© de esta edición Metaforic Club de Lectura, 2016
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© Ignacio Sanz
ISBN: 9788416873142
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Hola, diario. Esta es la tercera vez que te comienzo. El año pasado, ¿te acuerdas?, también probé contigo y sólo conseguí rellenar las tres primeras páginas. Y el anterior, lo mismo. Falta de constancia; mamá dice que ése es un problema de familia. Somos inconstantes como las mariposas. La última primavera me fijé en las mariposas un día que salimos al campo y, en efecto, comprobé que se posan en cada flor un instante, el tiempo justo para aterrizar con esas alas enormes con que la naturaleza ha dotado su cuerpo minúsculo, liban un momento y salen volando de nuevo a otra flor, como si tuvieran prisa por probar el sabor de todos los cálices. Por eso resulta mareante seguirlas, a pesar del colorido; no paran ni un momento. O sea, que somos una familia de mariposas inconstantes y antojadizas. ¡Pues yo me rebelo! Al menos en esto quiero llevar la contraria a mamá, aunque quizá mamá es así porque su vida es fruto de una mala estrella. Tuvo algunos novios hasta que dio con Luis. Menos mal. Ahora llevan cinco años juntos y a mí me parece un siglo de estabilidad. A ella le parecerá una eternidad. ¡Cinco años con el mismo!
En fin, diario, yo me propongo darte cuerpo, alma y vida porque necesito saber que tengo dominio sobre mi voluntad y porque, año nuevo, vida nueva y porque estoy muy ilusionada y creo que tendré muchas cosas que contarte; y, en fin, ¡caramba!, porque a la tercera va la vencida.
1 de enero.
Ha llamado Ricardo para felicitarme el año. Le he preguntado que qué tal estos días de Navidad. ¿Que qué tal?, me ha respondido, pues echándote mucho de menos. Me he quedado atónita. Luego, cuando nos vemos en el instituto es tan tímido que parece un alelado. Así que no sabía ni qué decir, pero me he sentido muy halagada. Echándote mucho de menos.
Está pasando las vacaciones en casa de sus abuelos, en un pueblo. Dice que se juntan allí unos cuantos primos. Imagino que la casa será grande, como un palacio para albergar a tanta gente. ¡Qué envidia me da! No solo por la casa, también por el ambiente. Aquí estamos mamá, Luis y yo. El día de Navidad, Luis se fue a casa de sus padres, porque dice que tiene que pasar ese día con ellos y con su hermano. Así que, nos quedamos solas mamá y yo. Mamá ni siquiera le dijo que vinieran ellos a casa, ni le preguntó que por qué no íbamos nosotras allí. ¿Para qué? Ya sabe la respuesta. Y es que los padres de Luis no aceptan que él salga con mamá. En definitiva, que no nos aceptan a nosotras. ¡Pues van apañados! porque el día de Navidad Luis cenará con ellos, pero los trescientos sesenta y cuatro días restantes cena con nosotras. Son un poco rancios, dice mamá. ¡Que se fastidien!
2 de enero.
Llevo unos días sin asomarme a esta ventana. Y es que he andado muy ocupada escuchando música, saliendo por ahí y haciendo deberes, porque dentro de tres días comienza el segundo trimestre y se me han pasado las vacaciones sin tocar un libro, como si me produjeran alergia. Mamá ha puesto la tele y todo está lleno de cabalgatas de reyes. ¡Qué aburrimiento! Eso es lo malo de hacerse mayor que ves muchas ilusiones derrumbadas por los suelos. Luis y ella han salido de compras y yo estoy aquí, encerrada en mi habitación. No se me ocurre nada. Bueno sí, estoy deseando volver a clase para ver a echándote mucho de menos.
5 de enero.
Mamá me ha regalado unos cascos. Para que no marees con tu música, me ha dejado escrito en una nota sobre la mesa. Mamá es un solete. Reconozco que, a veces, me paso. Ahora no voy a tener disculpa. Luis me ha regalado una camisa preciosa. Me ha dicho que la eligió él. No me lo creo. Detrás de esa camisa veo el estilo de mamá. Estoy segura de que dentro de dos o tres semanas va a aparecer una tarde por mi habitación y me va a decir:
–Cariño, ¿a que no te importa que me ponga tu camisa?
Como si lo viera. Mamá es así. La he echado de menos esta mañana. Al mediodía Luis y yo hemos ido a buscarla al hospital y luego hemos comido juntos en un restaurante que ni fu ni fa, uno de esos lugares en los que hay que mantener el tono de voz bajo, muy bajo y guardar mucho las formas. Francamente, habría preferido una bolsa de patatas fritas y una hamburguesa. Luis me lo reprocha. Cada vez que abro la boca para expresar mis gustos y mis opiniones, él me sermonea. Me carga mucho esa faceta de Luis de profesor pesado o de padre plomizo. ¿Quién se ha creído que es? ¿Con qué derecho se mete en mi vida? Me tiene de la comida mediterránea hasta los últimos pelos del moño. ¡Y todo porque me gustan las hamburguesas!
Bueno, hoy no quisiera meterme con Luis, al fin y al cabo me ha regalado la camisa. Mi padre ni siquiera me ha llamado por teléfono a lo largo de estas fiestas. ¿Sabrá mi padre que existo? A veces lo dudo. Ni una llamada. No sé ni cómo le echo de menos. Es como el cometa Haley que se sabe que anda por ahí porque cada ochenta o noventa años aparece fugazmente para luego esconderse de nuevo en las tinieblas. Si con todas las mujeres con las que se encuentra se comporta de la misma manera que con mamá, es posible que, a estas alturas, yo tenga dieciocho o veinte medio hermanos repartidos por el mundo. Pero aquí estoy, más sola que la una. Mi padre también pertenece a la familia de las mariposas inconstantes y antojadizas. ¡Qué le vamos a hacer!
6 de enero.
Hoy me he enterado de que Fernanda Ibáñez también escribe un diario. Dice que va por el cuarto libro. Así que yo, que he entrado en clase tan ufana diciendo que había comenzado el mío, me he sentido chafada. Se lo tenía muy callado.
–¿Y qué pones? –le he preguntado.
–Lo que me ocurre, lo que pienso, lo que veo, lo que sueño. Todo, en mi diario entra todo. A veces le pego la entrada del cine con un comentario sobre la película que he visto, o copio una redacción que me ha quedado bonita, un poema que me haya gustado, o la letra de una canción, o dejo un hueco para pegar una foto que me he hecho. También me sirve para ajustar las cuentas a quienes me hacen jugarretas. No me puedo vengar de otra manera, pero con el diario me desahogo. Les pongo verdes. Para eso sirve un diario, para desfogarse. Es como un amigo al que le cuentas tus confidencias, un amigo que te ayuda a reflexionar sobre todo lo que pasa a tu alrededor. Cuando escribimos seleccionamos y por ello nos hacemos selectos.
Me ha gustado esta idea que tiene Fernanda del diario. Quizá por eso se la ve siempre tan segura.
A echándote mucho de menos no le he visto. Se ha quedado atrapado por la nieve en el pueblo de sus abuelos. Como es una zona de sierra y ha nevado tanto, lo mismo se pasa dos o tres días aislado, sin poder venir, hasta que desaparezca este temporal de frío y se deshaga la nieve de la carretera. Qué suerte la suya, atrapado por la nieve. Esta noche me fijé en el hombre del tiempo pensado en él. Ha dicho que las previsiones son buenas, así que, con un poco de suerte, mañana o pasado andará por aquí. Yo también le echo de menos aunque no se lo diga.
8 de enero.
Echándote mucho de menos ha llegado. ¡Por fin! Le encuentro impasible y distante, como siempre. No me lo explico.
–¿Que tal las vacaciones?
–Muy nevadas
–¡Pues qué bien!
–No te creas. He acabado harto de jugar al parchís con mis primos. Había más de medio metro de nieve y así no se puede salir a ningún sitio; todo el tiempo en la cocina al calor de la lumbre. Menos mal que mi abuelo mató un marrano y ésa ha sido la única distracción. La matanza es una fiesta muy bonita.
–Ah, qué asco, sólo de pensar en la sangre me da repelús.
–¿Tu también eres de las esculimadas?
–¿Esculi qué?
–Esculimadas. Eso dice mi abuela de la gente finolis, la que pone reparo a las cosas naturales como matar un marrano, pero que luego se hartan de chorizo y jamón. ¿Porque a ti, como a las melindrosas de mis primas, te gustará el chorizo y el jamón?
–¡Por supuesto!
–Pues ese tipo de fruta no se cría en los huertos, para que lo sepas.