Cuartas Restrepo, Juan Manuel
La experiencia hermenéutica / Juan Manuel Cuartas Restrepo. -- Medellín: Fondo Editorial Universidad EAFIT, 2015.
212 p.; 24 cm. -- (Colección Académica)
ISBN 978-958-720-314-1
1. Hermenéutica. 2. Crítica literaria. 3. Gadamer, Hans-Georg, 1900-2002 – Crítica e interpretación. I.Vélez Upegui, Mauricio, Prol. II. Tít. III. Serie
121.68 cd 21 ed.
C961
Universidad EAFIT- Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas
La experiencia hermenéutica
Primera edición: noviembre de 2015
Primera edición: noviembre de 2015
© Juan Manuel Cuartas Restrepo
© Fondo Editorial Universidad EAFIT
Carrera 48A No. 10 sur - 107
Tel.: 261 95 23, Medellín
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ISBN: 978-958-720-314-1
Diseño de colección: Miguel Suárez
Fotografía de carátula: 100167428, ©shutterstock.com
Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la editorial.
Editado en Medellín, Colombia
a la memoria de los filósofos y compañeros de aula,
Jorge Iván Cruz González y Saúl Echavarría Yepes
Contenido
Portada
Portadilla
Créditos
Presentación
Mauricio Vélez Upegui
Primera parte: interpretación, comprensión y traducción
Hermenéutica e interpretación
¿Quiénes eran los exégetas?
Los presupuestos de la exégesis
El qué de la interpretación y el quién de los intérpretes
De vuelta a la pregunta: ¿qué significa comprender una obra literaria?
Un paso atrás: las cuatro vías para la comprensión de las Escrituras en la Edad Media
Un paso adelante: las cuatro vías para la comprensión de una obra literaria
De la comprensión hermenéutica
De la comprensión fenomenológica
De la comprensión histórica
De la comprensión monumental
De la comprensión del relato “O triunfo” (“El triunfo”), de Clarice Lispector
De la comprensión del poema “Le vin de l’assassin” (“El vino del asesino”), de Charles Baudelaire
Recapitulación
Desbordes de la traducción
Pausa e impedimentos
Ministerios de la traducción
Pero, ¿qué es la traducción?
¿Traducción o interpretación?
De cara a los traductores
Segunda parte: lectura, referencia y escritura
Sobre la lectura
El antiguo y difícil problema de la referencia
Realizar la referencia
Unidad funcional de tiempo y lenguaje
“Le damos el nombre de violencia”: La multitud errante, de Laura Restrepo
Sobre la escritura
La escritura como suplemento
La violencia de la letra
Repetición y escritura
La escritura como fármaco
Tercera parte: la experiencia hermenéutica
Hermenéutica y cotidianidad
Cotidianidad, vivencia de lo cercano
Pensar la velocidad, y otro tanto el accidente
Recapitulación
Mujer y hermenéutica
Primer escenario
Segundo escenario
Tercer escenario
Cuarto escenario
Postmodernidades y certezas
La categoría postmoderna
La consigna post
Primera certeza
Segunda certeza
Tercera certeza
Cuarta parte: Hans-Georg Gadamer
Gadamer en Suramérica, dos episodios de historias conectadas
Gadamer en Mendoza
Gadamer en Bogotá
En el nombre de Edmund Husserl: el caso Gadamer, o la escalera al vacío
La puesta en común
La divergencia
Las acepciones en juego
Recapitulación
Gadamer frente al fracaso del lenguaje
Subtilitas applicandi, de Gadamer a Ricœur
Subtilitas applicandi
Subtilitas applicandi, vera littera est
Appropriation
Bibliografía
Presentación
Mauricio Vélez Upegui
Tarea ardua, por no decir sembrada de escollos, la de intentar contener en una frase de alcance universal la esencia de lo humano. Sin ser legión, las afirmaciones, a este respecto, abundan y, al parecer, están lejos de agotarse. Lo distintivo del hombre, eso que no podría enajenarse o transferirse y que le pertenece como si tratara de su hacienda particular, ha querido ser visto en la tenencia y uso de la razón, en el hecho de que –sean cuales fueren las circunstancias que le toca vivir– es capaz de reírse de sí mismo y de los demás o en el despliegue de una conciencia orientada a la captación y cultivo de lo sagrado. Si huelga decir que toda definición está determinada por un punto de vista específico, tal vez no sobre anotar que en el marco de un enfoque hermenéutico la respuesta a la pregunta por lo imperdible del hombre guarda relación con algo que podríamos denominar, si se nos permite la expresión, la avidez de sentido.
Ante la fascinación y el estupor que produce el relativo silencio de los animales, cuyas muestras de comunicación nos resultan en gran parte misteriosas e impenetrables, tendemos a creer que somos los únicos, entre los seres vivos, que procuramos hacer patente, por vías diversas, dicha avidez. La causa de esta inclinación es conocida: hemos recibido, como parte de un complejo legado biogenético, la facultad del lenguaje. Y con él, o, mejor, con las posibilidades y limitaciones que nos ofrece, nos volcamos, de modo incesante, a hablar sobre lo que pasa en nuestro interior o sobre lo que acontece en el exterior. Si hablamos a otros (y siempre lo hacemos así, por más que nos empeñemos en suponer lo contrario), es porque nos alienta el deseo de crear comunidad y, sobre todo, porque nos empuja la intención, a menudo callada, de conjurar la implacable –y en ocasiones necesaria– acción del olvido. Algo similar cabe decir de la escritura (y de otras manifestaciones que demandan un soporte de fijación): si fijeza, en la piedra, el papel, el lienzo, la partitura, la pantalla del computador, se apuntala en el deseo de mantener viva la memoria y hacer de ella diálogo vivo.
Como la realidad (un crepúsculo, un texto, una conversación, una pintura, una pieza musical, un accidente), por más que pueda ser nombrada, no siempre destila un significado, y menos uno establecido de modo definitivo, apelamos al lenguaje para formular una pregunta corta y directa, no exenta de problemas: “¿qué significa?” Tras ella se agazapan no pocas motivaciones: administrar la incertidumbre, acordar una línea de entendimiento, restituir el equilibrio, querer entender, huir de las aporías, ensanchar los modos de captación, sancionar el absurdo, en una palabra, construir un sentido (y no tanto encontrarlo). Todo indica, entonces, que antes que ir tras el resplandor de la verdad (auténtico pez enjabonado de los afanes humanos), los hombres dirigen sus acciones y palabras, las que conforman la esfera de la familia, del trabajo o de la vida, en pos de algún destello de significación.
Precisamente en el núcleo del libro de profesor Juan Manuel Cuartas Restrepo, titulado La experiencia hermenéutica, y el cual el lector tiene ahora en sus manos, late con vigor y se manifiesta con fuerza esta constante humana que hemos llamado, a falta de una mejor expresión, avidez de sentido.
Producto de años de estudio esforzado, observación sensible y ánimo participativo, su trabajo se destaca por varios aspectos.
En primer lugar, se trata de un texto que es, al tiempo, muchos textos. Una locución latina, paradójica en sí misma, sirve para caracterizarlo: unitas multiplex (unidad múltiple). Su unidad procede del problema elegido, a saber: ¿qué papel juega el sentido a la hora de comprender, explicar o interpretar algo, llámese página escrita, pintura, fotografía, ademán corporal o evento humano? Y su multiplicidad radica en las fuentes consultadas y en los recursos empleados. En efecto, a poco de internarse en el entramado discursivo del libro, el lector se topará con epígrafes, citas eruditas, pequeñas traducciones, fragmentos de poemas, síntesis de relatos, trozos de cartas, reproducción de pinturas e instantáneas, noticias biográficas, alusiones a conferencias, ejemplos, diagramas, etc., procedentes de acervos diversos y necesarios todos para desarrollar, en cada una de las unidades expositivo-argumentativas que integran el trabajo, las ideas sopesadas y comunicadas. Estamos, pues, ante un texto intencionalmente polifónico que, pese a todo, procura en todo momento dejar sentir los matices de la voz personal. Una voz salpicada por igual de renovada curiosidad y provocadora exégesis, de cauto enjuiciamiento y fina síntesis, de densa argumentación y serena exposición.
En segundo lugar, la reflexión adelantada por el profesor Cuartas Restrepo, sin responder forzosamente a las exigencias que hoy plantea la disciplina histórica, se nutre de una temporalidad amplia y, más, fecunda en entrecruzamientos históricos. Ello explica por qué el movimiento expositivo adoptado por el autor se remonta hasta el pasado antiguo y medieval para esclarecer los postulados de significación entrañados por ciertas expresiones que han entrado a formar parte de nuestro vocabulario filosófico, e igualmente se detiene, con detallada morosidad, en el presente más vivo y contemporáneo con el fin de contrastar posturas teóricas y producciones artísticas o de aplicar a realizaciones estéticas de distinta índole los contenidos especulativos propuestos por pensadores que hacen parte ya de la tradición occidental. Al final, lo que se consigue, yendo del pasado hacia el presente, y de este hacia el futuro, es un amplio arco temporal salpicado de genéricos o pormenorizados apuntes dedicados a pensar las implicaciones expresivas y referenciales que suponen actos tales como meditar, fabular, poetizar, dramatizar, pintar, leer, escribir, traducir, dialogar, comprender, explicar, interpretar, en fin, todo lo que podría darle sazón a la vida misma.
Un tercer elemento atañe a una inclinación discursiva, manejada con prudencia y equilibrada dosificación por el profesor Cuartas Restrepo. Haciendo uso de una locución que en su momento hizo carrera, me gustaría designarla con el nombre de descripción fenomenológica. Se trata, conforme a la enseñanza de Husserl, de una suerte de ajetreo de la conciencia consistente en “ir a las cosas mismas”, antes de emprender un análisis cualquiera. En cierta medida equivale a ocuparse de las cosas (entendidas en sentido amplio) como si se las estuviera contemplando por vez primera o como si ellas nos salieran al encuentro en espera de recibir un tratamiento despojado de prejuicios u otra clase de supercherías consagradas. El desafío consiste en servirse del lenguaje, no tanto para hablar del lenguaje en cuanto tal (operación que a buen seguro sólo le interesa a la lingüística), cuanto para “dejarse tramar” por aquello con lo que cotidianamente entramos en contacto y a lo cual prestamos escasa o ninguna atención, ya sea por la persistencia de nuestros hábitos mentales, ya sea por el acatamiento irreflexivo de ciertos mandatos sociales. El soporte de esta actitud, que resuena a lo largo del libro como una especie de bajo continuo, se fundamenta en la convicción de que, lejos de significar de una manera inmediata y evidente, las cosas muy frecuentemente se resisten a proporcionar un sentido y por eso exigen del hombre que interactúa con ellas un espíritu sutil: sutileza para comprender, agudeza para explicar e ingenio para aplicar.
Una cinta (la imagen quiere ser ilustrativa nada más) envuelve el conjunto textual y lo atraviesa internamente de cabo a rabo. Hablamos, en concreto, de la cinta hermenéutica, a la vez actitud vital, arte de la interpretación o meditación sobre el estatuto de la verdad en las ciencias humanas. Moteada de antigüedad (por más que algunos se opongan a reconocer venerables filiaciones), entintada de modernidad (justamente en el momento en que la razón lucha por desprenderse de las coacciones de la fe) y sombreada de postmodernidad (un tiempo vago y difuso caracterizado por otras alternativas de valoración no canónicas), la hermenéutica vuelve a irrumpir en el horizonte filosófico, de la mano de Gadamer y Ricœur, para señalarle a la experiencia humana una nueva senda de tránsito y un nuevo horizonte de comprensión. Tal es el contenido implícito que late en las páginas del libro del profesor Cuartas Restrepo: ni siquiera a título de ficción es concebible un ser humano que pase por la vida en calidad de observador neutro, desinteresado por entender mínimamente lo que acontece en torno suyo, ciego a los estímulos de la realidad, sordo a las voces que lo interpelan o a los sonidos que lo circundan, insensible a los dictados de la razón o a los empujes de la emoción, renuente a la posibilidad de sostener algún tipo de conversación o refractario a entrever otras opciones de existencia. Vivir, así sea en condiciones desfavorables, es abrirse a experiencias inéditas, inexorablemente inscritas en el tiempo, localizables en el espacio y traducibles a palabras (portadoras ellas mismas, por qué no, de sentido y referencia).
En suma, lo que el lector hallará en el trabajo del profesor Cuartas Restrepo es un amplio recorrido por los dominios teóricos y prácticos de la disciplina hermenéutica. Una disciplina interesada menos por formular un método de trabajo, pues lejos de ella cualquier aspiración positivista, que por teorizar acerca de los asuntos humanos en los cuales la comprensión y explicación aparecen comprometidas. El plus del libro consiste en llamar la atención sobre la necesidad de vincular la investigación hermenéutica (el espíritu sutil del que antes hicimos mención) a realidades, prácticas y experiencias habitualmente no contempladas por esta disciplina. Y todo en el entendido de que los hombres, en tanto seres de lenguaje, tramados existencialmente por el lenguaje, comportan una inclinación natural que los conduce a preguntarse, no sin ser presa de cierta avidez, por el sentido de las cosas.
Primera parte: interpretación, comprensión y traducción
Hermenéutica e interpretación
En su sentido clásico, la hermenéutica era considerada como el arte de la interpretación; con el correr del tiempo, la hermenéutica bifurcó sus propósitos hacia una reflexión metodológica sobre el estatuto de la verdad en las ciencias humanas, y hacia una filosofía de la interpretación propiamente dicha. Así las cosas, lo que importa saber es ¿qué viene a ser entonces la interpretación? La palabra no resulta ajena a los ejercicios de deliberación en torno al sentido de los textos escritos, como no es extraña a la observación y a los juicios que se emiten sobre determinados eventos de la realidad. Lo interesante es que la interpretación de un mismo texto o de un mismo evento nunca será una y sólo una, porque al haber varias miradas, como varias lecturas, las interpretaciones revelan que no hay un núcleo de significación, sino más bien una gama de versiones de las que se puede tomar partido si se busca comprender los textos y los eventos. No es asunto nuevo la tentativa que busca establecer vínculos entre el dios Hermes y la hermenéutica; el propósito consiste en “revivir” la significación, en gran medida alegórica, de las acciones de Hermes (principalmente, por su calidad de mediador) y ponerla en relación con la valoración hermenéutica del lenguaje. Tenida por muchos autores como arbitraria, dicha relación no constituye como tal una exigencia que obligue a reconocer la relevancia del mito en el orden de las ideas de la disciplina hermenéutica. Yendo a un caso particular, en el libro Storia dell’ermeneutica (1988), el filósofo italiano Maurizio Ferraris observa que en términos generales los autores más representativos de la hermenéutica no comprometen su concepto acerca del origen de la disciplina con la derivación explícita del mito de Hermes. El mismo Ferraris no concede más que un pequeño párrafo a Hermes, en el que hace salvedad de la dimensión teórica de la hermenéutica, y considera que “la procedencia a partir de Hermes es una reconstrucción a posteriori”.1 Esta observación podría ser suficiente, pero Ferraris acude a las precisiones etimológicas de Karl Kerényi, que establece: “Hermeneia, la palabra y la cosa, está en la base de todas las palabras derivadas de la misma raíz y de todo lo que en ellas ‘resuena’: de hermeneus, hermeneutes, hermeneutike. La raíz puede ser idéntica a la del latín sermo. No tiene, en cambio, ninguna relación lingüístico-semántica –salvo por semejanza en el sonido– con Hermes”.2 La siguiente es la mención del dios Hermes en el diálogo “Cratilo”, de Platón:
408a, b HERMÓGENES. —Intentemos, pues, investigar qué significa el nombre de Hermês, a fin de que veamos también si la afirmación de éste tiene algún valor.
SÓCRATES. —En realidad, parece que Hermês tiene algo que ver con la palabra al menos en esto, en que al ser “intérprete” (hermẽnea) y mensajero, así como ladrón, mentiroso y mercader, toda esta actividad gira en torno a la fuerza de la palabra. Y es que, como decíamos antes, el “hablar” (eírein) es servirse de la palaba y lo que Homero dice en muchos pasajes (emēsato “pensó”, dice él) es sinónimo de “maquinar” (mēchanēsasthai). Conque, en virtud de ambas cosas, el legislador nos impuso, por así decirlo, a este dios que inventó el lenguaje y la palabra (y légein es, desde luego, sinónimo de eírein) con esta orden:
Oh hombres, aquél que inventó el hablar (ὃς τὸ εἴρειν ἐμήσατο), / con razón será llamado por vosotros Εἰρέμης (el inventor del habla).
Ahora, sin embargo, nosotros lo llamamos Hermēs por embellecer, según imagino, su nombre.3
El trabajo filológico que ha tomado en consideración las etimologías expuestas por Sócrates en este diálogo, ha puesto en cuestión la objetividad de los significados y la correcta derivación de los campos semánticos, así como las observaciones gramaticales y aun fonéticas. De esta reconvención severa, que estima en muy poco el método y la indagación de Sócrates en relación con las etimologías de nombres comunes, nociones intelectuales, nociones morales, nombres de fenómenos naturales, nombres propios de héroes y dioses, resulta relevante que la etimología del nombre Hermês se considere correcta, en la medida en que remite la significación del dios Hermes a dos instancias concomitantes: como inventor del lenguaje y como intérprete. De aquí en más, las acepciones que señala Sócrates del término hermẽnea son tenidas también como correctas.4
Derivada de lo anterior, la polémica está servida en relación con el vínculo profundo, discreto o inexistente entre el dios Hermes y la disciplina hermenéutica. De un lado, habla con certeza el significado etimológico del nombre Έρμῆς (Hermês), que adquiere el valor de un petitio principii en virtud del cual las ciencias del lenguaje refrendan la no desdeñable autoridad filosófica de Sócrates y de Platón. De otro lado, la teoría hermenéutica de autores como Hans-Georg Gadamer y Paul Ricœur toma distancia del supuesto origen mítico de la hermenéutica y del ensueño clásico que recoge del dios Hermes asuntos vinculados con los problemas de la interpretación y la comprensión. Ante esta situación viene bien invocar una posición conciliadora, como puede ser la del hermeneuta canadiense Jean Grondin, que sostiene:
El oficio de mediación llevado a cabo por la actividad “hermenéutica” ha llevado a los antiguos a ver una relación etimológica entre la familia semántica en torno a έρμνεύειν y Έρμῆς, el dios mensajero que permitía a las divinidades comunicarse entre ellos, pero también hablar a los hombres. Bastaría decir que la relación es muy evidente para ser rigurosa. De hecho, ha sido acogida con una fuerte dosis de escepticismo por parte de la filología más reciente. Sin embargo, una relación etimológica más creíble, nunca ha conseguido imponerse, si bien la pregunta concerniente al origen de los términos έρμνευτιϰή y Έρμῆς debe quedar aquí abierta.5
Mientras de un lado puede decirse que no se trata de tomar partido por el vínculo o por la distancia entre el dios Hermes y la hermenéutica, sino más bien avanzar con la hermenéutica misma, que en su desarrollo ha dado lugar a prácticas como la jurisprudencia, la exégesis bíblica, la hermenéutica literaria, etc.; no obstante, de otro lado puede decirse que no hay nada solucionado, y que genuinamente los mitos han aportado y aportarán al conocimiento de la experiencia humana; algo que no es menos relevante en el caso de los dioses griegos, provistos de una gran narración que los conecta con la historia de Occidente y con en el proyecto de ilustración que viene a continuación. Ante el asunto en discusión, el filósofo alemán Martin Heidegger manifiesta, por su parte, una actitud filológica que consiste en entablar un vínculo de sentido entre los desempeños interpretativos de la hermenéutica y la significación mítica del lenguaje. Siendo consecuentes, es la posición expuesta por Heidegger la que da pie para avanzar en la ampliación de la significación del dios Hermes con miras a su diseminación en tesis y prácticas de “mediación”. En “De un diálogo del habla entre un japonés y un inquiridor”, recogido en el volumen De camino al habla (Unterwegs zur Sprache, 1959), Heidegger invita a su interlocutor a especular sobre las trazas de Hermes en los terrenos de la aplicación hermenéutica:
La expresión “hermenéutico” –señala Heidegger– deriva del verbo griego ὲρμνεύειν. Esto se refiere al sustantivo ὲρμνεύς que puede aproximarse al nombre del dios Έρμῆς en un juego del pensamiento que obliga más que el rigor de la ciencia. Hermes es el mensajero divino. Trae mensajes del destino; έρμενύειν es aquel hacer presente que lleva al conocimiento en la medida en que es capaz de prestar oído a un mensaje. Un hacer presente semejante deviene exposición de lo que ya ha sido dicho por los poetas –quienes, según la frase de Sócrates en el diálogo Ion de Platón (534e), έρμηνῆς εὶσιν τῶν δεῶν, “Mensajeros son de los dioses” […]. De todo ello se deduce claramente que lo hermenéutico no quiere decir primeramente interpretar sino que, antes aún, significa el traer mensaje y noticia.6
En un dios como Hermes se identifica “algo” que toca a la intermediación, al tránsito, al camino, a los umbrales en los que todo aquello que se presenta en un estado de incomprensión, llama a su consideración y resolución; nociones que no resultan ajenas a las prácticas hermenéuticas en las que caben el diálogo, la interpretación y la continuidad de múltiples sentidos que discuten la verdad. De la hermenéutica se aprende, por su parte, que la interpretación hace aportes a un proceso de comprensión que no se alcanza de manera automática. Desde los tiempos antiguos, las distintas sociedades recurrieron a signos gráficos para fijar señales o mensajes que, en la medida en que pudieron conservarse o reproducirse, dieron ocasión a su exploración, desciframiento, lectura, traducción e interpretación. Aquellos eran los orígenes de lo que hoy se conoce como “texto”, sin cuya preservación la hermenéutica no hubiera definido un propósito.
Caso aparte lo constituye la hermenéutica de los textos sagrados, que se desarrolla al margen de la filosofía, asumiendo el compromiso de indagar la verdad oculta en las que se consideraban como Escrituras Sagradas, como el Kibalión (o Libro de los muertos, de los egipcios), el Corán (o libro sagrado del Islam, que contiene la palabra de Al-lāh) y la Biblia (o conjunto de libros canónicos del judaísmo y el cristianismo). Ante estas expectativas de interpretación, la hermenéutica pasó a ser una disciplina teológica, y la interpretación (ahora llamada exégesis) alcanzó magníficos desarrollos, especialmente entre los filósofos cristianos de la Edad Media. Como continuador de esta tarea, el teólogo del Sacro Imperio Romano Germánico, Martin Lutero (1483-1546), no sólo realizó la primera traducción de la Biblia a una lengua vernácula, sino que, siguiendo la consigna expresada en latín como sacra scriptura sui ipsius interpres (cada uno es el intérprete de las Sagradas Escrituras), realizó una interpretación de la Biblia que tomaba distancia de las exégesis canónicas, desde tiempo atrás regularizadas y estancadas. Gadamer plantea: “El presupuesto de la hermenéutica bíblica –en la medida en que la hermenéutica bíblica interesa como prehistoria de la moderna hermenéutica de las ciencias del espíritu– es el nuevo principio que introduce la reforma respecto a las Escrituras”.7
Pero la hermenéutica continúa más allá de las exégesis de los textos sagrados. En la medida en que los acervos textuales de otros campos del conocimiento humanístico demandan un trabajo riguroso de interpretación y comprensión, no es difícil deducir que la hermenéutica se vincula a otras prácticas, como la traducción, la aplicación y la lectura. A partir de las precisiones que realizó el filósofo y teólogo alemán Friedrich Schleiermacher (1768-1834), quien elaboró una teoría general de la comprensión, comienza el desarrollo de una filosofía hermenéutica que mostró que era posible buscar la comprensión no sólo en los textos, sino también en la relación de las personas entre sí. Había llegado el momento en que la hermenéutica se independizaría de las preceptivas y del apego a las etimologías (de las que se asumía sin discusión que revelaban el origen del sentido y otro tanto la “verdad”). De la misma manera que expresiones orales como las conversaciones y las narraciones podían ser tomadas como “textos”, asimismo la interpretación podía dirigirse ahora a las vivencias, o a todo aquello que fuera observado y analizado para alcanzar niveles de comprensión cada vez mayores. La concepción defendida por Schleiermacher fue:
Cuando el intérprete se enfrenta con la singularidad de un autor y se esfuerza por comprenderlo tan bien e incluso mejor de lo que se comprendió él mismo, lleva a cabo artísticamente (según reglas) la tarea de hacer explícito en el texto en cuestión el cruce, la interacción de los opuestos en los que se funda el pensamiento verdadero: finitud e infinitud, verdad y limitación, historicidad y atemporalidad, universalidad e individualidad.8
A partir de aquí comienzan a revelarse las claves de la ampliación de la hermenéutica, que nos lleva hoy a preguntar: ¿cuáles son entonces los límites de la interpretación? Filósofos relevantes del siglo XX abordaron esta pregunta en sus obras; entre ellos: Martin Heidegger (Hermenéutica de la facticidad, 1923), Emilio Betti (Teoría general de la interpretación, 1955), Hans-Georg Gadamer (Verdad y método, 1960), Paul Ricœur (El conflicto de las interpretaciones, ensayos de hermenéutica, 1969) Gianni Vattimo (El fin de la modernidad, nihilismo y hermenéutica en la cultura postmoderna, 1985), Jean Grondin (La universalidad de la hermenéutica, 1993) y Mauricio Beuchot (Tratado de hermenéutica analógica, 1997).
Recapitulando, la hermenéutica es una disciplina filosófica que integra dos planos; de un lado, la teoría sobre la interpretación que desde la antigüedad griega y las exégesis medievales ha estado siempre en expansión; de otro lado, la proyección de la interpretación a diferentes aplicaciones que guardan relación con el tránsito de los lenguajes de un estado de comprensión a otro, como la traducción, la lectura, la crítica literaria, la jurisprudencia, el arte. Ahora bien, fundamentalmente ha sido de la mano de Hans-Georg Gadamer que se ha aprendido que también las ejecuciones estéticas de las diferentes artes, desde la arquitectura y la música hasta la poesía y el cine, son altamente sugestivas y, como tal, expresión de la que se podría denominar “hermenéutica atractiva”, que llama a la “recuperación y elucidación de la pregunta por la verdad en el arte”. De otro lado, la hermenéutica realiza incursiones en otro plano de significación bien conocido por todos: la cotidianidad, donde busca dar cuenta y comprender las vivencias y establecer su relación con el sentido y la conciencia histórica. Efectivamente, cada evento de la cotidianidad puede interpretarse como cargado de “verdad”, o como expone Gadamer: “son ellas [las verdades] las que en cierto modo toman posesión de nosotros”.9
¿Quiénes eran los exégetas?
La denominación no es extraña, si bien es restrictiva; los exégetas asumieron en la Edad Media el rol de hermeneutas, es decir, de intérpretes de textos antiguos, ya clásicos, ya sagrados. Pero al día de hoy sería incorrecto afirmar que los exégetas son sujetos de otros tiempos; en tanto que pervive la exigencia de volver sobre los textos antiguos con mirada de análisis y actitud reconstructiva, movidos por inferencias nuevas de las que se desprenden interpretaciones nuevas. Los exégetas están hoy tan presentes como lo estuvieron antes; sin embargo, la restricción de su oficio continúa, porque sigue siendo suyo el dominio de los textos canónicos, las Sagradas Escrituras, y los textos de los grandes autores de la Iglesia, a los que se les han sumado las hagiografías y los testimonios escritos de hombres y mujeres tocados de santidad y de conocimiento divino. Habrán cambiado los procedimientos, al igual que los parámetros de interpretación y los recursos tecnológicos necesarios para que los exégetas lleven a cabo su labor, pero la esencia hermenéutica continúa siendo la misma: discutir acerca de la verdad, redefinir términos, despejar sentidos, alcanzar la comprensión, abonar a la gran memoria exegética de la cultura cristiana. La pregunta: ¿quiénes eran los exégetas?, no está bien formulada entonces, porque no han dejado de ser personas de la élite intelectual de la Iglesia católica o del judaísmo, el luteranismo, el islamismo, en quienes se preserva la exigencia de interponer un recurso hermenéutico-teológico para explorar el saber de la palabra de Dios. En consecuencia, la definición corriente de los “exégetas”, que limita la razón de su oficio a la remota Edad Media es, desde todo punto de vista, imprecisa.
Es necesario resaltar que en los pueblos, religiones y culturas cooptadas por textos antiguos de orden mítico o sagrado, una sucesión de roles exegéticos no ha dejado de estar presente a través de las épocas. El vínculo con la escritura resulta tan estrecho, que sencillamente se desdibujaría el perfil de su historia y su razón de ser si se rebajara a inútil o a desprovisto de sentido la exigencia moral de la lectura, la revisión e interpretación de las obras que se asumen como fundadoras del vínculo con Dios y los orígenes. El exégeta católico, míresele por donde se le mire: medieval, moderno o contemporáneo, adelanta una labor que engloba aspectos como:
a) Razón suficiente, el exégeta estudia las Sagradas Escrituras para afianzar su conocimiento de la palabra revelada, iluminar su sentido y explicarlo a quienes tienen la misión de pregonarlo. Por esta razón, al exégeta se le reconoce como un actualizador de la Palabra de Dios
Tomando en consideración un carácter histórico que resulta decisivo en relación con los textos sagrados, el exégeta se provee de elementos de análisis que pueden provenir del método histórico-crítico, como de la teoría de las historias conectadas.
b) Una consideración similar le cabe al dominio literario de los textos bíblicos, en virtud del cual el lenguaje se refigura en ellos, de un lado, como expresión poética; y de otro, como “identidad narrativa”. Bajo esta consideración, el exégeta integra en su rol dos de las corrientes centrales de la hermenéutica, a saber: la hermenéutica teológica y la hermenéutica literaria.
c) Otra razón, si se quiere científica, dispone al exégeta como investigador del legado de los exégetas que le preceden, así como revisor de los matices del sentido de los términos y de las expresiones en las lenguas antiguas.
d) No bastando lo anterior, el exégeta contemporáneo complementa su labor ofreciéndose como expositor y maestro, en tanto que transmite a su comunidad la enseñanza de sus interpretaciones. En tal sentido, los exégetas devienen a su vez como referentes académicos que se suman a la historia de aquellos nódulos de interpretación en los que concentran su labor.10
e) Sin renunciar a indagar el sentido escatológico, que no deja de estar en juego en la interpretación de las Sagradas Escrituras, el exégeta continúa siendo un intérprete de signos que aspira a conectar la palabra de Cristo con el final de los tiempos.
Los presupuestos de la exégesis
El Doctor de la Gracia, san Agustín de Hipona (354-430), dejó escrito al comienzo de sus Confesiones:
Dame, Señor, a conocer y entender qué es primero, si invocarte o alabarte, o si es antes conocerte que invocarte. Mas ¿quién habrá que te invoque si antes no te conoce? Porque, no conociéndote, fácilmente podrá invocar una cosa por otra. ¿Acaso, más bien, no habrás de ser invocado para ser conocido? Pero ¿y cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán si no se les predica?11
Lo anterior puede ser tomado, si bien en un sentido teológico, asimismo en un sentido moral, como el estado de cosas por el que debían responder, sin ambigüedades ni imposturas, las personas con formación académica, bíblica, teológica y filosófica, antes de proceder a realizar el arduo ejercicio hermenéutico de la glosa, la exégesis, la interpretación e iluminación de los textos sagrados, que una comunidad entera de grandes proporciones y de diversas procedencias y tendencias, esperaba conocer para penetrar los misterios, avivar la fe y propagar la palabra de Cristo. Como en todos los eventos en los que participa el hermeneuta, no había en los exégetas nada ganado con anterioridad, lo que significaba que no bastaba que creyeran en Dios, porque debían llegar a conocerle, como no bastaba arrobarse y abandonarse místicamente, si no se predicaba la experiencia vivida y el conocimiento adquirido. La exigencia que se planteaba san Agustín respondía por tanto a la aspiración de su formación integral como hombre letrado entregado a Dios, defensor y propagador de la palabra de Cristo; de igual manera, su exigencia estaba dirigida a los filósofos cristianos, a los predicadores, y a todo aquel que tuviera acceso a los signos y designios de Dios. La formulación con la que se ha querido simplificar estas exigencias, queriendo ver en ellas la deliberación entre creer y saber,12 desde todo punto de vista resulta parcial. Creer no se refería a un estado ciego de alienación y aceptación de la verdad de Cristo, sino más bien a un acto de conciencia que reclamaba gozo y autoexamen. Si el pensamiento antiguo dispuso el conocimiento en un plano amplio de observación y discusión sobre asuntos de orden epistemológico, mítico, cosmológico, político, ético, lógico, metafísico, poético; en contraste, lo que el cristianismo puso en primer plano fue un ejercicio de encarnamiento del mensaje de Cristo que dio como resultado la transformación de los individuos en creyentes.
¿Qué ocurría entonces con la labor exegética? Se trataba de una actividad académica llevada a cabo por una élite intelectual, que si bien respondía al credo cristiano, no resultaba ajena a las referencias clásicas que hacían realmente arduo normalizar las interpretaciones. En procura de un conocimiento suficiente de las Escrituras, los “obreros” de la exégesis no perdían de vista el denominado “sentido espiritual” de los textos sagrados, del que podía dar cuenta un tratamiento alegórico, y en el que se fundamentaban los demás tratamientos: literal, moral, analógico, anagógico y escatológico. Para comenzar, el sentido literal indagaba por el significado genuino de las palabras, apelando a fuentes filológicas y literarias, respaldado en la recreación contextual y en la autoridad de los autores. Adoptada la exégesis literal, y alcanzado el “sentido originario” de las palabras (del que se infería una “correspondencia” con el sentido dictado por Dios), se pudo desarrollar una didáctica de las Escrituras destinada a la predicación, que privilegió la observación de determinadas expresiones, enumeraciones y descripciones de los textos sagrados. En la exégesis literal se tuvo el propósito de conseguir disolver los sentidos ocultos, confusos y difusos que enturbian el entendimiento y retardan la comprensión de pasajes cruciales de la Biblia y de los autores canónicos.13
Paralelo a lo anterior, los iluminadores de manuscritos desplegaron su arte y su imaginería en la elaboración de imágenes cuya esencia simbólica y narrativa consiguiera retratar personajes reales e imaginarios (señales gráficas para mostrar el bien y el mal, y para dar un giro a la enseñanza e interpretación de los textos sagrados). La suma de procedimientos hermenéuticos gráficos y literarios se propagó por toda Europa e hizo altamente reconocidos diferentes centros de congregación de monjes consagrados al estudio de la Biblia. En estos lugares se dio cuenta también de manuscritos de distintas procedencias y de diferentes épocas, que abordaban tópicos en ocasiones cercanos, pero en ocasiones lejanos a las Sagradas Escrituras; manuscritos que habían sido escritos en lenguas diferentes al latín, o en versiones vernáculas del latín, que resultaba preciso glosar para aclarar el sentido de algunos términos y expresiones.
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Queda aprendido que a lo largo de los siglos la hermenéutica ha indagado la verdad oculta en el universo de los signos. Yendo un paso más allá de la labor de los exégetas, la hermenéutica no pierde de vista su misión como mediación e interpretación de eventos de diversa naturaleza, como los signos, los símbolos, los sueños. En este sentido, la relevancia de la interpretación cobra gran importancia, al punto que el filósofo alemán Friedrich Nietzsche sentenció de manera categórica, y no menos controvertida:
7 [60] Contra el positivismo, que se queda en el fenómeno “sólo hay hechos”, yo diría, no, precisamente no hay hechos, sólo interpretaciones. No podemos constatar ningún factum “en sí”: quizás sea un absurdo querer algo así. “Todo es subjetivo”, decís vosotros: pero ya eso es interpretación, el “sujeto” no es algo dado sino algo inventado y añadido, algo puesto por detrás. —¿Es en última instancia necesario poner aún al intérprete detrás de la interpretación? Ya eso es invención, hipótesis.14
En la concepción nietzscheana, la hermenéutica señala la convergencia entre la significación y la interpretación, ninguna de las cuales ha perdido la exigencia originaria de alcanzar con rigor la comprensión que comportan eventos de naturaleza diferente que, bien entendida, pueden señalar que la hermenéutica es ante todo una práctica, cuyo signo de identidad es la interpretación, y cuya razón de ser es el conocimiento del estado de las cosas en la historia, las legislaciones, las narrativas, las artes, las culturas. Sin embargo, el conocimiento que se tiene hoy de la hermenéutica es fundamentalmente teórico, y son particularmente tres las corrientes teóricas que han dejado su estela en el tiempo: la hermenéutica sacra, la hermenéutica jurídica y la hermenéutica literaria.
Como objeto de investigación, la “interpretación” puede entenderse como la intervención analítica y comprensiva en un estado de cosas, buscando ponerse en relación con un marco general del sentido. De aquí en más, por mor de la interpretación se traza una ruta hacia la compresión. En este sentido, es importante contar con una fundamentación teórica de orden filosófico que permita indagar los rumbos del sentido, y que sustente la razón de ser de la interpretación; a este respecto, resulta revelador cotejar los corpus teóricos sobre la hermenéutica de dos autores: Hans-Georg Gadamer y Paul Ricœur. Dicho cotejo permite entender la interpretación desde dos perspectivas: ya como recuperación de la formación social y cultural de los individuos como seres de la apertura (particularmente a través del diálogo, la comprensión y la escucha; Gadamer), ya como la autoindagación de los individuos de su vínculo con el mundo, en razón de la responsabilidad que les asiste como sujetos históricos, éticos y sociales (Ricœur).
Para Gadamer, la investigación sobre el modus operandi del intérprete apunta a dimensionar su papel como respuesta a lo siguiente: “La interpretación es en cierto sentido una recreación, pero esta no se guía por un acto creador precedente, sino por la figura de la obra ya creada, que cada cual debe representar del modo como él encuentra en ella algún sentido”.15 Con lo que se tiene:
Interpretación = Recuperación hermenéutica fundamental
Lo anterior significa que, conforme se opera la formación (recuperación hermenéutica fundamental) de los individuos en su papel como intérpretes, estos están llamados a dirigir su observación a las distintas expresiones (sociales, políticas, económicas, culturales), buscando identificar y revelar los planos de significación que las definen, y cómo repercuten estos en la comprensión de las distintas épocas.
Ricœur, por su parte, toma en consideración los propósitos que mueven al lector (o intérprete) y que lo ponen de cara a una didáctica o involucramiento con los textos y las acciones. El intérprete da cuenta de un tipo de proyección a la vez hermenéutica y fenomenológica, ética y epistemológica, estética y cultural, entre el mundo del texto y su propio mundo. En otras palabras, el intérprete realiza un ejercicio de “autorreconocimiento”, indagando tanto las exposiciones textuales, como las acciones (a las que da el tratamiento de “textos”, procurando entenderlas como cargadas de significación y performatividad).
Ahora bien, al caracterizar al intérprete desde diferentes puntos de vista, no se restringe su perfil al de quien se ocupa de los textos escritos para establecer niveles de comprensión de diferente orden: literal, histórico, alegórico, moral, estético, etc. Este plano de acción es importante, ciertamente, pero el intérprete cuenta al día de hoy con un perfil sustancialmente diferente al del exégeta medieval. No se pueden desestimar, por tanto, a otros intérpretes que han forjado sus oficios enfrentando expresiones de sentido diferentes a los textos escritos, como son los casos de los intérpretes de imágenes y signos, los psicoterapeutas, los psicoanalistas, e incluso los intérpretes de instrumentos musicales. Por tanto, en correspondencia con la orientación teórica de los dos autores señalados, si bien el intérprete tiene en los textos un escenario de deliberación importante, es evidente que en los últimos años su foco de atención se ha ampliado, llevándolo a tomar en consideración formas de expresión y planos de comunicación diferentes, en los que tanto participan la escritura como la imagen, el sonido, el video, la arquitectura, el diseño, etc.
Cabe agregar que la expansión del horizonte de observación de la hermenéutica fue sustancialmente mayor a partir de las tesis de Martin Heidegger en Ser y tiempo (1927), donde no sólo la significación del ser en el mundo resulta importante, sino también su resolución, manifestación y significación como ser del intercambio y la integración, cuya dimensión mayor reside en la cotidianidad. Por tanto, hacia un sinnúmero de “textualidades” nuevas se dirigen hoy las preguntas que formula la hermenéutica, que continúa indagando por la razón y constitución del sentido. En la hermenéutica hay, por tanto, una dinámica que entra en correspondencia con las exigencias contemporáneas en relación con la recuperación de los lenguajes, y la necesidad del intercambio. Adicionalmente, el proyecto del intérprete se justifica en la medida en que traza rutas de investigación interdisciplinaria que reclaman la participación de diferentes fuentes de formación, y que ponen en práctica diferentes metodologías, buscando arribar a versiones alternativas de la comprensión y la verdad.