COLECCIÓN POPULAR
603
EL JAZZ EN MÉXICO
Primera edición, 2001
Segunda edición, 2012
Primera edición electrónica, 2014
Diseño de portada: Laura Esponda Aguilar
Imagen: Los saltimbanquis del jazz, de Jazzamoart
D. R. © 2001, Fondo de Cultura Económica
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ISBN 978-607-16-2268-6 (ePub)
ISBN 978-607-16-1096-6 (impreso)
Hecho en México - Made in Mexico
El que avisa no es traidor
Campechana introducción al fin
I. | Farmacia |
II. | Detrás de la farmacia, la miscelánea |
III. | Como en botica |
IV. | Jazz nuestro de cada día |
V. | Los damnificados del a-go-go |
VI. | Inicia tu novela con el dedo meñique |
VII. | Crítica críptica, cripta, crisis, crepita, repita, repta, rapta: ¿nomás juego de palabras labras abras o nones? |
VIII. | ¿Así o de qué manera? |
IX. | Va mi espada en prenda: 1983 |
X. | De voces y variantes |
XI. | Para saber de la a a la zeta quién es qué y si hay modo también dónde |
Bibliografía
Índice
Con Marcela Campos, con Jonás Derbez,
con Eréndira Derbez, dedico esta nueva edición a mi
madre María Magdalena Velázquez y a mi padre
Marcelo Derbez. Me hubiera gustado ver el libro
en sus manos, su voz en la lectura, su comentario…
Vaya la vida por miércoles mejores.
La visión que los vivos tienen de la vida no puede ser sino provisional.
JOHN UPDIKE
El historiador no es el que sabe. Es el que busca.
LUCIEN FEBVRE
Ignoro todo lo que no sé y no sé todo lo que ignoro. Lo demás no me consta pero os aseguro que me gustaría estar al tanto.
MELMOTH PANDALÁN
Por eso, a la demanda que se me ha hecho de escribir un nuevo prólogo para este libro reeditado, sólo he podido res ponder una cosa: suprimamos el antiguo. Eso sería lo honrado. No tratemos de justificar este viejo libro, ni de reinscribirlo en el presente: la serie de acontecimientos a los cuales concierne y que son su verdadera ley está lejos de haberse cerrado. En cuanto a novedad, no finjamos descubrirla en él, como una reserva secreta, como una riqueza antes inadvertida; sólo está hecho de las cosas que se han dicho acerca de él, y de los acontecimientos a que ha sido arrastrado.
MICHEL FOUCAULT
El jazz es la música más impúdica y, a la vez, más hermética. Cuanto más se la ama, menos se deja poseer.
ARNAUD Y CHESNEL
¿Por qué jazz? Seguramente si hubiera querido hallar maneras de conectar mi práctica crítica con formas responsables de participación social con la comunidad, debería haberme preocupado más directamente por los derechos humanos o con luchas por la justicia social, sólo por mencionar dos de las preocupaciones sociales urgentes que me vienen de inmediato a la mente. No quie ro sugerir que el jazz pueda ser visto sin problema y automáticamente como una suerte de sustituto para estos asuntos monumentalmente importantes a nivel global. Empero, lo que sí quiero argumentar, es el hecho de que el jazz ha servido y seguirá sirviendo para fines culturales y políticos (no segregación, descolonización, derechos civiles y luchas por la igualdad, para el acceso a la autorrepresentación, para el control sobre los modos de producción y así sucesivamente) y que el estudio de su historia, de la teoría y la práctica puede revigorizar nuestra comprensión de la función social del arte, del papel de la cultura en el proceso de desestabilización de modelos histórica e institucio nalmente determinados de producción de conocimiento.
AJAY HEBLE
La cosa, como se dice entre nosotros, es desplegarse en este texto con sentires y reflexiones en torno al mundo del jazz y su vivencia, como asunto de la ciudad, de ciertos ambientes de la ciudad, a la manera en que ellos y esta música se hacen en uno, en nosotros […] Pero esta vivencia está limitada por las pala-bras, y éstas son escritas.
RAFAEL LÓPEZ-SANZ
Toquemos jazz a ver si despiertan los cuates que están dormidos.
(Cantado por Luis Aguilar al piano en película mexicana de 1957.)
Esto es una tercera aproximación por escrito a la historia del jazz en México. La primera, de 1994, apareció en San Luis Potosí y su edición de 1 000 ejemplares1 se agotó. Ya por esos días en Radio Educación —la emisora en la que comencé a colaborar desde 1978— asomaba la cabe cita el programa que en 2010 —mudado de su horario original pero no mudo— continúa con el mismo nombre, en el 1060 del cuadrante de amplitud modula-da, con quince minutos más de duración hasta juntar los treinta, y la querida y requerida voz de Emilio Ebergengy (muer to en noviembre de 2005) inserta en la rúbrica sobre el piano de Ana Ruiz y la trompeta de Chilo Morán tocando juntos, aunque tan particular reunión de tales representantes de épocas y estilos del jazz mexicano nunca hubiera sucedido.
Se leía en la cuarta de forros de aquel volumen con portada del artista guanajuatense Jazzamoart:
El tamaño de este asunto, producto de los datos aquí vertidos, permitirá al lector defenderse de todo aquel que sin el menor empacho salga con la batea de babas de que el jazz en México no existe o ha existido. Aquí está parte de ese jazz. Está en la labor de los jazzistas que han trabajado como catalizadores de la música comercial y no comercial en el siglo veinte mexicano y está en eso que se ha hecho y se sigue haciendo anunciado como jazz, escuchado como jazz, seguido como jazz, disfrutado como jazz. Toca al lector-escucha (escucha-lector) decidir qué y qué no según su santa e informada voluntad. Contra los afanes dictatoriales confío y espero que todo esto se desate, se dispare y siga. Continuemos pues…
En los dos millares de volúmenes de la también agotada edición que siete años más tarde, con el nombre de El jazz en México. Datos para una historia y otra portada del pintor de Irapuato, sacó el Fondo de Cultura Econó-mica se leía, palabras más palabras menos:
Preguntas del dos mil: ¿Se desató?… ¿Se disparó? Cosa de echar un ojo y de prestar oreja: Esto que sigue es una aproximación a la historia del jazz en México. De mi postura ante la historia hablan sin tanta verborrea los epígrafes empleados; de mi acercamiento al jazz en México espero que hable este libro como lo han hecho los artículos periodísticos, las charlas públicas, los programas radiofónicos y televisivos y un etcétera sintetizado en mi tarjeta de visita:
Alain Derbez,
lector, escritor
escucha
saxoservidor
Siendo algo tan amplio, tan rico y (aún) tan poco investigado, lo menos complejo sería recurrir a las fechas como cota confortable. Aquí no hay tal. Sé que a la historia real las fechas le tienen sin cuidado, así que convengamos: poner una cerca no limita el campo sino a quien quiere engañar la vista.
¿Cuándo comenzó la historia del jazz en México?… En verdad: ¿importa?… Lo real es que empezó, continuó y continúa, y de ello aquí daremos seguimiento. Entran (además de abundante material inédito y siempre con la idea de pertenecer a este contexto y no como caprichosa suma de escritos) textos que, a lo largo de varios lustros, he publicado en lados (e incluso idiomas) distintos. Yo es tudié historia y amo el jazz. Lo toco, lo oigo, lo ubico, lo investigo, lo difundo, lo disfruto. Probablemente eso explique al lector —como he pretendido que lo haga conmigo a lo largo de las décadas que llevo lidiando con la confección y reconfección de esta obra— el porqué de este buceo, de esta constante inmersión.
No hay en este libro —en eso confío— ningún afán de avasallar con verdades inamovibles y arrebatadoras. Hay, sí, con muchas preguntas, todas las ganas de invitar, seducir, hallar amigos, más cofrades, más cómplices con quienes algún día seguir haciendo y seguir leyendo y oyendo y disfrutando. Ir más allá de los datos y de las dudas para acceder a una mejor aproximación a una his toria que se ha escrito, que se escribe y que está siempre por escribirse.2 Entre los cofrades hoy y siempre quiero mencionar a Antonio Malacara, honesto, puntual, solidario animador y difusor del jazz en México. Salud por él, por más gente como él. Un nombre más que añado con cariño es el de Ramón Ferrer, jazzómano de mediterráneos pagos que ha hecho que el jazz tenga, con catalán acento, un hogar en el que sea recibido con los brazos abiertos. Con el generoso Ramón, con Ana María su compañera, quien con Sun Ra en Sabadell se inició en el amoroso viaje. También menciono a algunos que en sus lugares propician espacios y consignan por escrito el ayer, el hoy y el mañana probable y posible del jazz: Ajay Heble en Canadá, Sherrie Tucker, George Lewis y Howard Mandel en Estados Unidos, Raúl Mao en Madrid, Álvaro Menanteau en Chi le, Luis Moreno en el fronterizo ciberespacio, Leonardo Acosta en Cuba, Jordi Pujol Baulenas en Barcelona y Gwen Ansell en Sudáfrica.
Escrito esto y apuntando que en mi época de universitario muy difícilmente (ante las preguntas ¿qué bibliografía existe?, ¿cómo sería el aparato analítico?, ¿quién la dirigiría?, ¿quiénes tus sinodales?) se me hubiera permitido como tesis de licenciatura Historia del jazz en México, algo que en el tercer milenio luce, si no fácil, sí aparentemente menos espinoso, y de ello ha habido intentos en varias facultades de la UNAM y en la Escuela Superior de Música. Recojo el hilo de 2001 de nuevo para mi rueca de 2010:
El 4 de diciembre de 1993, adelantado siempre, falleció Frank Zappa: él fue quien aseveró que el jazz no está muerto sino que huele un poco chistoso.3 En 1997, añadiendo el gentilicio de mi país, usé la frase como nombre de una charla en la Universidad de Nueva York a los alumnos del crítico Howard Mandel y luego, en la conferencia del Segundo Taller de Jazz en el Conservatorio de las Rosas michoacano, en la que daba cuenta de lo acaecido desde el 93 en el jazz mexicano. Meses más tarde en el 99, una plática con tal título, aunque modificado el contenido, se oyó al iniciar las actividades de una asociación de jazz en Oaxaca. Nueva información iba sumándose a otra y otra más para permitirme, partiendo de un tema central, la escritura de una serie de ponencias —verbales instantáneas de un cuerpo en movimiento— pronunciadas en diferentes coloquios, en ferias de libro y en festivales de jazz, tanto nacionales como extranjeros. Sobre el asunto algo se ha oído tanto en Casas de la Cultura como en antiguas estaciones de desaparecidos trenes vueltas centro cultural (y amenazadas hoy, demolición mediante, con tornarse un super-mercado más de estadunidense cadena), en salas de cine, auditorios y museos en la provincia mexicana, en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, el también defeño Museo de Culturas Populares, un par de embajadas, el canadiense Centro Stewart Mc Donald de Guelph en Ontario, el guatemalteco Teatro Municipal de Quetzaltenango y la neoyorkina Universidad de Columbia.4 Si la vista, los dedos y Pitágoras no engañan, es claro que las tribunas y el interés por el tema “jazz en México” van creciendo y con ello sus potenciales públicos locales y foráneos.
Uno se preguntará, si se habla de tres millares de ejemplares agotados: ¿cuántos de estos volúmenes fueron adquiridos, fueron leídos y son consultados efectivamente por músicos mexicanos de jazz, muchos de los cuales ahí adentro se mencionan?
En 2001 se leyó:
¿Es ésta una nueva edición corre gida y aumentada de Datos para una historia aún no escrita?…
Respóndase como ocasionalmente lo hacía en televisión aquel poeta antes de aclararse la dialéctica garganta: Sí y no. Lo que sí que no es, es una simple reimpresión. Digamos que se trata de una nueva relectura anotada y comentada por el autor. Eso sería lo más apropiado. Agrego datos, complemento, amplío. Añado a la anterior una nueva discografía que, contra el viento y la marea burocráticos que cierran espacios dedicados exclusivamente a tocar jazz en vivo, se ha ensanchado gracias a la labor de, sobre todo, los jóvenes músicos y los jóvenes especialistas en sonido; incorporo al final de cada capítulo una lista de personas mencionadas ahí que han colaborado, cada quien a su manera, para que el jazz sea una realidad en la cultura mexicana del siglo XX y lo siga siendo en el XXI; corrijo detectados errores y omisiones, y sí, vuelvo a dejar preguntas varias al aire para ser respondidas por todos los involucrados y los que sumar se quie ran. Al final, en lo que algún día cada vez menos lejano se tornará una necesaria enciclopedia del jazz en México, añado una serie de datos útiles para el lector y para los jazzistas: ¿dónde y cómo ubicarlos?, ¿qué direcciones, qué números telefónicos, qué correos electrónicos, qué páginas cibernéticas, en qué estanquillo, en qué botica dejar el recado? (y aquí desde 2010 apunto que, en términos prácticos, como sincopada sección amarilla, el libro efectivamente ha funcionado alguna vez).
Aunque la lucha se hizo —la indagación personal continuó— y continuó casi hasta el momento en que el libro se entregó al editor —la convocatoria a los jazzeros se abrió tanto telefónicamente, como en el periódico, en la radio, en internet, en avisos colgados en talleres donde arreglan instrumentos, en escuelas y, claro, de boca en boca—, estoy seguro que en este directorio no están todos. Ya será para la otra… o la otra… o la otra…
Vuelvo a abrir la interrogante en 2010 y amplío la respuesta: ¿Es ésta una nueva edición corregida y aumentada? Sí, lo es. Las dos anteriores, con sus variantes, recogían muchos datos contra la desmemoria y el desdén, planteaban un aluvión de preguntas y buscaban detectar constantes en el desarrollo del jazz en nuestro país; constantes que al ser señaladas deberían funcionar para permitir que los protagonistas del asunto rompieran las inercias y no repitieran aquello que haría pensar que el jazzista mexicano es el único animal que cae esperanzadamente dos, tres veces en la misma trampa… Podría apostar mi resto a que los dos libros precedentes no habrían sido aceptados por la academia como aquella tesis posible e imposible. Tal vez se ceñían demasiado al espíritu del que escribió Evodio Escalante al respecto de un volumen anterior pergeñado en ésta su casa y llamado Hasta donde nos dé el tiempo.5
Tal vez… O no… Quizás no hay en los dos antecedentes impresos un trabajo académico con su aparato crítico y su bibliografía muy bien formada y la inserción del texto en el contexto de otros movimientos de jazz en países latinoamericanos hermanos o —más allá— en los movimientos jazzísticos estadunidenses y europeos; un escrito que, analítico, bien pueda ubicarse en algún debate ideológico o sociohistórico, y eso tal vez sucede simplemente porque, como bien claro lo avisaba desde la portada, no lo pretendía: “DATOS para una historia (aún no escrita)”. La labor —se advirtió, y el que avisa, insisto, no es traidor— consistía en recoger los dispersos haberes para —ubicándolos en su contexto social, histó-rico, cultural— hacer evidente su existencia a veces hasta a los mismos hacedores de haberes; acomodar los haberes, ordenarlos y luego también sugerir algunas de las muchas formas de entrarle a hacer las particulares historias de los haberes y los porqué de los deberes.
La pregunta es: ¿Lo pretende ahora al sumar más y más interrogantes?
¡Pero qué molesto hábito de inquirir y no atrever una respuesta de inmediato! ¡Qué empeño por escabullirse en la retórica! ¡Qué atropello (cantara el tango de Discépolo) a la razón!…
¿Lo pretende ahora?
Se leía en aquellos entonces: “¿Tú crees que a los ja zzistas mexicanos —le pregunté a un jazzista mexicano— les pueda interesar una enciclopedia del jazz mexicano? ¿Un libro sobre ellos? ¿Lo leerían?… La respuesta está aquí, páginas adentro.
¿A qué huele el jazz en México?
Me gustaría contestar que, sobre todo lo demás, a pan y a madrugada.
1 Editorial Ponciano Arriaga del gobierno del estado de San Luis Potosí.
2 A muchos de esos cofrades, amigos, cómplices, agradecía entonces su presencia para que el libro fuera una realidad. El desfile de músicos, escritores, artistas plásticos, difusores, coleccionistas, investigadores, está en esos volúmenes de ayer, y hoy vuelvo a hacerles patente mi incuestionable gratitud por las charlas, la información, las ayudas, el material recibido para consignar y, sobre todo, reconozco de muchos de ellos —larga es la lista— la permanencia. Quede claro —escribí y repito— que las fallas son mías; suyo, de todos, el esfuerzo. Gaspar Aguilera, Francisco Aragón, Felipe Calleja, Dave Clark, Rob Clutton, Alejandro Colinas, Rogelio Cuéllar, Gustavo Chávez, Daniel Derbez, Joaquín Díez-Canedo, Evodio Escalante, Itziar Esparza, Ada Ferrer, Mariano González Pacheco, Lourdes Grobet, Omar Guzmán, María Helguera, Guillermo Lagarda, Modesto López, Juan López Moctezuma, Stephane Foin, Emilio García Riera, Julián Guajardo, Ángel Miquel, Carlos Monsiváis, Francisco Montellano, Carlos Ortega, Carlos Plascencia, Olivia Revueltas, Horacio Rodríguez, Ana Ruiz, Nora Smith, Raquel Tibol, Javier Vázquez Estupiñán, Antonio Vela, Enrique Velasco, Juan M. Velasco, Lourdes Velázquez, Óscar Vera, Manuel Viterbo y Henry West.
3 Oír “Be-Bop Tango” en el disco de Zappa/Mothers, Roxy & Elsewhere, Parking Pumpkin Records, 1974.
4 La única voz hispanoamericana ponente en esa Conferencia Internacional de Periodistas de Jazz (Jazz in the Global Imagination) habló con acento mexicano.
5 “Este historiador no acepta las jerarquías establecidas y deja correr la máquina por su cuenta. Un historiador que destripa de la academia y de sus métodos castrantes porque lo que le interesa es historiar la historia desde sus tripas personales, quiero decir, desde acá, desde la otra orilla, desde la severa carnalidad de los no existentes, de los oprimidos y de los olvidados. Que otros hagan la historia de los faraones y de los modos de producción. Admirador del movimiento situacionista francés, lector de Guattari y de los escritos de Cooper y Laing, magonista nostálgico y tal vez empedernido. Alain Derbez no puede no escarbar en las tradiciones populares que desdeñan los pedantes pero que mantienen vivas las raíces de una rebelión que acaso algún día cambie el destino de nuestra tierra”, en Figuras del jazz contemporáneo, México, Universidad Pedagógica Nacional, 1990, p. 25 (Cuadernos del Acordeón 1).