José Manuel de Prada Samper
Las mil caras del Diablo
Cuentos, leyendas y tradiciones
Ilustraciones de Luis Filella
Para mi hermano Joaquín
INTRODUCCIÓN
PREÁMBULO: SUPERSTICIONES Y CREENCIAS
I. EN EL PRINCIPIO
1. La creación (Bulgaria)
2. Cómo el Diablo creó el Sol y la Luna (Lituania)
3. El enemigo de la luz (Estonia)
4. El origen de las medusas (Islandia)
5. Dios, San Pedro, el Diablo y el lobo (Rumania)
6. El reparto del mundo (Bulgaria)
7. Adán, Eva y el Diablo (Rumania)
8. Cómo el Diablo enriqueció el lenguaje (Florida, Estados Unidos)
9. La división de la cosecha (Francia)
10. No hay justicia en el mundo (Surinam)
II. EL PACTO PELIGROSO
11. El cazador desafortunado (Finlandia)
12. Eso no puedo hacerlo (Irlanda)
13. Svein Sinmiedo (Noruega)
14. El tonto que salvó a su amo (Indios quechuas de Perú)
15. El terrateniente, el cura y el Maligno (Escocia)
16. Historia de Nolberto (Indios quechuas de Ecuador)
III. EL EMBAUCADOR EMBAUCADO
17. ¿Quién es el más fuerte? (Florida, Estados Unidos)
18. El sastre deshonesto (México)
19. Un buen negocio (Finlandia)
20. Kitta Canas (Suecia)
21. El rico avariento (Castilla y León, España)
22. El ahijado del Diablo (Brasil)
23. La casa endemoniada (Maine, Estados Unidos)
24. El Diablo y el gitano (Gitanos de Rusia)
25. Marconxan (Aragón, España)
IV. UNA PAREJA INDESEABLE
26. Ibronka, la bella (Hungría)
27. Las tres solteras (Guatemala)
28. No te aguanto más (Italia)
29. ¡A la zúngane, a la zúngane (Puerto Rico!)
V. EL INSOLITO BIENHECHOR
30. Cómo el Diablo se llevó al alcalde (Alemania)
31. La viuda y el mal vecino (Suecia)
32. El gorro rojo (Hungría)
33. Pedro, el cuñadito del Diablo (República checa)
VI. EL COMBATE DESIGUAL
34. Atarrabio (Navarra, España)
35. El compadre del Diablo (Nuevo México, Estados Unidos)
36. La viuda y el gato negro (Irlanda)
37. El ermitaño y el Diablo (Austria)
38. Un viaje con el Maligno (Noruega)
39. El Diablo y el predicador (Estados Unidos)
VII. EL GRAN ENEMIGO
40. El burro (Argentina)
41. El Libro Negro (Noruega)
42. El instrumento maldito (Paraguay)
43. Por qué la gente fuma y baila (Hungría)
44. El origen del violín (Gitanos de Transilvania)
45. Juan y los mil muchachos (Puerto Rico)
46. El Diablo y el ladrón (Grecia)
47. Tajsh aya (Indios quechuas de Ecuador)
48. El caballo de los ojos tristes (Estonia)
49. El herrero piadoso (Rusia)
50. La araña negra (Suiza)
51. Cómo se deshizo la pareja perfecta (Florida, Estados Unidos)
52. Los tres muchachos eslovacos (Hungría)
VIII. ENCUENTROS
53. El contrato de Christen Pedersen con Satanás (Dinamarca)
54. Un trato fallido (Argentina)
55. Una experiencia con el Maligno (Grecia)
56. El Diablo en tres formas (Estados Unidos)
FUENTES Y NOTAS
BIBLIOGRAFÍA
«Más sabe el Diablo por viejo que por Diablo», reza un dicho popular conocido por todos. Lo que no es tan conocido es hasta qué punto han pasado los siglos para el Diablo. Aunque este libro no es más que una recopilación de tradiciones y cuentos populares sobre el Maligno, no está de más, para comenzar, darle un somero repaso a su larga historia.
En la forma que nos es familiar a todos, el Diablo nace con la religión cristiana. Sin embargo, ésta recogía la herencia del judaismo, el cual, por su parte, estaba impregnado de influencias que se remontan muy atrás. En el cristianismo y el judaismo el principio del mal –que es lo que el Diablo personifica–, está subordinado a Dios. Por el contrario, en la religión que Zaratustra predicó en Persia en los siglos VII-VI a.C., Ahrimán, la encarnación del mal, estaba completamente separado de Ahura-Mazda, el dios supremo, pues ambos principios se hallaban enzarzados en una lucha perpetua por controlar los destinos del cosmos y de los seres humanos. Esta idea del enfrentamiento del Bien y el Mal personificados influenció sin duda las nociones judías sobre el tema, y contribuyó a forjar la imagen del Diablo como adversario de Dios que se encuentra en los primeros escritos hebreos.
En el Antiguo Testamento, aparece a menudo la palabra satán. En sus orígenes, este término significaba «oponer», «obstruir» o «acusar». Cuando el nombre es aplicado a un ser sobrenatural, su función es precisamente la de «oponente», como sucede con el Satán del Libro de Job. De modo que, en sus orígenes, el personaje no era necesariamente una encarnación del mal. Con el paso del tiempo y la evolución de la religión judía, sin embargo, Satán terminó por convertirse en un ser inmundo, enemigo de Dios y de la luz, eterno perversor y tentador de los justos. Se forjó el mito de que había sido en otro tiempo un ángel del Señor, que por su soberbia fue expulsado del cielo y condenado a vivir en las tinieblas. Todas estas ideas fueron recogidas y desarrolladas por el cristianismo primitivo. Así, en el Nuevo Testamento se alude muy a menudo al Diablo, considerado ya el perpetuo enemigo de la humanidad. Muchos son los nombres que se le aplican: Satanás, Diablo, Beelcebul, Maligno y Belial, entre otros. En los primeros escritos cristianos, que están redactados en griego, el término hebreo satán se traduce por la palabra diabolos, que significa «adversario». De ella deriva el término latino diabolus, de donde procede el «diablo» de nuestra lengua, y los vocablos equivalentes en las demás lenguas romances.
Según se desprende de los textos cristianos más antiguos, el Diablo es la encarnación del mal y el polo opuesto de Jesucristo. Durante los primeros siglos de la nueva religión, los llamados Padres de la Iglesia elaboraron esta idea desde el terreno de la teología. En esa época, sin embargo, el Diablo no era pura teología. Eran aquellos los tiempos en que, en los desiertos de Egipto, se establecían los primeros monasterios. Los relatos que describen la vida de aquellos devotos monjes y ermitaños están repletos de encuentros con el Diablo, pues se creía que éste intentaba por todos los medios apartar a los santos hombres y mujeres de la vida virtuosa. Famosas son las tentaciones a que fue sometido San Antonio (251-356), que tanto eco han tenido en el arte y la literatura. El Diablo tenía para aquella gente una imagen física muy clara, que poco a poco fue impregnando las creencias de la mayoría de la población, en especial las de quienes estaban más alejados de la cultura escrita. En el paganismo que entonces retrocedía no faltaban los seres malignos y diábolicos, que muchas veces cedieron parte de sus atributos al recién llegado Diablo cristiano. Así, el ambiguo dios griego Pan, prestó al Maligno sus patas de cabra y su cornamenta.
De este modo, entre sesudas especulaciones teológicas y tremebundos relatos sobre las agresiones de Satanás contra los esforzados monjes y con la ayuda de viejas reminiscencias del paganismo que iba desvaneciéndose, se fue forjando la imagen popular del Diablo que es objeto de este libro.
El Diablo de las tradiciones populares que se leerán a continuación no es pues, estrictamente, el Diablo de la teología. El Diablo de la teología es ante todo un concepto sobre algunas de cuyas características los propios teólogos siguen sin ponerse de acuerdo. En el folklore, el Maligno es un personaje, con un talante y unos atributos muy concretos, que si bien en ocasiones coinciden con su imagen «oficial», en la mayoría de los casos la contradicen abiertamente. Sin embargo, está claro que existe una relación entre ambas concepciones del Diablo, y que fueron gentes conocedoras de esa teología las que inculcaron en la mente del pueblo, mediante sus sermones y enseñanzas, el miedo al Diablo y a los tormentos infernales, pues se juzgaba que ése era un método eficaz para encauzar a la feligresía en el buen camino. En los freseos y esculturas que se ven en las iglesias medievales, el Diablo aparece con frecuencia representado como un ser monstruoso y terrible, que devora las almas de los condenados o las somete a los más terribles tormentos. Para alimentar esa imagen, los predicadores contaban desde el pulpito espantosas historias sobre lo que presuntamente les había sucedido a quienes habían sucumbido a las tentaciones del Maligno.
Durante mucho tiempo, esas historias y esas imágenes alimentaron la imaginación popular, y contribuyeron a formar la idea que las gentes sin educación tenían del odioso Satanás. También se debe tener en cuenta que en la Edad Media, en muchos lugares de Europa, el Diablo tenía asimismo una presencia destacada en los dramas populares que, con el beneplácito de las autoridades eclesiásticas, se representaban en las iglesias con motivo de diversas festividades. En esas representaciones el Diablo aparecía muchas veces como un personaje francamente cómico, aunque sin ocultar del todo su faceta más terrible.
Por desgracia, todo esto no impidió que entre mediados del siglo XV y principios del XVII, se desatara en toda Europa una feroz caza de brujas que costó la vida a decenas de miles de personas inocentes que fueron torturadas o quemadas en la hoguera. Estas persecuciones nos interesan, pues las presuntas hechiceras (en su mayoría se trataba de mujeres) eran acusadas de tener relaciones de todo tipo con el Diablo, y de reunirse con él en determinadas noches, para celebrar lo que en la tradición española se denomina con la palabra vasca aquelarre. Allí rendían homenaje al Diablo de la manera más abyecta, sacrificaban niños a su amo, celebraban orgías y cometían muchas otras maldades. El hecho de que en cualquier lugar de Europa donde se celebraran estos procesos se acusase siempre a las brujas de hacer las mismas cosas y someterse a los mismos rituales, demuestra hasta qué punto todos aquellos horrores eran fruto de los miedos y obsesiones de jueces e inquisidores. En todo caso, está claro que, en aquellos años aciagos de terror, ignorancia y superstición, la imagen del Diablo se hizo muy real y concreta para las gentes que participaban de un modo u otro en tales procesos y ejecuciones. Resulta inquietante que todo esto sucediera en los años del Renacimiento y del nuevo florecer de la cultura y la ciencia en Europa.
Por aquellas fechas comenzó también la expansión europea hacia otros continentes, en especial América. Por supuesto, en las naves que llevaban al Nuevo Mundo exploradores, colonos o mercancías, también viajaba el Diablo. No es éste el lugar para resumir los hitos de la conquista de América, pero baste recordar al lector que en aquellas costas los europeos encontraron gentes que tenían otras creencias y otras costumbres, y que el contacto no fue siempre muy pacífico. El caso es que, como parte integrante de su sojuz-gamiento a los recién llegados, los indígenas se vieron forzados a adoptar la religión cristiana. Lo hicieron con distintos grados de profundidad y sinceridad, pero lo cierto es que, en la mayoría de los casos, los nativos conservaron en gran medida sus creencias originales, mezcladas con elementos de la doctrina cristiana. Los misioneros, por su parte, consideraban que todo cuanto concernía a la religión de los indígenas era «cosa del Diablo», y no tardaron en trasplantar a los nuevos territorios su vieja manera de afrontar estos problemas, dando lugar a nuevas persecuciones y nuevos episodios de intolerancia. Todo esto, más que a extirpar al Diablo, contribuyó a darle carta de naturaleza en aquellas religiones nativas que quedaron más expuestas a la influencia cristiana. Sin embargo, este Diablo ya no era propiamente el que habían traído los europeos. Como tantos de los habitantes de América, el Diablo se convirtió en un mestizo, que mostraba rasgos de las dos culturas. Eso puede verse claramente en los tres cuentos quechuas que se incluyen en este libro.
Lo que está claro es que el Diablo era y es un modo de explicar la presencia del mal en el mundo, a pesar de la bondad y la providencia divinas. Puesto que el mal sigue siendo una vivencia cotidiana, no es de extrañar que la gente crea todavía en el Diablo.
En la Europa medieval la gente no sólo creía en el Diablo, sino que, como hemos visto, sentía hacia él un miedo profundo. Así, resulta razonable pensar que los muchos cuentos en los que el Diablo aparece como un personaje ridículo fueron concebidos como un modo de aliviar ese miedo. En la mayoría de ellos el Maligno se nos presenta como un ser estrafalario, al que es posible vencer con las artimañas adecuadas, y que poco tiene que ver con el monstruo informe que aparece en tantas representaciones artísticas. Sin embargo, como se verá en los relatos que siguen, las tradiciones populares sobre el Diablo no nos muestran una imagen fija e inalterable de este personaje. Más bien, si examinamos el conjunto de esas tradiciones vemos que en ellas el Maligno aparece desempeñando una gran variedad de papeles, que van desde el malvado infame de leyendas como «La araña negra« (lo que nos acerca al Diablo de la teología, tal y como se presentaba en los sermones y los procesos por brujería) hasta el inesperado justiciero que figura en unas cuantas historias, en las que las facultades malignas del Diablo se dirigen exclusivamente a los malos. La gente, pues, tenía una idea muy ambigua del personaje.
En la tradición oral que es objeto de este libro, esta ambigüedad se manifiesta sobre todo en el dispar tratamiento que el Diablo recibe en los dos principales géneros de la literatura tradicional en prosa que se encuentran en nuestras latitudes: el cuento y la leyenda (existe en un tercer género a considerar, el mito, para el cual véase lo dicho en la nota introductoria a la primera parte del libro). El cuento es una forma artística sumamente elaborada, que se sitúa en un mundo imaginario en el que todo es posible. Por regla general, los cuentos terminan con el triunfo del héroe y el castigo de los malvados. La leyenda, en cambio, muestra un mayor apego a la realidad. Su estructura es más sencilla, suele ser más breve y rara vez se deja llevar por fantasías innecesarias. Así, no es raro que el Diablo estúpido, torpe y derrotado aparezca casi siempre en los cuentos, y el Diablo terrible, destructor e invencible se presente exclusivamente en las leyendas. Y es que la gente creía en las leyendas, mientras que era perfectamente consciente de que los cuentos eran pura fantasía.
Ya hemos dicho que en el arte medieval el Diablo es pintado con un aspecto más bien monstruoso. Esto no fue siempre así. En los primeros siglos de la Edad Media los artistas concebían al Diablo como un ser deforme y terrible, sí, pero dotado de una figura más o menos humana. Es más adelante, a partir del siglo XI, cuando se le representa con frecuencia como una criatura monstruosa, con más atributos animales que humanos.
Todas estas imágenes debieron influir en las pesadillas de las buenas gentes que las veían con frecuencia, y sin duda contribuyeron a formar el concepto que tenían del Maligno. En el folklore, sin embargo, el Diablo suele casi siempre aparecer como un ser de aspecto humano, que es más peligroso si cabe por el hecho de que apenas puede distinguírsele de los comunes mortales. Cierto es que debajo de su apariencia distinguida se ocultan a veces los cuernos y el rabo, pero por regla general tiene el aspecto de una persona normal. Eso sí, va vestido impecablemente, casi siempre de negro, y si va a caballo, su montura es espléndida, y del mismo color. Sólo en uno de los relatos aquí incluidos («La araña negra») se presenta el Diablo con un aspecto francamente sospechoso.
El gran problema con el Diablo, como muy bien sabían los inquisidores de antaño, es que no siempre es fácil identificarlo, y que a veces puede adoptar de un modo convincente las formas más aparentemente inofensivas, llegando incluso a mostrarse con aspecto de ángel, y hasta como Jesucristo o la Virgen. Y es que el Diablo es un maestro de la metamorfosis, don que, como verá el lector, utiliza muy a menudo para intentar conseguir sus fines. Así, en los relatos que siguen veremos al Malo en forma de ratón, serpiente, florero, cerdo y burro, entre otras muchas. En las leyendas, el Diablo gusta muy a menudo de presentarse como un perro, por lo común negro, que acosa incansablemente a sus víctimas.
Por último, conviene mencionar el hecho de que el Diablo no está solo, sino que tiene a su disposición una hueste inmensa de diablos y demonios menores que le ayudan. En casi todos los cuentos de este libro nos encontramos al Diablo con mayúscula, pero también hay algún que otro diablo de segundo grado.
En este libro se encontrarán 56 relatos que representan a más de treinta tradiciones orales distintas. Todas ellas se inscriben en culturas cristianas de Europa y América. Por supuesto, el Diablo se encuentra también en las comunidades cristianas de Oriente Próximo como puedan ser las de Líbano, Palestina, Armenia o Georgia, pero me ha sido imposible realizar la investigación necesaria para representar adecuadamente el acervo diabólico de dichas comunidades. También es cierto que el Diablo tiene su presencia en las religiones judía y, sobre todo, islámica, pero incluir sus cuentos y leyendas hubiera sido embarcarse en un libro completamente distinto.
El ciclo narrativo sobre el Diablo es inmenso, y por tanto lo que el lector leerá a continuación es únicamente una selección de las muchas que podrían hacerse sobre este material. A la hora de seleccionar las historias he optado por incluir sólo aquellas en las que el personaje principal es, inequívocamente, el Diablo. Salvo por un par o tres de excepciones bien justificadas, excluyo todos los relatos en que, según las versiones, el «malo» puede ser también un ogro, un gigante, o cualquier otro villano de los que salen en los cuentos.
En casi todos los casos, he vuelto a narrar los relatos que forman el libro. La excepción son los testimonios que cierran el libro, que he preferido presentar con los mínimos cambios. Asimismo, he de señalar que en los cuentos de las tradiciones en lengua castellana, sean españolas o americanas, he intentado respetar al máximo el tono y la dicción de los textos originales, en especial en lo que a los diálogos se refiere. No obstante, quiero dejar claro que, al volver a narrar los cuentos que se leerán a continuación, siempre he respetado escrupulosamente el contenido de cada relato, pues opino que tal debe ser el principio básico que guíe este tipo de trabajos. Si por alguna razón me he apartado de la trama tal como ésta se desarrollaba en el original, lo he indicado en la nota respectiva. Este libro, por tanto, puede servir de punto de partida para un estudio más en profundidad sobre el tema.
JOSÉ MANUEL DE PRADA SAMPER
El Diablo, como ya se ha dicho en la introducción, no es un mero personaje de cuento y leyenda, sino un ser de cuya existencia muchos no tienen la menor duda, y sobre el que se han urdido un sinfín de supersticiones y creencias. He aquí unas cuantas. Algunas de ellas, como no tardará en ver el lector, aparecen reflejadas en los relatos mismos.
«Hágase el milagro, y hágalo el Diablo», «El Diablo, harto de carne, se metió a fraile», «Detrás de la cruz está el Diablo», «Cuando el Diablo no tiene que hacer, con el rabo mata moscas», son algunos de los muchos refranes castellanos que tienen al Diablo por protagonista. No obstante, en la tradición española el ciclo narrativo sobre el Diablo no parece muy rico.
En el País Vasco se dice que si en alguna ocasión se llega a oír cantar el gallo en plena noche, hay que echar unos granos de sal al fuego y rezar un credo. De este modo se ahuyenta a los diablos que pueda haber en los alrededores.
En las regiones de habla vasca, el Diablo es conocido como Aker, que significa «macho cabrío», pues con tal forma se presentaba a sus adeptos en las asambleas de brujos. Akelarre, nombre de una planicie situada delante de cierta caverna de Zugarramurdi, Navarra, significa «prado del macho cabrío», y se supone que era uno de los lugares donde los siervos del Diablo se reunían con su amo. La palabra ha pasado a los diccionarios castellanos para referirse a los conciliábulos de brujas.
En Irlanda se dice que el Diablo muchas veces pone todo su empeño para que los sacerdotes que acuden a dar la extremaunción no lleguen a tiempo a casa del moribundo. Para ello recurre a toda clase de artimañas, como provocar una espesa niebla, presentarse en forma de perro negro y atacar, poner obstáculos imaginarios en el camino del cura, hacerle creer que el sendero está lleno de monedas de oro o entonar una canción dulce y armoniosa que acapare su atención. También es conocida, y temida, la costumbre del Maligno de presentarse como padrino en un bautizo, a veces adoptando la forma de la Virgen María, o la del Papa de Roma.
Sin salir de Irlanda, hay que decir que las gentes de ese país han hecho de la maldición una de las bellas artes. Naturalmente, muchas de estas maldiciones se refieren al Diablo. He aquí unas cuantas: «¡Te entrego al Diablo!»; «¡Ojalá el Diablo te ponga en ridículo!»; «¡Ojalá el Diablo te haga trizas!»; «¡Ojalá te condene el Diablo a la piedra de los lamentos o al pozo de las cenizas, siete millas por debajo del Infierno; y ojalá el Diablo te rompa los huesos!».
En las islas Hébridas, que son parte de Escocia, se creía que, si un niño moría sin bautizar, sus padres no debían mostrar la menor señal de luto, ni asistir al funeral. De éste se hacían cargo algunos amigos, vestidos con ropa de trabajo, mientras los padres del niño seguían con sus actividades como si nada hubiera pasado. La razón de todo esto era evitar que el Maligno se enterase de la muerte del niño e intentara robar su espíritu.
En Noruega se creía que si una muchacha daba a luz sin estar casada, el Diablo podía presentarse para hacerle de comadrona e intentar incitarla a matar al niño. También era creencia en ese país que si una persona comenzaba a vestirse por el brazo o el pie izquierdos, tendría mala suerte durante todo el día, o, lo que es peor, se pondría a merced del Diablo. Se creía también que el Diablo desollaba a los muertos que eran de su propiedad y que, una vez en su poder la piel, el alma del difunto le pertenecía para siempre. Para ello se presentaba en su sepultura al poco de su muerte, y procedía a arrancarles la piel.
Los pescadores de la región alemana de Pomerania, a orillas del Báltico, estaban convencidos de que el Diablo en persona navegaba por los mares montado en un llameante barril de brea. Desde su nave, el Maligno intentaba constantemente perjudicar a los marinos.
En Polonia, en los Cárpatos, la gente cree que es posible invocar al Diablo soltando una imprecación. Quienes quieren defenderse de él deben rezar el Ave María, el Credo, e invocar los nombres de Dios o de los santos. El agua bendita también protege muy eficazmente del Diablo.
Los campesinos rusos pensaban que el Diablo vivía en pantanos, matorrales oscuros, lagunas profundas y lagos. También creían que frecuentaba casas abandonadas o saunas, así como cementerios y encrucijadas. En suma, está en todas partes, incluso en monasterios e iglesias. Así, es necesario estar en guardia y protegerse en todo momento de las influencias diabólicas, sobre todo de noche. Las oraciones, las campanas de las iglesias, los cirios benditos, el agua bendita y el incienso, son algunos de los remedios utilizados por los campesinos para protegerse. El cinturón o faja que llevaban en la cintura era también considerado un talismán contra las fuerzas impuras y, como la cruz que la gente llevaba colgada del cuello desde la cuna hasta la tumba, no se lo quitaban más que en la sauna. El arma más poderosa y efectiva, sin embargo, era la señal de la cruz.
Era también creencia en Rusia que el Diablo estaba siempre cerca, al acecho de algún incauto del que pudiera echar mano. A pesar de ello, los campesinos procuraban no atacar abiertamente al Maligno, por miedo a desatar sus represalias. «Reza a Dios, pero no irrites al Diablo» era un proverbio muy difundido.
Pasando al Nuevo Mundo, dicen en Cuba que quienes mencionan mucho al Diablo al hacer comparaciones («se puso hecho un Diablo», «hace un calor de Diablo», etc.) cuando mueren, o muy poco antes de morir, ven aparecer al Maligno en persona, si es que durante su enfermedad, de haber sido larga, no se les ha aparecido ya varias veces.
También es creencia en Cuba que el día de San Bartolomé, 24 de agosto, el Diablo anda suelto, pues lo deja ir el santo, que normalmente lo tiene sujeto. Por ese motivo durante ese día la gente anda prevenida y reza mucho.
Una tradición argentina de la provincia de Jujuy dice que el Diablo, allí llamado el tío para evitar mencionar su nombre, va siempre muy bien vestido: traje nuevo, poncho impecable, cinturón de plata y oro. A pesar de esto, se puede saber que es él porque calza unas pobres sandalias indias. También se cuenta allí que los mineros más afortunados son los que saben entenderse con el Diablo, pues éste les dice dónde están las mejores minas. Sin embargo, no pueden decirle a nadie quién les ha ayudado, pues si lo hacen desaparece todo lo que han obtenido.
Otra cuestión interesante que convendría ilustrar un poco es la de los múltiples nombres que suele recibir el Maligno allí donde se cree en él. La razón es que, como reza un dicho cubano, «Cuando se habla del Diablo suele vérsele la cola». En Cuba misma, para no verle la cola al Diablo se le llamaba: «el rabudo», «patilla de chivo», «cara de conejo», «el feo», «el caballero».
En Grecia tampoco se quedan cortos. Preguntado por los diversos nombres del Diablo, un hombre de la región griega del Peloponeso dio los siguientes, entre otros: «Satanás», «tres veces maldito», «cornudo», «lejos-de-aquí», «inmencionable», «exorcizado», «demonio», «anatematizado». En Rusia se le aplicaban los siguientes: «bromista», «seductor», «enemigo», «ese», «él», «el astuto», «el izquierdo», «el negro», entre otros muchos.
En muchos lugares del mundo la gente cree que el Diablo es capaz de posesionarse de las personas y así causar gran sufrimiento. Cuando alguien es víctima de una posesión diabólica es necesario realizar un exorcismo. En Noruega, hacia 1860, se recogió la siguiente fórmula para expulsar al Diablo:
«¡Espíritu impuro, quien te ordena no es este ser pecador sino el inocente Cordero y querido Hijo de Dios, Jesucristo, nuestro Salvador, que gobierna sobre todas las criaturas y con fuego se vengará de ti y de los tuyos!
»¡Malvado Satanás! ¡Por el Juez de Satanás y todos los muertos, y por el Creador del Mundo! Sí, por Él que tiene el poder de arrojarte al abismo del Infierno, te ordeno que abandones a este siervo y criatura de nuestro Señor Jesucristo. Te ordeno, no por mis méritos indignos, sino por el poder del Espíritu Santo, que huyas de éste su templo. ¡Renuncia, repugnante y malvado Satanás, seductor de engaños y demonio diabólico, abre paso al Hijo del Dios supremo! El Dios de la paz no tardará en poner al Diablo bajo nuestros pies. Para Él sea el honor, ahora y en la eternidad. Amén.
»Dígase tres veces este exorcismo, recítese el salmo 29 de David, así como el padrenuestro y una bendición.»
Las Sagradas Escrituras no dicen gran cosa sobre el origen del Diablo y su papel en el orden del universo. La historia de la rebelión de Luzbel y su caída es un mito que se desarrolló en época relativamente tardía, y no aparece claramente expresado en los escritos del Antiguo Testamento. No obstante, la idea de que el Diablo fue expulsado del cielo caló hondo en el pensamiento cristiano, y figura con frecuencia en los cuentos y leyendas populares (tal es el caso, por ejemplo del cuento de los negros de Florida «¿Quién es el más fuerte?», número 17 de este libro). A pesar de todo, como el lector podrá ver, existen muchos relatos en los que o bien se explica el origen del Diablo («El reparto del mundo», número 6), o bien se concede a este personaje un papel en los orígenes del universo («La creación», «Cómo el Diablo creó el Sol y la Luna», «El enemigo de la luz», números 1, 2 y 3, respectivamente). Estas leyendas (aunque quizá habría más bien que llamarlas mitos) dan una explicación del origen de las cosas que poco o nada tiene que ver con la que figura en la Biblia. Por regla general, las encontramos en culturas que se convirtieron muy tarde al cristianismo, y que por tanto han conservado un recuerdo muy vivo de sus creencias paganas. Tal es el caso de los pueblos eslavos y los del báltico, de donde proceden los cuentos que citábamos más arriba. En estas culturas se produce un fenómeno curioso, que se ha repetido muchas veces a lo largo de la historia de las ideas y las creencias religiosas: los rasgos más destacados de la nueva religión son adaptados y modificados para que encajen en las antiguas creencias, y viceversa. Por ello, no es aventurado pensar que, en estas leyendas, tanto Dios como el Diablo ocupan el lugar de antiguos dioses paganos. De hecho, las dos historias búlgaras sobre el origen del mundo que se incluyen en este libro («El reparto del mundo» y «La creación») son variantes de un relato que, contado de muchas maneras pero siempre con una trama similar, se encuentra no sólo en Europa, sino también en muchas partes de Asia y de Norteamérica, lo que sugiere su enorme antigüedad. Estas historias mitológicas nos muestran una de las facetas más fascinantes del Diablo, pues en muchas de ellas el Maligno colabora con Dios en la creación del Mundo, aunque por regla general sus intenciones sean pésimas y sus intentos de imitar a Dios, patéticos.
N el principio de los tiempos, Dios y el Diablo hablaron sobre cómo crear la Tierra. El Diablo no creía en el poder de Dios, pero el Señor le envió al lugar donde los mares se encuentran para que le trajese un poco de espuma. El Diablo obedeció. Dios mojó entonces la espuma en agua e hizo una hogaza de pan sin levadura, de ese que por estas tierras llaman pita. Dios arrojó la hogaza al mar, y una vez allí se convirtió en un trozo de Tierra. Al principio, la Tierra era muy pequeña, y apenas tenía unos palmos de diámetro. Después fue haciéndose cada vez más grande, y llegó a extenderse varios metros. En el centro de la Tierra plantó Dios un nogal, en cuyas ramas colgó una hamaca, sobre la que comenzó a mecerse. Dios no tardó en quedarse dormido. El Diablo, que no había dejado de vigilarlo en todo este tiempo, decidió aprovechar aquella oportunidad para acabar con Dios y ser el único amo del mundo. Así que se acercó de puntillas al árbol, desató la hamaca y se dirigió hacia el borde de la Tierra, con la idea de arrojar a Dios a las aguas. Pero por mucho que caminó, no pudo dar con el borde de la Tierra. Ésta se había hecho tan grande que no tenía fin.
De pronto, Dios se despertó. Aún soñoliento, le preguntó al Diablo:
–Anastasius, ¿qué haces?
El Diablo contestó:
–Quería ahogarte, y por eso busco el confín de la Tierra.
–Mucho tiempo lo buscarás –dijo Dios–, pero jamás podrás encontrarlo.
Tras crear el nogal, Dios hizo también el geranio y la albahaca, y después el resto de las hierbas y plantas. Más tarde creó al hombre y a los animales. Dios hizo al hombre de arcilla y lo dejó secar. A escondidas, el Diablo se acercó al lugar y con un punzón hizo cuarenta y un agujeros en el cuerpo del hombre. De pronto, Dios se acercó para, con su aliento, dar espíritu a su creación. Pero, por mucho que soplara, el espíritu no permanecía en el cuerpo del hombre. Dios adivinó la causa, y tomando unas hierbas tapó todos los agujeros excepto uno. Tras recibir el alma, el hombre se puso en pie y preguntó:
–Dios, ¿por qué no has tapado el último agujero?
Dios repuso:
–Ese agujero es para la muerte.
Y por eso morimos, porque el alma se escapa por el agujero que Dios dejó sin tapar.
IOS comenzó a crear la Tierra y todo iba bien. Ya había un trozo de terreno firme, un poco de agua y otras cosas buenas. Dios se sentó a admirar su obra, y se sintió alegre. Pero su adversario, Satanás, al ver que Dios había creado con éxito todas aquellas cosas, no cabía en sí de ira. La cólera de Satanás parecía no tener fin pero, por último, logró calmarse y se puso a pensar.
«Bueno –se dijo–, lo mejor que puedo hacer para vengarme de Dios es destruir todo lo que ha creado, sólo así podré sentirme tranquilo. Bien, veamos, ¿cómo podría acabar con la obra de Dios?» Satanás se sentó y se puso a pensar. Así estuvo durante un día entero y también todo el día siguiente, y cuando llegó el tercer día continuaba sentado, pensando. Al cuarto día seguía pensando, cuando de pronto se levantó de un salto.
–¡Ya lo tengo! –exclamó–. Si Dios es capaz de crear, yo también, ¡y ya verá de lo que soy capaz!
Sucede que, en aquel entonces, Dios, deseando reposar después de sus esfuerzos, durmió profundamente durante tres días y tres noches. Al despertar, observó en el cielo un pequeño círculo rojo que emitía un brillo abrasador. Al principio no se le ocurría qué podía ser aquello, pero no tardó en darse cuenta de qué se trataba.
–El Maligno no tiene un pelo de tonto –dijo–. Ha creado un astro importante. ¡Ha creado nada menos que el Sol!
A partir de ese momento, la hierba comenzó a crecer, y también los árboles y los arbustos, y todos los reptiles y criaturas, puras e impuras, en número incontable.
Satanás estaba colérico, pues su intención al crear el Sol había sido quemar la tierra, y en lugar de eso, ¡había ayudado a Dios!
–¡Espera! –dijo–, seguiré creando; mi nombre será recordado.
Y una vez más, se las arregló para actuar igual que Dios. Sucede que también entonces el Señor descansaba, y estuvo profundamente dormido durante tres días y tres noches. Al cuarto día, Dios despertó.
–¿Qué sucede? –preguntó–. ¿Por qué hace tanto calor?
Y he aquí que su rival había creado otro Sol, frente al antiguo, para quemar la tierra por ambos lados. Dios vio que la cosa era seria. Toda la hierba se quemó, y el agua comenzó a secarse. Las criaturas se ocultaban allí donde podían, huyendo del astro abrasador. Pero Dios no consintió que aquél fuera el final de su creación. Durante muchos días, el Señor vertió raudales de agua sobre este segundo Sol, hasta que, tras muchos esfuerzos, logró, poco a poco, apagarlo. Entonces el astro creado por Satanás desapareció del cielo. Sin embargo, pasado un tiempo, volvió a surgir de nuevo, y Dios tuvo, una vez más, que echarle agua y más agua para extinguirlo. Así ha sido desde entonces. Dios, una vez al mes, inunda de agua este Sol, que es nuestra Luna, para que no vuelva a incendiarse y abrase la tierra. Por eso, en el cielo, nosotros vemos cómo la Luna se apaga poco a poco y cómo, poco a poco, vuelve a encenderse.