José Rizal
Filipinas dentro
de cien años
Barcelona 2022
linkgua-digital.com
Créditos
Título original: Filipinas dentro de cien años.
© 2022, Red ediciones S.L.
e-mail: info@linkgua.com
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN rústica: 978-84-9816-705-4.
ISBN ebook: 978-84-9897-886-5.
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Sumario
Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
I 9
II 13
III 23
IV 33
Libros a la carta 43
Brevísima presentación
La vida
José Protacio Rizal Mercado y Alonso Realonda (19 de junio de 1861, Calamba-30 de diciembre de 1896, Manila), fue patriota, médico y hombre de letras inspirador del nacionalismo de su país.
Rizal era hijo de un próspero propietario de plantaciones azucareras de origen chino. Su madre, Teodora Alonso, fue una de las mujeres más cultas de su época.
La formación de José Rizal transcurrió en el Ateneo de Manila, la Universidad de Santo Tomás de Manila y la de Madrid, donde estudió medicina.
Más tarde estudió en París y Heidelberg.
Noli me Tangere, su primera novela, fue publicada en 1886, seguida de El Filibusterismo, en 1891. Por entonces editó en Barcelona el periódico La Solidaridad en el que postuló sus tesis políticas
Pese a las advertencias de sus amigos, Rizal decidió regresar a su país en 1892. Allí encabezó un movimiento de cambio no violento de la sociedad que fue llamado «La Liga Filipina». Deportado a una isla al sur de Filipinas, fue acusado de sedición en 1896 y ejecutado en público en Manila.
I
Siguiendo nuestra costumbre de abordar de frente las más arduas y delicadas cuestiones que se relacionan con Filipinas, sin importarnos nada las consecuencias que nuestra franqueza nos pudiera ocasionar, vamos en el presente artículo a tratar de su porvenir.
Para leer en el destino de los pueblos, es menester abrir el libro de su pasado. El pasado de Filipinas se reduce en grandes rasgos a lo que sigue:
Incorporadas apenas a la Corona Española, tuvieron que sostener con su sangre y con los esfuerzos de sus hijos las guerras y las ambiciones conquistadoras del pueblo español, y en estas luchas, en esa crisis terrible de los pueblos cuando cambian de gobierno, de leyes, de usos, costumbres, religión y creencias, las Filipinas se despoblaron, empobrecieron y atrasaron, sorprendidas en su metamorfosis, sin confianza ya en su pasado, sin fe aun en su presente y sin ninguna lisonjera esperanza en los venideros días. Los antiguos señores, que solo habían tratado de conquistarse el temor y la sumisión de sus súbditos, por ellos acostumbrados a la servidumbre, cayeron como las hojas de un árbol seco, y el pueblo, que no les tenía ni amor ni conocía lo que era libertad, cambió fácilmente de amo, esperando tal vez ganar algo en la novedad.
Comenzó entonces una nueva era para los Filipinos. Perdieron poco a poco sus antiguas tradiciones, sus recuerdos; olvidaron su escritura, sus cantos, sus poesías, sus leyes, para aprenderse de memoria otras doctrinas, que no comprendían, otra moral, otra estética, diferentes de las inspiradas a su raza por el clima y por su manera de sentir. Entonces rebajóse, degradándose ante sus mismos ojos, avergonzóse de lo que era suyo y nacional, para admirar y alabar cuanto era extraño e incomprensible; abatióse su espíritu y se doblegó.
Y así pasaron años y pasaron siglos. Las pompas religiosas, los ritos que hablan a los ojos, los cantos, las luces, las imágenes vestidas de oro, un culto en un idioma misterioso, los cuentos, los milagros, y los sermones fueron hipnotizando el espíritu, supersticioso ya de por sí, del país, pero sin conseguir destruirlo por completo, a pesar de todo el sistema después desplegado y seguido con implacable tenacidad.
Llegado a este estado el rebajamiento moral de los habitantes, el desaliento, el disgusto de sí mismo, se quiso dar entonces el último golpe de gracia, para reducir a la nada tantas voluntades y tantos cerebros adormecidos, para hacer de los individuos una especie de brazos, de brutos, de bestias de carga, así como una humanidad sin cerebro y sin corazón. Entonces díjose, dióse por admitido lo que se pretendía, se insultó a la raza, se trató de negarle toda virtud, toda cualidad humana, y hasta hubo escritores y sacerdotes que, llevando el golpe más adelante, quisieron negar a los hijos del país no solo la capacidad para la virtud, sino también hasta la disposición para el vicio.
Entonces esto que creyeron que iba a ser la muerte fue precisamente su salvación. Moribundos hay que vuelven a la salud merced a ciertos medicamentos fuertes.
Tantos sufrimientos se colmaron con los insultos, y el aletargado espíritu volvió a la vida. La sensibilidad, la cualidad por excelencia del Indio, fue herida, y si paciencia tuvo para sufrir y morir al pie de una bandera extranjera, no la tuvo cuando aquel, por quien moría, le pagaba su sacrificio con insultos y sandeces. Entonces examinóse poco a poco, y conoció su desgracia. Los que no esperaban este resultado, cual los amos despóticos, consideraron como una injuria toda queja, toda protesta, y castigóse con la muerte, tratóse de ahogar en sangre todo grito de dolor, y faltas tras faltas se cometieron.
El espíritu del pueblo no se dejó por esto intimidar, y si bien se había despertado en pocos corazones, su llama, sin embargo, se propagaba segura y voraz, gracias a los abusos y a los torpes manejos de ciertas clases para apagar sentimientos nobles y generosos. Así cuando una llama prende a un vestido, el temor y el azoramiento hacen que se propague más y más, y cada sacudida, cada golpe es un soplo de fuelle que la va a avivar.
; núm. 16: Barcelona, 30 septiembre 1889.