Nota previa.
Mi padre era uno de los padres más pesados del mundo; se pasaba las horas lanzando sermones y monsergas, de espaldas a la realidad y encerrado en su pequeña torre de marfil. Lo digo con cariño. Quizá por eso no fue nunca un padre ejemplar. Por supuesto que tampoco yo fui nunca un hijo ejemplar. Dice mi madre que los artistas tienden a ser así, un poco egocéntricos y pedantes. Qué le vamos a hacer. Mi padre era guionista de cine y de televisión, aunque le habría gustado ser escritor a secas. Él siempre decía: nadie es perfecto. Con sus pequeños defectos, ahora que ha muerto, le echo mucho de menos y creo que le quiero más que nunca y lamento no haberme mostrado más cariñoso con él cuando vivía. Pero, en efecto, nadie es perfecto y tampoco voy a estar ahora reprochándomelo cuando ya no tiene remedio.
Desde que le enterramos no hago más que leer este puñado de cartas que me escribió mientras se rodaba su película “Playa de otoño”, en la que, además de guionista, trabajó como ayudante de dirección. Más que hablar de mí, que también, estas cartas le retratan a él, un poco egocéntrico y pedante, como dice mi madre, sí, pero también preocupado por su obra, ilusionado y trabajador. Algo tendría de positivo, me digo a menudo, cuando ella, tan exigente, se enamoró de él, aunque luego se divorciaran.
Por respeto, no he cambiado ni una coma, tampoco he suprimido ni un solo párrafo. Al cabo, nada hay en estas cartas que me produzca bochorno o vergüenza. Todo lo contrario. Es una lástima que él, que nunca publicó un libro, no haya vivido lo suficiente para ver este puñado de cartas publicadas en forma de libro. Es mi pequeño homenaje póstumo y mi manera de luchar contra la muerte traidora que se lo llevó. Él, que llegó tarde a tantas cosas en la vida, fiel a sí mismo, tampoco tuvo oportunidad de ver cumplido uno de sus sueños. Pero así es la vida, diría él con un gesto de despreocupación. En fin, os dejo con mi padre.
Querido Marcelo:
Lo prometido es deuda; acabamos de llegar al hotel tras cinco horas de viaje, la última por carreteras estrechas y retorcidas; el paisaje ha dejado hipnotizada a la gente; a mí me agita viejos recuerdos. El hotel es mediano y lo hemos ocupado al completo. He tenido suerte y me han asignado una habitación individual. Para que veas la importancia de los guionistas. Espero que me lo respeten durante el rodaje, a no ser, claro, que la tuviera que compartir con la actriz principal. Es una broma. He visto su foto y es guapísima. Pero pocas veces la actriz principal se marcha en la vida real con el guionista; ellas son las diosas de este pequeño olimpo y las diosas buscan el abrazo de los dioses, encarnados siempre por el director o por el actor protagonista. También el cine es un universo cerrado y clasista, como la propia vida. No conozco a ningún técnico de luces o de sonido que le dé por conquistar a la actriz principal, o a una peluquera que trate de seducir al director. ¿Has estudiado la sociedad estratificada medieval? El mundo no ha cambiado tanto desde entonces. Pero desbarro, y todo a raíz de ese delirio de compartir habitación con una actriz. Para que veas cómo se altera el ritmo de una carta en cuanto entra una mujer en escena. No quiero contarte lo que pasa si, en vez de colarse en una carta, le da por irrumpir en tu vida. Puede producirse un cataclismo. Pero no te asustes, porque eso de que una mujer irrumpa en tu vida puede ser lo más maravilloso que te suceda nunca. Y, conste, que no quiero con ello justificar ante ti la vida inestable que llevo. Todo lo contrario, el hecho de ser un picaflor, acentúa mi conciencia de fracasado. Porque esa inestabilidad, de rebote, la sufres tú que has conocido a tantas mujeres en mi vida.
Estamos un poco apartados del pueblo, al pie de una playa enorme, de más de dos kilómetros de larga, en la que desemboca un riachuelo; en el cielo siempre hay una nube de gaviotas que imagino van a dar mucho juego a la cámara. Mi habitación está al final del pasillo y tiene dos ventanas, una que se orienta a la playa y la otra que se abre hacia el monte tapizado de verde con cuatro o cinco cabañas y casas de madera desperdigadas por la ladera. He visto que hay senderos y confío que algún día encuentre un hueco para subir hasta lo alto. Te prometo una descripción minuciosa de la panorámica. Imagino la furia del Cantábrico reventando en espumas contra los acantilados. Creo que ha sido un acierto la elección de esta playa y del pueblo.
Me esperan tres semanas de rodaje, todo depende del tiempo que, como sabes, aquí suele ser inestable. De modo que vas a recibir un montón de cartas porque Galo, que los aborrece, ha prohibido los teléfonos durante los días que dure el rodaje; solo en caso de urgencia se pueden recibir mensajes en la recepción. Manías del director que hay que acatar. Como te prometí, no pasará ningún día, sin que te escriba, aunque no sea más que para decirte hola y adiós. Y ya sabes, Marcelo, que cumpliré mi palabra. Puedes estar tranquilo; los días de rodaje son agotadores y enloquecidos, pero tu padre te dedicará, al menos, cinco minutos cada día. Quizá no te parezca mucho, pero te aseguro que, en medio de este vértigo absorbente, es una barbaridad. Si, como dices, algún día te dedicas al cine, lo entenderás. En cualquier caso no quiero que vuelvas a reprocharme que te tengo abandonado. Todavía me está doliendo. Mi vida, no lo niego, puede estar un poco embrollada, pero si hay un norte que la ordena, ese norte eres tú, de eso puedes estar seguro, pese a que nos veamos tan solo una vez cada dos semanas. ¿Qué culpa tengo yo? Bueno, es posible que lleves razón, que, al menos, tú lo sientas así. Reconozco que, con frecuencia, el trabajo me absorbe, y que, por razones evidentes, acaso yo no sea un padre modélico. Pero tienes que saber que, si alguien me preocupa en este mundo, ese alguien eres tú. Sé que pasas horas y horas frente a la tele o navegando. Entontecido en cualquier caso. Es absurdo que te justifiques ante tu madre diciendo que así aprendes el manejo de una cámara; así, hijo, estragarás tu gusto y te adocenarás. ¿Tú crees que Mozart habría podido componer su obra escuchando a trote y moche las marchas militares de su época? Un ambiente cerril genera gente mostrenca. No me preocupan tus notas, que son consecuencia de esa desidia que muestras para el estudio. Me inquieta que todas esas horas de bazofia televisiva o de navegaciones hueras vacíen tu cabeza de ideas fértiles y te conviertan en un simple botarate consumista. Un programa banal solo puede contagiarte de banalidad. Y sé de lo que hablo. A veces, mea culpa, también yo he besado el vientre de los reptiles, prestándome a escribir guiones triviales para llenar de trivialidad tanta cabeza hueca. Hay mucha demanda. El mundo está lleno de chorlitos que demandan chorlitadas. A mí no me preocupa que mi hijo saque malas notas, me desazona que sea un chorlito.
Espero que en estos días tenga ocasión de hablarte de mi aprendizaje, de los enredos que me empujaron a este oficio. Ya sé que hay cumbres mucho más altas, pero si de algo me siento satisfecho es de cómo desemboqué en el cine, del camino que tuve que recorrer para llegar hasta aquí. Hay un director de cine iraní que me gusta mucho. Se llama Abbas Kiarostami. Es también el guionista de sus películas, que siempre están a la altura de los mejores directores europeos y norteamericanos. Pero tiene un mérito añadido porque trabaja en condiciones precarias. Yo partí también de unas condiciones precarias.
Acabo precipitadamente porque oigo gritar a Galo mi nombre por el pasillo. ¿Lo ves? Esto es la locura. Más madera. Pero mañana más y mejor. Te lo prometo. Un beso. Te quiero.
Querido Marcelo:
Apenas he podido dormir. El mar está picado y ruge con la rabia de un mastodonte desesperado. Es hermoso tener la sensación de que el suelo retiembla a tu alrededor. Este mar me recuerda a ti de niño, cuando te enfurruñabas por las noches y tu madre y yo nos turnábamos medio sonámbulos para mecer tu cuna y tratar de calmarte; tu madre más que yo, lo reconozco.
Escribí el guión de “Playa de otoño” hace ocho años, tras una experiencia intensísima que viví tras la turbulencia de la separación; y, acaso, para mitigar sus efectos. Y eso que todo discurrió por cauces más o menos civilizados. Tu madre es una mujer equilibrada que tuvo la mala suerte de cruzarse en su vida con un neurótico. Bien lo sabes tú. Pero ese es otro tema. Lo cierto es que llevo ocho años con el guión rodando de despacho en despacho. El cine es más lento que un caracol. El guión ha pasado por todo tipo de vicisitudes, provocando indiferencia en unos y entusiasmo inicial en otros que, luego, se desvanecía. Me refiero a los productores. Galo siempre estuvo seguro de las posibilidades de la historia. Imagino que mis desvelos de esta noche no vienen solo por los rugidos del mar, sino por los nervios que no me dejan parar; supongo que lo entenderás. El hecho de verme aquí, en el escenario del rodaje, es como habitar dentro de un sueño que ya pensaba inalcanzable. Y, pese a todo, no puedo liberarme del miedo, siempre la sombra del miedo sobrevolando por encima de la felicidad. Tengo miedo a que enferme o se accidente alguno de los actores principales, miedo a que el tiempo, con sus bruscos cambios de humor, no nos permita rodar en exteriores, miedo a que el productor dé la espantada a última hora y, sobre todo, miedo a que el rodaje, por algún motivo imprevisto, se paralice. El cine no solo es más lento que un caracol, también es más delicado que esas princesas de cuento a las que una pequeña corriente de aire les provoca un resfriado. Ojalá todo vaya bien. Y no solo el rodaje, también el montaje, la promoción y la taquilla. Si la película funciona, será más fácil que el productor me compre los derechos de los otros dos guiones. Galo está dispuesto a dirigirlos. He empleado más de tres años en ellos. Si me los compra seguiré escribiendo guiones serios que requieren mucha concentración y en los que pongo lo mejor de mí. Si no me los compra me esperan las fastidiosas y estúpidas series y comedietas banales para la tele, escritas en equipo, destinadas a llenar de serrín tanta cabeza hueca. Quizá esa sea la verdadera preocupación que late en mis desvelos.
Hoy he conocido personalmente a Ana Ronco, la protagonista. Me ha dejado sin habla. Me parece guapísima, más que en la foto, una de esas mujeres que, a poco que se lo proponga, puede arrebatar la voluntad de cualquier hombre. Quizá sea un poco joven para encarnar un papel con tantos matices. Pero ahí está el reto. Espero que Gorka Arranz asuma su papel sin complejos, con la misma entereza que ha encarnado a otros personajes en los últimos tiempos. Dar la réplica a una mujer tan guapa, requiere mucho temple. Ayer por la tarde nos encerramos los tres con Galo, durante más de una hora para perfilar los últimos retoques de los personajes, tan volubles siempre y tan resbaladizos. Creo que fue una reunión decisiva para despejar dudas. Por eso me empeñé en estar presente en el rodaje. Que hayan recurrido a nombrarme ayudante de dirección es un truco de Galo que yo agradezco; yo me sé íntimamente guionista y solo guionista. Hice mucho hincapié cuando firmé el contrato porque no quiero que sin mi permiso, se trastoquen los diálogos ni el sentido de la historia. Es muy común que luego, cuando ves la película, te lleves indignado las manos a la cabeza y maldigas mil veces esa tendencia de los actores morcilleros que, en un alarde de creatividad, cambian el sentido de la frase ante la indiferencia del director. Ya sabes que soy un poco maniático con las palabras; tu madre, y acaso con razón, me llamaría neurótico. En las comedietas de la tele, esa intromisión en el texto se acepta con resignación. Pero es que con la velocidad de los rodajes, no merece la pena protestar, entre otras cosas porque, a veces, hay que reconocerlo, los actores mejoran el texto con sus improvisaciones. En el cine es distinto, todo está calculado, todo es muy sutil, se calibra hasta el más mínimo detalle. Una improvisación puede llevar a un pequeño desvarío y tres o cuatro desvaríos en una película pueden desembocar con facilidad en una catástrofe. ¡Por eso el cine es un arte!