para don Alonso Manrique, Arzobispo de Sevilla, y para don Antonio Manrique, duque de Nájara, sobre que le eligieron por juez en una porfía muy notable 42
6. Letra para el condestable don Iñigo de Velasco, en la cual le persuade el autor que en la toma de Fuenterrabía primero se aproveche de su cordura que experimente su fortuna 49
7. Letra para don Antonio de Zúñiga, prior de San Juan, en la cual se le dice que aunque haya en un caballero que reprender, no ha de haber que afear 52
8. Letra para el conde de Miranda, en la cual se expone aquella palabra de Cristo que dice: «Jugum meum sueve est». Es una de las notables cartas que el autor escribe 56
9. Letra para don Pedro Girón, en la cual el autor toca la manera del escribir antiguo 61
10. Letra para don Iñigo de Velasco, condestable de Castilla, en la cual el autor toca la brevedad que tenían los antiguos en el escribir 66
11. Letra para el marqués de Pescara, en la cual el autor toca qué tal ha de ser el capitán en la guerra 71
12. Letra para don Alonso de Albornoz, en la cual se toca que es caso de mala crianza no responder a la carta que le escriben 75
13. Letra para don Gonzalo Fernández de Córdoba, Gran capitán, en la cual se toca que el caballero que escapó de la guerra no debe más dejar su casa 79
14. Letra para don Enrique Enríquez, en la cual el autor le responde a muchas demandas graciosas 84
15. Letra para don Antonio de la cueva, en la cual se expone una autoridad de la sacra escritura muy notable, es a saber, por qué Dios no oyó al apóstol y oyó al demonio contra Job 87
16. Letra para el maestro fray Juan de Benavides, en la cual se expone lo que dice en la escritura. «Spiritus domini malus arripiebat saulem» 91
17. Letra para el marqués de los Vélez, en la cual se escribe algunas nuevas de Corte 94
18. Letra para el obispo de Túy, nuevo presidente de Granada, en la cual le dice qué es el oficio de los presidentes 99
19. Letra para el guardián de Alcalá, en la cual se expone aquello del salmista que dice: «descendant in infernum viventes» 102
20. Letra para don Diego de Camiña, en la cual se trata cómo la envidia reina en todos. Es letra notable 105
21. Letra para don Juan de Mendoza, en la cual se declara qué cosa es ira y cuán buena es la paciencia 108
22. Letra para el embajador don Jerónimo Vique, en la cual se trata cuán dañosa es la mucha libertad 112
23. Letra para el mismo don Jerónimo Vique, en la cual se declara un epitafio romano 116
24. Letra para el obispo de Badajoz, en la cual se declaran los fueros antiguos de Badajoz 119
25. Letra para don Juan de Palamós, en la cual se declara quién fue el caballo Seyano y oro tolosano 126
26. Letra para el duque de Alba, don Fadrique de Toledo, en la cual se trata de las enfermedades y provechos dellas 129
27. Letra para don Pedro de Acuña, conde de Buendía, en la cual se declara la profecía de una sibila 132
28. Letra para don Iñigo Manrique, en la cual se cuenta lo que aconteció en Roma a un esclavo con un león. Es historia muy sabrosa 136
29. Letra para don Pedro de Acuña, conde de Buendía, en la cual se toca en cómo los señores han de gobernar sus estados. Es letra muy notable para los que de nuevo heredan 145
30. Letra para el almirante don Fadrique Enríquez, do declara que los viejos se guarden del año de sesenta y tres 156
31. Letra para el almirante don Fadrique Enríquez, en la cual se expone por qué Abrahán y Ezequiel cayeron de buces y Heli y los judíos, de colodrillo 159
32. Letra para el abad de Montserrat, en la cual se tocan los oratorios que tenían los gentiles, y que mejor vida es vivir en Montserrat que no en la corte 162
33. Letra para el almirante don Fadrique Enríquez, en la cual se declara una autoridad de la sagrada escritura muy bien tocada 166
34. Letra para el gobernador Luis Bravo, porque se enamoró siendo viejo. Es letra que conviene que lean los viejos antes que emprendan amores 169
35. Letra para el mismo comendador don Luis Bravo, en la cual se ponen las condiciones que han de tener los viejos honrados, y que el amor tarde o nunca sale del corazón do entra 174
36. Letra para don Diego de Guevara, tío del autor, en la cual le consuela de haber estado malo y de habérsele apedreado el término 180
37. Letra para el maestro Gonzalo Gil, en la cual se expone aquello que dice el salmista: «inclinavi cor meum ad faciendas justificationes tuas in eternum» 184
38. Letra para el abad de san Pedro de Cardeña, en la cual se alaba la tierra de la montaña 187
39. Letra para el doctor Manso, presidente de Valladolid, en la cual se declara que en el negocio ajeno puede hombre ser importuno 189
40. Letra para el conde de Benavente, don Alonso Pimentel, en la cual se trata la orden y regla que tenían los antiguos caballeros de la banda. Es letra notable 192
41. Letra para el condestable de Castilla don Íñigo de Velasco, en la cual se toca que el hombre cuerdo no debe fiar de la mujer ningún secreto 202
42. Letra para el condestable don Íñigo de Velasco, en la cual se toca que en el corazón del buen caballero no debe reinar pasión ni enojo 204
43. Letra para el condestable don Íñigo de Velasco, en la cual se le dice lo que el marqués de Pescara dijo de Italia 207
44. Letra para el condestable don Íñigo de Velasco, en la cual se declaran los precios de a cómo solían valer muchas cosas en Castilla 208
45. Letra para don Alonso de Fonseca, obispo de Burgos, presidente de las Indias, en la cual se declara por qué los reyes de España se llaman reyes Católicos 213
46. Letra para Mosén Rubín, valenciano y enamorado, en la cual se ponen los enojos que dan las enamoradas a sus amigos 218
47. Letra para el obispo de Zamora don Antonio de Acuña, en la cual es gravemente reprehendido por ser capitán de los que en tiempo de las comunidades alborotaron el reino 222
48. Letra para el obispo de Zamora, don Antonio de Acuña, en la cual le persuade el autor que se torne al servicio del rey 227
49. Letra para don Juan de Padilla, capitán que fue de los comuneros contra el rey en la cual le persuade el autor que deje aquella infame empresa 231
50. Letra para un caballero amigo secreto del autor, en la cual se avisa y reprehende a que no sea avaro y mezquino. Es letra muy notable 235
51. Letra para doña María de Padilla, mujer de don Juan de Padilla, en la cual le persuade el autor se torne al servicio del rey y no eche a perder a Castilla 240
52. Razonamiento hecho en Villa Bráxima a los caballeros de la Junta, en el cual el autor les requiere con la paz en nombre del rey y les dice muchas y muy notables cosas 245
53. Letra para el comendador Alonso Juárez, corregidor de Murcia, en la cual el autor le responde al parabién que le enviaba del obispado. Y tócanse en la carta muy notables cosas 253
54. Letra para el doctor Melgar, médico, en la cual se toca por muy alto estilo el daño y el provecho que hacen los médicos 257
55. Letra para Mosén Puche, valenciano, en la cual se toca largamente cómo el marido con la mujer y la mujer con el marido se han de haber. Es letra para dos recién casados 272
56. Letra para el duque de Alba, don Fadrique de Toledo, en la cual se expone una autoridad del apóstol y se tocan algunas notables antigüedades 291
57. Letra para el doctor coronel. Es letra familiar en la cual le responde el autor a ciertas cosas 294
58. Letra para don Juan Perelloso Aragonés, en la cual se trata que las mujeres que tienen a sus maridos ausentes las hemos de socorrer, mas no ir a visitar 296
59. Letra para don Hernando de Toledo, en la cual se exponen dos autoridades de la Sagrada Escritura y de lo que los egipcios hacían por los amigos muertos 298
60. Letra para Mosén Rubín, valenciano y viejo, en la cual se le responde a ciertas preguntas muy notables. Es letra para la mujer que se casa con algún viejo 302
61. Letra para el comendador Angulo, en la cual se tocan muchas buenas doctrinas y avisos, en especial de cómo se han de haber los hombres recién casados 305
62. Letra para don Pedro Girón cuando estaba desterrado en Orán. Es letra muy notable para todos los hombres que están desterrados y atribulados 311
63. Letra para don Enrique Enríquez, en la cual el autor cuenta la historia de tres enamoradas antiquísimas, y es letra muy sabrosa de leer, en especial para los enamorados 322
64. Letra para don Fadrique de Portugal, Arzobispo de Zaragoza y viso rey de Cataluña, en la cual el autor le envía una carta de Marco Aurelio, no de las cartas de amores, las cuales muestra pena por haberlas traducido 332
65. Letra para el almirante don Fadrique, en la cual el autor toca la manera que tenían los antiguos en las sepulturas, y de los epitafios que ponían en ellas. Es letra notable y graciosa 338
66. Letra para el regidor Tamayo, en la cual se toca que el hombre honrado no debe tener su casa infamada 348
67. Letra para el alcayde Hinestrosa Sarmiento, en la cual se toca que de no castigar los padres a sus hijos salen después traviesos 350
68. Letra para el canónigo Íñigo Osorio, en la cual se toca cuán poco es lo que sabemos de lo que nos está bien ni mal en esta vida 352
69. Letra para el capitán Cerezeda, en la cual se ponen las señales del hombre que se quiere morir 354
Libro Segundo 357
1. Razonamiento hecho a su majestad en un sermón de la cuaresma, en el cual se trata el perdón que pidio Cristo al padre de sus enemigos 357
2. Razonamiento hecho a su majestad en un sermón de la cuaresma, en el cual se toca la conversión del buen ladrón por muy alto estilo 369
3. Letra para don Francisco de Mendoza, obispo de Palencia, en la cual se declara y condena cuán torpe cosa es decir «bésoos las manos» 390
4. Razonamiento hecho a su majestad en un sermón de cuaresma, a do se expone una palabra del psalmista, que dice: «Irascimini et nolite peccare» 394
5. Razonamiento del autor hecho a los religiosos de su orden en un capítulo provincial, en la villa de Peñafiel. Año MDXX 400
6. Razonamiento del autor hecho a los religiosos de su orden, en un capítulo general 404
7. Razonamiento que el autor hizo predicando en un capítulo general de su orden es doctrina para religiosos 408
8. Razonamiento que hizo el autor en un velo de una monja ilustre: tócanse en él altas doctrinas para religiosos 413
9. Razonamiento que hizo el autor a sus religiosos, siendo guardián de la ciudad de Soria, la noche de la calenda, en el cual toca muy grandes documentos para los buenos religiosos 423
10. Razonamiento que hizo el autor en el monasterio de Arévalo siendo allí guardián, dándola profesión a un religioso 429
11. Razonamiento que hizo el autor a la emperatriz y a sus damas en un sermón de cuaresma, en el cual toca por alto estilo el bien y el mal que hace la lengua 441
12. Razonamiento hecho a la emperatriz Nuestra Señora, en un sermón que le hizo el autor, día de la transfixión de Nuestra Señora 456
13. Letra para el doctor Micer Sumier, regente de Nápoles, en la cual el autor le responde a ciertas preguntas que le envió 479
14. Letra para el comendador Alonso de Bracamonte, en la cual el autor le reprehende de los excesos que hace y le consuela de los trabajos que padece 486
15. Razonamiento hecho delante la serenísima reina de Francia doña Leonor, en un sermón de cuaresma, en el cual se trata de cómo no hay cosa más preciosa que es la honra 488
16. Razonamiento hecho a la serenísima reina germana, en un sermón que mandó hacer al autor, del amor de dioses materia muy delicada y en que el autor cortó muy delicada la pluma 506
17. Letra para el doctor don Juan de Biamonte, veinticuatro de Sevilla, en la cual se expone un antiguo refrán de Grecia 525
18. Letra para el licenciado Rodrigo Morejón, en la cual se expone una autoridad del filósofo. Es letra muy notable para los jueces del crimen 531
19. Letra para Garcisánchez de la Vega, en la cual le escribe el autor una cosa muy notable que le contó un morisco en Granada 534
20. Letra para don Alonso Manrrique, arzobispo de Sevilla, en la cual se declara una autoridad de la sagrada escritura. Es letra muy notable para que los jueces y perlados no sean muy rigurosos 536
21. Letra para doña Francisca de Guevara, dama y hermana del autor, en la cual se expone las letras de una su medalla, las cuales eran de la Sagrada Escritura. Es letra de muy alto estilo 544
22. Letra para el comendador Aguilera, en la cual se queja el autor de no le haber respondido, ni condescendido a un ruego 551
23. Letra para un judío de Nápoles sobre una disputa que hubo con el autor, y expónese la autoridad de la escritura, que dice: «non abominaberis Egiptum neque idumeum» 553
24. Letra para don Francisco Manrique, en la cual el autor toca por delicado estilo de cuán peligrosa cosa es osar el hombre casado ser amigado 558
25. Letra para el comendador Rodrigo Enríquez, en la cual se expone la autoridad del santo Job, que dice, «factus sum mihi metipsi gravis» 564
26. Razonamiento hecho a la serenísima reina de Francia, madama Leonor, en el cual el autor le cuenta muy por estenso quién fue la reina Cenobia 571
27. Letra para don Beltrán de la Cueva, duque de Alburquerque y conde de Ledesma, en la cual el autor le consuela de la muerte de su nuera, doña Constanza de Leiva 580
28. Disputa muy famosa que el autor hizo con los judíos de Nápoles, en la cual les declara los altos misterios de la Trinidad 586
29. Disputa y razonamiento del autor hecho con los judíos de Roma, en el cual se declaran dos muy notables autoridades de la Sacra Escritura 591
30. Carta del filósofo Plutarco al emperador Trajano, en la cual se toca que los gobernadores de repúblicas deben ser pródigos de obras y escasos de palabras. Intérprete, don Antonio de Guevara 604
31. Carta del emperador Trajano a su maestro Plutarco, en la cual se toca que al hombre bueno puédenle desterrar, mas no deshonrar. Intérprete, don Antonio de Guevara 607
32. Carta del emperador Trajano al Senado de Roma, en la cual se toca que la honra hase de merecer, mas no procurar. Intérprete, don Antonio de Guevara 610
33. Carta del emperador Trajano al Senado de Roma, en la cual se toca que los gobernadores de las repúblicas han de ser amigos de negociar y enemigos de atesorar. Intérprete, don Antonio de Guevara 614
34. Letra del Senado romano al emperador Trajano, en la cual se toca que España solía dar a Roma oro de las minas, y después le dio emperadores que gobernasen sus repúblicas. Intérprete, don Antonio de Guevara 618
35. Letra para un amigo secreto dél autor, en la cual le reprehende a él y a todos los que llaman «perros», «moros», «judíos», «marranos», a los que se han convertido a la fe de Cristo 621
36. Letra para don Alonso Espinel, corregidor de Oviedo, el cual era viejo muy pulido y requebrado, a cuya causa toca el autor en cómo los antiguos honraban mucho a los viejos 627
37. Letra para el arzobispo de Barri, en la cual el autor le declara una palabra que predicó en un sermón de jueves de la cena 638
38. Letra para una señora y sobrina del autor, que cayó mala del pesar que tuvo, porque se le murió una perrilla. Es letra cortesana, y con palabras muy graciosas escrita 643
39. Razonamiento hecho a la serenísima reina de Francia, en un sermón de la transfiguración, en el cual se toca por muy alto estilo, el inmenso amor que Cristo nos tuvo 647
40. Letra para el conde Nasaot y marqués de Cenete, en la cual, le declara el autor por qué los de la secta de Mahoma unos se llaman Moros, otros Sarracenos y otros Turcos 654
41. Letra para el jurado Nuño Tello, en la cual toca el autor por muy buen estilo las condiciones del buen amigo 662
42. Letra para Micer Pere Pollastre, italiano, amigo del autor, en la cual se toca quán infame cosa es andar los hombres cargados de olores y por más risas. Es letra para personas avisadas 666
43. Letra para el abad de Compluto, en la cual se declara por qué dios da tribulaciones a los justos 673
Libros a la carta 677
La vida
Antonio de Guevara (Treceño, entre 1475 y 1481-Mondoñedo, 1545) España.
A los doce años entró en la Corte de los Reyes Católicos y en 1504, ingresó en el Convento franciscano de Valladolid. Fue Inquisidor en Toledo y en Valencia y Obispo de Guadi. Acompañó a Carlos V en sus viajes por Italia y su campaña a Túnez. Fue Predicador y Cronista Oficial y murió siendo obispo de Mondoñedo.
Las Epístolas familiares son un conjunto de textos publicados en dos libros que contienen ochenta y cinco cartas, veintidós razonamientos, discursos y sermones. El primero libro apareció en 1539, y el segundo en 1542.
Las Epístolas tratan sobre temas variados: consejos a viudas, y hasta una censura a una sobrina desesperada por la muerte de su perra. Contiene sátiras, chistes, anécdotas, transcripciones y comentarios diversos. Hay epístolas de interés político y también histórico, otras hablan de la influencia de los humores en las enfermedades, de los enojos que hacen padecer a los enamorados, del tocado de las damas, y en otras se comentan textos sagrados.
Cada epístola está dirigida a personas de su tiempo, entre otros: a Alonso Manrique, arzobispo de Sevilla; don Jerónimo Vique, embajador; don Gonzalo Fernández de Córdoba, Gran Capitán; y a mosé Puché. Ellas muestran un panorama de la vida social, política, jurídica y religiosa, del reinado de Carlos V.
El autor al lector
El divino Platón, Falaris el tirano, Séneca el hispano y Cicerón el romano se quejan una y muchas veces que las epístolas que a sus amigos escribían, no solo se las hurtaban, mas aún a sí mismos las intitulaban, haciendo se dellas actores y escritores. La queja que aquellos varones ilustres tenían entonces, tengo agora yo: de que las epístolas que algunas veces he escrito a mis parientes y amigos, mal escritas y peor notadas, no solo me las han hurtado, mas aun a sí mismos intitulado, callando el nombre del que la escribió, y aplicando la a sí el que la hurtó, de manera que apenas he escrito letra que amigos no me la lleven, o ladrones me la hurten. Confieso a Nuestro Señor que jamás escribí carta con pensamiento que había de ser publicada, ni menos impresa, porque si tal yo pensara, por ventura cortara más delgada la pluma, y me aprovechara de más alta elocuencia. Viendo, pues, que unos me las hurtaban, otros las imprimían, y otros por suyas las publicaban, acordé de las repasar, y con todos comunicar, porque el sabio y discreto lector, por el estilo en que éstas escribo, conocerá las que por allá me han hurtado. Reconociendo, pues, mis memoriales, y buscando mis borradores, hallé estas pocas epístolas que aquí van, muchas de las cuales van impresas como a la letra fueron escritas, y otras dellas también fueron castigadas y pulidas, porque muchas cosas se suelen escribir a los amigos, que no se han de publicar a todos.
S. C. C. R. M.
Solón Solonino mandó en sus leyes a los atenienses, que el día que hubiesen vencido alguna batalla, ofreciesen a los dioses grandes sacrificios, y hiciesen a los hombres grandes mercedes, porque para otra guerra tuviesen a los dioses muy propicios, y a los hombres muy contentos. Plutarco dice que cuando los griegos quedaron vencedores en la muy nombrada batalla Maratona, enviaron al templo de Diana, que estaba en Éfeso, a ofrecer le tanto número de plata, que se dudaba quedar otro tanto en toda la Grecia. Cuando Camilo venció a los etruscos y volscos, que eran mortales enemigos de los Romanos, acordaron todas las mujeres romanas de enviar al oráculo de Apolo, que estaba en Asia, cuanto oro y plata tenía cada una, sin guardar para sí mismas ni una sola joya. Cuando el cónsul Silla fue vencedor del muy valeroso rey Mitrídates, tomole tan gran placer en su corazón, que no contento de ofrecer al dios Mars todo cuanto había habido de aquella guerra, le ofreció también una ampolla de su sangre propia. El muy famoso y muy glorioso duque de los hebreos Jethé, hizo voto solemne, que si Dios le tornaba victorioso de la guerra a do iba, ofrecería en el templo la sangre y vida de una sola hija que tenía: el cual voto así como lo prometió lo cumplió. Destos ejemplos se puede colegir cuántas gracias deben dar a Dios los reyes y Príncipes, por los triunfos y mercedes que les hacen: porque si es en mano de los príncipes comenzar las guerras, es en mano de solo Dios dar las victorias. No hay cosa que en Dios ponga más descuido, que es la ingratitud de alguna merced que él haya hecho, porque las mercedes que los hombres hacen, quieren que se las sirvan: mas Dios no quiere sino que se las agradezcan. Mucho se deben guardar los Príncipes de que no sean a Dios ingratos de los beneficios a ellos hechos, porque la ingratitud del beneficio recibido hace al hombre ser incapaz de recibir otro. Al príncipe ingrato y desconocido, ni Dios ha gana de ayudarle, ni los hombres de servirle.
Todo esto he dicho, Cesárea majestad, por ocasión de la gran victoria que agora hubiste cabe Pavía, a do vuestro ejército prendió al rey Francisco de Francia, al cual en sus propias galeras os le trajeron preso en España. Caso tan grave, nueva tan nueva, victoria tan inaudita y fortuna tan cumplida a todo el mundo espanta, y a Vuestra majestad obliga, y la obligación es agradecer a Dios la victoria, y pagar a los que vencieron la batalla.
En esto veréis, Señor, cómo no hay cosa en que menos corresponda la fortuna, como es en las cosas de la guerra: pues teniendo el rey de Francia allí a su persona, y de su parte a todos los potentados de Italia, perdió la batalla, fue presa su persona, y murió allí toda la nobleza de Francia. Mucho erraría Vuestra majestad si pensase que hubo esta victoria por su prudencia, o por su potencia, o por su fortuna, porque hecho tan ilustre y caso tan heroico como éste no cabe debajo de alguna fortuna, sino de sola la providencia divina. «Quid retribuam domino pro omnibus que retribuit mihi.» Si David siendo rey, siendo profeta, siendo santo y de Dios tan privado, no sabía qué ofrecer a Dios por las mercedes que le hacía, ¿qué haremos nosotros, míseros, que no sabemos qué le decir, ni tenemos qué le dar? Somos nosotros tan poco, y podemos tan poco, y valemos tan poco, y tenemos tan poco, que si Dios no nos da qué le demos, nosotros no tenemos que le dar, y lo que nos ha de dar es gracia para servirle, y no licencia para ofenderle.
En remuneración de tan gran victoria, no os aconsejaré yo que ofrezcáis a Dios joyas ricas como los romanos, ni plata, no oro como los griegos, ni vuestra sangre propia como Mitrídates, ni aun a vuestros hijos como Jethé, sino que le ofrezcáis el desacato y inobediencia que os tuvieron los Comuneros de Castilla, porque no hay a Dios sacrificio tan acepto como es perdonar el hombre a sus enemigos. Las obras que tenemos de ofrecer a Dios salen de los cofres: el oro sale de las arcas, la sangre sale de las venas; mas el perdón de la injuria sale de las entrañas, en las cuales está ella moliendo y escarbando, y persuadiendo a la razón que disimule, y al corazón que se vengue. Más seguro les es a los príncipes ser amados por la clemencia, que no ser temidos por el castigo; porque, según decía Platón, el hombre que es temido de muchos, a muchos ha él también de temer. Los que a Vuestra majestad ofendieron en las alteraciones pasadas, dellos son muertos, dellos son desterrados y dellos están escondidos y dellos están huidos, razón es, serenísimo príncipe, que, en albricias de tan gran victoria, se alaben de vuestra clemencia, y no se quejen de vuestro rigor. Las mujeres destos infelices hombres están pobres, las hijas están para perderse, los hijos están huérfanos, y los parientes están afrentados: por manera que la clemencia que se hiciere con pocos redundará en remedio de muchos.
No hay estado en el mundo, en el cual, en caso de injuria, no sea más seguro perdonarla, que vengarla, porque muchas veces acontece, que buscando un hombre ocasión para se vengar, se acaba del todo de perder. Al gran julio César, más envidia le tuvieron sus enemigos por haber perdonado a los Pompeyanos, que de no haber muerto a Pompeyo: porque por excelencia se escribe, que nunca olvidó servicio ni se acordó de injuria. Dos emperadores hubo en Roma de semejantes en nombres, y mucho más en costumbres: al uno llamaron Nero el Cruel, y al otro Antonino Pío, los cuales sobrenombres les pusieron los romanos; al uno de Pío, porque nunca supo sino perdonar, y al otro de Cruel, porque jamás cesaba de matar. A un príncipe que sea largo en el jugar, corto en el dar, incierto en el hablar, descuidado en el gobernar, absoluto en el mandar, disoluto en el vivir, desordenado en el comer y no sobrio en el beber, no le llamaremos sino que es vicioso; mas si es cruel y vindicativo, llamar le han todos tirano; que, como dice Plutarco, no llaman a uno tirano por la ropa que toma, sino por las crueldades que hace. Cuatro emperadores ha habido deste nombre; el primero se llamó Carolo Magno; el segundo, Carolo el Bohemio; el tercero Carolo Calvo; el cuarto, Carolo Groso; el quinto, que es Vuestra majestad, querríamos que se llamase Carolo el Pío, a imitación del emperador Antonino Pío, que fue el príncipe más quisto de todo el imperio romano. Y porque dice Calístenes, que a los príncipes les han de persuadir pocas cosas, y aquéllas que sean buenas, y con buenas palabras dichas, concluyo y digo, que los príncipes con la piedad y clemencia son de Dios perdonados, y de sus súbditos amados.
S. C. C. R. M.
Hoy, día de los reyes, y en casa de reyes, y en presencia de reyes, justa cosa es que hablemos de reyes, aunque los príncipes más quieren ser obedecidos que no aconsejados. Y porque predicamos hoy delante aquel que es emperador de los romanos, y rey de los hispanos, será cosa justa y aun necesaria relatar aquí qué quiere decir rey, y de dónde vino este nombre de emperador, para que sepamos todos cómo ellos nos han de gobernar y nosotros a ellos obedecer.
Acerca deste nombre de rey es de saber que, según la variedad de las naciones, así nombraban por varios nombres a sus príncipes. Es a saber: los egipcios los llamaban faraones; los betinios, tolomeos; los partos, arsicidas, los latinos, murranos; los albanos, silvios; los sículos, tiranos, y los argivos, reyes. El primero rey del mundo dicen los argivos que fue Foroneo, y los griegos dicen que fue Codorlaomor. Cuál de estas opiniones sea verdad, sabe lo Aquél solo que es suma verdad. Aunque no sabemos quién fue el rey primero, ni quién será el último rey del mundo, sabemos a lo menos una cosa, y es que todos los reyes pasados son muertos y todos los que agora viven se morirán, porque la muerte también llama al rey que está en el trono, como al labrador que está arando. Es también de saber que en los tiempos antiguos ser alguno rey no era de dignidad, sino solamente oficio, así como lo es agora el corregidor y el regidor de la república, por manera que cada año proveían del oficio de rey que rigiese, como agora proveen a un virrey que gobierne. Plutarco dice en los libros de República que en el principio del mundo llamaban a todos los que gobernaban tiranos, y después que vieron las gentes lo que iba de los unos a los otros, ordenaron entre sí de llamar a los malos gobernadores tiranos, y a los buenos llamarlos reyes. Puédese desto, Serenísimo Príncipe, colegir que este nombre de rey está consagrado a personas beneméritas, y que sean provechosas a las repúblicas, porque de otra manera no merece llamarse rey el que no sabe bien gobernar.
Cuando Dios puso casa, y constituyó para sí república en tierra de los egipcios, no quiso darles reyes que los gobernasen, sino duques que los defendiesen, es a saber: a Moisés, a Josué, a Gedeón a Jethé y a Sansón. Y esto hizo Dios, por excusarlos de pagar tributos, y aun porque fuesen tratados como hermanos, y no como vasallos. Duró esta manera de gobernación entre los hebreos hasta el tiempo del gran Helí, sacerdote, so cuya gobernación pidieron los israelitas rey que gobernase sus repúblicas, y pelease en sus guerras, y entonces les dio Dios a Saúl rey, y esto mucho contra su voluntad; de manera, que el postrero duque de Israel fue Helí, y el primero rey fue Saúl.
En el principio que Roma se fundó y los romanos comenzaron a enseñorear el mundo, luego criaron reyes que los rigiesen, y capitanes que los defendiesen, y halláronse tan mal con aquella manera de gobernación, que no sufrieron más de siete reyes, y aun parecioles que habían sido setecientos. Y porque les dijeron los adivinos que este nombre de rey estaba consagrado a los dioses, mandaron los romanos que se llamase uno rey, aunque no fuese rey, y éste fuese el sumo sacerdote del templo del dios Júpiter, por manera que tenía el nombre solamente de rey, y el oficio de sacerdote.
Dicho deste nombre de rey, digamos agora del nombre de emperadores; es, a saber: dónde se inventó, cómo se inventó y para qué se inventó, pues es el nombre de todo el mundo más acatado y aún más deseado. Aunque entre los sirios y asirios, persas, medos, griegos, troyanos, partos, palestinos y egipcios, hubo príncipes muy ilustres y valerosos en las armas, y muy estimados en sus repúblicas, nunca este nombre de emperador alcanzaron, ni dél se intitularon. En aquellos antiguos tiempos, y en aquellos siglos dorados, los hombres buenos, y los varones ilustres, no ponían su honra en títulos vanos, sino en hechos heroicos. Este nombre de emperador, los romanos le trajeron al mundo: los cuales no le inventaron para sus príncipes, sino para sus capitanes generales, de manera que en Roma no se llamaba emperador el que era señor de la república, sino el que era capitán general de la guerra. Los romanos, cada año en el mes de enero, elegían todos los oficios del Senado, y en la tal elección elegían primero al Sumo Sacerdote, que llamaban rey; luego al dictador, luego al cónsul, luego al tribuno del pueblo, luego al emperador, luego al censor y luego al edil. Puédese desta elección colegir que lo que agora es dignidad imperial era entonces solamente oficio, la cual en el mes de enero se daba y en el de diciembre se acababa. Quinto Cincinato, Fabio Camilo, Marco Marcelo, Quinto Fabio, Annio Fabricio, Dorcas Merello, Graco, Ampronio, Escipión Africano y el gran Julio César, cuando gobernaban las huestes romanas llamábanlos emperadores: mas después que en el Senado les quitaban el oficio cada uno se llamaba de su nombre propio. Después de la gran batalla de la Farsalia, en la cual Pompeyo fue vencido, y quedó por César el campo, fue el caso que como vino a manos de César la República, rogáronle los romanos que no tornase el título de rey, pues les era muy odioso, sino que tomase otro cual quisiese, debajo del cual ellos le obedecerían y servirían. Como Julio César en aquel tiempo era capitán general de los romanos, a cuya causa se llamaba entonces emperador, eligió este nombre y no el nombre de rey, por hacer placer a los romanos; de manera que este gran príncipe fue el primero emperador del mundo y que dejó este nombre anexo al imperio. Muerto Julio César, sucedió en el imperio su sobrino Octavio: y luego Tiberio, y luego Calígula, y luego Claudio, y luego Nero, y luego Victello, y así de todos los príncipes hasta hoy, los cuales, por memoria del primero emperador, se llaman augustos y césares y emperadores.
Refiere condiciones que ha de tener el buen rey, y expone el autor una autoridad de la escritura sacra.
Declarado este nombre de rey y dicho cómo se inventó este título de emperador, justa cosa será, Cesárea majestad, digamos aquí agora cómo el buen rey ha de gobernar el reino y cómo el buen emperador ha de regir el imperio, porque siendo como son los dos oficios mayores del mundo, necesario es que los tengan los mejores dos hombres del mundo. Gran infamia sería para una persona y gran daño para la república, viésemos a un hombre arar que merecía reinar, y viésemos reinar al que merecía arar, porque habéis de saber, soberano príncipe, que la honra es muy poco tenerla y muy mucho merecerla. Si el que es solamente rey es obligado a ser bueno, el que fuere rey y emperador ¿no será obligado a ser bueno y rebueno? Los malos príncipes de mayores y menores beneficios son ingratos; mas los buenos príncipes y cristianos emperadores los servicios han de recibir arrasados, y las mercedes que hicieren han de ser cogolmadas. El príncipe que es a Dios ingrato, y de los servicios que le hacen desagradecido, en la persona se lo ven, y en su reino se lo conocen, porque en ninguna cosa pone la mano de que no salga confuso y corrido. Y porque no parezca que habíamos de gracia y lo ponemos todo de nuestra cabeza, exponemos aquí una autoridad de la Sagrada escritura, en la cual se dice que tal ha de ser el rey en su persona y cómo se ha de haber en la gobernación de la república, porque el príncipe no abasta que sea buen hombre si no es buen repúblico, ni abasta que sea buen repúblico si no es buen hombre. En el Deuteronomio, capítulo dieciocho, dijo Dios a Moisés: «Si los del pueblo te pidieren rey, dar se le has; mas mira que el rey que les dieres sea natural del reino, no tenga muchos caballos, no torne el pueblo a Egipto, no tenga muchas mujeres, no allegue muchos tesoros, no sea muy soberbio, y lea en el Deuteronomio». Sobre cada una de estas palabras, decir todo lo que se puede decir sería nunca acabar. Solamente diremos de cada palabra una sola palabra.
Ante todas cosas mandaba Dios que el rey fuese natural del reino; es, a saber: que fuese hebreo circunciso y no gentil, porque Dios no quería que fuesen gobernados los que adoraban a un Dios por los que creían a muchos dioses. El príncipe que ha de gobernar a los cristianos conviene que sea buen cristiano, y la señal del buen cristiano es cuando las injurias de Dios castiga y las suyas olvida. Entonces es el príncipe natural del reino, cuando guarda y defiende el evangelio de Cristo, porque hablando la verdad y aun con libertad no merece ser rey el que no cela su ley.
Manda también Dios que el príncipe no tenga muchos caballos; es, a saber, que no gaste los dineros de la república en tener superflua costa, en traer gran casa y en sustentar gran caballería; porque al príncipe cristiano más sano consejo le es dar de comer a pocos hombres que tener muchos caballos. No es menos sino que en las casas de los reyes y altos señores han de entrar muchos, servir muchos, vivir muchos y comer muchos; lo que en esto se reprehende es que a las veces es mucho más lo que se desperdicia que no lo que se gasta. Si en las cortes de los príncipes no hubiese tantos caballos en las caballerizas, tantos halcones en las alcándaras, tantos truhanes en las salas, tantos vagamundos por las plagas ni tanto desorden en las despensas, soy cierto que ni ellos andarían tan alcanzados ni los vasallos tan agraviados. Mandar Dios que no tenga el príncipe muchos caballos, es prohibirle que no haga gastos excesivos, porque al fin al fin ha de dar cuenta a Dios de los bienes de la república, no como señor, sino como tutor.
Manda también Dios que el que fuere rey no consienta tornarse el pueblo a Egipto; es, a saber: no le permita idolatrar ni al rey Faraón servir, porque nuestro buen Dios a Él solo quiere que adoren por Señor y tengan por Criador. Salir de Egipto es salir del pecado, y tornar a Egipto es tornar al pecado, y por eso el oficio del buen príncipe es no solo remunerar a los que bien viven, mas aún castigar a los que en mal andan. No es otra cosa tornarse uno a Egipto, sino osar ser públicamente malo; lo cual el buen príncipe no debe consentir ni con nadie en semejante caso dispensar, porque los pecados secretos han se a Dios de remitir, mas los que son públicos débelos el rey castigar. Entonces deja el príncipe tornarse alguno a Egipto, cuando públicamente le deja estar en el pecado; es, a saber: andar enemistado, tener lo ajeno, estar amancebado o ser renovero, en lo cual ofende el príncipe tanto a Dios que aunque no sea su compañero en la culpa, lo será en el otro mundo en la pena. Para que el rey gobierne bien el reino tan temido ha de ser de los malos como amado de los buenos, y si por caso tiene en su casa algún privado que sea atrevido, o algún criado que sea vicioso, debe al tal darle de su hacienda, mas no de su conciencia.
Manda también Dios al que fuere rey no tenga en su compañía muchas mujeres; es, a saber, que se contente con la reina que está casado, sin que con otras sea travieso, porque los príncipes y grandes señores más ofenden a Dios con el mal ejemplo que dan, que no con las culpas que cometen. De David, de Achad, de Asa y de Jeroboán no se queja tanto la escritura porque pecaron, cuanto se queja de la ocasión que dieron a otros a pecar, porque muy pocas veces vemos a ningún pueblo corregido cuando su señor es vicioso. Como los príncipes están en lugar más alto que todos, y valen más que todos, también ellos son más mirados que todos y aún más acechados que todos, y por eso sería yo de parecer que si no fuesen castos, a lo menos fuesen cautos. De los siete pecados mortales, por ventura es éste con el que Dios menos se ofende, y, por otra parte, es el que el pueblo más se escandaliza, porque en caso de honra nadie quiere que le rodeen la casa, recuesten la mujer, ni le sonsaquen la hija. Loan los historiadores al Magno Alejandro, a Escipión Africano, a Marco Aurelio, al grande Augusto y al buen Trajano, los cuales no solo no hacían fuerza a las mujeres libres, mas ni tocaban en las que cautivaban, y de verdad fueron justamente loados de hombres virtuosos, porque mayor ánimo es menester para resistir un vicio aparejado que para acometer a un campo poderoso.
Manda también Dios al que fuere rey que no atesore muchos tesoros; es, a saber, que no sea escaso ni avariento, porque el oficio del mercader es guardar, mas el del rey no es sino de dar. En el Magno Alejandro mucho más le loan de la largueza que tuvo en el dar, que no de la potencia en el pelear, lo cual parece claro, en que cuando queremos loar a uno no decimos es poderoso como Alejandro Magno, sino es franco como Alejandro. Lo contrario dello dice Suetonio del emperador Vespasiano, el cual de puro mísero, avaro y codicioso mandó en Roma hacer letrinas públicas, a do los hombres se proveyesen, y orinasen, y esto no con intención de tener la ciudad limpia, sino para que le rentasen alguna cosa. El divino Platón aconsejaba a los atenienses en los libros de su República que el gobernador que hubiesen de elegir fuese justo en lo que sentenciase, verdadero en lo que dije se, constante en lo que emprendiese, callado en lo que supiese y largo en lo que diese. Los príncipes y grandes señores por la potencia que tienen son temidos, y por lo mucho que dan son amados, que al fin al fin nadie sigue al rey porque es bien acondicionado, sino por pensar que es dadivoso. Mandar Dios en su ley que el príncipe no allegue tesoros, no quiere otra cosa decir sino que todos le sirvan de voluntad y él use con todos de liberalidad, porque muchas veces acontece que de ser los príncipes muy pesados en el dar, vienen después a no les querer nada agradecer. También mandaba Dios al rey que hubiese de gobernar su pueblo que no fuese soberbio, y que leyese siempre en el Deuteronomio, que era el libro de la ley.
Y porque ha sido larga esta plática, dejaremos la exposición de estas dos palabras para otro día. Resta nos de rogar al Señor dé a Vuestra majestad su gracia y a él y a nosotros su gloria: «ad quam nos perducatt Cristus Jesus, amen».
S. C. C. R. M.
Estáis los príncipes tan ocupados en negocios, y tan cargados de cuidados, que apenas os queda tiempo para dormir y comer, cuanto más para os recrear y regalar. Son tan pocas nuestras fuerzas, es tan flaco nuestro juicio, es tan vario nuestro apetito y es tan desordenado nuestro deseo, que a las veces es necesario, y aun provechoso, dar lugar a la humanidad que se recree con tal que la verdad no se afloje. Guerréanos la sensualidad con sus vicios, guerréanos la razón por ser malos, guerréanos el cuerpo por sus apetitos y guerréanos el corazón por sus deseos, a cuya causa no es necesario vadear en los unos, porque no nos acaben, y disimular con los otros, porque no desesperen. Esto digo, Cesárea majestad, porque me pareció bien y mucho bien el pasatiempo que antes de ayer le vi tomar cuando a su cámara me mandó llamar, que a la verdad las recreaciones de los príncipes han de ser tan medidas y comedidas, que ellos se recreen y los otros no se escandalicen. Arsacidas, rey de los Bathos, su pasatiempo era tejer redes para pescar; el del rey Artajerjes era hilar; el de Artabano, rey de los Hircanos, era armar ratones; el de Vianto, rey de los Lidos, era pescar ranas, y el del emperador Domiciano era cazar moscas. Teniendo los príncipes el tiempo tan limitado, y aun de todos tan mirado, los reyes que le empleaban en semejantes vanidades y liviandades no podemos decir que en aquello pasaban tiempo, sino que perdían el tiempo. Es, pues, el caso que en dejándole a Vuestra majestad la calentura de la cuartana, hacía poner delante de sí una mesa pequeña llena toda de medallas, así de oro como de plata, y de cobre, y de hierro, cosa por cierto digna de ver y mucho de loar. Holgué en ver que se holgaba de ver los rostros de aquellas medallas, y en leer las letras que tenían, y en examinar las devisas que traían: las cuales cosas todas no fácilmente se podían leer y mucho menos entender. Había entre aquellas medallas unas que eran griegas, otras latinas, otras caldeas, otras alárabes, otras góticas y aún otras germánicas. Mandóme Vuestra majestad que las mirase y las leyese, y que las más notables dellas le declarase, y de verdad el mandamiento fue muy justo y en mí más que en otro bien empleado, porque siendo como soy su imperial cronista, a mí pertenece darle cuenta y declararle lo que leyere. Yo las he mirado, leído y estudiado, y aunque algunas dellas son muy difíciles de leer y muy dificultosas de entender, trabajaré de tan claro las aclarar y por tan menudo las desmenuzar, a que no solo Vuestra majestad sepa leer la medalla, mas aún sepa el blasón y origen della.
Es de saber que los romanos más que todas las otras naciones fueron codiciosos de riquezas, y ambiciosos de honras, y así fue que por tener que gastar, y sus nombres engrandecer, seiscientos y cuarenta años tuvieron guerra con todos los reinos. En dos cosas trabajaban los romanos de dejar y perpetuar sus memorias; es, a saber, en edificios que hacían y en monedas que esculpían, y moneda no consentían esculpirla sino al que hubiese vencido alguna famosa batalla, o hecho alguna cosa muy notable en la república. Los edificios que ellos más usaban eran muros de ciudad, calzadas en los caminos, puentes en los ríos, fuentes sobre caños, homenajes sobre puertas, baños para los pueblos, arcos de sus triunfos y templos para sus dioses. Muchos tiempos pasaron en el imperio romano que los romanos no tuvieron monedas sino de cobre o de hierro, y de aquí es que las verdaderas y antiquísimas medallas no son de oro, sino de hierro, porque el primero cuño que se hizo para hundir en Roma oro fue en tiempo de Escipión Africano. Usaban, pues, los antiguos romanos poner en una parte de la moneda sus rostros sacados al natural, y de la otra parte ponían los reinos que habían vencido, los oficios que habían tenido y las leyes que habían hecho. Y porque no parezca que hablamos de gracia, es razón que demos aquí de todo lo que hemos dicho cuenta.
Dicen, pues, las letras de una de las medallas: PHORO BACT. LEG. Sepa Vuestra majestad que esta medalla es la más antigua que jamás he visto ni leído, lo cual se le parece bien en el metal de que es hecha y en el letrero con que está escrita. Para declaración della es de saber que siete fueron los inventores que dieron leyes en el mundo; es a saber, Moisés, que dio ley a los hebreos; Solón, a los atenienses; Ligurguio, a los lacedemones; Asclepio, a los rodos; Numa Pompilio, a los romanos, y Phoroneo, a los egipcios. Este Phoroneo, fue rey de Egipto después que Jacob murió, y antes que Joseph naciese, y, según dice Diodoro Sículo, fue rey muy justo, virtuoso, honesto y sabio. Este fue el primero que dio leyes en Egipto, y aún según se cree, en todo el mundo, y de aquí es que todos los jurisconsultos romanos a las leyes muy justas y justísimas llamaron forum, en memoria del rey Foroneo. Quieren, pues, decir las letras de la medalla: «Este es el rey Phoroneo, el cual dio leyes a los egipcios».