COLECCIÓN POPULAR
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VEINTE AÑOS DEL TLC:
SU DIMENSIÓN POLÍTICA Y ESTRATÉGICA
Primera edición, 2014
Primera edición electrónica, 2014
Diseño de portada: Teresa Guzmán Romero
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ISBN 978-607-16-1943-3 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
Prólogo
I. México, Estados Unidos y el TLC
II. El TLC en el desarrollo de México
1. La razón política fundamental del TLC para México
2. Los primeros años del TLC
3. Impactos del TLC
4. La realidad del TLC
5. La oportunidad del TLC
6. El dilema del desarrollo mexicano y el TLC
III. El TLC en el mundo actual
1. Los cambios en la política exterior estadunidense
2. Seguridad, comercio y energía
3. Qué política exterior
IV. ¿Qué sigue?
Conclusión. El mundo como es
Bibliografía
Hace veinte años tuve la oportunidad de escribir un libro sobre el proceso de negociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (mejor conocido como TLC) que el Fondo de Cultura Económica amablemente me publicó. Se trató de una ocasión excepcional para observar no sólo los cambios que experimentaba el país en aquel momento, sino también el proceso mismo de negociación. Aquella publicación —¿Cómo va a afectar a México el Tratado de Libre Comercio?— fue resultado tanto del análisis del proceso de negociación como de la observación de la misma en tiempo real, es decir, literalmente en comunicación con los negociadores. Eso me permitió entender los dilemas, los criterios que animaban a cada una de las partes en la negociación y los riesgos inherentes a procesos políticos que sólo concluyen cuando concluyen: hasta ese momento, todo es posibilidad y nada es certero. La pregunta ahora, dos décadas después, es en qué medida se han logrado los objetivos y propósitos de aquella negociación.
En estos años se ha publicado un sinnúmero de libros sobre el TLC, algunos muy serios, profundos y relevantes. Como se explica en la bibliografía, es particularmente notable el análisis publicado por el Banco Mundial, entidad que realizó una evaluación desapasionada y objetiva de los resultados y efectos del TLC al final de su primera década. Las conclusiones de ese estudio siguen siendo esencialmente válidas, razón por la cual me aboqué en este ensayo a analizar una dimensión fundamentalmente desdeñada del TLC: su dimensión política.
Aunque el contenido del tratado es técnico (no hay una página en las dos mil que lo integran que no establezca reglas, procedimientos, normas y criterios específicos), su lógica fue siempre política. El TLC fue concebido como un instrumento para consolidar y hacer permanente una visión del mundo, y esa lógica fue la que convenció al gobierno estadunidense del momento de iniciar la negociación y a su sucesor, de otro partido, de concluirla exitosamente. Esa lógica política ha tenido inmensas consecuencias para México, la primera y más importante de las cuales ha sido la de conferirle certidumbre a los inversionistas respecto a la permanencia de las reglas del juego y, en esa dimensión, explica el crecimiento de la economía mexicana a lo largo de estos años. En una palabra, todo lo asociado con el TLC ha crecido en tanto que lo que se ha rezagado ha seguido una lógica distinta. La importancia política del TLC es innegable.
En el libro publicado en 1994 iniciaba yo con las siguientes palabras: “Las dificultades para consolidar los beneficios inherentes a una reforma económica exitosa se hicieron notar muy poco después de que ésta se había iniciado. En esos momentos, Canadá finalizaba su negociación para crear una zona de libre comercio con Estados Unidos, lo que nos colocaba en la peor de todas las situaciones: mucho de nuestro comercio con Estados Unidos podría haberse desplazado a Canadá y, más importante, la reforma económica perdía con ello una ancla potencial porque en la fusión económica entre Estados Unidos y Canadá podrían haberse hecho irrelevantes muchos de los factores en que México era potencialmente competitivo. En otras palabras, ese tratado nos dejaba sin mercado seguro y sin nada a lo cual retornar. México requería no sólo un esquema económico alternativo que permitiera la reactivación del crecimiento económico y que, a través de la reforma económica, empezaba a adquirir visos de posibilidad, sino también una nueva relación de comercio con su principal socio comercial. La negociación de un tratado de libre comercio semejante al de Canadá se había tornado, desde mi punto de vista, en algo inevitable e indispensable. De esta manera, y a contracorriente, tras varios años de debatir por la apertura y la desregulación, al materializarse el acuerdo entre Canadá y Estados Unidos empecé a argumentar por la suscripción de un acuerdo de libre comercio porque desde ese entonces he estado convencido de que México no tenía (ni tiene) otra alternativa”.
En ese entonces, México había comenzado un proceso de profundas reformas que, sin embargo, no lograban aterrizar en resultados positivos en buena medida porque nadie, en México o el resto del mundo, creía que esas reformas serían sostenibles en el largo plazo en ausencia de garantías efectivas. El problema residía en esas garantías: ¿quién o qué podía conferir garantías que fuesen creíbles? Décadas de experiencia en que el país se inventa y reinventa cada seis años impedían conferir ese sentido de permanencia que los inversionistas y ahorradores demandaban para participar en el proceso. El entonces presidente Salinas reconoció el fenómeno y acabó optando por una garantía externa: el gobierno estadunidense. El TLC se negoció con Estados Unidos no tanto por una devoción o convicción ideológica, sino por una consideración práctica: se trataba de una respuesta viable que permitía otorgarle un sentido de certeza a los potenciales actores clave a quienes se intentaba atraer: tanto inversionistas del exterior como mexicanos preocupados por el futuro del país.
El TLC acabó siendo un tratado mucho más complejo e integral de lo originalmente concebido pero resultó ser el instrumento preciso para el objetivo buscado. Desde que se iniciaron las negociaciones, todo el enfoque del país se orientó hacia el futuro y hacia afuera, rompiendo con la maldición histórica de concentrarnos en el pasado y en el interior del país. El problema del tratado acabó siendo de otra naturaleza: en lugar de ser concebido como el principio de una gran era de reformas y transformaciones, el TLC terminó siendo el final de un proceso de reformas que quedaron (implícitamente) consagradas en el tratado pero que no avanzaron. La crisis de fines de 1994 constituyó el tiro de gracia a la era de reformas, limitando su impacto a lo que ya había sido alcanzado en ese momento.
Veinte años después el país es otro. Vivimos en el contexto de una segunda alternancia política, ahora con un gobierno encabezado nuevamente por el PRI, un partido que ahora goza de impecable legitimidad democrática. Además, el gobierno liderado por el presidente Enrique Peña Nieto ha tenido la extraordinaria capacidad de articular un mecanismo político, el llamado Pacto por México, que ha permitido el avance de una gran agenda de reformas. El tiempo rendirá su veredicto sobre el contenido y resultado de las mismas, pero nadie puede dudar del esfuerzo político que el ejercicio ha involucrado o de la trascendencia de las reformas logradas.
Este ensayo se aboca a evaluar la dimensión política del TLC, entendiendo por ello no sólo su objetivo, sino sobre todo ese sentido de garantía de permanencia que su negociación perseguía. En primera instancia, la pregunta es en qué medida los móviles políticos de entonces siguen siendo válidos hoy y, sobre todo, si aquellos propósitos fueron satisfechos. México es un país muy distinto hoy al que fue entonces y eso se debe en gran medida a lo que el TLC permitió. Aunque es fácil minimizar su relevancia, todos los que observamos la escena internacional sabemos que el TLC obligó a sucesivos gobiernos mexicanos no sólo a mantener el curso de la política económica inherente a las negociaciones del tratado, al menos en sus lineamientos estratégicos centrales, sino también a responder ante los estándares internacionales de transparencia e institucionalidad sin los cuales el TLC simplemente no podría operar.
Aunque reconozco que para muchos podría parecer excesivo afirmar que el TLC fue un factor decisivo en acciones políticas que se emprendieron en los últimos veinte años, a mí no me queda duda de que la visibilidad que el TLC le representa al país fue un factor crucial en la reforma electoral de 1996, la apertura creciente del gobierno y la imposibilidad de negarle legitimidad a instituciones como Transparencia Internacional, Human Rights Watch, Amnistía Internacional y otras organizaciones similares. Es decir, el TLC ha tenido por efecto no sólo la liberalización de los flujos comerciales y de inversión (sus objetivos específicos), sino que ha sometido a nuestro sistema de gobierno a un régimen de disciplina política que no hubiera sido concebible en épocas precedentes.
Como argumenta este ensayo, el TLC no es, ni puede ser, un objetivo en sí mismo. Es, sin embargo, un gran instrumento que, a pesar de sus descomunales logros, jamás podrá resolver todos los problemas del país. Para que eso fuera posible todos los mexicanos tendríamos que entrar en una lógica de transformación que hoy, lamentablemente, sigue brillando por su ausencia.