© Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá
Vicerrectoría de Sede
Dirección de Investigación y Extensión - DIEB
© Vicerrectoría de Investigación
Editorial Universidad Nacional de Colombia
© Varios autores
John Anderson Pinzón Duarte
Luis Alejandro Murillo Lara
Juan Diego Morales Otero
Raúl Ernesto Meléndez Acuña
Primera edición, 2014
ISBN 978-958-761-999-7 (papel)
ISBN 978-958-775-001-0 (IPD)
ISBN 978-958-775-000-3 (digital)
Diseño de la colección
Ángela Pilone Herrera
Edición
Editorial Universidad Nacional de Colombia
direditorial@unal.edu.co
www.editorial.unal.edu.co
Bogotá, D. C., Colombia, 2014
Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales
Catalogación en la publicación Universidad Nacional de Colombia
Pinzón Duarte, John Anderson, 1983-
Imágenes de la mente en el mundo natural / Anderson Pinzón, Alejandro Murillo,
Juan Diego Morales, Raúl Meléndez. - Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.
Vicerrectoría de Investigación. Dirección de Investigación sede Bogotá, 2014
142 páginas - (Colección DIB)
Incluye referencias bibliográficas
ISBN: 978-958-761-999-7 (papel) - ISBN : 978-958-775-000-3 (digital) –
ISBN : 978-958-775-001-0 (IPD)
1. Filosofía de la mente 2. Filosofía del lenguaje 3. Teoría del conocimiento
4. Percepción 5. Fisicalismo. I. Murillo Lara, Luis Alejandro, 1982- II. Morales Otero,
Juan Diego, 1980 - III. Meléndez Acuña, Raúl Ernesto, 1964 - IV. Título V. Serie
CDD-21 128.2 / 2014
Lo que encontrarán en este compendio de artículos es el resultado de un proyecto de investigación sobre las relaciones entre la mente, el lenguaje y el mundo, que se viene desarrollando desde hace aproximadamente tres años bajo la observación constante y rigurosa de los miembros del Centro de Investigación en Lógica y Epistemología Contemporánea (Cilec), grupo de investigación adscrito al Departamento de Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia y reconocido por Colciencias. Este trabajo fue revisado minuciosamente mediante arduas discusiones que se llevaron a cabo en pequeños seminarios internos llamados “Presentación y Evaluación de Resultados” (PER), en los que los autores presentaban los avances de su trabajo y recibían fuertes críticas. Los avances de cada trabajo también fueron presentados en el II Congreso Nacional de Filosofía, celebrado en Cartagena de Indias en el 2008, y en el III Congreso Nacional de Filosofía, celebrado en Santiago de Cali en el 2010.
Queremos agradecer a Porfirio Ruiz, director del Cilec, por su apoyo incondicional a este proyecto y la gran amistad brindada a los miembros del Cilec. También a todos los integrantes del Cilec por su gran apoyo, actitud de escucha y buena disposición para evaluar y enriquecer nuestro trabajo, y en especial al profesor Raúl Meléndez, que siempre se ha visto muy interesado en el desarrollo de los proyectos estudiantiles de pregrado y posgrado.
El proyecto se terminó de desarrollar bajo el título “El vínculo epistemológico entre el lenguaje, la percepción y el mundo”, financiado por la Dirección de Investigación Sede Bogotá (DIB) de la Universidad Nacional de Colombia, gracias a que fue beneficiado por la Convocatoria de Apoyo a Grupos de Investigación “Orlando Fals Borda” 2010. Agradecemos en primer lugar a la DIB pues con su apoyo logramos terminar el proyecto en su mayor parte, y el resultado son los artículos que se encuentran en esta colección. En la ejecución del proyecto participó la Dirección del Departamento de Filosofía colaborando en la gestión de los distintos eventos internos y la participación de los miembros del Cilec en eventos externos nacionales e internacionales. También queremos agradecer a la Vicerrectoría de Investigación y a la Universidad Nacional de Colombia por el apoyo y compromiso con este tipo de proyectos que alimentan el crecimiento de la investigación en el país.
Existen dos preguntas tradicionales en la filosofía de la mente, que típicamente son tratadas de manera independiente. La primera de ellas es si nuestros estados mentales nos dan alguna clase de acceso al mundo como es en sí mismo, y —si es así— cómo nos proporcionan este tipo de acceso y cómo lo podemos justificar. La segunda es cómo encaja la mente en el mundo natural y cómo puede ser parte del mundo material. La intuición que comparten los autores de los ensayos que encontraremos a continuación es que hay una fuerte conexión entre estas formas de preguntar por la relación entre la mente y el mundo natural: debe haber una conexión entre la cuestión de qué tipo de acceso al mundo nos proporcionan nuestros estados mentales y la cuestión de cuál es el lugar de la mente en el mundo natural. De ser así, lo que resulta relevante para responder la primera serie de preguntas debe ser relevante para responder la otra.
Si hay razón en la afirmación de que la filosofía de la mente es el cuestionamiento por la relación entre la mente y el mundo, las dos cuestiones mencionadas pueden interpretarse como maneras específicas de formular el interrogante general. Cuando se pregunta cuáles son las maneras en las que los estados mentales nos muestran el mundo se está preguntando por la naturaleza de la relación entre la mente y el mundo o, lo que es lo mismo, en virtud de que dicha relación constituye una relación de conocimiento, cómo es que la mente conoce al mundo. Si bien la respuesta más natural es afirmar que la relación entre la mente y el mundo material es causal, está abierta la pregunta de por qué una relación causal es también una relación de conocimiento. Como alguno de los autores cree, no es obvio que los impactos causales que el mundo material tiene sobre la mente sean suficientes para constituir conocimiento. Y si no es obvio, entonces cabe preguntarse qué debemos agregar a las relaciones causales para que constituyan conocimiento.
Ahora bien, puede tomarse otra actitud. La razón por la cual pensamos que la naturaleza de la relación mente y mundo y la naturaleza misma de la mente no pueden ser explicadas en términos meramente causales es porque desconocemos la naturaleza particular de esta relación. Nuevos descubrimientos y datos empíricos arrojan información que va haciendo cada vez más eco en nuestro entendimiento de la mente. Puede preguntarse, junto con otro autor de esta colección, ¿cómo funciona la relación causal entre la mente y el resto de la realidad? Quizá parte de nuestras dudas sobre tal relación se deban a que ni siquiera conocemos la relación que la mente tiene con el cerebro. Si la relación entre el cerebro y el mundo material es causal, ¿cuál es la naturaleza de la relación entre el cerebro y la mente? Hay quienes se han atrevido a afirmar que esta relación es de identidad. Tener un dolor particular es tener un área cerebral particular activada. Si esto es verdad, nos podría dar luces sobre la manera de entender la relación entre la mente y el mundo, y también sobre el lugar que ocupa la mente en el mundo natural. Si hay una identidad entre el cerebro y la mente, y la relación cerebro-mundo es causal, entonces la relación mente y mundo también es causal. Y por lo mismo, la mente haría parte del orden natural del mundo material y, en este sentido, eventualmente, podría ser completamente estudiada y descifrada por disciplinas especializadas como la neurología.
La mente, en este sentido, sería una entidad más en el orden natural. Sin embargo, admitir lo anterior solamente por el hecho de tener relaciones causales con el mundo material no deja en claro lo extraña que parece la relación mente-mundo. Hay muchos filósofos que han notado que la relación causal entre la mente y el mundo no es de la misma naturaleza que las otras relaciones causales, pues hay algo de caos e indeterminación en dicha relación. Se dice que no tenemos la misma capacidad predictiva para los eventos mentales que de hecho tenemos para otros eventos, como los estudiados por la química o la física. Se ha defendido que la relación causal entre la mente y el mundo no es lineal, como la que ocurre cuando chocan dos bolas de billar, sino jerarquizada; que si bien los eventos mentales son materiales, por estar compuestos de eventos materiales, la relación causal entre ambos depende del nivel ontológico que ambas cosas tengan en la naturaleza. Puede preguntarse, con otro autor de este compendio, ¿cuál es el carácter ontológico de la mente y los estados mentales? Se ha dicho que los eventos mentales tienen un tipo de organización distinto a la organización de los eventos causales ordinarios. Los eventos mentales son eventos físicos pero con una organización altamente compleja. En el orden natural, eso ubica a los estados mentales en un lugar distinto a los estados cerebrales y, por tanto, les daría un estatus ontológico distinto al de estos últimos. La mente, en este sentido, sería una propiedad que emerge de la complejidad de las relaciones que ocurren entre propiedades físicas que, por definición, son menos complejas.
¿Hacen parte del orden natural la cultura, las normas, las convenciones y todo lo que tiene que ver con el aspecto social de la mente? La pregunta por la relación entre la causalidad y la mente (aquí en su aspecto social) vuelve a presentarse. Más aún si preguntamos por la manera que tenemos de justificar y evaluar nuestros pensamientos y perspectiva del mundo. ¿Cómo hemos de entender la naturaleza de la relación mente-mundo cuando la mente justifica los pensamientos que tiene sobre el mundo? ¿Qué papel debe jugar el mundo material en la justificación? Seguramente ninguno —se dirá—, porque la justificación ocurre solamente entre pensamientos, las justificaciones tienen que ver con la verdad y con costumbres humanas, y esto tiene poca relación con la causalidad en el mundo material. Pero si el mundo material no participa en la justificación de nuestros pensamientos, ¿cómo puede ser nuestro conocimiento acerca del mundo? Si preguntamos, con el último de los autores de este compendio, cómo podemos justificar y evaluar un punto de vista acerca del mundo —esto es, justificar que podemos tener acceso epistémico al mundo material—, nos daremos cuenta de que lo que citamos en la justificación de nuestro punto de vista del mundo son otras oraciones, pensamientos o contenidos que constituyen, al mismo tiempo, nuestra imagen del mundo. Al intentar justificar, por ejemplo, que solamente ha habido dos guerras mundiales, necesitamos como fundamento que el mundo existe hace más de veinte minutos. Pero la justificación de esto último no se puede dar. Así, no es posible hablar con alguien acerca de las guerras mundiales si no cree que el mundo existe hace más de veinte minutos, y parece que no nos es inteligible cómo alguien puede no creer en esto último y aun así dialogar racionalmente con nosotros. Nuestras convicciones sobre los hechos causales entran en la justificación de nuestro punto de vista como otras creencias que, a su vez, forman nuestra imagen del mundo. De modo que nuestra idea del lugar de la mente en el orden natural podría ser una de esas creencias básicas que fundamentan nuestra imagen del mundo, una de esas creencias que son injustificables. Junto al autor del último de los textos de este compendio, aún podemos preguntar si se puede tener una discusión racional acerca de la justificación de nuestra imagen del mundo y de la posición que tiene la mente en el orden natural; y, con él, creemos que aún es posible.
Los ensayos que se encuentran a continuación constituyen un esfuerzo por desenmarañar estas cuestiones. En sus ensayos, los autores consideran y evalúan un importante conjunto de enfoques y teorías contrapuestos sobre estos temas. No obstante, ante lo intrincado que puede resultar abordar este conjunto de interrogantes, y ante la perplejidad que nos pueden generar las posiciones contrapuestas en el debate, también consideran la posibilidad de que se trate de alguna clase de problema del lenguaje, relacionado con imágenes diferentes del mundo y con concepciones diferentes de cómo se justifica un enfoque teórico u otro.
El ensayo “Sobre cómo pensamos acerca de lo que percibimos: esbozo de una explicación”, de Anderson Pinzón, se puede ver como una aproximación a la pregunta por cómo la mente puede tener acceso epistémico al mundo material. El interés general de Pinzón tiene que ver con cómo la experiencia perceptual consciente pone al sujeto en una posición adecuada para conocer o acceder a ciertos aspectos del mundo material. En particular, él está interesado en una explicación de la relación entre la experiencia perceptual y los pensamientos demostrativos dependientes de la experiencia.{1} Pinzón (2009) parte del supuesto de que las explicaciones meramente causales de la relación entre la mente y el mundo no son adecuadas. Su idea consiste en afirmar que nociones como “poseer pensamientos (demostrativos)” y “poseer experiencias perceptuales” no pueden ser exhaustivamente explicadas por la noción de causalidad. Al entender la relación entre mente y mundo en términos meramente causales, no es claro cómo la experiencia perceptual puede dar lugar a esta clase de pensamientos, porque, en parte, no es claro cómo las relaciones causales pueden explicar la singularidad de dichos pensamientos.
Una explicación alternativa, a la que Pinzón recurre, es la ofrecida por Evans (1982). Según el autor, la de Evans tiene una ventaja sobre las explicaciones causales en cuanto que supone que una explicación exitosa de qué es tener experiencia perceptual y pensamientos (demostrativos) descansa en la atribución de ciertas habilidades cognitivas del sujeto y no simplemente en un resultado causal entre eventos que suceden a nivel subpersonal.
El autor sostiene, además, que si bien la teoría de Evans es muy sugerente hay dos aspectos de ella que no pueden ir juntos. Por un lado, Evans sostiene que los pensamientos demostrativos son objetivos en el sentido de que le permiten al sujeto entender que los objetos acerca de los que piensa son independientes de su mente; esto es, cuando un sujeto comprende un pensamiento demostrativo también comprende que los objetos acerca de los que piensa son lógicamente independientes de él y pueden persistir sin su existencia. Pero, por otro lado, la comprensión de la experiencia perceptual depende del conocimiento que tienen los sujetos acerca de las actividades que están dispuestos a hacer respecto a lo que están percibiendo. En este sentido, no es posible comprender el contenido de la experiencia como de objetos con existencia independiente del sujeto. Así, el contenido de la experiencia perceptual no le brinda el conocimiento adecuado al sujeto para pensar los objetos de su experiencia como objetos independientes de su mente y, en este sentido, el contenido de la experiencia es no-objetivo, es decir, subjetivo. Evans sostiene, razonablemente, según el autor, que la comprensión de los pensamientos demostrativos acerca de aspectos del mundo material (como acerca de objetos, localizaciones de los objetos en el espacio, propiedades espaciales que tienen los objetos y demás) depende de la comprensión de la experiencia perceptual acerca de los mismos rasgos del mundo material. Por esta razón, hemos de aceptar que la comprensión del contenido objetivo del pensamiento depende de la comprensión del contenido subjetivo de la experiencia.
Puesto en estos términos, se sigue que la experiencia perceptual no puede dar lugar a los pensamientos demostrativos. El autor ve, entonces, que el problema con la teoría de Evans se encuentra en la experiencia perceptual, y argumenta que el contenido de la experiencia debe ser objetivo. Así se encarga de presentar su propia manera de entender la comprensión del contenido de la experiencia perceptual. Basado en algunas tesis de Christopher Peacocke y John Campbell, Pinzón presenta su propia versión de la objetividad de la experiencia perceptual. Así pues, la diferencia central entre Evans y Pinzón se encuentra en sus diferentes explicaciones de qué es comprender el contenido de la experiencia. Para Pinzón, a diferencia de Evans, un sujeto comprende el contenido de su experiencia si, entre otras cosas, tiene la habilidad de razonar espacialmente respecto de los objetos que percibe. La habilidad de razonar espacialmente no está metafísicamente conectada, dice Pinzón, a la comprensión de pensamientos acerca del sujeto. En este sentido, es claro que al menos es posible que el sujeto entienda que el objeto que está observando puede ser un objeto independiente de su mente. Con esta modificación, más la explicación evansiana de por qué los pensamientos singulares y demostrativos son objetivos, Pinzón pretende mantener que los pensamientos demostrativos son objetivos y que el hecho de que su comprensión dependa de la comprensión de la experiencia perceptual no afecta en nada y, por el contrario, ayuda mucho a la explicación general de cómo la experiencia perceptual acerca de cualesquiera de los aspectos del mundo material puede dar lugar a los pensamientos demostrativos acerca de esos mismos rasgos. Con esto, Pinzón pretende presentar un marco teórico en el que pueda ilustrarse la explicación general de cómo la mente se conecta con el mundo material.
Al inicio mencionamos que por mucho tiempo los filósofos han tratado de entender cuál es el lugar de la mente consciente en el mundo físico. Durante la segunda mitad del siglo pasado —a través de investigaciones sobre la percepción, la memoria, la capacidad de discriminar y categorizar, entre otros— se empezó a admitir que muchos rasgos de nuestra vida mental se podían caracterizar funcionalmente o neurológicamente. Sin embargo, se ha mantenido un largo disenso alrededor de un rasgo de lo mental del que algunos han dicho que no puede ser físico, a saber, la conciencia; se alega que existe algo en la naturaleza misma de la conciencia que falsea la tesis fisicalista. Para sustentar estos planteamientos, los detractores del fisicalismo han acudido a diversos argumentos que pretenden denunciar problemas lógicos, epistemológicos y conceptuales al interior de dicha postura.
No obstante, en el ensayo de Alejandro Murillo, “Fisicalismo en la filosofía de la mente: alive and kicking”, se defiende la idea de que el fisicalismo (entendido como la idea de que las experiencias conscientes y ciertas propiedades neurofisiológicas son una y la misma cosa) es el enfoque más consistente para abordar la naturaleza de la mente consciente. Su ensayo tiene dos momentos fundamentales. En el primero, hace una revisión crítica de algunos de los principales argumentos que fundaron el debate alrededor del estatus ontológico de la mente consciente. Se concentra, desde luego, en los argumentos dirigidos a problematizar el fisicalismo sobre la conciencia fenoménica y rastrea buena parte de las discusiones que estos argumentos han suscitado. En esta parte del ensayo, Murillo examina la idea de que hay alguna clase de contradicción —o al menos una tensión— entre los rasgos inherentes a la experiencia consciente y la verdad del fisicalismo. En el segundo momento del escrito, este autor presenta su interpretación de hacia dónde apuntan dichos argumentos y discusiones, qué es lo que considera que establecen y qué es lo que considera que fallan en probar; tomando esto como punto de partida, propone un camino por el cual podría encontrarse una salida que le permita al fisicalismo mantenerse en pie.
El punto de vista que Murillo propone involucra también dos consideraciones: por un lado está la idea de que la relación experiencia consciente-procesos cerebrales tiene la forma de una identidad empírica a posteriori y, por otro lado, la idea de que existe una brecha explicativa entre los dos ítems de esta identidad. Por supuesto, para defender estas dos consideraciones Murillo deberá evaluar y enfrentar las principales objeciones que cada una ha recibido. De acuerdo con este autor, un cierto razonamiento más o menos simple es capaz de dar cuenta de las dos ideas de una forma más o menos satisfactoria. A esto Murillo lo llama “enfoque perspectival”. Con esta expresión se refiere a un tipo de análisis dentro del cual se concibe lo fenoménico (las experiencias conscientes) como una “perspectiva”, “modo de presentación” o “aspecto” de ciertos estados físicos. Según su enfoque, tendríamos dos maneras de presentarse (de darse) de la misma cosa: una ante el sujeto de dichos estados (como experiencias conscientes), otra ante el observador de estos (como actividad eléctrica en ciertas regiones de una materia gris y gelatinosa).
De acuerdo con esta propuesta, hay un supuesto común detrás de los argumentos presentados en contra del fisicalismo: la idea de que incluso cuando se completara toda la descripción física del funcionamiento del cerebro, no se habría dicho nada sobre experiencias conscientes ni se podría derivar ningún conocimiento acerca de por qué esos cambios neurobiológicos generan tal o cual experiencia consciente específica (o cualquier experiencia en general). Esto parecería sugerir una incapacidad para ligar lo físico con lo fenoménico, y para entender cómo la conciencia dependería exactamente de un sustrato físico. La respuesta de Murillo es que la mayor parte de estas objeciones contra el fisicalismo pueden ser abordadas desde el punto de vista que él plantea, según el cual hay dos maneras de darse una misma realidad. Como veremos, la articulación de este punto de vista requerirá que se comprometa con una distinción tajante entre epistemología y ontología.
Por su parte, Juan Diego Morales, en el ensayo “Kim y el problema de la causalidad mental como causalidad descendente” examina y defiende la posición ontológica y causalista de la doctrina fisicalista no reduccionista, especialmente, su versión emergentista. Esta posición sostiene que toda entidad concreta es física aunque puede tener propiedades no físicas, no explicables por la ciencia física; en particular, propiedades mentales.
El emergentismo afirma que la relación metafísica entre los ámbitos físico y mental se debe entender a partir de la relación mereológica ser parte de: lo mental superviene mereológicamente sobre lo físico. En este sentido, un evento mental depende completamente de los eventos físicos, puesto que estos últimos lo constituyen. Esta doctrina se compromete con una visión jerárquica del mundo, estructurada en diferentes niveles de organización, según la cual las entidades mentales aparecen como resultado del proceso evolutivo del universo a través del cual van emergiendo distintos niveles de complejidad y organización a partir de unos niveles físicos básicos.
Al igual que con la idea de un mundo jerarquizado y organizado complejamente, el emergentismo se compromete con la idea de una causalidad descendente: como las leyes y propiedades mentales (y, en general, emergentes o especiales) son reales, en el sentido de no ser derivables, calculables ni reductibles a las propiedades sobre las que supervienen, entonces mantienen un grado de distinción y autonomía. De esto se sigue que, así como las leyes psicológicas deben respetar a las leyes físicas, para que las primeras se instancien será necesario que las leyes inferiores físicas se adecúen y sean restringidas a su vez por las leyes psicológicas. Si es cierto que los eventos mentales de clase M1 se relacionan nomológicamente con los eventos mentales de clase M2, entonces los eventos físicos y fisiológicos que pueden realizar estas propiedades mentales tendrán que instanciarse de tal forma que esta ley se implemente. Esta idea de causalidad descendente, por lo tanto, deberá entenderse como la restricción y selección de los niveles superiores mentales (de todos los sistemas mentales) sobre los inferiores (sus partes físicas).
Jaegwon Kim es uno de los filósofos que ha criticado largamente la posición antirreduccionista y, en especial, al emergentismo, bajo el argumento de que lo mental depende completamente de lo físico. Kim cree que la única forma coherente de ser fisicalistas es ser reduccionistas. Él apela a lo que llama el principio de herencia causal, según el cual el poder causal de un evento mental es determinado completamente por sus propiedades físicas. Kim considera que del hecho de que todo evento tiene propiedades físicas —y, así, cae bajo (es explicable mediante) leyes físicas— se sigue que es explicable únicamente por la ciencia física.
Articulando ideas desarrolladas por teóricos como Carl Gillett, Robert van Gulick y Donald Campbell, Morales arguye que el fisicalismo emergentista mantiene una posición que da cuenta de la dependencia metafísica existente entre los ámbitos mentales y físicos, y que le permite negar la reducción propuesta por Kim. Por un lado, dice que dado que lo mental superviene mereológicamente sobre lo físico, un evento mental depende completamente de los eventos físicos que lo constituyen, puesto que no puede existir sin ellos. Por el otro lado, afirma que los sistemas adquieren propiedades mentales no reducibles a las propiedades físicas de sus constituyentes porque las propiedades mentales son propiedades no aditivas o no resultantes; es decir, son propiedades que el sistema adquiere como consecuencia de las interacciones no lineales de sus constituyentes físicos. En este sentido, los sistemas mentales caen bajo leyes físicas y son explicables físicamente solo a través de sus propiedades físicas aditivas, tales como espacio-temporalidad, volumen, masa y densidad. Pero, subraya Morales, los sistemas mentales también son explicables psicológicamente, puesto que caen bajo leyes psicológicas al tener propiedades mentales que son no aditivas, esto es, no calculables a partir de las propiedades físicas de sus constituyentes neurológicos, químicos o físicos. De esta forma, un evento mental adquiere poderes causales nuevos no físicos que socavan el principio de herencia causal propuesto por Kim y, en consecuencia, sus propiedades mentales no pueden ser reducidas.
Finalmente, el profesor Raúl Meléndez da cierre a estas reflexiones con su ensayo “Justificación y persuasión en Sobre la certeza". En este ensayo, Meléndez se da a la tarea de examinar el sentido de la posible relatividad e inconmensurabilidad de la justificación entre distintas —como Wittgenstein las ha denominado— imágenes del mundo o, como podríamos decir, distintos paradigmas. El propósito central del ensayo es mostrar que aun cuando la inconmensurabilidad entre distintos esquemas conceptuales es ininteligible, esto deja un espacio para la relatividad respecto de la justificación que podemos encontrar a través de distintas imágenes del mundo.
Inicialmente, el autor articula la concepción que sostiene Wittgenstein acerca de la justificación, según la cual el juego lingüístico de dar y pedir razones, de dar evidencia o justificación, tiene sentido y cabida únicamente en el marco de sistemas complejos de proposiciones que son sostenidas con ciertos grados de convicción por agentes dentro de comunidades lingüísticas. Solo podrá darse una justificación cuando esta se encuentre dentro de un trasfondo y contexto que la determine como un movimiento correcto que sigue ciertos cánones y regulaciones. Este trasfondo es un sistema holista que está constituido por las convicciones o certezas que un sujeto tiene y que conforman su imagen del mundo, su forma de verlo, entenderlo y actuar en él. Por ejemplo, las proposiciones, y sus convicciones asociadas, acerca del hecho de que existe un mundo exterior o de que la tierra existe desde hace más de veinte minutos funcionan como la estructura que da sentido a la actividad de poner a prueba, mostrar evidencia en pro o en contra de una afirmación, de su verdad o falsedad. A partir de esta idea es que podemos entender que estas convicciones, aunque superficialmente tienen la forma de —o pueden expresarse mediante— enunciados descriptivos, funcionan como reglas que legitiman los movimientos lingüísticos, racionales y de racionalización de proposiciones empíricas —proposiciones que evaluamos como verdaderas o falsas— y, en consecuencia, no pueden ser puestas en duda o verificadas, así como tampoco pueden ser consideradas ellas mismas verdaderas o falsas.
Si esta es la forma correcta de entender la justificación de proposiciones empíricas, entonces debemos decir que el juego de dar y pedir razones o fundamentos es una actividad interna a la imagen del mundo. Así pues, como el trasfondo de las certezas es el elemento vital a través del cual se puede articular una razón qua razón, solo se podrá considerar un movimiento como justificativo si los agentes implicados en el juego comparten las regulaciones que el trasfondo impone. Solo si concordamos en que la tierra existe hace más de veinte minutos podemos articular razones a favor o en contra de la idea de que tienes padres, de que el ser humano evolucionó a partir de un simio o de que Napoleón fue un militar despótico.
Meléndez encuentra que la posición de Wittgenstein puede entenderse como si sugiriera dos formas de relatividad que podrían estar en conflicto entre sí: una respecto a la justificación, según la cual una razón es valedera únicamente dentro de un marco específico de certezas que le sirve de estructura —en este sentido, dos personas pueden evaluar de forma completamente distinta la proposición “mañana voy a ir a la luna”, puesto que las imágenes del mundo asociadas pueden ser crucialmente diferentes—; la otra, más extrema, sostendría que la diferencia entre imágenes del mundo es tal que no serían posibles ni el entendimiento ni la traducción. Vía la famosa argumentación de Davidson, tendríamos que decir que en este caso no existirían imágenes del mundo inconmensurables, puesto que no habría siquiera forma de reconocerlas como tales. El autor examina la argumentación de Davidson y sugiere que podemos articular una posición que considera viable la aparentemente palpable relatividad respecto a la justificación, afirmando, a la vez, que entre imágenes del mundo distintas siempre puede haber una comprensión inmediata no mediada por interpretaciones.
Las consideraciones desarrolladas aquí pueden resultar valiosas no solo para responder el interrogante sobre el conocimiento que tenemos del mundo y sobre el lugar que la mente ocupa en el mundo natural, sino para conectar las dos preguntas a la luz de una noción sólida de justificación. Sin duda, la admisión de una imagen de la relación mente-mundo no puede darse sin que se hayan dado estos pasos.
1 |
Sobre cómo pensamos acerca de lo que percibimos: esbozo de una explicación |
John Anderson Pinzón Duarte
Departamento de Filosofía
Universidad Nacional de Colombia
Es un hecho que podemos tener pensamientos acerca de objetos materiales; podemos formar pensamientos demostrativos{1} como el expresado por la oración “Eso es fastidioso” (refiriéndonos a un objeto que estamos percibiendo). Y también es un hecho que podemos formar este pensamiento porque tenemos experiencia perceptual de cierto objeto. Esto es, podemos asumir como un hecho que tener experiencia perceptual de un objeto es condición necesaria para la formación del pensamiento demostrativo en cuestión (Campbell 2002). La pregunta que me interesa abordar es: ¿cómo un sujeto forma esta clase de pensamientos? Es decir, ¿en virtud de qué hecho la experiencia perceptual pone al sujeto en la posición adecuada para tener o formar un pensamiento de esta clase? Mi objetivo en este texto es presentar una posible respuesta a estas preguntas.
La pregunta por cómo la experiencia da lugar a esta clase de pensamientos es una pregunta por cómo la experiencia perceptual (o la mente, en general) se relaciona con el mundo material. Una propuesta bastante difundida y actualmente aceptada es que la relación entre la mente y el mundo puede ser exhaustivamente explicada apelando a las meras relaciones causales que ocurren entre la mente y el mundo. No obstante, aunque no sea plausible negar que tales relaciones existan, simplemente apelar a ellas no sirve para generar una explicación de la relación entre la mente y el mundo, ante todo porque, creo, el intercambio causal no es suficiente para determinar cuáles son los objetos sobre los que versan los pensamientos demostrativos y, por lo tanto, dicho intercambio no es suficiente para dar cuenta del carácter singular de tales pensamientos (Pinzón 2009).
El punto general es que nociones como “experiencia perceptual” o “pensamiento demostrativo” —y, más precisamente, poseer experiencia perceptual o poseer pensamiento demostrativo— no son exhaustivamente explicables simplemente apelando a relaciones causales. Si la experiencia perceptual es de un sujeto, necesariamente debe haber contenido intencional y el sujeto debe comprender dicho contenido intencional (Pinzón 2010: 47-50). La intuición detrás de los reclamos anteriores es que los vínculos causales no son elementos suficientes para explicar nociones (normativas) como la de “comprensión del contenido mental”. Y no podemos tener una explicación completa de cómo la experiencia perceptual da lugar al pensamiento demostrativo si no podemos explicar cómo la comprensión de la experiencia perceptual da lugar a la comprensión de los pensamientos demostrativos. La misión es, entonces, armar un esquema para desarrollar una explicación completa y adecuada de dicha relación.