PRÓLOGO
AMORE E GINNASTICA se publica de forma
clandestina en 1892, en la recién nacida Italia, que concentra sus
esfuerzos en la consolidación del sentimiento de identidad nacional
colectiva. Tiene como escenario la ciudad piamontesa de Turín,
portadora de la responsabilidad de haber contribuido a la
unificación de Italia con un papel preponderante, cediendo la
capitalidad, sin por ello renunciar a ser la cuna de la cultura
gimnástica italiana. No sólo eso sino que Turín se esforzaba en
recoger el testigo de la experiencia alemana, donde el culto al
cuerpo representaba uno de los pilares sobre los que construir la
nación. El propio Hitler en su ideario Mi lucha había
defendido abiertamente la inclusión de una gimnasia moderna en los
currículos académicos llegándola a contemplar en uno de los puntos
de su programa político[1]. El ejercicio físico se
veía de este modo asociado a una amplia gama de beneficios
relacionados con la salud, la higiene, la disciplina y el progreso
de la nación.
Este desarrollo de la Italia del
Resurgimiento, cuyo entusiasmo por la gimnasia es uno de los
fenómenos culturales más curiosos y menos conocidos, se ve
proyectado precisamente en esta nueva concepción de la misma, que
defendía el abandono de los movimientos lentos y reprimidos
propugnando nuevas dinámicas más expansivas que imprimiesen fuerza
y agilidad al cuerpo. De Amicis quiere contribuir con esta novela a
defender una educación física en la escuela, libre de prejuicios,
especialmente en la gimnasia femenina, que sirva de apoyo a la
construcción de la nueva conciencia nacional.
Tan novedosa gimnasia tenía algo de
liberador y, al mismo tiempo, algo de pecaminoso, en un contexto en
el que el contacto con el cuerpo estaba prohibido. Así lo
denunciaban los moralistas, los eclesiásticos y los socialistas,
que animaron en torno a la misma los debates de los círculos
sociales, hasta convertir esta disciplina deportiva en uno de los
temas más espinosos de la época. Como subrayó Italo Calvino, la
presencia de la mujer en la escuela y en la gimnasia parecía
transgresiva, como un «inmenso harén sin sultán», y amenazadora,
como un «enjambre de Minervas armadas naciendo de la cabeza de
Júpiter».
De Amicis reproduce en esta novela el debate
intelectual sobre la educación física, que ardía por aquel entonces
entre libros y revistas en los que se enfrentaban abiertamente las
escuelas de Obermann y Baumann: Obermann, autor suizo del tratado
La ginnastica y fundador de la Società Ginnastica
Torinese en 1844, fue llamado a Turín, primero como entrenador con
finalidades bélicas y posteriormente para formar en esta materia
maestros para toda Italia. Baumann, fautor de la llamada escuela
boloñesa, que apostaba por una gimnasia libre, por una actividad
civil, ajena a las restricciones a las que se veía sometida como
consecuencia de su consagración bélica en la escuela turinesa,
escuela sobre la que se apoyó la primera ley del estado italiano
que reguló la materia. Aun siendo más conservador que Baumann,
fueron muchos los obstáculos a los que Obermann tuvo que
enfrentarse cuando la gimnasia entró a formar parte de los
currículos escolares; baste recordar que en aquella época las
gimnastas llevaban mangas y faldas largas, casi hasta los tobillos,
y cuellos bien cerrados para reducir al mínimo la obscena
exposición de la piel.
A lo largo de su obra, De Amicis muestra
repetidas veces interés por este mismo argumento. En La vita
militare (1868) insiste en la belleza del esfuerzo físico,
exaltando el ejercicio en común de estas prácticas; en
Sull’Oceano (1889) dos enamorados «hacen juegos
de gimnasia de cámara, con saltos y volteretas»; en
Primo Maggio (1980), novela del período de su
tardía conversión al socialismo, el protagonista traiciona a su
mujer con una camarada, que de las distintas teorías socialistas,
presentes y pasadas, sólo conocía las ideas más atrevidas y
extrañas que giraban en torno a los argumentos más estimulantes,
como la gimnasia desnuda de los dos sexos de la Ciudad del
sol. Aparece también en clave de humor en varios cuentos de
Pagine Allegre (1906) y Gli azzurri e i
rossi (1894).
Fue Italo Calvino quien en 1971
rescató del olvido Amore e Ginnastica, ocupándose de su
publicación en la colección Cento-pagine de Einaudi que él
mismo dirigía, y definiendo la novela como «probablemente la más
bonita, ciertamente la que muestra más sentido del humor, malicia,
sensualidad, agudeza psicológica que nunca escribió Edmondo De
Amicis».
Aunque la historia una vez más se
desarrolla en el ámbito escolar, el autor de Amore e
Ginnastica no es el mismo que se manifiesta en Cuore.
Logra aquí desterrar esa imagen de escritor moralista, didáctico y
azucarado que había constituido la base de su popularidad, y nos
descubre una insospechada vena humorística. La vocación pedagógica
se vislumbra en segundo plano, mientras vemos aflorar en el primero
la fuerza de un inconfesable instinto que empuja a romper las
reglas del conformismo amoroso.
No hay espacio, por tanto, entre
sus páginas para lecciones moralistas, desterradas por un realismo
y una precisión psicológica desconocidos en el De Amicis de
Cuore, que se ganó las críticas de Benedetto Croce, quien
lo calificó de artista de pensamiento superficial y dependiente. En
este sentido, escribe Croce: «Artista en los detalles, De Amicis es
moralista en el diseño y la inspiración. Y de la misma manera que
su arte no es profundo e independiente, tampoco su pensamiento se
libera de lo obvio, de lo común, de lo fácilmente aceptable, de lo
más aceptado»[2]. No sólo recibió las
críticas de Croce, sino también de Carducci, Borghese, Torraca y,
por otras razones, las de Giovanni Papini que, cuando De Amicis en
L’idioma gentile (1905) expuso su propia visión sobre la
lengua italiana mostrando su fidelidad a la lengua de Manzoni, con
su sarcasmo habitual, propuso como título más adecuado L’idiota
gentile. Pero a pesar de las innumerables críticas, sus
novelas alcanzaban tiradas récord en una Italia en gran parte
analfabeta.
Nos encontramos frente a una
deliciosa trama irónica animada por un voyeurismo sutil,
melodramática sin llegar al patetismo, que está lejos de seguir la
línea de la retórica mojigata de la época. La belleza se capta en
un cuadro de conjunto que tiene el refinamiento de la pincelada
impresionista, donde la trama urdida de pasiones y desilusiones se
ve potenciada en los claroscuros que aportan las dinámicas
humanas.
La historia se desarrolla en un
edificio de la Turín de finales del XIX, cuya escalera mal
iluminada, el paraíso oscuro de don Celzani, hace las veces de
telón de fondo a amores secretos, celos, envidias, pequeños éxitos
y dramas burgueses que se desenvuelven entre peldaños, rellanos,
portazos, acechos tras las puertas y claraboyas de desván, al más
puro estilo vodevil.
Sus personajes vibran de pasión,
resentimiento, voluntad y frustración en el paisaje cotidiano de la
pequeña burguesía. Don Celzani, protagonista de la historia junto a
la maestra Pedani, nunca llamada por su nombre en la novela, poco
agraciado físicamente, con la apariencia de «un preceptor de casa
patricia clerical» se enamora perdidamente de ella, virago de
brazos contorneados, hombros anchos y cintura de avispa: la
«vulneradora invulnerable» como la llamaba su vecino de escalera,
el ingeniero Ginoni. Para conquistar el inalcanzable objeto de sus
deseos, pierde el control de sí mismo, llegando a sacrificar su
desgarbado cuerpo en la barra de equilibrio, como ante el altar de
su diosa. Ninguno de los personajes masculinos de Amore e
ginnastica se muestra ajeno a la belleza de la maestra. El
ingeniero Ginoni la considera guapa y honesta, muy original y fuera
de lo corriente, y aunque no está de acuerdo con la gimnasia que
ella defiende, tampoco se muestra amigo de los movimientos
reprimidos y goza con las delicias de los pasos rítmicos ejecutados
por las hijas de los militares del Instituto San Domenico,
observando con concupiscencia las manos revoloteando en el aire y
las trenzas gordas retozando sobre las nucas rosáceas. El
comendador Celzani, que no se pierde un sólo espectáculo de
gimnasia de las escuelas, colegios o institutos, le pregunta a la
protagonista con curiosidad malsana qué restricciones les imponen
en la gimnasia femenina y, cuando ella hace referencia a los
movimientos de los miembros inferiores, con sus ojos azules fijos
en el techo, disfruta ensimismado dando rienda suelta a sus
fantasías, como en una contemplación celestial. El maestro Fassi le
atribuye el brazo más bonito que se haya visto bajo el sol y el
joven Ginoni pone en juego todo su descaro para conquistar a la
maestra, desencadenando un amago de duelo con don Celzani,
profundamente herido en sus celos al haber visto el brazo vigoroso
del joven rodear como un pulpo la cintura de la mujer de sus
sueños.
Muy diferentes son los sentimientos
que la atlética maestra despierta en el sexo femenino que habita
las escaleras. A su compañera de piso, la maestra Zibelli, le
corroen los celos y la envidia hacia aquella infausta criatura
nacida para su tormento. La señora Ginoni la critica ante los
vecinos con lengua viperina y, dejando caer sobre ella la sombra de
una oscura historia con una compañía de soldados de la que se oye
hablar en el pueblo, provoca el desconsuelo del pobre don Celzani,
que sueña por las noches con un pelotón de bayonetas. Las vecinas
devotas del primer piso, viendo dar instrucciones de gimnasia en el
rellano de la escalera a una alumna de la Pedani con las medias al
aire, se quejan al secretario de las indecencias que se ven en la
casa desde que se ha instalado la atrevida señorita. Pero ella,
alma cándida ajena a todo lo que le rodea, cuya cabeza está
invadida por un único pensamiento que hace imposible alojar
cualquier otra pasión, no se percata de las miradas, ni envidiosas
ni concupiscentes, que merodean su bello cuerpo.
Entre mancuernas, torsiones de
pecho y lanzamiento de brazos, magistralmente entretejidos
con los suspiros de un apasionado cortejo, toda la novela dirige la
atención hacia el cuerpo femenino, que triunfa apoteósicamente al
final del relato entre las paredes de lo que fue el primer
Parlamento italiano.