

© 2013 Lifestream Ministries
1560-1 Newbury Rd #313
Newbury Park, CA 91320
Título de original en inglés:
He Loves Me!
© 2007 por Wayne Jacobsen
Traducción: Nuria Machado
Correccción: Neorvis Garcia Garcia
Edición: jep.comunicación
ISBN: 9780983949138
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).
Las citas bíblicas, excepto donde se indique los contrario, son tomadas de LA BIBLIA DE LAS AMERICAS © Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation Usadas con permiso.
Impreso en los Estados Unidos de América
1ª Edición
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A Sara En la celebración de nuestro 25 aniversario No podría haber encontrado una mejor amiga y amada compañera con quien compartir este viaje. Tú, a través de tu ejemplo, amándome en mis peores momentos y entregando tu vida a costo de un gran sacrificio personal, me has enseñando más sobre el amor de Dios y de cómo puedo confiar en él libremente, más que en cualquier otra persona en el mundo. |
Prólogo
Introducción
I. LA RELACIÓN QUE DIOS SIEMPRE HA QUERIDO TENER CONTIGO
1. “Deshojando tu margarita”
2. Lo que los discípulos de Jesús no sabían
3. Amenazados con el infierno
4. Un padre como ningún otro
5. Bienvenidos a casa
II. LO QUE EL MIEDO NUNCA PUDO LOGRAR
6. La tiranía de la línea de favor
7. ¿Qué debo darle a Dios?
8. El hombre rico y el mendigo
9. El Dios al que nos gusta temer
10. La fuerza más poderosa del universo
III. LA PRUEBA INNEGABLE
11. Él te amó lo suficiente como para dejarte ir
12. ¿Quién necesitaba el sacrificio?
13. La gallina y sus pollitos
14. Lo que realmente sucedió en la cruz
15. El antídoto contra el pecado
16. En el momento más oscuro, ¡confía!
IV. UNA VIDA VIVIDA EN AMOR
17. Tratar de ganar puntos con alguien que no está llevando la cuenta
18. Entonces, ¿a Dios no le importa el pecado?
19. Una vida para aprender a confiar
20. Desvergonzadamente libre
21. Exactamente de la misma manera
22. La oración que Dios siempre responde
23. Vivir amado
Reconocimientos
Sobre el autor
A través de sabias palabras y una lógica profunda, Wayne Jacobsen elimina todo obstáculo entre el creyente y Dios el Padre. De manera cuidadosa, va desechando toda resistencia a confiar absolutamente en la gracia de Dios y en su plan para nosotros. Algunos viajes conllevan tal clase de peligros y misterios que nos hacen a anhelar una mano donde apoyarnos y un rostro que comunique seguridad. Este libro pone tu mano en un lugar seguro y te muestra claramente el rostro de Dios.
Cuando Jesús, respondiendo a una pregunta, nos mostró que el más grande de los mandamientos era “amar a Dios con todo tu corazón, alma, mente y fuerzas”, para muchos de nosotros, éste era un mandato al que solamente podíamos aspirar. Posiblemente hemos orado siempre, “Señor, quiero amarte con todo mi corazón, alma, mente y fuerzas.” Después de leer este libro, estoy seguro de que fácilmente dirás, “te amo completamente.”
No importa cuál sea tu estado emocional, la paz se asentará en tu corazón y cualquier ansiedad acerca de Dios desaparecerá. Prepara tu rostro para una sonrisa y tu corazón para un constante desfile de bombos y platillos celebrando una gran victoria.
En la medida en que leas y recibas las reflexiones de este libro, experimentarás mucho más la presencia de Dios, porque la relación eterna que encontrarás es muy superior a tus mejores esfuerzos o sueños. Estos regalos de Dios son inalcanzables por ti mismo, pero encontrarás que este libro es una cálida invitación a la casa de Dios, con un cálido S.R.C. (se ruega confirmación). Con esta invitación en tu mano, sentirás como si al fin hubieses “llegado” —¡y de hecho así será!
Si te parece que estoy exagerando en mis elogios acerca de este libro, es a propósito. Tienes en tus manos un clásico.
Prepárate para conocer mejor a Dios y amarle más. Estás a punto de embarcarte en un viaje cuyo mapa guardarás para usarlo muchas veces, y que te encantará copiar para darlo a otros libre y gustosamente.
—GAYLE D. ERWIN
Autor de
Al Estilo de Jesús
Siempre me ha sorprendido gratamente la repercusión que ha tenido este pequeño libro desde que fue impreso por primera vez hace ocho años. A menudo he dicho desde entonces que nunca volvería a escribir un libro tan significativo y, hoy en día, estoy aún más convencido de ello.
Me doy cuenta de que un libro sobre el amor de Dios parece tan obvio que la mayoría de la gente preferiría elegir temas aparentemente más atractivos, tales como nuevos modelos de iglesia neotestamentaria, maneras más efectivas de orar o claves para vivir en la voluntad de Dios. La mayoría de la gente piensa que el amor de Dios forma parte del cristianismo básico. “Vamos adelante con cosas más profundas”, dicen. Pero no hay nada más profundo.
La verdad es que no hay nada teológicamente más cierto que el hecho de que Dios es amor. Cantamos acerca de su amor en nuestras canciones más simples y nos sentimos cómodos usando el lenguaje del amor en nuestra relación con Él. Pero increíblemente, en la práctica, muy pocos cristianos viven cada día como si el Dios del universo les amase profundamente.
¿Por qué? Porque dos mil años de tradición religiosa han inculcado en nosotros la idea equivocada de que el amor de Dios es algo que nos ganamos. Que si hacemos lo que le agrada, nos ama y si no lo hacemos, no. Rectificar eso no es fácil. Pasar de una ética religiosa basada en el cumplimiento a una relación profundamente enraizada en el amor del Padre no es un cambio pequeño. Es el más importante que he hecho en mi viaje espiritual, y eso transformó mi vida en Introducción Cristo, de una frustrante monotonía, enfrentando atractivas tentaciones, a una vital y gratificante aventura, que continúa renovándome cada día que pasa. Este libro describe mi proceso, y espero que pueda ayudar a otros en esa transición.
Hace algunos años, un grupo de líderes cristianos me pidió que enseñara durante nueve semanas en una congregación local. Cuando les pregunté si tenían algo específico en mente, me dijeron que habían oído que yo estaba enseñando algunas ideas nuevas sobre la cruz y que les encantaría oírlas. Encontrarás la mayor parte del contenido de esa serie de estudios en estas páginas. Yo estaba preocupado ante el reto, sabía que la libertad de mi enseñanza podría socavar lo que la mayoría de las congregaciones utilizan para manipular a la gente con el fin de involucrarles y servir.
“Déjenme hacerles una pregunta primero”, les respondí, “¿Cuántas cosas creen ustedes que hace la gente de su congregación que les haría sentir culpables si no las hicieran?”
Me sorprendí cuando uno de los hombres respondió, con una sonrisa y un movimiento de la cabeza, “¡probablemente el 90 por ciento!” Los otros comenzaron a reírse, pero al final acordaron que el porcentaje podría ser real.
“Si es eso así”, les dije, “y su gente tiene una revelación de la cruz, entonces el 90 por ciento de lo que están consiguiendo hacer por aquí, se parará. ¿Están dispuestos a eso?”.
Las risas cesaron. Se miraron unos a otros, sin saber qué responder. Después de algunos titubeos, finalmente se pusieron de acuerdo en correr ese riesgo. Hay que admirar su coraje. Así que acepté su invitación.
Sin embargo, ese no fue el resultado desgraciadamente. O yo no lo enseñé bien o no escucharon tan atentamente como yo esperaba, porque tras mis nueve semanas de enseñanza, contrataron a un nuevo pastor que les vino a hablar en el lenguaje de la culpa y el cumplimiento. Me entristeció que el grupo en su conjunto no aceptase el mensaje de libertad, aunque continúo en contacto con algunas de las personas de ese grupo que experimentaron una profunda transformación.
La fuerza de la religión puede ser mucho más fuerte que la libertad de la relación. No puedo decirte cuántas veces he dicho estas palabras sólo para confrontar a las personas que creen honestamente que el amor de Dios, por sí solo, no es capaz de transformar a las personas. En su lugar, afirman, hay que darles una buena y consistente dosis del temor de Dios y de juicio para mantenerlos en el buen camino.
Es una verdadera tragedia. Aquellos quienes están dispuestos a sustituir la exigencia de la obligación por el poder del amor, no han probado éste a fondo. Viajando por el mundo, he observado que los que descubren la profundidad del amor del Padre y aprenden a disfrutar de él, muestran más pasión por Jesús, mayor libertad para no pecar y están más comprometidos con el mundo que cualquiera que esté impulsado por las obligaciones religiosas.
Lo que el Padre nos mostró a través del regalo de su Hijo es que no estaba dispuesto a conformarse con la servidumbre forzosa de esclavos temerosos. Sino que prefirió el íntimo amor de sus hijos e hijas. Él sabía que el amor nos introduciría en su vida, más que cualquier temible obligación. Que nos enseñaría más verdad, nos libraría de nuestros egoísmos y caídas, y nos haría más fructíferos.
Desde que publiqué este libro he escuchado a cientos de personas que me han dicho que Dios lo usó para transformar también sus propios viajes. Muchos afirmaban que yo había puesto en palabras lo que ya sabían en su interior que era cierto, pero no se atrevían a creer. Otros han dicho que redefinió completamente su vida en Cristo y los lanzó en un viaje asombroso a las profundidades de ese amor y afecto.
También espero que cuando llegues al final de estas páginas tengas la convicción de que Dios te ama con un amor profundo e implacable. Nada desempeña mejor su propósito que cuando Su amor te abruma. Entonces, te transforma y luego te lleva durante el resto de tu vida como un reflejo de su gloria en la tierra.
Para eso lo escribí, y espero que por ese motivo este libro haya llegado a tus manos.
—Wayne Jacobsen
Agosto 2007
SECCIÓN I
La relación que Dios siempre ha querido tener contigo

En ese día conoceréis que
yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí,
y yo en vosotros.
—Juan 14:20
Me quiere.
No me quiere.
Me quiere.
No me quiere.

“Deshojando tu margarita”LA NIÑA ESTÁ DE PIE en el jardín, cantando mientras arranca uno a uno los pétalos de su margarita y dejándolos caer al suelo. Cuando el juego concluye, el último pétalo lo determina todo: si la persona amada corresponde o no a su afecto.
Por supuesto nadie toma este juego en serio, y si los niños no obtienen la respuesta deseada, tomarán otra margarita y comenzarán de nuevo. No lleva mucho tiempo, ni siquiera a los niños, darse cuenta de que las flores no fueron diseñadas para decirnos nuestro destino amoroso. ¿Por qué razón deberíamos relacionar el deseo de nuestros corazones a la suerte?
De hecho, ¿por qué? Ésta es una lección mucho más difícil de aprender en nuestra búsqueda espiritual que en los asuntos románticos. Durante mucho tiempo hemos deshojado nuestras margaritas, y muchos de nosotros continuamos jugando a este juego con Dios. En nuestro caso no arrancamos pétalos de margarita, pero probamos a través de nuestras circunstancias para imaginarnos cómo se siente Dios en relación a nosotros exactamente.
Me dieron un aumento. ¡Me ama!
No me dieron el ascenso que esperaba, o peor aún, perdí mi trabajo. ¡No me ama!
Algo en la Biblia me inspiró hoy. ¡Me ama!
Mi hijo está seriamente enfermo. ¡No me ama!
Le di dinero a alguien en necesidad. ¡Me ama!
Permití que mi ira me dominara. ¡No me ama!
Algo por lo que estaba orando ocurrió como pedí. ¡Me ama!
No fui completamente honesto para evitarme una situación comprometedora. ¡No me ama!
Un amigo me llama inesperadamente para animarme. ¡Me ama!
Mi coche necesita una transmisión nueva. ¡No me ama!
He jugado a este juego la mayor parte de mi vida, intentando averiguar en cada momento cómo podría sentirse Dios con respecto a mi persona. Crecí aprendiendo que Él es un Dios de amor, y creía que esto era verdad.
En tiempos de bonanza, nada es tan fácil de creer. En los momentos en los que no hay enfermedad en mi familia, nuestras relaciones son cordiales, cuando mi ministerio crece y tanto mis ingresos como mis oportunidades aumentan, cuando tengo mucho tiempo para disfrutar con los amigos y no estoy preocupado por ninguna necesidad, ¿en momentos así, quién dudaría del amor de Dios?
Pero esta convicción comienza a erosionarse cuando los tiempos de bendición son interrumpidos por eventos problemáticos.
…la condición de uno de nuestros hijos nos avergonzaba sin cesar.
…el día en que uno de mis amigos del bachillerato falleció de un tumor cerebral, aún cuando habíamos orado muchísimo para que sanara.
…cuando no fui seleccionado para un trabajo que quería en la universidad porque alguien me calumnió.
…la noche que robaron en mi casa.
…cuando sufrí quemaduras graves en un accidente de cocina.
…cuando vi a mi suegro y a mi hermano morir de enfermedades crónicas, aun cuando le rogué a Dios en oración por su sanidad.
…cuando mis colegas de ministerio mintieron sobre mí y divulgaron historias falsas para ganar el apoyo de otros.
…cuando no sabía de dónde vendría mi próximo cheque.
…cuando vi a mi esposa hundida por circunstancias en las que no pude hacer nada para que Dios las cambiara, por muy duras que fueran.
…cuando las puertas de la oportunidad que parecían abrirse se cerraron súbitamente como por una ráfaga de viento.
En momentos así, me preguntaba cómo se sentiría Dios conmigo. No podía entender cómo un Dios que me amaba, podría permitir estas cosas en mi vida, o cómo no las arreglaba inmediatamente para que yo, o la gente que yo amaba, no tuviéramos que soportar tanto dolor.
¡Él no me ama! Algo así pensaba en esos días. Mi decepción de Dios tomaba fácilmente una de estas dos direcciones. Con frecuencia en mi dolor y frustración, cuando sentía que había hecho lo suficiente como para merecer algo mejor, podía quejarme ante Dios como Job, acusándolo de ser injusto o de no amarme. En momentos más sensatos, era consciente de que las tentaciones y los fallos podían haberme excluido de su amor. Regresaba de esos tiempos, comprometido a intentar, con todas mis fuerzas, vivir la vida como se suponía que debía vivirse para merecerme su amor.
Viví durante 34 años creyendo en esta especie de cuerda floja. Aún cuando no había crisis alguna afectándome, siempre esperaba la siguiente ocasión en que Dios me rechazaría, si no permanecía en “el lado bueno.” De cierta manera me había vuelto como el hijo esquizofrénico de un padre abusivo. Nunca tenía la certeza de cómo me trataría Dios ese día —me tomaría en sus brazos con una sonrisa, o me ignoraría o castigaría por razones que nunca podría entender.
Solamente en los últimos 12 años he descubierto que mis métodos para discernir el amor de Dios eran tan malos como arrancar los pétalos de una margarita. No he sido el mismo desde entonces.
¿Y tú qué tal?
¿Te has sentido empujado hacia atrás y hacia delante por las circunstancias de tal manera que a veces tienes la seguridad, pero casi siempre la duda, de qué siente el Creador del universo hacia ti? O posiblemente nunca has sabido cuánto te ama Dios.
En un estudio bíblico reciente, conocí a una mujer de cuarenta años que era muy activa en su comunidad, pero nos confesó a un pequeño grupo de personas que nunca había tenido la convicción de que Dios la amara. Parecía que quería decirme algo más, pero finalmente sólo me pidió que orase por ella.
Mientras le pedía a Dios que le revelara cuánto la amaba, una imagen vino a mi mente. Vi una figura, sabía que era Jesús caminando a través de un maizal tomado de la mano de una niña de unos cinco años. De alguna manera supe que esa niña era la mujer por la que estaba orando. Le rogué al Señor que le ayudara a descubrir la ternura de espíritu que le permitiese cruzar los maizales con Él.
Cuando terminé de orar la miré a sus ojos, inundados de lágrimas.
“¿Ha dicho maizales?”, preguntó.
Me extrañé, pensando en lo raro que era que se hubiese fijado en esa palabra.
Inmediatamente comenzó a llorar. Cuando pudo hablar, dijo: “No estaba segura de lo que quería decirle. Cuando tenía cinco años fui violada, por un chico mayor que yo, en un maizal. Siempre que pienso en Dios, pienso en ese horrible episodio y me pregunto por qué, si Él me ama tanto, no evitó que esto sucediera”.
No es la única. Mucha gente lleva cicatrices y decepciones que parecen ser una evidencia convincente de que el Dios de amor no existe, o si existe, se mantiene a una distancia prudente de ellos, dejándolos a la suerte de los pecados de los demás.
No tengo una respuesta contundente para tales momentos, ninguna podría ser efectiva en medio de tal dolor. Le dije que evidentemente, Dios quería que supiera que había estado allí con ella y que, a pesar de no actuar de la forma en que ella creía que actúa el amor verdadero, Él la amaba. Quiso caminar con ella a través de ese horrible maizal y redimirla.
Él quería poner paz justo en medio de la situación más traumática de su vida, y transformar lo que se suponía que debía destruirla, en la capacidad de confiar en Él como en un primer paso hacia la gracia. Sé que eso puede sonar casi como un cliché en medio de tan increíble dolor, pero el proceso había comenzado para ella. Ocho meses después recibí un e-mail suyo, estaba muy animada, en 270 palabras me dijo: “ahora entiendo”.
¿Significa esto que entendió el porqué de lo sucedido? Por supuesto que no. No hay nada que lo pueda explicar. Pero sí significa que el amor de Dios fue lo suficientemente grande como para que pudiera soportar aquel horrible suceso y caminar junto a ella en su redención. Espero que estas palabras también te sean de ánimo si pasas un proceso como este.
El que Dios siempre haya actuado hacia nosotros únicamente con profundo amor es algo que desafía el entendimiento humano. Sé que a veces no lo parece. Cuando creemos que se hace el sordo, el insensible o que no está interesado en nuestras oraciones más intensas, nuestra confianza en Él puede desvanecerse fácilmente y hacer que nos preguntemos si realmente le preocupamos o no. Y caemos en hacer una lista de nuestros propios fallos para justificar la indiferencia de Dios, lo que a su vez nos puede hacer caer en un oscuro pozo de auto-desprecio.
Cuando estamos jugando el juego de “me ama, no me ama”, la evidencia contra Dios parece ser aplastante. Por razones que veremos a lo largo de estas páginas, Dios no suele hacer las cosas que creemos que su amor le obligaría a hacer por nosotros. A veces es como si se cruzase de brazos, y permaneciese indiferente mientras sufrimos. ¿Con cuánta frecuencia parece estar en desacuerdo con nuestras más nobles expectativas?
Pero la percepción no es necesariamente la realidad. Si definimos a Dios sólo por nuestra limitada interpretación o por nuestras circunstancias, nunca descubriremos quién es Él realmente.
Él nos ha provisto de un camino mucho mejor. Nuestro modo de ver el cristianismo como un juego de pétalos de margarita, puede ser consumido por la innegable prueba “Deshojando la margarita” de su amor por nosotros en la cruz del Calvario. Ese es el lado de la cruz que ha sido ignorado casi por completo, durante las últimas décadas. No vimos lo que realmente ocurrió entre el Padre y el Hijo que abrió la puerta a su amor, de forma tan amplia y genuina, que no puede ser desafiado ni por tus más oscuros días.
A través de esa puerta podemos conocer realmente quién es Dios y comenzar una relación con Él, esa que ansiábamos experimentar desde lo más profundo de nuestro corazón. Allí es donde empezaremos, porque solamente en el contexto de la relación que Dios desea tener con nosotros es donde descubriremos la gloria de su amor en toda su dimensión.
Él te ama más profundamente de lo que jamás te hayas imaginado, y lo ha estado haciendo de la misma manera a lo largo de toda tu vida. Una vez que abraces esta verdad, tus problemas nunca más te llevarán a preguntarte si Dios te quiere o si has hecho lo suficiente para merecer su amor. En vez de temer que Él te dé la espalda, serás capaz de confiar en su amor en los momentos en que más lo necesites. Incluso verás como éste, fluirá en ti de manera sobrenatural e impactará a un mundo hambriento de ese amor.
Aprender a confiar en Él de esa manera no es algo que podamos hacer en un instante; pero es algo que descubriremos de manera creciente durante el resto de nuestras vidas. Dios sabe cuán difícil es para nosotros aceptar su amor y nos enseña con más paciencia de la que jamás hemos experimentado. A través de cada circunstancia y de las maneras más sorprendentes, Él nos hace conocer su amor de forma que lo podamos entender.
Así que, probablemente, es momento de dejar a un lado nuestras margaritas y descubrir que no es el miedo a perder el amor de Dios lo que te mantendrá en su camino, sino el simple gozo de vivir en ese amor cada día.
El día que descubras eso, ¡realmente comenzarás a vivir!
Mirad cuán gran amor nos ha otorgado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; y eso somos.
—1 JUAN 3:1

Para tu viaje personal
¿Cuántas veces te has encontrado dudando que Dios te ame? ¿En qué situaciones crees que Él te ama más? ¿Crees que Dios te ama igual que a cualquier otra persona en el mundo? Cuando las dificultades vienen, ¿dudas del amor de Dios por ti?, ¿o intentas ser más recto para que Él te quiera más? Pídele a Dios en los próximos días que te revele la profundidad de su amor por ti.
Para trabajar en grupo
Dios no está callado: la Palabra habló, no desde una columna de humo, sino desde la garganta de un judío de Palestina.
PHILIP YANCEY, EL JESÚS QUE NUNCA CONOCÍ


¿PUEDES IMAGINAR cómo debió ser para Jesús la primera vez que se sentó con el grupo de discípulos después de que se hicieron amigos?
Todos sabemos lo que cuesta relacionarse con gente nueva (o hacer nuevos amigos): Los silencios incómodos y las palabras calculadas cuando la gente se está conociendo. Seguramente los discípulos pasaron por esto con Jesús. ¿Quién era este maestro y hacedor de milagros y quiénes eran estos hombres que decidieron seguirle?
Pudo suceder durante una conversación después de una comida, o caminando juntos por el camino, pero en algún punto se sintieron lo suficientemente seguros con Él y entre ellos mismos, como para bajar la guardia. Ya no más palabras calculadas o tratar de impresionarse mutuamente; se relajaron y se atrevieron a ser amigos —la libertad de ser honestos, reír, hacer preguntas aparentemente estúpidas y relajarnos en presencia de otros.
¿Cómo se pudo sentir Jesús? ¿Era esto lo que siempre había deseado?
Por primera vez, desde aquel cruel día en el Edén, Dios estaba sentado con la gente que amaba y ellos no se sentían atemorizados.
Por siglos, hombres y mujeres habían permanecido a una gran distancia de Dios, avergonzados por su pecado e intimidados por la su santidad. Con unas pocas excepciones notables, las personas no querían tener nada que ver con la presencia de Dios. Cuando el Monte Sinaí se estremeció con truenos y terremotos, la gente le rogó a Moisés que buscara a Dios por ellos. Dios era una figura aterradora y sentirse seguro con Él era impensable.
Pero Dios jamás quiso que fuese de esa manera. Reveló su plan, para restaurar su relación con el ser humano, relación que Adán y Eva perdieron en su caída. A través de Jesús, Dios fue capaz de sentarse en compañía de aquellos que amaba y ellos se sintieron lo suficientemente cómodos como para tener una conversación auténtica con él. Qué momento tan increíble tuvo que haber sido para Jesús, estar con gente que no estuviera tan impresionada por su presencia, como para no poder disfrutarla.
Por supuesto, esto solamente podía pasar porque no tenían ni idea de que era Dios mismo, quien avivaba el fuego mientras se sentaban alrededor de Jesús y se reían. Mientras que nosotros sabemos que Jesús era Dios encarnado en la tierra, ellos ni se lo imaginaban, siendo esa la gran diferencia.
Me gusta llegar temprano a los lugares donde voy a hablar para poder conocer a la gente que me ha invitado y tener tiempo de mezclarme con ellos. Me presento a mí mismo sólo con mi primer nombre y no digo que soy el orador. Sorprendentemente muy pocos de ellos se imaginan que soy el predicador y de esa manera puedo tener una conversación auténtica, con las personas a las que poco después les voy a hablar.
He aprendido que la gente me trata diferente antes de enterarse que soy el orador o escritor que vino de otro sitio. Son mucho más auténticos, y de forma voluntaria hablan libremente acerca de sus vidas y aspiraciones. Una vez que saben quién soy, todo cambia. Se vuelven más concienzudos e inhibidos, prefiriendo enfocarse en preguntarme cosas sobre mí y mi trabajo. El nivel de amistad que más disfruto con la gente, se destruye tras saber quién soy.
Admito que esto puede ser un poco confuso. He observado a la gente retraerse con vergüenza cuando finalmente me presento. Algunos incluso se disculpan por no haberse dado cuenta de quién era, y haberse puesto a hablarme de sus hijos o su trabajo, como si esas cosas se hubieran vuelto triviales por causa de quien soy. Pero les recuerdo que fui yo el que les preguntó primero, y que no lo hubiera hecho si no me interesaran tales temas.
Una vez que la gente me pone la etiqueta de “orador invitado”, me resulta difícil quitármela. Normalmente la gente tarda en relajarse y en permitirme ser su hermano en Cristo, que es lo que realmente soy. La misma sensación de incomodidad que me produce el estar atrapado en el papel de “orador invitado”, me imagino que es la que Dios podría sentir. Por eso, entiendo por qué tuvo que “disfrazarse” para poder tener la relación que siempre quiso tener con el hombre.
Los discípulos estuvieron físicamente con Dios, y permanecieron completamente ignorantes a ello. Por supuesto sabían que Él era un hombre de Dios. ¿Quién hubiese podido presenciar sus milagros y escuchar su sabiduría sin darse cuenta de eso?
Por lo menos, en una ocasión lo identificaron como el Mesías, pero no había nada en la esperanza judía que esperase que el Mesías fuese Dios encarnado en hombre. Esperaban que el Mesías fuese un hombre revestido con el poder de Dios, como Moisés, David o Elías. Pero la idea de que Dios mismo tomara forma de carne humana y viviera de esa manera en la tierra era impensable.
¿Cómo podría vivir el Dios Santo entre gente pecadora y relacionarse con ellos cara a cara? La historia de los judíos nos relata momentos en los que la presencia de Dios venía a su pueblo. Aún el más justo de los hombres caía sobre su rostro en temor reverente, y algunos de los más impíos morían. Pensaban que eso era lo que Dios quería, pero como veremos, estos resultados tenían más que ver con cómo reacciona el pecado ante Dios que en cómo Dios quería ser conocido.
Así que Dios se disfrazó, primero como un bebé en un pesebre, luego como un niño creciendo en Nazaret y finalmente como un joven caminando por las colinas de Galilea. Nadie se podía ni imaginar que Dios había venido a vivir entre ellos; y por eso nadie sintió pánico ni actuó con reservas delante de Él.
Por primera vez, desde que caminó en el huerto con Adán y Eva, Dios estaba entre la gente en la forma en que siempre quiso estar. Las vidas quebrantadas se presentaban delante de Él y no experimentaban rechazo. Sus seguidores se sentían lo suficientemente seguros en su presencia como para ser genuinos, incluso cuando esto revelase la codicia por el poder o la arrogancia sobre los demás. Ahora Dios podía experimentar la relación que siempre había querido tener con su pueblo y a través de ella liberarlos del pecado.
Ni siquiera en los últimos días de Jesús, antes de ser crucificado, los discípulos pudieron imaginarse quién era Él realmente. Durante la última comida que tuvo con ellos Jesús les dijo, “si vosotros realmente me conocierais, conoceríais también a mi Padre” Cuando los discípulos le preguntaron sobre esto, fue porque realmente no tenían ni idea de quién era el Padre, Jesús les dijo claramente: “¿Tanto tiempo llevo ya entre ustedes, y todavía no me conocen? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo pueden decirme: “Muéstranos al Padre”? (Juan 14:7-9)
Pero ahora quería que supieran todo. Estaba a punto de quitarse el disfraz. “¿No creéis que estoy en el Padre, y que el Padre está en mí?” En pocas horas Él sería arrancado de su lado, enjuiciado, torturado y ejecutado. La próxima vez que los discípulos lo vieran sería el Cristo resucitado. No habría nada oculto acerca de quién era Él realmente.
¿Cómo lo tratarían a partir de ese momento los discípulos? ¿Se llenarían de terror ante su majestuosidad? Jesús no quería que cuando se dieran cuenta se destruyera la relación que había cultivado con ellos, sino que creciera y se hiciera aún más fuerte.
La intención que tuvieron sus palabras en el aposento fue la de ayudarlos a mover la relación que habían experimentado con Jesús en la carne, hacia el Padre que aún no conocían, hacia el Cristo resucitado, y hacia el Espíritu Santo. En vez de estar con ellos en carne, Dios vendría y entraría en ellos. Pero la relación no sólo continuaría allí, sino que también les dijo que sería mucho mejor que la que habían experimentado hasta ahora con Él: “ En aquel día ustedes se darán cuenta de que yo estoy en mi Padre, y ustedes en mí, y yo en ustedes” (Juan 14:20).
Lee estas palabras otra vez. Habiéndoles dicho que Él y el Padre eran uno porque el Padre estaba en Él, los invitó a tener esa misma relación. Estaréis en mí y yo en vosotros.
Con estas simples palabras Jesús reveló el deseo que Dios había tenido desde el primer día de la creación —invitar a hombres y mujeres a la relación que ha tenido consigo mismo por toda la eternidad. Es como si Ellos (Padre, Hijo y Espíritu Santo) no pudieran guardarse ni por un momento más para Ellos solos la alegría, el amor, la gloria y la confianza que siempre han compartido juntos. Su propósito al crear el mundo era invitarnos como su creación a compartir la maravilla de esa relación.
La amistad que Jesús compartió con sus discípulos es el modelo de relación que Él quiere hacer extensiva a ti. Él quiere ser la voz que te conduzca a través de cada situación, la paz que mantenga tu corazón en calma, y el poder que te sostenga en medio de la tormenta. Él quiere estar más cerca de ti que tu mejor amigo, y ser más fiel que cualquier otra persona que jamás hayas conocido.
Sé que esto suena absurdo. ¿Cómo es posible que simples seres humanos puedan disfrutar de una amistad tal con el Dios Todopoderoso, el que creó con su palabra todo lo que vemos? ¿Me atreveré a creer que Él conoce y cuida cada detalle de mi vida? ¿No es presuntuoso imaginar que este Dios podría deleitarse en mí, cuando yo todavía lucho con las debilidades de mi carne?
Y lo sería si ésta no fuera realmente idea suya. Él es quien te ofrece ser tu Padre amoroso —compartiendo la vida contigo de una forma en que ningún padre terrenal podría hacer.
No lleves esta invitación a un plano espiritual abstracto. Cuando la Escritura habla acerca de la relación que Dios quiere tener con nosotros, nos dibuja las imágenes más tiernas de este mundo. Nos describe como niños amados por un Padre lleno de gracia, la novia de un novio ansioso y expectante, los amigos que Él quiere lo suficiente como para morir por ellos y los pollitos corriendo bajo las alas protectoras de la gallina.
La intimidad y la seguridad de una relación con Él construida con base en el amor y la confianza, es algo que Dios se toma muy en serio. Muchos rehúyen ante tales pensamientos, sintiendo que están disminuyendo la trascendencia del Dios Todopoderoso. Para ser honesto, esos miedos son reforzados con frecuencia por aquellos que fingen tener un compañerismo con Dios que desfigura quien Él realmente es.
Pero no debemos permitir que estos comportamientos, nos priven de la relación auténtica que Dios nos ofrece. Como veremos, entrar en una verdadera amistad con el Dios viviente no le resta valor a quién es Él. No lo rebaja a nuestro nivel para que lo tratemos de manera frívola; sólo define su Paternidad de una forma mucho más grandiosa.
El hecho de que mi padre terrenal sea mi amigo no disminuye su paternidad. Sólo la define más claramente. El hecho de que yo sea su amigo, no significa que no le respete como lo que es, mi padre. Él quiere que confiemos en su amor de tal manera que podamos sentirnos seguros en su presencia. Pero sigue siendo la presencia del Dios viviente, lo que hace que esta amistad sea algo mucho más increíble.
Para vivirla, sin embargo, necesitamos apreciar cuán grandemente somos amados. Esto, no ha sido fácil para una generación de creyentes a quienes se les ha invitado a conocerlo, no por lo maravilloso que es en sí hacerlo, sino porque estamos aterrorizados por la amenaza de una eternidad en el infierno.
Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer.
—JUAN 15:15

Para tu viaje personal
Tómate un momento para pensar acerca de tu relación con Dios. ¿Está creciendo en cercanía y sensibilidad, o la sientes más bien como algo abstracto? ¿Es más real que tu mejor amigo, o es más bien una presencia distante que raramente parece estar interesado en las situaciones de tu vida? Si tu relación con Él no es lo que quieres que sea, pídele que te ayude a intimar más con Él y a reconocer su presencia cada día.
Para trabajar en grupo