© de los textos, Ricardo Martínez Llorca
© de las fotografías, Ricardo Martínez Llorca
© De esta edición en castellano: La Línea del Horizonte Ediciones
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Primera edición en La Línea del Horizonte Ediciones: Junio de 2013
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Diseño de cubierta: Víctor Montalbán | Montalbán Estudio gráfico
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Maquetación digital: Tropical Estudio
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ISBN E-pub: 978-84-15958-03-1
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IBIC: WTL-Literatura viajes; 1HFMQ-Mozambique
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Colección Cuadernos de Horizontes #2
Serie: ¿Qué hago yo aquí?
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Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
En las imágenes que pasan por la televisión, una horda de leones devora a una gacela. O aparecen estampas de una ópera tradicional china, con su armonía de campanillas orientales, o las calles de Manhattan colmadas de taxis amarillos. La banda sonora puede estar añadida más tarde, incluso se ha colgado en el pista de sonido una grabación sinfónica tan conforme como ilusoria. Pero no hay olor a curry si se está visitando un mercado de la India, ni el absoluto silencio submarino de los arrecifes, ni el bronco tacto de la arena o el bálsamo de una flor carnosa. Privados de todos los sentidos, excepto de la vista, cuya eficacia se ve reducida por el efecto de la distancia, la pantalla ofrece una ventana a un mundo que permanece tan desconocido como lo estaba en la época de Marco Polo.
¿Qué sería de la India sin las especias frotándose contra los hoyos de la nariz, de Manhattan sin tráfico escupiendo petróleo, de las anémonas bailando al ritmo de la armonía de un vals en lugar de a los caprichos de la marea o de una China que nos ocultara sus miles de años de cultura? ¿Qué sería de África sin la vida salvaje que identificamos como su primer icono? Los reporteros y fotógrafos nos han dado alguna clave: queda, viva, la gente. Una gente que para ellos no deja de ser, honradamente, piezas que deben cazar, que deben registrar en sus cámaras de luz. Sin embargo, hay otro rostro que no aparece en las fotografías, otro rostro humano, los retratos tallados en la cara oculta de esa luz.
Durante un puñado de semanas visité algún proyecto humanitario que ocupaba a varias organizaciones en las tierras de Mozambique. Me interesé por la vida de las personas que podrían estar beneficiándose de ellos. Yo también creí que podría escribir un diario y registrar mi experiencia con miles de fotografías, que luego publicaría en un grueso volumen. Pero los matices del tiempo me empujaron a crear una pequeña obra de otro carácter, en la que se selecciona lo que me agradó en el instante en que revisaba mis apuntes. Dado que en ocasiones cabe la sospecha de que la mayor sabiduría se encuentra en el interior del silencio, dejé de podar anécdotas, datos y fotografías cuando mi imaginación, que también ha trabajado en esta obra, pensó que era el momento de callar, de cambiar de recuerdos. Para evitar un olvido completo, he reducido los episodios a diez. Y doce son las imágenes que acompañan al texto, seleccionadas no tanto por motivos estéticos como por el placer que despiertan en mi memoria cuando las veo.
Y la memoria sigue siendo todo para mí.
En Salamanca a 8 de febrero de 2011
Ricardo Martínez Llorca nació y vive en Salamanca donde se licenció en Bellas Artes y donde ejerce como profesor de dibujo. La escritura vinculada al mundo de la montaña, la naturaleza y los viajes ha jalonado la biografía de sus últimos años. Como reseñista y articulista ha publicado en diferentes medios y, actualmente, lo hace en la revista Quimera. Desde su primera novela, Tan alto el silencio, 1998, en la que evoca la figura de su hermano David, fallecido en el ejercicio del alpinismo, ya asoma su predilección por un género al que aporta una singular maestría literaria. Al mismo tema, pertenece su libro El precio de ser pájaro. Grandes tragedias del alpinismo español, 2000 y, en los siguientes, ya sea a través de la novela o el relato, la realidad inspira muchas de sus ficciones: El paisaje vacío, 2002, galardonado con el Premio Jaén en 2001, El carrillón de los vientos, 2008 y la última, Hijos de Caín, 2013. Al género de viajes pertenece Cinturón de cobre. Un encuentro con Zambia, fragmentos y ficciones, 2001 y el presente Al otro lado de la luz. Una experiencia en Mozambique, 2013.
Al viaje le es propio el ejercicio de la mirada, una incursión sobre otros mundos ajenos, apenas una ráfaga que ilumina en breves instantes los abismos de un personaje, los mapas ocultos de los lugares, el drama de una realidad que sólo emerge a la luz en ese momento fugaz. La mirada de Ricardo Martínez Llorca va más allá de la del viajero para extraer de la liviandad efímera con la que atravesamos los lugares, todo el fulgor literario de esos momentos. En este relato, un viaje a Mozambique para trabajar por unas semanas en una organización de ayuda humanitaria, hay imágenes bruñidas con una prosa exacta, poética y siempre evocadora que deja en los lectores espacios e interrogantes que completar pues, “la sabiduría se encuentra en el interior del silencio”. El autor recorre algunos lugares del país y a cada paso tropieza con las víctimas de una realidad que es común en muchos países de África, pero que aquí se muestra en su descarnada crudeza, pues sólo han transcurrido apenas una decena de años desde el fin de su guerra civil que duró 16 años.
Un relato que exhibe la maestría narrativa de Martínez Llorca y que ha aportado a la literatura de viajes y de montaña un depurado estilo a veces de alto voltaje poético y simbólico.
La Línea del Horizonte es el lugar donde comienza la imaginación, un espacio de la mirada que se proyecta en la lejanía. A ella se encamina el deseo, la curiosidad y el impulso. Carece de comienzo y fin aunque es visible y ordena el espacio. En física es la resultante donde confluyen los diferentes puntos de fuga y éstos nos ayudan a percibir los objetos de la realidad en otra dimensión, bajo otro punto de vista.
CUADERNOS DE HORIZONTES Textos y relatos de medio y pequeño formato sobre ensayo, ideas y temas para pensar el viaje, la sociología, los conflictos contemporáneos, los testimonios de experiencias vividas en un trayecto y la reflexión sobre naturaleza y paisaje. Lectura móvil para un lector nómada.
Ideas contemporáneas sobre el viaje
Clásicos del pensamiento y el viaje
El lugar y la experiencia
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De mayor quiero ser “ingenuo”. En latín “ingenuo” es lo contrario de “esclavo”: el “nacido libre”, sin cadenas ni ataduras. Y bien pensado, todos nuestros actos son en algún sentido “libres”, incluso en las peores condiciones. Hace falta una gran ingenuidad para cambiar los pañales a un niño en un campo de refugiados o para cumplir una promesa banal en una ciudad bombardeada. Lo que sostiene al mundo es la ingenuidad.
Santiago Alba Rico
… ¿quién se atreverá a condenarme si esta gran luna de mi soledad me perdona?
Borges
Visitando la escuela, bajo una luz de almíbar, el director pedagógico y algún cooperante me aclaran que si instalan las letrinas tan lejos de las aulas es para evitar que las moscas, con todas las bacterias que puedan portar, convivan con la población de estudiantes.
En la clase se hacinan hasta setenta alumnos y algunos quedan fuera, aguardando al turno de tarde o, sencillamente, sin escolarizar. Tal vez muchos de ellos no utilicen las letrinas, esas fosas negras donde se acumula el metano de la descomposición, tapadas por círculos de cemento de doscientos kilos.
Mientras tanto, los alumnos atienden a la lección del día en sena o en portugués. O acaso en algún otro dialecto bantú, pues determinar la lengua de escolarización es tan complicado como una partida de póker en las mesas más caras de Las Vegas, ya que no todos los estudiantes hablan el mismo idioma.
De ahí que, en ocasiones, a través de los resquicios que dejan las tablas grises que componen la pared del aula, un chiquillo deba traducir a otro la lección que el maestro en ese instante está impartiendo: “Escucha”, le dice, “el tiempo presente de la primera conjugación: yo amo, tú amas, él ama…”
Suerte que de todas las costumbres espirituales —pasiones, deformaciones, complacencias, serenidad, etc.— la única que sobrevive es la calma. Volverá.
Pavese
De pronto, en medio de la multitud de muchachos que se agrupan alrededor del extranjero pidiendo a gritos que les haga una foto, se alza un dedo que a través del humor vítreo penetra en tu cuerpo y te saca las entrañas. Entonces suceden un montón de latidos a la vez. Y todo al descubrir a la más pequeña del grupo, a la niña que ha sido capaz de contener en su mirada una vida que iguala en riqueza y en pobreza a la de cualquier hombre que haya caminado millones de kilómetros.
Disparo la cámara sin preocuparme por hacer un encuadre decente. Cuando más tarde compruebo el resultado, no puedo dejar de asombrarme a causa de la diferencia de expresión que existe entre el dedo en movimiento, señalando más allá de mis reflexiones, y un gesto de niña que duerme con los ojos abiertos.
Regresé a la escuela donde encontré a la niña media docena de veces, pero fui incapaz de localizarla de nuevo. “Tal vez viene ahora en el turno de tarde”, me decían. O “ya se sabe lo que sucede con cierto tipo de familias”. Y lo que sea que sucede, sucede en la sombra.
Cuando por la noche el feroz eructo de un borracho que pasaba bajo la ventana venía a despertarme, encendía la cámara y observaba la fotografía, reconociendo así mi huiida, mi ausencia, preguntándome, con Rimbaud, qué se me había perdido allí.
Se venga, y bien, la vida si alguien le roba su oficio.
Pavese
Leí que algún escritor viajero maldice a quien presume de patear el mundo sin atreverse a abandonar el refugio de un compañero. Así, mientras paseaba aceptando esa costumbre de estar solo, iba entonando algún mantra extraído de los sótanos de la memoria, el recuerdo de una rosa en Bengala, por ejemplo. Caminaba con una pequeña cámara de fotos escondida en una mano, presta a disparar a bocajarro, sin dar tiempo a que reaccione la persona retratada.
Al comprobar esta imagen, se me ocurrió recordar que cada individuo tiene derecho a fabricar un cielo a su medida, o al menos esa es la conclusión a la que pude llegar al saber, por boca de algún teólogo, que el cielo no es un lugar, sino un estado del alma. Y en este caso, el cielo se reduce a una espera, con el bebé amarrado al pecho, y el vaticinio de un paseo en moto, agarrado a un galán con casco, sintiendo todo el viento en los dientes, en la humedad de los ojos, en las mejillas.
El problema es que esos mismos teólogos situaron al infierno como un problema de la mente, lo cual coloca a los terrores que antes eran de ultratumba en algún lugar de la Tierra, muy próximos a nuestros recuerdos más queridos, una sugerencia que es como para echarse a temblar.
¿Por qué es desaconsejable perder la cabeza? Porque entonces se es sincero.
Pavese
Una foto con un encuadre defectuoso. Ni siquiera la luz es la adecuada.
Coloco la cámara bajo la axila y miro hacia otro lado. Al fin y al cabo, no dejo de ser un intruso y la única forma de disparar sin llamar la atención hasta el punto de hacer huir o posar al retratado, es hacer la fotografía a ciegas y confiar en que una de cada cien descargas aporte algo decente al libro de estampas que ahora se conoce como carpeta de “Mis imágenes”.
Ya se sabe que los europeos caminan pisando fuerte, como si no necesitaran permiso para atravesar el mundo. Avanzan con suavidad, al igual que si temieran despertar a las bestias, pero no pueden evitar hacer ruido.
Sé que incluso este comentario no deja de ser otra forma de neocolonialismo. Y recuerdo un párrafo del escritor mozambiqueño Mia Couto:
“Hablan mucho de colonialismo. Pero dudo mucho de que eso haya existido. Lo que hicieron esos blancos fue ocuparnos. No fue sólo la tierra: nos ocuparon a nosotros, acamparon en medio de nuestras cabezas. Somos madera que quedó bajo la lluvia. Ahora no encendemos ni damos sombra.”
Pero la gran, la tremenda verdad, es ésta: sufrir no sirve para nada.
Pavese
En un restaurante me comentan que están preparando 740 pizzas para una boda.
Es sábado, día festivo, y el gospel africano se puede oír por las esquinas. Veo a la gente de fiesta y de repente tengo la impresión de echar de menos el viaje por Asia, el continente que más frecuenté, donde nunca me sentí incómodo. Hoy me observo demasiado solitario. Hasta que vienen a rescatarme un grupo de muchachos con ganas de hacer piruetas alrededor del musungu, del señor blanco. Me pregunto si en ellos brotará ese germen de la rebeldía que derribará el Imperio. Me pregunto si entre ellos nacerá otra vez Espartaco. Comprobando la fe religiosa con que se agitan los hombres y mujeres en el interior de las iglesias, sabiendo que ya no existe ese carácter sagrado que la Iglesia otorgó a la esperanza del Cielo y el terror al Infierno, viendo cómo juegan en calles de barro ensuciadas por plásticos, uno se da cuenta de que los poderosos tienen armas más flamantes que las del ejército para someter a los rebeldes, o a quienes poseen un potencial de rebeldía entre sus costillas: permitirles que vean la luz, pero sólo su cara oculta.
Y, sin embargo, queda la sonrisa.