Primera edición
en REINO DE
CORDELIA, enero de
2012
[Basado en la edición publicada por la editorial España en
1929]
Edita: Reino de Cordelia
www.reinodecordelia.es
Derechos exclusivos de esta edición en lengua
española
© Reino de Cordelia, S.L.
Avd. Alberto Alcocer, 46 - 3º B
28016 Madrid
Prólogo de © José Esteban, 2012
Cubierta de © Raúl Arias, 2012
Traducción de Andrés Nin
Ilustraciones de K. Rotova
ISBN: 978-84-939798-1-2
Diseño: Jesús Egido
Edición y Maquetación: Chema Izquierdo
Corrección de pruebas: Pepa Rebollo
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LIBRO SIN LIBRO, 2012
www.librosinlibro.es
Prólogo
por José
Esteban
I
EL VIAJE
EXPULSADO DE FRANCIA por germanófilo, el
revolucionario ruso Lev Trotski vino a España en 1916. Persona
compleja en la que rivalizaban el hombre de acción y un fuerte
temperamento literario, se limitó a sufrir pasivamente su
pintoresca odisea entre nosotros. Tomó notas de su accidentado
viaje y el resultado es este pequeño librito.
La fortuna de estas sinceras y apresuradas
páginas no ha sido muy fructífera en nuestro país. Traducido al
español por Andrés Nin, apareció en la Editorial España en 1929,
con una introducción de su propio autor.
Las únicas personas conocidas que menciona en
su libro son tres: el socialista francés Després[1], que era gerente de una
Compañía de Seguros y que le ayudó económicamente; el gran
periodista don Roberto Castrovido, que, aunque no llegó a conocer
al revolucionario ruso, interpeló en el Congreso al Gobierno de
Romanones sobre el caso de su detención, y Daniel
Anguiano[2], secretario del partido
socialista en aquellos días. Després, que era el que nos hubiera
podido facilitar más datos, desapareció de Madrid sin dejar rastro.
Don Roberto Castrovido nos dijo que no tuvo el gusto de conocer a
Trotski. Fue un día a la Cárcel Modelo para visitar a Torralva
Beci, que se hallaba preso; allí le hablaron de un detenido ruso,
de extraordinaria y arrolladora personalidad. Al poco tiempo,
Castrovido interpelaba en el Congreso sobre la detención del
“pacifista” ruso, sin obtener ningún resultado. Particularmente, el
conde de Romanones le dijo:
—Se trata de un sujeto en extremo peligroso,
expulsado de Francia por sus ideas, a quien la Policía francesa nos
lo ha entregado encargándonos mucha cautela. Ningún interés tenemos
en retenerlo; por el contrario, nuestro deseo es deshacernos
también de él.
Dos imágenes de un joven
Lev Trotski.
Días después, Trotski fue conducido a Cádiz.
Castrovido no volvió a tener otras noticias que una carta, escrita
en castellano, en la cual le daba las gracias por su intervención
en el Congreso.
El socialista Anguiano sí llegó a conocerlo y
aún recuerda la impresión tan fuerte que le produjo. “En su mirada
escrutadora —dice— se adivinaba la energía sobrehumana de este
hombre”.
Se hospedó en una pensión modestísima de la
calle del Príncipe, pues andaba mal de dinero. Un obrero ruso,
residente en Madrid y que presentía el papel que habrían de jugar
Lenin y Trotski en la futura revolución rusa, fue a la cárcel con
Anguiano y sostuvo con el detenido una muy larga
conversación.
Un día, antes de entrar en la cárcel, el
revolucionario contó en la casa de huéspedes:
—He sido expulsado de Alemania por francófilo;
de Francia, por germanófilo. Claro está que yo no soy una cosa ni
otra; soy un socialista que ve en la guerra una consecuencia fatal
y lógica del sistema capitalista; nuestra misión no ofrece dudas;
consiste en aprovechar el desequilibrio y el hambre creados por la
guerra para excitar a las masas a la revolución.
El día en que salió en dirección a Cádiz,
Anguiano fue el encargado de acompañarle a la estación. En el
escaparate de una repostería de la calle de Carretas vio un pollo
asado. Pidió precio, y al saber que costaba seis pesetas, le
pareció caro, pero al fin, no sin regatear, se lo llevó para cenar.
(Mencionamos este nimio detalle porque refleja su terrible
situación económica).
Y en la calle, le dijo a Anguiano:
—Compañero, usted es un hombre de partido y
tendrá, sin duda, otras obligaciones más importantes que
acompañarme a la estación. Como quiera que entre nosotros huelgan
en absoluto las formalidades sociales, le ruego que vaya a cumplir
con su deber.
Trotski junto al dirigente
del Partido Social-demócrata de Rumanía Christian Rakovski.
Anguiano replicó:
—No es para realizar un mero formulismo por lo
que le acompaño; yo no puedo dejarle mientras no tenga la evidencia
de que usted sale para su destino sin ningún tropiezo.
—En ese caso, vámonos.
El líder socialista estaba muy lejos de
imaginar que había conocido a figura de tal calibre. “Más tarde
—confesó— tuve el placer de escucharle en un mitin en Leningrado.
Así como Lenin era un orador fogoso y arrebatador, un desbordado
torrente de pasión, Trotski es un orador reflexivo, que, no
obstante, conmueve a las muchedumbres. Su palabra está cargada de
pensamiento y de fuerza. No olvidaré nunca su silueta aguda y
flemática, su rostro de líneas angulosas, que refleja una energía
sobrehumana”.
Y esto es lo que sabemos del paso del
revolucionario por España.
II
EL AUTOR
EL LIBRO APARECIÓ —como
dijimos— en 1929. Hay en sus páginas un humorismo acre, de un tono
completamente eslavo y en el que su autor se muestra agudo y
curioso, así como incisivo y crítico. Podemos decir que el
revolucionario leyó claro y hondo en muchas de las cosas que vio en
España. Y este breve, pero muy sustancioso relato, le acredita de
sicólogo así como de gran observador.
Andrés Nin[3], traductor del libro,
conocía el deseo de Trotski de escribir un prólogo para la edición
española. Los editores se pusieron en contacto con el autor en su
destierro de Constantinopla, y cuando ya desesperaban, apareció, ya
compuesta la obra, con una carta en francés, el prólogo escrito en
ruso. Traducido por Tatiana Enco de Valero, se puso al frente de la
edición, que reproduce, como graciosa curiosidad, los grabados de
la edición rusa de 1926, originales de K. Rotova.
Lenin y Trotski (arriba)
se dirigen al pueblo ruso. Stalin depuró gráficamente a Trotski
(abajo) cuando advirtió que resultaba un molesto competidor en el
partido.
La curiosa edición se enriquece con una
semblanza del revolucionario escrita por Álvarez del Vayo. “Ya
desde un punto de vista político, literario o simplemente humano,
su silueta fascina lo mismo en la cumbre del poder que en el
destierro. Tiene el atractivo singular que ofrece todo
riesgo”.
Su novelesca vida, así como su no menos
novelesca muerte[4], ha hecho correr ríos de
tinta. Su rebelión juvenil en la escuela de Odesa descubre ya una
personalidad atrayente y sugestiva, que hizo exclamar a su profesor
de Historia:
—Este demonio de muchacho dará que hacer algún
día.
(También el padre de Kerenski, en cuya escuela
estudió Lenin, quedó un cuarto de hora bien claro mirando fijamente
al que un día iba a desalojar del poder a su hijo).
A Trotski se le destinaba para ingeniero.
“Pero él era de los llamados a trazarse por sí mismo su propio
destino. Entre las veleidades de su adolescencia, dos inquietudes
le dominan: la preocupación literaria, que no ha de abandonarle
nunca, y el sentimiento de solidaridad con los oprimidos por el
régimen zarista”.
Trotski yace en la cama
del hospital en el que fue atendido sin éxito tras ser atacado con
un piolet por el catalán Ramón Mercader.
Su participación en la revolución de 1917
puede considerarse su gran obra como creador del Ejército Rojo,
donde demostró sus dotes de organizador, de trabajador incansable,
sin renunciar para ello a la literatura, a sostener una polémica
con Kautsky o a dictar a su secretaria en Moscú, desde su tienda de
campaña, docenas de artículos y proclamas, hasta que la muerte de
Lenin hace surgir la violenta polémica interna del partido.
Después, desde el destierro, confinado primero
en Alma Ata, y ahora (en la fecha de aparición del libro, 1929) en
Constantinopla, y hasta su violenta muerte en México, continuó
dando muestras de su energía indomable, puesta al servicio de la
revolución permanente y su convencimiento de que el socialismo no
podía instaurarse en un sólo país y, sobre todo, si éste, era
económicamente atrasado.
III
EL LIBRO, MIS PERIPECIAS POR
ESPAÑA
EN LA CÁRCEL MODELO DE MADRID, en el tren, en el hotel
de Cádiz, Trotski apuntaba sus impresiones, sin un fin determinado.
Sus cuadernos de apuntes le acompañaron luego a través del
Atlántico, en la hospitalidad que disfrutó del rey de Inglaterra,
en el campo de Concentración de Canadá y volvieron con su autor
hasta Petrogrado. En el torbellino de su vida se olvidó de esos
ligeros apuntes. Pero ya en 1924, hablando con su amigo Voronski,
mencionó de pasada sus apuntes sobre España. Entonces, Vorosnki,
que dirigía la mejor revista literaria soviética, con su energía
acostumbrada, le obligó a buscar sus apuntes y a ponerlos en orden.
Así surgió este librito. Otro de sus amigos, Andrés Nin, decidió
traducirlo al español.
El Gobierno español no le dejo tiempo, se
lamenta Trotski, para perfeccionarse en la lengua de Cervantes.
“Sería inútil buscar en este libro cuadros más o menos amplios de
las costumbres o de la vida política y cultural de España. (…)
Entré en este país como expulsado de Francia y residí en él como
detenido en Madrid y como vigilado en Cádiz, en espera de una nueva
expulsión”.
Según, pues, su autor, sólo recoge las
impresiones, con toda su espontaneidad, recopiladas en el viaje de
Irún, San Sebastián y Madrid, hasta Cádiz, y de allí otra vez a
Madrid y a Barcelona, para desembarcar, dejando atrás Europa, al
otro lado del Atlántico.
Y termina así su prologuito: “Pero si este
librito puede despertar el interés del lector español e inducirle a
penetrar en la psicología de un revolucionario ruso, no lamentaré
el trabajo que ha hecho mi migo Nin para traducir estas páginas
escuetas y sin pretensiones”. Y lo fecha y data en Constantinopla,
en junio de 1929.
Y poco más. Adéntrese el lector en estas
singulares páginas, llenas de aciertos acerca del país y de los
españoles, de nuestra Policía y de nuestras cárceles. Por fin, el
13 de enero, domingo, de 1917, el revolucionario llega a Nueva
York. “Cielo gris sobre el agua verde-gris. Gotas de lluvia. El
barco se pone de nuevo en movimiento. Orillas veladas por la
niebla. Árboles de invierno. Edificios de puerto. Todo predice la
gigantesca mole que por ahora se oculta aún en el amanecer
brumoso.
”Aquí termina España”.
Prólogo
ESTE
LIBRO DEBE SU ORIGEN a la casualidad. No tenía proyectado en
absoluto mi viaje a España a fines de 1916. Aún menos había
concebido, para mí, el estudio del interior de la Cárcel Modelo de
Madrid. El nombre de Cádiz sonaba en mis oídos como algo casi
exótico. En mi imaginación lo asociaba con los árabes, con el mar y
con las palmeras. Hasta el otoño de 1916 nunca había pensado si el
hermoso Cádiz meridional estaba dotado de policía. Sin embargo,
tuve que pasar algunas semanas bajo su vigilancia. Todo en esta
aventura fue para mí fortuito y parecía, a ratos, un sueño
gracioso. Pero no era fantasía ni tampoco sueño. Los sueños no
suelen dejar huellas dactilares. Y, no obstante, en la oficina de
la Cárcel Modelo de Madrid se puede hallar la impresión de todos
los dedos de mis manos derecha e izquierda. Mayor prueba de la
realidad de lo sucedido no la puede dar ningún filósofo.
En la cárcel de Madrid, en el tren, en el
hotel de Cádiz apuntaba mis impresiones sin un fin determinado. Mis
cuadernos de apuntes hicieron luego el viaje conmigo a través del
Atlántico; se quedaron entre mi equipaje durante las semanas en que
disfruté de la hospitalidad del rey de Inglaterra, en el campo de
concentración del Canadá, y volvieron a atravesar conmigo el océano
y la península escandinava, hasta Petrogrado. En el torbellino de
los acontecimientos de la revolución y de la guerra civil olvidé su
existencia. En 1924, hablando con mi amigo Voronski, mencioné de
pasada mis impresiones y mis apuntes españoles. Voronski dirigía
entonces la mejor revista literaria mensual de la República
soviética, y, con su energía de periodista nato, se aprovechó
inmediatamente de mi indiscreción para no dejarme marchar sino
después de haberme comprometido solemnemente a buscar mis cuadernos
de notas, a darlos a copiar y a ponerlos en cierto orden. Así
surgió este librito. Otro de mis amigos, Andrés Nin, decidió
traducirlo al español. Tenía grandes dudas sobre la sensatez de
esta empresa. Pero Nin mostró gran insistencia. Por tanto, la
responsabilidad de la aparición de este libro en español pesa sobre
él.
Mis conocimientos de la lengua española
quedaron en un grado muy rudimentario: el Gobierno español no me
dejó perfeccionarme en el idioma de Cervantes. Esta sola
circunstancia basta para explicar el carácter, harto superficial y
ligero, de mis observaciones. Sería inútil buscar en este libro
cuadros más o menos amplios de las costumbres o de la vida política
y cultural de España. Lo dicho anteriormente demuestra cuán lejos
está el autor de semejantes pretensiones. No viví en España como
investigador u observador, ni siquiera como un turista en libertad.
Entré en este país como expulsado de Francia y residí en él como
detenido en Madrid y como vigilado en Cádiz, en espera de una nueva
expulsión. Estas circunstancias restringieron el radio de mis
observaciones, al mismo tiempo que condicionaban de antemano mi
modo de afrontar los aspectos de la vida española con los cuales me
puse en contacto. Sin un buen adobo de ironía, la serie de mis
aventuras en España sería, incluso para mí, un manjar completamente
indigestible. El tono general del libro expresa, en toda su
espontaneidad, las sensaciones con que efectué el viaje por Irún,
San Sebastián, Madrid hasta Cádiz, y de allí otra vez a Madrid y
Barcelona, para desembarcar luego, despegando de la costa europea,
al otro lado del Atlántico.
Pero si este librito puede despertar el
interés del lector español e inducirle a penetrar en la psicología
de un revolucionario ruso, no lamentaré el trabajo que ha hecho mi
amigo Nin para traducir estas páginas escuetas y sin
pretensiones.
Constantinopla, junio de 1929
LEV TROTSKI