CIENCIA, TECNOLOGÍA, SOCIEDAD
CIENCIA PÚBLICA-CIENCIA PRIVADA
Comité de Selección
Dr. Antonio Alonso C.
Dr. Héctor Nava Jaimes
Dr. León Olivé
Dra. Ana Rosa Pérez Ransanz
Dr. Ruy Pérez Tamayo
Dra. Rosaura Ruiz
Dr. Elías Trabulse
Coordinadora
María del Carmen Farías R.
MÉXICO
Primera edición, 2005
Primera edición electrónica, 2014
Diseño de portada: Laura Esponda Aguilar
D. R. © 2005, Fondo de Cultura Económica
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ISBN 978-607-16-2498-7 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
A BEATRIZ,
para que su pasión
por la ciencia no haga sino crecer
Introducción
Primera Parte
PARA UNA ECONOMÍA POLÍTICA DE LA CIENCIA
I. Los retos de la ciencia ante la globalización
Guía mínima de la globalización
La ciencia en una era de presupuestos públicos limitados
La ciencia en la sociedad de la información
Retos científicos en un mundo globalizado
II. Ciencia pública-ciencia privada. Sobre el estatus económico del conocimiento científico
Introducción
Los bienes públicos
El carácter convencional de la naturaleza pública de la ciencia
Regímenes alternativos
La idea de un mercado de conocimientos científicos
Sobre la privatización de la universidad
III. El positivismo es un humanismo
El positivismo en el punto de mira
“Esta teoría puede ser peligrosa para su salud”
Positivismo reflexivo
IV. La democratización de la ciencia y la urbanización de los espacios vectoriales
V. Latour y Woolgar: sobre el mercado de hechos científicos
VI. Hacia una epistemología contractualista
Una laguna en el falsacionismo
Las preferencias de los investigadores
La negociación del método científico
La constitución científica
VII. United Kingdom, four points; Royaume Uni, quatre points. La inferencia científica y el festival de Eurovisión
Segunda Parte
¡SEAMOS REALISTAS!
VIII. Refutator: una aventura filosófica de Schwarzenegger
IX. Moulines y el realismo
Realismo ingenuo, para empezar
Bautizos y océanos
¿Un estructuralismo realista?
X. La cuestión del realismo en la ciencia económica
Realismo y antirrealismo en la teoría económica
El realismo de Tony Lawson
El realismo de Uskali Mäki
El falsacionismo y la ciencia económica
XI. El sueño de la objetividad en las ciencias sociales
Las fuentes de la objetividad
Dos obstáculos para el conocimiento objetivo
Las peculiares dificultades de las ciencias sociales
XII. Una mirada filosófica sobre la divulgación científica
Divulgación, periodismo científico y pragmática del discurso
Patrones de justificación en el discurso científico y en el divulgativo
Más sobre la misión de la divulgación científica
Las barbas del vecino
Nota bibliográfica
El interés de cualquier científico porque sus ideas sean aceptadas no es diferente del interés de cualquier tendero por tener beneficios, o el interés de cualquier político por llegar al poder. La tenacidad al presentar y defender las propias ideas en público es uno de los logros de la “buena ciencia”. Es lo que hace que la ciencia tenga tanta energía.
JOHN ZIMAN
Y es que la ciencia no funciona; sólo tus besos, vida mía.
JUAN LUIS GUERRA
LOS DOCE CAPÍTULOS que conforman el presente libro abarcan un conjunto muy amplio de temas dentro del campo de la filosofía de la ciencia y de los estudios sobre “Ciencia, Tecnología y Sociedad” (CTS). Confío en que esa misma amplitud podrá servir a muchos lectores para hacerse una idea relativamente certera sobre las principales preguntas (o, al menos, algunas de las más importantes) que los especialistas en dichas áreas solemos plantearnos. No obstante, al presentar todos estos ensayos en una sola obra, mi intención va más allá de la de ofrecer una especie de “visión panorámica” de los estudios sobre la ciencia, la cual, por otro lado, puede encontrarse mucho mejor elaborada en los trabajos de otros autores (por ejemplo: Javier Echeverría, Introducción a la metodología de la ciencia, Madrid, Cátedra, 1999, y León Olivé, El bien, el mal y la razón. Facetas de la ciencia y la tecnología, México, Paidós, 2000). Lo que pretendo es más bien sugerir a los lectores una determinada concepción sobre un problema, el de la racionalidad de la ciencia que, desde mi punto de vista, ha servido como hilo conductor no sólo a los trabajos recogidos aquí, sino también a una buena parte de las reflexiones que filósofos, sociólogos, historiadores o economistas, entre otros, han llevado a cabo al enfrentarse a ese fenómeno social y cultural tan extraordinario que es la ciencia contemporánea.
En cierta medida, la cuestión ha sido tan discutida, manoseada y analizada desde tantos y tan diversos puntos de vista, que parecerá ocioso aburrir al lector con nuevas (o acaso no tan nuevas) excogitaciones sobre el tema. Pero ante la constatación de que el problema es viejo, sólo me cabe justificar la audacia de presentar un nuevo libro a los lectores con el inmodesto argumento de que la perspectiva desarrollada en los capítulos que siguen es bastante original, y de que las sugerencias contenidas en él pueden, o al menos eso espero, aportar precisamente un poco de racionalidad al debate sobre la racionalidad de la ciencia. Esa perspectiva se basa en una hipótesis que, en buena parte, se debe a mi doble formación como filósofo y como economista: la de que, para entender el funcionamiento de la ciencia como la principal institución que en nuestra sociedad se encarga de la producción de conocimientos generales, y con ello, para ser capaces de juzgar críticamente sus proyectos, logros y fracasos, resulta particularmente útil adoptar la perspectiva del individualismo, esto es, la que considera, por una parte, que el primer motor de cualquier realidad social, el principal (aunque no único) factor explicativo que debemos tener en cuenta a la hora de analizarla, son las decisiones que toman los individuos y, por otra, que el principal criterio normativo a la hora de valorar los resultados de un hecho social o de una institución son también las preferencias y valores de los individuos afectados. A lo primero se le suele denominar “individualismo metodológico”, y a lo segundo, “individualismo normativo”.
No es éste el lugar apropiado para entrar en una defensa de ambas posturas filosóficas, si bien aquí y allá, por los capítulos siguientes, van ofreciéndose razones, especialmente en el capítulo XI para las ciencias sociales en general, y en los capítulos IV y VI para el análisis social y epistémico de la investigación científica y tecnológica. Baste decir ahora que la adopción de esta perspectiva permite hacer compatibles, como creo que quedará de manifiesto en esta obra, dos concepciones sobre la ciencia que en general han sido entendidas como radicalmente contradictorias entre sí: la de quienes se preocupan por la racionalidad de la ciencia como una actividad eminentemente cognoscitiva, es decir, del estudio de su eficacia en la consecución de “fines epistémicos” (como la verdad, la explicación, la predicción, etcétera), por un lado, y por otro, la concepción de quienes ven en la ciencia una institución social como cualquier otra, gobernada por intereses, valores y prejuicios “extracientíficos”, o más bien por la lucha entre los intereses e ideologías de quienes compiten dentro de la ciencia o a su alrededor. Tan complementarias resultan ambas concepciones una vez que adoptamos la perspectiva del individualismo que los problemas epistemológicos (o “internos”, según una terminología algo pasada de moda) y los problemas “externos” (políticos, sociales, económicos) nos parecen sencillamente partes constitutivas de un único fenómeno, a saber: el de las continuas decisiones y negociaciones que los científicos deben llevar a cabo unos con otros, y con otros agentes. Esta tesis de que la diferencia entre lo “interno” y lo “externo” es más bien el resultado de una ficción producida por la perspectiva parcial de ciertos analistas es típica de algunas modernas escuelas de la sociología de la ciencia, en particular de autores como Bruno Latour (véase especialmente su libro La esperanza de Pandora, Barcelona, Paidós, 2002), si bien la perspectiva que presento a continuación, más “económica” que “sociológica” (en el sentido de que se basa sobre todo en la teoría de la decisión racional y de los juegos de estrategia), nos permite llegar a conclusiones muy alejadas del relativismo, el antirrealismo y el populismo característicos de la obra de ese gran autor.
La estructura de Ciencia pública-ciencia privada es como sigue. En la Primera Parte, “Para una economía política de la ciencia”, presento siete trabajos en los que se abordan desde una perspectiva económica (en el sentido indicado más arriba) varios temas clásicos de los estudios sobre CTS y sobre filosofía de la ciencia. La principal sugerencia que se le hace al lector en esos capítulos es la de imaginar que se encuentra con otros ciudadanos ante la tesitura de decidir cómo querrían que estuviera organizada la ciencia, tanto en sus aspectos “internos” como en los “externos”, teniendo en cuenta, naturalmente, los intereses económicos, profesionales, morales o políticos que en dicho juego podría tener cada uno de los participantes. Esta perspectiva resulta útil tanto cuando buscamos una explicación de por qué la ciencia y la tecnología son como son (a saber, por el “contrato social” que tácitamente han suscrito de hecho, según los poderes de cada uno, los diversos jugadores involucrados), cuanto al buscar un punto de apoyo para basar nuestras propias evaluaciones de los diversos aspectos y resultados de la ciencia (a saber, el “contrato social” que nos gustaría que se hubiera firmado).
En la Segunda Parte (“¡Seamos realistas!”) presento algunas pinceladas de la visión que, desde mi punto de vista, se derivaría acerca de las cuestiones más “filosóficas” sobre las ciencias naturales y sociales a partir de la perspectiva “contractualista” adoptada en la Primera Parte. Se trata de una visión que podemos denominar realismo realista, queriendo indicar con este fácil juego de palabras que, por una parte, la concepción más tradicional de la ciencia como empeñada en descubrir las verdaderas estructuras de la realidad es válida en lo fundamental (y es, en definitiva, la principal razón por la que un ciudadano racional estaría dispuesto a conceder autoridad cognitiva a las afirmaciones de los científicos), aunque, por otra parte, hemos de aceptar algunos de los límites que los epistemólogos y otros especialistas han formulado en las últimas décadas respecto a nuestras posibilidades de satisfacer tal empeño, limitaciones determinadas sobre todo por la naturaleza de las habilidades psicológicas y de las interacciones sociales involucradas en la producción del saber científico. Pero, en fin, en ninguna de estas cuestiones pretendo decir, ni mucho menos, la última palabra. Reconozco además que muchas de mis afirmaciones en este libro serán polémicas; en realidad, aspiro a que lo sean. Por supuesto, me encantaría poder convencer a muchos lectores de que mi punto de vista sobre todas estas cuestiones es el correcto, y me gustaría también recibir argumentos que me hicieran ver mis errores, pero me daría por muy satisfecho si sólo consiguiera fomentar un debate serio y desprejuiciado sobre la aplicabilidad del enfoque económico a los estudios sobre la ciencia.
La mayoría de los trabajos recogidos en este libro proceden de ponencias presentadas en congresos y seminarios, o de artículos aparecidos en diversos volúmenes o revistas especializadas, aunque todos ellos han sido sometidos a una profunda revisión para ajustarlos a las necesidades de homogeneización temática y estilística exigidas por su inclusión en una obra unitaria. Casi todos han sido elaborados mientras participaba en los proyectos de investigación “Ciencia y Valores”, “Axiología y Dinámica de la Tecnociencia” y “La Cultura de la Tecnociencia”, dirigidos por Javier Echeverría en el proyecto “Raíces Cognitivas en la Evaluación de las Nuevas Tecnologías de la Información” dirigido por Paco Álvarez y Eduardo Bustos, así como en el proyecto hispano-mexicano “Capacidades potenciales, racionalidad acotada y evaluación tecnocientífica”, dirigido también por Paco Álvarez y León Olivé, y financiados todos ellos por el gobierno español. También quiero agradecer el generoso apoyo, tanto económico como institucional, de la Fundación Urrutia Elejalde y de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT), en el caso de esta última dentro de su programa de “Percepción social de la ciencia y la tecnología” y, por supuesto, el ambiente de trabajo tan favorable que me proporciona la Universidad Nacional de Educación a Distancia. A la editorial Fondo de Cultura Económica quiero agradecerle especialmente el que haya incluido mi trabajo en su prestigiosa colección Ciencia, Tecnología, Sociedad.
Muchas otras han sido las personas de las que he recibido apoyo en el tiempo a lo largo del cual he ido elaborando todos estos trabajos, y sería injusto si pretendiera citar a algunas, pues la lista sería tan larga que con seguridad olvidaría también a otras que lo merecerían igual. Sólo mencionaré expresamente mi gratitud al constante cariño de mis padres, mi esposa y mi hija, y a su comprensión por verme absorto tantas veces en este tipo de cuestiones. Creo que todas las demás me perdonarán si me permito no hacer más larga esta vez la lista.
PARA UNA ECONOMÍA POLÍTICA DE LA CIENCIA