La gran polémica de nuestro tiempo es la tensión entre figurativismo y no figurativismo pictórico. Está claro que se trata de una polémica profana en la que no entran los entendidos ni los buenos aficionados. Pero la voz de la calle, la famosa «vox populi» es un síntoma muy digno de tomarse en cuenta, no tanto por lo que dice como por la conciencia colectiva que representa.
La conciencia colectiva, de la que se excluyen los pocos entendidos en pintura, prefiere el arte figurativo al arte abstracto o modernista de cualquier tipo. Esta preferencia no está fundamentada en valores estéticos, porque la mayor parte de la gente que protagoniza la llamada conciencia colectiva no entiende de estética. La gente prefiere el figurativismo porque «entiende» lo que le ponen delante de los ojos, aunque este «entendimiento» sea muy dudoso. Veamos esto con un poco de detalle. Lo que «entiende» la gente de un cuadro es el tema, la anécdota, que es precisamente lo que menos interesa al verdadero entendido. En todos los tiempos y con cualquier tema han existido buenos y malos pintores. El tema, el contenido narrativo de la obra pictórica, es Indiferente para juzgar la pintura. Es decir, que lo que menos importancia tiene es «lo que se ve», y lo que verdaderamente Interesa es «cómo lo ve» el pintor. Porque pintar no es reflejar la naturaleza, sino interpretarla, organizarla, darla un orden racional o emocional. Pero siglos y siglos de pintura figurativa han desvirtuado el auténtico valor del arte. La mejor prueba de que los pintores modernos tienen razón para exigir y postular una renovación radical de la expresión artística es precisamente la hostilidad con que el gran público les acoge. Con este desfavor el público demuestra que «ya no sabe ver pintura», que ya no se interesa por los verdaderos valores eternos de la pintura, que son la composición y el color, sino que se deja arrastrar por la sugestión epidérmica de la misma, a la que tan acostumbrado le dejó el siglo XIX. El gran público, la «gente», lleva tanto tiempo viendo figuras realistas que piensa que el mérito está en que estas figuras lo sean, en que estas manchas de color tengan la apariencia real de los objetos naturales. Esto es falso. Cuando un gran cuadro figurativo nos atrae (pongamos el caso de «Las meninas», de Velázquez, o «La bacanal», de Tiziano) no es por el realismo con que están conseguidas sus figuras, sino por la espléndida composición con que están ordenados, por la organización que el pintor ha sabido dotar al conjunto, por los bellos colores hábilmente conjugados, etc... Si en vez de esos personajes pusiéramos otros, con la misma composición y colores, también nos gustaría. Lo de menos es el tema. Para los pintores tradicionales el tema era un pretexto, todas las cosas y personas eran, en realidad, un pretexto para expresar su íntima convicción de la vida. Sólo los malos pintores copian la realidad; los buenos, la recrean, la interpretan.
En la naturaleza nos encontramos colores y formas que no tienen ningún orden. En realidad, estamos sumidos en un caos de forma y color sin organización alguna. Nuestros ojos, y tras ellos nuestra mente, intentan Inconscientemente ordenar, componer este caos. Sólo el artista lo consigue, y al conseguirlo nos comunica su experiencia, nos pone en camino de participar en ese orden mental que el autor ha creado. Los pintores no disponen sus colores como están en la naturaleza, sino como deberían estar para que el mundo tuviera sentido. Lo que varía en cada pintor es precisamente su sentido M mundo. Pero en cualquier caso la misión del pintor es ordenar formas y colores, transformar la naturaleza en derredor, nunca copiarla.