A mis padres, que me han traído hasta aquí
Mi hermana Rose vive sobre la repisa de la chimenea. Bueno, al menos parte de ella. Tres de sus dedos, su codo derecho y su rótula están enterrados en una tumba en Londres. Mamá y papá tuvieron una discusión de las gordas cuando la policía encontró diez pedazos de su cuerpo. Mamá quería una tumba que pudiera visitar. Papá quería incinerarlos y esparcir las cenizas en el mar. En todo caso, eso es lo que me ha contado Jasmine. Ella se acuerda de más cosas que yo. Yo sólo tenía cinco años cuando ocurrió aquello. Jasmine tenía diez. Era la gemela de Rose. Y para mamá y papá, lo sigue siendo. Años después del funeral, seguían vistiendo a Jas igual: vestidos de flores, chaquetitas, zapatos de esos planos de hebilla que a Rose le encantaban. Yo creo que fue por eso por lo que mamá se largó con el tipo del grupo de apoyo hace setenta y un días. Cuando Jas, el día en que cumplía quince años, se cortó el pelo, se lo tiñó de rosa y se hizo un piercing en la nariz, dejó de parecerse a Rose, y mis padres con eso no pudieron.
Se quedaron con cinco pedazos cada uno. Mamá puso los suyos en un bonito ataúd, bajo una bonita lápida que dice Mi ángel. Papá incineró una clavícula, dos costillas, un fragmento del cráneo y un dedo pequeño del pie, y puso las cenizas en una urna dorada. Así que se salieron cada uno con la suya, pero sorpresa sorpresa, eso tampoco los hizo felices. Mamá dice que el cementerio es demasiado deprimente para ir de visita. Y en cada aniversario papá intenta esparcir las cenizas en el mar, pero siempre acaba cambiando de opinión en el último instante. Parece que algo ocurre justo cuando Rose está a punto de ser arrojada al agua. Un año, en Devon, había un montón de nubes de peces de esos plateados con pinta de no aguantarse de ganas de comerse a mi hermana. Y otro año, en Cornualles, cayó una caca de gaviota sobre la urna justo cuando papá estaba a punto de abrirla. Yo me eché a reír, pero Jas parecía triste, así que me callé.
Nos fuimos de Londres para alejarnos de todo aquello. Papá conocía a un tipo que conocía a otro tipo que le telefoneó por un trabajo en unas obras del Distrito de los Lagos. En Londres llevaba siglos sin trabajar. Hay recesión, y eso significa que no hay dinero en el país, así que no se construye casi nada. Cuando consiguió el trabajo en Ambleside, vendimos nuestro piso y alquilamos una casa de campo y nos marchamos dejando a mamá en Londres. Me aposté con Jas nada menos que cinco libras a que mamá iba a venir a decirnos adiós. No me obligó a pagárselas, pero perdí. En el coche Jas dijo Vamos a jugar a Veo veo, pero no fue capaz de averiguar una cosa que Empieza por la R aunque Roger estaba sentado en mi regazo, ronroneando como para darle una pista.
Qué distinto es aquí. Hay montañas enormes, tan altas como para pinchar a Dios en el pandero, y cientos de árboles, y silencio. No hay gente dije cuando encontramos la casa al final de un camino serpenteante, y yo iba mirando por la ventanilla en busca de alguien con quien jugar. No hay musulmanes, me corrigió papá, sonriendo por primera vez aquel día. Jas y yo nos bajamos del coche sin devolverle la sonrisa.
Nuestra casa es opuesta en todo a nuestro piso de Finsbury Park. Es blanca en lugar de marrón, grande en lugar de pequeña, vieja en lugar de nueva. La asignatura del colegio que más me gusta es Dibujo, y si pintara a las personas como edificios, la casa sería una abuelita loca que sonríe sin dientes y el piso sería un soldado muy serio todo repeinado y apretujado en una fila de hombres idénticos. Eso a mamá le encantaría. Ella es profesora en una academia de Bellas Artes y creo que si le enviara mis dibujos se los enseñaría hasta al último de sus alumnos.
Por más que mamá se haya quedado en Londres, yo estaba contento de que dejáramos aquel piso. Mi cuarto era enano pero no me permitían cambiarme al de Rose porque está muerta y sus cosas son sagradas. Ésa era la respuesta que me daban siempre que les preguntaba si podía cambiar de cuarto. El cuarto de Rose es sagrado, James. No entres ahí, James. Es sagrado. Yo no veo qué tienen de sagrado un montón de muñecas viejas, un edredón rosa maloliente y un oso de peluche calvo. No me parecieron tan sagrados el día que estuve saltando sobre la cama de Rose, al volver a casa del colegio. Jas me obligó a parar, pero prometió no decir nada.
Cuando salimos del coche, nos quedamos mirando nuestra nueva casa. El sol se estaba poniendo, las montañas tenían un brillo naranja y yo veía nuestro reflejo en una de las ventanas: papá, Jas y yo, con Roger en brazos. Por una milésima de segundo me sentí lleno de esperanza, como si aquello fuera de verdad el principio de una vida completamente nueva y todo fuera a ir bien de ahí en adelante. Papá agarró una maleta y sacó la llave que llevaba en el bolsillo, y recorrió el camino del jardín. Jas me sonrió, acarició a Roger, y luego le siguió. Dejé el gato en el suelo. Se fue directo a meterse en un arbusto, abriéndose paso entre las hojas con la cola levantada. Venga, me llamó Jas, dándose la vuelta ante la puerta del porche. Me esperó con una mano extendida mientras yo corría a su lado. Entramos en la casa juntos.
Jas lo vio primero. Noté cómo se le ponía el brazo rígido. Te apetece un té dijo, con una voz demasiado aguda y los ojos fijos en algo que papá tenía en la mano; estaba agachado en el suelo del salón con ropa tirada por todas partes, como si hubiera vaciado la maleta deprisa y corriendo. Dónde está la «kettle» preguntó Jas, tratando de hacer como si nada. Papá no levantó los ojos de la urna. Escupió sobre ella y se puso a sacarle brillo al dorado con la punta de la manga hasta que la dejó resplandeciente. Luego puso a mi hermana sobre la repisa de la chimenea, que era de color crema y tenía polvo y era igualita que la del piso de Londres, y murmuró Bienvenida a tu nueva casa, hijita.
Jas se cogió el cuarto más grande. Tiene una vieja chimenea en una esquina y un armario empotrado en el que ha metido toda su ropa negra nueva. Ha colgado de las vigas del techo un móvil de campanillas, y si las soplas tintinean. Yo prefiero mi cuarto. La ventana da al jardín de atrás, que tiene un manzano que cruje y un estanque, y además está ese alféizar ancho de verdad en el que Jas colocó un cojín. La noche que llegamos nos pasamos horas ahí sentados, mirando las estrellas. En Londres no las había visto nunca. Entre los edificios y los coches había tanta luz que no se veía nada en el cielo. Aquí sí que se ven bien las estrellas, y Jas me estuvo hablando de las constelaciones. A ella le interesa el horóscopo y se lo lee todas las mañanas en internet; le dice exactamente lo que va a pasar ese día. Y no te estropea la sorpresa le pregunté en Londres una vez que Jas se hizo la enferma porque su horóscopo decía no sé qué de un suceso inesperado. Ahí está la gracia me respondió, volviéndose a la cama y tapándose hasta las orejas.
Jas es Géminis, el signo de los gemelos, y resulta extraño porque ya no tiene gemela. Yo soy Leo y mi símbolo es el león. Jas se puso de rodillas sobre el cojín y me lo señaló por la ventana. No parecía mucho un animal, pero Jas me dijo que siempre que tenga algún problema tengo que pensar en ese león de estrellas que está ahí arriba, y todo irá bien. Yo le iba a preguntar por qué me estaba diciendo aquello justo cuando papá nos había prometido Empezar Desde Cero, pero me acordé de la urna sobre la repisa de la chimenea y me dio demasiado miedo la respuesta. A la mañana siguiente encontré una botella de vodka vacía en el cubo de la basura y supe que la vida en el Distrito de los Lagos iba a ser exactamente igual que la vida en Londres.
Eso fue hace dos semanas. Después de la urna, papá sacó de la maleta el viejo álbum de fotos y algo más de ropa. Los tipos de la mudanza se ocuparon de las cosas grandes como las camas y el sofá, y Jas y yo nos ocupamos de todo lo demás. Las únicas cajas que no hemos abierto son esas enormes en las que pone SAGRADO. Están en el sótano, cubiertas con bolsas de plástico para que se mantengan secas si hay una inundación o lo que sea. Cuando cerramos la puerta del sótano, a Jas se le empañaron los ojos y se le pusieron húmedos. Dijo A ti no te agobia, y yo dije No, y ella dijo Por qué no, y yo dije Rose está muerta. Jas arrugó el gesto. No digas esa palabra, Jamie.
No entiendo por qué no. Muerta. Muerta. Muerta muerta muerta. Mamá lo que dice es Se nos fue. La frase de papá es Está en un lugar mejor. Él nunca va a la iglesia, así que no sé por qué lo dice. A menos que ese lugar mejor del que habla no sea el Cielo, sino el interior de un ataúd o una urna dorada.
En Londres, mi orientadora me dijo Te niegas a admitirlo y sigues afectado por el shock. Me dijo Un día te vendrá de golpe y llorarás. Parece ser que no he llorado desde el 9 de septiembre de hace casi cinco años, que fue cuando ocurrió lo de Rose. El año pasado, papá y mamá me mandaron a ver a esa señora gorda porque les parecía raro que yo no llorara por aquello. Me habría gustado preguntarles si ellos llorarían por alguien de quien no se acuerdan, pero me callé.
De eso es de lo que parece que nadie se da cuenta. Yo no me acuerdo de Rose. No del todo. Me acuerdo de dos niñas que jugaban a saltar las olas en vacaciones, pero no de dónde estábamos, ni de lo que dijo Rose, ni de si se lo estaba pasando bien o no. Y sé que mis hermanas fueron damas de honor en la boda de un vecino nuestro, pero la única imagen que me viene a la cabeza es la del tubo de Smarties que me dio mamá durante la misa. Ya entonces los que más me gustaban eran los rojos, y los apretaba en la mano hasta que me desteñían la piel de rosa. Pero no me acuerdo de cómo iba vestida Rose, ni de cómo desfilaba por el pasillo de la iglesia ni nada parecido. Después del funeral, cuando le pregunté a Jas dónde estaba Rose, me señaló la urna que había encima de la repisa de la chimenea. Cómo puede caber una niña en un sitio tan pequeño le dije, y eso la hizo llorar. O por lo menos eso es lo que ella me ha contado. Yo en realidad no me acuerdo.
Un día nos pusieron de deberes en el colegio que describiéramos a alguien especial, y me pasé quince minutos para escribir una página entera sobre Wayne Rooney. Mamá me hizo romperla y escribir en su lugar sobre Rose. Como yo no tenía nada que decir, se sentó enfrente de mí con la cara toda roja y sudorosa y me dijo exactamente lo que tenía que escribir. Sonrió entre las lágrimas y dijo Cuando tú naciste, Rose señaló a tu pilila y preguntó si era un gusano y yo dije No pienso poner eso en mi cuaderno de Literatura. A mamá se le borró la sonrisa. Las lágrimas le resbalaron de la nariz a la barbilla y me hicieron sentirme tan mal que lo escribí. A los pocos días, la profesora leyó mi redacción en clase, y me gané una estrella dorada de ella y las burlas de todos los demás. Pichalarva, me pusieron.
Mañana es mi cumpleaños, y una semana después empiezan las clases en mi nuevo colegio, la Escuela Primaria de la Iglesia de Inglaterra en Ambleside. Está a unas dos millas de nuestra casa, así que papá me va a tener que llevar en coche. Aquí no es como en Londres. No hay autobuses ni trenes por si está demasiado borracho para salir. Jas dice que ella irá conmigo andando si no conseguimos que nos lleven, porque su escuela está como una milla más allá. Dijo Por lo menos nos vamos a quedar en los huesos y yo me miré los brazos y dije Para los chicos estar en los huesos no es bueno. A Jas no le sobra un gramo, pero come como un ratón y se pasa horas leyendo lo que pone por detrás de los envases para ver las calorías. Hoy ha hecho una tarta para mi cumpleaños. Ha dicho que era una tarta sana, con margarina en lugar de mantequilla y casi sin azúcar, así que lo más probable es que sepa raro. Pero tiene buena pinta. Nos la vamos a comer mañana, y me dejan cortarla a mí porque es mi día.
He mirado antes en el buzón y no había nada más que un menú de la Casa del Kebab, que he escondido para ahorrarle a papá el disgusto. Ningún regalo de cumpleaños de mamá. Ni una tarjeta de felicitación. Pero todavía queda mañana. No se va a olvidar. Antes de que nos fuéramos de Londres, yo compré una tarjeta de Nos mudamos de casa y se la mandé a ella. Lo único que escribí dentro fue la dirección de la casa y mi nombre. No sabía qué más poner. Ella está viviendo en Hampstead con el tipo aquel del grupo de apoyo. Se llama Nigel, y yo lo conocí en uno de esos actos conmemorativos en el centro de Londres. Con la barba larga y en plan greñas. La nariz torcida. Fumando en pipa. Escribe libros sobre otros que han escrito libros, cosa a la que no le veo mucho sentido. Su mujer murió también el 9 de septiembre. Puede que mamá se case con él. Puede que tengan una niña y la llamen Rose y entonces se olviden del todo de mí y de Jas y de la primera mujer de Nigel. Me pregunto si de ella encontrarían algún pedazo. Igual él tiene una urna sobre la repisa de la chimenea y lo mismo le compra flores en su aniversario de boda. Eso a mamá no le haría ni pizca de gracia.
Roger acaba de entrar en mi cuarto. Le gusta enroscarse por la noche junto al radiador, al calorcito. Ese sitio a Roger le encanta. En Londres lo teníamos siempre dentro de casa por el tráfico. Aquí puede campar a sus anchas, y hay un montón de animales que cazar en el jardín. En nuestra tercera mañana encontré una cosa pequeña y gris y muerta en el umbral de la puerta. Creo que era un ratón. Como no me sentía capaz de cogerlo con los dedos busqué un trozo de papel, lo coloqué encima empujándolo con un palo y lo tiré a la basura. Pero luego me sentí como un canalla así que lo saqué de la basura y lo puse debajo del seto y lo cubrí con hierba. Roger soltó un maullido como si no se pudiera creer lo que yo estaba haciendo, con el trabajo que le había costado. Le dije que las cosas muertas me ponen enfermo y me frotó el cuerpo anaranjado por la espinilla para que yo supiera que me había entendido. Es verdad. Los cadáveres me ponen del revés. Está feo decirlo pero, si Rose tenía que morirse, me alegro de que la encontraran en pedazos. Habría sido mucho peor que estuviera debajo de la tierra, rígida y fría, con exactamente el mismo aspecto que la niña de las fotos.
Me imagino que mi familia fue feliz un día. En las fotos se ven un montón de sonrisas y de ojos achinados, todos fruncidos como si alguien acabara de contar un chiste buenísimo. En Londres, papá se pasaba horas contemplando esas fotos. Teníamos cientos, todas hechas antes del 9 de septiembre, y estaban todas revueltas en cinco cajas diferentes. Cuatro años después de que muriera Rose papá decidió ponerlas en orden, las más recientes primero y las más antiguas al final. Compró diez álbumes de esos pijos de cuero de verdad con letras doradas, y durante meses se pasó las tardes enteras sin hablar con nadie ni hacer otra cosa que beber y beber y pegar todas las fotos en el sitio que tocaba. Sólo que cuanto más bebía más le costaba pegarlas derechas y la mitad de ellas tenía que volver a colocarlas al día siguiente. Probablemente fue por eso por lo que mamá empezó a tener El Affaire. Ésa era una palabra que yo les había oído a los del East End y no habría esperado oírsela gritar a mi padre. Fue un flash. A mí no se me había ocurrido pensarlo, ni siquiera cuando mamá empezó a ir a las reuniones de apoyo dos veces a la semana, luego tres veces a la semana, luego cada vez que podía.
A veces, al despertarme, me olvido de que ella no está, y entonces me acuerdo y el corazón se me cae como cuando se te escapa un escalón o tropiezas con un bordillo. Luego me vuelve todo de golpe y veo lo que pasó en el cumpleaños de Rose con mucha claridad, como si mi cerebro fuera uno de esos televisores de alta definición que mamá dijo que eran tirar el dinero cuando le pedí que comprara uno las Navidades pasadas.
Jas llegó a su fiesta una hora tarde. Mamá y papá estaban discutiendo. Christine me dijo que no estabas con ella decía papá cuando entré en la cocina. La llamé para estar seguro. Mamá se desplomó en una silla que había justo al lado de los sándwiches, lo cual me pareció bastante inteligente porque así podría ser la primera en elegir de qué lo quería. Los había de ternera y de pollo, y unos amarillos que yo esperaba que fueran de queso y no de mayonesa con huevo. Mamá llevaba un sombrero de fiesta, pero tenía la boca para abajo y parecía uno de esos payasos tristes que se ven en el circo. Papá abrió la puerta de la nevera, cogió una cerveza y cerró de un portazo. Había ya cuatro latas vacías encima de la mesa de la cocina. Y entonces dónde narices estabas dijo. Mamá abrió la boca para hablar pero justo entonces mis tripas hicieron un ruido muy fuerte. Ella pegó un brinco y los dos se volvieron hacia mí. Puedo comerme un hojaldre de salchicha pregunté.
Papá gruñó y agarró un plato grande. Aunque estaba enfadado, cortó con mucho cuidado un trozo de tarta y lo rodeó de hojaldres de salchicha y sándwiches y patatas fritas. Sirvió un vaso de granadina poniéndola bien cargada, exactamente como a mí me gusta. Cuando hubo terminado extendí las manos, pero pasó de largo ante mí en dirección a la repisa de la chimenea del salón. Yo me enfadé. Todo el mundo sabe que las hermanas muertas no tienen hambre. Justo cuando estaba pensando que mis tripas podrían comérseme vivo, la puerta de la calle se abrió de golpe. Llegas tarde, gritó papá, pero entonces mamá pegó un respingo. Jas sonrió nerviosa, con un diamante soltando destellos en su nariz y el pelo más rosa que el chicle. Yo le devolví la sonrisa pero entonces PAM se oyó una explosión, porque a papá se le había caído el plato al suelo, y mamá susurró Pero hija, qué has hecho.
Jas se puso roja como una amapola. Papá gritó algo sobre Rose y señaló a la urna, salpicando toda la moqueta de granadina. Mamá se quedó sentada sin moverse, con los ojos que se le iban llenando de lágrimas fijos en la cara de Jas. Yo me metí dos hojaldres de salchicha a presión en la boca y me escondí un bollo debajo de la camiseta.
Vaya familia, escupió papá, mirando a Jas y luego a mamá, con una tristeza en la cara que yo no entendí. Lo de Jas no era más que un peinado, y yo no podía imaginarme qué había hecho mal mamá. Roger estaba limpiando con la lengua la tarta de cumpleaños de la moqueta. Soltó un bufido cuando papá lo agarró por el pescuezo y lo lanzó hacia el recibidor. Jas salió muy enfadada y pegó un portazo al meterse en su cuarto. Yo me las apañé para comerme un sándwich y tres bollos más mientras papá limpiaba aquel desastre, recogiendo con manos temblorosas los restos de la merienda de cumpleaños de Rose. Mamá contemplaba la tarta de la moqueta. Toda la culpa la tengo yo murmuró. Yo negué con la cabeza. Pero si lo ha tirado él, no tú, le susurré, apuntando a las manchas de granadina.
Papá echó la comida en la basura con tanta fuerza que retumbó el cubo. Se puso a gritar otra vez. Ya empezaban a dolerme los oídos así que me escapé de la cocina al cuarto de Jas. Estaba sentada enfrente del espejo, jugueteando con su pelo rosa. Le di el bollo que me había escondido en la camiseta. Te queda estupendo le dije, y eso la hizo llorar. Las chicas son raras.
Después de la fiesta, mamá lo admitió todo. Jas y yo nos quedamos allí sentados en su cama, escuchando. Tampoco es que fuera muy difícil. Mamá lloraba. Papá gritaba. Jas tenía los ojos como dos grifos, pero yo los tenía secos. AFFAIRE, decía papá, una y otra vez, como si gritándolo las veces suficientes pudiera borrarlo. Mamá dijo No lo entiendes y papá dijo Y supongo que Nigel sí y mamá dijo Pues mejor que tú. Hablamos. Me escucha. Me hace… pero papá la interrumpió, maldiciendo a voces.
Se pasaron así un montón de tiempo. A mí se me durmió el pie izquierdo. Papá no paraba de hacer preguntas. Mamá lloraba más fuerte todavía. Él la llamó Mentirosa y dijo Me has engañado y Esto ya es la guinda del puñetero pastel, con lo que me dieron ganas de comerme otro bollo. Mamá intentó contestarle. Papá gritaba más que ella. Es que no le has hecho ya suficiente daño a esta familia rugió. El llanto paró de pronto. Mamá dijo algo que no pudimos oír. Qué dijo papá horrorizado. Qué has dicho.
Pasos en el pasillo. La voz de mamá otra vez, bajito, justo delante de la puerta de Jas. Ya no puedo seguir con esto repetía, y sonaba como si fuera muy vieja. Jas me agarró la mano. Creo que es mejor que me vaya. Los dedos me dolían de lo que Jas me los estaba apretando. Mejor para quién preguntó papá. Mejor para todos respondió mamá.
Entonces le tocó a papá llorar. Le suplicó a mamá que se quedara. Se disculpó. Se puso delante de la puerta de la entrada bloqueándola pero mamá le dijo Apártate de mi camino. Papá le pidió otra oportunidad. Prometió esforzarse más, dejar lo de las fotos, conseguir un trabajo. Dijo Ya he perdido a Rose y no podría soportar perderte a ti también mientras mamá salía a la calle. Papá gritó Te necesitamos y mamá dijo No tanto como yo a Nigel. Y cuando se marchó, papá dio tal puñetazo en la pared que se rompió un dedo y tuvo que llevarlo vendado cuatro semanas y tres días.