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DE PROMETEO A FRANKENSTEIN:

AUTÓMATAS, CIBORGS Y OTRAS

CREACIONES MÁS QUE HUMANAS

Fernando Broncano y

David Hernández de la Fuente (eds.)

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PROMETEO, CREADOR DE LOS SERES HUMANOS[1]

Carlos García Gual

Universidad Complutense

Acerca de la creación de los seres humanos por Prometeo a partir del barro, encontramos la noticia en Apolodoro (I, 7: «Prometeo modeló a los humanos con agua y tierra y les dio además el fuego, oculto en una férula, sin conocimiento de Zeus»). Como también en Pausanias (X 4, 4)[2] y Ovidio (Met. I 82), y muy explícitamente en Luciano[3]. Es decir, que ese motivo estaba bien introducido en el mito en el siglo I d.C., como atestiguan también algunos relieves en sarcófagos de la época. Otros poetas latinos de la misma época, como Catulo, Horacio y Propercio, aluden también a Prometeo como creador de los humanos.

Notemos, además, que según cuenta Apolodoro, Deucalión, hijo de Prometeo, y Pirra, hija de Epimeteo y Pandora, actuaron de modo decisivo en la reproducción de los humanos después del Diluvio. En esa versión de una segunda creación de los seres humanos, tras la extinción de la antigua raza, Deucalión crea hombres y Pirra mujeres que nacen mágicamente de las piedras arrojadas por uno y otra. En el texto de Apolodoro se nos cuenta de modo muy abreviado el mito de Prometeo, y con más detalle el de la nueva creación de seres humanos por Deucalión. Ovidio, en sus Metamorfosis (I 360 y ss.), cuenta la renovación de la humanidad gracias a la acción de Deucalión y Pirra de forma mucho más dramática y extensa.

Pero ese motivo de la creación por Prometeo de los seres humanos, a partir del barro, pudo tener su origen mucho antes. Tal vez fuera ya en la Atenas, acaso a finales del período clásico. Prometeo, el salvador de la humanidad, pasó a ser así considerado como el creador de ella. En defensa de sus criaturas el viejo dios se habría enfrentado al dios supremo del Olimpo. Su carácter «filántropo» quedaría así mucho más justificado. Una fábula del imaginativo Esopo cuenta un extraño detalle: «El barro que Prometeo utilizó para formar al hombre no estaba mezclado con agua, sino con lágrimas»[4]. Es desde luego muy dudosa la época en que se inventó tan poética fantasía, atribuida al fabulista antiguo. A la creación del hombre del barro por Prometeo aluden más tarde los poetas cómicos Menandro y Filemón (en el siglo IV a.C. ya avanzado). No podemos, evidentemente, precisar la fecha de esa popular interpolación en el entramado del mito. Podemos pensar, sí, que se originó el ámbito ateniense, pues en Atenas tenía especial culto Prometeo. En todo caso, tuvo pronto notoria difusión. Prometeo se representa como creador de los seres humanos en algunas gemas etruscas e itálicas de los siglos III y III a.C.

Mucho después Ovidio comienza brillantemente sus Metamorfosis con el relato de la creación que queda completada con la aparición sobre la tierra de los seres humanos, cuya figura Prometeo, el hijo de Jápeto, a partir de un cierto semen divino, retenido en la tierra, creó formándola del barro: «Que el vástago de Jápeto modeló mezclando la tierra con agua de lluvia dándole la figura de los dioses que todo lo gobiernan. Y mientras los demás animales miran inclinados la tierra, dio al hombre un rostro levantado y le ordenó que mirara al cielo y alzara su erguido semblante hacia las estrellas. Así la tierra que había sido tosca y sin imagen, cambió y se revistió de figuras humanas antes desconocidas» (Ovidio, Met., I, 82-87). Muy hábilmente el gran poeta latino combina en esa representación dos versiones míticas: el ser humano recibe una chispa celeste, que se mantenía guardada en la tierra y de la tierra ha sido formado por Prometeo, que con ello contribuye a la perfección del mundo, ya que con los seres humanos este adquiere conciencia de sí mismo y logra una mirada hacia el mundo divino.

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Muy interesantes son, para esa imagen de la creación, algunos relieves en sarcófagos romanos de los primeros siglos de nuestra era.[5] Magníficos en su compleja composición son los sarcófagos con este motivo prometeico que se conservan en el Museo Capitolino de Roma y en el de Nápoles (ambos del siglo III d.C.). Hay más ejemplos, pero aquí nos limitaremos a comentar el del que se conserva en el Museo del Prado.

Daré la descripción —tal como nos la ofrece Stephan Schroeder[6]—: «Vestido con un manto que solo le cubre las piernas y la espalda, Prometeo, el hijo del Titán, aparece sentado sobre una roca, alisando con la mano derecha una pierna de la estatua del efebo que ha modelado en arcilla. La pequeña estatua, cuya posición y peinado recuerdan a los kouroi tardoarcaicos, se encuentra sobre el borde delantero de un pedestal decorado con un relieve. No mira directamente hacia delante, sino hacia atrás, en dirección a Atenea, delatando así una primera señal de vida. Sobre su cabeza, la diosa sostiene una mariposa (en griego: Psyche), cuyas alas alcanzan a verse en el borde del sarcófago…, es decir, le inspira vida con el alma. Debajo de Prometeo se ve un vaso de bordes quebrados irregularmente y con la parte inferior llena de arcilla, y a su lado una pequeña res que probablemente pertenezca a la escena de las dos ninfas del margen izquierdo del relieve. Las diosas delimitan la escena y le dan un carácter bucólico. La náyade, casi completamente desnuda, sostiene en el brazo izquierdo el tallo de un junco y el vaso de una fuente, del que brota un abundante chorro de agua…

Otros sarcófagos de Prometeo demuestran que la creación del hombre estaba flanqueada por otras escenas. A espaldas de Atenea se conserva la imagen de una joven con alas de mariposa que vuela y que debe interpretarse como Psique en su figura humana. En un sarcófago de Prometeo de Arles, en el Louvre, y en el fragmento de un sarcófago de Mentana se alcanza a ver íntegramente cómo Hermes pone su brazo derecho alrededor de la figura flotante; en el relieve de Madrid el brazo fue quitado muy probablemente por el restaurador moderno. El mencionado sarcófago muestra, además, cómo la conduce hacia una figura yacente desnuda que saluda a Psique con el brazo levantado. Presencian la escena, también, las tres diosas del destino (en griego: Moirai, en latín: Fata). Junto a la creación del primer hombre encontramos, pues, una escena que probablemente se ve influida por el pensamiento neoplatónico, y cuyo tema es la reanimación del hombre después de su muerte».

Algunas estampas de la misma escena, como las mencionadas de los relieves en los varios sarcófagos aludidos, algo posteriores en su fecha, son más complicadas, y tienen más escenas y más personajes. (En el del Museo Capitolino, por ejemplo, está en manos de Prometeo una pequeña figura femenina recién moldeada por él). Pero aquí nos atenemos lo esencial de la historia básica, el núcleo esencial del mitologema.

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Es importante destacar la presencia de Atenea, al lado de la figura central de Prometeo (y en algunos sarcófagos además se sitúa a su lado Hermes, lo que puede recordar la asistencia de ambos dioses junto a Hefesto en la creación de Pandora, en el texto de Hesíodo). Es Atenea quien transmite el alma, psyché, y con ella la vida, a la figura moldeada por Prometeo, que tiene el papel de artesano, el technítes, como alfarero o escultor del cuerpo, diseñado a semejanza del de los dioses[7]. En torno se sitúan las otras figuras que representan el mundo divino o la naturaleza que presencian y saludan la aparición del primer hombre o de la primera pareja humana.

En el culto ático Atenea estaba asociada a Prometeo, como diosa de la inteligencia y las artes (en el mito del Protágoras es del taller de Hefesto y de Atenea de donde Prometeo ha robado el fuego y la destreza técnica). En cuanto a Hermes podemos recordar que es un dios muy amigo de los humanos, intermediario entre hombres y dioses —de ahí que dialogue con Prometeo en los textos de Esquilo y de Luciano— y muy hábil y de notable ingenio para los inventos. Estos relieves no evocan, pues, al rebelde robador del fuego, sino al titán benéfico, progenitor de la raza humana[8]. En la simbología que se añade puede haber ecos de doctrinas muy posteriores al mito, como la alusión neoplatónica apuntada. A fin de cuentas estas imágenes decoran un sepulcro y ofrecen un cifrado mensaje sobre la relación de los humanos y los dioses y aluden con su simbolismo al enigmático destino del difunto.

Serán muchos siglos después algunos poetas románticos —Goethe, Shelley, Byron, etc.— quienes hagan de Prometeo, creador y artista , un defensor de los humanos, rebelde contra los designios del Zeus tirano que, desde su Olimpo, desde los altos cielos, intenta aniquilar a los efímeros terrestres. En esa interpretación del mito —que veremos en páginas posteriores— confluyen trazos de diversas épocas[9].

Por un lado, pues, está la imagen del Prometeo rebelde de Esquilo; por otro, la del dios artesano que fabrica de la arcilla y del agua a los seres humanos (como dicen los poetas latinos y Luciano). Ambas figuras confluyen en la imagen romántica del titán artífice que, con gesto audaz, se encariñó demasiado con sus criaturas y, por defenderlas, se rebeló y enfrentó al dios supremo, y tuvo que sufrir, orgulloso de su creación, el cruel castigo divino[10].

Por otra parte, algunos pensadores cristianos, como Lactancio, trataron de compaginar la figura de Prometeo con la del Dios creador del Génesis, aceptando solo a Prometeo como un hombre, el primer escultor o alfarero que modeló una figura humana, luego divinizado erróneamente por los paganos. Tras afirmar que solo Dios pudo crear al hombre (y lo hizo del barro, como dice la Biblia), Lactancio da una explicación evemerista del error: «Queda claro, pues, que es falso lo que dicen sobre la obra de Prometeo. Pero, como ya dije antes que los poetas no mienten del todo, sino que envuelven y oscurecen lo que dicen con figuras poéticas, por eso no afirmo que mientan, sino que admito que efectivamente Prometeo fue el primero que hizo del barro maleable y espeso la estatua de un hombre, y que a partir de él surgió por primera vez el arte de modelar estatuas re imágenes, ya que esto ocurrió en tiempos de Júpiter, tiempos en que por primera vez empezaron a levantarse templos y a aparecer nuevos cultos a los dioses. De esta forma la verdad fue tapada con mentira y aquello que era tenido como hecho por Dios empezó a ser atribuido al hombre, que imitó la obra divina. Por lo demás, la creación del hombre verdadero y vivo a partir del barro es obra de Dios».[11]

Es también interesante, por su exégesis un tanto fantasiosa, el intento de Boccaccio por compaginar la interpretación cristiana evemerista con los textos latinos clásicos (Ovidio, Horacio, etc.) mediante la admisión de un Prometeo doble. «Y antes de todo considero que debe verse quién fue este Prometeo. El cual es ciertamente doble, como es doble el hombre que se procrea. El primero es Dios verdadero y omnipotente, que fue el primero en fabricar el hombre del barro de la tierra, como imaginan que hizo Prometeo, o la naturaleza de las cosas, que produjo a los siguientes a imitación del primero también de tierra, pero con una técnica distinta que la de Dios. El segundo es el propio Prometeo, sobre el cual, antes de que escribamos otra alegoría, según el significado puro, hay que ver quién fue. Dice Teodoncio que ha leído acerca de este Prometeo que, dado que le estaba destinada la sucesión de su padre Jápeto, ya que era el mayor en edad, siendo joven y arrastrado además por la dulzura de los estudios, se la entregó a su hermano Epimeteo junto a sus dos pequeños hijos, Deucalión e Isis, y se fue a Asiria y de allí, después de algún tiempo, tras haber oído a los Caldeos, notables en esa época, se retiró a la cima del Cáucaso. Desde donde, una vez comprendido con larga reflexión y experiencia el curso de los astros y atendidas las naturalezas de los rayos y las causas de la mayoría de las cosas, volvió a Asiria y les enseñó la astrología y la observación de los rayos. Y, puesto que ignoraban por completo las costumbres de los hombres civilizados, los guió de tal modo que, a los que había encontrado incultos y casi salvajes y viviendo como las fieras, los dejó hombres civilizados, casi como hechos de nuevo. Así, con estas premisas, hay que considerar quién es el hombre producido, al que antes llamé doble. Es el hombre natural y el hombre civilizado, aunque ambos viven con un alma racional. El hombre natural fue el primero creado por Dios del barro de la tierra, en el que piensan Ovidio y Claudiano, aunque no de un modo tan religioso como hacen los cristianos…».[12] A los primeros humanos, pues, primitivos y salvajes, les dio Prometeo una naturaleza nueva al civilizarlos: «Allí se alza el segundo Prometeo, es decir, el hombre civilizado, y tomándolos como si fueran de piedra y casi los creara de nuevo, les enseña e instruye y con sus inventos los convierte de hombres naturales en civilizados, eminentes por su ciencia y sus virtudes, hasta el punto que se evidencia con toda claridad que la naturaleza ha procreado unos y la educación ha vuelto a modelar otros».

Ahora Prometeo no es ya un alfarero mítico, sino un gran sabio que ha remodelado de nuevo a los humanos, de modo que, alegóricamente, pudo decirse de él que los creó (si bien no sería del barro, sino a partir de unos seres formados corporalmente, pero no espiritualmente). Les aportó cultura y educación, y con ello una nueva naturaleza (tenemos aquí una visión, que, dicho sea de paso, encajaba muy bien en los ideales humanistas del temprano Renacimiento y veía en Prometeo un espléndido benefactor).

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Las interpretaciones alegóricas favorecieron otras varias pintorescas y sugestivas exégesis en otros pensadores del Renacimiento. Y no siempre el benefactor Prometeo era visto a una luz tan favorable como en los textos de Boccaccio. Marsilio Ficino (que ya conocía el Protágoras de Platón, y era un fervoroso lector de Plotino), Erasmo, Bacon, y Hobbes ofrecen sus interpretaciones alegóricas bastante divergentes y muy interesantes.[13] De esas reinterpretaciones podemos destacar la de Ficino, que afecta al tema de la creación de los humanos, al retomar la exégesis que hizo Plotino del mito, en una versión que supone una variante tardía y revolucionaria del esquema antiguo: Prometeo (sustituyendo así al Hefesto de Hesíodo) es el creador de Pandora, y su hermano Epimeteo (en contra de la versión tradicional) rechaza luego el regalo de la bella primera mujer.[14] Prometeo está ligado a la naturaleza terrestre, y eso significan las cadenas que lo fijan a las rocas del Cáucaso, pero acabará liberándose. Epimeteo representa un espíritu más puro, que ha rehusado el mundo terrestre y prefiere la pureza del mundo inteligible. En esta versión Pandora representa el cosmos sensible, Prometeo el Alma inferior del cosmos, y Epimeteo y Heracles el alma o espíritu superior, y el mito queda así diestramente encajado en la doctrina plotiniana y neoplatónica de la creación. «En Plotino, Prometeo había sido el Alma cósmica, la cual no solo se manifiesta en el conjunto de la naturaleza, sino también en el hombre en particular, cayendo, al hacerlo, en los lazos de la materia. El surgimiento del mundo y del hombre se identifica con el desvío de aquella Alma primigenia respecto al Nous. En esto, la figura preferida es la de Epimeteo; al negarse a contracorriente de toda la mitología, a aceptar el regalo de Pandora —la cual es, en la ordenación hecha por Plotino, una obra de Prometeo y solo adicionalmente dotada por otras divinidades— se decide, como la mejor, por una vida en el mundo del espíritu. Prometeo está encadenado por su propia obra…».[15]

[1]. Este texto fue publicado como capítulo final en el libro Prometeo: Mito y literatura (Madrid, FCE 2009)

[2]. Al escribir en su Descripción de Grecia sobre Panopeo, un lugar en la comarca de la Fócide, Pausanias, que recoge leyendas locales, cuenta que allí estaba el lugar donde Prometeo cogió el barro para fabricar los primeros seres humanos: «Junto a la torrentera (en Panopeo) hay dos piedras, cada una de un tamaño como para llenar un carro. Tienen el color del barro… Presentan también un olor muy parecido a la piel del hombre. Dicen que éstas quedan todavía del barro del que fue modelada toda la raza de los hombres por Prometeo. Allí, junto a la torrentera, está el sepulcro de Ticio».

[3]. En el diálogo entre Prometeo y Zeus, el Padre de los dioses justifica el castigo del Titán por sus grandes delitos y le reprocha la creación de los humanos, el robo del fuego y la fabricación de las mujeres: «Que te suelte, dices, a ti, que deberías tener cadenas aún más pesadas y el Cáucaso entero sobre tu cabeza, con dieciséis buitres que te desgarraran no solo el hígado, sino que te arrancaran los ojos, por habernos hecho estas cosas: moldeaste a los seres humanos, robaste el fuego y fabricaste a las mujeres». (Nótese que esa acusación, la de haber creado a las mujeres, situada al final, como el colmo de la audacia del Titán, se opone, claramente, al mito de la invención de Pandora por los dioses. Prometeo ha sustituido, evidentemente, al dios Hefesto.)

[4]. Prometeo aparece en unas cuantas fábulas como el moldeador del hombre a partir del barro, lo que indica la popularidad del tema. (Cf. «Zeus, Prometeo, Atenea y Momo», «Prometeo y los hombres», «El león, Prometeo y el elefante», «Las dos alforjas», y en la Vida de Esopo, 94). Sobre esas fábulas y alguna más remito a las observaciones de G.Luri, en su Prometeos, Madrid, Trotta, 2001, pp. 80-87.

[5]. Cf. el artículo de J.R.Gisler en el Lexikon Iconographicum Mythologiae Classicae (LIMC), tomo VII ( 1994), sub voce «Prometheus».

[6]. En Catálogo de la escultura clásica del Museo del Prado, II, Madrid, 2004, pág. 493. Sobre otros sarcófagos, puede verse, además del extenso artículo del LIMC ya citado, el libro ya antiguo de N. Terzaghi Prometeo, Turín, 1966, y los comentarios de G.Luri, en su Prometeos, Madrid, Trotta, 2001, pp. 48-50. Más notas iconográficas en H.K. y S. Lücke, en Antike Mythologie. Ein Handbuch, Rowohlt, Hamburgo, 1999, pp. 673-91.

[7]. La idea de que Prometeo solo modeló el cuerpo del ser humano —y no su alma— está subrayada por Propercio en su queja (Elegías, III, 5, versos 7-10): «¡Oh arcilla primera , infausta para Prometeo que te modeló! Poco cauto fue aquel al crear el corazón humano. ¡Modeló el cuerpo, pero no se preocupó del espíritu en su mente, y lo primero debió haber sido el trazado recto del alma!» (del mismo modo, según contaba Hesíodo, Hefesto no modeló sino el cuerpo de Pandora, mientras que de su interior se ocuparon Hermes y Atenea).

[8]. Me gustaría citar aquí unas líneas de H. Blumenberg (o.c., pp. 352-3): «Si el hombre debe todo lo que es a Prometeo no es absurdo hacer de él el demiurgo de la especie humana y, con ello, de la alfarería la metáfora de todas las producciones primeras de este dios. Prometeo se convierte en figulus saeculi novi. Puede que la asignación mítica de ese papel no le haya venido mal ni a la «teología» de Zeus, pues implica un descargarse de responsabilidades por lo que puede hacer esa sospechosa criatura que es el hombre. Al fin y al cabo, en el mito platónico se había dotado a Zeus de la liberalidad suficiente como para dar a los hombres lo que el mismo Prometeo no había podido darles: un estatus de ciudadano de la polis.

El papel de Atenea como donadora de vida para esos cuerpos de barro debió de inventarse —como un complemento— aún más tarde que aquella cualidad de Prometeo como alfarero de la humanidad. Su papel se puede haber configurado siguiendo la analogía con el representado en el robo del fuego. No se puede excluir que esto pueda venir inducido por el complejo de cosas reunido en torno a la historia de Pandora. Según nos dice ya Hesíodo, todos los dioses se desvivieron en hacerle atractiva a Epimeteo esa obra deslumbrante. Solo a partir de la época de Luciano (s.ii) completa Atenea la tarea de Prometeo y legitima, en calidad de hija de Zeus, su creación dotándola de alma. El uso de este motivo en sarcófagos apunta a una asociación del mismo con la creencia en la inmortalidad, para la cual podía no ser suficiente la mera actividad demiúrgica del Titán, que, con toda su dudosa legalidad, no era capaz de garantizar el estado futuro y el destino del alma más allá del cuerpo y su sepulcro».

[9]. Para los textos de los románticos el lector puede acudir al citado libro de R.Trousson —3ª ed., en Droz, Ginebra, 2001— que les dedica muchas páginas, con una nómina muy completa de obras y autores, y buen comentario (Cf. p.e., sobre Goethe, pp. 303-71).

[10]. Que este creador del hombre llegue a fabricar, con desmedida audacia y desafío a los poderes divinos, una criatura imperfecta, un monstruo que escapa a su control, dará pie a la variante romántica del mito que tenemos en el Frankenstein de Mary Shelley.

[11]. Cf. Lactancio, Instituciones divinas, II, 10, 11-12, (Trad. E.Sánchez Salor, Madrid, Gredos, 1990).

[12]. G. Boccaccio, Genealogía de los dioses paganos. (Traducción de Mª C. Álvarez y Rosa Mª Iglesias) Madrid, Editora Nacional 1983, pág. 269. Es muy curiosa la alegórica disertación de Boccaccio en este capítulo sobre Prometeo, que contiene notables sugerencias propias sobre el saber de Prometeo y su relación con Mercurio, y concluye con una cita misógina de Petrarca sobre las seducciones de las mujeres. Recordemos que dependía en gran medida de resúmenes medievales, y no conocía el texto de Esquilo y tampoco conoce, al parecer, el Protágoras de Platón.

[13]. Blumenberg resume y comenta con su habitual agudeza crítica la aportación de todos estos autores (o.c., pp. 392-404).

[14]. Cf. Plotino, Enéadas, IV, 4, 14.

[15]. Blumenberg, o.c., pág. 395.