Todo lo inverosímil representa una verdad para alguien,
el unicornio es inverosímil, el ángel es inverosímil, la raya del
horizonte es inverosímil.
Juan Carlos Mestre.
En la villa de Turégano (Segovia), en el día de hoy, hacia las cuatro horas y cincuenta minutos, se ha procedido a la detención de Ángel Bermejo Aguilera, vecino de Madrid, que dice dedicarse a la representación de ropa deportiva. Hasta esta casa cuartel llegaron las voces de alarma y el revuelo del apacible vecindario escandalizado ante la actitud provocadora del referido Ángel Bermejo que se encontraba encaramado sobre la veleta de la torre de la iglesia, pero, atención, no sujeto sobre la veleta, sino en suspensión, como si fuera capaz de sostenerse en el aire. Ni en el circo habíamos visto algo semejante. Por todo ello cabe deducir que se trata de un tipo extraño y peligroso, dotado de poderes especiales, acaso demoníacos, aunque tales extremos no podamos juzgarlos los miembros de este cuerpo benemérito. De ahí que traslademos el informe al juzgado de Segovia para que los señores magistrados, administren justicia con criterio más solvente. Tras ser detenido, no sin cierto riesgo por parte de los agentes que se vieron obligados a sacar la pistola para intimidarle, el referido Ángel Bermejo, una vez que puso los pies en el suelo, fue conducido a esta casa cuartel en cuyas dependencias ha sido sometido a un exhaustivo interrogatorio. El detenido, como casi todos los que son pillados “in fraganti”, se muestra como un cínico consumado, niega los hechos que se le imputan, al tiempo que argumenta que es un buen marido, un buen padre y un ciudadano respetable que paga sus impuestos; jura y perjura también, con evidente descaro, que no sabe volar.
Parecía aturdido por el revuelo que se ha preparado en el momento de su detención y como quiera que ha solicitado con buenas formas un cuaderno para expresar por escrito las circunstancias de su vida para presentarlo, a modo de pliego de descargo, ante el juzgado que el lunes se ocupe de su caso, se le ha entregado un cuaderno escolar y de un bolígrafo y ha sido encerrado en la habitación contigua al cuarto de guardia, cerrada con llave y bajo vigilancia permanente. No obstante, y para tomar las debidas precauciones, se le han puesto a los pies dos grilletes y una cadena en cuyo extremo ceba un bloque de hormigón muy pesado para evitar que se pueda escapar volando por la ventana. Con sujetos así todo es posible. Aunque ya había pasado la hora de comer, se le ha ofrecido alimentación que se ha negado a tomar y se le ha permitido llamar una sola vez por teléfono a su domicilio de Madrid. Delante del agente que prepara este informe ha mentido a su hija sin ningún rubor, diciéndole que iba a retrasar su llegada porque el coche se le había averiado, pero que, aunque con retraso, confiaba llegar a dormir esta misma noche. Esa confesión ha disparado entre los agentes de este cuartel el grado de alarma.
Hechas las comprobaciones pertinentes en el interior de la iglesia, se puede garantizar que no ha robado nada. Las tallas de los retablos permanecen en su sitio, así como el resto de los objetos de valor. Por su parte, los dos anticuarios del pueblo, no han echado en falta ninguna de esas piezas preciosas que tanto codician los ladrones. En ese sentido parece que hay que descartar cualquier sospecha. De lo único que se le acusa, por tanto, es de escándalo público o, si se quiere, de echarse a volar por encima de la iglesia sin permiso.
Su coche, un Renault-21, se encuentra en perfecto estado, aunque algo sucio en el exterior, y, en su interior, no han aparecido objetos o prendas ajenas al comercio que dice representar.
En Turégano a tres de abril.
El Comandante del puesto.
Señor juez:
Soy Ángel Bermejo Aguilera; tengo 42 años, estoy casado; mi mujer se llama Cielo, tenemos dos hijos, Celeste y Serafín. Vivimos en Madrid, en una casa amplia, aunque un poco destartalada que yo heredé de mis padres. Soy subdirector regional de ventas de la firma Predeport España, una empresa húngara instalada en cinco países, dedicada a la fabricación de ropa deportiva. Antes de seguir adelante quisiera aclarar lo de la ropa deportiva. En realidad, apenas piso las grandes tiendas de deportes del centro; a esas tiendas de lujo las surten en exclusiva las marcas de prestigio que se anuncian por la tele. Créame si le digo que esas prendas no son mejores que las que yo represento, tampoco peores; la diferencia sustancial entre unas y otras, es que unas se anuncian en la tele y las otras no. Y anunciarse en la tele da prestigio. Pero quién sabe si no estarán hechas con los mismos materiales y que lo único que las diferencie sea la etiqueta del fabricante y la marca. En fin, que no visito las tiendas de deportes de lujo porque allí mis prendas no encuentran cabida. Lo mío son las tiendas de barriada y periferia de Madrid, también las tiendecitas de pueblos como Molina de Aragón, por poner un extremo, o El Barco de Ávila, por irme al otro. O Turégano, donde me tienen encerrado en este momento. Mis prendas deportivas, camisetas, sudaderas, pantalones de deporte, chándals... conviven en muchos casos al lado de la ropa interior de mujer, de cremalleras, de botones, de madejas de lana, de zapatilla de andar por casa, de camisas de vestir de caballero, de alfombras, de anoraks. En esos ambientes de las mercerías y de las viejas tiendas de “Tejidos y modas”, que ya han quedado un poco anticuadas, donde todo se mezcla, procuro que les hagan un hueco.
También me gustaría aclarar lo de subdirector regional de ventas que pone en la tarjeta, debajo de mi nombre; dicho así suena un poco ostentoso, o mejor, bastante ostentoso y pedante. Pero fue una ocurrencia del jefe que dijo:
–Vendedor es cualquiera, dices vendedor y parece que no dices nada, que no te das a respetar.
Así que, nos adelantó a Martínez y a mí, debajo de nuestro nombre iba a poner “Subdirector regional de ventas”. No me gusta discutir con el jefe y menos por una cosa como ésa. Martínez comparte conmigo Madrid, nos lo tenemos repartido, él lleva la zona Sur con Cuenca y Toledo y yo la zona Norte con Guadalajara, Segovia y Ávila. Una tarta con muchos recovecos.
En los ratos libres, señor juez, me gusta hacer raquetas de tenis; me refiero a las raquetas de madera. Es una actividad con escaso futuro, porque los materiales sintéticos, más ligeros y flexibles, han desplazado por completo a la madera de las competiciones deportivas. A pesar de todo, yo sigo haciendo raquetas; muy pocas, pero las hago; es un homenaje a mi padre que me enseñó el oficio. Y no solo raquetas, también masajeadores de bolas de madera que se aplican en la espalda para relajar tensiones musculares. Tengo una habitación en casa transformada en pequeño taller de manualidades que procuro mantener ordenada y limpia para evitar los enfados de Cielo. Ella es muy obsesiva con el orden de la casa. Para mi desgracia, hay semanas enteras en las que no piso el taller por falta de tiempo. Y me lo reprocho. Tengo comprobado que el simple contacto con la madera me estimula y me relaja. Igual que otros toman pastillas para sentirse eufóricos, yo necesito tocar la madera. Y olerla. La madera tiene el mismo olor perfumado que los montes de donde procede. ¿Lo sabía usted?
La madera que empleo para fabricar raquetas se la compro a un almacenista vizcaíno llamado Arrietagollena; él conoce mi trabajo y siempre me selecciona una madera de haya especial, delicada y flexible, que me llega en un estado de curación adecuado, es decir, de humedad; si estuviera seca, se quebraría. Aun así, se quiebran con frecuencia, sobre todo si acelero el proceso de curvado que tiene que ser lento y progresivo. En mis buenos tiempos, cuando practicaba salto, llegué a alcanzar 1,80 de altura. Ya sé que para un deportista olímpico eso no es nada. Lo que quiero significar es que, al principio, cuando empecé a dar los primeros saltos, me ponía la barra en 1,30 o 1,40 y, tras saltos y más saltos, es decir tras muchos meses de entrenamiento, los músculos se dilatan, el cuerpo adquiere elasticidad y destreza y así se llega al tope de nuestra marca. El mío, 1,80, bueno, 1,78 para ser exactos. La madera también necesita entrenamiento, cada día un poco más de curvatura, un poco más, un poco más, presionando con los gatos, hasta que, con fuerza y con delicadeza, se la lleva a su sitio. Así consiguen también los pastores dar la curvatura a sus garrotas.
Quizá me disperse en mis explicaciones, señor juez, espero que me sepa disculpar. Me gustaría que Celeste y Serafín heredaran mi oficio, no mi oficio de representante de ropa deportiva, que ellos hagan lo que quieran con su trabajo cuando sean mayores, que estudien lo que les guste, pero con independencia de lo que estudien, yo quisiera trasmitirles los