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“Desde muy joven Evodio Escalante se colocó como un crítico literario bastante ácido, lo que lo ha llevado a ser un polemista de fuego.”

El Siglo de Torreón

“Siempre que lo leo encuentro en sus escritos una singular manera de interpretar al adentrarse en las corrientes literarias, en los autores, en los libros y en los hechos de la vida literaria mexicana, que no deja de asombrarme y deslumbrarme, como algunos que ha escrito sobre José Revueltas, Octavio Paz, los estridentistas, el grupo de los Contemporáneos y, por supuesto, Ramón López Velarde. Lejos de haberse anquilosado, sus ensayos son cada día más hondos y su prosa más ágil.”

“Evodio Escalante decidió andar el camino accidentado, diría espinoso, es decir, que el crítico fuera el tercero en discordia, el ‘aguafiestas’, el que debía decir su verdad en sus juicios y opiniones más allá de querer hacer una carrera literaria o de perder amigos, y lo ha cumplido.”

MARCO ANTONIO CAMPOS

SECCIÓN DE OBRAS DE LENGUA Y ESTUDIOS LITERARIOS


JOSÉ REVUELTAS: UNA LITERATURA
DEL “LADO MORIDOR”

EVODIO ESCALANTE

José Revueltas:
una literatura
del “lado moridor”

Fondo de Cultura Económica

Primera edición, 2014
Primera edición electrónica, 2015

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[...] leer un texto nunca es un ejercicio erudito en busca de los significados, y todavía menos un ejercicio altamente textual en busca de un significante; es un uso productivo de la máquina literaria, un montaje de máquinas deseantes, ejercicio esquizoide que desgaja de un texto su potencia revolucionaria.

GILLES DELEUZE Y FÉLIX GUATTARI

Introducción

Colocada a mitad del camino entre los textos literarios y el lector, la crítica —cualquiera que sea su gama de valores— no funciona nada más como un puente y una vía de acceso; es también, y muy a menudo, un cerco y una técnica de exclusión: una operación ideológica que acota el campo de lo leíble y determina los usos (y los sentidos posibles) de una obra. La de Revueltas, más que ninguna en nuestro medio, ha tenido el privilegio de conocer casi exclusivamente los aspectos policiacos de esta función. El encono dogmático, el silencio amañado, las etiquetas fáciles —y mistificantes— han sido los medios habituales para mantener un prolongado cerco en torno a su obra literaria: a pesar de la notoriedad alcanzada por el autor a raíz de su participación en el movimiento popular-estudiantil de 1968, que lo condujo de nuevo a la prisión de Lecumberri, no puede decirse que este cerco se haya levantado. Bajo el manto —todavía más peligroso, por invisible— de un supuesto “reconocimiento”, la crítica no ha hecho sino alimentar los prejuicios corrientes que neutralizan (y vuelven cómoda) la fuerza de sus textos.

Intentar una inmersión en el mundo revueltiano era aceptar, de alguna manera, la necesidad de combatir este tipo de “recuperaciones”. La producción literaria de Revueltas exige un acercamiento necesariamente heterodoxo, capaz de inventar su propia vía de acceso, así como de arrojar por la borda un inútil lastre de prejuicios y hábitos escolares. De aquí, por un lado, el contenido a menudo polémico de este trabajo, así como su escaso aprecio por los procedimientos de la crítica tradicional, casi siempre banal y banalizante. De aquí, también, el riesgo asumido: retomar las fuentes marxistas del autor en la medida en que los propios textos parecían exigirlo, lo que no excluye un intento por producir, sobre la especificidad de esta literatura, conceptos específicos capaces de mostrar su sentido pero también su uso, sus contenidos ideológicos pero también —y sobre todo— las fuerzas que los recorren.

“La obra de arte moderna no tiene problema de sentido, sólo tiene un problema de uso”, sostiene Gilles Deleuze en un estimulante ensayo sobre la obra de Proust (Proust y los signos, Anagrama, Barcelona, 1975). Aunque nunca a la letra, muchos de los acercamientos de Deleuze, en el libro citado, y de Deleuze y Guattari, en los que se mencionan en la bibliografía, inspiraron buena parte de lo que aquí se dice. Sin el estímulo fundamental de estos pensadores franceses, la forma y la sustancia de nuestro trabajo hubieran sido distintas. Al asumir el riesgo, y la aventura, de intentar un camino propio para leer los textos de la máquina revueltiana, reconocer las deudas no implica la obligación de respetarlas: el mérito de este ensayo —si lo tiene— es una producción, un trabajo intensivo sobre los signos literarios para mostrar lo que tienen de específico, así como para detectar —pero no limitar, o someter al orden— las fuerzas que se les desgajan.