José Ruiz Herrera
Primera edición, 2008
Primera edición electrónica, 2012
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ISBN 978-607-16-0384-5
Hecho en México - Made in Mexico
Desde el nacimiento de la colección de divulgación científica del Fondo de Cultura Económica en 1986, ésta ha mantenido un ritmo siempre ascendente que ha superado las aspiraciones de las personas e instituciones que la hicieron posible. Los científicos siempre han aportado material, con lo que han sumado a su trabajo la incursión en un campo nuevo: escribir de modo que los temas más complejos y casi inaccesibles puedan ser entendidos por los estudiantes y los lectores sin formación científica.
A los diez años de este fructífero trabajo se dio un paso adelante, que consistió en abrir la colección a los creadores de la ciencia que se piensa y crea en todos los ámbitos de la lengua española — y ahora también del portugués —, razón por la cual tomó el nombre de La Ciencia para Todos.
Del Río Bravo al Cabo de Hornos y, a través de la mar océano, a la península ibérica, está en marcha un ejército integrado por un vasto número de investigadores, científicos y técnicos, que extienden sus actividades por todos los campos de la ciencia moderna, la cual se encuentra en plena revolución y continuamente va cambiando nuestra forma de pensar y observar cuanto nos rodea.
La internacionalización de La Ciencia para Todos no es sólo en extensión sino en profundidad. Es necesario pensar una ciencia en nuestros idiomas que, de acuerdo con nuestra tradición humanista, crezca sin olvidar al hombre, que es, en última instancia, su fin. Y, en consecuencia, su propósito principal es poner el pensamiento científico en manos de nuestros jóvenes, quienes, al llegar su turno, crearán una ciencia que, sin desdeñar a ninguna otra, lleve la impronta de nuestros pueblos.
Comité de Selección
Dr. Antonio Alonso
Dr. Francisco Bolívar Zapata
Dr. Javier Bracho
Dr. Juan Luis Cifuentes
Dra. Rosalinda Contreras
Dra. Julieta Fierro
Dr. Jorge Flores Valdés
Dr. Juan Ramón de la Fuente
Dr. Leopoldo García-Colín Scherer
Dr. Adolfo Guzmán Arenas
Dr. Gonzalo Halffter
Dr. Jaime Martuscelli
Dra. Isaura Meza
Dr. José Luis Morán
Dr. Héctor Nava Jaimes
Dr. Manuel Peimbert
Dr. José Antonio de la Peña
Dr. Ruy Pérez Tamayo
Dr. Julio Rubio Oca
Dr. José Sarukhán
Dr. Guillermo Soberón
Dr. Elías Trabulse
Introducción
I. El origen de nuestro conocimiento sobre los hongos y sus relaciones con otros seres vivos
1. Generalidades
2. La prehistoria
3. Los inicios
4. La taxonomía
5. La definición de los hongos
6. La evolución de nuestro concepto sobre los hongos
7. La ubicación de los hongos entre los seres vivos
II. Descripción general de los hongos
1. Aspectos morfológicos básicos
2. La especialización de las hifas
3. Las esporas
4. Las colonias
5. Taxonomía
III. La nutrición y el metabolismo de los hongos
1. De qué y cómo se alimentan los hongos
2. El metabolismo de los hongos y su universalidad
IV. Los productos del metabolismo primario de los hongos
1. Generalidades
2. El origen de algunos productos del metabolismo primario
3. El papel y las aplicaciones de los productos del metabolismo
V. El metabolismo secundario de los hongos
1. Introducción
2. Funciones del metabolismo secundario
3. Vías de síntesis de los metabolitos secundarios
4. La importancia ecológica de los metabolitos secundarios
5. La liberación de sustancias tóxicas por los hongos
VI. Crecimiento y diferenciación
1. Introducción
2. El ciclo de vida de los hongos
3. La germinación de las esporas
4. Crecimiento micelial
5. Formación de las esporas
6. Las levaduras y el dimorfismo
7. Haploidía, diploidía y el ciclo celular
VII. Respuestas al medio ambiente. Comportamiento
1. Introducción
2. Respuestas a la luz
3. El efecto de la gravedad
4. Quimiotropismo
5. Otras reacciones
VIII. Ecología de los hongos
1. Generalidades
2. El papel de los hongos en la naturaleza
3. Saprofitismo
4. Comensalismo, simbiosis competencia, predación y parasitismo
IX. Los hongos como parásitos
1. Generalidades
2. Hongos parásitos de invertebrados y otros animales
3. Hongos patógenos del hombre
4. Hongos patógenos de plantas
X. Asociaciones simbióticas de los hongos
1. Generalidades
2. Micorrizas
3. Micorrizas endotróficas
4. Micorrizas ectotróficas
5. Aspectos fisiológicos de las micorrizas
6. Los líquenes
7. Simbiosis con animales
XI. La utilización de los hongos por el hombre
1. Introducción
2. Bebidas alcohólicas
3. Productos alimenticios
4. Productos industriales
XII. Los hongos como modelos biológicos
1. Introducción
2. La unidad bioquímica
3. La herencia
4. ¿Cómo es el material genético de los organismos?
5. El control del crecimiento, el ciclo celular y el cáncer
6. La multiplicación de los sistemas modelo
A mis nietos con cariño
El estudio de los seres vivos en la tierra nos ha permitido determinar en años recientes que, durante la evolución, a partir de las primeras formas de vida se han separado diferentes linajes que se agrupan en tres grandes divisiones denominadas dominios: las bacterias, las árqueas y los eucariotes. De acuerdo con su anatomía celular se ha visto que los dos primeros dominios están formados por organismos que por carecer de un núcleo verdadero se han denominado procariotes, a diferencia de los eucariotes, cuyas células poseen un núcleo desarrollado. A su vez, los eucariotes evolucionaron para dividirse en cinco reinos, uno de los cuales es el de los hongos.
Puede parecer extraño que el grupo de los modestos hongos sea considerado al mismo nivel que los reinos de los animales y las plantas. Pero esa sorpresa desaparecería si consideramos que el número de especies de hongos que se calcula que existen en el planeta es muy superior al de todos los vertebrados, sólo siendo superado por el de los insectos.
Los hongos constituyen un reino formado por organismos sumamente variados. Algunos de ellos son muy llamativos, como los que vemos en los campos y jardines, de colores oscuros o vistosos; otros son tan pequeños que necesitamos un microscopio para verlos. Unos son unicelulares, otros forman largos filamentos. Los hongos son ubícuos y parecen surgir de la nada. Si olvidamos una fruta, un pan, una tortilla o restos de algún alimento fuera del refrigerador (o incluso dentro de él), no es extraño que en poco tiempo los veamos cubiertos por pelucillas de diferentes colores que los destruyen rápidamente y que por experiencia sabemos que son hongos, sin que atinemos a determinar de dónde fue que vinieron a posarse en esos alimentos. Y no sólo crecen en materia orgánica; las partes húmedas de las paredes, de los árboles, incluso de las piedras, se llenan de hongos, que no sabemos de qué se nutren.
Los hongos establecen relaciones muy diversas con todos los organismos, incluyendo al hombre. Algunos de ellos causan enfermedades en plantas y animales, tanto así que no hay especie que logre escapar al ataque de algún tipo de hongo. Incluso se pueden atacar entre ellos mismos. Las enfermedades pueden ser poco importantes, o quizá sólo molestas, como el pie de atleta, pero en otros casos pueden destruir las cosechas y dar lugar a hambrunas, o causar la muerte de un paciente. Otros hongos, por el contrario, establecen relaciones beneficiosas (simbiosis) que permiten el crecimiento adecuado de las plantas, las cuales no podrían prosperar en ciertos suelos sin ellos, e incluso son indispensables para la germinación de las semillas, como es el caso de las orquídeas. Otros hongos más se asocian con animales. Las hormigas que vemos en largas hileras llevando trozos de hojas no se alimentan de ellas sino que las llevan a sus madrigueras, donde las usan como abono para cultivar a los hongos que les sirven de alimento. Otros hongos se desarrollan en estructuras especializadas dentro de otros insectos a los que les sirven de alimento ¡e incluso determinan el sexo de las crías! También nosotros los comemos; recordemos los champiñones, el huitlacoche, las trufas y otros hongos comestibles más, ¡pero tengamos cuidado con aquellos que producen toxinas altamente peligrosas! Otros tipos de hongos se han usado desde tiempos inmemoriales para la fabricación del pan, el vino, la cerveza, etc. En la actualidad, múltiples procesos industriales permiten obtener sustancias importantes producidas por los hongos, las cuales tienen diferentes usos: antibióticos, vitaminas, enzimas, proteínas de alto valor comercial, esteroides, ácidos orgánicos, etcétera.
Además, los hongos han sido usados como “modelos” para la comprensión de importantes fenómenos biológicos de eucariotes superiores: la genética, la función de los genes, los mecanismos de síntesis de aminoácidos y vitaminas, la síntesis de las enzimas, la estructura del material genético, la reproducción sexual, la diferenciación y el desarrollo celular, los aspectos básicos del cáncer, entre otros.
Pero es probablemente la asombrosa capacidad de destruir a la materia orgánica la principal virtud de los hongos en su relación con los otros organismos de la tierra. Esta capacidad les permite descomponer a los organismos muertos, para que sus elementos se vuelvan accesibles a los vivos, y así impedir que se detenga el ciclo constante de la vida.
Los hongos tienen características muy interesantes que no cesan de asombrarnos. Su tamaño puede llegar a ser gigantesco. Para imaginar esto, debemos considerar que los hongos que vemos en el campo no son más que los “frutos” del organismo que crece hundido en la tierra y que puede cubrir superficies de miles de metros cuadrados. Y también pueden alcanzar edades muy avanzadas. Se ha calculado que hay hongos más longevos que las sequoias o los ahuehuetes, ¡y aún siguen creciendo! Existen especies que como las plantas carnívoras forman ingeniosas trampas para atrapar pequeños animales y devorarlos; otras forman flores falsas en plantas que parasitan para atraer insectos que les sirvan de transporte para invadir a otras más. No es raro ver insectos que llevan sobre sus espaldas hongos que los van invadiendo lentamente y que los usan como vehículo para ponerse en contacto con otros huéspedes potenciales. Los hongos poseen sentidos en el mismo concepto que aplicamos a los animales. Algunos pueden percibir y responder adecuadamente ante la luz (vista), ante sustancias volátiles (olfato), la presencia de ciertas sustancias en solución (gusto), el roce con objetos (tacto), e incluso la cercanía de objetos en la oscuridad total (un sentido del que los animales carecemos, y que podría ser de gran utilidad). Desconocemos aún si los hongos tienen oído.
Espero que con esta breve introducción haya convencido a los lectores de que un viaje al mundo maravilloso y asombroso de los hongos puede ser muy atractivo, más aún si lo realizamos cómodamente sentados en casa o en la biblioteca y sin ningún peligro para nuestra integridad física.
Por ello los invito a iniciarlo, esperando que algunos de los lectores no se satisfagan con esta breve excursión turística y se decidan a realizar viajes más atrevidos a la profundidad de este reino, equipados con todo el armamento que la ciencia moderna nos ofrece, e incluso a utilizarlos como material de estudio experimental en una carrera científica. ¡Feliz viaje, pues!
El análisis de cualquier problema científico mediante su historia ofrece, desde el comienzo, lecciones importantes de humildad a quien lo lleva a cabo, pues revela el genio de sus iniciadores y seguidores, pese a las limitaciones en los medios de investigación con los que contaban y lo constreñido de las ideas prevalentes en el pasado. Muestra además cuáles han sido las bases del conocimiento actual, y permite observar cómo el desarrollo de cualquier rama de la ciencia no solamente está ligado a las demás, sino también a las condiciones sociales e intelectuales de cada época.
En el caso de la rama de la ciencia que se analiza en esta pequeña obra, debemos distinguir dos clases de historia. Por un lado, la de nuestro conocimiento del tema, es decir, el origen del conocimiento sobre los hongos, y, por el otro, la historia del grupo biológico materia de estudio, es decir, el origen mismo de los hongos. Empecemos por la primera de ellas.
Los hongos fueron conocidos inicialmente por medio de sus cuerpos fructíferos, que son tan fáciles de observar en campos y bosques y que la gente designa hongos o setas, o con la palabra de origen francés “champiñón”, sin saber que representan sólo una pequeña parte del organismo en su totalidad: sus cuerpos fructíferos, en los que están dispuestas las “semillas”, las llamadas esporas, para su dispersión. Fue así como los hongos fueron observados y sus propiedades nutritivas, tóxicas y patogénicas conocidas en las culturas humanas desde la antigüedad.
Las enfermedades causadas por los hongos en los cultivos aparecieron citadas en los Vedas hace cerca de tres milenios, así como también en la Biblia. En esta última [Lev. 14: 34-48] se dan detalladas instrucciones a los sacerdotes para el tratamiento de la “pudrición seca”, una enfermedad que causan los hongos en ciertos vegetales. Los antiguos egipcios elaboraron modelos en alabastro de los cuerpos fructíferos de algunos hongos. En una de las versiones mitológicas sobre el origen de la cultura griega micénica se dice que el nombre del reino deriva del hecho que en el sitio donde sería construida la ciudad de Micenas, su fundador Perseo, quien había huido avergonzado de su enorme crimen (había matado accidentalmente a su abuelo Acrisio, rey de Argos), bebió agua usando como cuenco el llamado “bonete” de un gran hongo (mices, en griego). La primera descripción escrita de un hongo, sin embargo, se refiere al envenenamiento de una familia por comer hongos que aparece descrito en un epigrama de Eurípides hacia el año 450 a.C.
Los romanos describieron con detalle enfermedades causadas por hongos sobre todo en los cereales, y Plinio describe una festividad que tenía lugar en la primavera, la Robigalia, para proteger al trigo del “rubigo” (roya), “la mayor peste de las cosechas”. Los romanos también describieron un gran número de hongos comestibles y venenosos, y los representaron en frescos, como los que han sido descubiertos en Pompeya.
En México y Centroamérica, los llamados “hongos de piedra”, tallas de hongos en piedra con figuras humanas o de dioses en la base, son comunes en la cultura maya (figura I.1). En el códice Vindobonensis, donde se describen diferentes aspectos del desarrollo de la cultura mixteca, el gran arqueólogo mexicano Alfonso Caso identificó un ritual de consumo de hongos alucinógenos por toda una pléyade de dioses de dicha cultura. Esta ilustración no es única, en el códice Maggliabecciano se observa a un individuo que ingiere estos hongos, llamados teonanacatl (carne de los dioses), ante la presencia de una deidad (figura I.2). Posteriormente volveremos a estos hongos cuando se discuta su significado cultural y teológico, debido a los efectos neurológicos de algunas de las sustancias que producen ciertas especies.
FIGURA I.1. Hongo de piedra. Réplica japonesa de la primera pieza maya de este tipo que se encontró (en Guatemala, a finales del siglo XIX). El original está en Suiza. Resulta curioso que esta pieza, propiedad del doctor Gastón Guzmán, sea el único hongo de piedra que se conserva en México. Fotografía de D. Martínez-Carrera, cortesía de Gastón Guzmán.
FIGURA I.2. Representación del teonanacatl por un autor mexica del siglo xvi. Códice Maggliabecciano, folio 90, mitad inferior, Biblioteca Nacional de Florencia, Italia. Núm. de catálogo: CL. XIII 3 [B. R. 232].
El objetivo de esta introducción es hacer notar los estudios claves que de algún modo permitieron el avance en el conocimiento de los hongos, y no hacer una discusión exhaustiva de todos los aspectos de estos estudios, lo cual sería fatigoso, y quizás estéril, para el joven lector. Es por ello que me limitaré a presentar algunos hechos deliberadamente escuetos.
La primera monografía sobre los hongos aparece en la obra Rariorium plantarum historia, publicada en 1601 en Amberes por Charles de l’Escluse (Clusius), un gran botánico originario de Arras. Sin embargo, el primer tomo dedicado enteramente a los hongos es la obra de Johannes Franciscus van Sterbeeck titulada Theatrum Fungorum oft het Tooneel der Campernoelien y publicada en 1675. En ella el autor reprodujo los dibujos de Clusius debido a su interés en que la obra fuera usada como fuente de información para distinguir los hongos comestibles de los venenosos.
Pero los primeros estudios de los hongos microscópicos tuvieron que aguardar, tal y como sería de esperarse, a la introducción del microscopio. Las primeras observaciones de este tipo de hongos las debemos al padre de la observación microscópica, Antonie van Leeuwenhoek, quien además fue el primero en observar y describir las levaduras, hongos microscópicos unicelulares que han perdido la capacidad de crecer como micelio, y que han tenido una gran importancia histórica gracias a sus diversas aplicaciones, como veremos más adelante. Leeuwenhoek, nacido y muerto en Delft, Holanda, en 1632 y 1723, respectivamente, no era un científico en el sentido que damos actualmente al término, sino un comerciante en telas en su pequeña población natal. Por afición, y ante la falta de instrumentos ópticos apropiados en el mercado de la época, se dedicó al tallado de lentes para poder observar la calidad de las telas y llegó a construir las lentes más perfectas que individuo alguno haya podido lograr. Leeuwenhoek montó esas lentes en placas de bronce y diseñó un sistema de tornillos para enfocar frente a ellas toda clase de objetos, con lo cual llegó a describir hongos, protozoarios, espermatozoides, eritrocitos en circulación e incluso bacterias. Tan extraordinarios fueron sus rudimentarios microscopios simples (de los cuales construyó cerca de 150), que tenían una óptica superior a los de tipo compuesto, como el de Hooke. Como sabemos, un microscopio simple es aquel que posee una sola lente, como una lupa, por ejemplo, en tanto que uno compuesto posee dos: el objetivo, que se acerca al objeto que se observa, y el ocular, a través del cual se observa. El poder de amplificación de un microscopio simple es el de su sola lente, en tanto que el del microscopio compuesto se obtiene de multiplicar el poder de amplificación del objetivo por el del ocular. ¡Imaginemos la calidad de las lentes de Leeuwenhoek para que pudiesen superar con un número simple al del producto de una multiplicación! Las mejores lentes secas (es decir, que no usan aceite de inmersión) de los microscopios actuales tienen un poder de amplificación de no más de 50 veces, lo cual es muy inferior a los valores de los microscopios de Leeuwenhoek. No es de extrañar, por lo tanto, que la fama de Leeuwenhoek se haya extendido rápidamente por toda Europa y que sus observaciones hayan sido comunicadas a la propia Royal Society de Londres, de la cual fue miembro distinguido.
Sin embargo, las primeras ilustraciones de hongos microscópicos y de aquella estructura que constituye su base anatómica, llamada “micelio” o “hifa”, de la cual hablaremos extensamente más adelante, las debemos a Robert Hooke, quien las publicó en su famosa Micrographia, de 1665. Por sus descripciones, ahora se sabe que estos hongos fueron Mucor, un organismo que posteriormente ha tenido un papel muy importante en nuestro conocimiento sobre diferentes aspectos de la fisiología de los hongos, en general, y que es el causante de la roya de los rosales, Phragmidium mucronatum. No obstante, Hooke fue incapaz de reconocer la verdadera naturaleza de estos organismos y los consideró productos generados por los tejidos de las plantas. Esto no es de extrañar, dada la pobre calidad de resolución de su microscopio, tan lejos de los instrumentos de Leeuwenhoek.
Para continuar con nuestra historia debemos citar los extensos estudios de Pietro Antonio Micheli, responsable del jardín botánico de Florencia, quien en 1729, en su libro Nova genera plantarum, hizo una descripción de alrededor de 900 especies de hongos, su facultad de formar esporas y minuciosos detalles de su anatomía. Su capacidad, no sólo como observador sino como experimentalista, se puso de manifiesto al haberse convertido en el primer científico en describir el ciclo vital de los hongos, lo cual logró gracias al cultivo y la observación de la germinación de las esporas, así como del crecimiento y la esporulación de tres especies: el ya citado Mucor, Aspergillus y Botrytis. Para ello diseñó experimentos en los que sembró y mantuvo cultivos puros de hongos en pedazos de pulpa de melón, con lo cual se anticipó en siglo y medio a los geniales experimentos de Louis Pasteur y Robert Koch.
La aportación de Linneo (Carl von Linné, 1708-1778), el gran taxónomo sueco, a la clasificación de los hongos fue solamente metodológica, pues a través de la introducción de su sistema binomial (género y especie latinizados, por ejemplo Penicillium [género] notatum [especie]) simplificó la designación, pero su taxonomía no fue así beneficiada, ya que incluyó a los pocos hongos considerados, junto con el grupo de las lombrices (Vermes), en el género Chaos.
Es notable que, salvo las ideas de Linneo, los hongos siempre se asociaron con las plantas y fueron materia de estudio de los naturalistas y los botánicos. Quizás ello se debiese al superficial parecido de los hongos con las plantas y a su clara diferencia con los animales. En este punto cabe destacar que al crearse la primera cátedra de botánica en México, en 1788, se realizaron los “Ejercicios Públicos de Botánica” en la Real y Pontificia Universidad en el mes de diciembre, en cuyo programa se establece que “Don José Timoteo Arsinas definirá la botánica; explicará su etimología; hará primeramente su distribución en historia, físico-química y médico-económica; subdividirá después aquella primera en teórica y práctica; explicará la división del vegetal en las siete familias naturales: hongos, algas, musgos, helechos, palmas y plantas, prefiriéndola a la que comúnmente se ha hecho hasta ahora en árboles, arbustos, matas y yerbas”. Esta división, y el hecho de que en la cátedra se introdujese por primera vez el sistema de clasificación binomial de Linneo, es prueba de que nuestro país se mantenía al tanto de las ideas de la ciencia de la época, un hecho que los estudios históricos apenas empiezan a rescatar frente al aparente complejo de inferioridad que ciertos intereses han procurado difundir en nuestra sociedad al referirse al nulo desarrollo científico en México.
La clasificación de los hongos tuvo que esperar al siglo siguiente para ser propiamente abordada en las obras clásicas del sudafricano C. H. Persoon, el sueco E. M. Fries y el alemán H. A. De Bary, y, en épocas recientes, a fines del siglo xix e inicios del xx, en los trabajos del italiano P. A. Saccardo. Estos monumentales estudios lograron sentar las bases taxonómicas y morfológicas de los hongos, aceptadas casi generalmente aun en la actualidad.
El primer problema que encuentra quien se introduce en el estudio de los hongos es la definición del propio material de estudio: ¿qué es un hongo?
Para constatar la naturaleza de este problema, baste citar algunos casos extremos. En el clásico libro de micología de Constantine J. Alexopoulus (Introductory Mycology, John Wiley & Sons, Nueva York y Londres, 1952) se dice que “los hongos incluyen organismos con núcleo que se reproducen por esporas, carecen de clorofila [es decir, que no son fotosintéticos], se reproducen sexual o asexualmente, y cuyas estructuras somáticas son filamentosas y ramificadas y están rodeadas por una pared celular hecha de celulosa, quitina o ambas”. En esta definición se incluyen tres aspectos de gran importancia: a) la base estructural de los hongos son filamentos (que ahora denominamos “hifas”, y a su conjunto “micelio”), una observación hecha inicialmente por Hooke, quien describió que el tejido de los hongos, e incluso de sus estructuras reproductoras, consistía en una “infinita serie de pequeños filamentos”; b) la reproducción de los hongos es mediada por las estructuras denominadas “esporas”, ya observadas por Micheli, que serían el equivalente de las semillas y que además sirven de base para la taxonomía de los hongos, y c) los hongos poseen núcleo verdadero, un aspecto sumamente importante para su posicionamiento evolutivo, como veremos más adelante.
Una definición que intenta ser exhaustiva, aceptando de antemano que el grupo es tan diverso que es difícil dar una definición concisa, es la proporcionada por Miguel Ulloa (Diccionario ilustrado de micología, UNAM, México, 1991), quien señala que
todos son heterotróficos [es decir, incapaces de usar el bióxido de carbono como única fuente de carbono] (nunca fotosintéticos) y absorbentes. El talo varía desde una mixameba ameboide o plasmodio carente de pared celular, hasta un talo unicelular o filamentoso delimitado por una pared rígida. En las especies que tienen talo filamentoso (micelial), éste puede ser o no septado, pero aquellos con septos son funcionalmente cenocíticos, porque los septos son perforados. Los talos pueden hallarse dentro o sobre el hospedante o sustrato. La pared del talo es típicamente quitinizada, pero ocasionalmente es celulósica (Oomycetes), sólo rara vez ocurren quitina y celulosa juntas. Según el grupo pueden presentarse otros polisacáridos (manana, glucana, etc.) en la pared. Los hongos son generalmente inmóviles, aunque presentan flujo citoplásmico dentro del micelio; en algunos grupos se producen estados móviles (zoosporas). El núcleo es eucarióntico. Los talos pueden ser uni o multinucleados, con células homo o heterocariónticas, haploides, dicariónticas o diploides, las últimas generalmente de corta duración. El ciclo de vida puede ser simple o complejo, y la reproducción asexual o sexual. Los hongos son cosmopolitas y viven en casi todo tipo de hábitat, como saprobios, parásitos o simbiontes.
Esta definición es muy compleja y mezcla aspectos importantes con secundarios, además de que introduce términos complejos e incomprensibles para quien se inicia en el estudio de los hongos. Por último, menciona organismos que ya no son considerados actualmente dentro de los hongos, como se verá más adelante.
En contraste con la anterior, una definición concisa es la siguiente: “lo que define a los hongos es su capacidad de formar largas células tubulares llamadas hifas por un procedimiento de crecimiento apical” (Salomón Bartnicki-García, A Century of Mycology, Cambridge University Press, Cambridge, 1996). Esta definición tiene la virtud, además de ser breve, de introducir una connotación de la biología del grupo, aunque omite tres aspectos importantes: no señala la estructura del núcleo, no indica la existencia de esporas, y no distingue a otros organismos que ahora se han separado de los hongos, los que adquirieron el mismo hábito de crecimiento que éstos debido a una evolución paralela.
Dada la simplicidad de los hongos, el hecho de que parecen surgir súbitamente, no sólo en alimentos dejados a la intemperie sino sobre muros y paredes, no es difícil comprender por qué las culturas antiguas supusieron que los hongos eran producto de la generación espontánea. El poeta Nicandro (cerca de 185 a.C.) los consideraba como fermento venenoso de la tierra. Las trufas, de las cuales Plinio se maravillaba de que pudieran vivir sin raíces, eran consideradas producto de los relámpagos. Como ya se indicó antes, Hooke, ya en el siglo XVII, consideraba que los hongos microscópicos eran producto de la degradación de los vegetales, e incluso otros autores en el mismo siglo, como Marsigli, consideraban que diversos tejidos vegetales daban lugar a diferentes hongos. No fue sino hasta que los experimentos clásicos de Lazaro Spallanzani (1729-1799) sobre la inexistencia de la generación espontánea fueron admitidos en los círculos científicos que se tuvo la certeza de que los hongos se originaban a partir de esporas, tan pequeñas que permanecían invisibles a los observadores, y que germinaban en condiciones adecuadas, resultados que ya habían sido descritos por Micheli (véase antes), pero cuya repercusión había pasado casi por completo inadvertida.
Aun así, el tema no quedó debidamente asentado para diversos pensadores que sostenían que la tierra todavía conservaba la capacidad generadora que alguna vez debió tener, la cual se manifestaba en la producción de organismos muy simples como parecían ser las bacterias y algunos hongos microscópicos. La frase coloquial “nacidos como los hongos, de la humedad de la pared” es todavía una reliquia de dichas ideas en nuestro medio. En otra obra (José Ruiz Herrera, El pensamiento biológico a través del microscopio, Fondo de Cultura Económica, México, 2001), he discutido estas ideas y cómo al fin se llegó a la conclusión de que todos los organismos sobre la Tierra son descendientes de idénticos o casi idénticos progenitores.