OOPARTS:
DESAFÍO A LA REALIDAD
Colección: Investigación abierta
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Título: Ooparts: desafío a la realidad
Autor: © Marc-Pierre Dylan
© 2012 Ediciones Nowtilus S. L.
Doña Juana I de Castilla 44, 3° C, 28027 Madrid
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ISBN: 978-84-9967-207-6
Fecha de publicación: Febrero 2012
Impreso en España
Introducción
Capítulo 1. Qué es un oopart?
Definición de oopart
Delimitación espacial
Delimitación temporal
Delimitación material
Capítulo 2. Antikythera, la máquina que llegó del futuro
Un diseño aún más extraño
El siglo XXI
Quién la hizo?
Tecnología imposible
Capítulo 3. Los mapas de los dioses: cartografía imposible en la antigüedad
Un enigma con una agitada historia
El mapa de Piri Reis
El mapa de Oronteus Finoeus
Otros mapas imposibles
Capítulo 4. Hace 2.800 millones de años: las esferas metálicas que desafían a la lógica
El oopart más antiguo
Sudáfrica
Antimateria?
La esfericidad en la naturaleza
Capítulo 5. Egipcios con gafas: lentes en la antigüedad
Coincidencias asombrosas
Entre Troya y Egipto
Otras evidencias: las piedras de lectura
Capítulo 6. Quién timaba en Mesopotamia ayudado por la electricidad?: la pila de Bagdad
Un hombre ante el enigma
La pila de Bagdad
Un potente analgésico?
Posiciones ortodoxas
La actualidad
Capítulo 7. Fusiles en la prehistoria: los cráneos horadados por balas
Las pruebas
Las hipótesis
La explicación
Capítulo 8. Pisadas imposibles: las huellas que desafían el conocimiento
Las huellas del río Paluxi
La polémica
Otras pisadas imposibles
Capítulo 9. Como un juego de niños: juguetes que no pueden existir
El avión de juguete de Egipto
Un diseño perfecto
Planeando
Un pueblo sin ruedas
… que fabrica maquetas con ruedas
Capítulo 10. La negación imposible: los discos Dropa
La historia
Los hechos
Otros casos de negación imposible
Conclusión
Capítulo 11. De espadas y hebillas: la metalurgia imposible a ambos lados del Atlántico
El aluminio en la antigüedad
Paredes vitrificadas
Otros imposibles metalúrgicos
Capítulo 12. Jeroglíficos misteriosos: de lámparas y helicópteros
Tanques y helicópteros en el Egipto faraónico
Pareidolias y palimpsestos
Qué son realmente esos jeroglíficos?
Otros ejemplos
Capítulo 13. En bloques de piedra: ooparts hallados incrustados en rocas
Martillos en piedras
Vasos y bujías
Fraudes y misterios
Capítulo 14. Escrituras ajenas: entre Kensington y Bolivia
Unas runas en Minnesota
Sumerios en Bolivia?
Inscripciones en Los Lunas
Capítulo 15. Metales extraños: cubos, pilares y hombres de hierro
El pilar de la India
Un hombre de hierro
El cubo que llegó del espacio
Antenas bajo el mar?
Capítulo 16. Cartografía aérea en relieve hace veinte millones de años: el mapa del Creador
El principio
La piedra
Últimos estudios
Capítulo 17. Dinosaurios y seres humanos: un plesiosauro en Marsella, y algunas falsificaciones
La cueva de Marsella
Otras evidencias
Las figuras de Acámbaro
Capítulo 18. Dónde surgió la primera escritura? La hipótesis francesa
El principio
Pero por qué es tan especial Glozel?
La teoría fenicia
Capítulo 19. Ooparts en el arte: de Madonas y platillos volantes
Madonas con ovnis
Carros de fuego, sombreros y otros objetos extraños
Un satélite orbital en el Renacimiento italiano
Capítulo 20. Ooparts en las crónicas históricas: estrellas que se mueven en el año 1000
La locura del año 1000
Luces durante la conquista de América
Cascos inexplicables
Conclusiones
Metodología de las explicaciones
Un pasado diferente al que nos han contado
Bibliografía
Existen. Están ahí. En las vitrinas de los museos más conocidos del mundo. En algunas de las excavaciones más renombradas de la Tierra. Incluso en salas con millones de visitas anuales. Relucen al sol, pesan, ocupan espacio, tienen corporeidad física, tienen contornos, perfiles, volúmenes. Existen. Y su mera existencia supone un desafío absoluto a la ciencia moderna. Cientos de desafíos, cada uno planteando un enigma mayor que el anterior. Cientos de desafíos que nadie ha sabido resolver, como por ejemplo una pila eléctrica en la Bagdad del siglo II o una máquina sofisticadísima que alguien manejaba en la Grecia de aquella misma época.
La existencia de los ooparts se alza como uno de los mayores enigmas a los que la ciencia oficial se enfrenta, uno de los misterios más insondables que acecha al ser humano. Quizá pueda parecer esta una afirmación osada, pero no lo es, ni mucho menos gratuita, tal y como veremos a lo largo de las siguientes páginas. Dicho de otra manera, los ooparts representan nada menos que una negación frontal de algunas de esas verdades que, durante años o siglos, la humanidad ha venido considerando como incontrovertibles.
Un mapa donde aparecen Florida y el océano Pacífico antes de que se descubrieran, una pisada de un ser humano junto a otra de un dinosaurio.
Dentro de su subyugante heterogeneidad, los ooparts comparten una característica común que los hace fascinantes: su realidad física. Efectivamente, las pruebas que respaldan estos misterios no se basan en declaraciones, imágenes, indicios o suposiciones. No hay noticias de periódicos, fotografías borrosas o huellas sobre el terreno. No. Los ooparts tienen una existencia física y real, pueden ser vistos por cualquiera que esté interesado en ello, estudiados por todos aquellos que lo deseen. Se pueden observar, se pueden tocar, coexisten en el mismo ámbito de la realidad que el investigador, en el mismo espacio, en el mismo tiempo. Están ahí y, por esa razón, son tan fabulosos. Están ahí y, pese a estarlo, son imposibles.
Un juguete con ruedas en una civilización que no las conocía, un pilar de hierro que no se ha oxidado en milenios.
Pero cuál es la postura de la ciencia oficial ante estos objetos, inscripciones, pinturas que ponen en tela de juicio muchas de las bases mismas de ciertas ramas del conocimiento? No ha sido, en cualquier caso, una respuesta uniforme. En ocasiones, los esfuerzos se han centrado en intentar explicar la razón de la mera existencia de esos objetos imposibles. A veces con espíritu crítico, abierto, dispuesto a la comprensión, al avance; a veces, simplemente, tomando como punto de partida axiomas que, de reconocer la realidad tangible que son los ooparts, se verían desmoronados. Es decir, una interpretación basada en una solución ya prevista antes de comenzar el análisis. Una interpretación viciada de salida, por tanto. Otras veces desde los círculos científicos se rechaza el mero estudio de los ooparts, tachándolos de fraude, sin detenerse a descubrir las implicaciones que su propia realidad representa. Por último, existe una tercera vía a través de la cual la ciencia actual se enfrenta con estos objetos fuera de su tiempo. Esta vía es, sencillamente, ignorarlos. Hacer como si no existieran. Taparse los ojos. Rechazar una evidencia física. Aunque parezca increíble, aunque de hecho lo sea, será esta tercera opción la más utilizada por la llamada ciencia oficial a la hora de enfrentarse a los ooparts. En las siguientes páginas se intentará aglutinar todas estas formas de análisis científico, sin obviar ninguna de ellas, con el fin de presentar el mayor número posible de datos contrastables al lector.
El cráneo de un neandertal horadado por un impacto de bala, unos jeroglíficos egipcios que representan helicópteros y carros de combate.
Es digno de reseñar. Aunque parezca irracional, resulta evidente que la respuesta más habitual de la llamada ciencia oficial ante los ooparts es ignorarlos. Abrumados ante las pruebas, reales, palpables, físicas e irrefutables que amenazaban por desmontar ciertas certezas establecidas de antemano, la mayoría de los científicos han optado por soslayar la existencia de los ooparts. Así, en ocasiones, ni siquiera se molestan intentando encontrar una explicación lógica a aquel objeto que, situado ante él, desafía profundamente su inteligencia y su escala de valores. Aquel objeto que dinamita la base sobre la que basculan buena parte de las verdades admitidas por el grueso de las personas, que erosiona sin remedio esas columnas de certeza que representan lo comúnmente establecido, lo universalmente admitido. Igual da que estas realidades físicas se hallen tras la vitrina de un museo o dibujadas en algunas de las cavernas más conocidas del mundo, en mitad de una ciudad poblada por millones de personas o en un libro perfectamente conocido por cualquier estudioso. No importa, todo eso no importa. Nadie les hará caso, nadie hablará de ellos, nadie admitirá que se cuestionen las teorías oficiales a partir de esos descubrimientos. Parece que nadie está dispuesto a que se reescriba la historia de la humanidad.
Una hebilla de aluminio en la China del siglo i, restos de una escritura cuneiforme en la Bolivia precolombina.
Porque eso es, exactamente, lo que vamos a hacer.
Unas lentes toroidales en el Antiguo Egipto, un extraño objeto volador en cierto cuadro del Renacimiento italiano.
Reescribir la historia de la humanidad.
No existe nada más aterrador para el ser humano que la negación de una verdad que se tiene por absoluta. Nada. No se puede competir con esa sensación de abandono casi vital, con esa soledad casi filosófica que se experimenta al notar que el suelo de nuestra conciencia, ese suelo erigido a partir de ciertas bases entendidas como incontrovertibles, se empieza a resquebrajar. Nada, nada puede compararse a ello.
Sin embargo, el mundo está lleno de evidencias que se empeñan en atacar al hombre con esa amenaza, que pugnan por desarmar los conocimientos que consideramos básicos sobre nosotros mismos, sobre nuestra historia. Aquellas certezas que se encuentran tan asimiladas en nuestro subconsciente que ni siquiera sospechamos que puedan resultar erróneas.
Es lo que intentaremos hacer en las siguientes páginas: remover esas certezas presentando pruebas, pruebas incontrovertibles, pruebas palpables, que no admiten discusión subjetiva sobre su existencia.
Pruebas que, claro, niegan algunas de esas verdades a las que hemos hecho referencia, esas que tenemos como absolutas. Pruebas que, por eso mismo, nos asoman de manera irremediable al abismo de la duda y el conocimiento. Al temor de la incertidumbre primero y de la perplejidad más tarde. Al escalofriante condicional que ataca por completo nuestro más arraigado núcleo de creencias y saberes. Y si…?
Presentaremos pruebas. No serán una ni dos; no serán excepciones, anomalías, casualidades, rarezas. Serán miles de ellas, un torrente abrumador de objetos, pinturas, inscripciones y restos fósiles que deberían cambiar por completo la visión que el ser humano tiene de sí mismo. Eso son los ooparts. De todo eso vamos a tratar.
La intención de este estudio sobre los ooparts es presentar, de una forma sistematizada y rigurosa, un listado completo de todos estos objetos que desafían el conocimiento humano, agrupándolos en una serie de categorías que previamente se han establecido, para facilitar la magnitud de las implicaciones que su reconocimiento lleva implícitas. Asimismo, se intentará exponer todas las posibles explicaciones que se han aportado para intentar desentrañar el enigma de cada uno de estos objetos, desde las más heterodoxas hasta las que prevé la ciencia oficial. Con ello se conseguirá despejar algunos enigmas tenidos tradicionalmente como ciertos, y que tanto el paso del tiempo como, sobre todo, los estudios serios sobre ellos han revelado como falsificaciones.
De igual manera, se pretende plantear la cuestión en torno a los ooparts con la mayor rigurosidad posible, intentando vertebrarla de una forma coherente y estricta. Situar, pues, a este fenómeno dentro de un análisis científico que permita así vislumbrar la verdadera importancia de este asunto. Y es que es algo que perfectamente permiten los ooparts; objetos, como ya se señaló, palpables, existentes y corpóreos, susceptibles, pues, de un estudio pormenorizado y sistematizado sobre los mismos. Un estudio basado en pruebas, hechos, no en suposiciones e indicios.
Todo esto se llevará a cabo con cada uno de los casos recopilados para esta pequeña introducción a tan gran misterio. Se narrarán, de forma sucinta, las condiciones especiales que acompañaron a la aparición o surgimiento de cada oopart, la forma en que fueron descubiertos o encontrados y los protagonistas de estos primeros momentos. Asimismo, se describirá minuciosamente el objeto en cuestión, centrando el interés, evidentemente, en aquellas características que lo sitúan fuera de lo común. Y, por último, se procurará exponer las distintas teorías que han intentado explicar la existencia del mismo, planteándolas de manera crítica, sin caer en un sensacionalismo que pudiera ser poco estricto, pero sin esconder la realidad detrás de una barrera de verdades preconcebidas e inamovibles. Y siempre, dejando la última palabra al lector, quien tendrá, en suma, la última reflexión sobre todos los temas planteados.
No obstante, como paso previo a esta exposición pormenorizada que acompañará a cada uno de los ooparts presentados en el libro, debemos de deslindar el objeto de trabajo del mismo. Es decir, resulta obligado establecer una delimitación temporal, espacial y material de los distintos artefactos que serán protagonistas en las siguientes páginas. Y, aun antes de todo eso, resolver la pregunta con la que comenzábamos el capítulo: qué es un oopart?
En primer lugar, hay que señalar que el término oopart
es un acrónimo en inglés, que desplegado significa Out Of Place Artifact, literalmente traducido al castellano como ‘artefacto fuera de lugar’. Hoy en día se ha asumido el uso de esa palabra, que se utiliza para designar una enorme cantidad de realidades sumamente heterogéneas con un único punto en común: la imposibilidad de su existencia según los postulados actuales de la ciencia. Usualmente, esta palabra ha designado únicamente hallazgos arqueológicos para los que la datación oficial no encuentra acomodo alguno, es decir, anacronismos increíbles pero existentes. No obstante, y como veremos, el término
oopart
designa una realidad mucho mayor, y provoca una fascinación también superior.
El creador de esta expresión, que tan exitosa se ha mostrado a lo largo del tiempo, es el zoólogo estadounidense, aunque de origen escocés, Ivan Terrance Sanderson (1911-1973). Esta expresión fue acuñada por el doctor Sanderson a mediados de los años sesenta del siglo XX, tras tener conocimiento de la existencia de la llamada pila de Bagdad a través de los trabajos del arqueólogo alemán Wilhelm König. Su sorpresa ante aquel descubrimiento fue tal que, tras comprobar la certeza de su existencia y lo plausible de su interpretación, lo definió como un artefacto fuera de su tiempo
, recogiendo, quizá sin pretenderlo, la expresión que designaría a este tipo de anomalías de allí en adelante.
Curiosamente, Sanderson es considerado también como el padre de la criptozoología, por ser el primero en intentar sistematizar con criterio científico una disciplina hasta entonces repleta de inexactitudes, errores y omisiones. Convirtió, por así decirlo, una ocupación de buscadores de aventuras y oyentes de leyendas locales en una actividad con terminología y condiciones de trabajo científicas. Pero esa es, seguramente, otra historia.
Apuntábamos antes que fue Sanderson quien creó de la nada el término oopart
, pero eso no debe hacernos pensar que la existencia de esos objetos era desconocida por la opinión pública. Nada más lejos de la realidad. Los sucesivos descubrimientos que, en un goteo constante, fueron produciéndose eran incluidos habitualmente dentro de los llamados hechos forteanos. Esta categoría tomó su nombre del investigador norteamericano Charles Hoy Fort (1874-1932), incansable perseguidor en su época de situaciones anómalas y sucesos extraordinarios que la ciencia no podía explicar. Dentro del baúl de sastre que suponían los hechos forteanos nos encontramos avistamientos de objetos voladores, precipitaciones misteriosas de sangre, azufre o peces, desapariciones misteriosas, anomalías astronómicas y, por supuesto, hallazgos arqueológicos rodeados de controversia y misterio.
No obstante, aun reconociendo la mastodóntica labor emprendida por Fort en vida, resulta evidente que sus investigaciones carecían de una sistematización absolutamente necesaria, abarcando, per se, excesivos campos del conocimiento. Es por ello que la diferenciación efectuada por Sanderson resultaba, ya en aquella época, totalmente necesaria.
Así pues, recapitulando, podemos concluir que el término oopart
es un acrónimo inglés, usado por primera vez por Ivan Terrance Sanderson, y que hace referencia, en una interpretación estricta, a aquellos descubrimientos arqueológicos y paleontológicos que son inexplicables por parte de la ciencia actual.
No obstante, el significado que se dará al término oopart
en este libro difiere ligeramente de esta interpretación estricta. Y para deslindar la significación que tendrán los ooparts en las siguientes páginas debemos proceder a realizar delimitaciones espaciales, temporales y materiales.
Vamos a intentar establecer una delimitación espacial respecto de los objetos sobre los que versará el libro.
En primer lugar, hay que señalar que dicha delimitación hace referencia al lugar donde fueron encontrados esos objetos, y no al lugar donde pudieron haberse creado. Asunto, este, sumamente complicado, cuando no sencillamente irresoluble. Haremos, no obstante, una breve referencia a todas las teorías con respecto al origen mismo de los ooparts, intentando abarcar en ella todas las corrientes de opinión existentes.
En cuanto a la delimitación de los lugares en los que fueron hallados los objetos materia de estudio en el texto, resulta extremadamente extensa, cubriendo, de facto, los cinco continentes.
Así, haremos referencias a extrañas pisadas en América del Norte, inscripciones misteriosas en Sudamérica y monumentos imposibles en Mesoamérica.
La vieja Europa ha sido también semillero de estos enigmas imposibles. De esta manera, analizaremos, por ejemplo, una máquina encontrada frente a las costas griegas, en el mar Egeo, aleaciones anómalas en los Alpes austriacos y escrituras inverosímiles en Francia.
En África, asimismo, se han venido hallando algunos de estos objetos que desafían al conocimiento, y veremos de manera sucinta unas esferas sudafricanas con una datación aparentemente absurda o diversos misterios de la siempre enigmática cultura faraónica.
Asia es un continente repleto de secretos, algunos de los cuales se procurarán presentar en estas páginas. Casos como los discos Dropa, en China, o un pilar que, inexplicablemente, permanece inmune a la oxidación.
Por último, tampoco las tierras oceánicas permanecen ajenas a toda esta casuística. Bien al contrario, nos encontraremos casos de artilugios manufacturados encontrados dentro de rocas metamórficas, o pisadas en las que conviven dos tipos de seres vivos que jamás debieron de coexistir.
Como vemos, la delimitación espacial respecto del origen de los hallazgos de los ooparts que trataremos en el libro es, sencillamente, mundial. La procedencia inicial de cada uno de esos objetos tendrá que ser dictaminada, a la luz de las pruebas, por el propio lector.
Dos serán las preguntas que deberemos resolver a la hora de abordar esta cuestión. La primera de ellas será la datación de los hallazgos de los distintos ooparts. La segunda, más sorprendente en su respuesta, la propia antigüedad de los objetos.
Respecto al primero de estos puntos, la aparición o descubrimiento de los ooparts cubre, prácticamente, toda la historia de la humanidad. Es decir, desde monumentos egipcios de la IV dinastía que jamás cayeron en el olvido de los tiempos hasta la actualidad; durante todas las épocas, objetos sin explicación alguna han ido, regularmente, apareciendo ante los ojos de los hombres. Es por ello que este primer segmento de delimitación temporal cubre, prácticamente, cinco mil años, los que separan las primeras manifestaciones de arte en la cuenca del Nilo de los descubrimientos efectuados ya bien entrado el siglo XX.
La segunda disquisición es más sorprendente. Dentro de la delimitación material que más adelante haremos respecto de los ooparts a tratar en el libro, entran objetos creados ya en época moderna, como podrían ser el mapa de Piri Reis o algunos cuadros italianos y flamencos. Por tanto, el límite posterior de manufacturación llega casi hasta nuestros días. Pero cuál será el límite anterior? O dicho de otra manera,
qué antigüedad tiene el más arcaico de los objetos que vamos a analizar en el libro? La respuesta resulta cuanto menos sorprendente. Y muy, muy inquietante.
El objeto más antiguo del que se tratará en el libro son las llamadas esferas de Klerksdorp, en Sudáfrica. Estas piedras, talladas por una mano inteligente, fueron encontradas en un sedimento geológico de dos mil ochocientos millones de años de antigüedad.
2.800 millones de años.
2.550 millones de años antes de que apareciera el primer dinosaurio.
2.600 millones de años antes de que apareciera el primer mamífero.
2.720 millones de años antes de que apareciera el primer primate.
2.773 millones de años antes de que apareciera el primer homínido bípedo.
2.779 millones de años antes de que apareciera el primer ser humano.
Unas esferas. Perfectas. Trabajadas.
Artificiales.
Será este, el de la delimitación material, un tema especialmente delicado a la hora de abordarlo. Y ello por una pluralidad de razones.
Efectivamente, si analizamos la definición que dimos más arriba sobre lo que es un oopart podremos ver que prácticamente cualquier manifestación relacionada con el misterio se ajusta a la misma.
Así, cualquier avistamiento en el cielo o cualquier percepción de una presencia en una casa podrían entrar dentro de la definición genérica con la que caracterizamos estos ooparts. No obstante, con el fin de centrar la problemática, resulta preciso establecer una serie de limitaciones sobre lo que trataremos a lo largo del texto.
En primer lugar, únicamente tendremos como ooparts aquellos objetos físicos que se conserven en la actualidad o de cuya existencia a lo largo de diferentes etapas de la historia no exista la más mínima duda. No atenderemos, pues, a noticias, fotografías o leyendas, sino solamente a pruebas palpables.
Podrían ser consideradas como tales algunas huellas que supuestamente corresponden a animales criptozoológicos, incluso algún otro resto orgánico más fehaciente, como excrementos. No obstante, eliminaremos del campo de estudio todo el espectro de la criptozoología, por considerar que no se ajusta exactamente a lo buscado en el libro, además de existir ya abundante bibliografía sobre la misma.
No se atenderá únicamente a descubrimientos de corte arqueológico o paleontológico, aunque estos supongan el grueso principal de los ooparts a analizar. Por el contrario, se ampliará el horizonte de la investigación, enriqueciéndola con el trabajo sobre otro tipo de piezas.
Sí se establece como condición básica el criterio de la artificialidad. Efectivamente, para ser considerado un oopart, el artefacto en cuestión será inequívocamente artificial, manufacturado. Evitamos, de esta manera, todas las caprichosas construcciones naturales que podrían conllevar errores y taras en la investigación. Será esa artificialidad, pues, la característica principal de todas estas piezas.
Por último, los dos capítulos finales del estudio abordarán el análisis de dos realidades que no se ajustan a la perfección a estos caracteres que hemos descrito con anterioridad. Tratarán estas entradas, pues, de las anomalías cronológicas y factuales que aparecen en la pintura y en la literatura históricas. Resulta adecuado, desde nuestro punto de vista, incardinar estos hechos aquí, de tal manera que aporten una visión diferente pero complementario de la realidad mostrada por los ooparts. Por tanto, su inclusión se considera perfectamente justificada. No obstante, parecía oportuno hacer una pequeña aclaración sobre el porqué de estos apartados, que se alejan de la delimitación material que hemos establecido para el grueso del estudio.
Y, ahora sí, comencemos a reescribir la historia de la humanidad.
No hay otro instrumento como este. Nada comparable aparece en los textos científicos y literarios antiguos. Por el contrario, debido a lo que sabemos de la ciencia y la tecnología de la época helenística, habría que deducir que un dispositivo así no pudo existir
dijo Derek John de Solla Price (1922-1983), un reputado físico e historiador de la ciencia, tras muchos años de estudio de lo que él llamaba
mecanismo de Antikythera
. Lo más sorprendente, lo que de verdad desafía la razón, es que estaba equivocado. Aquel extraño artefacto era mucho, mucho más misterioso aún. Pero comencemos por el principio.
Todo empezó con una tormenta, una tormenta furiosa que desvió el rumbo de un barco. Quienes estaban en él no sabían que sus vidas habían de cambiar radicalmente aquella tarde de primavera del año 1900.
La embarcación, pequeña y frágil, estaba tripulada por pescadores de esponjas, hombres que se sumergían a pleno pulmón en pos de esos animales, para luego venderlos en los mercados de tierra firme. Pero en aquella inmersión sus ojos iban a ser testigos de un tesoro mucho mayor.
Fueron los vientos los que enfilaron la proa del diminuto barco hasta las costas cercanas a la isla de Antikythera. Esta, una arruga rocosa en mitad del mar, apenas veinte kilómetros cuadrados de origen volcánico, se encuentra a mitad de camino entre la Grecia continental y la isla de Creta. Fue allí, frente a sus escarpados acantilados, donde los pescadores de esponjas decidieron tentar a la suerte. Y la suerte les sonrió.
A unos sesenta y un metros de profundidad encontraron un pecio, un pecio que parecía muy antiguo, pero que se encontraba en casi perfectas condiciones. Un auténtico tesoro. Luego sabrían que aquel naufragio databa, más o menos, del año 65 a. C., y que era un barco de construcción romana. Habían efectuado un hallazgo arqueológico de enorme importancia. Aún no sabían que el misterio se escondía entre las maderas cubiertas de pólipos de aquel barco hundido.
Isla de Antikythera, frente a cuyas costas se encontró el pecio que albergaba en su interior tecnología inimaginable para su época. |
Durante más de un año arqueólogos y autoridades procedieron a sacar del mar todos los objetos que pudieron rescatar en jornadas maratonianas que sólo acababan cuando el sol se escondía, y daban paso a las no menos agotadoras labores de pillaje y expolio que cometían algunos particulares sedientos de dinero fácil. Esculturas de mármol y bronce, ánforas, monedas y multitud de otros pequeños objetos volvían a ver la luz del sol más de dos mil años después de hundirse en el océano. Adornos, bagajes, dinero. Y, entre todo eso, algo que no podía existir.
Así, mientras el resto de objetos salvados de aquel sueño de los tiempos era catalogado y encuadrado perfectamente, aquel del cual hablamos quedaba apartado. En parte, porque no parecía ser una pieza demasiado extraordinaria ni extremadamente bella ni llamativa. Pero, sobre todo, porque nadie sabía qué era. Y los que lo atisbaban a sospechar no osaban decirlo, porque era imposible.
En 1902, el director del Museo Arqueológico Nacional de Atenas, Valerios Stais, descubre una masa de madera y bronce que parecía un artefacto de engranajes, algo totalmente ridículo, habida cuenta de la época de la cual databa. Fue llamado, a falta de otro nombre mejor, el mecanismo de Antikythera.
Y de esta forma, considerado como algo hereje, que desafiaba la lógica de lo comúnmente establecido, tanto este fragmento como los demás que fueron rescatándose, correspondientes al mismo conjunto, fueron apartados de la crítica científica, volviendo a dormir un nuevo sueño, esta vez en la superficie. Hasta que llegó Derek John de Solla Price.
A mediados del siglo XX el importantísimo físico inglés, padre de la cienciometría (aún hoy existe un premio que lleva su nombre, que distingue a los investigadores que hayan realizado avances significativos en este campo), se ve a sí mismo asombrado mientras observa los ochenta y dos fragmentos de aquel aparato conocido enigmáticamente como máquina de Antikythera. Y Solla Price tiene la intuición, la certeza, de estar ante algo muy significativo, algo especial. Y, libre por completo de prejuicios, se lanza a investigar qué era y para qué servía aquello tan extraño que nadie osaba siquiera intentar explicar. Solla Price lo mira. Unos pocos engranajes ya casi fosilizados, ruedas dentadas que revelaban haber estado engarzadas en muchas más, un eje central de precisión impresionante. Un grosor en cada rueda de menos de siete milímetros. Sus conclusiones lo dejaron asombrado.
El aparato es un mecanismo de bronce y madera del tamaño de una caja de zapatos: treinta y un centímetros y medio de longitud, diecinueve de anchura y diez de grosor. Originalmente, el sistema de ruedas dentadas estaba protegido por una caja de madera, hoy casi totalmente perdida. Esa caja tenía una puerta frontal y otra trasera, con unas misteriosas inscripciones astronómicas que cubrían la mayor parte del exterior del mecanismo. Resultaba evidente que era un mecanismo de engranaje, pero Solla Price llegó a una conclusión aún más heterodoxa. La máquina de Antikythera usaba un mecanismo de engranajes diferenciales. Algo que, según la ciencia oficial, no aparece hasta principios del siglo XVI. Ni siquiera los avanzados mecanismos relojeros medievales llegaron a tal punto de sofisticación mil quinientos años después.
Primeros restos encontrados en el pecio. |
Según Solla Price, el giro del engranaje central, perdido, movía todos los demás. Servía, según Price, para calcular los movimientos y la posición de los cuerpos celestes en el firmamento. Aún más fascinante, el mecanismo de Antikythera incorpora la razón astronómica de 254/19, lo que es una excelente aproximación al valor real, irracional, con un error aproximado de sólo 1/86.000. Dicho así puede parecer un dato frío, sin alma, incluso incomprensible. Sin embargo, se explica con facilidad, en pocas palabras. Para manejar esa razón astronómica tan precisa en un cuerpo como el que nos ocupa, haría falta la ayuda de un engranaje diferencial. Un engranaje con el grado de sofisticación como el presentado en el mecanismo de Antikythera sólo se comenzó a desarrollar a finales del siglo XVIII, y fue perfeccionado por el inglés James Starley en 1877. Mil ochocientos años después.