Annelies Marie Frank, escritora de “El diario de Anna Frank” se convirtió en un símbolo del Holocausto y de su impacto en los seres humanos.
Y porque un libro nos conduce a otro libro, el verdadero personaje que nos lleva hasta Anna es Roberto, un joven que visita Holanda durante unas vacaciones de verano, <bastante insólitas> según opina el afectado, que tendrá que residir en Ámsterdam unos meses con sus padres. Pero Roberto pronto descubrirá la figura de Anna, primero por obligación y más tarde por curiosa devoción, lo que le hará replantearse junto a su recién descubierta nueva amiga una serie de cuestiones, cotidianas o humanistas, a propósito de ciertas acciones formales del ser humano relacionadas con el racismo, la xenofobia, o las guerras.
Sin perder el sentido del humor ni las ocurrencias propias de un chico de apenas catorce años, se producirán encuentros entre Roberto y una Anna vivaracha y juguetona donde hacer repaso de algunos comportamientos que no dejan de ser sorprendentes a toda lógica, vistos con la mirada franca de unos adolescentes incapaces de comprender los desmanes de sus referentes adultos. Porque como dijo Mandela: <hay creencias que se perpetúan pero son evidentemente falsas, y fueron y siempre serán desafiadas por los semejantes a Ana Frank>. O como dirían Anna y Roberto: “los prejuicios siempre están avocados al fracaso”. Para ello, para dar cabida a un mundo más adelantado, con todo tipo de formas de ser y pensar, Anna y Roberto resuelven el conflicto que se les plantea promoviendo un espacio mestizo y acogedor en ese país que les fascina: Holanda. Anna porque ahí piensa encontrar la libertad, su más preciada pérdida, y Roberto porque acaba de descubrir una hermosa tierra pletórica en redenciones.
Así da comienzo para Roberto el abandono de la parte de niñez que arrastra, al lado de una Anna, a la que cree conocer bien tras la lectura de su diario. Un día a día que abarca tantas etapas de la vida como las que él mismo está atravesando. De este modo iniciará su otro camino, el más interior cambio de mirada en un proceso misterioso que no siempre se produce viajando: el camino hacia una vida adulta plena y colmada.
Calma Roberto, calma.
Desde luego la sorpresa, no se puede negar, ha sido mayúscula. Son la pera, me regalan un veraniego viaje a Holanda, pero con perversas intenciones; el lazo rojo del paquete incluye a mis padres en la bonita excursión. ¡Un morrazo…!
Perplejo y parapléjico inquiero y me lo pregunto: ¿a quién se le ocurre llevar a un hijo, al quinto pepino de Holanda a estudiar inglés? Solo a estos dos que son tan originales, porque que yo sepa, mis amistades aprenden ese idioma en la academia de la esquina, o allá donde los Olímpicos, en la mismísima Gran Bretaña madre patria del idioma; pero qué va, quía, a mis propios lo que hace el resto de los mortales les importa un bledo. Ellos a rizar el rizo.
Feliz cumpleaños, han dicho, y como presente, me endilgan viaje a un peregrino país donde debo practicar y mejorar mi inglés. Papi y mami de carabina. ¿A Holanda de los Países Bajos? ¿Mandeeee? Me he quedado a cuadros. Que sí, mis padres es que son de llevar la contra y ponerse el mundo por montera… Heavy ¿no?
Berrinche y mosqueo fuerza veintisiete.
Menos mal que alguien se acordó de mi Mp3. Eso, y la abuela que está muy pasadilla de onda me vino con un libro y este diario. Dice que así fue, leyendo y escribiendo como mejoró ella su lenguaje en tiempos, porque aunque el que suscribe haya superado ampliamente el curso a ella no le gusta ni pizca mi ramplón vocabulario…
-¡Qué maneras tan burdas de expresarse estos jóvenes!- protesta siempre-. Con la de palabras hermosas que existen en el mundo…
Peor, lo de soplar las catorce velas y el correspondiente canto coral.
Al hacerlo, me he prometido que este rollito familiar es el último año que consiento. Es inaudito y ridículo. Me siguen tratando como a un crío. ¿No se dan cuenta de que todos mis amigos lo celebran hace tiempo solos y en el centro comercial?
Después de la tarta, menos mal, he podido perderme hasta la diez con Isra, Alfonso y Jorge. El único rato guapo.
Que no era broma. Que no. Que me voy. Que nos vamos a Holanda en el mes de Julio mi madre y yo; mi padre se reunirá con nosotros en Agosto, cuando tome sus vacaciones. Pero qué hermosura, la familia feliz, todos juntos. Puffff.
Y el pasaporte. Las colas. Comprarme ropa. No sé si me voy un poco más al norte o al polo. Un ataque el de mi madre con lo de protegerse de la lluvia. No sé yo, pero me digo que también ahí será verano y escampará, ¿o es que hay pingüinos en ese país?
¡Ah! Al menos ya me he enterado del porqué de esa extraña casuística, (toma ya abuela), la misma que me tiene sobrecogido, me refiero al asunto de ese viaje raro que me han preparado.
La cosa es tan complicada como sigue: mi madre, que entre otros defectos es profesora, tiene una amiga, María, lectora de español en un instituto de Ámsterdam, la capital de Holanda para más señas. Y este hecho que para cualquier otra persona sería insignificante, en la vida de mi madre es trascendental porque gracias a su buena amiga María (así la tilda ella) ha conseguido alquilar casa en aquella ciudad ¡¡y encontrar profesora particular de inglés para el ignorante de su hijo Roberto!! A todo esto la tal María no es la que deja la casa, ella monta el follón y se las pira, o sea, cuando lleguemos a Holanda estará de vacaciones en España ni más contenta. Mira tú qué bonito.
Lo que está clarísimo es que yo aquí soy el último mono, no tengo arte ni parte, y encima osan y preguntan <¿estarás loco de contento, no?>. Por supuesto que estoy loco, pero loco de pensar la que me espera. Y además digo yo que vaya despilfarro, que si es que nos ha tocado la lotería o qué. ¿No hay crisis? Pues es que algunos no sé en qué piensan si no piensan en los demás, <así nos luce el pelo>, como dice mi abuela.
Ventaja: me están dejando salir y entrar con los amigos sin medida ni situación exacta en el plano. Esto me huele mal. Al reo se le concede antes de morir el último deseo. Deben dolerles las entrañas del remordimiento tan grande.
Verás abuela que es cierto que no he abierto el libro que me regalaste todavía, “El diario de Ana Frank”, aunque aquí me tienes, a toda pastilla el super MP3 e intentando domesticar mi impresentable lenguaje, mejor decir, no lo verás porque no voy a dejar a persona animal o cosa leer mi diario, eso que lo reconozco, a falta de otra forma de protesta digna estas páginas me sirven de descarga, desgarro, y lamento. Única manera de alzar la voz en esta casa sin que te castiguen ni te peguen un mamporro. ¿Qué? ¿Que no? Que sí. Más de uno llevo.
Mierda. Mierda y quilos de cagarrutas de vaca putrefacta.
“Para alguien como yo es una sensación muy extraña escribir en un diario. No sólo porque nunca he escrito, sino porque me da la impresión de que más tarde, ni a mí ni a ninguna otra persona le interesarán las confidencias de una colegiala de trece años. Pero eso en realidad da igual, tengo ganas de escribir y mucho más aún de desahogarme y sacarme de una vez unas cuantas espinas. “El papel es más paciente que los hombres”.
Para realzar todavía más en mi fantasía la idea de la amiga tan anhelada, no quisiera apuntar en este diario los hechos sin más, como hace todo el mundo, sino que haré que el propio diario sea esa amiga, y esa amiga se llamará Kitty. Anna”
La moda es ésta: hay que aprender inglés por lo que valga.
Parece que es imposible vivir en este planeta sin saber ese idioma.
Aunque para mi coleto queda que la culpa la tuvo Merche.
Fue su inocente padre el que se gastó la pasta gansa en llevarla el verano pasado a estudiar inglés. Dos mesecillos estuvo la nenica en aquella bonita ciudad de playa, Brighton, con sus correspondientes excursiones a Londres. El caso es que volvió la criatura de Inglaterra con el idioma como un tesoro oculto dentro de su cerebro, y al llegar nadie preguntó ni le dijeron: <apoquina y escríbete una redacción tan correcta como le corresponde a tamaña inversión>. Nada de eso. La besaron, la agasajaron y todos tan contentos. Los de la urba tuvimos que sufrir a Merche. Qué humos se daba de estancia en el extranjero, total para que después todas las madres anduvieran conspirando a ver quién mandaba más lejos a su hijo en las próximas vacaciones. Y yo estoy en que la culpa de mi desgracia seguramente la tuvo ella, Merche, que no controló cuando hablaba por teléfono con su Yolanda del alma, que el portazo que su madre había pegado al salir era más falso que Judas, y aquel simulacro con estrépito le permitió a la autora de los días de Merche enterarse con pelos, señales y subrepticiamente de la auténtica y aterradora verdad del viaje de su hija a Inglaterra. Un fraude. Que Merche recién llegada había hecho conocimiento de Xavi, un tío catalán más bueno que el pan con tumaca, y que ya no se habían separado; que las clases de inglés ni pisarlas porque había muchísima marcha, que Brigthon, Londres y toda la Gran Bretaña estaban llenos de tíos buenísimos llegados de todas las partes del mundo que van también a aprender inglés y que se pasa de muerte.
Parece que la impactante noticia cundió entre las madres como reguero de pólvora, y aunque desde entonces Merche está recibiendo pescozones día sí día también, al resto de la humanidad se nos han jorobado las vacaciones para siempre, y todos los hombres y mujeres de mi entorno, a partir de ese momento irán a aprender idiomas con sus padres. No te fastidia…
O que si yo en vez del maldito inglés hubiera elegido francés… mersi, quesquesé, quilosá. Nada, qué va, es inútil, mi propia le diría a la buena de su amiga María que me buscara en Holanda una nativa francesa. Te lo digo yo que me conozco el paño, abuela, esto no tiene solución. Me veo recitando verbos y contándole las aspas a los molinos en británico, porque es allí donde hay molinos ¿o no? Ni flowers.
Nos hemos ido al cine. Alfonso no ha podido. Isra, Jorge y yo nos hemos reído como posesos y hemos hecho el animal como si fuera la última vez.
Como que me voy mañana. Menudo cachondeo se llevan estos con mi viaje.
- Aprenda inglés en Holanda con sus parientes más queridos, ja,ja, ja…
- Molan los regalos de tu casa, eh, Rober…
Solo Israel se ha puesto como una moto. Dice que se ha enterado que Amsterdam es muy famosa por unas señoras de vida alegre, (traducción libre, abuela) que trabajan en un barrio pintado todo de rojo, y que si a él se lo llevaran sus padres a un sitio así lo fliparía mucho.
- Tú no sé de que te quejas- ha dicho.
Y también:
- Y a ver si te acuerdas de los amigos y nos traes algo.
Bueno, yo lo que le he dicho es que si quiere un pito que suelte la pasta y pitará. Que no soy rico.
Luego, de vuelta a casa, me ha dado por pensar que si se entera el Isra, abuela, que tu nieto escribe su diario se me desternilla. Querido diario. No. No quiero ni imaginármelo. Alto secreto abuela, al fin y al cabo no es más que un cacho bestia. ¿Passsa si uno escribe sus asuntos, eh, eh…?
Al salir del cine he visto a Irene. Iba con sus amigas.
Nota del autor: La pela en Holanda se llama forint. Y dice mi padre que, maldición, son carísimos para los españoles.
“Querida Kitty:
Mal tiempo, o bad weather from one at a stretch to the thirty June*. ¡¿Qué te parece? Ya ves como domino el inglés, y para demostrarlo estoy leyendo “Un marido ideal en inglés” (¡con diccionario!)”
* Racha ininterrumpida de mal tiempo del 1 al 30 de Junio.
Nunca había tenido antes a mi madre para mí solo.
Normalmente no se le ve el pelo. En mi casa y durante el curso todos vamos corre que te pillo, y ella creo, la que más. Pero así es la vida. Ya lo dicen, ellos mismos lo dicen, <cuando seas padre comerás huevos>, que no sé bien…
Pues eso, mi madre y yo, en el fantástico avión. Todo sea dicho, emocionante mi madre y yo aterrizando en la lejana Holanda, y mi madre y yo llegando a la Bennebroeckstraat, 18, de Ámsterdam. La Bennebroeckstraat es, querido diario, una calle, porque en Holanda las calles se llaman bastante extraordinariamente complicada la cosa.
Así y todo, con la dirección apuntada en un papel, y un buen estudiante de inglés para ayudar ¡qué alucine!, se llega hoy en día a cualquier parte. Hola Holanda, tan verde país que parece imposible. Hola Ámsterdam, la ciudad inundada de agua, (creí que eso del agua en las calles era Venecia), y lo primero que me sorprende es el silencio de sus calles plagadas de bicicletas, bicicletas, bicicletas. Apenas hay tráfico ¿no tendrán para coches?
Nosotros,¿lo he dicho? llegamos con bien a la Bennebroeckstraat, en Ámsterdam capital.
En el número 18 un comité de bienvenida aguardaba nuestra llegada.
O sea, lucía un sol radiante de bienvenida que Gabriela, la amable dueña de la casa, (amiga así mismo de la tal María) atribuyó a un encarecido encargo suyo al tiempo.
Con ella Shanti, mi fichaje de inglés; nada que objetar de su moderno aspecto ni de los dos magníficos gatos adosados a la casa, ¡la mejor de las sorpresas!
Lo cierto es que mi madre y las dos chicas se explicaron a conciencia. Hay que decir que Gabriela y Shanti controlan el español <es lindo el muchachito, pues>, solo que aprendido en algún país de Sudamérica, por lo que a cada minuto, alguna de ellas, impepinablemente añadía <es chévere>, que en vivo y en directo resulta más simpático que en las telenovelas.
Y porque todo era < padrísimo>, será por lo que después de mostrarnos la casa y trucos de funcionamiento doméstico, las tres féminas decidieron liquidarse, en animada charla, lo que quedaba del día junto a unas botellas de vino blanco fresco, al tiempo que rebosantes de, ejem, coincidencias, ratificaban la solidaridad del género tras el pertinente intercambio de risas y direcciones, tal que almas en afortunado encuentro.
Menos mal que Gabriela en un pronto lúcido, apercibida de mis bostezos alevosos por la evidente nocturnidad, dio la voz de alarma y, cogiendo su equipaje (al parecer salía de viaje inmediato a Italia) arrastró con ella a Shanti para huir por la misma puerta que miles de horas antes atravesáramos mi madre y yo.
La casa de Gabriela, ahora nuestra, es una de esas típicas casas que se ven en las tarjetas de Ámsterdam, antiguos almacenes recuperados y convertidos hoy en modernos apartamentos. Al nuestro, de tres alturas, no le falta su remate triangular de cornisa blanca como otros que en hilera asoman su estrechas fachadas a los canales. Pero como de todo se entera uno, dicen que si la fachada es así de apurada, ella no tiene la culpa, que es cosa del ahorro - verás abuela que en el extranjero también cuecen habas - porque antiguamente se pagaban impuestos de la vivienda según los metros que tuviera la fachada. Y claro, te estarás preguntando lo mismo que yo: ¿y los muebles? ¿cómo narices meten los muebles en esas casas tan estrechas y empinadas? Aaaah… para eso tienen arriba, en lo alto del mismísimo frontispicio (además de mil detalles con los que indicaban el nombre del propietario, su ciudad de origen, e incluso su profesión o creencia religiosa) tienen una superpolea para que todo tenga acceso a la vivienda. Este misterio recién resuelto (el de cómo pasar los muebles a la casa por escaleras tan estrechas) me ha tenido francamente preocupado, por eso mismo te lo aclaro.
Nuestra casa está situada muy cerca del Jordaan, es decir, el barrio donde vive Shanti, mi profesora. Eso está muy bien porque el paseo hasta su casa resulta muy agradable, ya que el Jordaan es un característico barrio obrero habitado en la actualidad por estudiantes y artistas que lo han puesto de moda. Se explaya en dirección norte-sur, desde Haarlenmerdijk hasta Leidsegracht, entre los canales Prinsengracht y Lijnbaansgracht. (¿Ves cómo controlo, abu?). En realidad no tiene pérdida, además, te gustaría, empezando porque al Jordaan el nombre del barrio le viene de jardín, claramente, ya que todas sus calles tienen nombres de arboles y flores. Dicen y estoy de acuerdo por lo que llevo visto que es el barrio más guapo de Amsterdam, con sus callecitas estrechas, sus canales pintorescos y mil y una tiendas fantásticas. Por aquí camina la gente más extravagante que he visto en toda mi vida, tanto que tengo que reprimir mi emoción para no señalar con el dedo todo lo que pasa por mi lado. Menos mal que mi madre avisa: <Roberto, controla que sólo son extranjeros, no tontos>. Para ella, qué cosas, éste solo es un lugar repleto de arte y de anticuarios, mientras para mí es un barrio flipante, extravagante y estrafalario, mucho mejor que el sosito y tranquilo de nuestra casa de la Bennebroeckstraat.
¡Ah! la casa. Nuestra vivienda es de tres plantas y tiene ¿ya te lo he dicho? las escaleras más empinadas que en mi vida he visto. Ya me voy acostumbrando. Mi Eva y yo habitamos la segunda y tercera planta, es decir el apartamento con salón comedor, una cocina, mi dormitorio (para ser exactos es el de Gabriela) y un baño sorprendentemente mínimo. Afirma mi maru que en Europa esto es muy común, y solo los españoles por la influencia de los árabes somos tan generosos en lo que al aseo respecta, fíjate, yo que pensaba que los moros como solo tienen desierto eran unos guarrindongos…
Ella, mi madre, (nacida Eva) duerme arriba, en la tercera planta, en una amplía e independiente habitación-buhardilla, acondicionada como dormitorio principal, es decir, a sus aposentos se accede por la misma escalera del edificio independiente de mi planta, con lo cual por la noche, ambos, quedamos totalmente aislados. Así me quedo tan guapamente, dueño y señor del apartamento y la televisión, a mis anchas.
Nota: ¿Son árabes los moros? Preguntar a propia o/y a extraña.
Otra nota: ¿Qué hay en el primer piso? Aaaaaah…
Hace días que han comenzado las clases de inglés. Be happy.
Me explico.
Shanti, esta profesora pegada a una bicicleta, hasta un ciego lo ve, es una holandesa de toma pan y moja, lo que no deja de ser un alivio, ya que su mayor defecto consiste en que debajo de su rubia cabellera, (bueno, mitad rubia, mitad lila rabioso) grabada a fuego se encuentra la promesa a mi madre : <Roberto aprenderá inglés >; y, rigurosamente, lunes, miércoles y viernes, mientras mi madre se pinta las uñas, ella espera en su casa que den las diez o'clock de la mañana para torturarme con los verbos ingleses con preposición.
Pero si he de ser exacto las cosas hasta ahora no son tan rigurosas. Me vuelvo a explicar: de momento llega Roberto a casa de su profesora, y allá se le espera con algún dulce, algún chocolatito para pasar el trago amargo; lo malo viene después, cuando sin perder su preciosa sonrisa, - aaay, no sabes qué titi maciza, Isra, parece una película - me lanza una retahíla de frases que respondo a tropezones, más que nada porque me aturulla con sus ojos, no tengo culpa, y lo que llegan a alcanzar mis entendederas viene a ser algo así como:
- Hola Roberto. Buenos días. ¿Ha dormido usted bien? ¿Le gusta Amsterdam? ¿Qué le parece mi país? ¿Tiene algún plan para hoy? ¿Podría contarme que hizo ayer?
En fin, la conversación que me propone Shanti sería interesante si me dejara hablarle de que se me nubla el entendimiento cuando me mira con los dos ojos que lleva puestos en la cara, un bellezón, oye. Y sobre todo sería genial si me permitiera que lo expresara en mi idioma, (quiero que ella me conozca y me valore), pero se ríe y no quiere saber nada cuando iniciada la respuesta deseo completarla en español. Así no habrá manera. Shanti nunca se va a enterar de quién es el tipo que tiene delante. Imagínate, caro diario, a este sujeto de bigote más que incipiente, balbuceante como un bebé. Porque ¿sabes, Isra? Por si no te lo he dicho te lo digo y te lo repito, Shanti es la caña, una bomba tú, y mira por dónde una clase de inglés con semejante semejanta es hasta apetecible. ¿Inglaterra? ¿Quién dijo Inglaterra? A Merche cuando la vea me la voy a comer a besos por haber metido la pata tan bien metida y cambiar el curso de los acontecimientos mandando a la gente a estudiar inglés a Ámsterdam.
Para colmo, ah, no te lo pierdas, Shanti se parte conmigo, tú, cada vez que abro la bocaza se desternilla ella, dice que soy divertido y que tengo música en la voz. Te lo juro, macho. Eso dice, yo que sé, es que es simpática que te cagas. Profesoras de éstas me llevaba yo una caja al instituto, no sabes, oye.
Reproducción de postal: <<Hola Isra, ¿te gusta la bici pintada de margaritas? Es solo una muestra de las cientos de miles de millones de bicicletas que hay a mi alrededor en esta ciudad. Y es que macho, aquí no hay cuestas como en la urba, todo son carriles bicis, y lo más curioso es que son como sagraos y la gente los respeta mazo, oye, alto ahí, que viene una bici, y el carril ni pisarlo. Jope, macho, ya te digo con la civilización.