MOISÉS LEMLIJ
Mujeres por Mujeres
© Moisés Lemlij
Primera edición digital: agosto de 2014
ISBN: 978-612-46467-6-8
© Cauces Editores SAC
Kenko 354, Surco.
Lima, Perú
cauceseditores.com
Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin permiso escrito del autor.
Créditos
Presentación de Moisés Lemlij
Presentación de Amalia Brujis
La cuestión de la femineidad y la teoría psicoanalítica / Juliet Mitchell
La importancia de la evolución psíquica temprana para elembarazo y el aborto / Dinora Pines
El lugar de las cosas salvajes / Joan Raphael-Leff
El trabajo analítico por y con mujeres: complejidad y reto / Helen C. Meyers
La “construcción de la femineidad”: su influencia a lo largo del ciclo vital / Ethel S. Person
Sexualidad y prejuicio / Estela V. Welldon
La escritura y el espectáculo del cuerpo encendido / Sara Castro-Klarén
¿Qué quieren los hombres? / Jacqueline Amati Mehler
El sexo de los ángeles / Simona Argentieri
Cien años después / Sidonia Mehler
El hombre y su roca viva: rehusarse a la femineidad / Alcira Mariam Alizade
El juego del señuelo / Raquel Zak de Goldstein
Género femenino, número singular... muy singular / Susana B. Dupetit
Lo masculino y lo femenino / Clara Helena Portella
Pasado-Presente / Ana María Andrade de Azevedo
La relación de pareja: ¿expectativa ilusoria o realidad factible? Una perspectiva femenina / Nora Zambrano
Lo femenino en lo maternal. Función de un enigma / Myrta Casas de Pereda
La envidia del pene y su posible significación en el desarrollo femenino / Matilde Ureta de Caplansky
La mujer en la época prehispánica / María Rostworowski
Gumercinda: el matrimonio tiene rosas y espinas / Imelda Vega Centeno
GALERÍA ARTÍSTICA
Notas biográficas de las autoras
Notas biográficas de las artistas
A Mimi, mi mujer;
Maia, mi hija
Pesia, mi madre y
Amalia, mi hermana
La publicación de este volumen significa para mí la realización de un antiguo anhelo personal enraizado no sé en que recóndita curiosidad: editar un libro sobre el tema de la mujer, abordado por mujeres que he tenido la fortuna de conocer a lo largo de mi vida profesional e institucional.
Con suerte y audacia, así como con un poco de persistencia y tenacidad, conseguí que estas amigas contribuyesen con ensayos de la más alta y sostenida calidad. También que me pusiesen en contacto con otras autoras, psicoanalistas o especialistas en disciplinas afines de Europa, Estados Unidos y América Latina. No debe sorprender, pues, que la mayoría de los trabajos se despliegue desde perspectivas psicoanalíticas. Si he dado cabida a algunos que no se ciñen estrictamente al tema, es porque ahondan tópicos cuya esencia refleja el vasto interés de las mujeres contemporáneas inmersas en los quehaceres científicos e intelectuales. La idea de completar este elenco de escritos con otro de trabajos plásticos realizado por artistas peruanas, me fue sugerida por mi hermana Amalia, quien se encargó de su recopilación y selección.
Estoy seguro que los lectores compartirán mi satisfacción y deleite por el resultado de este esfuerzo múltiple.
Moisés Lemlij
Cuando se comenzó a gestar la idea de reunir diversos artículos para el libro Mujeres por mujeres y surgió la idea de incluir una serie de obras de arte realizadas por mujeres peruanas, debo confesar que la idea me resultó más que halagadora. Realzar la necesidad de difusión de los valores del espíritu y demostrar que el arte no tiene fronteras, así como tampoco debe tenerlas el espíritu del hombre o de la mujer, es una labor que debemos tomar en cuenta, especialmente a las puertas de un nuevo milenio. La euforia del año 2000 es motivo de expectativa y tiene mucho de positivo, ya que hay apertura al progreso, la promesa y la esperanza.
No puedo dejar de mencionar que en los últimos años ha habido un considerable cambio en los valores tradicionales relacionados con la mujer en el arte. Quizás uno de los aportes más polémicos y ambiciosos ha sido la deconstrucción de la historia del arte tradicional: ha permitido la modificación de jerarquías, relaciones de poder que limitaban la valoración de identidades hasta entonces marginales y que se empiece a construir esquemas y valores mucho más amplios y realistas, más acordes con el momento que estamos viviendo. Así, los historiadores del arte han reivindicado la participación femenina en el arte. A pesar de que ésta se ha dado generalmente en condiciones de desventaja —al haber sido rechazada en los gremios o al habérsele restado importancia y valor— ha quedado demostrada la existencia de grandes artistas mujeres desde la antigüedad. Esto no hace sino comprobar que el arte es un campo más del quehacer humano y que no tiene género. La genialidad y la creación son intrínsecas al ser humano.
Agradezco a todas las pintoras y escultoras que gentilmente aportaron las obras que aquí reproducimos. El criterio de selección de las artistas no ha sido otro que la amistad o la posibilidad de acceder a ellas con mayor facilidad. El único requisito que se les solicitó fue que el tema de la obra se inspirase en la mujer. Creo, sin embargo, que el conjunto de obras reunidas resulta una muestra bastante representativa del arte femenino peruano contemporáneo. Las autoras de este libro expresan sus pensamientos a través de la palabra; dejemos que las artistas lo hagan a través de la imagen.
Amalia Brujis
Juliet Mitchell
Este ensayo no trata sobre los conceptos psicoanalíticos de la femineidad sino sobre la conexión entre la cuestión de la femineidad y la construcción de la teoría psicoanalítica. Propongo que para Freud la “femineidad” fija los límites (el punto inicial y el punto final) de su teoría, al igual que su repudio marcó los límites de la posibilidad de la cura psicoanalítica:
Frecuentemente tenemos la impresión de que con el deseo de un pene y la protesta masculina hemos penetrado a través de todos los estratos psicológicos y hemos llegado a los cimientos y que por lo tanto nuestras actividades han llegado a su fin. Esto probablemente sea cierto...El repudio de la femineidad no puede ser otra cosa que un hecho biológico...(1937a, p. 252).
Esta íntima relación entre el problema de la femineidad y la creación de teoría no ha caracterizado ningún otro trabajo psicoanalítico. Ello tiene que ver en gran medida con el desplazamiento en la orientación: de las neurosis a sus psicosis subyacentes; de lo edípico a lo preedípico. En parte tiene que ver con una diferencia en la naturaleza de las construcciones teóricas. Después de Freud, los conceptos teóricos pertenecientes al psicoanálisis estaban allí para ser ampliados, repudiados o confirmados. En general, las alteraciones y alternativas emanan directamente del trabajo clínico. Pero Freud tenía una tarea diferente: la de convertir en psicoanalíticos otros conceptos.
Para Freud, la noción del inconsciente está allí, es una idea que aguarda en la literatura circundante; es transformada en una teoría mediante su aplicación al material que observaba. Los pacientes de Freud corrigen, repudian o confirman sus conceptos, los que siempre superan en magnitud y ámbito de aplicación a su particularidad dentro del encuadre clínico. Pero si tomamos a Melanie Klein como ejemplo, podemos ver un proceso intelectual diferente. Cuando ella empieza su trabajo, la teoría y la práctica psicoanalíticas ya están establecidas. Inmersa en su práctica, ella pasa a cuestionar aspectos específicos de la teoría psicoanalítica existente. Sus pacientes no la llevan hacia atrás, hacia una teoría globalizante, sino hacia adelante, hacia una nueva descripción que se relaciona sólo con lo que es observado y experimentado. No existe una preocupación por la naturaleza de la teoría como tal, ni por la naturaleza de la ciencia, ni por hacer del psicoanálisis una disciplina científica. Eso es algo que se da por hecho. Pero no fue así en el caso de Freud.
¿Cuál consideraba Freud que era la naturaleza de la teoría? Voy a presentar dos citas que darán el marco para la respuesta. Primero, de las “Nuevas aportaciones al psicoanálisis”:
No podemos hacerles justicia a las características de la mente a través de trazos lineales como los de un bosquejo o una pintura primitiva sino más bien mediante áreas de color que se funden unas con otras, tal como las representaciones de los artistas modernos. Después de hacer la separación, debemos permitir que lo que hemos separado se fusione una vez más (1933a, p. 79)
y en “El por qué la Guerra”, sus palabras a Einstein:
Quizás pueda parecerle que nuestras teorías son una especie de mitología y, en el presente caso, una mitología con la que no se puede concordar. Pero ¿no es cierto que toda ciencia llega ser finalmente una especie de mitología como ésta? ¿No podría decirse lo mismo de su propia Física? (1933b, p. 211).
Líneas trazadas para comunicar lo que sabemos es sólo una fusión borrosa. Mitos —historias simbólicas creadas para explicar otras historias.
Cuando usó la hipnosis por primera vez con sus pacientes, Freud (como otros) estaba consciente de que el tratamiento era similar a un importante estado hipnoide dentro del propio ataque histérico. Creo que, por lo menos dentro de la teoría psicoanalítica de Freud, siempre queda esta estructura homóloga: se toma un elemento característico de la enfermedad y se le repite en el tratamiento; luego, dicho elemento encuentra, a su vez, un lugar en el centro de la construcción teórica. La famosa reflexión al final del caso de Schreber es una indicación:
Dado que yo no temo la crítica de los otros ni evito autocriticarme, no tengo motivo para dejar de mencionar una similitud que puede posiblemente dañar la opinión de muchos de mis lectores sobre nuestra teoría de la libido. Los “rayos de Dios” de Schreber que están compuestos de una condensación de los rayos del sol, de las fibras nerviosas y de los espermatozoides, no son en realidad nada más que una representación concreta y una proyección hacia el exterior de una catexis libidinal y por lo tanto le otorgan a sus delusiones una conformidad asombrosa con nuestra teoría...Queda para el futuro decidir si en mi teoría hay más delusión de lo que a mí me gustaría admitir o si existe en la delusión de Schreber más verdad de lo que otras personas están preparadas para creer (1911b, pp. 78-9).
Y posteriormente:
No he podido resistirme a la seducción de una analogía. La delusión de los pacientes me parece equivalente a las construcciones que hacemos en el transcurso del tratamiento analítico —intentos de explicación y cura (1937b, p. 268).
Si para Freud una teoría científica era un mito (no existe nada peyorativo en esto), debemos recordar que sus casos clínicos se leían como novelas de misterio y que él estaba consciente de esto, aunque no se sintiera cómodo con ello:
No siempre he sido psicoterapeuta. Como otros neuropatólogos, yo fui entrenado para emplear el diagnóstico local y la electroprognosis y todavía me choca como algo extraño que las historias clínicas que escribo se lean como cuentos y que, como alguien podría decir, carezcan del sello de seriedad de la ciencia (1893a, p. 160).
Si la teoría es un mito y la historia clínica un cuento, entonces, por supuesto, la esencia de la enfermedad es en cierta manera también un cuento. Como alguien comentó: “Charcot mira, Freud escucha. Quizás todo el psicoanálisis esté en ese cambio” (Heath, p. 38). No creo que este desplazamiento específico constituya la integridad del psicoanálisis, pero creo que es una parte importante. Más que enfatizar el lenguaje, la cura hablada, yo enfatizaría aquí el tratamiento de escucha. Los histéricos son artistas creativos, ellos sufren de reminiscencias, han escuchado algo que los ha enfermado:
El punto que se me escapó en la solución de la histeria radica en el descubrimiento de una nueva fuente de la cual surge un nuevo elemento de producción inconsciente. Lo que tengo en mente son fantasías histéricas, las que normalmente, según creo yo, se remontan a cosas escuchadas por los niños a una edad temprana y sólo comprendidas posteriormente. La edad en la cual ellos toman información de este tipo es admirable: desde la edad de seis a siete meses en adelante (1950a, carta 59).
En estos primeros ensayos —antes de La interpretación de los sueños y de un nuevo interés en lo visual y en la percepción— el énfasis está en lo auditivo y su conexión con la formación de fantasías inconscientes. Charcot veía y clasificaba, dejando de lado lo que escuchaba:
Uno ve cómo gritan los histéricos. Mucha bulla por nada...[Se dice que ella habla] de alguien con barba, un hombre o una mujer...El que sea un hombre o una mujer no deja de tener importancia, pero pasemos por alto ese misterio (citado en Heath, p. 38)
Sin embargo, Freud decidió que estas historias sin sentido sí significaban algo. El paso de ver a escuchar, de Charcot a Freud, es un alejamiento de la observación y de la inherente ceguera del ojo que mira.
Las historias tienen dos dimensiones: aquello que relatan y quién las relata. Freud creía en un principio que las historias eran verdaderas y que eran verdaderas en tanto historias. Los histéricos relatan cuentos y fabrican historias —particularmente para los doctores que los escuchan. Al principio, Freud era excesivamente crédulo. El pensaba que se trataban sobre lo que decían que se trataban, en un plano realista; luego se dio cuenta de que sus pacientes estaban relatando cuentos. Las historias eran sobre la realidad psíquica: el objeto del psicoanálisis. Aquello que relatan es, entonces, primero seducción y luego fantasía; quién las relata —éste es el inicio del psicoanálisis como teoría y como terapia de la subjetividad.
Los historiadores sociales de Europa Occidental y Estados Unidos consideran que la histeria alcanzó proporciones epidémicas durante el siglo “”XIX. Se traba principalmente de una enfermedad de las mujeres. Alice James, hermana del novelista Henry y del filósofo William James, servirá para ilustrar mi tema. Como en el caso de Dora, los síntomas de conversión de Alice parecen haberse construido principalmente a partir de una identificación con su padre: una parálisis histérica de la pierna para que él no fuera amputado. Nadie dudaba que Alice era tan capaz como sus hermanos, pero ella convirtió su enfermedad en su carrera, escribiendo diarios que reflejaban las comunicaciones de su cuerpo. Ella describía sus propios sentimientos:
Mientras me sentaba inmóvil leyendo en la biblioteca con olas de impulsos violentos invadiendo súbitamente mis músculos, tomando alguna de sus múltiples formas, como arrojarme por la ventana o golpear la cabeza de mi benigno padre, sentado escribiendo en su mesa con su cabello plateado, me parecía que la única diferencia entre mi persona y los locos era que yo tenía todos los horrores y sufrimientos de los locos pero también tenía que asumir las obligaciones de los doctores, las enfermeras y las camisas de fuerza. Conciba nunca estar sin cordura, que si se descuida por un momento debe abandonarlo todo, dejar que los diques se rompan y que se inunde todo, reconociéndose como alguien abyectamente impotente frente a las leyes inmutables (citada en Strouse, p. 118).
Ella también comentaba:
Cuando me haya ido, por favor no piensen en mí simplemente como una criatura que podría haber sido otra cosa si la ciencia de la neurosis hubiera nacido (ibíd., p. ix).
Muchos doctores del siglo “”XIX se enfurecían con sus pacientes histéricos, al encontrarse atrapados en una lucha de poder en la cual la mejor arma de sus oponentes era el rechazo a curarse. Freud y analistas posteriores estaban familiarizados con el problema. El entendimiento de esto por parte de Freud —de una manera característica— se alejó de la noción de un beneficio social mediante la enfermedad (el alejamiento de las mujeres de clase media de situaciones intolerables) para pasar a una noción psicológica, donde se bifurcó.
Dio lugar, por un lado, a las teorías de la resistencia, la reacción terapéutica negativa y, particularmente después del caso de Dora, a la transferencia y la contratransferencia. Por otro lado, después de una trayectoría difícil que voy a intentar delinear aquí, condujo al concepto de un fundamental repudio humano a la femineidad —un repudio que, para Freud, era el fundamento del psicoanálisis como teoría y como terapia.
Pienso —y quiero plantear una hipótesis aquí— que el psicoanálisis tenía que empezar de una comprensión de la histeria. No podía haberse desarrollado —o ciertamente no lo hubiera hecho de la misma manera— a partir de una de las otras neurosis o psicosis. La histeria llevó a Freud a lo que es universal en la construcción psíquica y lo condujo allí de una manera particular: por la ruta de una preocupación central y prolongada respecto a la diferencia entre los sexos. La etiología sexual de la histeria se mostraba ante Freud a partir de los síntomas, relatos y asociaciones de sus pacientes y los comentarios accidentales de sus colegas, de otra manera dejados de lado. Pero la cuestión de la diferencia sexual —femineidad y masculinidad— estaba incorporada dentro de la propia estructura de la enfermedad.
Existen dos aspectos en el interés de Freud por el trabajo de Charcot que creo que deben enfatizarse. Son independientes, pero sugiero que Freud los juntó. Charcot enfatizaba la existencia de la histeria masculina. El también organizó la enfermedad. Cuando Freud regresó de Paris a Viena, el primer ensayo que presentó fue sobre la histeria masculina. En su informe, él comentaba el trabajo de Charcot:
La histeria fue separada del caos de las neurosis, fue diferenciada de otras enfermedades de apariencia similar y se le suministró una sintomatología que, a pesar de ser suficientemente diversa, hace imposible seguir dudando sobre la regla de la ley y el orden (1886a, p. 12).
Al mismo tiempo, cuando la amistad de Freud con Fliess estaba en su punto más alto, le escribió felicitándolo por su trabajo sobre la menstruación con estas palabras: “[Fliess había] constreñido el poder del sexo femenino de tal manera que asumiera su porción de obediencia a la ley” (citado en Heath, p. 46). La búsqueda de leyes, líneas para clasificar figuras borrosas; leyes que finalmente son de cualquier manera sólo mitos.
Las leyes sobre la psique humana serán la misma cosa que las leyes sobre la diferencia sexual. La histeria era la enfermedad de las mujeres; sin embargo, un hombre podía tenerla. En manos de Freud, la histeria deja de ser una categoría perteneciente a un determinado sector de la población y se convierte en una posibilidad humana general. Una posibilidad no sólo en el sentido de que cualquiera puede tenerla sino en el sentido de que ofrece las claves para la propia psique humana.
Podemos ver que Freud pasa de la especificidad de la histeria a la construcción de la subjetividad de la condición humana general en sus primeros escritos de los 80 y los 90. Y siempre lo hace a través del dilema de la diferencia sexual:
Las enfermedades relacionadas funcionalmente con la vida sexual juegan un rol importante en la etiología de la histeria...y lo hacen en base a la gran importancia psíquica de esta función, especialmente en el sexo femenino (1888, p. 51).
La histeria necesariamente presupone una experiencia primaria de displacer —es decir, de una naturaleza pasiva. La pasividad sexual natural de las mujeres explica el que ellas sean más inclinadas a la histeria. Cuando he encontrado histeria en hombres, he podido demostrar la presencia de abundante pasividad sexual en sus anamnesis (1950a, Manuscrito K.).
Por lo tanto, la histeria de ella puede ser descrita como adquirida y no presupone nada más que la posesión de lo que probablemente es una proclividad muy difundida: la proclividad a adquirir histeria (Breuer y Freud, 1895, p. 122).
Freud intentó todo tipo de explicaciones sobre por qué una enfermedad tan claramente encontrada en las mujeres podría también producirse en los hombres. Pero fue un grito de “iEureka!” cuando le escribió entusiastamente a Fliess: “¡La bisexualidad! Estoy seguro de que usted tiene razón”. La bisexualidad era un postulado de algo universal en la psique humana. Pero si bien la bisexualidad explicaba por qué hombres y mujeres podían ser histéricos, no explicaba por qué era su femineidad la que se ponía en acción.
En este punto del relato, la historia que Freud escuchaba era la de la seducción paterna. Después de aferrarse a esta información con convicción, él escribe a Fliess que algo está dificultando su trabajo. El obstáculo tiene algo que ver con la relación de Freud con Fliess —la relación de un hombre con otro hombre que, en 1937, iba a ser la otra expresión del fundamento de la teoría y la terapia psicoanalítica, nuevamente un repudio —esta vez por parte del hombre— de la femineidad, de la pasividad frente a un hombre.
Muchos comentaristas, incluyendo al propio Freud, han observado que era la femineidad de Freud la que predominaba en su relación con Fliess; es posible que fuera esta femineidad la que finalmente hiciera insostenible esta amistad. Freud se refirió en varias ocasiones a su propia neurosis como “mi ligera histeria”. También lo hizo con frecuencia en la época en que estaba bloqueado en su trabajo sobre la histeria. El dio entonces un paso trascendental:
“Ya no creo en mis neuróticos”. Los histéricos no sufren el trauma de la seducción paterna, expresan la fantasía del deseo infantil. ¿Esto se cumple sólo en los histéricos o en todos? Aquí se juntan la escucha clínica de Freud y su autoanálisis:
Se me ha revelado un pensamiento de valor general. He descubierto, también en mi propio caso, el enamoramiento con la madre y los celos hacia el padre y considero esto como un evento universal de las primeras etapas de la infancia, aunque no tan temprano como en los niños que han devenido en histéricos...De ser así, podemos entender la atracción que ejerce sobre nosotros el Edipo Rey...(1950a, carta 71).
La histeria, la enfermedad edípica, fuente del concepto del complejo de Edipo, descubierta a través de la histeria de Freud, un analista varón. La bisexualidad universal; el complejo de Edipo universal; la histeria, la neurosis más edípica, la que utiliza en mayor medida la bisexualidad. Las mujeres más edípicas, más bisexuales, más histéricas. Estas conexiones se mantendrían durante muchos años en búsqueda de una teoría que las explicara. ¿Qué era lo universal, qué lo específico de la histeria, qué lo universal y lo específico de la femineidad?
Algo más que se conectaría estaba presente en las investigaciones de Freud. Estos primeros textos están preocupados con dos aspectos de la histeria: las ausencias o vacíos en la conciencia y la escisión de la conciencia. La enfermedad de Anna O. revela las ausencias, la de Miss Lucy la escisión:
[La] idea no es aniquilada mediante un repudio de este tipo sino que solamente es reprimida en el inconsciente. Cuando este proceso ocurre por primera vez se genera un grupo nuclear divorciado del yo —un grupo alrededor del cual se reúne posteriormente todo lo podría implicar una aceptación de la idea incompatible. En consecuencia, la escisión de la conciencia en estos casos de histeria adquirida es una escisión intencional y deliberada. Por lo menos, con frecuencia es introducida mediante un acto voluntario, a pesar de que el resultado concreto es diferente a lo que el sujeto pretendía. Lo que él quería era deshacerse de una idea, como si ella nunca hubiera aparecido, pero todo lo que logra hacer es aislarla psíquicamente (Breuer y Freud, 1895, p. 123).
La escisión de la conciencia, la desaparición del significado, el inconsciente —todas estas nociones dejan de ser confinadas como características de la histeria y se universalizan. Freud finalmente distingue su teoría de la histeria de la de Pierre Janet, en base a que ésta argumentaba que la característica típica de la histeria era la escisión, mientras que para Freud era la conversación. Para Freud, la escisión era una condición general. Freud retomó este tema hacia finales de su vida. En el fragmentario ensayo sobre “La escisión del yo en el proceso de defensa” (1938), él no se siente seguro si está diciendo algo nuevo o si simplemente está repitiendo algo que ya dijo antes. Es un regreso a la preocupación por la escisión que había caracterizado su trabajo sobre la histeria 50 o 60 años antes. Yo plantearé que lo que dijo a fines de la década de los 30 es al mismo tiempo viejo y nuevo. Lo que es nuevo es que hacia fines de los 30 él alineó la escisión con el problema de la diferencia sexual. En las primeras épocas, ambos temas iban sólo uno junto al otro— Freud todavía no había establecido la manera en que se conectaban.
Al no estar conectada todavía con la escisión, en los primeros trabajos sobre la histeria se mantenía el problema de la división entre masculinidad y femineidad. En la década de 1890, Freud se acercó mucho a la sexualización de la represión. Fliess ofreció una versión de este argumento, la otra iba a ser el error de Adler. En un borrador titulado “La arquitectura de la histeria”, Freud escribió: “Es de esperar que el elemento esencialmente reprimido sea siempre lo que es femenino. Lo que los hombres reprimen esencialmente es el elemento pederasta” (1950a, Manuscrito M.). Qué cercano y sin embargo cuán diferente del repudio a la femineidad como fundamento del psicoanálisis en “Análisis terminable e interminable" en 1937. Pero la sexualización de la represión no fue una idea que Freud mantuviera por mucho tiempo. Seis meses después, en la carta a Fliess en la cual le habla sobre el estancamiento en su autoanálisis, él comenta: “También he renunciado a la idea de explicar la libido como el factor masculino y la represión como el factor femenino” (1950a, carta 75). Y sin embargo —con toda la diferencia del mundo— en la teoría de Freud la libido sigue siendo "masculina" y no es que la represión sea femenina, sino que la femineidad es repudiada.
El concepto que unió la observación de Freud sobre la escisión y el dilema de la diferencia sexual como se planteaba en la histeria fue el complejo de castración. No quiero entrar en detalles sobre este concepto aquí, simplemente señalaré de dónde surgió, qué explicaba y en qué medida fue rechazado (y quizás todavía lo es) por otros analistas. Surgió como resultado de la búsqueda que hizo Freud de la lógica interna de lo que necesitaba describir. El usó la explicación biológica de Fliess y la explicación sociológica de Adler como parachoques contra los que su teoría debía estrellarse para luego alejarse. En dos páginas fascinantes al final de su ensayo sobre “Pegan a un niño” (1919b), él dice por qué estas explicaciones fallan. El concepto de castración surgió también de un oído atento dirigido hacia el problema central en las historias clínicas, particularmente en la de Juanito. Lo que este concepto explicaba era, en breve, lo siguiente: cómo la formación de la psique humana estaba vinculada inextricablemente a la construcción de una noción psicológica de la diferencia sexual.
Según la hipótesis de Freud, la primera pregunta del niño es: “¿De dónde vienen los bebés?”. La segunda (o quizás cronológicamente la primera en el caso de las niñas) es: “¿Cuál es la diferencia entre los sexos?”. El teórico en Freud reformuló su propia hipótesis —las preguntas imaginarias del niño—como el mito (o la teoría) del complejo de castración: líneas alrededor de campos de color borroso.
La escisión que crea el inconsciente es repetida en una escisión que establece la división entre los sexos. Por esta razón, el ensayo de 1938 sobre la escisión del yo usa como ejemplo la aceptación consciente del complejo de castración y el simultáneo repudio a la posibilidad de sus implicancias (femineidad), tal como se expresa en el establecimiento de un objeto fetichista.
Para Freud, la formación final de la psique humana coincide con la adquisición psicológica del significado de la diferencia sexual. En la teoría de Freud, este significado no existe desde el principio sino que tiene que ser adquirido:
Si pudiéramos despojamos de nuestra existencia corporal y ver las cosas de esta tierra con ojos frescos, sólo como seres pensantes, por ejemplo seres de otro planeta, quizás nada nos llamaría más la atención que el hecho de la existencia, entre los seres humanos, de dos sexos que, a pesar de ser tan similares en otros aspectos, marcan la diferencia entre ellos con signos externos tan obvios. Pero no parece que los niños eligieran este hecho fundamental de la misma manera, como el punto de inicio de sus investigaciones sobre los problemas sexuales... El deseo de saber de un niño sobre este punto no se despierta en realidad espontáneamente, impulsado quizás por alguna necesidad innata de causas establecidas (1908, pp. 211-12).
La historia relatada es sobre la adquisición y el repudio de este conocimiento. Diferencia sexual pero ¿por qué tendría que repudiarse la femineidad? Antes de Freud, muchos doctores y comentaristas pensaban que las histéricas eran mujeres que trataban de escapar de su rol femenino o protestar por él; Freud jugó con la posibilidad de que todo lo femenino fuera reprimido; así, lo femenino reprimido sería el contenido del inconsciente en sí. A todos nos resulta familiar con cuánta frecuencia se piensa que las mujeres están más en contacto con lo inconsciente, que son más intuitivas y que están más cerca a las raíces de la naturaleza. En palabras de Ezra Pound:
... la mujer
Es un elemento, la mujer
Es un caos
Un pulpo
Un proceso biológico
La respuesta de Freud fue: No, “debemos mantener al psicoanálisis separado de la biología”; la represión no debe ser sexualizada. Pero la femineidad efectivamente viene a representar ese punto en el que el significado y la conciencia se desvanecen. Debido a que este punto es el caos, lo que se ha elaborado para representarlo —para indicar el vacío— es insoportable y será repudiado. En la pérdida del equilibrio, se alucinará algo que llene el vacío, un pecho; producido como un fetiche, envidiado, un pene. La experiencia clínica de la escisión y de la castración es el horror -la envidia del pene, la alucinación, el fetichismo son alivios rápidos.
Se considera comúnmente que la castración se basa en la deprivación, lo que se le quita a uno, por ejemplo en el destete. Sin embargo, yo sugeriría que en lo que se basa y lo que organiza en significados sexuales es, por el contrario, la escisión. Sólo entonces usa “posteriormente” la deprivación. Uno no puede experimentar la ausencia, el vacío —la humanidad, por naturaleza, aborrece el vacío— uno sólo puede experimentar esto inexperimentable como algo que le han quitado. Se utiliza la deprivación para describir lo indescriptible —lo indescriptible es la escisión y el complejo de castración.
Freud habla de escisión donde Klein percibe “partes escindidas” que pueden ser comunicadas al analista mediante la proyección. La similitud del vocabulario esconde diferencias esenciales. No estoy segura de que la escisión de la que habla Freud pudiera ser experimentada en la transferencia. Puede ser visualizada en el fetichismo, pero al otro lado del objeto fetichista no hay nada: no hay objeto, por lo tanto no hay sujeto. Según mi limitada experiencia, todo lo que el analista puede hacer es ser testigo, todo lo que el paciente puede hacer es experimentar el horror más intenso, un horror que está relacionado con la ausencia pero que puede estar lleno de fantasmagoría. El vacío del caos hecho carne, una plétora de sentimientos y objetos desorganizados.
En la escisión, la subjetividad del sujeto desaparece. El horror está relacionado con la pérdida de uno mismo en el propio inconsciente —en el vacío. Pero debido a que la subjetividad humana no puede existir en esencia fuera de una división en uno de dos sexos, entonces es la castración lo que finalmente viene a simbolizar esta escisión. Lo femenino viene a ubicarse en el punto de desaparición, la pérdida. En la imaginación popular, la castración generalmente es considerada como una forma de amputación, inexistencia, ausencia, una herida, una cicatriz. Analíticamente, creo que se experimenta no sólo en estos pálidos indicadores de ausencia sino como algo aterradoramente fuera de lugar: algo que no debería estar allí. El trauma capturado en la escisión es que uno no está allí; el mismo trauma que la castración viene a simbolizar es que uno está incompleto, trauma que puede ser vivido una y otra vez en los infinitos recodos de los fracasos e imperfecciones de la vida. La pérdida sólo puede ser impedida:
Si uno de los símbolos comunes de un pene se presenta en un sueño multiplicado en dos o más veces, debe ser considerado como una salvaguardia contra la castración (1900, p. 357).
Debido a que la subjetividad humana no puede en última instancia existir fuera de la división entre los sexos —uno no puede ser asexual— la castración organiza en significados sexuales la pérdida de la condición de sujeto. Algo con lo que el sujeto se ha identificado, que ha sentido como suyo (algo que satisface a la madre, la fase fálica —siendo el falo para la madre —completándola), desaparece, se pierde. La castración es “descubierta” en la madre, quien ya no es percibida como entera, completa —falta algo, el bebé la ha dejado. El bebé se ausenta —se desvanece del espejo. La bisexualidad es un movimiento a través de la línea, no es androginia. Para Freud, no existe distinción sexual simbolizada antes de que el complejo de castración haya realizado su organización de los deseos expresados dentro de la situación edípica. Existen hombre y mujer, activo y pasivo, distinciones conductuales diversas entre infantes varones y mujeres, pero ninguna noción en la psique de que uno no está completo, de que puede faltar algo.
El complejo de castración no está relacionado sólo con las mujeres, ni con los hombres, sino con un peligro, un horror para ambos —un vacío que tiene que ser llenado de manera diferente por cada uno. En el tipo ficticio ideal, el niño lo hará mediante la ilusión de que una futura recuperación de la potencia fálica reinstaurará su totalidad; una niña lo logrará mediante algo psíquicamente equivalente: un bebé. La potencia fálica y la maternidad —para hombres y mujeres— vienen a representar la completud.
La histeria era y es —no importa la edad o la generación del hombre o la mujer que la exprese— la enfermedad de la hija: una fantasía infantil sobre los padres: la “hija” en el hombre o la mujer no ha encontrado una solución en la homosexualidad, la maternidad o una carrera. Para “ella” la femineidad parece equivalente al vacío indicado por la castración o, en palabras de Joan Riviere, es actuada como “una mascarada” para ocultarlo. Ella es buena en esto, pero no la satisface.
En los 20, se produjeron algunos sucesos importantes que culminaron, por un lado, en la psicología del yo y, por otro lado, en la teoría de las relaciones objetales, tanto kleiniana cuanto no kleiniana. Se produjo una serie de desacuerdos importantes e irresueltos sobre la naturaleza de la sexualidad femenina, pero mi punto aquí es que a pesar de la insistencia en el problema, la cuestión de la femineidad dejó de ser lo que motivaba las construcciones teóricas. Me propongo particularizar unas cuantas tendencias dentro del trabajo de Melanie Klein para indicar las implicancias de esto.
Para descifrar la fantasía, Freud escuchaba al niño en sus pacientes adultos. Klein trabajó con niños y encontró al infante en sus fantasías. Pero existe una diferencia: el niño y el infante se fusionan en la manera de pensar de Klein —sus fantasías enfrentan las realidades interna y externa en el presente. También para Freud, a través de su concepto de la compulsión a la repetición, el niño está vivo en el presente del adulto. Pero para Freud el presente siempre contiene una construcción del pasado: el sujeto desde su nacimiento hasta su muerte es, de hecho, antes que todo y enteramente un sujeto histórico, nada más que lo que él haga de sí mismo o de sí misma. Esta noción de historia no está presente en la teoría de Klein ni en su práctica. Hasta el final de su vida, la teoría de Freud enfatizó la teoría analítica de la reconstrucción de una historia; Klein enfatizaba la interpretación y el análisis de la experiencia transferencia] cuya tarea es entender (en gran medida a través de la proyección y la introyección) lo que está siendo comunicado entre dos personas dentro de la sesión analítica. La experiencia del mecanismo psíquico produce la historia que ya no es un relato contado sino algo revelado, descubierto en el proceso.
Mientras que para Freud la fantasía es la historia —consciente o inconsciente— que el sujeto relata sobre sí mismo, para Klein es la representación mental del instinto y, simultáneamente, una capacidad para enfrentar los mundos interno y externo. Une instinto y objeto: de manera primitiva, la pulsión oral fantasea un objeto, un pecho o algún sustituto que pueda ser succionado, por ejemplo un pene. Y a su vez el objeto altera el yo interno, lo que es incorporado del exterior transforma el interior:
El análisis de las relaciones objetales proyectivas e introyectivas tempranas reveló fantasías de objetos introyectados en el yo desde la más temprana infancia, empezando con el ideal del pecho perseguidor. Para empezar, se introdujeron objetos parciales, como el pecho, y posteriormente el pene; luego, objetos completos, como la madre, el padre, las parejas parentales (Segal, 1964, p. 8).
El niño y la niña tienen pulsiones tanto iguales como diferentes; donde su biología es diferente, sus pulsiones deben ser diferentes. Para Klein, el instinto es biológico; para Freud, es “nuestra principal mitología”. El niño y la niña tienen los mismos objetos. En la teoría de Klein, el objeto que ellos incorporan primero es predominantemente parte de la madre, luego la madre completa; esto les da a ambos, en la teoría de Klein, una “femineidad primaria”. Existe una diferencia de énfasis que, creo yo, es crucial. Para Klein, lo que uno tiene lo transforma mediante sus fantasías y luego lo incorpora y eso se transforma en uno mismo. Para Freud, lo que uno incorpora es el apego a lo que uno ha tenido que abandonar. El sujeto de Freud se constituye llenando los intersticios donde falta algo: uno alucina, tiene delusiones, cuenta historias. La persona de Klein se convierte en sí mismo o en sí misma incorporando lo que está presente. En el esquema de Freud, la madre es psíquicamente importante cuando se va (el juego fort/da), el pene cuando éste no está allí (envidia del pene). El concepto de envidia de Klein (también el fundamento de su teoría y terapia, algo realmente interesante) es con respecto a una madre que lo tiene todo.
En el caso de Klein, la teoría plantea una situación en la que el yo fantasea directamente sobre un objeto a partir de sus instintos y de sus sensaciones corporales. Mientras que el “yo corporal” de Freud es siempre un homúnculo puesto de cabeza, para Klein, en esencia, los objetos son tomados por lo que son biológica y socialmente (a pesar de las confusas fantasías adheridas). La madre es una mujer, femenina. El pene, incluso cuando está dentro de la madre, es un atributo masculino. Así, por ejemplo, cuando el objeto de la fase oral pasa de pecho a pene, para la niña esto se convierte en el momento heterosexual. El pene que se proyecta es masculino, mientras que el pecho no lo es. El objeto poseedor de un género otorga el significado.
Para la niña pequeña, este primer vuelco oral hacia el pene es un movimiento heterosexual que prepara el camino para la situación genital y el deseo de incorporar el pene en su vagina. Pero, al mismo tiempo, contribuye a sus tendencias homosexuales en la medida que...el deseo oral está ligado a la incorporación y la identificación y el deseo de ser alimentada por el pene está acompañado por un deseo de poseer un pene de su propiedad (Segal, 1964, p. 97).
Freud escucha una historia, construye un mito. El inconsciente muestra que son sólo historias, mitos. Este es el vacío, el punto en el que la historia se desvanece, el sujeto desaparece (los seguidores de la psicología del yo creen que la historia es la verdad y nada más que la verdad —la historia lo e. todo). Pero lo que estamos observando en la descripción de Klein no es el ir consciente como otra escena, ese vacío que tiene sus propias leyes, sino un inconsciente que está lleno, repleto de un caos de fantasmagoría, un inconsciente tan lleno como parece estarlo el mundo externo. Su teoría es sobre tal inconsciente.
Quizás yo pueda ofrecer otra analogía tentativa; una “fuga meditada”. La teoría de Freud es un mito, una historia de una historia —la estructuración narrativa que hace el sujeto de sí mismo. Si se detiene, fracasa, tiene ser contada de otra manera. Si bien un novelista escribe sobre personajes de sexos diferentes, él o ella nunca escribe sobre alguien sin sexo o en el medio de la línea divisoria. El Orlando de Virginia Woolf, cuyo héroe/heroína debe cambiar de lado, resalta esto. En la teoría freudiana, la masculinidad y la femineidad son sólo su diferencia respecto al otro. La diferencia es articulada por algo que se imagina que falta. Desde la posición de algo que falta, cada sexo puede ser imaginado como que tiene lo que el otro no tiene. En esencia, eso es todo lo que cuenta la historia de un novelista.
Pero existe otra analogía literaria que podría actuar como una posibilidad para la teoría. No un mito, sino un poema simbólico. Esto es lo que sugiere la teoría de Klein. El deseo de morder indica la pulsión oral; la pulsión oral, agresión; la agresión es la pulsión de muerte de Klein (no de Freud). El impulso físico se convierte en una concepción, la concepción en una teoría. En un poema simbólico, el símbolo da forma al producto. La tarea no es producir líneas hipotéticas alrededor de campos de color borroso sino dejar que la imagen produzca su propia forma. Sin embargo, el poema no habla de diferenciación sexual. Como escribe Adrienne Rich:
Si me preguntan mi identidad
qué puedo decir sino
que soy andrógina
que soy la mente viviente
que tú no puedes describir
En tu lenguaje muerto
el sustantivo perdido, el verbo sobreviviente
sólo en infinitivo
En lo que se refiere a la femineidad, hemos pasado de la histérica, cuya femineidad, siendo casi nada, no tenía nada de lo que ella quería, al niño o la niña femeninos que, al incorporar imaginariamente a su madre, lo tenían todo. Pero creo que existe una confusión en la conceptualización. Esta madre que lo tiene todo no es “femenina”; ella es completa. El poema no es, como muchos argumentan (incluyendo a Klein en su teoría sobre la femineidad primaria) femenino, aún cuando tiene algunas de las cualidades de la madre. Por supuesto, la madre es donde se ha asentado la femineidad en su positiva acción de llenar un vacío y hacia donde debe hacerse retrospectivamente la asociación. Pero este poema y esta madre están relacionados con nociones de plenitud, abundancia, integridad. Nada falta. El verbo está en infinitivo. No hay “Yo” ni “otro”. En el relato, la diferencia sexual es simbolizada alrededor de la ausencia —la catexis del objeto abandonado, la envidia de lo que falta y que, imaginariamente, estaba allí. Aquí, en el poema, la envidia es por lo que está allí y lo es todo: leche, pecho, heces, bebés, penes. Lo que Klein está describiendo aquí es la materia prima, la plenitud de objetos y sentimientos en los que se basa el relato cuando tiene que construirse, que llenar sus vacíos. Es quizás justicia poética que la histérica que debe repudiar su femineidad, que es prácticamente nada, termine teniendo como base una madre que lo tiene todo. Pero debemos permitir que la historia nos diga algo sobre el poema también. Al describir lo que él llama el desenvolvimiento en la sexualidad en el siglo “”XIX, Michel Foucault (1976) plantea que se produjo:
Una histerización de los cuerpos de las mujeres: un proceso triple mediante el cual el cuerpo femenino fue analizado —calificado y descalificado— como totalmente saturado de sexualidad, por lo cual fue integrado a la esfera de la práctica médica en razón de una patología intrínseca a él; por lo cual, finalmente, fue colocado en comunicación orgánica con el cuerpo social (cuya fecundidad regulada se suponía aseguraba), el espacio familiar (del cual tenía que ser elemento sustancial y funcional) y la vida de los niños (que éste producía y tenía que garantizar debido a una responsabilidad biológica-moral que duraba todo el periodo de la educación de los niños): la Madre, con su imagen negativa de ‘mujer nerviosa’ constituía la forma más visible de esta histerización (las cursivas son nuestras).
La maternidad implica llenar la ausencia que la femineidad cubre y que la histeria trata de no reconocer. Desde sus posiciones a lo largo de un continuo maternidad e histeria, tener o no tener, ser o no ser, constantemente se cuestionan entre si.
BREUER, J.; FREUD, S.
(1895) Studies on Hysteria. S.E., 2.
FREUD, S.
(1886) Report on my studies in Paris and Berlin. S.E., 1.
(1888) Hysteria. S.E., 1.
(1900) The interpretation of dreams. S.E., 5.
(1893) Some points for a comparative study of organic and hysterical motor paralyses. S.E., 1.
(1908) On the sexual theories of children. S.E., 9.
(1911) Psycho-analytic notes on an autobiographical account of a case of paranoia (Dementia Paranoides). S.E., 12
(1919) A child is being beaten. S.E., 17.
(1933a) New introductory lectures. S.E., 22.
(1933b) Why war? S.E., 22
(1937a) Analysis terminable and interminable. S.E., 23.
(1937b) Constructions in analysis. S.E., 23.
(1938) Splitting of the Ego in the Process of Defence. S.E., 23.
[1950] The Origins of Psychoanalysis: Letters to Wilhelm Fliess. Nueva York, Basic Books, 1954.
FOUCAULT, M.
(1976) The History of Sexuality, Vol. 1. Harmondsworth, Penguin Books, 1981.
HEATH, S.
(1982) The Sexual Fix. Londres, Macmillan.
SEGAL, H.
(1964) Introduction to the Work of Melanie Klein. Londres, Heinemann.
STROUSE, J.
(1980) Alice James: A Biography. Londres, Jonathan Cape, 1981.
[1] Publicado originalmente en inglés, con el título “The question of Femininity and the Theory of Psychoanalysis”, en: The British School of Psychoanalysis, the Independent Tradition, editado por Gregorio Kohon. Londres, Free Association Books, 1986. [REGRESAR]
Dinora Pines