Hace días que Camila tiene un amigo nuevo: se llama Alejandro.
Alejandro vino con sus padres de visita porque ahora la casa de Camila se ha puesto de moda y todo el mundo viene a verla, como si fuera fantástica, sólo porque es nueva.
Camila no lo comprende. Nadie parece acordarse ya de la antigua casa, del perro Maco, de sus amigos: Vane, Cristina, Paqui, Perico.
Aquí están todos muy contentos con esta casa tan moderna y actual, la de los mármoles de Macael y las puertas de roble americano.
Suelen sentarse los invitados en la terraza del salón. Entonces el padre de Camila prepara café y su madre saca ricos dulces, mientras la niña permanece allí, callada, junto al abuelo Juan, hasta que al rato enorme se lo dicen:
-Camila, toma pastelitos de chocolate, que son de los que a ti te gustan.
Como si no la hubieran visto antes. Y sí que la han visto, no se han olvidado, porque Camila es hija única y todavía no se ha acostado.
Pero ellos tardan. Tardan tanto en ofrecerle que la niña cree que nunca se van a acordar. Menos mal que su abuelo, tan cariñoso, siempre está pendiente:
-Nena, ¿has probado ya las galleticas?
Qué abuelo tan atento. Es cordial y muy afectuoso; Camila le tiene mucho apego, lo quiere más..., ¡uuuuf!, una barbaridad. Ella es su pinche de cocina. Juntos cocinan ricos dulces y hablan de las cosas importantes de la vida.
El día que vino Alejandro de visita con sus padres, Camila no había cocinado esa tarta con el abuelo Juan, pero también estaba muy rica.
Alejandro es el hijo de los nuevos vecinos. Ella ya lo conocía, de una vez que se asomó por la ventana y la llamó tonta. Entonces se enfadó un montón, pero bueno, ahora resulta que Alejandro es bastante simpático.
Además que lo pasado, pasado está.
Alejandro es mayor que Camila y tiene un padre maestro que lo lleva a su clase. Eso a Camila le parece que es tener mucha ventaja, o sea, vaya suerte que tienen algunos niños, así cualquiera saca las mejores notas.
Cuando los padres de Alejandro, que viven en el piso de enfrente, vinieron a ver la casa, como son tan amables dijeron:
- Si ustedes necesitan algo ya saben dónde nos tienen. Los vecinos están para ayudarse.
Luego los mayores se pusieron a charlar mientras tomaban café y a ellos dos les mandaron por ahí, a jugar, para poder quedarse tranquilamente, a sus anchas.
¡Mejor!, porque resultó que Alejandro sabe hacer muchísimas cosas. Por ejemplo, malabarismos con naranjas; tuvo que ser con naranjas porque no quedaban suficientes huevos en la nevera, y como es un juego bien difícil, algunas se estrellaban contra el suelo y, hala, otra vez, a buscar la fregona. Muy divertido, aunque lo que más le gustó a Camila fue lo que hizo después el amigo: andar del revés, con las manos en el suelo y los pies para arriba; claro que, donde más disfrutaron, fue dando el triple salto mortal sobre la cama, a pesar de que también, en ocasiones, con tanto trajín, se caían y ¡menudos costalazos!
Fue una tarde estupenda.
Camila recuerda muy bien cuando Alejandro le dijo:
- Oye, ¿tú no tienes hambre? Yo tengo hambre de tarta.
Pensándolo bien, Camila, también quería tarta.
- Buena idea. Vamos al ataque.
Y como nadie de la casa parecía acordarse de ellos, merodearon y se arrastraron como indios famélicos por el desierto de la cocina, sigilosos, para poder capturar sin peligro el botín.