[1]. Kimono ligero hecho de algodón para el verano. Antiguamente se vestía para ir a los baños públicos y solía ser de colores claros. (Todas las notas son de los traductores.)
[2]. Calzado tradicional japonés de madera con forma de chancleta. Se pronuncia «gueta».
[3]. En Japón, se atribuye a los zorros poderes sobrenaturales, que suelen usar para molestar a los humanos. Por eso, cuando una persona se comporta de manera extraña, se dice que está poseída por un zorro.
[4]. Refrán japonés procedente de China.
[5]. Aproximadamente diez metros cuadrados.
[6]. Estilo de cama tradicional japonesa que se compone de un colchón y una funda. Normalmente se coloca por la noche sobre el tatami y por la mañana se pliega y se guarda en el armario.
[7]. En japonés, dar pena se dice Kawaisō, de ahí su nombre.
[8]. Pasillo exterior cubierto, típico de las casas antiguas japonesas. Podría asemejarse a lo que en occidente se conoce como porche.
[9]. Canción popular de Japón que narra la trágica historia de una chica llamada Okichi.
[10]. Tallarines gelatinosos hechos a base del extracto de alga conocido como agar-agar. Se deja cuajar la pasta gelatinosa en un molde para después hacerla pasar por una pequeña malla, saliendo así los tallarines.
[11]. Fumimaro Konoe (1891–1945), político japonés que llegó a primer ministro de Japón durante los primeros años de la segunda guerra mundial.
[12]. Paraguas, en inglés. Escrito así en el original para resaltar que es un paraguas occidental muy decorado.
[13]. Pañuelo típico que se usa para envolver y transportar objetos con facilidad.
[14]. En Japón es común juntar siete leyendas urbanas de un lugar en concreto y llamarlas las Nana Fushigi (siete rarezas, cosas inexplicables).
[15]. Fusanosuke Kuhara (1869–1965) fue un hombre de negocios y político sindicalista japonés.
[16]. Tradición japonesa similar a los matrimonios concertados occidentales. Se realizan (aunque cada vez con menos frecuencia) con el objetivo de que ambas familias mantengan sus estatus sociales y económicos.
[17]. Tela que se usa como cinturón cuando se viste con kimono.
[18]. Condimento dulce japonés hecho a base de vino de arroz, pero con bajo contenido de alcohol.
[19]. Marca de cigarrillos japonesa con un filtro compuesto por un pequeño tubo en lugar de una esponja, como es común. Hoy en día ya no se fabrican.
[20]. Uno de los almacenes más grandes de Japón. Hoy cuenta con tiendas en el extranjero. Se fundó en 1611.
[21]. Novela del escritor japonés Kafū Nagai (1879–1959) publicada en 1937 que narra la historia de amor entre un escritor y una prostituta. La traducción al castellano sería Una extraña historia del este del río.
[22]. Hace referencia a un fragmento del Nuevo Testamento donde aparece escrito que ni la sabiduría de Salomón es equiparable a la grandeza de un lirio.
[23]. Etapa de la historia japonesa que duró de 1688 hasta 1703 perteneciente al periodo Edo, bajo el mandato del shōgun Tokugawa. Se caracteriza por el gran florecimiento de las artes y por la gran expansión de casas de placer.
[24]. Campanillas que se cuelgan en los aleros de los tejados para que suenen con el viento.
[25]. Título que recibió en Japón la película Marysa, dirigida por el cineasta checo Josef Rovenský en 1935.
[26]. Famoso barrio de Tokio con gran cantidad de tiendas de ropa y accesorios.
[27]. Situada en la región de Chūgoku, al sur de Japón.
[28]. Capital de Shimane.
[29]. También conocida como la Batalla de Tsushima, fue un enfrentamiento naval que tuvo lugar en 1905. La Flota Rusa del Báltico fue atacada por la flota de la Armada Imperial Japonesa, comandada por Heihachirō Tōgō (1848–1934), considerado uno de los héroes navales más reconocidos de Japón. El Imperio Japonés ganó la batalla.
[30]. Marcha oficial de la Marina del Imperio Japonés, creada por el compositor Tōkichi Setoguchi (1868–1941) en 1897.
[31]. En Japón se solía usar para darle suavidad a la piel. Se metía en una bolsita de tela, se mojaba y se frotaba por el cuerpo.
[32]. Barrio del sur de Tokio que más tiendas y edificios de estilo occidental acogió a principios del siglo xx.
[33]. A veces, cuando un kanji (ideogramas que componen la escritura japonesa) es muy complicado o pertenece a un texto destinado a los niños, se escribe junto a él con letra pequeña su pronunciación en hiragana (uno de los silabarios de la gramática japonesa) para facilitar su lectura. A estas pequeñas letras se les llama furigana.
[34]. Programa de radio matutino conocido como Radio Taisō que indicaba distintos movimientos de calentamiento y ejercicio para unir y subir la moral de los japoneses durante la guerra. Se introdujo en Japón en 1928 como conmemoración del nombramiento del emperador Hirohito. Tras la derrota de Japón, se dejó de retransmitir ya que tenía un fuerte carácter militar. Posteriormente, en 1951 se sustituyó su contenido por simples ejercicios de estiramiento y se volvió a retransmitir con fines educativos y saludables.
[35]. Refrán muy antiguo de Japón que procede de China, de la época en la que la gente contraía matrimonio desde muy joven. Quería decir que ya, desde niños, todo el mundo debía ser consciente de la diferencia de sexos y actuar acorde a ella.
[36]. Se refiere al conocido como Gran Terremoto de Kantō, que tuvo lugar el 1 de septiembre de 1923 y arrasó gran parte de la ciudad de Tokio y sus alrededores.
[37]. Barrio de Shinjuku (una de las zonas más afectadas por el terremoto), al oeste de Tokio.
[38]. Zona de Tōhoku, al noreste de Japón.
[39]. Dulce tradicional japonés.
[40]. El monaka es un tipo de wagashi emparedado con barquillos de mochi (pasta de arroz).
[41]. Pasta dulce de judía roja azuki.
[42]. Nombre con el que se denominaba a Seúl durante la ocupación japonesa de Corea (1907–1945).
[43]. Se refiere a la diosa romana de la caza, famosa por su crueldad.
[44]. Puerta corrediza de madera con láminas de papel de arroz.
[45]. En Japón se suele llamar hermano o hermana a gente con la que se tiene muy buena relación a pesar de que no sean familiares.
[46]. Cafetería japonesa de lujo fundada en 1881 en la que se sirven dulces hechos con fruta.
[47]. Distrito situado al sur de Tokio. Como curiosidad, añadir que, en 1948, Osamu Dazai se suicidó con una amante tirándose a un río de esta zona.
[48]. Asociación de artistas japoneses de gran renombre fundada en 1914.
[49]. Nombre con el que se denominaba popularmente a la marca de cigarrillos japonesa Golden Bat, creada a principios del siglo xx.
[50]. Zona del norte de Tokio que ahora se conoce como Kita-ku.
[51]. Se refiere a Ichiyō Higuchi (1872–1896), famosa escritora japonesa de finales del siglo xix cuyo rostro aparece impreso en los billetes de cinco mil yenes. En cuanto a Murasaki Shikibu, se trata de la célebre escritora japonesa del periodo Heian autora del Genji Monogatari (siglo ix), considerada una de las novelas más antiguas de la historia.
[52]. Uno de los tres barrios del oeste de Tokio que antiguamente componían lo que hoy se conoce como Shinjuku.
[53]. Especie de hornillo portátil que se asemeja a una pequeña barbacoa.
[54]. Para la mentalidad japonesa, es importante conservar el respeto y agradecimiento a las personas que hicieron algo por ti o por tu familia. En este caso, la familia se siente «obligada» a devolverle el favor al que ha sido profesor de su hija.
[55]. Uno de los discípulos del filósofo chino Confucio (551 a. C.–479 a. C.).
[56]. Fragmento perteneciente a la primera parte de una de las poesías que componen el Wakan Rōeishū, recopilación de poemas chinos y japoneses realizada por el poeta japonés Fujiwara no Kintō en el año 1013.
[57]. Instrumento tradicional japonés de cuerda.
[58]. Chiyo-ni (1703–1775) fue una monja budista japonesa considerada como una de las mejores poetisas de haiku de la historia.
[59]. Mesa baja cubierta con un futón que tiene un brasero colocado debajo.
[60]. Segundo Libro de Samuel 13:19. El fragmento narra la lamentación de Tamar, hija de David, tras ser violada por su hermano Amnón.
[61]. Bebida alcohólica japonesa de patata o cebada más fuerte que el sake.
[62]. Prenda japonesa de algodón acolchado que se asemeja a una bata. Se suele vestir en invierno.
[63]. Espacio elevado habitual en las habitaciones de estilo japonés tradicional que se considera sagrado. Se suelen colocar adornos acordes con la estación o la época del año.
[64]. También denominado kakemono, es un rollo colgante que suele contener obras de caligrafía o dibujo a tinta china.
[65]. El día 8 de diciembre de 1941 (año 16 de la era Shōwa), la Armada Imperial Japonesa atacó las bases militares de Gran Bretaña en Malasia y la base naval de Estados Unidos en Pearl Harbor, Hawái, declarando así la guerra a estas dos naciones y anunciando su participación en la segunda guerra mundial.
[66]. Puerta corrediza exterior de madera típica de las casas tradicionales japonesas que se asemejaría a lo que aquí se entiende por contraventana.
[67]. Aperitivo japonés compuesto de distintos pescados o mariscos sazonados con mucha sal y posteriormente fermentados. Suele servirse acompañado de bebidas alcohólicas.
[68]. En Japón, durante la segunda guerra mundial, había una ley que intentaba evitar la mayoría de lujos en los ciudadanos para así prevenir gastos innecesarios, por lo que se ofrecía a los hombres que vistiesen con uniforme.
[69]. Estribillo de la canción de guerra japonesa Teki wa Ikuman, compuesta por el músico Sakunosuke Koyama a finales del siglo xix.
[70]. Hitataki: palo de bambú en cuyo extremo hay atado un manojo de cuerdas similar a una fregona que se usaba para apagar fuegos. Kumade: herramienta de jardinería y agricultura en forma de pequeño rastrillo de mano.
[71]. Durante aquellos años se creó un ambiente de patriotismo extremo en el que cualquier persona tenía que hacer todo lo posible para ayudar al país, por eso, aunque en el fondo fuese un alivio para muchos, los que no eran llamados a filas tenían que comportarse como si de verdad deseasen hacerlo.
[72]. Charcas de aguas termales.
[73]. Fragmento de la canción Shussei heishi wo okuru uta, compuesta por Isao Hayashi en 1939 para inspirar valor a los soldados japoneses que eran enviados al frente.
[74]. Pantalones de mujer, anchos y con los bajos estrechados para que puedan realizar labores y moverse con facilidad. Durante la segunda guerra mundial era obligatorio que todas las mujeres los llevasen.
[75]. Calamares abiertos que se dejan secar al sol.
[76]. Drama lírico japonés creado durante el siglo xiv que es representado con máscaras.
[77]. En las familias japonesas, la mujer suele llamar al marido «padre» y el marido a la mujer «madre».
[78]. Es común hallar altares sintoístas y budistas en las casas antiguas de Japón.
[79]. Hostal de estilo tradicional japonés.
[80]. Islas que forman el sur de Japón.
[81]. En Japón, los templos budistas se asocian a la muerte. Es en ellos donde se encuentran los cementerios y donde se celebran los actos fúnebres.
[82]. Festividad que se celebra a mediados de agosto para recordar a los muertos.
[83]. Un gō equivaldría a 0,18 litros, aproximadamente.
[84]. Puertas corredizas típicas de la arquitectura tradicional japonesa.
[85]. Plato japonés que se compone de diversos ingredientes cocidos en una olla y acompañados de caldo. Se suele servir en puestos callejeros.
[86]. Alimento sucedáneo del pan de muy baja calidad compuesto de harina y bicarbonato al vapor. Fue un alimento muy común durante la guerra debido a la escasez de ingredientes.
[87]. Sustituto artificial del azúcar que se podría asemejar a la sacarina. En 1954 se retiró del mercado ya que se descubrió que tenía sustancias cancerígenas.
[88]. Fragmento de la canción Kōjō no Tsuki («La luna sobre el castillo en ruinas»), compuesta por el músico japonés Rentarō Taki (1879–1903).
[89]. Sun Yat-sen (1866–1925) fue un político e ideólogo chino, primer presidente de la República Popular China, y considerado por muchos como el padre de la China moderna.
[90]. Osan y Kamiji. Personajes de la obra de bunraku («teatro de marionetas») Shinjū: Ten no Amijima («Suicidio por amor en Amijima»), escrita por el dramaturgo Monzaemon Chikamatsu (1653–1725). La obra cuenta como Kamiji, marido de Osan y padre de dos hijos, se enamora de Koharu, una prostituta de lujo, junto a la que finalmente se suicida.
[91]. En inglés en el original. Aunque excuse me se traduce como «con permiso», el autor quería que el personaje pidiese disculpas por sus acciones. Este error se debe a que, en japonés, la palabra para pedir permiso y pedir perdón es la misma: sumimasen.
[92]. Otro error de traducción. En este caso, el autor quería decir don’t worry, que significa «no te preocupes».
[93]. Como los alimentos escaseaban durante la posguerra, la gente solía llevar la cantidad de arroz que iba a consumir cuando era invitada a casa de alguien.
[94]. Es el lago más grande de Japón, situado en la prefectura de Nagano.
[95]. Categoría militar que el ejército japonés solía atribuir a los reclutas con problemas graves de salud durante la Segunda Guerra Mundial, los cuales podían seguir llevando una vida normal y no eran forzados a luchar. Durante los últimos meses de la guerra, el ejército se vio obligado a enviar a estos soldados al frente en un intento desesperado de resistencia ante la inminente derrota.
[96]. Acompañamiento gelatinoso muy típico de la comida japonesa.
[97]. Vasitos pequeños en los que se suele servir el sake.
[98]. Sopa compuesta de té verde y arroz cocido. Es una comida ligera que suele tomarse entre horas o cuando uno está muy cansado.
A la hora de preparar la selección de relatos del escritor japonés Osamu Dazai incluidos en este volumen, los traductores han utilizado la antología que la editorial Kadokawa publicó en el año 1997, en el que se recogían catorce textos, publicados tanto en vida del autor como póstumamente, cuyo denominador común era la descripción del mundo femenino del Japón de la época, universo que Dazai explora con singular sensibilidad y competencia. Relatos nunca hasta ahora recopilados en castellano, protagonizados por mujeres, muchas de ellas adolescentes, como la del relato que da título a la antología, «Colegiala» (女生徒), publicado en 1939, o «Vergüenza» (恥), aparecido en 1942, pero también por amas de casa («Ocho de diciembre» [十二月八日], publicado en 1942, o el tristemente profético «Osan» [おさん], publicado en 1947 y con final trágico, que nos recuerda al de las representaciones de Bunraku, prefigurando el fin del propio Dazai apenas un año después), mujeres ya maduras que recuerdan algún episodio de su juventud («El árbol del cerezo y el silbido mágico» [葉桜と魔笛], publicado póstumamente o «Nadie sabe» [誰も知らぬ], de 1940), e incluso un billete de cien yenes que narra, ya al final de su «vida útil» cómo ha ido pasando de mano en mano durante años, viviendo todo tipo de peripecias, hasta presenciar un acto sublime de compasión y desprendimiento protagonizado por una prostituta en plena segunda guerra mundial («Dinero» [貨幣], publicado originalmente en 1946).
Dazai es uno de los más notables representantes del llamado movimiento de las watakushi shosetsu o «novelas del yo», un género literario genuinamente japonés, introducido en la época del naturalismo literario que triunfó durante el Periodo Taisho (1912–1926), que se consolidó gracias a autores como Naoya Shiga (1883–1971) y el propio Osamu Dazai, y que se caracteriza por la utilización de la primera persona para narrar historias y anécdotas, muchas veces vagamente intrascendentes o triviales, pero de fuerte contenido autobiográfico. La forma reflejaba una mayor individualidad y una forma más relajada de escritura que la correspondiente a géneros más tradicionales. Desde sus comienzos, la watakushi shōsetsu fue un género que también se utilizó para exponer al público el lado oscuro de las prácticas sociales o de la propia vida del autor. Dazai normalmente escribía con voz masculina, algo que no ocurre en estos relatos, donde son mujeres las que hablan, lo cual se demuestra un procedimiento tremendamente eficaz, por la libertad y honestidad que traslucen los relatos.
Es notable la repercusión que la obra Osamu Dazai, un autor de referencia en Japón, y maestro de innumerables escritores jóvenes desde su trágico suicidio, acaecido en 1948, ha tenido en los últimos años, debida sobre todo a la excelente labor de recuperación de sus obras emprendida por Sajalín editores, que ha puesto en las mesas de novedades dos obras maestras como Indigno de ser humano (1948) y Ocho escenas de Tokio, recopilación de relatos ambientados en esa ciudad. Confiamos en que las traducciones al castellano de otras obras suyas inéditas en nuestro idioma lleguen pronto y ayuden a consolidar a Osamu Dazai (considerado, a justo título, el Dostoievski japonés) como uno de los maestros indiscutibles de la escena literaria nipona del pasado siglo.
Los editores
Digan lo que digan, la gente cada vez cree menos en mí. Cuando alguien se cruza conmigo inevitablemente me trata con desconfianza. Voy a visitar a alguien a quien echo de menos y tengo ganas de ver y me recibe con una mirada hostil, como si no quisiese que fuese a verlo. Es una situación realmente dolorosa.
Ya no me apetece ir a ningún sitio. Aunque solamente sea para acercarme a los baños públicos que están al lado de casa, elijo momentos como el anochecer. No me apetece que nadie me mire a la cara. Incluso en pleno verano, siento como si el blanco de mi yukata[1] resaltase más de lo normal en la oscuridad del atardecer, como si llamase demasiado la atención. Me paso el día muerta de la vergüenza. Últimamente ha estado haciendo mucho más fresco, y ya va siendo época de abrigarse, así que sacaré el kimono de otoño, hecho de tela oscura. Pronto llegará el otoño, luego vendrá el invierno, la primavera y de nuevo estaremos en verano, y entonces tendré que volver a ponerme el yukata de color blanco, el mismo que llevo encima ahora. Si mi situación no ha cambiado para entonces, no sé si seré capaz de seguir adelante. Al menos, el verano que viene espero poder permitirme el lujo de salir a la calle con este yukata de flores de campanilla moradas sin tener que pasar vergüenza. Me gustaría poder pasear ligeramente maquillada entre la multitud que acude a los festivales de verano. Solo con imaginarme, con prever la alegría de esos momentos, se me llena el corazón de auténtica esperanza.
He de confesar algo. He cometido un robo. Soy consciente de que está mal y de que me he equivocado. Pero…, no, mejor lo contaré desde el principio. Le suplico a Dios que me escuche. No necesito a nadie que me ayude en estos momentos. Los que quieran creerme, que me crean.
Soy hija única de una familia que se dedica a la fabricación de geta.[2] Ayer por la tarde, mientras cortaba cebolletas sentada en la cocina, escuché como un niño llamaba a su hermana llorando desde la parcela que hay detrás de casa. Me quedé quieta y pensé que si yo también hubiese tenido un
hermanito o una hermanita pequeña como aquel niño, que me siguiese y me llamase llorando, puede que no me hubiese visto envuelta en una situación tan miserable. Pensando en ello, me brotó una lágrima tibia debido al escozor que me producían las cebolletas. Cuando me las quise quitar con el dorso de la mano, fue peor, y los ojos me empezaron a escocer todavía más; no podía parar de llorar, y no supe qué hacer.
Fue justo este año, en la época en la que salían las hojas verdes entre las flores de cerezo y se empezaban a vender claveles y lirios en los puestos de las ferias nocturnas, cuando empezó a circular el rumor entre las mujeres que iban a la peluquería de que había una joven caprichosa que había perdido la cabeza por un chico. Recuerdo con nostalgia aquellos días. Cada noche, cuando caía el sol, Mizuno venía a buscarme. Solía prepararme con antelación y, antes de que se pusiese el sol, ya estaba toda vestida y maquillada. Recuerdo que salía y entraba de casa sin parar para ver si había venido. Al cabo de un tiempo me enteré de que los vecinos murmuraban sobre mí, riéndose, y me señalaban intentando disimular: «Mira, Sakiko, la hija del fabricante de geta, se está volviendo loca». Mis padres también se dieron cuenta de ello, pero no me dijeron nada.
Este año cumplo veinticuatro años, pero aun sigo soltera. La principal razón es que somos una familia pobre, pero también influye el hecho de que mi madre fuese en tiempos la amante de un terrateniente famoso en la ciudad, al que abandonó tras enamorarse de mi padre, a pesar de todo lo que él había hecho por ella. Poco después nací yo y, como mi rostro no se parecía ni al del terrateniente ni al de mi padre, el estatus social de mi familia disminuyó todavía más, incluso hubo una época en la que a mis padres se les trató como a auténticos marginados. Viniendo de una familia así, es normal que tenga problemas para encontrar pareja. De todos modos, aunque hubiese nacido en el seno de una familia adinerada y noble, al ser así de fea tampoco habría tenido mucha suerte que se diga con los hombres. Aun así, no guardo rencor a mis padres. A pesar de lo que digan, sé que soy hija de mi padre. Ellos me quieren y yo les trato con todo el cariño que puedo. Ambos son personas débiles. Incluso a mí, que soy su hija, me ocultan ciertas cosas, supongo que por vergüenza. Creo que entre todos deberíamos empezar a tratar con ternura y delicadeza a las personas débiles e inseguras como mis padres. Estaba convencida de que sería capaz de aguantar cualquier tipo de sufrimiento o soledad por su bien. Pero cuando conocí a Mizuno, dejé a mi familia de lado.
Me da vergüenza incluso referirme a ello. Mizuno tiene cinco años menos que yo, lo cual es bastante. Es alumno de secundaria en una escuela de comercio. Me recrimino cada día haberme enamorado de alguien tan joven. Nos conocimos esta primavera. Cogí una infección en el ojo izquierdo y tuve que ir al oftalmólogo. Lo vi en la sala de espera de la clínica. Soy de las que se enamoran a primera vista. Mizuno tenía un parche blanco en el ojo izquierdo, igualito que yo. Arrugaba el entrecejo mientras consultaba un pequeño diccionario; vi que pasaba páginas, una tras otra, y parecía muy concentrado pero también muy triste. Verlo así, tan maltrecho, me dio mucha lástima. Yo también me deprimía por tener que llevar el parche. Mientras contemplaba las hojas frescas de los árboles por la ventana de la sala de espera, me parecía como si esas hojas estuviesen ardiendo entre llamas azules. Todo se veía como si perteneciese a otro mundo, como si fuese un paisaje del país de las hadas. Quizá fuese a causa de la magia de aquel parche que el rostro de Mizuno me pareció tan hermoso, como si tampoco él perteneciese a este mundo.
Pronto supe que Mizuno era huérfano. No tenía a nadie que lo tratase con cariño. Provenía de una familia de mayoristas de medicamentos a los que el negocio les iba bastante bien, pero su madre falleció cuando él todavía era un bebé y más tarde, cuando tenía doce años, su padre también murió. El negocio empezó a ir mal y sus hermanos mayores, dos chicos y una chica, tuvieron que irse a vivir fuera, cada uno por su lado, a casas de familiares lejanos, y dejaron a Mizuno al cargo del gerente de la tienda. Cuando lo conocí, le ayudaba para que pudiese asistir a la escuela de comercio, pero parecía que se sentía bastante incómodo con la situación y vivía casi en soledad, recluido en sí mismo. Una vez me comentó en tono muy serio que los únicos momentos en los que se sentía verdaderamente alegre era cuando salíamos a pasear juntos. Me dio la impresión de que tampoco disfrutaba de ciertos elementos que los demás consideramos básicos para la vida cotidiana. Una tarde me contó que había quedado con sus amigos para ir a la playa en verano, pero no estaba contento, es más, parecía hasta deprimido por la situación. Fue aquella tarde cuando cometí el robo. Robé un bañador de hombre.
Fue en los grandes almacenes Daimaru. Entré y comencé a fingir que inspeccionaba un vestido. Entonces, cuando nadie me veía, tiré disimuladamente de un bañador negro que estaba por detrás del vestido y me lo metí con fuerza bajo el brazo. Salí de la tienda intentando no levantar sospechas, pero, no llevaría ni cinco metros andados cuando a mi espalda escuché que alguien empezaba a gritarme desde la tienda. «¡Oiga, oiga usted!». Me entró el pánico. Salí corriendo como una loca, parecía como si hubiese perdido la cabeza. «¡Ladrona!», escuché que gritaban a mi espalda. Finalmente me golpearon en el hombro, perdí el equilibrio y, cuando me di la vuelta, alguien me pegó un bofetón.
Me llevaron a un puesto de policía. A mi alrededor empezó a congregarse mucha gente. Todos los que vinieron eran vecinos y conocidos de mis padres. Con el ajetreo, me había despeinado totalmente y el yukata se me había abierto hasta la altura de las rodillas. Supongo que debía de tener un aspecto de lo más miserable.
El policía me sentó en un pequeño cuarto con tatami que se encontraba al fondo del edificio y entonces empezó a interrogarme. Era un tipo de aspecto desagradable, calculo que tendría unos veintisiete o veintiocho años. Llevaba unas gafas con la montura dorada y tenía un rostro pálido, de facciones afiladas. Comenzó con preguntas generales, mi nombre, mi dirección, mi edad, esas cosas. De pronto sonrió con picardía y me preguntó:
—¿Es tu primera vez?
Un escalofrío me recorrió el cuerpo. No se me ocurría qué contestar. Si no me daba prisa en convencer a aquel tipo me meterían en la cárcel sin duda. Y me caería una buena condena, seguro. Busqué desesperadamente una buena excusa que pudiera servirme para librarme de aquella. Pero, ¿qué podría decirle para demostrar mi inocencia? De pronto supe que estaba totalmente perdida. Jamás en mi vida había estado metida en un lío semejante. Finalmente, y a pesar de todos mis esfuerzos, lo que le conté fue humillante y ridículo. Pero una vez que empecé ya no pude parar. Como si estuviese poseída por un zorro.[3] Creo que fue en ese momento cuando perdí del todo la cabeza.
—¡No me puede meter en la cárcel, señor! ¡Yo no tengo la culpa de eso que dice! Tengo veinticuatro años y desde que nací hasta el día de hoy he sido una hija ejemplar. He obedecido a mis padres todos y cada uno de los días de mi vida sin protestar. ¿Qué tengo de malo, dígame? ¡Nunca hasta hoy he hecho nada que me hiciera merecedora de la reprobación de la gente! Mizuno es un gran hombre. Sé que va a tener un gran futuro. ¡De eso estoy segura! Lo último que querría es que pasase vergüenza. Quedó para ir a la playa con sus amigos y yo solo intentaba que pudiera ir sin tener que preocuparse de nada. ¿Qué tiene eso de malo? Qué tonta he sido… Él proviene de una buena familia. Es distinto a todos los demás chicos que conozco. No me importa lo que me ocurra a mí, señor. Me conformo con que él consiga labrarse un buen futuro, y para que eso ocurra todavía me queda mucho por hacer. ¡No me puede meter usted en la cárcel! No he hecho nada malo en veinticuatro años. Solamente ayudar a mis pobres padres durante toda mi vida. ¡No, no! ¡No me puede meter en la cárcel! No puede hacerlo. No puede hacerme esto solamente por haber movido la mano de manera incorrecta una sola vez en veinticuatro años. No puede arruinarme el resto de mi vida solo por esto. Eso no está bien. No consigo entenderlo… ¿Acaso el hecho de haber movido la mano derecha unos treinta centímetros sin querer demuestra que sea una ladrona compulsiva? ¡No, señor! ¡No puede ser! ¡Solo ha sido una vez! Ni siquiera ha durado más de un par de minutos. Todavía soy una mujer joven. Mi vida acaba de empezar. Seguiré viviendo en la pobreza como he venido haciendo hasta ahora. Eso es todo. Dentro de mí no ha cambiado nada. Sigo siendo Sakiko, sigo siendo la misma chica que era ayer. ¿Qué tipo de molestia puede causarle a una tienda tan grande como Daimaru la pérdida de un mísero bañador? Hay gente que engaña a los demás, gente que se dedica a robar a otras personas, que roba mil o dos mil yenes, o incluso que te saca por la fuerza todo lo que llevas encima, y a pesar de ello los admiramos. ¿Para quién demonios está pensada la cárcel? Solamente encierran a los que no tienen dinero, eso que le quede claro. Seguramente las cárceles estén llenas de personas débiles y sinceras cuyo único delito sea que son incapaces de engañar a los demás. Y como no pueden vivir a costa de engañar a la gente, su situación va empeorando cada vez más, y acaban cometiendo robos ridículos, de dos o tres yenes, y es por eso que los obligan a pasar cinco o diez años en la cárcel. ¡Ja, ja, ja, ja!, qué cosas ocurren hoy en día. ¡Ay, qué ironía!
Como digo, me entró un ataque de locura. El policía me miraba fijamente mientras su rostro empalidecía. De pronto, sin saber cómo, empecé a sentirme irremediablemente atraída por él. A pesar de estar llorando a lágrima viva, esbocé una sonrisa torcida. Creo que se debió de pensar que tenía algún tipo de trastorno mental. Empezó a tratarme con algo más de cautela y me obligó a incorporarme con sumo cuidado. Aquella noche dormí en una de las celdas de la comisaría y, a la mañana siguiente, mi padre vino a buscarme y me soltaron. De camino a casa, me preguntó preocupado si me habían pegado. Luego, no volvimos a hablar sobre el tema.
Cuando leí el periódico de aquella tarde se me subieron los colores a la cara de la vergüenza. Me dedicaban un artículo entero. El titular decía así: «¿Un robo razonable? Bello discurso de una chica degenerada». Pero eso no fue lo peor. Los vecinos empezaron a merodear alrededor de casa. Al principio no sabía por qué, pero cuando descubrí que venían para cotillear, noté que me desbordaba la ira. Fue entonces cuando empecé a darme cuenta de las auténticas consecuencias de lo que había hecho. Si en aquel momento hubiese tenido un frasco de veneno a mi alcance, me lo habría tragado entero sin dudarlo ni un instante. Si hubiese habido algún bosque de bambú cerca de casa, me habría adentrado en él para ahorcarme. Incluso tuvimos que cerrar la tienda durante un par de días.
Pocos días después, recibí una carta de Mizuno.
«Sakiko. Sabes que soy la persona que más cree en ti en este mundo. Aun así, creo que te falta cierta educación. Eres una buena persona, pero me temo que vives en un entorno que no me termina de convencer. Durante todo este tiempo he estado intentando corregir esos aspectos en ti, pero hay cosas que me temo que no se pueden cambiar. Es importante recibir una buena educación. El otro día fui a la playa con mis amigos y estuvimos hablando largo y tendido sobre la inquietud del ser humano por superarse a sí mismo. Estoy convencido de que seremos gente importante en el futuro. Querida Sakiko, pórtate bien a partir de ahora. Intenta purgar tu culpa, aunque sea poco a poco. Discúlpate ante la sociedad Y recuerda: la gente odia el delito, pero no al que lo comete.[4]
Firmado: Saburo Mizuno
(Y por favor, quema esta carta después de leerla. Quema el sobre también. Te ruego que lo hagas.)»
Por un momento me había olvidado de que Mizuno había crecido en el seno de una familia con dinero. Así que eso fue lo que me escribió.
Han sido días muy duros. Ayer empezó a hacer fresco. Esta noche mi padre ha venido y al ver cómo estaba ha puesto cara de preocupación: «Esta luz tan débil no te hará ningún bien. Es muy deprimente», y ha cambiado la bombilla del salón de seis tatamis[5] por una más luminosa de cincuenta vatios. Hemos cenado los tres juntos, mi padre, mi madre y yo, bajo la luz de la nueva bombilla. Mi madre se ha reído poniéndose la mano con la que sujetaba los palillos en la frente y ha dicho: «Ay, tanta luz me va a dejar ciega». Yo también me he animado y le he servido sake a mi padre. Nuestra felicidad reside en las pequeñas cosas, como cambiar la bombilla de la habitación y cenar juntos. Lo cierto es que pensar en ello ha hecho que no me sintiera tan miserable; al contrario, vivir en una familia tan modesta es lo más parecido que conozco a vivir dentro de una maravillosa lámpara giratoria de papel. He sentido unas súbitas ganas de hacérselo saber a todo el mundo, de gritárselo a los insectos que cantaban en la oscuridad del jardín. «¡Los que quieran mirarnos que nos miren! ¡Nosotros somos gente de corazón noble!». Y así fue como, de repente, he empezado a sentir una serena alegría en lo más profundo de mi corazón.