Portada del libro A medio camino
A medio camino

Flavia Badani

Lucha Buse

Marcela Fernández

Susie Ricketts

Zindy Roeder

Cecilia Rosas

Lucha Tudela

Mónica Vargas

con prólogo de Sonia Abadi

Logo de la editorial Cauces Editores

© A MEDIO CAMINO

Primera edición digital: noviembre, 2013

© Flavia Badani, Lucha Buse, Marcela Fernández, Susie Ricketts, Zindy Roeder, Cecilia Rosas, Lucha Tudela y Mónica Vargas.

ISBN: 978-612-42500-7-1

Diseño y diagramación: Fernando Cavassa Repetto

Cuidado de la edición: Pedro Cavassa Falcone

© Cauces Editores SAC

Kenko 354, Surco

cauceseditores.com

A mitad del camino de la vida en una selva oscura me encontraba porque mi ruta había extraviado.

[…] Entonces comenzaba un nuevo día y el sol se alzaba al par que las estrellas.

La divina comedia, Dante Alighieri

Ocho mujeres: del tejido al texto

NI DIARIO ÍNTIMO en el que se confiesa el día a día de las vivencias y esperanzas, ni la ambición trascendente de la biografía. Apenas el telar en que se entretejen las historias. Una bella y colorida tela peruana de hilos teñidos con las tintas naturales de la experiencia.

En todas las culturas las mujeres tejieron en el telar la historia de sus vidas y la de su familia, de su gente y su universo.

Y texto y textil son la misma palabra, significan lo mismo. Por eso estas mujeres de hoy, en vez de tejer, escriben. Y este es un libro telar, libro de mujeres donde ellas enlazan los hilos de temas de mujeres. Libro que envuelve, abriga, protege, reviste.

En su trama se enredan y desenredan el amor y el desamor, la lealtad y la traición, el dolor y el perdón, la amargura y el humor.

Matrimonios que sobreviven, otros que se quiebran y reparan, alguno más que se reinventa para mejor.

Alguna se distrajo por un tiempo y se le olvidó estar atenta a algo importante: el marido, uno de los hijos, su desarrollo personal, la crisis que se avecinaba.

Y sin embargo no estaban dormidas. Cambiando pañales, podando rosas, decorando la casa o estudiando, esas mujeres atraviesan y son atravesadas por la revolución de Velasco Alvarado, el mayo francés de 68, la llegada del hombre a la luna.

Y antes aún, cada familia con su historia única e irrepetible. Sus costumbres, sus ritos, sus mandatos y tabúes. Familias limeñas o provincianas, con pocos o muchos hijos. Y hasta una niña que soñando con ser la princesa del cuento, le toca padecer en el rol de la madrastra.

Hijos ajenos que incorporar, hijos propios que criar. ¿Cómo aprender de cada mamá y no quedar enredadas en la fallas de aquéllas? ¿Cómo llevarse sólo las buenas recetas y no repetir los errores?

Y para peor, tener que volver a vivirlo todo con las hijas mujeres, tan diferentes y tan iguales: rebeldes, introvertidas, celosas, autosuficientes. Y con los hijos hombres, que prefieren no enterarse de los problemas familiares, ¿como su padre? ¿como su abuelo?

En el medio otras orfandades: la quiebra de un padre o un marido, algunos papás que se enferman y mueren. En esos años también se pierde, aún joven, a un amigo querido.

Pérdidas y duelos que van dejando agujeros en la trama y que habrá que retejer con la ayuda de la amistad, el amor y la creatividad.

Alguna pierde su tierra y se aleja a vivir otras realidades, otros afectos. Pero basta tirar un poco del hilo de la amistad para que esté otra vez presente en las páginas de este texto.

Entre el adentro del hogar y el afuera del mundo, les tocará lidiar con faltas y con excesos. A veces tan solas, y otras demasiado acompañadas. Algún marido decide retirarse de la actividad laboral y premia a su querida mujercita con su excesiva y cotidiana presencia. Otro viaja demasiado y la deja sola. Otra tendrá que aprender a salir al mundo sin paracaídas, dejando al hombre en casa.

Y la educación. En la casa, con las monjas más o menos tradicionales o liberales. En la universidad, a veces sólo por un par de años. Lo suficiente para quedarse con las ganas. Y decidir volver a estudiar más adelante.

Y el trabajo. Rupturas y continuidades de los proyectos personales. Mujeres interrumpidas por matrimonios, gestaciones y partos, buscando retejer el hilo de sus vidas. Mujeres interrumpidas por las presiones del trabajo, buscando retomar el hilo de su maternidad o su pareja.

Y el folklore cotidiano de las pequeñas cosas de la convivencia: los ruidos, el desorden, el imposible ahorro. Y la historia densa de las cosas graves del día a día: la intolerancia, la descalificación, la incomunicación. Y cada una de ellas construyendo su propio refugio, que a veces se le transforma en prisión.

Espejito, espejito… y la juventud que se ensancha en madurez, y un poquito en las caderas también. Y la perspectiva que se amplía para ver mejor el mundo, aunque cada vez se vea peor de cerca.

Y los hijos que siguen creciendo y les colgarán el título de suegras y de abuelas.

Ocho mujeres en una. En cada una. Cómo no reconocerse también en todas ellas. En el espesor de sus vidas, en la diversidad de sus entrañas. En sus historias de rebeldía y sumisión.

Cenicientas y princesas, hechiceras y brujas, los hombres que las han acompañado saben de sus múltiples facetas. De su fuerza y vulnerabilidad. Ellos están también presentes en este libro.

Sin duda hace falta valor para exponer los propios miedos, culpas, y hasta vergüenzas. Quizá sea esa pequeña red de confianza e intimidad que tejieron las autoras-amigas a través de los años lo que les permite mostrarnos sin falsos pudores los misterios de sus vidas.

Y también la convicción de mujeres compañeras, de madres comprensivas, de amigas cómplices, de que no hay nada tan terrible que no pueda contarse.

Sonia Abadi

Introducción

LA IDEA DE ESTE LIBRO surgió en un momento de crisis que como siempre ha ocurrido en mi vida estuvo sostenido por la amistad.

Crisis, del griego krisis que significa decidir, separar, y krino yo elijo, sugieren que en situaciones de conflicto se presentan diversas oportunidades. Es común observar que en esas circunstancias las conversaciones entre mujeres adquieren un valor terapéutico y la amistad se convierte en un elemento fundamental. Existen diversas investigaciones que confirman esta idea. Una de ellas, realizada por la Universidad de California (UCLA) en el año 2000, llamada Respuestas femeninas al estrés: cuidar y hacer amistades, no pelear o escapar, sostiene que las respuestas femeninas y masculinas ante el estrés son diferentes, a pesar de que por mucho tiempo se consideraba que la reacción de huir o luchar se aplicaba por igual para ambos géneros. Las autoras, Shelley Taylor, Laura Klein y colaboradores sugieren que cuando las mujeres liberamos la hormona oxitocina, a causa del estrés, se crea un mecanismo particular con otras hormonas femeninas, que unido a patrones de comportamiento largamente enraizados, nos lleva a reunirnos en grupos, crear redes de apoyo y desarrollar comportamientos de protección hacia nuestros hijos lo que reduce la vulnerabilidad que se siente en esos momentos.

Fue así que durante esa crisis personal tuve la necesidad de hablar incansablemente con muchas mujeres amigas. Cada una compartía su historia y su particular manera de vivirla y entenderla. Era a través del lenguaje que podíamos elaborar y reelaborar nuestras historias, logrando construir nuevas realidades, descubrir perspectivas insospechadas y diferentes formas de enfrentar los hechos. Afortunadamente los seres humanos tenemos la capacidad de reflexionar y de expresar en palabras lo que nos ocurre, permitiendo que nuestras experiencias salgan del mundo oculto de lo innombrable y nos muestren posibilidades de cambio.

Observar que cuando las mujeres empezamos a hablar se activa una red de solidaridad que nos permite saber que no estamos solas en las angustias vitales, en los desencuentros de nuestras relaciones, en el diario vivir, me llevó a la convicción de que era importante que nuestras historias se narrasen y difundiesen. Sabía que ello nos ayudaría a pensar y a saber que las experiencias femeninas, a pesar de sus diferencias, tienen mucho en común.

Encontré entonces un grupo particular de amigas, las autoras de este libro, todas en la mediana edad, algunas en los comienzos, otras totalmente instaladas en ella. Lo que al principio nos unió fue un deporté, pero poco a poco, y como sucede en las canchas, lo que empezó como un juego fue llenándose con nuestras vidas, y a pesar de nuestras diferencias empezamos a reunirnos y a abrir nuestros corazones. Ni el marido, ni los hijos estaban incluidos en este mundo que casi sin querer fuimos creando, sentando imperceptiblemente las bases de una amistad que trascendió las fronteras de los partidos hasta convertirse en un espacio de complicidad y desahogo. Diversas circunstancias, la partida de una de nosotras, una separación conyugal, algún problema, nos convocaba inmediatamente a todas, y gracias a la internet iniciamos nuestra comunicación escrita

Los consejos, las palabras de apoyo se traducían día a día en un intercambio cada vez más intenso. Escribir era una forma de reflexionar. Surgió así la pregunta ¿por qué no compartirlo con otras personas? Si bien nuestras historias se iban desanudando, los temas esenciales eran recurrentes en nuestros encuentros, como si al volverlos a abordar adquirieran nuevos matices que nos permitían constatar que la realidad que vislumbramos es siempre incierta y que cuando creemos haberla alcanzado, puede modificarse nuevamente. Estamos seguras que nuestras experiencias van más allá de lo personal y concentran vivencias femeninas universales. Con ese convencimiento hemos plasmado en estas páginas lo vivido, tratando de descubrir si esos años habían valido la pena pero también analizando las posibilidades que aún tenemos en el tiempo que nos queda por vivir.

A medio camino es pues una convocatoria a pensar, recordar, soñar, concordar o discrepar. Son relatos y cuestionamientos que, en forma sencilla, pretenden dar testimonio, entre otras cosas, de la importancia de la amistad, del amor, de la verdad y del coraje para mirar de frente los retos que nos plantea la vida.

Mónica Vargas

Dudas y tribulaciones

Flavia Badani

—Las mujeres nos sentimos culpables por envejecer,

como si pasada la juventud de la belleza,

apenas nos quedara que ofrecer,

y debiéramos hacer mutis;

salir y dejar espacio a las jóvenes,

a los rostros y cuerpos inocentes

que aún no han cometido el pecado de vivir

más allá de los treinta o los cuarenta—

(…)

No sé cuándo dispuse rebelarme.

No aceptar que sólo se me concedieran como válidos

los diez o veinte años con piel de manzana;

sentirme orgullosa de las señales de mi madurez.

(…)

Después de todo,

el alma,

afortunadamente,

es como el vino.

Que me beba quien me ame,

que me saboree.

Gioconda Belli

(«Sabor de vendimia», en Apogeo)

A mis padres, siempre presentes.

A Pancho, Santiago, JuanFran y Álvaro, presencias indispensables