y otras crónicas italianas
Stendhal
Traducción del francés a cargo
de Silvia Acierno y Julio Baquero Cruz
Introducción de Francisco Rico
[1] Esta época hipócrita. (Nota de los traductores.)
[2]Véase Montesquieu: Política religiosa de los romanos. (Nota del autor. Salvo que se indique lo contrario, todas las notas son suyas.)
[3]Referencia al Acto III de la obra: don Juan le dice a Sganarelle, mientras atraviesan el bosque, que no cree en Dios. En el mismo acto, un pobre les indica el camino de la ciudad, y don Juan le da una limosna «por amor de la humanidad». (N. de los T.)
[4]Saint-Simon: Memorias del abate Blanche.
[5]Este nombre fue adoptado por un monje, hombre de ingenio, Fray Gabriel Téllez. Pertenecía a la orden de la Merced, y nos han llegado diversas obras suyas en las que hay escenas geniales, como por ejemplo El vergonzoso en palacio. Téllez escribió trescientas obras, de las cuales se conservan entre sesenta y ochenta. Murió en torno a 1610.
[6]Referencia al personaje principal de la obra de Jean-Baptiste Louvet de Couvray, Los amores del caballero de Faublas. (N. de los T.)
[7]D. Dominico Paglietta.
[8]San Pío V Ghislieri, piamontés, cuyo rostro enjuto y de grave expresión vemos en la tumba de Sixto-Quinto, en Santa María la Mayor, era Gran Inquisidor cuando fue llamado al trono papal de San Pedro, en 1566. Estuvo a la cabeza de la Iglesia seis años y veinticuatro días. Véanse sus cartas, publicadas por el Sr. de Potter, la única persona de nuestra época que conoce en detalle este episodio. La obra del Sr. de Potter, gran mina de hechos, es el fruto de catorce años de estudio concienzudo en las bibliotecas de Florencia, Venecia y Roma.
[9]Dicho orgullo no se debe a la posición social, como en los retratos de Van Dyck.
[10]En Roma se entierra en las iglesias.
[11]La mayor parte de los monsignori no ha tomado las órdenes sacras y puede casarse.
[12]Todos estos detalles quedaron probados en el proceso.
[13]Ver el tratado De Suppliciis del famoso Farinacci, jurisconsulto de la época. En él hay detalles horribles que nuestra sensibilidad del siglo xix no conseguiría leer y que una joven romana de dieciséis años, abandonada por su amante, fue capaz de soportar sin ningún problema.
[14]En el libro de Farinacci hay varios pasajes de la confesión de Beatriz; me parece de una sencillez conmovedora.
[15]Que llegó a ser cardenal, por una razón tan peculiar. (Nota del manuscrito.)
[16]Un autor de la época cuenta que Clemente VIII estaba muy preocupado por la salvación del alma de Beatriz; como sabía que la condena era injusta, temía un gesto de impaciencia. Cuando puso la cabeza en la mannaja, el fuerte del Santo Ángel, desde el que la mannaja se veía perfectamente, lanzó un cañonazo. El Papa, que estaba rezando en Monte Cavallo, y que esperaba esa señal, concedió en el acto a la joven la gran absolución Papal in articulo mortis. Esa fue la razón del retraso, al que se refiere el cronista, en ese lance cruel.
[17]En Roma, es la hora dedicada a las exequias de los nobles. La procesión del burgués tiene lugar al anochecer; a la pequeña nobleza la llevan a la iglesia a la una de la noche, a los cardenales y los príncipes, a las dos y media de la noche, que, el once de septiembre, correspondía a las diez menos cuarto.
[18« Todos fueron condenados a muerte, excepto Bernardo, que fue condenado a galeras y a la confiscación de sus bienes, así como a presenciar la ejecución de los demás.» (N. de los T.)
[19]El docto Sr. Sismondi lo confunde todo. Véase la entrada «Carafa» de la biografía Michaud; mantiene que a quien le cortaron la cabeza el día de la muerte del cardenal fue al conde de Montorio. El conde era el padre del cardenal y del duque de Palliano. El docto historiador confunde al hijo con el padre.
[20]El manuscrito italiano se encuentra en las oficinas de la Revue de Deux Mondes.
[21]Si no recuerdo mal, en la Biblioteca Ambrosiana de Milán hay sonetos llenos de gracia y sentimiento, y otras composiciones en verso, que son obra de Vittoria Accoramboni. Por aquel entonces se escribieron sonetos bastante buenos sobre su extraño destino. Parece ser que tenía tanto ingenio como gracias y belleza.
[22]Se trataba de la guardia armada encargada de velar por la seguridad pública, los gendarmes y agentes de policía de 1580. A su cabeza estaba un capitán llamado Bargello, responsable a título personal de la ejecución de las órdenes de su alteza el gobernador de Roma (el prefecto de policía).
[23]Alusión a la hipocresía que algunos malpensados creen que es frecuente en los monjes. Sixto Quinto había sido monje mendicante, y perseguido por su orden. Véase su vida, debida a Gregorio Leti, historiador ameno, no menos mentiroso que los demás.
[24]La corte no se atrevía a entrar en el palacio de un noble.
[25]La primera mujer del duque Orsini, de la que tenía un hijo llamado Virginio, era hermana de Francisco I, gran duque de Toscana, y del cardenal Fernando de Médicis. Se deshizo de ella con el consentimiento de sus hermanos porque tenía una aventura. Así eran las leyes del honor llevadas a Italia por los españoles. Los amores ilegítimos de una mujer eran una deshonra tanto para sus hermanos como para el marido.
[26]Alusión a la costumbre de batirse con una espada y un puñal.
[27]El pontificado de Sixto Quinto, nombrado Papa en 1585, a los sesenta y ocho años de edad, duró cinco años y cuatro meses: hay paralelismos sorprendentes con Napoleón.
[28]En torno a dos millones de 1837.
[29]Bragadine.
Título original: Les Cenci - La duchesse de Palliano - Vittoria Accoramboni
Primera edición en Impedimenta: mayo de 2008
Copyright de la traducción © Silvia Acierno y Julio Baquero Cruz, 2008
Copyright del prólogo © Francisco Rico, 2008
Copyright de la presente edición © Editorial Impedimenta, 2011
Benito Gutiérrez, 8. 28008 Madrid
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ISBN: 978-84-15130-86-4
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Las crónicas de la emoción: lo novelesco de
las ideas y la realidad de los hechos
por Francisco Rico
¿Es demasiado fácil decir que Henry Beyle fue clasicista de doctrina y romántico de corazón? ¿Lo arreglaríamos si propusiéramos que fue más bien clasicista de corazón y romántico de doctrina? A Lope de Vega y los mejores dramaturgos del Siglo de Oro, a quienes califica de «románticos», los admira porque tienen «la audacia de pintar unos corazones españoles», «sin preocuparse en absoluto por imitar lo que antaño daba por bueno un pueblo tan diferente del que les rodea». Por otro lado, tratando de la pintura italiana del Renacimiento, defendía la doctrina de «le beau idéal», la fe en un estilizado tipo de belleza a la antigua como punto de referencia y terreno de entendimiento para creadores y espectadores. Es la teoría clásica: el artista tiene que imitar no la naturaleza, sino las obras de arte que mejor han imitado la naturaleza.
Conciliar esas distintas almas suyas supuso para Stendhal un largo camino, que se inscribe a su vez reveladoramente en un recorrido milenario de la literatura europea. El aprendizaje para sus grandes novelas lo cursó en las piezas que aquí se publican, aparecidas primero en la Revue des Deux Mondes, entre 1837 y 1838. En concreto, Vittoria Accoramboni planeó en un cierto momento escribirla a la manera y con las dimensiones del Rojo y negro («I thought in March 1833 of making of this story as of that of Julien», anotó una vez). Sólo más de un siglo después esos tres relatos se reunieron con otros afines en un volumen que sigue circulando bajo el título de Crónicas italianas.
Título postizo pero justo, y de especial interés cuando se contempla con una amplia perspectiva histórica. En efecto, las Crónicas son básicamente reescrituras (cuando no plagios o pastiches) de otras tantas relaciones de sucesos —más o menos fantaseados, pero reales— que corrían en la Italia del siglo XVI: humildes impresos de tres pliegos en cuarto, o copias manuscritas, que hoy definiríamos como reportajes escandalosos y que, como fuera, cumplían análoga función que el periodismo sensacionalista de nuestros días. Stendhal coleccionó y leyó esas relaciones con una mezcla de fascinación y malestar, y ellas le dieron la ocasión de meditar sobre el ir y venir entre «lo novelesco de las ideas» (más claro en francés: «le romanesque») y «la realidad de los hechos». Pero, en la amplia perspectiva aludida, es esencial notar que la experiencia novelística de Stendhal parte de unos textos que no eran novelas.
El realismo de que Stendhal es arquetipo nació al margen de la «poesía» (durante siglos se llamó así a la literatura) y como una subversión casi ontológica: en vez de las categorías que durante milenios habían gobernado todas las especies de la ficción —de la ficción precisamente como modo de ser distinto de la vida real—, pretendía hacer suyas las mismas categorías que la vida real. No era una reacción frente a la literatura convencional (según repiten los manuales), sino la encarnación de otro paradigma, ajeno en principio a la «poesía».
Es, por ejemplo, una seria distorsión publicar bajo el nombre de Daniel Defoe Robinson Crusoe, Moll Flanders o el Diario del año de la peste. En 1719, el Robinson no aparecía como «fiction», sino como «history of fact», y, dato todavía más importante, nunca en su época se imprimió con Fmención alguna del polígrafo londinense. Ni hubiera sido admisible que lo hiciera, porque la portada declaraba inequívocamente quién era el autor «Written by Himself», el propio Robinson. Cosa similar ocurre con Moll Flanders, el Diario o, claro es, las Memorias de guerra del Capitán Carleton, que el mayor crítico de Inglaterra, Samuel Johnson, no dudó en considerar auténticas.
La presencia y la valoración prominente de la realidad cotidiana, la atención detallada al entorno contemporáneo compartido por escritores, personajes y lectores, promueven la mutación mas sustancial que la literatura europea ha experimentado a lo largo de veintinco siglos. Pero la revolución comienza, digo, al margen de la literatura, con una serie de libros, del Lazarillo de Tormes a La nouvelle Héloïse, que se presentan como relatos de hechos reales, efectivamente acaecidos (o, en un segundo momento, como remedo manifiesto de tales relatos), y por lo mismo rechazan toda seña de literariedad y adoptan las formas corrientes en la prosa de hechos reales: cartas, memorias, biografías, relaciones, crónicas... Sólo a paso de hormiga la literatura institucionalmente bendecida fue acogiendo las técnicas y los objetivos propios de semejantes imposturas, de esos simulacros de realidad.
A esa altura llega Stendhal y de ahí el profundo sentido de que sus primeros pasos en la novela arranquen de la reelaboración de unas relaciones de sucesos. Las Crónicas italianas se convierten así en una recapitulación de la trayectoria previa del realismo y en una puerta de entrada a su triunfo avasallador. Pero claro está que su significación histórica es cosa distinta de su calidad y de su vigencia literaria. En rigor textos menores frente a sus obras maestras, las piezas incluidas en este libro y el resto de las Crónicas no son sin embargo obras que pueda desdeñar el buen lector de hoy.
Toda una serie de episodios truculentos y de violencias cometidas contra héroes y heroínas siempre jóvenes, bellos y apasionados, víctimas de la inexorable injusticia del Ancien Régime. Un parricidio horripilante perpetrado entre muchos, intolerables abusos de la autoridad familiar y eclesiástica, el asesinato de una joven culpable sólo de un amor sincero, ejecuciones, torturas y estrangulamientos cardenalicios... He aquí la nada ejemplar historia que prefiere «Arrigo Beyle, milanese». Estas historias, que rayan en lo extravagante y que no dudaríamos en tildar de enteramente ficticias y folletinescas, si no nos constara que surgen de hechos auténticos, puede haberlas ido a buscar en fuentes italianas (cuyos pleonasmos le encantan unas veces, mientras otras le repugna su afectación clasicista: «Ah! imitation de Cicéron que tu es ennuyeuse!»), pero no encuentran perfecto acomodo sino en el francés de Stendhal, seco, casi de inventario, profundamente irónico, jacobino.
«La desconfianza frente a la imaginación —ha escrito, siempre fino y certero, Harry Levin— le hacía depender muy especialmente de la documentación.» Otros han hablado de «la ingenuidad de lo verdadero». En las Crónicas, la descabellada fabulación romántica se vuelve poco menos que ciencia exacta por obra de la precisión del lenguaje, la austeridad de la narración y el ritmo implacable de los diálogos. De las relaciones italianas le gustaba en particular que nunca dejen «pasar el nombre de una cosa horrible sin informarnos de que es horrible». Stendhal no necesita adjetivos: «le nom de la chose» está dicho con tan abrumadora eficacia que la desnuda enteramente como horrible, o ilusoria, o mentirosa… La sencillez y el carácter directo del relato no lo privan jamás de una emoción contagiosa. El término «emoción» apenas se usa hoy más que para la novela o el cine de baja calidad. Las Crónicas bastarían para reivindicarlo en la gran literatura. Debemos agradecer que la nueva, ajustada traducción de Silvia Acierno y Julio Baquero Cruz nos dé otra oportunidad para seguir disfrutando de Stendhal.
Francisco Rico