Traducción de Consol Vilà
Revisión de Fausto Trejo
Primera edición en inglés, 2000
Primera edición en español, 2011
Primera edición electrónica, 2012
Título original: Wagner and Philosophy
D. R. © 2000, Penguin Books, LTD
© Bryan Magee, 2000
D. R. © 2011, Fondo de Cultura Económica
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ISBN 978-607-16-0899-4
Hecho en México - Made in Mexico
Bryan Magee nació en 1930, cerca de Londres. Ha destacado como autor, político (miembro del Parlamento para Leyton de 1974 a 1983) y sobre todo como divulgador de la filosofía, tanto con publicaciones como con programas de televisión. Se ha interesado particularmente en Richard Wagner (Aspects of Wagner, 1968, y Wagner and Philosophy, 2001). También es autor de una novela (Facing Death, 1977), de su autobiografía, Clouds of Glory (2004), y de libros que reflejan su interés en el pensamiento humano. Se han traducido al español: Los hombres detrás de las ideas, Historia de la filosofía, Los grandes filósofos y Schopenhauer.
Para Jonathan Glover
Siempre me tentó el querer desentrañar las profundidades de la filosofía.
Wagner, Mi vida
Debo la escritura de este texto a dos importantes apoyos. La mayor parte la escribí durante mis dos estancias como investigador visitante asociado en la Universidad de Oxford (Gran Bretaña), primero en el New College y luego en Merton. A ambos colegios les estoy profundamente agradecido: sin el primero, no habría comenzado a escribir el libro, y sin el segundo, probablemente no habría llegado a terminarlo. Agradezco también a Stewart Spencer, quien generosamente se prestó para leer el primer esbozo. Como sus conocimientos acerca de los estudios sobre Wagner son mayores que los míos, me libró de cometer muchos errores. Además, me ayudó con su crítica constructiva y sus sugerencias, que en la mayoría de los casos me sirvieron para tomar una dirección u otra; incluso cuando yo no estaba de acuerdo con algún comentario en particular, éste me descubría un punto débil del manuscrito, que luego intentaba remediar. Así, incluso aquellas críticas que yo no aceptaba resultaron provechosas para el libro. Es enorme la ayuda que de este modo le prestó un investigador independiente a otro en su mismo campo de estudio. En la medida en que no tomé en cuenta todas sus sugerencias, sería un error suponer que él está de acuerdo con todo lo aquí escrito; por ello mismo, es completamente mía la responsabilidad de los errores que puedan encontrarse. Con todo, las deficiencias que el libro pudiese tener hubieran sido mucho peores, y mucho más numerosas, sin su ayuda.
Cuando empecé a trabajar en este libro tenía la intención de escribir sobre la influencia de la filosofía en las óperas de Wagner. Éste fue el único de los grandes compositores que estudiara seriamente filosofía durante un periodo considerable de tiempo, y no se trataba de un interés pasajero, pues los filósofos que tenían particular importancia para él también ejercieron una influencia destacada en su obra. Esta influencia en las óperas de su madurez fue tan grande que es probable que, sin ella, Tristán e Isolda, Los maestros cantores y Parsifal no hubieran adquirido los rasgos que nos permiten reconocerlas, lo cual es igualmente cierto para El anillo del nibelungo.
Mi intención original era tomar en cuenta a cada uno de los filósofos en cuestión y mostrar cómo sus ideas impregnaron la obra wagneriana. Éste fue mi principal objetivo, pero a medida que avanzaba en la redacción del libro creí necesario tratar también otros temas. La postura política de Wagner adquiere asimismo una gran relevancia, pues es el elemento central en el libreto de El anillo, además de que sus obras están íntimamente imbricadas con sus ideas filosóficas. Luego, la decepción que Wagner experimentó en la política hizo que se encerrara en sí mismo, hecho que contribuyó a que aceptara una filosofía que difería radicalmente de sus primeras creencias y que tuvo una enorme incidencia en su obra. Nada de todo ello puede comprenderse sin tomar ampliamente en consideración su concepción política, que incita a que sean discutidas algunas de sus actitudes sociales más generales. Con el tiempo descubrí que aquello sobre lo que estaba escribiendo era su “filosofía”, en el sentido común y académico del término; es decir, su actitud hacia la vida y hacia las cosas en general, su Weltanschauung o visión del mundo. Sin embargo, mi investigación se limita a la influencia que ejerció esa visión en sus óperas. A modo de ejemplo diré que no me he ocupado del proselitismo vegetariano de Wagner; en cambio, abordo su creencia en la unidad de todas las cosas vivas y su concomitante compasión hacia los animales, en la que se basaba su vegetarianismo, como queda expresado en Parsifal.
Puesto que trato acerca de las ideas y creencias wagnerianas en un sentido filosófico general, no intento entrar en cuestiones tales como los estudios de Wagner sobre leyendas medievales de origen germánico y nórdico, ni sus experiencias con la música de otros compositores o sus ideas sobre la dirección, el canto, la actuación y la producción en escena, aun cuando Wagner haya tenido al respecto puntos de vista que defendía acérrimamente y que nutren a fondo su obra. Exponer sus “ideas”, en el sentido familiar del término, es lo que constituye la preocupación esencial de este libro, aunque de ninguna manera sea lo único importante para la comprensión y valoración de las óperas wagnerianas.
Para muchos resultaría más cautivador abordar el tema a partir del interés de Wagner por la política. Es el típico ejemplo del joven revolucionario de izquierda, activo y comprometido, que en su madurez se desilusiona de la política y la abandona. Los antiguos camaradas que conservan sus compromisos con la izquierda suelen considerar que una persona en esa situación “da un giro hacia la derecha”, y por supuesto algunas lo hacen y pasan a engrosar las filas de los conservadores. Pero en la mayoría de los casos esta perspectiva no permite comprender lo que realmente está en juego. Para muchos no se trata del cambio de una preferencia política por otra, sino de una desilusión de la política como tal. Ya no creen que los problemas humanos más importantes tengan una solución política; se han forjado otra visión de la vida, en la cual las cuestiones político-sociales han dejado de ser prioritarias. Esto es exactamente lo que le ocurrió a Wagner. No “dio un giro hacia la derecha”, esto es, no pasó a ser un conservador; en ningún momento de su vida manifestó ideas ni actitudes conservadoras; hasta el fin de sus días mantuvo una posición radicalmente crítica respecto de la sociedad que conoció, y jamás desde una perspectiva de derecha. No obstante, experimentó una muy amarga decepción en lo tocante a las posibilidades de un cambio idealista. Desde una perspectiva psicológica, la implacable amargura del izquierdista frustrado es un fenómeno muy distinto del mal genio del reaccionario, aunque a menudo en la vejez ambos manifiestan algunos de los mismos síntomas. Uno sufre la amargura que significa la pérdida del pasado, y el otro la sufre por la pérdida del futuro; pero ambos comparten la aversión hacia el presente. En el primer caso se basa en la pérdida de los valores tradicionales, mientras que en el segundo descansa en la pena por haber renunciado a la esperanza de un futuro radicalmente distinto. Sea como fuere, lo cierto es que en los últimos años de su vida Wagner dejó de ser un revolucionario, un socialista o algo distinto de quien muestra una devoción atávica e intermitente hacia los valores residuales de un izquierdismo fracasado (sin convertirse por ello en alguien de derecha, en un conservador o un reaccionario; ninguno de estos tres últimos calificativos pudieron jamás atribuírsele). El giro tan significativo que dio a su pensamiento no fue de izquierda a derecha, sino de la política a la metafísica.
El cambio formaba parte de un giro más amplio de perspectiva. De joven, Wagner consideraba que la realidad social era lo único que existía, y no tenía ninguna razón para creer que hubiera algo más en este mundo; además, pensaba que no había nada más “elevado” que la propia humanidad. Creía que los valores y la moral eran creaciones humanas: algo que el hombre había desarrollado colectivamente a lo largo de muchas generaciones, y no obra de individuos aislados. Por ello, Wagner confería a los valores más profundos y a los significados de la vida un carácter intrínsecamente social. Creía que la actividad más elevada de todas era el arte creativo, al cual también consideraba como una actividad social de raíz. En su opinión, la función del arte serio consistía en revelar a los seres humanos las verdades fundamentales de su naturaleza más profunda. Y para comprender la naturaleza más profunda de este ser esencialmente social, primero tenía que entender la relación del individuo con la sociedad.
Al joven Wagner no le gustaba en absoluto la sociedad en que vivía; es más, la detestaba y consideraba que la relación que mantenía con ella la mayoría de sus miembros era angustiosa e inaceptable. Pero creía que esta mayoría, por el hecho de serlo, tenía a su disposición el poder colectivo de cambiarla según sus propios deseos. Así, aunque Wagner era contrario a la sociedad existente, creía que la del futuro, después de la revolución, llegaría a ser maravillosa, y no en menor grado para el arte creativo y los artistas. Y así, a pesar de que fue un severo crítico social, era al mismo tiempo un optimista, porque creía que la odiosa sociedad en la cual vivía estaba destinada, muy pronto y de forma inevitable, a experimentar una transformación radical hasta ascender a un estadio en que sería posible la plenitud humana para todos o para la mayoría de sus miembros.
Fiel a sí mismo, el joven Wagner sostuvo sus puntos de vista con entusiasmo y confianza desbordantes y se mostró activo en su prosecución. Los discutió continuamente con sus amigos, a veces en encuentros organizados con este propósito; se convirtió en un lector ávido de los textos de sus contemporáneos que en ese entonces planteaban los mismos puntos de vista que él defendía, y publicó artículos en los que alegaba en favor de éstos. Incluso por un breve periodo colaboró en la edición de un periódico revolucionario socialista. Pero su actividad más radical fue ayudar a dirigir el levantamiento revolucionario de Dresde, en mayo de 1849, permaneciendo en las barricadas, hombro con hombro, con Bakunin, el anarquista más célebre del momento. Esta historia puede ser muy colorida, pero hay una razón de mayor peso por la que nos interesamos por ella, y es que Wagner plasmó dichas creencias y premisas en su trabajo artístico, de modo que el libreto de algunas de sus óperas más importantes se nutría y basaba en ellas. Luego, no obstante, se produjo un cambio arrollador en la perspectiva wagneriana, después del cual el compositor adoptó un enfoque muy diferente. El nuevo libreto que estaba escribiendo reflejaba estas diferencias; así, para comprender in extenso sus últimas obras, necesitamos comprender la naturaleza de su cambio.
Sin duda alguna esta historia fascinará a quienes se interesen por Wagner. Pero me gustaría que el lector tuviera dos cosas en mente. En primer lugar, esta historia se limita a tratar sólo algunos de los afluentes que desembocaron en el ancho río de la actividad creativa wagneriana. A lo largo de estas páginas no se pretende dar una explicación completa de sus obras: sólo destaco algunas de las ideas que subyacen en ellas, sin perder de vista que su contenido es mucho más extenso que mi análisis. En cualquier caso, no podemos encerrar el “sentido” de una obra de arte en unas cuantas palabras; si pudiéramos hacerlo, no la necesitaríamos, de hecho, no se trataría de una obra de arte.
Mi segunda advertencia concierne a la naturaleza particular de sus obras. Se trata de dramas cuyo principal medio de expresión es la música. En éstos, el “drama” no se compone de personajes que interpretan un texto en el escenario, donde en lugar de recitar las palabras las cantan con el acompañamiento de música orquestal. La música es el primer componente del drama, lo cual es determinante para lo que expongo en este libro, porque significa que todo lo expresado con palabras tiene un papel secundario incluso dentro de las mismas obras. Así, quiero empezar, no con el análisis de las palabras, sino con el estudio de la relación entre palabras y música en el mundo de la ópera en general y luego en las óperas de Wagner en particular, y a continuación procederé a examinar algunas de las ideas que encuentran su cauce de expresión en este mundo suyo tan complejo.