Miguelángel Flores
Anda que no te quiero
Diseño de portada: Marta García Pérez
Edición digital: Francesc Tovar
© Miguel Ángel Flores Martínez
(Aparece cada uno por un lado del escenario con un paraguas. Permanecen un tiempo parados el uno junto al otro esperando para cruzar la avenida. )
LUIS.—¿Tú también vas a cruzar?
ANA.—Sí, ¿llevas mucho tiempo?
LUIS.—Desde las siete y cuarto, ¿y tú?
ANA.—Yo hace un ratito. ¡Cuidado, no cruces, un coche! (Se ríen.)
LUIS.—(Amenazando.) Pues ahora voy a cruzar. (Se ríen.)
ANA.—Pues ahora cruzo yo (Ríen.) ¿Para qué vas a cruzar?
LUIS.—Para llegar al otro lado, ¿y tú?
ANA.—No, nada, para conocer gente.
LUIS.—¿Cómo te llamas?
ANA.—Ana, ¿y tú?
LUIS.—Luis ¡Qué paraguas más bonito!
ANA.—Me lo ha regalado mi... padre.
LUIS.—Ah, bueno. Voy a cruzar.
ANA.—¿Ya?, ¿tan pronto?
LUIS.—Sí, pero ahora vuelvo. (Cruza y vuelve.) Ya estoy aquí.
ANA.—Ah, qué bien cruzas, se nota que tú cruzas bastante.
LUIS.—Sí, llevo mucho tiempo.
ANA.—¿Cuánto años tienes?
LUIS.—69.
ANA.—Uy, no lo parece.
LUIS.—69 mi padre, yo 22 y mi madre 57. ¿Tienes…un cigarro?
ANA.—No, no fumo, ¿y tú, quieres un chicle?
LUIS.—No, también soy soltero. ¿Y tú, tienes años?
ANA.—De clorofila.
LUIS.—Ah, qué joven también.
ANA.—Sí, es sin azúcar.
LUIS.—Bueno, voy a cruzar otra vez.
ANA.—Si quieres te acompaño.
LUIS.—Yo sé solo, pero si quieres venir.
ANA.—Vale, y así echo el rato (Cruzan y vuelven.) Qué divertido ha sido.
LUIS.—¿Quieres que crucemos otra vez?
ANA.—No, no, sería demasiado.
LUIS.—No, por mí no; si una tarde empecé a cruzar a las tres y acabé a las doce.
ANA.—¿Todo seguido, sin parar? ¿Y con quién?
LUIS.—Con nadie, solo.
ANA.—¿No tienes amigos?
LUIS.—Sí, 1223.
ANA.—Ah ¿Tantos?
LUIS.—Una vez crucé con los ojos cerrados y a la pata coja.
ANA.—Qué atrevido. Pues yo lo máximo, ha sido cruzar de espaldas.
LUIS.—¿Y con el semáforo en rojo?
ANA.—No, en ámbar.
LUIS.—Bueno, también... ¿A que no eres capaz de cruzar con el paraguas cerrado?
ANA.—¿Cómo, así? (Lo cierra hacia abajo.)
LUIS.—No, así. (Lo cierra tapándose la cabeza.)
ANA.—Es que no sé... Luis.
LUIS.—¿Te doy la mano?
ANA.—Vale (Cruzan y se ríen.) Ay que emocionante. Una vez de pequeña cruce en carretilla, y me lo pasé de bien.
LUIS.—Pues vamos a hacerlo.
ANA.—Pero es que... (Él la empuja y la coge de los pies y cruzan.) Yo decía en la carretilla de mi padre, que era albañil (Poniéndose de pie.) ¿Se me ha visto algo?
LUIS.—Yo casi nada.
ANA.—Pues si quieres lo hacemos otra vez, para que me veas algo.
LUIS.—Hombre, tampoco me gusta abusar.
ANA.—No, si no te preocupes, si...
LUIS.—Pues te doy un beso.
ANA.—Hombre hay confianza, pero...bueno va. (Ella cierra los ojos y él la besa en la frente.)
LUIS.—¿Qué?
ANA.—Bien.
LUIS.—¿Sabes una cosa?, cuando te he dado el beso en la frente, tú tenías así los labios.
ANA.—Ya, los he puesto yo.
LUIS.—Pues parecías un pez.
ANA.—Sí, mi madre siempre me decía, "Anda que eres una raspa".
LUIS.—La mía a mí me decía, "Anda y cállate so besugo".
ANA.—Pues tú no pareces un pez.
LUIS.—Sí, mira. (Cierra los ojos y ella lo besa.) Ha pasado un ángel.
ANA.—¿Por qué?
LUIS.—Porque me ha rozado los labios.
ANA.—Qué lindo.
LUIS.—No te creas, ha comido ajo.
ANA.—No, chorizo.
LUIS.—¿Y cómo lo sabes?
ANA.—Porque llevaba el bocadillo en la mano.
LUIS.—Ah, ¿cruzamos otra vez?
ANA.—Uy, no, es muy tarde y me tengo que ir, ¿quedamos para mañana?
LUIS.—No, es que mañana he quedado con 700 amigos para cruzar la autopista, ya nos veremos otro día.
ANA.—Sí, algún día; al fin y al cabo la vida es un cruce. (Al despedirse ella le tiende la mano y él, nervioso, le cuelga el paraguas.)
LUIS.—Te lo regalo.
(Salen, cada cual por donde entró. )
de Manuel Espada
(Un hombre de 50 años maquillado como un muerto y con las ropas raídas sale del escenario despistado y se sienta junto a una espectadora en el patio de butacas.)
ESPECTADORA.—¿Está usted muerto?
PONCELA.—Qué ojo, señora, qué ojo.
ESPECTADORA.—No está usted mal para su edad.
PONCELA.—Gracias por el cumplido, muy amable.
ESPECTADORA.—En el nicho de Enrique Jardiel Poncela figura como epitafio una frase suya: «Si queréis los mayores elogios, moríos».
PONCELA.—Yo soy Enrique Jardiel Poncela. ¿Usted lo sabía?
ESPECTADORA.—No, mera casualidad. Dices una cita de un muerto y resulta que es el que tienes al lado. Cosas que pasan, ya sabe.
PONCELA.—Me morí a los 50 años, en la ruina y olvidado por todos. Menos por usted, por lo que veo.
ESPECTADORA.—¿Qué le trae por aquí, tan muertito, tan resucitadito?
PONCELA.—Por estirar las piernas. ¿Qué obra representan hoy?
ESPECTADORA.—“Anda que no te quiero”, de Miguelángel Flores. Es la cuarta vez que vengo a verla.
PONCELA.—Veo que admira usted al autor.
ESPECTADORA.—Pues no, vengo obligada.
PONCELA.—¿Quién la obliga?
ESPECTADORA.—El que ha escrito el prólogo. Yo tan sólo soy un personaje de ficción, me limito a seguir el guión, a servirle de altavoz al que ha escrito todo esto.
PONCELA.—Pues cuente, cuente...
ESPECTADORA.—En cierto modo me recuerda a usted, o a Miguel Mihura.
PONCELA.—A ése le fue mejor que mí...
ESPECTADORA.—(Habla muy rápido) Teatro del absurdo, atmósfera onírica, tramas que utilizan la incoherencia, el disparate y lo ilógico para criticar la sociedad y al hombre, ritmo vertiginoso, juegos de palabras, humor sin caer en el chiste fácil, comicidad en los diálogos, ternura en las situaciones más trágicas, dominio absoluto de la construcción dramática, dosificación exacta entre las situaciones inverosímiles y la realidad más realista, disparates inteligentes, personajes cáusticos, irónicos, sensibles, ingeniosos, agudos y mordaces...
PONCELA.—Respire, mujer le va a dar algo.
ESPECTADORA.—No, ya le dije que sigo un libreto. Y no pone nada entre paréntesis del estilo “a la espectadora de la butaca le da algo”.
PONCELA.—Pues no sé, parece usted tan real... ¿Puedo tocarle un pecho?
ESPECTADORA.—¡Ni se le ocurra! Usted preste mucha atención a la primera escena de la obra, porque está relacionada con la última. Es tan lírica, tan poética, tan plástica, que le va a encandilar.
PONCELA.—Son catorce escenas.
ESPECTADORA.—¿Cómo lo sabe?
PONCELA.—Sabe el diablo más por viejo que por diablo.
ESPECTADORA.—No crea, los hay que llegarán a los 100 años pensando que el clítoris es un pokémon de agua.
PONCELA.—¿Pokémon?
ESPECTADORA.—Sí, teatro japonés para niños… Nada que ver con esto.
PONCELA.—¿Es todo de risas?
ESPECTADORA.—En realidad no. Si rasca usted un poco, verá que bajo cada diálogo disparatado, detrás de cada situación absurda o cómica, hay una visión desencantada y escéptica, una amarga crítica a la absoluta falta de comunicación que impera en nuestra sociedad, una crítica a las relaciones de pareja que se pone de manifiesto a través de situaciones aparentemente sencillas. Dos personajes por escena y una escenografía minimalista. ¿Cómo se queda?
PONCELA.—Muerto.
ESPECTADORA.—Explíquese.
PONCELA