Véase mapa en Internet
1 . Ayuntamiento Viejo y Hlavné Námestie
2 . Catedral de San Martín y alrededores
3 . Castillo
4 . Iglesia Azul
5 . Slavín
6 . Palacio presidencial
7 . Devín
8 . Gerulata y Danubiana
9 . Kamzík y Bratislavský lesný Park
10 . Petržalka
En la actualidad la conocemos como Bratislava, pero eso es desde hace relativamente poco tiempo, algo así como un siglo. Antes era Pressburg, Presburgo, y así es como sigue apareciendo en los libros de autores germanos, en algunos manuales de historia o incluso en los callejeros de ciudades como París. Pero era también Pozsony, y como tal llegó a ser capital del reino de Hungría. Si tales denominaciones pueden parecer ya muchas, aún falta añadir las cultas, la latina Posonium y la griega Istropolis, la “ciudad del Danubio”.
Pressburg para los austriacos, Pozsony para los húngaros y Posonium e Istropolis para la intelectualidad amante del clasicismo grecorromano. ¿Y para los eslovacos? Algo así como una eslovaquización de los dos primeros nombres, Prešporok o Požúň. Bratislava solo empezó a conocerse con este nombre tras la proclamación de la primera República de Checoslovaquia, surgida del colapso del Imperio austrohúngaro tras la Primera Guerra Mundial. El 6 de marzo de 1919, un decreto estableció que ese sería su nombre oficial. Era toda una declaración de intenciones, pues Bratislava deriva de Bratislav, la denominación que los miembros del despertar nacional eslovaco empezaron a usar a partir de 1840 para referirse a esta ciudad danubiana. Y todo porque un historiador y eslavista de ese movimiento romántico llamado Pavol Jozef Šafárik (1795-1861), había concluido que ese era su nombre eslavo correcto, derivado del de un rey medieval checo, Břetislav I, que vivió en la primera mitad del siglo XI.
Aunque parezca un lío, y ciertamente lo es, este cóctel de nombres es interesante porque nos habla de una ciudad en la que han convivido a lo largo de los siglos tres pueblos muy diferentes (cuatro, si se añade la otrora amplia comunidad judía), no solo por su origen o su historia, sino también por su lengua: el alemán, el húngaro y el eslovaco. De ellas, curiosamente, el eslovaco era hasta hace un siglo la menos común. ¿Cómo entonces Presburgo-Pozsony llegó a convertirse en Bratislava y, de ese modo, en capital de la República de Eslovaquia? Toca, pues, dar unas cuantas pinceladas de historia.
En Bratislava, en la zona ocupada por el Hrad, el Castillo, se han encontrado vestigios de ocupación humana desde la Edad de Piedra. En el siglo I a.C. eran los celtas los que estaban por aquí y ya en el siglo I d.C., fueron contingentes romanos los que hicieron su aparición para reforzar la frontera del Imperio. Tras la caída de este, llegaron los germanos, pero fueron los eslavos los que, a partir del siglo VII, se asentaron de forma más duradera. Incluso llegaron a formar un imperio, la Gran Moravia, que aunque efímero, llegó a controlar extensas zonas de lo que hoy es no solo Eslovaquia, sino también Hungría, República Checa, Austria, Alemania, Rumanía, Polonia y Ucrania. No es extraño que su príncipe Svätopluk haya quedado en la memoria de los eslovacos como símbolo de la época más gloriosa de su pueblo. Fue por entonces también, en el siglo IX, cuando los monjes Cirilo y Metodio acometieron la evangelización de estas tierras. La llegada de un nuevo pueblo, los húngaros, precipitó el colapso de la Gran Moravia, ya muy debilitada por las luchas intestinas entre los herederos de Svätopluk. El territorio de Bratislava, que entonces no era más que un poblado en la colina del Hrad, pasó de eslavo a magiar. Y a alemán, pues el rey san Esteban I de Hungría favoreció el establecimiento de colonos de ese origen a principios del siglo XI.
Gracias a su estratégica situación en las vías comerciales del Danubio, Bratislava era ya una ciudad importante del reino húngaro y aún lo sería más a partir de 1291, cuando el rey Andrés III le concedió el privilegio de ciudad real y libre. A la prosperidad económica se unió la cultural, sobre todo desde que en 1465 el rey Matías Corvino estableciera en ella la primera universidad en tierras eslovacas, la Universitas Istropolitana. Nadie podía imaginar entonces que la ciudad se convertiría en la capital del reino: en 1526, la destrucción del ejército magiar en la batalla de Mohács permitió a los turcos ocupar dos terceras partes de Hungría, incluida la capital, Buda. Pozsony ocupó su puesto, y a ella se trasladaron la nobleza superviviente y la jerarquía eclesiástica, empezando por el arzobispo de Ezstergom. No así el rey: Luis II murió en la batalla sin dejar descendencia y la corona pasó a su primo Fernando de Habsburgo, quien a partir de 1556, tras la abdicación de su hermano Carlos V, llegaría a ser emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. El hijo de Fernando, Maximiliano II, se convirtió en 1563 en el primer rey de Hungría coronado en la catedral de San Martín de Bratislava, una tradición que se mantendría hasta 1830 y en recuerdo de la cual se celebra cada último fin de semana de junio una fiesta que hace que la ciudad se vista con galas de época.
Los reyes, que a su vez eran emperadores, residían en Viena, muchas veces despreocupados de lo que acontecía en Bratislava. Y esto fue así hasta el siglo XVIII, cuando la emperatriz María Teresa empezó a pasar largas temporadas en Pressburg para estar más cerca de sus súbditos húngaros. Fue una época dorada que duró lo que la soberana, pues su hijo, José II, no solo no pensaba moverse de Viena, sino que hizo que la capital húngara regresara a la reconquistada Buda.
En el siglo XIX, una vez superada la aventura napoleónica, Bratislava supo reconvertirse en un floreciente centro industrial y comercial gracias a una emprendedora burguesía de habla alemana. La Revolución industrial, que apenas había conocido implantación en Hungría, se abría así paso en este rincón del reino. Bratislava, de hecho, era una isla alemana en una Hungría cuya Dieta no escatimaba medios para lograr la magiarización de la sociedad, incluyendo el cierre de las escuelas e institutos que enseñaban en eslovaco.
Estalló la Primera Guerra Mundial y, con ella, todos los conflictos latentes entre las naciones que formaban el Imperio austrohúngaro llevaron a este a su disolución una vez consumada la derrota en el conflicto. Bohemios y moravos, que habían formado parte de la parte austriaca dentro de la doble corona austrohúngara, y eslovacos, que lo habían sido de la parte húngara, decidieron entonces unirse en una república, Checoslovaquia, cuyo mismo nombre ya muestra el deseo de resaltar el carácter eslavo de la unión. Fue entonces cuando Bratislava se convirtió en la capital de la parte eslovaca y cuando el eslovaco empezó a ganar presencia en la sociedad. Fue un proceso rápido, que ni la creación de la república títere de Eslovaquia en 1939 por la Alemania nazi consiguió frenar. Tras la Segunda Guerra Mundial, Checoslovaquia se reconstituyó, solo que con un régimen en la órbita de la Unión Soviética que se mantuvo hasta 1989. Cuatro años después del colapso del socialismo, checos y eslovacos decidieron emprender rumbos diferentes y fue así como Bratislava se convirtió en la capital de Eslovaquia. Desde 2004 es miembro de la Unión Europea.
Todas esas etapas históricas pueden verse en la Bratislava actual, aunque a veces el paso de una a otra sea abrupto y traumático, como si la ciudad fuera incapaz de desarrollarse según unos parámetros racionales. Los saltos estéticos rayanos en la agresión visual abundan en Bratislava y el ejemplo más flagrante de ello es el Most SNP, el puente de aire futurista que los socialistas levantaron sobre el Danubio y cuya construcción se llevó por delante el antiguo barrio judío, ya desierto tras el paso de los nazis. La ciudad vieja y la colina del Hrad han quedado desde entonces separados por una transitada cinta de asfalto, con todo lo que ello supone para la estabilidad de la catedral gótica de San Martín. Y, sin embargo, hoy ese mismo puente se ha convertido, por méritos propios, en uno de los iconos más reconocibles de la ciudad con el castillo y la catedral.
Bratislava, pues, es una ciudad chocante y contradictoria, pero es eso mismo lo que la hace interesante. Su centro histórico está bien preservado y tiene un incomparable encanto, sobre todo en calles como Kapucínska, con su calzada todavía de adoquines y sus viejas casonas que testimonian un pasado esplendor. Es un centro pequeño y recogido, prácticamente todo él peatonal, que invita a pasear con calma. Pero fuera de él también hay muchas cosas que ver: inevitable, la colina del Hrad, donde Bratislava comenzó a escribir su historia. Desde ella se obtienen las mejores vistas de la ciudad y del Danubio, ese río que por sí solo ya es capaz de realzar todo lo que baña. Pero no hay que quedarse ahí, sino salir a explorar la ciudad nueva, tanto sus palacios del siglo XVIII erigidos por la aristocracia húngara, como los edificios de estilo ecléctico que representan el auge de la clase burguesa del siglo XIX, sin olvidar la arquitectura socialista, como el Most SNP o la pirámide invertida de Slovenský rozhlas, la Radio Eslovaca.
Con sus poco más de 400.000 habitantes, Bratislava es una ciudad distinta, capital de un país joven y ella misma habitada por gente muy joven. De ahí su carácter dinámico y emprendedor, que hace que se construya y se reconstruya constantemente, incluso de manera disparatada e irritante cuando lo nuevo ahoga o arrasa islas de edificios históricos. Pero es inevitable que sea así: la soñolienta ciudad que despertó del socialismo y se vio poco después convertida en la capital de un Estado se ha lanzado, para bien y para mal, a recuperar el tiempo presuntamente perdido. Y aun así, conserva en muchos de sus rincones esa calma típicamente eslava que invita a disfrutar de la vida al lado de un buen vaso de cerveza.
Los ciudadanos de la Unión Europea pueden entrar y moverse libremente por Eslovaquia como parte del espacio Schengen. Basta con que tengan en regla su documento nacional de identidad o su pasaporte. Para estancias superiores a 90 días hay que registrarse en el departamento de extranjería de la policía. En Bratislava se encuentra en la comisaría de la calle Hrobákova 44. En el caso de hallarse en alguna otra ciudad del país, en la página www.minv.sk pueden consultarse las direcciones de las comisarías que cuentan con ese departamento.
La forma más rápida y fácil de llegar a Bratislava es por aire. Ahora bien, desde que la compañía eslovaca SkyEurope quebró, las conexiones desde España hasta el Aeropuerto M. R. Štefánik (www.bts.aero) de la capital eslovaca se han reducido a la línea de bajo coste Ryanair (www.ryanair.com), que en temporada alta vuela desde Madrid, Girona y Palma de Mallorca, aunque no con frecuencia diaria. Por ello, conviene consultar bien los días y horarios.
Dado el escaso tráfico del aeropuerto de Bratislava y la cercanía de la capital austríaca, la opción más recomendable es volar hasta Viena, muy bien conectada desde España por compañías como Vueling (www.vueling.com), Austrian Airlines (www.austrian.com) o Air Berlin (www.airberlin.com). Una vez allí, en la misma puerta del aeropuerto se puede tomar un autobús de la compañía Slovak Lines (www.slovaklines.sk) que, con frecuencias de una hora, conduce hasta la estación de autobuses (Autobusová stanica) de Bratislava con una parada en la amurallada ciudad austriaca de Hainburg. El viaje dura alrededor de una hora. El billete se compra en el mismo autobús y al precio hay que sumarle un euro por el equipaje, complemento que normalmente se paga en el momento en que el chófer lo introduce en el maletero. En cambio, para el viaje de vuelta, de Bratislava al aeropuerto vienés, el billete se compra en las taquillas que la compañía tiene en la estación de autobuses.
Otra compañía que ofrece el mismo servicio, pero que en lugar de llevar hasta la estación de autobuses lo hace hasta el apeadero situado bajo el puente del SNP (Most SNP), en pleno centro de la ciudad, es www.blaguss.sk. Su frecuencia de paso, sin embargo, es menor.
La forma más sencilla de llegar al centro de la ciudad desde el aeropuerto de Bratislava es el autobús 61 que lleva hasta la estación principal de tren (Hlavná stanica) y tiene una frecuencia media de 20 minutos y de 15 en hora punta (los horarios exactos pueden consultarse en la web www.imhd.sk, en eslovaco e inglés). Otra línea, la 96, lleva hasta la ciudad dormitorio de Petržalka, pero evitando el centro.
Los billetes se pueden comprar en el quiosco del aeropuerto o en las máquinas expendedoras que hay en la parada de autobuses, aunque en este caso hay que tener monedas sueltas de euro (la moneda oficial de Eslovaquia), pues no aceptan billetes ni tarjetas. En el interior del autobús no es posible comprar el billete. Aunque el viaje hasta el final de trayecto no dura más de media hora, conviene comprar el billete de adulto y de 60 minutos (los niños menores de seis años no pagan), y otro especial para el equipaje. Nada más entrar en el autobús hay que validar ambos.
El clima de Bratislava, como el del conjunto de Eslovaquia, es de tipo continental: las diferencias entre el verano y el invierno son muy acusadas. En esta última estación, el termómetro alcanza habitualmente temperaturas bajo cero, mientras que en época estival la temperatura puede llegar a ser sofocante, lo que se traduce también en tormentas. Ya que la mayor parte de hoteles o locales no están acondicionados para hacer frente a un ambiente tórrido, el verano se hace aún más duro, aunque, afortunadamente, los días de calor intenso no suelen alargarse más allá de un par o tres de semanas al año.
Dicho lo anterior, primavera y otoño son estaciones mucho más agradecidas en lo que al termómetro se refiere. También a la hora de disfrutar de la naturaleza, pues aunque por la mañana y por la noche refresca, el paisaje revela una paleta de tonos y colores únicos.
Bratislava, no obstante, presenta un clima algo más benigno que el del resto del país. La presencia del Danubio y el hecho de hallarse en un valle explican que sea así. Aun así, si la visita se realiza en invierno conviene abrigarse bien y de la cabeza a los pies, pues aunque en los últimos años la nieve es cada vez más rara en, la humedad del río y las bajas temperaturas pueden dejarnos helados fácilmente.
En verano, en cambio, la manga corta es una necesidad, aunque nunca estará de más incluir en la bolsa alguna chaqueta o suéter fino para la noche o para los repentinos, y nada inhabituales, cambios de tiempo. Igualmente, es recomendable llevar un paraguas o impermeable, pues el riesgo de que llueva siempre existe.
Antes de emprender el viaje, vale la pena echar un vistazo a la web www.meteo.sk para conocer exactamente el tiempo que hace y cuáles son las previsiones.
Desde el 1 de enero de 2009, la moneda oficial de Eslovaquia es el euro, que sustituyó a la corona eslovaca. Para los coleccionistas, las monedas de 1 y 2 euros muestran el escudo del país (la cruz doble que representa a los santos evangelizadores Cirilo y Metodio, y que se levanta sobre tres colinas, que simbolizan las montañas de los Matras, hoy en territorio húngaro, los Tatras y los Fatras), mientras que las de 10, 20 y 50 céntimos reproducen el castillo, el Hrad, de Bratislava, y las de 1, 2 y 5 céntimos, el Kriváň, uno de los montes de los Tatras y todo un símbolo nacional para un país que encuentra en las montañas su más querida esencia.
Los pagos con tarjeta de crédito (karta) se han ido normalizando en los últimos años. Se aceptan por lo general sin problemas e incluso para importes pequeños, al menos en la capital. Fuera de ella, mejor contar con efectivo (hotovost’) por si acaso.
La oficina de turismo de Bratislava (www.visit.bratislava.sk) se encuentra muy cerca de Hlavné námestie, la plaza principal, concretamente en Klobučnícka ulica 2. Otras oficinas se ubican en el Aeropuerto Štefánik, en la Estación Central de trenes y en el puerto fluvial de Fajnorovo nábrežie 2.
Además de planos y cumplida información sobre los lugares a visitar, horarios de trenes y autobuses o de las mejores actividades a realizar en las fechas de estancia, en la oficina puede adquirirse la Bratislava City Card. Su principal atractivo es que con ella no hay que preocuparse de ir adquiriendo billetes de transporte público, pues el solo hecho de tenerla brinda la posibilidad de viajar de forma ilimitada. Además, ofrece un recorrido con guía por la ciudad en eslovaco, inglés o alemán, y descuentos de entre un 10 y un 50% en entradas a museos y conciertos de música clásica, recorridos en barco por el Danubio, actividades al aire libre, compras en determinadas tiendas y consumiciones en algunos restaurantes o bares escogidos. La tarjeta es de uso personal e intransferible, y cubre uno (10 euros), dos (12 euros) o tres días (15 euros).
Entre los folletos y material que puede cogerse gratuitamente en la oficina de turismo se encuentra la revista Inba (www.inba.sk). Aunque solo en eslovaco, es la mejor y más completa agenda para conocer todo lo que se cuece en la escena cultural, artística y musical de Bratislava durante los días que se esté en ella.
También vale la pena echar un vistazo a la página web de la región de Bratislava (www.gob.sk) si se tiene la intención de conocer los alrededores de la capital.
Bratislava es una ciudad segura, y lo mismo puede decirse de todo el país. Ni siquiera el centro histórico, el lugar más frecuentado por los turistas, presenta nada relevante que genere inquietud. Carteristas o tironeros, tan abundantes en otros destinos, son aquí raros. Ahora bien, eso no impide que debamos seguir unas mínimas normas de comportamiento y de sentido común, como no alardear del dinero que se tiene o vigilar las pertenencias cuando se está en algún sitio público. El número de llamadas de emergencias es el 112 y el de la policía, el 158.
Donde sí conviene extremar algo más las precauciones, aunque sin llegar a la paranoia, es en las estaciones de tren y autobuses, donde suelen deambular sintecho y con evidentes problemas con el alcohol. No obstante, por lo general no interpelan a los turistas
Aunque a lo largo de la historia, Bratislava ha sido una ciudad en la que han convivido tres idiomas muy diferentes, como son el alemán, el húngaro y el eslovaco, hoy la mayor parte de sus habitantes tiene este último como lengua materna. Le sigue en importancia el húngaro, que es el idioma del 10 por ciento de la población de Eslovaquia, si bien, más que en la capital, sus hablantes se concentran sobre todo en el sur del país. En cuanto al alemán, prácticamente ha desaparecido, aunque alguna gente mayor sepa hablarlo. En la actualidad, el conocimiento del inglés se halla bastante extendido entre los jóvenes y en todo el sector turístico, tanto en Bratislava como en el resto del país, aunque su uso baja considerablemente en los barrios más apartados y en los pueblos. Por ello, siempre es útil conocer algunas palabras en eslovaco, aunque solo sean saludos y agradecimientos, pues es la mejor forma de romper el hielo y arrancar una sonrisa a unos bratislavenses con fama de secos y adustos incluso entre sus compatriotas.
El eslovaco es una lengua eslava, como lo son también el ruso, el polaco, el ucraniano, el búlgaro, el serbocroata o el checo. Precisamente con este último, el eslovaco guarda una gran afinidad en lo que se refiere a gramática y vocabulario, no tanto en fonética. De hecho, en los tiempos de Checoslovaquia, eslovacos y checos se entendían perfectamente hablando cada uno en su propio idioma, aunque hoy se esté dando un fenómeno curioso: mientras los eslovacos siguen entendiendo sin problemas el checo porque habitualmente leen libros y revistas en esa lengua, escuchan las canciones de intérpretes checos y ven la televisión checa y películas de la desaparecida república checoslovaca en esa lengua, los checos, especialmente la gente joven, empiezan a no entender el eslovaco. Lo que escuchan en él se reduce a alguna intervención en los telediarios o en reality shows realizados de forma conjunta y poco más.
Como buena lengua eslava, el eslovaco no es sencillo. Es más, a primera vista puede incluso resultar descorazonador, cuando no directamente intimidatorio, sobre todo por la cantidad de consonantes sin vocales que se pueden reunir en una misma palabra, como zmrzlina (helado), por no hablar de las que, directamente, carecen de vocales y que hallan su más devastadora expresión en un trabalenguas famoso en estas tierras, y no menos en las checas: strč prst skrz krk (“mete el dedo en el cuello”). Pero esta es la primera impresión, pues al menos en lo que se refiere a la pronunciación no es para tanto: una vez se conocen las reglas (puede consultarse la tabla “Pronunciación del eslovaco”) se advierte que el eslovaco se pronuncia como se escribe. Basta con eso, con conocer el valor de sus 46 letras, cifra a todas luces excesiva, pero que incluye también las consonantes con signos diacríticos e incluso las vocales con tilde. A este conocimiento hay que sumar una regla muy sencilla: el acento, la tónica, recae siempre en la primera sílaba, no en las vocales con tilde. Este lo único que hace es señalar que esa vocal es larga, que una é hay que pronunciarla ee.
No obstante, sin desdeñar la dificultad de pronunciar unos sonidos desconocidos en nuestro idioma, el principal obstáculo del eslovaco es su gramática, que lleva a los propios eslovacos a alardear de que la suya es la lengua más difícil del mundo (slovenčina je najťažší jazyk na svete