El número de libros que tratan problemáticas de género —Gender Studies— es afortunadamente ingente. No lo es tanto en castellano, pero no se puede olvidar la meritoria tarea de la editorial Cátedra, que cuenta en su haber con la espléndida colección Feminismos, donde hay textos tanto españoles como traducciones del inglés, italiano y francés. Otras editoria les como Icaria, Bellaterra, Anthropos o Paidós han contribuido a la difusión de las teorías feministas.
No es tanta la abundancia de estudios sobre la homosexualidad y el lesbianismo. En España es pionera la barcelonesa Laertes y, más recientemente, Egales, editorial que se reconoce como gay y lésbica. También editoriales de mayor envergadura económica como Taurus, Anagrama y Espasa han ofrecido su espacio a ensayistas españoles, pero todavía falta por traducir gran parte de la teoría gay y lésbica, amén de la queer, casi inédita en castellano.
Los estudios sobre la heterosexualidad brillan por su ausencia, lo cual pone de manifiesto que el tema resulta espinoso por el cuestionamiento que ello supondría, y en lo referente a la masculinidad, expresada mediante cualquier orientación sexual, tampoco el panorama editorial español es demasiado alentador.
En lo referente a catálogos, afortunadamente la situación es de mayor abundancia. Uno de los pioneros es 100%. Junta de Andalucía. 1993. Corresponde a una exposición sobre artistas andaluzas (Pilar Albarracín, Pepa Rubio, Victoria Gil…) que organizó Mar Villaespesa ese mismo año en el Museo de Arte Contemporáneo de Sevilla. Incluye traducciones de escritos de Elaine Showalter, Kate Linker, Amelia Jones, Teresa de Lauretis y, entre otras, Abigail Solomon-Godeau.
Por otro lado, en el terreno de las apariencias, el cross-gender y la indumentaria, despunta El rostro velado. Travestismo e identidad en el arte. Diputación Foral de Gipuzkoa. 1997. Un proyecto de Jose Miguel G. Cortés y un catálogo hermosamente diseñado en el que se rastrean a lo largo de tres momentos del siglo XX los antifaces y juegos identitarios del arte (Man Ray, Michel Journiac, Jurgen Klauke, Pierre et Gilles…).
En el ámbito feminista, y aunque no se pueda hablar stricto sensu de un catálogo, se realizó en Arteleku, San Sebastián, un seminario que llevó por título Solo para tus ojos: el factor feminista en relación a las artes visuales, 1997, del que se editó una publicación. Concebido por el colectivo Erreakzioa-Reacción, contó con intervenciones tan variadas como las de Giulia Colaizzi, Ute Meta Bauer, Guerrilla Girls, Claudia Gianetti, Fefa Vila, Virginia Villaplana, Lucía Onzain…
Otro catálogo importante es Transgenéricas. Representaciones y experiencias sobre la sociedad, la sexualidad y los géneros en el arte español contemporáneo. Diputación Foral de Gipuzkoa. 1998. Se trata de un proyecto de Mar Villaespesa y Juan Vicente Aliaga. Una tentativa de recoger la producción artística (Carmen Navarrete, LSD, Jesús Martínez Oliva, Chelo Matesanz, Nuria Canal, entre otros) que había emergido en el Estado español en la década de los noventa.
Zona F. Espai d’Art Contemporani de Castelló (EACC). 2000. Pensado por Ana Carceller y Helena Cabello, incluye obras de artistas tan radicales y directas como Sarah Lucas, junto a propuestas más sutiles (Jim Hodges, Jane & Louise Wilson...). La publicación se nutre con las aportaciones, en el plano de la reflexión al alimón, de Ana Martínez-Collado y Ana Navarrete y Dan Cameron.
Asimismo, el catálogo Transexual Express. Bilbao Arte. 1999. Una iniciativa originada por Xabier Arakistain con artistas que habían surgido del contexto de Euskadi, a la que se sumó Rosa Martínez, lo que permitió la inclusión de artistas de otros países y la conversión en Trans Sexual Express. A Classic for the Third Milennium. Centre d’Art Santa Mónica. Barcelona. 2001.
Recientemente, Héroes caídos. Espai d’Art Contemporani de Castelló (EACC). 2001, otra iniciativa de José Miguel G. Cortés que ofrece el primer estudio específico sobre las masculinidades y el arte contemporáneo habido en España. En él se incluyen textos de Judith Halberstam y Jeffrey Weeks, así como la obra de, entre otros, Del LaGrace Volcano, Mark Morrisroe, Juan Pablo Ballester, Paul McCarthy, John Coplans...
En el capítulo de ensayos de autores españoles sobre arte, sexualidad y valores de género, la escasez destaca. Nombraré dos ejemplos: Estrella de Diego — El andrógino sexuado (Visor. 1992)— y Juan Vicente Aliaga — Bajo vientre. Representaciones de la sexualidad en la cultura y el arte contemporáneos (Generalitat Valenciana. 1997).
Antes de centrarme en el capítulo de catálogos publicados en los años noventa, citaré un libro imprescindible: Broude, Norma y Garrard, Mary, D. (ed.). The Power of Feminist Art. The American Movement of the 1970s, History and Impact. La significación de esta publicación estriba en saber narrar la difícil génesis de uno de los periodos clave para el feminismo en confluencia con el arte del decenio de los setenta del siglo XX.
Dada la amplitud de la oferta en materia de catálogos, comentaré únicamente algunos de distintos países a sabiendas de que este no es un listado exhaustivo:
— Holden, Thelma (ed.). Black Male. Representations of Masculinity in Contemporary American Art. Whitney Museum of American Art. Nueva York. 1994.
Se trata del primer estudio riguroso sobre la masculinidad asociada al varón negro y sus repercusiones en la cultura visual (televisión, cine deportes, arte) estadounidense.
— Fémininmasculin. Le sexe de l’art. 1995. Corresponde al mayor esfuerzo realizado en la cultura francesa por hurgar en temas de sexualidad y de valores de género. Paralelamente, en el Centre Georges Pompidou se organizó una exposición capitaneada y concebida por Marie-Laure Bernadac y Bernard Marcadé. En ella, si bien parecía exagerado el relieve concedido a las obras que hacían referencia a la genitalidad y la biología, la riqueza y el nivel de los ejemplos resultaba abrumador. El catálogo incluía textos de Di dier Semin, Rosalind Krauss, Denis Hollier y Juan Antonio Ramírez.
— In a Different Light. Visual Culture, Sexual Identity, Queer Practice. City Light Books. San Francisco. 1995. Edición a cargo de Nayland Blake, Lawrence Rinder y Amy Scholder. Está estructurado en torno a apartados como la familia, la orgía, lo otro, el yo, la pareja, la utopía. Se corresponde también con una exposición itinerante por el circuito universitario estadounidense.
— Vraiment. Féminisme et art. Magasin. Centre National d’Art Contemporain de Grenoble. 1997.
Ideado por la crítica estadounidense Laura Cottingham, se propone una mirada del arte preñado de reivindicaciones feministas que brotó en Francia desde los setenta (Orlan, Lea Lublin, Françoise Janicot…) y que ha llegado hasta los noventa, y ello en relación a sus congéneres norteamericanas.
— Art and Feminism. Helena Reckitt y Peggy Phelan (ed.). Londres-Nueva York. 2001.
Se trata de una voluminosa y útil compilación de textos e imágenes de temática feminista en la que el núcleo de atención se decanta claramente a favor de lo sucedido y pensado en Estados Unidos y Gran Bretaña, quedando otros países y culturas relegados a un segundo plano.
Extractos de:
— «Hablemos de lo que pasa», de Mar Villaespesa. En: Transgenéricas. Representaciones y experiencias sobre la sociedad, la sexualidad y los géneros en el arte español contemporáneo. Koldo Mi txelena. Diputación Foral de Gipuzkoa. San Sebastián. 1998.
— «Inscripciones en lo femenino», de Griselda Pollock. Traducido y recogido en: Los manifiestos del arte posmoderno. Textos de exposiciones, 1980-1995. Anna María Guasch (ed.). Akal. Madrid. 2000.
— «Intervention», de Orlan. En: Art and Feminism. Helena Reckitt y Peggy Pelan (ed.). Phaidon. Londres-Nueva York. 2001.
— «Feminism, Incorporated: Reading ‘Post-feminism’ in an Anti-feminist-Age», de Amelia Jones. En: Art and Feminism. Helena Reckitt y Peggy Pelan (ed.). Londres-Nueva York. 2001.
— «Compulsory Heterosexuality and Lesbian Existence», de Adrienne Rich. En: Art and Feminism. Helena Reckitt y Peggy Phelan (ed.). Londres-Nueva York. 2001.
— «Women’s Art: A Manifesto», de Valie Export. En: Art and Feminism. Helena Reckitt y Peggy Phelan (ed.). Londres-Nueva York. 2001.
— «Why Have There Been No Great Women Artists», de Linda Nochlin. En: Art and Feminism. Helena Reckitt y Peggy Phelan (ed.). Londres-Nueva York. 2001.
— «Construyendo masculinidades», de José Miguel G. Cortés. En: Héroes caídos. Masculinidad y re presentación. Espai d’Art Contemporani de Castelló. Castelló. 2002.
Una travesía del siglo XX
A Stuart Morgan, in memoriam
Una travesía del siglo XX
NEREA
Ilustración de sobrecubierta: Jack & Jewels. Mejores colegas, Londres, 1996.
Dirección de la colección: SAGRARIO AZNAR Y JAVIER HERNANDO
© Juan Vicente Aliaga, 2004
© Editorial Nerea, S. A., 2010
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Tel: 943 432 227
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© De las ilustraciones: los autores
© De las reproducciones autorizadas, VEGAP, San Sebastián, 2004
1.ª edición: 2004
2.ª edición: 2010
© Obras de August Sander, Die Photographische Sammlung/SK
Stiftung Kultur-August Sander Archiv, Köln, VEGAP, San Sebastián, 2004
Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro pueden reproducirse o transmitirse utilizando medios electrónicos o mecánicos, por fotocopia, grabación, información u otro sistema, sin permiso por escrito del editor.
ISBN: 9788415042402
INTRODUCCIÓN
·¿Qué es eso del género?
·Feminidad, masculinidad y mascaradas
EMERGE LA NUEVA MUJER
·Las sufragistas cuestionan la hegemonía del macho
·La Gran Guerra y la crisis de valores
·El fenómeno de las garçonnes
·Modernidad y valores de género
·Obra comentada: Autoportrait, de Claude Cahun
LA POLÍTICA Y LAS CUESTIONES DE GÉNERO EN EL PERÍODO DE ENTREGUERRAS: EL CASO ALEMÁN
·La imagen de la mujer en la Alemania de Weimar
·Dadaísmo, machismo y Hannah Höch
·Virilidad y nazismo
·Obra comentada: Gymnasiast, de August Sander
LOS SUEÑOS HÚMEDOS. TRAUMAS DE LA SEXUALIDAD
·La revolución surrealista pendiente
·Violencia y fascinación sexual
·Obra comentada: Unos cuantos piquetitos, de Frida Kahlo
MUJERES Y HOMBRES ENTRE LA REPRESIÓN, EL DESEO Y LA OBJETUALIZACIÓN
·La estreñida posguerra
·Las teorías de Alfred Kinsey y el puritanismo
·De culturismo, cueros y abstracciones
·Cómo hacer de la mujer un objeto de consumo. Pop-art y sexismo
·Obra comentada: Femme-maison, de Louise Bourgeois
LA SEGUNDA OLEADA FEMINISTA EN ESTADOS UNIDOS
·Lo personal es político
·La experiencia feminista de la Womanhouse
·La violación como acicate de la conciencia
·Arte, mujer, tecnología y performance
·Obra comentada: Torture of Women, de Nancy Spero
FEMINISMOS EUROPEOS
·El feminismo, versión francesa
·La respuesta de Valie Export al accionismo vienés
·Obra comentada: Azione sentimentale, de Gina Pane
JUEGOS EQUÍVOCOS, REALIDADES COMBATIVAS
·We are the glam!
·El travestismo y el arte de los setenta
·Libertades sexuales, identidad y movimiento gay
·Obra comentada: Doble autorretrato con velo, máscara y chistera, de Pierre Molinier
LOS OCHENTA: UN LABORATORIO DE IDEAS NUEVAS
·Apropiacionismo, feminismo y nuevos medios posmodernos
·Your body is a battleground
·Fotografía e intimidad
·La respuesta alemana
·Obra comentada: Sin título, 91, de Cindy Sherman
DE LA IDENTIDAD A LA DIVERSIDAD QUEER
·El impacto del sida en los cuerpos, los placeres y las identidades
·Irrumpe lo queer
·Valores de género y poscolonialismo
·Obra comentada: Sin título. Vista de la instalación en la Neue Galerie, Documenta IX, de Zoe Leonard
ANEXOS
·Linda Nochlin: ¿Por qué no ha habido grandes mujeres artistas? (1971)
·Valie Export: Arte de mujeres: un manifiesto (1972)
·Adrienne Rich: Heterosexualidad forzosa y experiencia lesbiana (1978)
·Amelia Jones: Feminismo, SA: una lectura del «posfeminismo» en una época antifeminista (1992)
·Orlan: Intervention (1995)
·Griselda Pollock: Inscripciones en lo femenino (1996)
·Mar Villaespesa: Hablemos de lo que pasa (1998)
·José Miguel G. Cortés: Construyendo masculinidades (2001)
BIBLIOGRAFÍA
La coraza del macho comenzó a agrietarse, aunque muy levemente, con la irrupción en el espacio público de las sufragistas.
Una de las imágenes que habrán impregnado la retina de muchos y habrán dejado huella es la famosa fotografía en que la británica Emmeline Pankhurst es zarandeada por la policía, apartándola a empellones para evitar que se manifestase a favor del derecho al sufragio.
Nueva Zelanda, en 1893, fue el primer país que aceptó el voto para la mujer, que se vio obligada a radicalizar sus acciones —sabotajes, huelgas de hambre, incendios— para que fueran aceptadas las demandas de la Women’s Social and Political Union. La Francia de Simone de Beauvoir tuvo que esperar hasta 1945. Entre una y otra fecha, el derecho al voto femenino fue aprobado en los parlamentos, dándose paso de este modo a una nueva realidad social.
Según Julia Kristeva, el reto de la emancipación reflejó un deseo de formar parte de un tiempo histórico, lineal, vinculado con el Estadonación burgués y con las identidades políticas mayoritarias. Esta época de campañas políticas a favor de la igualdad y de la participación apunta a un anhelo que persigue borrar las diferencias femeninas y abrazar el cuerpo de lo único y, por ende, masculino.
El estallido de la Primera Guerra Mundial tuvo enormes consecuencias en las relaciones entre los sexos. Alejados los varones en el frente de batalla, algunas mujeres ocuparon puestos de trabajo que quedaron vacantes. Este contacto con el ámbito laboral les permitió saborear, de alguna manera, las mieles de la independencia económica.
1918 es un año cargado de simbolismo. Las secuelas psíquicas que dejó la guerra, tanto en la Alemania derrotada como en las naciones victoriosas, son de amplio calado. Por un lado, está el resentimiento dirigido contra los vencedores (no se puede olvidar que en el tratado de Versalles Alemania quedó humillada en múltiples aspectos), que también padecieron quienes no combatieron en la guerra. Como afirma Maria Tatar en Lustmord. Sexual Murder in Weimar Germany (1995), la subjetividad masculina quedó dañada por la derrota militar y por la percepción de que el cuerpo como entidad aparecía en su máxima vulnerabilidad, fragmentado y herido. Un duro golpe para la invencible hombría.
Las mujeres, que habían escapado del fragor de la batalla y que se habían incorporado al ámbito laboral, además de hacerse visibles en el espacio público exigiendo igualdad de derechos (piénsese que en Alemania, por ejemplo, no pudieron asistir a actos políticos o afiliarse a partidos hasta 1908), fueron percibidas por muchos hombres como una amenaza al poder social y económico que estos habían capitaneado, así como al statu quo existente.
La reacción defensiva contra la mujer y los valores de género a ella asociados sirvió de caldo de cultivo para la aparición de un conjunto de imágenes y representaciones violentas. Me refiero a una serie de pinturas, dibujos y acuarelas de Otto Dix y George Grosz que insisten en mostrar cuerpos de mujeres violados y salvajemente desmembrados.
Si bien antes de la guerra o en los primeros avatares de la misma una pléyade de intelectuales y de artistas celebraron entusiasmados los conflictos bélicos, hasta el punto de llegar a alistarse (Boccioni, Léger, Kokoschka, Beckmann, Dix, Marinetti…), la experiencia misma del campo de batalla generó todo tipo de traumas. La exaltación inicial iba acompañada a menudo de un rechazo a lo femenino, considerado falto de energía y blando (es especialmente relevante el brío masculinista de Wyndham Lewis y los vorticistas). La idealización de la guerra suponía una vía mediante la cual limpiar y traer higiene al mundo, pero pronto esta visión se transmutó en dolor. Convalecientes de sus heridas, algunos de estos artistas-soldado ofrecieron el rostro deshumanizador de la contienda. Sin embargo, a la hora de representar a la mujer (por lo general, ausente o retratada como ángel reparador, enfermera o madre), esta aparecía encarnada en el cuerpo sugerente, viscoso y repugnante a la vez, de una furcia.
En la Alemania de posguerra, la prostituta era una aparición nocturna, un fantasma enflaquecido, vinculada a la transmisión de enfermedades venéreas. En relativo descargo de artistas como Otto Dix, que se ensañaron en representar a la mujer en su papel de víctima, es preciso añadir que los varones tampoco salían bien parados (suicidas, orondos empresarios, viejos verdes al borde de la muerte…), aunque, eso sí, la diversidad de papeles y cometidos que desempeñaban era mucho mayor.
La crisis económica por la que pasaban Alemania y otros países vino también acompañada de una histeria colectiva azuzada por la presencia de asesinos en serie, de cuyos crímenes se nutría la prensa de la época. La fascinación por estos asesinos condujo a pensar que, en cierto modo, se les condonaba su brutal violencia, que era fruto, según muchos psiquiatras, de haber convivido con unas madres posesivas y castradoras. De ellas se vengarían después ensañándose en los cuerpos y los órganos genitales y reproductivos de sus víctimas.
De alguna manera, el hecho de que las víctimas fuesen en su mayoría niñas y mujeres (también hubo varones homosexuales) ha permitido avalar la lectura de que se trataba de un castigo contra la creciente rebeldía de lo que todavía se percibía, paradójicamente, como el sexo débil, o contra la visibilidad de los diferentes.
Se ha escrito mucha literatura y se ha realizado mucho cine fermentando el imaginario colectivo en relación con los asaltantes sexuales como Jack El Destripador, en Londres; Peter Kürten, El Vampiro de Dusseldorf, o Albert DeSalvo, El Estrangulador de Boston.
Por otro lado, en el reverso de la moneda, la representación de mujeres fuertes se había centrado en las féminas castradoras de forma harto frecuente en el arte y la literatura de finales del siglo XIX y principios del XX. La proliferación de imágenes de Eva, Circe, Clitemnestra, Medusa, Judith, Salomé, esto es, de una serie de personajes bíblicos y procedentes de la mitología clásica o de anónimas femmes fatales ninfómanas empedernidas o esperpentos diabólicos, había sido desempolvada en la pintura realizada por hombres (Félicien Rops, Franz von Stuck, Fernand Khnopff, Edvard Munch…). Pero no se hizo con la intención de rescatar célebres figuras femeninas, sino, entre otros propósitos, como una estrategia de autodefensa ante la sexualidad y la pujanza femeninas presentadas injustamente como homicidas. Grosso modo, no había término medio ni sutilezas: la mujer pasaba de ser madre y ama de ca sa a puta y asesina.
La demonización de la mujer fuerte mediante una serie de epítetos injuriosos —tipo chicazo, virago, marimacho, machorra— es una de las respuestas del orden normativo al hecho de que la mujer se aparte del papel que el machismo ha otorgado al mal llamado sexo débil. Así, la fémina que no es sumisa, ser vicial, intuitiva y dulce merece una condena mediante el lenguaje que señala que ha traspasado la frontera, acercándose a una masculinidad que supuestamente no le corresponde.
Si además esa transgresión va acompañada de una apariencia en la indumentaria a todas luces masculina, según rigen los cánones, no hay paliativos para ese comportamiento. Y ese rechazo es aún mayor si la mujer en cuestión es lesbiana.
Así sucede con una mujer viril que responde al nombre de Stephen y que se queda prendada de jóvenes femeninas. Es la protagonista de la novela The Well of Loneliness, de Radclyffe Hall, publicada en 1928. El libro carece de escenas de carácter sexual; no obstante, fue censurado por las autoridades británicas, dando pie a un escándalo considerable y a una publicidad inesperada en torno a la cuestión de la libertad sexual que defendió, entre otros, Virginia Woolf.
El pánico lésbico, es decir, el miedo a que la heterosexual pueda convertirse en lesbiana, es una de las razones que sustenta la desmedida reacción negativa que el fenómeno de la garçonne produjo en distintos países. Los adversarios de la emancipación femenina asimilaban las garçonnes a las lesbianas, enarbolando y utilizando así la homofobia contra el conjunto de las mujeres.
La garçonne, con su pelo corto, su ropa recortada, su silueta tubular y sus pantalones, es una figura andrógina que duda entre la masculinización y la invención de una nueva feminidad, como ha estudiado Christine Bard en Les garçonnes. Modes et fantasmes des années folles (1998). Se puede afirmar que el eco social fue considerable, especialmente a partir de la publicación del libro La garçonne, de Victor Margueritte, en 1922. Y ello pese al rechazo por parte de sectores religiosos y bienpensantes, en los que hubo personas de ambos sexos.