Primera edición, Publicaciones de la Universidad Michoacana, 1939
Primera edición del FCE, 1987
Edición conmemorativa 70 Aniversario, 2005
Primera edición electrónica, 2012
D. R. © 1939, 1987, María Zambrano
D. R. © 1993, Ediciones de la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid)
D. R. © 2005, Fondo de Cultura Económica
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ISBN 978-607-16-1040-9
Hecho en México - Made in Mexico
A modo de prólogo
Pensamiento y poesía
Poesía y ética
Mística y poesía
Poesía y metafísica
Poesía
Notas
Este libro, me sea permitido decirlo, nacido, más que construido, lo fue en un momento de extrema, no me atrevo a decir, imposibilidad, lo cual no me parece tan excepcional, ya que no se pasa de lo posible a lo real, sino de lo imposible a lo verdadero. Por eso digo nacido, que es lo que para un ser viviente es lo más imposible, incluido al animal, a la planta, quizá a la piedra misma, a lo que forma la órbita del verdadero universo y así, para no desanimar al siempre inverosímil lector, he de contar un poco cómo nació en la ciudad de Morelia, capital del estado de Michoacán, en México, en un otoño de indecible belleza.
Había ido quien esto escribe, también de un modo inverosímil, a México. E inverosímilmente también, esta actual edición la preparo para ser publicada en una colección mexicana. ¿Por qué y cómo escribí este libro entonces?, es decir, en el cálido otoño de 1939. A los finales de la guerra de España fui invitada para ir a Cuba y aun insistentemente recabada por alguna universidad norteamericana como profesora de español. Había yo ido, en los comienzos de la guerra de España, cuando me casé, en septiembre de 1936. Tras de una larga y azarosa travesía en un barco español, que partió de Cartagena, o sea, que había de atravesar el estrecho de Gibraltar y salir a aguas de la España imperial, llegamos a La Habana, en este buque que, según supimos después, iba a Veracruz. Mas al llegar a La Habana, bajo el poder del general Fulgencio Batista, el barco fue detenido, su tripulación encarcelada, y nosotros, solamente sustraídos a esta suerte por un pasaporte diplomático. Creo haberlo ya relatado, que prodigiosamente en un lugar llamado La Bodeguita de Enmedio, nos ofrecieron una cena unos cuantos intelectuales de izquierda, entre ellos, el muy joven e inédito José Lezama Lima, quien me sorprendió por su silencio y por referirse a lo poco que yo había publicado en la Revista de Occidente. Y todavía más, haber visto mi nombre entre los profesores —yo era simplemente ayudante— que fuimos a dar clase de filosofía en este preclaro lugar. Fui invitada también a dar una conferencia en el Lyceum Club Femenino, lo que no hice sino aconsejada por el embajador de España que aún allí se mantenía. No olvidaré nunca, y me cabe decir que tampoco durante muchos años fue olvidada, aquella conferencia mía, sobre mi maestro Ortega y Gasset. Mas la meta del viaje era Chile, Valparaíso, y así, a través de un largo y costoso periplo, hubimos de pasar en barco el canal de Panamá. El paisaje de Pablo y Virginia se me apareció por entero allí. Y la llegada al otro lado del océano, en Balboa, cuando se ponía el sol. Bajamos por ciudades cuyo nombre me parecía irreal, y aunque yo bien sabía que en Antofagasta, donde había que llevar la tierra desde el Norte porque allí era completamente estéril, se hablaba español, me quedé maravillada como si no lo supiera, ante este hecho. Y al fin, para no detenerme más en este inolvidable y decisivo viaje, llegamos a Valparaíso. Y desde allí, a través de un campo de cactus candelabro, a Santiago de Chile. En el instante mismo en que subíamos las escaleras del edificio de la Embajada, bajaba el embajador, quien nos dijo “no deshagan ustedes las maletas, que me acaba de llamar el presidente de la República para romper relaciones con España”. No fue así, una vez más, pero la amenaza estaba en pie.
En consecuencia, ¿y qué tiene que ver todo esto con el libro Filosofía y poesía? Pues que se trata de su génesis, de su nacimiento. Meses después, cuando fue llamada a filas la quinta de mi compañero, decidimos regresar a España, en el momento en que era más evidente que nunca la derrota de la causa en que creíamos. ¿Y por qué vuelven ustedes a España si saben muy bien que su causa está perdida? Pues por esto, por esto mismo.
Y ya con esto, me acerco a este libro Filosofía y poesía que fue escrito cuando, después de la derrota, fuimos a México. Y tiene que ver íntimamente porque mi libro lo escribí en aquel otoño mexicano como homenaje a la Universidad de San Nicolás de Hidalgo, descendiente directo de los estudios de humanidades, fundado por don Vasco de Quiroga no lejos de las orillas del lago Pátzcuaro, que fue allí desde España, a la región de los indios tarascos, para fundar la Utopía de República Cristiana de Tomás Moro. Utópico para mí el escribir este pequeño libro, pues que, siendo irrenunciable en mi vida la vocación filosófica, era perfectamente utópico el que yo escribiera, y aun explicara, como lo hice, en la Universidad de San Nicolás de Hidalgo, filosofía.
Entiendo por Utopía la belleza irrenunciable, y aun la espada del destino de un ángel que nos conduce hacia aquello que sabemos imposible, como el autor de estas líneas ha sabido siempre que Filosofía, ella, y no por ser mujer, nunca la podría hacer. Y la coincidencia se revela hasta en las palabras, pues en mi adolescencia alguien me preguntaba, a veces con compasión, a veces con ironía un tanto cruel, ¿y por qué va usted a estudiar filosofía? Porque no puedo dejar de hacerlo, y en este libro he escrito, en aquel precioso otoño de 1939, qué utópico me parecía, en el más alto grado, poderlo escribir. Y a las utopías, cuando son de nacimiento, no se las puede discutir aunque uno se rebele contra ellas. La ocasión fue que en el año 1940 pretendían ser tres las universidades fundadas por los “bárbaros españoles”, San Marcos de Lima, San Carlos de Guatemala y la Universidad que debía su existencia a los estudios de humanidades fundada por don Vasco de Quiroga. Tenía que agradecerlo de algún modo y aceptarlo, sin más, aunque de vez en cuando yo me rebelase contra este imperio de escribir el libro, no exigido académicamente sino personalmente por mi entonces compañero, que sin medios ningunos lo fue imprimiendo en una imprenta que sólo podía tirar unos pliegos. Temblaba, como había temblado al tener que explicar en la ciudad de México, como miembro de la Casa de España, las tres conferencias que habían ya formado el volumen Pensamiento y poesía en la vida española. Mas precisamente cuando era el momento de dar por terminado el curso de la universidad, se me pedía, por un mandato invisible que se encarnaba en mi entonces compañero, éste que ofrezco hoy al lector, después de haber sido publicado en la misma Morelia, recogido después y ya corregido a mano en algunos de los capítulos que forman el libro, en los ejemplares que se me dieron por la universidad como regalo.
El primer capítulo de este libro fue publicado con mayor certidumbre en la revista Taller, fundada y dirigida por mi desde entonces amigo y admirado Octavio Paz. Pero, en el momento de proseguir, ya se trataba de un libro, ya se trataba del ángel invisible e implacable que exige. Ya la forzosidad no servía, ya era sólo cuestión de vocación, de utópica vocación.
Fue dado a publicar este librito en segunda edición en las Obras reunidas de la Editorial Aguilar, con una cierta seguridad por mi parte, a la que esta edición de Aguilar no ha correspondido en modo alguno.
Mas ahora renace en mí el temblor del nacimiento, como si lo estuviese escribiendo ahora, y sólo me atrevo a hacerlo por creer que lo nacido debe ser recogido, respetado. ¿Quién puede juzgar algo así? Yo no quiero escabullir mi responsabilidad. Se debe a un condescendimiento, no a la búsqueda de una altura. Sabido es que lo más difícil no es ascender, sino descender. Mas he descubierto que el condescendimiento es lo que otorga legitimidad, más que la búsqueda de las alturas. La virtud de la Virgen María fue no el encumbrarse, sino el condescender; eso sí, no sola. Yo no pretendo que en mí se cumpla, ni en este libro especialmente, la virginal virtud. No podría ser. Pero sí veo claro que vale más condescender ante la imposibilidad, que andar errante, perdido, en los infiernos de la luz. Júzgueme, pues, el eventual lector, desde este ángulo; que he preferido la oscuridad que en un tiempo ya pasado descubrí como penumbra salvadora, que andar errante, sola, perdida, en los infiernos de la luz. Es mi justificación. Júzgueme, pues, el amor, y si de tanto no soy todavía digna, júzgueme, pues, la compasión. Y no digo más, creo que sea bastante para el inverosímil, pero no imposible, lector.
María Zambrano
Madrid, 15 de febrero de 1987