Eugenio María de Hostos
Meditando
Barcelona 2022
linkgua-digital.com
Créditos
Título original: Meditando.
© 2022, Red ediciones S.L.
e-mail: info@linkgua.com
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN rústica: 978-84-9953-336-0.
ISBN ebook: 978-84-9953-335-3.
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Sumario
Créditos 4
Brevísima presentación 9
La vida 9
Breve noticia 11
Hamlet 15
Introducción 15
Generalidades 15
Polonio 16
Laertes 20
Claudio 21
Gertrudis 24
Ofelia 27
El Príncipe 31
Exposición. La acción 38
Desarrollo 47
El monólogo 52
Diálogo 54
Desarrollo 56
Desenlace 62
Conclusión 64
Plácido 65
I 65
II 69
III 71
IV 74
V 77
VI 80
VII 82
VIII 83
IX 88
X 90
Carlos Guido Spano 94
I 97
II 100
Guillermo Matta 115
I 116
II 117
III 118
IV 119
Lo que no quiso el lírico quisqueyano 126
I 127
José María Samper 134
Salomé Ureña de Henríquez 140
Libro de Américo Lugo 144
I 144
II 145
La historia de Quisqueya 148
I 148
II 151
El Instituto Nacional de Chile 154
Las leyes de la enseñanza 157
I 157
II 159
III 161
IV 163
La obra de Lastarria 168
I 168
II 170
Temas políticos 181
Cartas críticas 184
I 184
II 187
Libros a la carta 193
Brevísima presentación
La vida
Eugenio María de Hostos (1839-1903). Puerto Rico.
Nació en Mayagüez en 1839 y murió en Santo Domingo en 1903. Hizo sus estudios primarios en San Juan y el bachillerato en España en la Universidad de Bilbao. Estudió además Leyes en la Universidad Central de Madrid. Siendo estudiante luchó en la prensa y en el Ateneo de Madrid por la autonomía y la libertad de los esclavos de Cuba y de Puerto Rico. Y por entonces publicó La peregrinación de Bayoán novela crítica con el régimen colonial de España en América.
Entre 1871 a 1874 Hostos viajó por Colombia, Perú, Chile, Argentina y Brasil. En Chile publicó su Juicio crítico de Hamlet, abogó por la instrucción científica de la mujer y formó parte de la Academia de Bellas Letras de Santiago. En Argentina inició el proyecto de la construcción del ferrocarril trasandino.
En 1874 dirigió con el escritor cubano Enrique Piñeyro la revista América Ilustrada y en 1875, en Puerto Plata de Santo Domingo, dirigió Las Tres Antillas, con la pretensión de fundar una Confederación Antillana.
Hacia 1879 se estableció en Santo Domingo y allí redactó la Ley de Normales y en 1880 inició la Escuela Normal bajo su dirección. A su vez, dictaba las cátedras de Derecho Constitucional, Internacional y Penal y de Economía Política en el Instituto Profesional.
Tras el cambio de soberanía de Puerto Rico en 1898 pretendió que el gobierno de Estados Unidos permitiera al pueblo de Puerto Rico decidir por sí mismo su suerte política en un plebiscito.
Decepcionado volvió a Santo Domingo donde murió en 1903.
Breve noticia
En prenda de gratitud, y como testimonio de rendida veneración a la memoria de DON EUGENIO MARÍA DE HOSTOS, damos a luz varios artículos publicados por él en diferentes revistas, cuando la suerte le brindaba con raros instantes de solaz y esparcimiento. El volumen que los encierra es el primero de la colección de escritores sur-americanos que, por sentimientos también de gratitud a la tierra en donde por primera vez se habló en América la lengua de Castilla, hemos denominado BIBLIOTECA QUISQUEYANA.
Conocidos son la tenacidad y el entusiasmo con que luchó durante toda la vida aquel hombre meritísimo en por de los dos ideales más hermosos del género humano: el de la libertad, que ennoblece y sublima hasta los más bajos instintos, y el de la educación que enseña a servirse de ese precioso don para bien de nuestros semejantes y perfeccionamiento del propio ser. Tampoco son ignoradas las ejemplares virtudes domésticas y patrióticas del fecundo publicista, ni desconocidos sus numerosos y variados estudios científicos y literarios que atestiguan con superabundancia el amor al trabajo y el culto ferviente a la verdad de que no dejó de dar prueba un solo día.
Nada más frecuente desde hace algunos años que las compilaciones de artículos llamados de crítica; pero nada más raro, tampoco, que los juicios hijos de madura reflexión y de verdadero análisis científico en dichas colecciones. Desnudas de originalidad, no obstante los pomposos nombres con que las engalanan sus autores, carecen de atractivo para el lector y por eso es tan precaria como infecunda su existencia. Fruto, por el contrario, de profunda meditación, los escritos de Hostos revisten tendencias docentes de elevado carácter y nobles propósitos, brindan al lector con ideas nuevas desarrolladas con sencillez y claridad, y no ofrecen aquel tono dogmático, regañón o irónico que malamente han dado en la flor de tomar algunos por indicio de capacidad científica.
Si la inteligencia del ilustre hijo de Puerto Rico merece considerarse, ora por las circunstancias y el medio en que se dio a conocer, ora por las dificultades que rodearon su adolescencia y su juventud, como raro don de la naturaleza; nos es grato afirmar que no menos privilegiado fue su corazón, pues si le ornaban la mente variados y profundos conocimientos, estimulaban su actividad generosa y gobernaban su voluntad los más puros y nobles afectos. No se circunscribieron las labores que le ocuparon toda la vida al suelo patrio y a las islas hermanas, sino que abrazando cuanto era americano, con igual ahínco daba a conocer los escritores de la República Argentina, de Chile, de Colombia o de cualquier otra nación suramericana como los propios literatos antillanos. Grande era su corazón para contenerlos a todos, y para no limitarse a defender únicamente con la palabra las causas por que luchaba. Con enérgica y perseverante acción sustento las doctrinas de la educación y de la libertad; por ellas afrontó las persecuciones y vivió y murió en honrosa pobreza.
Antes de que en Europa se hablase de abrir a la mujer las carreras científicas de la medicina y la jurisprudencia, el señor Hostos había persuadido al gobierno chileno de la importancia de esa medida, y las primeras señoritas que tomaron la borla de esas facultades le tributaron públicamente su reconocimiento. Fue también el primero en proclamar la importancia, en la República Argentina, de la construcción del Ferrocarril Trasandino, y así lo conmemoró agradecida la empresa dando el nombre de nuestro pensador a la primera locomotora que recorrió la celebre vía. En la República Dominicana redactó los principales proyectos de ley sobre enseñanza y dirigió durante nueve años la educación publica con éxito felicísimo; y para decirlo todo de una vez, por donde quiera que paso regó la fecunda semilla del bien y abogó por la causa del oprimido sin parar mientes en su origen ni creencias. Baste como ejemplo la campaña que durante permanencia en el Perú emprendió en favor de los chinos contra los despiadados logreros que los esquilmaban, y la manera cómo protegió los intereses de aquella República en el conocido asunto del Ferrocarril de la Oroya que no podemos dejar de referir.
Conociendo cuán poco podían las dádivas para hacer vacilar la honradez de Hostos, recurrió a poner asechanzas al ardoroso entusiasmo con que batallaba por la libertad de Cuba un artero contratista, ofreciéndole contribuir a ella con un millón de pesetas si le prestaba con su pluma el apoyo de que había menester para dar remate a sus negociaciones. A la sola luz de la conveniencia pública examinaba y discutía Hostos en La Patria las propuestas presentadas, de suerte que al llegar a la del astuto e insidioso negociante demostró sin vacilación ni flaqueza cuán desfavorable era en realidad a los intereses nacionales por más halagüeña que a primera vista pareciese.
La convicción que le animaba de que el hombre ha de ser un apóstol, en todas las circunstancias y estados de la vida, su incontrastable fe en la obra de la educación, y el sentido culto que profesaba a la mujer, le inspiraron conceptos dignos de los paladines feudales, que con placer verá el lector esparcidos por todas sus obras, y muy particularmente en el estudio profundo que hizo del Hamlet.
«De toda culpa de mujer (dice) es responsable un hombre, por injusto, por inepto o por liviano. De las culpas de mujeres como Gertrudis, es siempre autor un Claudio, por egoísta, por concupiscente o por malvado. La mujer vive del hombre como la Luna del Sol; y así como este da luz al astro que le está subordinado, así el hombre refleja su virtud y su vicio en la mujer. Educada por él es obra suya: obra buena si el autor es bueno; obra mala, si malo.»
Por grandes que fuesen la afición de Hostos a las Bellas Artes y su encariñamiento con los literatos americanos, nunca dejó de hacer presente, sin embargo, la necesidad de poner a raya esa pasión y la urgencia de restringir el campo de los estudios meramente literarios en los países en donde no brilla aún la aurora de la libertad, y allí donde no se han resuelto todavía los principales problemas de la vida nacional.
«Tenemos (dice su estudio sobre la poesía de Guillermo Matta) sobre la influencia de la poesía y de la literatura en la imaginación y el carácter de los latinoamericanos, una opinión que importa resumir en dos palabras. Opinamos que un pueblo de tanta imaginación como el nuestro, y sociedades de carácter tan inseguro todavía como las muestras en toda la América latina, pierden de razón lo que ganan en fantasía, y disipan de sustancia o fondo lo que invierten en forma, con la casi exclusiva educación poética y literaria que reciben.»
«Tales cuales son hasta hoy, ni la poesía ni la literatura son educadoras. El gusto literario y la delicadeza sensitiva que desarrollan, buenos y convenientes en sí mismos como son cuando sirven de complemento a una concienzuda educación de la razón, sirven de obstáculos cuando la antecede y la subyuga o la sucede bruscamente el culto de las formas.»
Don Eugenio María de Hostos vio la luz de esta vida instable el día 11 de enero de 1839, y la de la vida inmortal y perenne el día 11 de agosto de 1903.
Sobre la humilde loza que cubre sus cenizas debería grabarse esta inscripción:
ISTITIAM. DILEXIT. VERITATEM. COLUIT.
LOS EDITORES.