ANTES DE AKASA-PUSPA
(De Némesis a Akasa-Puspa /3)
Edición y selección de Juan Miguel Aguilera
Juan Miguel Aguilera
Marisa Alemany
Víctor Conde
Elena Denia
Cruz Gabaldón
Eva G. Guerrero
Miriam Iriarte
Ana Muñoz Vélez
Raúl A. López Nevado
Ana Lozano Cantó
Sergio Mars
Noemí Sabugal
María Tordera
José Manuel Uría
María Zaragoza
Primera edición: Noviembre, 2015
© 2015, Sportula por la presente edición
© 2015, Juan Miguel Aguilera, Marisa Alemany, Víctor Conde, Elena Denia, Cruz Gabaldón, Eva G. Guerrero, Miriam Iriarte,
Ana Lozano Cantó, Raúl A. López Nevado, Rafael Marín,
Sergio Mars, Ana Muñoz Vélez, Noemí Sabugal, María Tordera, José Manuel Uría, María Zaragoza por sus respectivos textos
Diseño, ilustración de portada e ilustraciones interiores
© 2015, Juan Miguel Aguilera
SPORTULA
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sportula@sportula.es
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Este libro es para tu disfrute personal. Nada te impide volver a venderlo ni compartirlo con otras personas, por supuesto, y nada podemos hacer para evitarlo. Sin embargo, si el libro te ha gustado, crees que merece la pena y que el autor debe ser compensado recomiéndales a tus amigos que lo compren. Al fin y al cabo, no es que tenga un precio exageradamente alto, ¿verdad
CONTENIDO
Ulises prometeico, Rafael Marín
EXORDIUM: EL SISTEMA SOLAR
La doble, María Zaragoza
NARRATIO: LAS MÁQUINAS VON NEUMANN
Tu casa al borde de la Eternidad, Víctor Conde
Ventaja Evolutiva, Raúl A. López Nevado
Vestigios, Ana Muñoz Vélez
ARGUMENTATIO: LA MANCOMUNIDAD
La mano de Dios, Miriam Iriarte
El mausoleo de las cofraditas, Cruz Gabaldón
Sentimientos, Ana Lozano Cantó
La voz de Bruma, Elena Denia
Las sombras de doce lunas (1), Eva G. Guerrero
Y también soy la Muerte, Juan Miguel Aguilera
Las sombras de doce lunas (y 2), Eva G.
Gran Shakti de Kil, Marisa Alemany
Una fusión sin límites, Noemí Sabugal
Gancho en el cielo, Sergio Mars
Volver a Vrindaban, María Tordera
PERORATIO: LOS ETERNOS
Ars Magna, José Manuel Uría
El todo es mayor que la suma de sus partes,
Juan Miguel Aguilera
Quién es quién
SPORTULA
Para Jose Luis Rodríguez Núñez y para la gente de Bibliocafé, que siguen trabajando para que los libros permanezcan.
ULISES PROMETEICO
Lo hemos hablado muchas veces. Siempre nos referimos a Pascual Enguídanos (George H. White) y su capacidad de fabulación en una España subdesarrollada y mediocre, y cómo supo escapar de una vida aburrida y cuadriculada inventando planetas inexpugnables y materiales invencibles. Lo imaginamos un día cualquiera, en el tranvía a la Malvarrosa, camino del trabajo: un obrero imposible de distinguir de otros obreros, mientras la música de las esferas resonaba en su cabeza. De este material podría hacer un gran tebeo Paco Roca.
Juan Miguel no lo sabe, pero siempre que hemos tenido esta conversación sobre Pascual Enguídanos yo pensaba que era su mismo caso. Porque verán, por fuera Juan Miguel es un tipo campechano, contradictorio, que lo mismo canta (mal) que baila (bien) que se irrita por cuestiones que no vienen al caso que diserta luego sobre física, astronomía o historia. Camuflado como tantos en una España que quizá no haya dejado nunca de ser subdesarrollada y mediocre, en la cabeza (algo lustrosa) de Juan Miguel Aguilera resuenan sinfonías enteras de esferas y galaxias.
Quienes estuvimos allí recordamos el asombro de ese primer libro, al alimón con Javier Redal, Mundos en el abismo, y poco después su continuación, Hijos de la eternidad. Eran los años ochenta. Creíamos que empezaba un ciclo pero en realidad terminaba la breve primavera que nos asomó al género. La paradoja de vivir donde vivimos, de tener la industria editorial que hemos tenido: justo cuando aparecen las primeras obras auténticamente ambiciosas de ciencia ficción patria (existió y fue buena, aunque se ignore adrede o se desconozca por desidia) la base se nos viene abajo y comenzamos la travesía en el desierto.
Pero hay soñadores y hay supervivientes. Y Juan Miguel Aguilera, ya en solitario, demostró a lo largo de las décadas por venir y sigue demostrando que es las dos cosas. Aunque haya tratado otros palos literarios, como yo mismo, sigue siempre escribiendo ciencia ficción, con las claves y los trucos de la ciencia ficción: su obsesión es el viaje, el encuentro con el otro, las luces que brillan en cielos a los que, a lo mejor, no podremos llegar nunca.
Todo eso asomó por primera vez en los años ochenta, tan lejanos ya, cuando se nos presentó la deslumbrante idea del cúmulo globular de la flor en el cielo; es decir, Akasa-Puspa. El juego inacabable de posibilidades cósmicas, las razas extraterrestres, el crisol de culturas terrestres es un tapiz inmenso que se amplía, como el paño de Penélope, sin llegar a desgarrarse, porque se expande como el universo creativo que es y sabe que no hace falta que Ulises vuelva porque es Prometeo quien inspira al viaje. Juan Miguel nos ha contado varias y buenas historias en este escenario, pero el escenario es tan grande que lo sobrepasa incluso a él: una vez creadas las bases de ese universo, siempre hay huecos adelante y atrás que rellenar, versiones que explorar, aventuras que ir soñando.
Un ejemplo de generosidad, entonces, por parte de Juan Miguel, permitir que otros escritores y otros amigos, de entonces y de más ahora, puedan jugar con su juguete y añadir pinceladas y acordes a ese inmenso cuadro cósmico, a esa sinfonía galáctica que brilla en el cielo como un faro para quien quiera entender que si no está todo inventado es porque el infinito no se cierra a los experimentos, sino que los agradece.
RAFAEL MARÍN
EXORDIUM
EL SISTEMA SOLAR
Sin previo aviso los cielos ardieron en el planeta Tierra. Sobre las ciudades, desiertos y océanos, una enorme cortina de fuego se expandió abrasando la atmósfera. Las naves y los satélites en órbita también fueron alcanzados por la lluvia de antimateria y estallaron silenciosamente. Los desconcertados supervivientes contemplaron desde el espacio cómo su hogar se convertía en una enorme bola de fuego. No podían regresar y su única opción eran las incipientes colonias del planeta Marte. Allí intentaron reorganizarse y aprender a convivir con los escasos recursos que les quedaban, construir un futuro a partir de las cenizas de las extintas sociedades terrestres. No iba a ser fácil, sobre ellos pesaba el terrible misterio de quién los ha atacado y por qué. Y lo que es peor, la estremecedora revelación de que no ha sido la primera vez.
Algo, en los confines del Sistema Solar, estaba decidido a exterminarlos.
La respuesta de una parte de la humanidad a esta amenaza fue adaptarse al vacío, huir de los grandes planetas que eran objetivos fáciles para el ataque desde el espacio, y expandirse entre las lunas, cometas y asteroides que orbitaban el Sol. Esto llevó a la humanidad a separarse para siempre es dos grandes especies: Los ajolotes, habitantes de los planetas, que siguieron viviendo en Marte y en las grandes lunas de Júpiter y Saturno; y los anuros, que buscaron su futuro en el espacio interplanetario.
Mientras tanto, un cúmulo globular con un millón de estrellas había penetrado en la galaxia y se dirigía lentamente hacia el Sistema Solar.
LA DOBLE
María Zaragoza
(Año 25050 dC)
“El conflicto entre ajolotes y anuros se solucionó con la construcción de la Esfera, un entorno en el que las dos especies en las que se había dividido la humanidad podrían expandirse durante milenios. Un gran cascarón de asteroides recubiertos de árboles adaptados al vacío para los anuros, y cinco planetas troyanos para los ajolotes. Era un desafío titánico, que superaba con creces la terraformación de Marte, finalizada unos años atrás. Pero el gigantismo de la empresa nos hace olvidar a veces las historias personales de los humanos que realizaron aquella hazaña tecnológica.
Y de los que quedaron atrás.”
Soy la doctora Melina Hunt y todo lo que he visto en la vida es esta vivienda marciana. Los cristales de mi cuarto dan al universo y eso me hace saber que soy pequeña, insignificante, quizá es por eso que no me marcho. En cualquier caso, ¿dónde iría? Marte es rojo y parece no tener fin.
Qué poco importo yo en mitad del universo. Es posible que por eso la doctora Melina Hunt original insistió en que su familia se mudase al ala de la vivienda que mejores vistas tiene de la inmensidad, para que yo me sintiera pequeña e insignificante al observarlas. O quizá sólo pensó en ella, sumida en la construcción de la Esfera cuyo dibujo brilla en el cielo por las noches. Quizá sólo pensó que si yo la veía sería como si estuviera un poco menos lejos.
Lo que yo he desarrollado es una enfermedad mental, o así lo dictaminan los que saben, propia de los míos. La llaman «doble personalidad del doble» y a mí me parece un nombre bonito, aunque creo que se equivocan y que lo que desarrollamos no es una doble personalidad: es una personalidad propia. Aunque eso, para los científicos creadores, es algo inaceptable, pondría en duda sus creencias religiosas y su moralidad. Pondría de manifiesto que los que se oponen a nuestra existencia, el gobierno entre ellos, de algún modo tienen razón.
La Melina Hunt original me hizo nacer en un laboratorio para que la sustituyera en las labores familiares y maritales durante el desarrollo de su ambicioso proyecto. Soy lo que podríamos llamar un clon doméstico. Aunque no estamos comercializados a gran escala, se nos utiliza en muchos hábitats, laboratorios y viviendas como sustitutos de los originales mientras ellos están ocupados. En el mercado negro pueden encontrarse modelos básicos de nosotros que provienen de los bancos de los antiguos marcianos, todavía sin los rasgos definitivos ni la memoria, en fase feto. No son muy útiles sin la tecnología adecuada para transformarlos en un doble, que es lo que soy yo.
Los fetos son como una masa biológica del tamaño de un feto humano corriente antes de tener los rasgos que lo distinguirán de otro humano. Para que adquiera el tamaño que tendrá el doble definitivo, se necesita una cámara de gestación acelerada, una especie de vaina. Para dotarle de los datos genéticos necesarios se precisa un inyector de sustitución de ADN, que básicamente extrae el ADN marciano del feto y lo sustituye por el del humano a clonar. Los últimos toques se dan con el ordenador central: un poco de rasgos característicos de la edad, cicatrices (ombligo incluido), y la memoria completa del sujeto original. Sí, nos dan su memoria completa con la esperanza de que seamos tal y como son ellos. Pero no cuentan con un detalle: nos crean para tener experiencias nuevas diferentes a las que ellos tienen.
Por ejemplo, la doctora Melina Hunt original está trabajando en una estación sembradora situada entre Marte y Júpiter, desde hace diez años. Hace cinco, superada por el trabajo que suponía la creación de la Esfera, me creó a mí y desde entonces no nos hemos visto. Yo tengo su memoria desde el momento de su nacimiento hasta hace cinco años, pero desde ese punto hasta el actual he desarrollado la mía propia. Lo llaman «enfermedad mental», pero yo creo que sólo es la vida. Vivir es lo que hace a los dobles distintos de los originales. ¿Cómo no va a ser así? La doctora original está en algún punto de esa línea que se ve en el cielo, experimentando con enormes árboles que recogen energía del Sol. Yo he estado casada cinco años con su maravilloso marido. He visto crecer a sus tres hijas. He tomado decisiones sobre su educación. He hecho el amor en su cama. Todo eso que yo he vivido no lo ha vivido ella. Toda la ciencia que ella haya podido desarrollar en los últimos cinco años a mí se me escapa. La vida cambia a los clones.
No es ninguna enfermedad mental aunque tenga un nombre bonito, me niego a aceptarlo.
Los dobles estamos hechos para que nadie note el cambio. Mi marido no sabe que no soy su esposa original. Mis hijas no saben que no soy su madre original. Nadie debía notar nada. Pero lo notaron, claro que lo notaron. Melina Hunt nunca estaba con ellas, no sabía comunicarse con sus hijas porque apenas las veía. Y de repente tenían una madre siempre presente, que jugaba con ellas, que les regañaba cuando se portaban mal. Se extrañaron con todo el derecho.
Y nada me había preparado para el sexo. La memoria de Melina reproducía en mi mente procesos de euforia y decepción, inconexos, como si ella misma no les diera la menor importancia. Pero yo descubrí el deseo, y nada me había hecho pensar que eso pudiera existir y existir en esa forma. En seguida me di cuenta de que en ese aspecto no éramos idénticas y me pregunté si habría habido algún fallo en el proceso: a mí me gustaban cosas y gozaba de sentimientos que no tenían mucho que ver con los que podía recuperar de la Melina original. Mi cuerpo, idéntico al de ella, respondía de una forma distinta. Así que mi marido también notó algo raro, pero no dijo nada. Supongo que para él el cambio fue a mejor. Cuando los cambios son a mejor la gente no se hace preguntas difíciles.
He disimulado todo este tiempo como mejor he podido. Inventé un nuevo horario del laboratorio en el que la doctora trabajaba antes de partir fuera de Marte, su familia nunca supo que dejó el planeta, y en lugar de ir a trabajar, para eso ya estaba la doctora original, me puse a estudiar Historia a escondidas. Aprendí mucho. Por ejemplo, aprendí que la cámara de gestación acelerada se le ocurrió a Takeshi Takara hace dos siglos, viendo en un museo una antigua película de la Tierra: La invasión de los ladrones de cuerpos. Hasta ese momento los clones procedentes de la tecnología de los bancos de los antiguos marcianos tenían la vida de un ser humano corriente: no se podían duplicar en un punto exacto de la vida del individuo, sino que había que hacerlos nacer y dejarlos crecer al ritmo que dictase la biología. Después del invento de Takara, los clones pasaron a llamarse dobles. Gracias a esa cámara, yo nací con cuarenta y cinco años, exacta a mi original.
Por supuesto vi la película. Me impactó el nivel de originalidad de la historia, pero sobre todo la creatividad de Takara al ver aquellas vainas vegetales que clonaban humanos adultos y relacionarlo con la biotecnología clon. Aparte de eso, los dobles de la película eran planos, sin sentimientos, con una asquerosa obsesión por la multiplicación que no me gustó. Me pregunté si en la Antigua Tierra nos verían así al imaginarnos cuando no existíamos: fríos, sin sentimientos ni pasión, en todo distintos a ellos. También me pregunté qué pensarían de nosotros si nos vieran ahora, tan humanos como los humanos.
Digo eso, «tan humanos como los humanos», con una cierta tristeza porque no dejamos de ser poco menos que esclavos utilitarios. Se nos dota de todas las características de un humano, sus sentimientos, su memoria, sus miedos, y se nos suelta a vivir con un fin casi nunca bueno. Yo he tenido suerte y me han dado una familia, porque para Melina Hunt era más importante su investigación, pero a otros clones se les ha enviado a misiones suicidas sin contemplaciones, sólo porque era más fácil mandar a un doble que a un original. La ciencia, la investigación y la tecnología han avanzado mucho gracias a nuestra existencia, pero nadie nos da las gracias. Nadie nos levanta monumentos. Nadie nos plasma en la Historia. Cada cosa buena que hace uno de nosotros acaba en el curriculum de algún original. Eso a veces me hace soñar con una revolución de los dobles. Una en la que nos levantemos para borrar su historia hecha de mentiras, que debería ser la nuestra porque hemos hecho nosotros el trabajo duro en los dos últimos siglos.
Pero si hay algo que he aprendido al estudiar es que en la guerra caen inocentes y no podría exponer a mi familia, porque los siento como mi familia a mi marido y a mis tres hijas. Y temo que, algún día, me los arrebaten, la original reclame su papel en esta vida y yo tenga que desaparecer.
Nos dotan de un sistema de seguridad. Cuando el original reclama su espacio no puede haber dos Melinas ocupando el mismo puesto. Y por supuesto, los dobles carecemos de derechos. No importa lo que hayamos hecho, no importa si debemos ser recompensados y premiados en vez de exterminados. No tenemos nada que decir. Sólo morimos.
Es nanotecnología: robots microscópicos cargados de veneno caminando por nuestras venas y arterias, preparados para actuar cuando el original así lo decida. Por las noches, antes de dormir, me parece escucharlos como un pequeño ejército listo para el exterminio. Y no me duermo hasta que estoy segura de que son los latidos de mi corazón y no diminutos pasos marciales.
A veces mi marido me ve en la oscuridad con los ojos abiertos y me pregunta si estoy bien.
—Nada, no puedo dormir.
—¿Las pesadillas militares otra vez?
—¿Pesadillas militares?
—Hablas del ejército en sueños, cariño. Dices que va a por ti.
—Sí, sueño con el ejército, pero uno diminuto, que corre por dentro del cuerpo y te extermina desde dentro.
—Tienes demasiada imaginación.
—Hace falta para ser científico.
Zanjo las conversaciones de esa forma porque me duele verlo consolarme. Sé que me quiere.
A mí, me quiere a mí y no a ella.
En las clases de Historia me dijeron que los dobles nunca se volvieron contra sus originales. Pero lo cierto es que no pueden estar seguros. Los originales llevan el dispositivo que activa los nanobots venenosos en un colgante al cuello, si se vieran en peligro no tardarían en utilizarlos. Pero también somos inteligentes como ellos, nos han dado su memoria y sus capacidades, ¿no podríamos tender una trampa al original y ocupar por completo su puesto? Cuando miro a la inmensidad del cosmos desde nuestro cuarto en la vivienda del planeta rojo del que nunca he salido, me pregunto cuántos dobles habrá por ahí haciéndose pasar por los originales, siendo asesinos de originales, sobreviviendo a su destino. A veces sueño yo misma con hacerlo. Me gustaría abandonar Marte, buscar esa estación y matar a la Melina original. Supongo que, aunque me esforzase, no podría. No sería capaz de mirarla a los ojos y asesinarla. Sería como un suicidio de alguna manera. No sé cómo ellos pueden. Saben que partimos de los mismos sueños, los mismos recuerdos, las mismas historias vergonzosas que nadie más conoce. Que somos esencia de lo mismo. Y aunque no reparasen en ello, los mismos ojos, el mismo rostro que ven en el espejo sería el que estuvieran matando. No sé cómo son capaces, la verdad.
En ocasiones fantaseo con que Melina Hunt no acabe nunca su proyecto, esa Esfera tapizada de árboles de cristal que la tiene tan embebida como si el Sol la hubiera hipnotizado, que nunca venga a por mí y yo envejezca al lado de este hombre, conozca a mis nietos, que nunca averigüen la verdad. A veces también se me ocurre que puede morir de muerte natural en algún momento y olvidar la orden de exterminio. El resultado sería el mismo: yo permanecería.
Sin embargo, soy consciente de que lo más probable es que un día, cuando no haya nadie más que yo en la casa, aparezca mi original con un grupo de limpieza. Por eso me he preparado para ello.
Pediré a la doctora que nos quedemos a solas, le pediré que me deje morir en la cama. Me fijaré en que ella se ha mantenido más delgada que yo, más frágil por los largos periodos en ingravidez, y que tiene ojeras y algunas canas de las que yo carezco. Me fijaré en detalles como en las manchas distintas que nos han salido en las manos, o que ella tiene arrugas en lugares que yo no producidas por gesticular de forma diferente. Le diré que, si no le importa, me coja la mano y me mire a los ojos. No quiero morir en la soledad cruel de los dobles. Que al menos ella, mi asesina, sea piadosa y me acompañe. Y por último le diré las palabras que más puedan dolerle para que me recuerde siempre, para que no me olvide:
—Doctora Hunt, ha sido un honor ser usted al menos por un tiempo.
NARRATIO
LAS MÁQUINAS VON NEUMANN
En la construcción de la Esfera se empleó una simbiosis de tecnología orgánica e inorgánica. Con su larga experiencia en la ingeniería genética, que les había permitido transformar drásticamente sus cuerpos humanos, los anuros diseñaron y crearon los árboles de miles de kilómetros de longitud capaces de crecer en la cáscara de la Esfera y atrapar la luz del Sol en sus hojas adaptadas al vacío. Por su lado, las fábricas en órbita de los ajolotes sumimistraron naves transmutadoras y potentes impulsores de masa capaces de mover los asteroides individuales hasta su posición en la Esfera.
El trabajo se hizo más eficiente gracias al uso de máquinas von Neumann, capaces de reproducirse utilizando los materiales sobrantes de la transmutación.
Aún así, pasaron milenios hasta completar aquella impresionante obra de ingeniería espacial. Fue entonces cuando los ajolotes volvieron sus ojos hacia los soles lejanos e imaginaron toda una Galaxia de planetas terraformados esperando la llegada de los colonos humanos. Tan solo tenían que lanzar semillas de máquinas von Neumann hacia las estrellas y ellas harían el trabajo por si solas.
TU CASA AL BORDE DE LA ETERNIDAD
Víctor Conde
(Año 45299 dC)
“Las máquinas von Neumann se extendieron como un tsunami que inundase la Galaxia entera. Cada una era una IA capaz de autorreplicarse. Al principio eran menos eficientes que un robot común en su misión principal de terraformar mundos, ya que parte de los materiales que recolectaba la primera máquina debía emplearlos en construir un modelo igual a ella. Pero a continuación ya no habría una sino dos máquinas trabajando. Tras dos generaciones se tendrían cuatro máquinas, tras tres ocho… y tras diez generaciones ya habría más de mil máquinas de von Neumann.
Durante un tiempo siguieron fieles a los humanos que las habían programado, mientras su inteligencia también crecía de forma exponencial de una generación a otra.”
1
[Quincuagésimo siglo de la Deoclasia. Órbita circungaláctica extrema. Dos extensiones remotas de la máquina Von Neumann Plegaria Lejana hablan entre sí.]
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De: bordeadora solar «Punto Equidistante» tcc «Relámpago de gloria»
A: velocisaltador de ruta «Tercer verso sinalefo» tcc «Segmento brillante»
Asunto: Estado actual de la misión. Detectado posible planeta con características óptimas para la terraformación en el sistema al que nos aproximamos. ¿Debemos hacer algo? (Ref. 84401892KJ4)
[Senda idiomática: código máquina ACB3 —> intérprete sensorio (bajo cifrado) —> estándar de la Estocastidad.]
Cuerpo del mensaje:
~ Un planeta con posibilidades de ser terraformado acaba de entrar en nuestra campana de radar lejana. Es un cuerpo pequeño, con aproximadamente tres quintos del tamaño de la Tierra, pero con una densidad capaz de retener atmósfera. Es el mejor candidato en los últimos mil ochocientos años. ¿Debemos proceder?
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(Respuesta abreviada de «Tercer verso sinalefo» tcc «Segmento brillante». Se han incluido los archivos de apoyo psicoemocional, 23 teras.)
Cuerpo del mensaje:
~ El planeta se halla en la nebulosa remanente de la supernova Tritia 6298 (del tipo de colapso gravitatorio) que estalló hace dos millones de años. El susodicho planeta es más joven que la nova que lo protege, como el resto de los cuerpos sólidos que detectamos en su interior. Esto implica que tanto el planeta como sus compañeros de órbita no nacieron en ella, sino que fueron capturados a medida que la mortaja estelar se movía por el borde de la galaxia.
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└{El problema es que se detectan emisiones de radio procedentes de esa roca. Axioma: La presencia de ondas de radio implica la de una civilización avanzada. Axioma: Ninguna civilización puede sobrevivir en el entorno de radiación y calor extremo del remanente de una supernova. Hipótesis: Esto es una paradoja. Y odio las paradojas. Debe haber algún instrumento estropeado en nuestra red de antenas}
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~ No seas ingenua [trc: expresión con marcado interés despectivo, incluida en los diccionarios de apoyo psicoemocional]. Si hay algo ahí abajo capaz no sólo de sobrevivir a la radiación de la mortaja, sino también de irradiar ondas cifradas en todas direcciones, es sólo cuestión de tiempo que descubra la cercanía de la nave madre Plegaria Lejana. Deberíamos enviar una sonda a investigar, por si acaso pudieran responder agresivamente.
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└{La novena partición de la mente IA de la nave madre está solicitando a gritos que le dejemos investigar esto. Es la parte dedicada a la curiosidad científica y a aprender todo lo posible sobre los sistemas estelares que vamos visitando. Deberíamos dejar que se desfogue. Al fin y al cabo, la pobre lleva un milenio haciendo crucigramas}
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~ Tranquila, entiendo tu argumentación. Y estoy de acuerdo con tu sugerencia de enviar una sonda. Las primeras hipótesis sugieren que una civilización capaz de sobrevivir en semejante entorno debe ser agresiva por naturaleza, propensa a la rapidez en la sustitución de sus propias generaciones para conseguir una evolución veloz, y una eficaz adaptación biológica. Esto se logra mediante una expurgación incontrolada de miembros de su propia raza (tcc: guerras). Debemos asumir que serán hostiles, aunque aún no sepamos si su tecnología va más allá de la radio.
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└{ El cerebro de un presapiente es el último lugar donde se me ocurriría buscar el itinerario de la verdad, pero estas no son circunstancias normales. Si hay presapientes ahí abajo, y se están reproduciendo, las alternativas que nos quedan son escasas. Debemos asumir que su ecología será aplastada por nuestro programa de terraformación. Y que eso, como es lógico, les cabreará }
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└{ En caso de que la sonda detecte, pese a nuestras previsiones, alguna amenaza capaz de dañar a la nave madre, sugiero activar el protocolo de contención }
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~ No seas pesimista. Regresaré cuando concluya mi análisis del remanente de la nova, por si hay novedades. Puedes continuar con tu ruta; te avisaré si detecto algo más.
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~ De acuerdo. Suerte con la guardia.
Tiempo total de la conversación: 0’000072 microsegundos.
2
Las tres naves que componían la ecología flotante von Neumann fueron desacelerando una a una, envueltas en una mortaja de tiempo sólido que se pegaba al casco para luego evaporarse como briznas de picosegundos. Era una costra de detrito relativista que se adhería igual que el salitre y los moluscos a los barcos de mil siglos atrás.
Los humanos habían diseñado a aquellas IAs con la traducción energía-materia en la cabeza. Sabían que la masa, sometida a grandes aceleraciones, podía traducirse en calor, en energía, en información, y ésta a su vez (en el entorno de los agujeros negros) en tiempo. Pero las IAs habían aprendido que el proceso inverso también era posible: el tiempo sometido a grandes presiones podía comportarse como materia. Traducidos a masa, los acontecimientos se comprimían en láminas, palpitando con trémulas ondas de cizalla, rodando por el pliegue y formando abanicos de aluvión.
Estocástica, era la fea palabra que englobaba sus leyes, aunque dadas sus caóticas implicaciones a ninguna IA le gustaba usarla.
El primer segmento de la Plegaria Lejana tenía un nombre propio para sí mismo. Se hacía llamar Aproximación Asintótica, y era un enorme anillo rotatorio con un mástil central, que años atrás había servido como depósito de materia exótica. El segundo segmento parecía una suma de naves, más que un individuo, pues varios miles de placas, piezas de motor y circuitos líquidos flotaban en un poderoso campo magnético, formando entre todos la gestalt que le daba nombre. Vista desde fuera, ƒ(x&y)+∫16 parecía un remolino de un kilómetro de diámetro de trozos de hierro, ventanas iluminadas y destellos de impulso.
En cuanto regresaron al espacio normal, las naves se unieron a la burbuja de pensamiento que había creado Plegaria Lejana (así se denominaba a sí mismo el segmento central, en un más que discutido arrebato de protagonismo), sumando sus mentes por mera proximidad al conjunto. La burbuja creció y se hizo más compleja, más rica. Las tres naves compartieron los recuerdos de sus hermanas y supieron de acontecimientos que habían ocurrido en lugares muy distantes del Brazo Espiral, en los sectores de procedencia de cada una.
La impaciente Aproximación preguntó por malla láser:
—¿Es cierto lo que se comenta en la comunidad de sondas remotas? ¿Hemos encontrado al fin un planeta donde asentarnos y empezar nuestra misión?
ƒ(x&y)+∫16 disparó levemente sus impulsores de maniobra para colocarse junto a ella, a estribor.
—¿De qué serviría? —dijo con sorna—. Aunque aterrizáramos, y sabes que eso sólo lo podremos hacer una vez, el esfuerzo de terraformación sería inútil. Mira el entorno que rodea al planeta, esa nebulosa ardiente en forma de ocho trufada de radiación letal. ¿Crees que el planeta seguiría siendo habitable cuando llegaran las primeras naves con colonos?
—No, supongo que no. —A su hermana no le gustaba admitir que había un razonamiento tan obvio que se le escapaba—. Pero si los rumores son ciertos y ahí abajo existe una comunidad de seres vivos, capaz de inventar útiles como la radio, podría existir un factor inesperado que los mantiene a salvo. Algo que aún no conocemos.
—La presencia de ondas de radio no implica necesariamente que haya tecnología. Los anuros se implantaron a sí mismos sistemas biológicos capaces de producir ondas ultra largas. Estos seres podrían haber desarrollado órganos similares.
—Estas ondas contienen un patrón inteligente —terció Plegaria, uniéndose a la conversación—. Ahora mismo lo estoy analizando. Si dentro de la señal flotan matemáticas, asumiremos que sus creadores son seres racionales.
—El «ocho» que dibujan las nubes de partículas es un subconjunto de la nube mayor —se asombró Aproximación—. Es como una nube dentro de la nube. En uno de los hemisferios está situado el planeta, y en el otro... hay algo escondido. Parece un poderoso emisor de rayos X, pero no sabría decir qué es.
Plegaria alzó metafóricamente una ceja.
—Fascinante.
Las tres se quedaron mirando por unos instantes a la nebulosa. Su pusieron en contacto con sus ojos remotos, las sondas que flotaban cerca del polvo. Era una maraña de gas muy hermosa: las partículas habían adquirido cierta cualidad cristalina, y se dejaban amasar por los campos gravitatorios creando dúctiles espejos cóncavos. La galaxia, derramada en aquel espejo curvo, parecía una enorme rueda de estrellas abandonada por el pincel de un artista, sin más contacto con los seres que la observaban que a través de una metáfora.
Dentro de ese sudario gigante, que hipaba aquí y allá con suspiros de plasma, había planetas. Rocas vagabundas que desde luego no estuvieron allí cuando explotó la estrella. Una de ellas, la más grande y compacta, era un mundo sumido en una eterna penumbra, iluminado suavemente desde todas partes por una tenue fosforescencia, pero sin estrella que le sirviera de guía. Tenía que ser un lugar frío, condenadamente frío, más de lo que soportaría ningún humano. Plegaria se preguntó por qué las sondas, sabiendo esto, lo habían elegido como candidato para la terraformación.
—Porque ya hay vida en él —se contestó a sí misma a través de su segunda partición, ƒ(x&y)+∫16—. Y eso quiere decir que la Naturaleza ha logrado solventar un millón de problemas que quizás fueran irresolubles para nosotros. Por eso lo consideramos apto.
—Pero los humanos no podrán sobrevivir jamás ahí, aunque les regalemos una atmósfera. Demasiado frío. Demasiados vectores de plasma circulando alrededor. Cualquiera de ellos podría envenenar y arruinar en un segundo el trabajo de mil años de preparación para la vida.
—Hay que salir de dudas —propuso Aproximación Asintótica—. Sobre todo si vamos a gastar el combustible para frenar. Acerquémonos, husmeemos bien a fondo y resolvamos el misterio. A lo mejor nos llevamos una sorpresa.
—A lo mejor —murmuró Plegaria, no demasiado convencida.
No dejaba de observar aquella roca, aquel punto negro sin satélites. Algo le decía que había un secreto oscuro oculto allí, al que no deberían ni siquiera aproximarse. Un mal presentimiento, lo habrían llamado sus constructores. Pero una IA era incapaz de presentir, así que ordenó a una sonda que se acercara al planeta para tomar fotos de cerca.
Con eso, por el momento, se sentía satisfecha.
3
De: bordeadora solar «Punto Equidistante» tcc «Relámpago de gloria»
A: velocisaltador de ruta «Tercer verso sinalefo» tcc «Segmento brillante»
Asunto: Estado actual de la misión. Aproximación a la roca fría, bautizada provisionalmente Atolón 1385 (Ref. 88907601GXP5)
[Senda idiomática: código máquina ACB3 —> intérprete sensorio (bajo cifrado) —> estándar de la Estocastidad.]
Cuerpo del mensaje:
~ Me estoy acercando a Atolón 1385 a quince mil kilómetros por segundo. Escudos polarizados arriba. ¡Esto es muy emocionante! Entiendo que esta velocidad es necesaria si no queremos tardar años en situarnos en una órbita cómoda, pero me preocupa el rastro que debo estar dejando a popa.
│
└{Si hay alguien o algo allá abajo, seguro que se percatará de mi presencia. Para ellos tiene que ser como ver la punta de un cuchillo dejando una línea perfectamente visible en la ceniza}
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(Respuesta abreviada de «Tercer verso sinalefo» tcc «Segmento brillante».)
Cuerpo del mensaje:
~ No creas que no te envidio. Me gustaría ser tú ahora mismo, y poder palpar todas esas longitudes de onda tan bellas en primera persona. Canastos, ¿puede ser verdad eso que recibo desde tus sensores? Si lo que captas es cierto, Atolón está metida en un grave problema. Hay que avisar de inmediato a la nave madre.
│
└{Según parece, hay un depredador en las inmediaciones del planeta. Es ese objeto situado en el hemisferio opuesto de la estructura gaseosa en forma de ocho. ¡Parece una protoestrella! Aún no ha reunido suficiente materia para empezar a quemar su combustible, pero ese bebé está tan cerca de Atolón que lo ha apresado con sus zarcillos de plasma.
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~ ¡Ya lo veo! ¡Es prodigioso! Creo que estoy dejándome contagiar en exceso por todas esas subrutinas de aprendizaje y fascinación por los misterios de la novena partición. Desde mi posición actual el ocho se ve con otra perspectiva, parece más bien un símbolo del infinito recostado sobre un lecho de iónes. En uno de los extremos está esa protoestrella (¿no te parece increíble que haya renacido de entre los restos calcinados de su madre? Vaya, perdona, lo estoy haciendo de nuevo). En el otro extremo está el planeta. Los zarcillos de polvo caen sobre él como las garras de una enorme bestia.
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└{Ahora estoy segura de que los seres que viven ahí abajo tienen de verdad un problema. Se enfrentan a la extinción. Puede que la señal de radio que hemos captado sea en realidad una llamada de auxilio}
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~ La nave madre ya tiene un nombre para el depredador: lo ha bautizado Quimera 603. La biosfera que pueda poseer Atolón no sobrevivirá ante semejante lluvia de partículas nocivas, no sin tener que cambiar profundamente para adaptarse. Y ni aún así tendrían posibilidades de subsistir, a muy largo plazo.
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└{ Plegaria quiere que aterrices en el planeta y te pongas en contacto con sus habitantes. Ahora mismo está descargando en tus engramas de memoria todos los programas que tenemos de decodificación del lenguaje. Quiere que hables con ellos, y trates de empatizar}
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└{ Empatizar. ¿No te parece un pelín violenta esa palabra?}
4
La sonda Punto Equidistante entró en la débil atmósfera del planeta con la contundencia de una estrella fugaz, pero luego cambió de rumbo y deceleró, bajando hasta tomar tierra con la parsimonia de un ángel aburrido. Miró a Atolón desde las alturas con condescendencia, y el planeta le devolvió una mirada cargada con el mismo aire de desafío.
A simple vista era un erial desolado, salpicado aquí y allá por fumarolas de combustión de gas treón. La sonda había visto a otras extensiones de la nave madre repostando esa clase de combustible, en otros mundos, dragándolo de las fuentes termales mediante largas tuberías que daban a sus máquinas el aspecto de aberrantes mosquitos. Descendiendo bajo la capa de nubes, disparó retrocohetes a escasas docenas de metros por encima del paisaje homoclinal relleno de cientos de espejos, los lagos sólidos de la cuenca orogénica, pozos de amoníaco y podsoles a los que el continuo burbujear del treón agarrotaba hasta convertirlos en planchas de metal.
Tomó tierra levantando un clavel de polvo, cerca del lugar de procedencia de la señal. Era en el polo más alejado del planeta a la cara enfrentada a Quimera.
Lo primero que le llamó la atención, nada más recoger una muestra de tierra, fue lo increíblemente pobre en carbono que era aquel planeta. Una anomalía que, ni siquiera con la gran biblioteca de la nave madre respaldándola, podía explicar.
No tardó en verse rodeada por los habitantes de ese mundo. Punto no era capaz de tragar saliva, un indicativo de nerviosismo de sus creadores humanos, pero si hubiese podido habría sido como lanzar un cubo de hielo en un estuario seco.
Los seres surgieron de debajo del manto de permafrost de amoníaco. Tenían forma de caparazones de tortuga hendidos por el centro, donde una especie de grieta dejaba ver un mosaico fantástico de órganos internos. Más que tortugas, por buscar una cómoda analogía, a Punto le recordaron gigantescas almejas que se desplazaran sobre cortinas de cilios.
Cuando estuvieron más cerca, Punto extendió hacia ellos sus antenas de sensores. A los seres no pareció molestarles, ni amedrentarles lo más mínimo, por lo que prosiguió con su investigación: Desde luego que parecían moluscos bivalvos, como las almejas, pero lo que se intuía a través de la grieta dorsal era algo infinitamente más complejo. El caparazón estaba lleno de orgánulos luminosos que parecían luciérnagas en celo, danzando frenéticamente en un remolino de funciones vitales. En contraposición a ese nervio, a ese movimiento luminiscente, el exterior de la criatura se movía a un ritmo muy lento y parsimonioso.
Pero lo que más llamó la atención de la sonda fue encontrar algunas costras de la misma materia quitinosa que formaba el caparazón, dañando algunas zonas de ese citoplasma de luz. Los orgánulos afectados parecían lesionados, proclamando a gritos lo anómalo de la situación, ya que estaban negruzcos y atrofiados. Aún intentaban moverse (¿para cumplir sus funciones como orgánulos grupales, quizás?) sin conseguirlo, pues esas costras defensivas les hacían de ancla, o de cemento.
Punto Equidistante lanzaba sin parar todos esos datos hacia el espacio, en un doble flujo continuo, mientras recibía instrucciones y cargaba más programas de apoyo. Los primeros fueron los de reconocimiento de patrones matemáticos y conductuales, los que con más seguridad le conducirían a descifrar el idioma de aquellas... cosas. ¿Ya tenía la IA madre un nombre para ellas? Sí, llegó en el siguiente paquete discreto de datos, y no es que fuera un prodigio de originalidad. Los había bautizado «galápagos», hasta que ellos mismos fueran capaces de decirles cómo se llamaban.
Uno de los galápagos se diferenció del grupo, acercándose a la sonda. Este debe ser el embajador, pensó ella, mientras le abría un espacio entre sus antenas para que no se sintiera amedrentado. La señal de radio era fortísima ahora, como si proviniera justamente de aquel ser.
Y así era. El galápago reunió sus cilios en una espiral, formando una especie de palpo, y sacó de su bolsa bicameral un aparato. Utilizar esta palabra era ser bastante permisivo con sus acepciones, pues el objeto era a medias un constructo artificial y un engendro vivo, todo mezclado en una combinación de baterías y diodos. Se parecía a una de las primeras radios terrestres, con osciladores y condensadores, solo que diseñada para extraer su energía de nódulos enzimáticos.
El ser dejó la «radio» delante de la sonda, permitiendo que la examinase. Era una conducta sorprendente, como si comprendiera a la perfección la política del toma y daca de un primer intercambio entre especies, el juego intrínseco a un Primer Contacto, y ya hubieran planeado cada fase por anticipado.
Lo siguiente que hizo, para sorpresa de Punto, fue secretar (o excretar, o respirar, o vomitar, o vete a saber qué) una hilera de diez gotas de color turquesa, dispuestas en fila. Y se quedó esperando. La sonda supo que era hora de pasar a la acción, y desenvolvió sus brazos manipuladores. Cogió una gota del suelo con cuidado. El ser chupó otras dos y esperó. Punto cogió otra gota, y el ser retrocedió, alejándose de la fila. Luego volvió a acercarse, devolviendo las dos gotas que había cogido inicialmente a su sitio, como si volviera a empezar de nuevo con la secuencia.
Vale, acabo de hacer un movimiento equivocado, dedujo la sonda, y también devolvió a su lugar su gota. Empezaron de nuevo. El galápago cogió una gota, la sonda dos. Y el galápago tres. Entonces Punto decidió coger cinco, y el ser, contento, excretó otras ocho.
¡Genial!, pensó la sonda. Una progresión aritmética simple, buen comienzo. Contamos en base diez. Nos estamos diciendo que sabemos distinguir lo que son los objetos discretos en el universo, cómo una cosa es distinta a la otra si no forma parte de su mismo cuerpo, y que la suma de varias da lugar a cantidades mayores. Ahora vamos a averiguar hasta dónde nos llevan esos razonamientos. ¿Conocéis la palabra «logaritmo», chicos?
El toma y daca lógico siguió y siguió por espacio de varias horas. Al primer ser lo sustituyó otro, y otro más cuando a éste le pudo el cansancio, y así hasta que entre todos crearon un pequeño diccionario de palabras (o más bien, de principios sobre los que basar las deducciones) que permitía el flujo del lenguaje. En el cielo, mientras tanto, la luz dañina de Quimera se hacía más y más fuerte a medida que trepaba por su órbita. Cuando el depredador alcanzó el cénit, los seres hicieron una pausa de varias horas y se ocultaron bajo el lago espejado de amoníaco, en espera de que llegase de nuevo la noche. Allá lejos, en el cielo, la monstruosa nave von Neumann se fue acercando tanto a la nebulosa que ya era visible como un punto brillante.
Para entonces, y después de haber analizado tanto el lenguaje lógico propuesto por los galápagos como los matices de su señal de radio, Punto se sentía preparada para mantener una conversación fonética con ellos. Cuando el nivel de complejidad del diccionario se elevó hasta incluir un concepto tan difícil como «filosofía», la verdadera charla dio comienzo.
5
—Somos los Dhêl —dijo el galápago embajador, regresando de su periodo de descanso bajo el amoníaco—. Os damos la bienvenida a nuestro mundo, viajeros del espacio.
—Eh... gracias —dijo la sonda, proyectando el holograma de un humano estándar para hablar con él, ella o ello. Prefería que el ser tuviera claro que las mentes que había detrás de su tecnología eran también orgánicas—. Esta unidad habla en nombre de la nave Plegaria Lejana, de la que soy un emisario. Puedes dirigirte a mí como si estuvieras hablando con el súper conjunto que me engloba.
—Gracias. Detectamos la aproximación de vuestro vehículo, que es realmente masivo, hace muchos ciclos. Por eso os enviamos la señal, para que supierais que estábamos aquí y que queríamos hablar.
—Será un honor para mí (Nota metaenfática 9012P4: este mí es plural; añadir enmienda léxica al diccionario) ¿Sobre qué?
—Nuestra supervivencia. —El galápago lo dijo sin nada parecido a una inflexión de voz. Probablemente, el aparato fonador adaptado a aquella baja densidad de aire que usaban (parecido a la larva trocófora con forma de trompo que constituía el primer estado de algunos moluscos) no fuera capaz de retorcerse o de vibrar lo suficiente como para añadir matices. Más bien era como el músculo que usaban los percebes para asirse a las piedras, pero con anillos que podían cambiar de posición para filtrar el aire. Pese a todo, Punto tuvo la impresión de que el ser no estaba bromeando—. No conocemos vuestras intenciones, pero por la buena disposición que habéis demostrado, y la paciencia a la hora de aprender nuestro lenguaje, suponemos que no sois belicosos.
—Suponéis bien —dijo la sonda, pero se guardó la coletilla: No os haremos daño porque esa Quimera excluye vuestro mundo de nuestros planes de terraformación, que si no...
—Nuestra alegría es desmedida, nuestro alborozo desproporcionado —dijo sin el menor matiz, como si un taburete hablara con una pared—. Pero tenemos que pediros... un pequeño favor.
Ahí viene.
—Somos todo oídos —dijo la sonda.
El ser se acercó más a ella, tanto como para que pudiese echar un vistazo limpio a sus entrañas. Para Punto, que estaba deseándolo, era una invitación que no podía desaprovechar. El galápago le estaba mostrando sus secretos más íntimos, los orgánulos que (intuyó) constituían su auténtica biología, más allá de la coraza quitinosa que lo defendía de la lluvia de partículas letales. Aquellas luces que bailaban en espirales rápidas, cada vez más veloces conforme más complejo se iba haciendo el discurso que salía por su trompa, eran el Dhêl. Lo otro no era más que un escudo, una armadura cultivada desde su infancia.
—Como puedes deducir, estamos enfermos. Esas excrecencias negras que ves, que taponan los senderos blandos de razonamiento, nos están matando poco a poco.
—¿Qué son? ¿En qué os afecta que la quitina os crezca... por dentro?
—Nuestro pensamiento se basa en la velocidad —dijo el galápago. Y era cierto, pues cada vez que el ser hablaba, una serie de molinillos de luz se ponían en marcha como engranajes. Una noria de fibras nerviosas basadas en pequeñas cadenas de un material superconductor entraba en funcionamiento cuando otro orgánulo, una especie de ganglio vestido con una gabardina de axones y dendritas, se ponía en marcha y se le acercaba danzando como el muñeco de una caja de música. La concha entraba en una neurasténica actividad cada vez que el Dhêl pronunciaba palabras complejas, como si la inercia de todos aquellos espasmos, de aquellos movimientos veloces y los fogonazos de bioluminiscencia que estallaban entre ellos, tuviese una traducción a pensamientos.
—¿Estás seguro?
—Por supuesto. Nos hemos estudiado a nosotros mismos durante milenios con el suficiente interés como para saber cómo funcionamos por dentro, supongo que igual que habrán hecho vuestros constructores. Una de las primeras cosas que aprendimos es que el pensamiento es electricidad. Pero cuando no dispones del suficiente carbono en el ambiente que te rodea, no puedes fabricar compuestos basados en él. Y si no hay compuestos de carbono (lo sabemos porque nuestros predecesores construyeron sus cerebros usando el poco que quedaba, eso nos dicen sus fósiles) no puedes obtener... ¿cómo los llamáis vosotros? —La sonda le tradujo la idea a palabras—. Ah, sí, fosfolípidos y glicolípidos. Y sin esas moléculas no tienes una membrana orgánica que pueda generar electricidad por diferencias de potencial.
—Es decir, no tienes neuronas —comprendió la sonda—. Pero entonces... ¿cuál es el elemento más abundante de vuestro ambiente, sobre el que construisteis vuestro sistema nervioso?
El Dhêl secretó para ella una de sus gotas azules. Punto