Traducción
MARIO ZAMUDIO
CENTZONTLE
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Primera edición, 2010
Primera edición electrónica, 2013
Esta publicación forma parte de las actividades que el Gobierno Federal organiza en conmemoración del Bicentenario del inicio del movimiento de Independencia Nacional y del Centenario del inicio de la Revolución Mexicana.
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ISBN 978-607-16-1622-7
Hecho en México - Made in Mexico
Introducción
¿Quiénes eran los científicos?
El origen del epíteto científicos
Los antecedentes ideológicos: los científicos
identificados como la élite cultural
de su generación
La intensidad del odio por los científicos
entre los revolucionarios
El desarrollo temprano del odio
por los científicos: el Caso Dreyfus
y la guerra entre España
y los Estados Unidos
La sucesión presidencial y la consolidación
del odio por los científicos
(1900, 1904, 1910)
La estrategia electoral de Díaz,
la consolidación de la unidad nacional
y la larga sombra del odio por
los científicos
La importancia del odio por los científicos
Conclusión
Bibliografía
Una de las características curiosas de la Revolución mexicana es el odio generalizado que los revolucionarios expresaban contra la élite tecnócrata de la dictadura, los llamados científicos. Francisco Bulnes escribió:
Nadie, ni siquiera aquellos cuya comprensión de la Revolución Mexicana es superficial, ni uno solo de los habitantes de México capaz de tener una opinión sobre los asuntos públicos, puede ignorar el hecho de que el origen de la revuelta que derrocó al dictador, el general Porfirio Díaz, fue el odio por los Científicos, revelado en el grito profético universal «¡Mueran los Científicos!». Aun hoy, en 1915, para la imaginación popular mexicana, científico significa enemigo jurado del pueblo, más criminal que el parricida, el asesino de niños inocentes o el traidor.2
La intensidad del sentimiento en contra de los científicos trae a la mente el odio por los aristócratas en la Francia revolucionaria, y, por cierto, el odio por los científicos ha sido formulado a menudo como un odio de clase;3 sin embargo, la verdadera identidad del científico es escurridiza. En este texto se buscará demostrar que el sentimiento en contra de los científicos tuvo como molde el antisemitismo moderno; incluso se sugiere que este último desempeñó un papel fundamental en el desarrollo de la ideología nacionalista en las nuevas condiciones de dependencia.
Desde mediados de los años 1870 hasta el estallido de la Revolución en 1910, el progreso de México dependió de manera crucial de la inversión extranjera. Como resultado de ello, el progreso iba de la mano con la ansiedad nacionalista. A principios de los años 1880, entre el público lector de México se generalizó el temor de que estaba teniendo lugar una «conquista pacífica» de México; así, por ejemplo, el enviado colombiano Federico Cornelio Aguilar, quien era un gran admirador del progreso de México y deseaba ardientemente que Colombia siguiera una senda similar, hacía notar, no obstante, lo siguiente:
Entre tanto los Yankees, padrinos y protectores de los liberales mexicanos, como lo fueron los franceses de los conservadores, los Yankees van apoderándose poco a poco de la propiedad rural y minera, del comercio, de la industria y de los ferrocarriles; los Yankees, que no civilizan sino que arrinconan a balazos en las selvas a los indígenas, como lo hacen ahora con los apaches; los Yankees vendrán a terminar la obra principiada por los españoles en esos pobres descendientes de los aztecas, chichimecas, otomites, tarascos, zapotecos y mayas.4
El temor de que los Estados Unidos conquistaran el país se veía atemperado por el creciente poder del Estado mexicano, por los cuidadosos malabarismos del gobierno con la entrega de jugosas concesiones a potencias rivales y por los irreprochables antecedentes patrióticos del dictador Porfirio Díaz. En ese contexto, no obstante, el fantasma de la traición se vislumbraba en el trasfondo y se lo identificaba con el capital financiero y el cosmopolitismo. La imagen del «traidor interno» surgió de un modelo de desarrollo económico que generaba temores que eran tan difusos y generalizados como el apoyo al desarrollo capitalista, la estabilidad y el progreso. La asociación que se hacía entre el traidor, por un lado, y el cosmopolitismo y las finanzas, por el otro, hizo posible la retórica antisemita.
Esta última, forjada en la fragua del Caso Dreyfus y en la época de la superioridad de los Estados Unidos como país hegemónico en América Latina, adoptó la obsesión con los judíos que había comenzado a surgir en Europa desde mediados del siglo XIX y se valió de ella para conseguir una gran variedad de adeptos. Como ejemplo del antisemitismo moderno, el odio en contra de los científicos era excepcional en dos respectos: iba dirigido a los judíos en sentido figurado, antes bien que literal, y se desarrolló en un contexto de creciente dependencia económica, antes bien que en la transición del nacionalismo al imperialismo, como había ocurrido en Francia y Alemania. En realidad, el antisemitismo mexicano de principios del siglo XX ayudó a dar forma a una modalidad de nacionalismo revolucionario dependiente, hipermasculino y autoritario. Este ensayo es una contribución a la historia política del nacionalismo revolucionario; asimismo, ofrece algunas perspectivas metodológicas para el análisis de otros casos de antisemitismo sin judíos.5
1 Con el acostumbrado descargo de responsabilidad, deseo agradecer los comentarios de Friedrich Katz, Tom Laqueur, Elizabeth Povinelli y John Womack, así como de los revisores anónimos de Representaciones.
2 Francisco Bulnes, The Whole Truth about Mexico: President Wilson’s Responsibility, traducción autorizada por Dora Scott, M. Bulnes Book, Nueva York, 1916, p. 103.
3 Luis González, La ronda de las generaciones: los protagonistas de la Reforma y la Revolución Mexicana, Secretaría de Educación Pública, México, 1987, p. 50.
4 Federico Cornelio Aguilar, Último año de residencia en México [1885], Conaculta, México, 1995, p. 113.
5 Véase, por ejemplo, en el caso de Japón, David G. Goodman y Masanori Miyazawa, Jews in the Japanese Mind: The History and Uses of a Cultural Stereotype, Lexington Books, Lanham, 2000; y, en el caso de Polonia, Marion Mushkat, Philo–Semitic and anti-Jewish Attitudes in post-Holocaust Poland, Edwin Mellen Press, Lewiston, 1992. También hay un buen número de artículos de revista sobre el antisemitismo en Indonesia. Respecto al empleo reciente del antisemitismo en la Venezuela contemporánea, véase Claudio Lomnitz y Rafael Sánchez, «United by Hate», Boston Review, julio de 2009.
UNA CARACTERÍSTICA clave del odio en contra de los científicos, a la que, no obstante, no se ha prestado atención, fue la inestabilidad del referente. Emiliano Zapata, por ejemplo, llamaba científicos a todos los aristócratas terratenientes del estado de Morelos,1 mientras que Luis Cabrera, por otra parte, caracterizaba a los científicos como financieros e intermediarios de las compañías extranjeras, y establecía una diferencia entre ellos y la clase de los terratenientes:
El grupo neoconservador es básicamente patriota y antisajonista, mientras que el científico es sajonizante decidido y es más ilustrado. Los intereses neoconservadores están formados principalmente por la gran propiedad rural, mientras que los científicos lo están por la gran propiedad industrial y financiera consistente en las acciones de las nuevas sociedades monopolizadoras.2
Por su parte, las facciones de la élite que tenían cargos en el gabinete de Díaz (particularmente los reyistas) se referían continuamente al «Partido Científico» y definían a sus miembros de acuerdo con sus alianzas políticas, antes bien que mediante una posición fija de clase.
Esos divergentes puntos de vista contrastan con la opinión declarada que los propios científicos tenían de quiénes eran; así, por ejemplo, José Yves Limantour, ministro de hacienda de Díaz, describía su participación en el grupo en los siguientes términos:
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