Las republicanas “burguesas”
ISBN: 978-84-15930-40-2
© Inmaculada de la Fuente, 2014
© Punto de Vista Editores, 2014
http://puntodevistaeditores.com/
info@puntodevistaeditores.com
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Índice
LA AUTORA
PRÓLOGO
El tiempo de las pioneras. Las republicanas de la cultura
CAPÍTULO 1
Republicanas y cosmopolitas
Constancia de la Mora: refinada y comunista
Isabel Oyarzábal: una dama ávida de libertad
Carmen de Zulueta: la pasión neoyorkina de una exiliada republicana
Bibliografía del capítulo 1
CAPÍTULO 2
Escritoras e intelectuales
Mercè Rodoreda, la aventura de las palabras
Zenobia Camprubí, amor y dependencia
Josefina Carabias, una chica de provincias con aspiraciones intelectuales
Bibliografía del capítulo 2
CAPÍTULO 3
El compromiso ético y estético de las artistas plásticas
La gran pionera: María Blanchard, pasión por el cubismo y la soledad
Remedios Varo, encadenando vida y sueños
Leonora Carrington, libre como un caballo salvaje
Ángeles Santos, la huida del surrealismo
Bibliografía del capítulo 3
CAPÍTULO 4
Depuradas y proscritas
Retrato íntimo de María Moliner
Matilde Ucelay, la primera arquitecta, condenada a ser invisible
María Brey, la bibliotecaria amiga de Azaña que acabó desterrada
El reto de llamarse Matilde Moliner
Bibliografía del capítulo 4
LA AUTORA
Inmaculada de la Fuente es escritora y periodista. Estudió Historia Moderna y Contemporánea y Periodismo y ha estado vinculada profesionalmente a El País desde 1977 hasta 2012. En 1985 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo en la modalidad de Reportajes y Artículos literarios. En los últimos años se ha especializado en ensayos biográficos de mujeres de la generación de la Segunda República y la posguerra. Recientemente ha publicado una biografía de María Moliner (El exilio interior. La vida de María Moliner, editorial Turner, 2011). Es autora, además, de la novela Años en fuga (El Acantilado, 2002) y los ensayos de temática histórica Mujeres de la Posguerra. De Carmen Laforet a Rosa Chacel, historia de una generación (Planeta, 2002) y La roja y la falangista. Dos hermanas en la España del 36 (Planeta, 2006). Ha participado también en la obra Historia de las mujeres de España y América Latina (Cátedra, 2006, tomo IV) con el capítulo “Escribir su propia historia”.
PRÓLOGO
El tiempo de las pioneras. Las republicanas de la cultura
Las mujeres que aparecen en esta obra tienen una identidad singular y bien merecen una biografía. A pesar de su potente individualidad, pertenecen a una misma realidad histórica, están vinculadas a la cultura en sentido amplio y la mayoría de ellas alcanzó su plenitud profesional durante la Segunda República. Sólo María Blanchard, la gran pintora cubista, puede considerarse ajena a esta dimensión política. Blanchard desarrolló su carrera en el París de las vanguardias y murió dos años después de proclamarse la Segunda República. Aunque compartió, quizás sin saberlo, algunos de sus valores. Su sentido de la libertad y su empeño en ser una artista plena en un mundo de hombres confluyeron con las aspiraciones de las mujeres republicanas y su apuesta por la educación y la igualdad. Podría decirse que fue pre republicana o avant la lettre en su apuesta radical por el arte y la emancipación de la mujer. Al conocerse su muerte, en 1932, el mundo de la cultura lloró su pérdida, y Luz. Diario de la República se hizo eco de la noticia. Corpus Barga escribió que la artista, a quien evocó como un duendecillo en su estudio de Montparnasse, había sido tragada por el silencio y pidió a las mujeres españolas que reivindicaran su memoria. La Unión Republicana Femenina asumió la idea y el 1 de junio de aquel 1932 se celebró en el Ateneo de Madrid un homenaje en su memoria. En el acto participaron Clara Campoamor y un grupo de artistas y escritores, entre ellos Ramón Gómez de la Serna, amigo y buen conocedor de la obra de la pintora cubista, Concha Espina –pariente de la artista fallecida– y Federico García Lorca, que leyó su Elegía a María Blanchard. No fue una casualidad que el poeta granadino escribiera la elegía. Entre García Lorca y Blanchard había más afinidades de las que ellos habrían sospechado: les unía la pasión por el talento, el respeto a la diferencia y el amor a la cultura popular. Aun así, si María Blanchard se encuentra en esta selección dentro del capítulo dedicado a las artistas plásticas que convivieron con la Segunda República o la apoyaron, es por su arrojo de pionera y por abrir camino a otras pintoras que vinieron detrás, como Remedios Varo o Ángeles Santos.
De ellas, Remedios Varo fue la que se identificó más con los postulados republicanos y la que se sintió más comprometida con la defensa de la libertad durante la Guerra Civil. La ausencia en esta obra de Maruja Mallo se debe a que es la surrealista española más conocida y sobre ella hay ya una amplia bibliografía. Esta misma autora le dedicó un capítulo en Mujeres de la posguerra. Ángeles Santos fue, ante todo, un referente generacional para los poetas del 27: más que seguidora, fue hija de la Segunda República, a pesar de su silencio y discreción posteriores. Leonora Carrington, antifascista en Francia, acabó siendo disidente en la España que acababa de ganar la guerra. A pesar de esta relación temporal y algo tangencial con la realidad española, su rebeldía y sus afinidades con Remedios Varo al coincidir en el exilio mexicano han propiciado su inclusión en este capítulo. Ambas surrealistas se consideraban hermanas “del alma”.
De cualquier modo, el grado de identificación de estas grandes pintoras con el periodo republicano no es comparable con el fuerte compromisoadquirido por otras figuras de perfil político más acusado, como Constancia de la Mora e Isabel Oyarzábal. Esta última fue militante socialista y Constancia de la Mora ingresó en el PCE durante la Guerra Civil, pero no tuvieron cargos dentro de sus respectivos partidos y compatibilizaron la política con la actividad profesional.
Zenobia Camprubí, Carmen de Zulueta, Josefina Carabias o Mercè Rodoreda hallaron en la Segunda República un viento de modernidad, una etapa de oportunidades para ellas mismas como mujeres y para la propia sociedad. Todas ellas acabaron en el exilio, no por haber participado activamente en la contienda, sino por sentirse parte de aquel periodo histórico en el que se habían sentido un poco más libres. María Moliner, Matilde Ucelay, María Brey y Matilde Moliner, depuradas por sus adherencias o simpatías republicanas, no se marcharon fuera de España pero sufrieron el ostracismo y las represalias propias del exilio interior.
La palabra burguesa hay que entenderla en sentido amplio y no en términos estrictamente económicos ni dotada de connotaciones elitistas. En el contexto de esta obra expresa que no se trata de obreras sino de mujeres profesionales e ilustradas, de clase media en su mayoría, o de la alta burguesía algunas,como Constancia de la Mora. Precisamente, el Diccionario de uso del español de una de nuestras protagonistas, María Moliner, indica que el término burguésse utiliza “por oposición a proletario”. Moliner añade que también “se aplica a veces despectivamente y a veces humorísticamente” referido a personas de posición económica acomodada. Nada de eso significa aquí. Al poner el foco en mujeres de clase media, o de extracción burguesa, lo que se quiere significar es que no son militantes obreras ni defienden a ultranza ideas de emancipación revolucionaria. Son mujeres de ideas progresistas e igualitarias, ligadas al mundo universitario o urbano y con un claro propósito de ganarse la vida por sí mismas. Hijas de la burguesía emprendedora y de la República.
La Segunda República tuvo en sus inicios un carácter reformista que caló hondo en las clases medias y universitarias. El radicalismo que le atribuyen sus detractores o algunos de sus estudiosos más críticos fue minoritario en sus comienzos. Más tarde, el golpe militar y la Guerra Civil dieron al traste con la apuesta reformista y pervirtieron muchos de sus logros. Conviene subrayar, por tanto, el doble carácter de burgueses y republicanos moderados o de centro izquierda de la mayoría de los seguidores del régimen constituido en 1931. No fue una empresa alocada o revolucionaria sino un movimiento que concitó amplias adhesiones y aglutinó distintas opciones, de ahí su vertiente plural y su fragilidad: la apoyaron republicanos moderados y burgueses liberales, socialistas con una menor o mayor sensibilidad revolucionaria, nacionalistas catalanes y vascos, anarquistas y libertarios y la entonces minoría comunista.
No hay que olvidar, además,que, la Segunda República representó una oportunidad histórica excepcional para las mujeres. El 1 de diciembre de 1931 las Cortes Constituyentes derribaron las barreras que negaban a las españolas el derecho al voto. Clara Campoamor, republicana radical, defendió en el hemiciclo un sufragio femenino sin tutelas ni restricciones. Así fue.
No obstante, se acostumbra a identificar a la Segunda República con mujeres de relevancia excepcional como Victoria Kent, Margarita Nelken, Pasionaria, María Lejárraga o María Teresa León... Sin embargo, la influencia del ideario republicano en otras mujeres de su generación fue bastante permeable: abogadas, periodistas, escritoras, funcionarias y no sólo políticas interiorizaron en sus vidas y profesiones las ideas republicanas. No en vano maestras y profesoras como Matilde Moliner, o bibliotecarias y archiveras como María Brey o María Moliner, fueron duramente castigadas por los expedientes de depuración franquista.
Las que eran niñas y adolescentes en los primeros años treinta percibieron ese viento de libertad en su educación. Aunque no se identificaran del todo con la República o apenas comprendieran o repararan en su ideario debido a su corta edad, sí vislumbraron que aquellos cambios las favorecían y que estrenaban derechos que las impulsaban hacia delante. Había por tanto una base social importante de mujeres que mantenían afinidades republicanas o en algunos casos, actitudes ambivalentes hacia una República que consideraban benefactora aunque no asumieran todo su programa o criticaran determinados errores o insuficiencias. Más allá de la dicotomía Monarquía/República, lo que estaba en juego en esos años fue la consolidación de la democracia frente a sus viejos enemigos: el oscurantismo, el señoritismo y la ignorancia. No en vano, hay quien considera que la democracia actual, y en especial los años del consenso liderados por Adolfo Suárez, son herederos más o menos directos de aquella Segunda República reformista herida de muerte tras el golpe militar del 36 y la Guerra Civil.
Las biografías de las 14 protagonistas de esta obra dan testimonio del avance de la mujer en aquel periodo y reflejan sus propios avatares personales y profesionales. No están todas las mujeres valiosas de la época, pero son plenamente representativas. Aunque los textos han sido revisados y ampliados, inicialmente estas semblanzas biográficas fueron publicadas en la revista literaria ovetense Clarín, entre 2006 y 2012. Elegir qué semblanzas de las ya publicadas se reunían en esta nueva obra y qué otras se descartaban no siempre ha sido fácil. Al primar el factor generacional y la coherencia de formar parte de una época, no se ha incluido la de la escritora y académica Soledad Puértolas, autora contemporánea que empezó a publicar en los años de la Transición. Por coherencia tampoco se ha incluido la de Carmen Laforet (estudiada en profundidad en Mujeres de la posguerra). A pesar de que Carmen Laforet, nacida en 1921 en Barcelona, tuvo una adolescencia y juventud en libertad y en sus años de estudiante de bachillerato en Canarias, donde residía, se formó en el ideario republicano, representa más al mundo de la posguerra que al de la Segunda República. Laforet fue una chica bastante salvaje que vagabundeaba por la playa y se saltaba alguna que otra clase, pero sentía devoción por su profesora Consuelo Burell, educada en la Institución Libre de Enseñanza. Su vida, sin embargo, dio un giro crucial al ganar el Premio Nadal con su primera novela, Nada, publicada en 1945. Además de entrar en el mundo literario oficial tras recibir el galardón, se casó con uno de los críticos y periodistas más destacados de la época, Manuel Cerezales, de tendencia liberal-conservadora. Un cúmulo de circunstancias que llevó a la escritora a esa zona neutra donde la rebeldía y la frescura con que escribió Nada dejaron de tener cabida. Quizás fue un símbolo de lo que les pasó a otras jóvenes españolas que de la noche a la mañana perdieron sus libertades sin ser conscientes de que las perdían. Lo cierto es que a finales de los años cuarenta de la Carmen Laforet juvenil y transgresora apenas quedaba más que su habitual cigarrillo. El humo fue su particular manera de seguir siendo fiel a su juventud y de evadirse de una realidad que toleraba, aunque no fuera con ella. Su novela, Nada, era el reflejo de ese vacío existencial y generacional.
Un vacío que evocaba otro tiempo. El tiempo de las libertades perdidas. El tiempo de las pioneras.