José de Acosta
Historia natural
y moral de las Indias
Edición de José Alcina Franch
Barcelona 2020
Linkgua-digital.com
Créditos
Título original: Historia natural y moral de las Indias.
© 2020, Red ediciones S.L.
Edición de José Alcina Franch.
e-mail: info@linkgua.com
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN rústica: 978-84-9953-173-1.
ISBN ebook: 978-84-9953-172-4.
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Sumario
Créditos 4
Presentación 9
La vida 9
HISTORIA NATURAL Y MORAL DE LAS INDIAS 11
Proemio al lector 13
LIBRO PRIMERO 15
Capítulo I. De la opinión que algunos autores tuvieron, que el cielo no se extendía al Nuevo mundo 17
Capítulo II. Que el cielo es redondo por todas partes, y se mueve en torno de sí mismo 20
Capítulo III. Que la sagrada escritura nos da a entender que la tierra está en medio del mundo 24
Capítulo IV. En que se responde a lo que se alega de la escritura contra la redondez del cielo 28
Capítulo V. De la hechura y gesto del cielo del Nuevo Mundo 30
Capítulo VI. Que el mundo hacia ambos polos tiene tierra y mar 32
Capítulo VII. En que se reprueba la opinión de Lactancio, que dijo no haber antípodas 35
Capítulo VIII. Del motivo que tuvo san Agustín para negar los antípodas 38
Capítulo IX. De la opinión que tuvo Aristóteles cerca del Nuevo Mundo, y qué es lo que le engañó para negarle 41
Capítulo X. Que Plinio y los más de los antiguos sintieron lo mismo que Aristóteles 45
Capítulo XI. Que se halla en los antiguos alguna noticia de este nuevo mundo 47
Capítulo XII. Qué sintió Platón de esta India occidental 51
Capítulo XIII. Que algunos han creído que en las Divinas escrituras Ofir signifique este nuestro Perú 52
Capítulo XIV. Qué significan en la escritura Tarsis y Ofir 55
Capítulo XV. De la profecía de Abdías que algunos declaran de estas Indias 58
Capítulo XVI. De qué modo pudieron venir a Indias los primeros hombres, y que no navegaron de propósito a estas partes 60
Capítulo XVII. De la propiedad y virtud admirable de la piedra imán para navegar; y que los antiguos no la conocieron 64
Capítulo XVIII. En que se responde a los que sienten haberse navegado antiguamente el océano, como ahora 67
Capítulo XIX. Que se puede pensar, que los primeros pobladores de Indias aportaron a ellas echados de tormenta, y contra su voluntad 68
Capítulo XX. Que con todo eso es más conforme a buena razón pensar que vinieron por tierra los primeros pobladores de Indias 71
Capítulo XXI. En qué manera pasaron bestias y ganados a las tierras de Indias 75
Capítulo XXII. Que no pasó el linaje de indios por la isla Atlántida, como algunos imaginan 78
Capítulo XXIII. Que es falsa la opinión de muchos, que afirman venir los indios de el linaje de los judíos 81
Capítulo XXIV. Por qué razón no se puede averiguar bien el origen de los indios 83
Capítulo XXV. Qué es lo que los indios suelen contar de su origen 85
LIBRO SEGUNDO 87
Capítulo I. Qué se ha de tratar de la naturaleza de la equinoccial 89
Capítulo II. Qué les movió a los antiguos a tener por cosa sin duda que la tórrida era inhabitable 90
Capítulo III. Que la tórrida zona es humedísima; y que en esto se engañaron mucho los antiguos 92
Capítulo IV. Que fuera de los trópicos es al revés que en la tórrida, y así hay más aguas cuando el sol se aparta más 94
Capítulo V. Que dentro de los trópicos las aguas son en el estío o tiempo de calor; y de la cuenta del verano e invierno 96
Capítulo VI. Que la tórrida tiene gran abundancia de aguas y pastos, por más que Aristóteles lo niegue 98
Capítulo VII. Trátase la razón por qué el sol fuera de los trópicos, cuando más dista, levanta aguas, y dentro de ellos al revés, cuando está más cerca 101
Capítulo VIII. En qué manera se haya de entender lo que se dice de la tórrida zona 104
Capítulo IX. Que la tórrida no es en exceso caliente, sino moderadamente caliente 105
Capítulo X. Que el calor de la tórrida se templa con la muchedumbre de lluvias y con la brevedad de los días 107
Capítulo XI. Que fuera de las dichas hay otras causas de ser la tórrida templada, y especialmente la vecindad del mar océano 109
Capítulo XII. Que las tierras más altas son más frías, y qué sea la razón de esto 111
Capítulo XIII. Que la principal causa de ser la tórrida templada son los vientos frescos 113
Capítulo XIV. Que en la región de la equinoccial se vive vida muy apacible 116
Advertencia al lector 117
Libros a la carta 119
Presentación
La vida
José de Acosta (Medina del Campo, 1540-Valladolid, 1600). España.
Acosta hizo observaciones científicas en el campo de la antropología y las ciencias naturales.
Su libro más relevante es la Historia natural y moral de las Indias, Sevilla, 1590. En él Acosta describe las costumbres, ritos y creencias de los indios de México y del Perú.
Hijo de Antonio de Acosta y Ana de Porres. Su familia (de posible origen converso) pertenecía a la burguesía mercantil de Medina del Campo. A los doce años Acosta ingresó como novicio en el Colegio de la Compañía de Jesús, estudió después en ciudades de España y Portugal y concluyó sus estudios tras siete años en la Universidad de Alcalá.
Ordenado en 1566, ejerció la docencia en Ocaña y Plasencia, hasta que a los treinta y dos años, la Compañía le pidió que fuese a América, como miembro de la tercera misión enviada por los jesuitas al Virreinato del Perú.
En 1586 se trasladó a Nueva España (actual México), donde estuvo casi un año, antes de regresar a España.
Su proximidad con el rey Felipe II le permitió publicar su primera obra sobre América, De Natura Novi Orbis (1589).
Tras varias estancias en Roma, Acosta se dedicó a la prédica y a la enseñanza en Valladolid, imprimió sus mejores sermones en tres tomos en Salamanca y falleció el 15 de febrero de 1600 a los cincuenta y nueve años siendo rector del Colegio de Salamanca.
HISTORIA NATURAL Y MORAL DE LAS INDIAS
A la serenísima infanta doña Isabel Clara Eugenia de Austria
SEÑORA
Habiéndome, la Majestad del rey, nuestro señor, dado licencia de ofrecer a usted A. esta pequeña obra, intitulada Historia natural y moral de las Indias, no se me podrá atribuir a falta de consideración querer ocupar el tiempo, que en cosas de importancia Vuestra Alteza tan santamente gasta, divirtiéndola a materias, que por tocar en Filosofía son algo oscuras, y por ser de gentes bárbaras no parecen a propósito. Mas porque el conocimiento y especulación de cosas naturales, mayormente si son notables y raras, causa natural gusto y deleite en entendimientos delicados, y la noticia de costumbres y hechos extraños también con su novedad aplace, tengo para mí, que para Vuestra Alteza podrá servir de un honesto y útil entretenimiento, darle ocasión de considerar en obras que el Altísimo ha fabricado en la máquina de este Mundo, especialmente en aquellas partes que llamamos Indias, que por ser nuevas tierras dan más que considerar, y por ser de nuevos vasallos, que el Sumo Dios dio a la Corona de España, no es del todo ajeno, ni extraño su conocimiento.
Mi deseo es que V. A. algunos ratos de tiempo se entretenga con esta lectura, que por eso va en vulgar; y si no me engaño, no es para entendimientos vulgares, y podrá ser, que, como en otras cosas, así en ésta, mostrando gusto Vuestra Alteza sea favorecida esta obrilla, para que por tal medio también el rey, nuestro señor, huelgue de entretener alguna vez el tiempo con la relación y consideración de cosa y gentes que a su Real Corona tanto tocan, a cuya Majestad dediqué otro libro, que de la predicación evangélica de aquellas Indias compuse en latín. Y todo ello deseo que sirva para que con la noticia de lo que Dios nuestro señor repartió, y depositó de sus tesoros en aquellos Reinos, sean las gentes de ellos más ayudadas y favorecidas de estas de acá, a quien su divina y alta Providencia las tiene encomendadas.
Suplico a V. A. que si en algunas partes esta obrilla no pareciere tan apacible, no deje de pasar los ojos por las demás, que podrá ser, que unas u otras sean de gusto, y siéndolo, no podrán dejar de ser de provecho, y muy grande, pues este favor será en bien de gentes y tierras tan necesitadas de él. Dios nuestro señor guarde y prospere a V. A. muchos años, como sus siervos cotidiana y afectuosamente lo suplicamos a su Divina Majestad. Amén. En Sevilla, primero de marzo de 1590 años.
Joseph de Acosta
Proemio al lector
Del nuevo mundo e Indias Occidentales han escrito muchos autores diversos libros y relaciones, en que dan noticia de las cosas nuevas y extrañas, que en aquellas partes se han descubierto, y de los hechos y sucesos de los españoles que las han conquistado y poblado. Mas hasta ahora no he visto autor que trate de declarar las causas y razón de tales novedades y extrañezas de naturaleza, ni que haga discurso o inquisición en esta parte; ni tampoco he topado libro cuyo argumento sea los hechos e historia de los mismos indios antiguos y naturales habitadores del nuevo orbe.
A la verdad ambas cosas tienen dificultad no pequeña. La primera, por ser cosas de naturaleza, que salen de la Filosofía antiguamente recibida y platicada; como es ser la región que llaman tórrida muy húmeda, y en partes muy templada; llover en ella cuando el Sol anda más cerca, y otras cosas semejantes. Y los que han escrito de Indias Occidentales no han hecho profesión de tanta Filosofía, ni aun los más de ellos han hecho advertencia en tales cosas. La segunda, de tratar los hechos e historia propia de los indios, requería mucho trato y muy intrínseco con los mismos indios, del cual carecieron los más que han escrito de Indias; o por no saber su lengua, o por no cuidar de saber sus antigüedades; así se contentaron con relatar algunas de sus cosas superficiales.
Deseando, pues, yo tener alguna más especial noticia de sus cosas, hice diligencia con hombres prácticos y muy versados en tales materias, y de sus pláticas y relaciones copiosas pude sacar lo que juzgué bastar para dar noticia de las costumbres y hechos de estas gentes. Y en lo natural de aquellas tierras y sus propiedades con la experiencia de muchos años, y con la diligencia de inquirir, discurrir y conferir con personas sabias y expertas; también me parece que se me ofrecieron algunas advertencias que podrían servir y aprovechar a otros ingenios mejores, para buscar la verdad, o pasar más adelante, si les pareciese bien lo que aquí hallasen.
Así que aunque el mundo nuevo ya no es nuevo, sino viejo, según hay mucho dicho, y escrito de él, todavía me parece que en alguna manera se podrá tener esta Historia por nueva, por ser juntamente Historia, y en parte Filosofía, y por ser no solo de las obras de naturaleza, sino también de las del libre albedrío, que son los hechos y costumbres de hombres. Por donde me pareció darle nombre de Historia natural y moral de las Indias, abrazando con este intento ambas cosas.
En los dos primeros libros se trata, lo que toca al Cielo, temperamento y habitación de aquel orbe; los cuales libros yo había primero escrito en latín, y ahora los he traducido usando más de la licencia de autor que de la obligación de intérprete, por acomodarme mejor a aquellos a quien se escribe en vulgar. En los otros dos libros siguientes se trata, lo que de elementos y mixtos naturales, que son metales, plantas y animales, parece notable en Indias. De los hombres y de sus hechos (quiero decir de los mismos indios, y de sus ritos, y costumbres, y gobierno, y guerras, y sucesos) refieren los demás libros, lo que se ha podido averiguar, y parece digno de relación. Cómo se hayan sabido los sucesos y hechos antiguos de indios, no teniendo ellos escritura como nosotros, en la misma Historia se dirá, pues no es pequeña parte de sus habilidades haber podido y sabido conservar sus antiguallas, sin usar ni tener letras algunas.
El fin de este trabajo es, que por la noticia de las obras naturales que el autor tan sabio de toda naturaleza ha hecho, se le dé alabanza y gloria al altísimo Dios, que es maravilloso en todas partes; y por el conocimiento de las costumbres y cosas propias de los indios, ellos sean ayudados a conseguir y permanecer en la gracia de la alta vocación del Santo Evangelio, al cual se dignó en el fin de los siglos traer gente tan ciega, el que alumbra desde los montes altísimos de su eternidad. Ultra de eso podrá cada uno para sí sacar también algún fruto, pues por bajo que sea el sujeto, el hombre sabio saca para sí sabiduría; y de los más viles y pequeños animalejos se puede tirar muy alta consideración y muy provechosa filosofía.
Solo resta advertir al lector que los dos primeros libros de esta Historia o discurso se escribieron estando en el Perú, y los otros cinco después en Europa, habiéndome ordenado la obediencia volver por acá, Y así los unos hablan de las cosas de Indias como de cosas presentes, y los otros como de cosas ausentes. Para que esta diversidad de hablar no ofenda, me pareció advertir aquí la causa.
LIBRO PRIMERO
Capítulo I. De la opinión que algunos autores tuvieron, que el cielo no se extendía al Nuevo mundo
Estuvieron tan lejos los antiguos de pensar que hubiese gentes en este nuevo mundo, que muchos de ellos no quisieron creer que había tierra de esta parte; y lo que es más de maravillar, no faltó quien también negase haber acá este cielo que vemos. Porque aunque es verdad que los más y los mejores de los filósofos sintieron, que el cielo era todo redondo, como en efecto, lo es, y que así rodeaba por todas partes la tierra, y la encerraba en sí; con todo eso, algunos, y no pocos, ni de los de menos autoridad entre los sagrados doctores, tuvieron diferente opinión, imaginando la fábrica de este mundo a manera de una casa, en la cual el techo que la cubre, solo la rodea por lo alto, y no la cerca por todas partes; dando por razón de esto, que de otra suerte estuviera la tierra en medio colgada del aire, que parece cosa ajena de toda razón. Y también que en todos los edificios vemos que el cimiento está de una parte, y el techo de otra contraria; y así, conforme a buena consideración, en este gran edificio del mundo, todo el cielo estará a una parte encima, y toda la tierra a otra diferente debajo.
El glorioso Crisóstomo, como quien se había más ocupado en el estudio de las letras sagradas, que no en el de las ciencias humanas,1 muestra ser de esta opinión, haciendo donaire en sus comentarios sobre la epístola ad Hebaeos, de los que afirman, que es el cielo todo redondo, y parécele que la divina Escritura2 quiere dar a entender otra cosa, llamando al cielo tabernáculo y tienda, o toldo que puso Dios. Y aún pasa allí el Santo3 más adelante en decir, que no es el cielo el que se mueve y anda, sino que el Sol y la Luna y las estrellas son las que se mueven en el cielo, en la manera que los pájaros se mueven por el aire; y no como los filósofos piensan, que se revuelven con el mismo cielo, como los rayos con su rueda.
Van con este parecer de Crisóstomo Teodoreto, autor grave, y Teofilacto,4 como suele casi en todo. Y Lactancio Firmiano,5 antes de todos los dichos, sintiendo lo mismo, no se acaba de reír y burlar de la opinión de los peripatéticos y académicos que dan al cielo figura redonda, y ponen la tierra en medio del mundo, porque le parece cosa de risa que esté la tierra colgada del aire, como está tocado. Por donde viene a conformarse más con el parecer de Epicuro, que dijo no haber otra cosa de la otra parte de la tierra, sino un caos y abismo infinito. Y aun parece tirar algo a esto lo que dice San Jerónimo,6 escribiendo sobre la epístola a los efesios, por estas palabras: El filósofo natural pasa con su consideración lo alto del cielo; y de la otra parte del profundo de la tierra y abismos halla un inmenso vacío. De Procopio refieren7 aunque yo no lo he visto que afirma sobre el libro del Génesis, que la opinión de Aristóteles cerca de la figura y movimiento circular del cielo, es contraria y repugnante a la divina Escritura.
Pero que sientan y digan los dichos autores cosas como éstas, no hay que maravillarnos; pues es notorio, que no se curaron tanto de las ciencias y demostraciones de filosofía, atendiendo a otros estudios más importantes. Lo que parece más de maravillar, es que, siendo San Agustín tan aventajado en todas las ciencias naturales, y que en la Astrología y en la Física supo tanto; con todo eso se queda siempre dudoso, y sin determinarse en si el cielo rodea la tierra de todas partes, o no. Qué se me da a mí, dice él,8 que pensemos que el cielo, como una bola, encierre en sí la tierra de todas partes, estando ella en medio del mundo, como en el fiel, o que digamos que no es así, sino que cubre el cielo a la tierra por una parte solamente, como un plato grande que está encima. En el propio lugar donde dice lo referido, da a entender, y aún lo dice claro, que no hay demostración, sino solo conjeturas, para afirmar que el cielo es de figura redonda. Y allí y en otras partes9 tiene por cosa dudosa el movimiento circular de los cielos.
No se ha de ofender nadie, ni tener en menos los santos doctores de la Iglesia, si en algún punto de la filosofía y ciencias naturales sienten diferentemente de lo que está más recibido y aprobado por buena filosofía; pues todo su estudio fue conocer, y servir y predicar al Criador, y en esto tuvieron grande excelencia. Y como empleados del todo en esto, que es lo que importa, no es mucho que en el estudio y conocimiento de las criaturas, no hayan todas veces por entero acertado. Harto más ciertamente son de reprehender los sabios de este siglo, y filósofos vanos, que conociendo y alcanzando el ser y orden de estas criaturas, el curso y movimiento de los cielos, no llegaron los desventurados a conocer al Criador y Hacedor de todo esto; y ocupándose todos en estas hechuras, y obras de tanto primor, no subieron con el pensamiento a descubrir al Autor soberano, como la divina Sabiduría lo advierte;10 o ya que conocieron al Criador y señor de todo,11 no le sirvieron, y glorificaron como debían, desvanecidos por sus invenciones, cosa que tan justamente les arguye y acusa el Apóstol.