SEP 80/27
EVOLUCIÓN DE UNA SOCIEDAD RURAL
MÉXICO, 2015
Primera edición, 1982
Primera edición electrónica, 2015
Planeación y producción: Dirección General de Publicaciones
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Publicado por el Fondo de Cultura Económica
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ISBN 978-607-16-2824-4 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
A MANERA de prólogo, y antes de introducir al lector en la materia de esta monografía, la pregunta de por qué emprender la tarea de escribir este trabajo debe ser enfrentada. Como lo indica el título, y lo corrobora el índice, éste es un estudio sobre el poder y la política en un pueblo de México; concretamente, el de Tepoztlán. Pues bien, ¿por qué estudiar el poder social en Tepoztlán?
Sabemos que existen razones de peso para no emprender esta tarea. Tepoztlán ha sido una de las comunidades más estudiadas en la historia de las ciencias sociales. En 1926, el pueblo fue seleccionado por el antropólogo Robert Redfield para dilucidar el problema de la “aculturación”; en este caso, los cambios culturales que comenzaban a convertir a un pueblo “tradicional” en uno de cultura predominantemente urbana.1 Posteriormente, en 1951 Oscar Lewis reestudió el poblado. El resultado fue una obra etnográfica de gran riqueza que intenta cubrir todos los aspectos de la vida en el pueblo, y que es, sin duda, la monografía más completa que se ha hecho sobre Tepoztlán hasta la fecha.
Desde entonces, se han venido haciendo estudios de menor magnitud aunque no de menor interés, entre los que se encuentran el de Ávila (1969) sobre desarrollo agrícola, el de Bock (1980) sobre el surgimiento de un nuevo barrio, y varios trabajos de licenciatura en distintos campos. ¿Es posible que un pueblo de apenas 8 000 habitantes amerite la atención de un antropólogo más?
Yo llegué a Tepoztlán no con el ánimo de contribuir con otro estudio a esta literatura, sino como integrante de un proyecto de la Universidad Autónoma Metropolitana, que tenía por objeto hacer un estudio comparativo de los sistemas de poder en nueve comunidades del estado de Morelos. Las metas inmediatas del trabajo de campo fueron: 1) describir la entrada de recursos energéticos a la comunidad; 2) ubicar quién y a través de qué mecanismos controlaba estos recursos, y 3) mostrar —a través de la postulación de una jerarquía de “niveles de integración”2— cómo Tepoztlán ha ido perdiendo el control sobre los recursos indispensables para su subsistencia.
Conforme iba reuniendo datos sobre el poder y la política local, la pobreza de enfoques antropológicos sobre estos temas críticos se fue haciendo evidente. La antropología norteamericana de la época de Redfield o de Lewis no incorporaba adecuadamente el problema de la dominación y del poder en sus esquemas sobre la cultura. Esto me dio nuevos ánimos y nuevas justificaciones para continuar el trabajo de campo que duró un total de siete meses y que fue realizado en dos periodos separados: de mayo a septiembre de 1977, y de enero a mayo de 1978.
Dos años han pasado desde entonces, y he utilizado ese tiempo para proseguir mis estudios —sobre todo desde el escritorio— ampliando mis intereses y, también, haciendo nuevas incursiones en problemas relacionados con los asuntos de Tepoztlán. Ahora, ante la tarea de recomponer y reintegrar este material, mi preocupación central es contribuir a aclarar algunas de las viscosidades de nuestro mundo político. Al mismo tiempo, ya que la comunidad estudiada ha sido una fuente importante de debates antropológicos, el análisis del poder en Tepoztlán se convierte en un ejercicio significativo para la historia de la antropología. Ambas preocupaciones —el análisis de la política y la crítica a la antropología—me han llevado a encarar problemas complejos como el de las ideologías políticas, religiosas y de etnicidad en el contexto del desarrollo y la complejización de la estructura del poder en el poblado. Es en estos niveles donde se conjugan los problemas políticos más profundos y los asuntos antropológicos más polémicos.
En el transcurso del proyecto he recibido comentarios y ayuda de personas con quienes estoy particularmente endeudado: Roberto Varela, quien dirigió el trabajo de campo, base de este estudio, y cuyas ideas y dirección han influido importantemente en mi desarrollo como antropólogo; Rick Maddox, compañero y amigo, de cuyas observaciones han salido algunas de las ideas centrales que presento en esta monografía; y George Collier, quien me ha ayudado sustancialmente a revisar aspectos metodológicos y a enseñarme técnicas de análisis estadístico, además de la crítica constructiva con que contribuyó a la realización de este trabajo. Renato Rosaldo me ayudó en la desagradable tarea de organizar los capítulos del libro. Andrés Fábregas, José Lameiras, Michelle Rosaldo y Junji Koizumi han criticado distintas posiciones e ideas de este manuscrito. Larissa y Cinna Lomnitz, Elena Climent, Conald Donham y Arthur Wolf me animaron a completar este proyecto. Por último, estoy endeudado con aquellos ciudadanos tepoztecos que me brindaron su tiempo y confianza; espero que este estudio aporte algo al entendimiento de las realidades políticas locales y nacionales. Las deficiencias de este trabajo no deben atribuirse a falta de guías, sino a mis propias limitaciones.
1 Posteriormente Redfield denominaría a este proceso el cambio de una cultura “folk” a una “urbana”. Tepoztlán estaba en una situación especialmente adecuada para un estudio sobre la influencia de la ciudad en el campo por ser a la vez un pueblo campesino “tradicional” y estar muy próximo al Distrito Federal.
2 En ese entonces postulé los niveles de comunidad, región, estado de Morelos, y nación como los niveles más relevantes de la jerarquía; como se verá más adelante, he modificado esta perspectiva considerablemente.
COMO A 70 kilómetros al sur del Distrito Federal, a unos 15 minutos en coche de la supercarretera México-Cuernavaca, está ubicado el pueblo de Tepoztlán. El descenso desde la tierra fría en Tres Marías es rápido, y los cambios ecológicos —que reflejan la existencia de un sistema de microclimas, consecuencia de las distintas altitudes sobre el nivel del mar— son notables. A unos kilómetros de Tepoztlán los bosques de pino son sustituidos por un follaje más exuberante, que le da a la zona un aspecto cálido y subtropical.
A la entrada se van dibujando las casas de adobe, con sus tejas rojizas. Sus patios y entradas están cubiertos de enredaderas con flores anaranjadas y rojas; al centro de los patios crecen ciruelos enormes. Al fondo, la sierra del Tepozteco se presenta como un muro de color ocre, casi vertical. Las montañas bloquean cualquier concepto de horizonte, y están omnipresentes en la vida del pueblo.
Existe aún hoy una rica tradición de cuentos y leyendas relacionados con las montañas, que son la cuna del Tepoztécatl, especie de deidad identificada con la Virgen de la Natividad, santa patrona de Tepoztlán. Sobre una de las peñas hay una pirámide que data de la época tolteca, dedicada a Ome Tochtli (dos conejo), uno de los numerosos dioses del pulque. Las montañas significan para el tepozteco la naturaleza que con el desarrollo social están desafiando, pero de cuya gracia en última instancia dependen: cuando el Tepoztécatl se ofende por las transformaciones que sufre en tierra, manda vientos que tumban árboles y tejas y, según algunos, amenaza con derrumbar sus montañas encima del pueblo traidor. Pero cuando en la sociedad humana reina el caos y el terror, como sucedió durante la Revolución, las montañas acogen y protegen a los tepoztecos, evitando su total dispersión o exterminio.
Muchos tepoztecos creen vivir en armonía con la fuerza de los cerros: habitan en las tradicionales casas de adobe y teja, construidas con técnicas que datan posiblemente de antes de la Conquista. Al igual que sus abuelos, son campesinos, y usan huaraches, calzón de manta blanca, sombrero y machete. Sin embargo, la mayor parte del pueblo ya no se rige tanto por “la tradición”.
Por las calles se ven madres enrebozadas con sus hijas en uniforme de secundaria; jóvenes campesinos del barrio de San Pedro que calzan huaraches y visten poliésteres coloridos. Abarroteros con sus guayaberas, y obreros de CIVAC (parque industrial del valle de Cuernavaca) o albañiles vestidos de “catrines”. Muchas casas exhiben antenas de télevisión. Alguna de las capillas de barrio ha remodelado su fachada…
Desde la entrada se ven algunas edificaciones modernas, de estilo colonial o “rústico” que sirven de asilo a citadinos que huyen del ruido y la contaminación de la capital. Algunos comercios y tiendas reflejan la importancia creciente del turismo para el pueblo: en el mercado de la plaza hay guerrerenses que vienen a vender sus artesanías; existen varios restaurantes destinados, tanto por el estilo como por los precios, a los turistas —incluso uno vegetariano para visitantes que buscan “las buenas vibraciones” de las montañas.
El puesto de periódicos también refleja la presencia del turista capitalino en Tepoztlán: encontramos revistas como Nexos y Vuelta, así como cualquier periódico importante de la capital. Tampoco faltan, desde luego, las dramáticas fotonovelas de amor y los cuentos que son consumidos en grandes cantidades por gente de todas las edades.
En el centro del poblado se ven las instituciones de la ley y el orden. La iglesia principal con su “ex convento” es una construcción del siglo XVI; tiene un gran patio con capilla abierta de las que se usaban para oficiar misas a indios recién conversos. El mercado es el indicador principal de la importancia económica de Tepoztlán con respecto a las siete congregaciones que dependen de la cabecera, y con relación a centros comerciales regionales como Yautepec, Cuautla y Cuernavaca. Tiene pocos puestos permanentes, en su mayoría propiedad de las familias más adineradas del pueblo, y sin embargo se llena los miércoles y domingos, que son los días de mercado, con mercancías diversas: frutas, legumbres, ropa interior, comales y ollas de barro, artículos de cocina, juguetes de plástico, etcétera. Los habitantes de las pequeñas comunidades del municipio acuden al mercado para vender y abastecerse en estos días.
Arriba del mercado está “el jardín”, con sus bancas de cemento rojizas, que suelen estar ocupadas por jóvenes enamorados, hombres bebiendo y cantando, o alguna que otra señora cansada de arrastrar a sus hijos. El jardín tiene su quiosco y puesto de periódicos, frente al cual encontramos una tortillería, varios taxis, y las dos líneas de autobuses que llevan gente a México, Cuernavaca, Yautepec, y a los pueblos pequeños del municipio. Al otro lado del parque está la presidencia municipal, resguardada por dos policías. El edificio fue construido por el año de 1890 y reconstruido hacia 1930. Es el centro administrativo del pueblo, en él se reflejan los conflictos, contradicciones y encrucijadas que se presentan en su vida política, económica y social.
En Tepoztlán se puede observar cómo algunos aspectos de la cultura van desapareciendo al tiempo que otros rasgos emergen y aun otros adquieren nuevos significados o usos. Estos cambios están relacionados con el sistema de poder social que sustenta o es comprensible a través del sistema cultural-simbólico. En este estudio intento analizar los cambios en las costumbres tepoztecas, y en lo que es la comunidad misma, a través de la descripción detallada de las transformaciones que han habido en las relaciones de poder y dominación a partir, sobre todo, de 1920.
Para estos fines me he valido de las aportaciones teóricas y metodológicas de varios y diversos científicos sociales, utilizando distintas técnicas y posiciones en las problemáticas donde las he encontrado útiles. La organización del presente libro está inspirada en el modelo de la sociedad que McMurtry (1978) construye con base en el esquema de la sociedad de Marx; utilizando la acepción de la terminología de Marx que propone McMurtry, podríamos decir que parto de una descripción de los cambios en las fuerzas productivas, luego describo las relaciones de producción (que, en el lenguaje usual de la antropología, vienen siendo la estructura de poder y de propiedad), y posteriormente analizo el papel del Estado, la ideología y algunos rituales.
Para el análisis del control sobre las fuerzas productivas y de las relaciones de poder, he usado esquemas inspirados en Richard Adams (1975) que me han llevado a investigar cómo se controlan los recursos de la comunidad, y qué implicaciones tienen dichos controles sobre las relaciones de poder entre individuos y grupos, y la expropiación creciente del poder de la comunidad en beneficio de otros niveles más altos de la jerarquía socioespacial.
Para entender el proceso de concentración del poder en niveles económicos y administrativos cada vez superiores, me he valido principalmente de las ideas de G. William Skinner. Los análisis de ritual y simbolismo se basan en diversos tipos de antropología simbólica que van desde las posiciones de Clifford Geertz a las de Lévi-Strauss. La única constante teórica en esta parte del estudio es la que sostiene que 1) los sistemas simbólicos están en conexión con las relaciones concretas de poder; 2) que, por lo mismo, ritual y símbolo tienen que ser vistos en el contexto histórico específico en el que son generados; y 3) que, sin embargo, existe una cierta sistematización en los distintos aspectos de la cultura, ciertas oposiciones y contrastes permanentes que reflejan las contradicciones profundas y primarias de la sociedad y que caracterizan los dilemas de la comunidad mientras funcione bajo un sistema de producción dado.
El libro está dividido en dos partes: la primera trata de la evolución del poder social en Tepoztlán a partir de la Colonia y de los cambios de posición del pueblo en la economía-política regional; en la segunda parte intento demostrar cómo el estudio de la historia del poder modifica sustancialmente los resultados del análisis de viejos problemas antropológicos.
En el primer capítulo describo el sistema regional en que está inmerso Tepoztlán, trato la organización de la economía-política morelense y el lugar que ocupa Tepoztlán en ella. El segundo capítulo trata de los cambios que han ocurrido en las fuerzas productivas1 e intento describir el desarrollo de éstas desde la época colonial, aunque mis fuentes hasta 1920 son secundarias. Una vez delineada la entrada de recursos energéticos, y los cambios en los sistemas de producción que han ido ocurriendo, trazo en un tercer capítulo las relaciones de control de esos recursos, y el poder entre los hombres que se fundamenta sobre dicho control.
En el cuarto capítulo demuestro cómo el análisis de la historia del poder en Tepoztlán transforma nuestro entendimiento de algunos problemas antropológicos clásicos, específicamente en la interpretación del sistema de los barrios. El estudio de los barrios en relación con el poder social produce un razonamiento diferente de la naturaleza del ritual y la política al que mantienen Redfield, Lewis o autores contemporáneos como Bock.
El último capítulo es un análisis esquemático de dos problemas en la cultura política tepozteca: la corrupción política, y las actitudes hacia la política y los políticos. Aquí intento demostrar la relevancia que tiene el estudio histórico de la cultura política para comprender problemas organizacionales y políticos concretos.
He procurado modificar tanto los nombres como los puestos políticos reales de los actores en la escena contemporánea a partir de 1940, aproximadamente. En el caso de los conflictos abiertos y conocidos por todos los tepoztecos he procurado señalar cuáles son versiones particulares de un mismo hecho. Este estudio no es una denuncia periodística de incidentes políticos, sino un análisis de la historia de un sistema político. He procurado mantener una analogía estructural entre las posiciones reales de los políticos y mi recreación de ellas, para que la sección reciente del estudio no perjudique a ninguno de mis informantes y, al mismo tiempo, provea al lector de una idea del tipo de política local contemporánea.
1 En el transcurso de este trabajo, la terminología marxista (que no es la única que empleo) está utilizada con la acepción muy particular y —a mi modo de ver— útil y precisa de J. McMurtry (1978). McMurtry define “fuerzas productivas” como todo aquello que sirve para la producción de un valor de uso material. Bajo esta rúbrica incluye, la tecnología, la división del trabajo (técnica), conocimiento tecnológico y capital. Entiendo por “recursos energéticos” lo mismo, menos la división del trabajo. La exclusión de la división del trabajo del esquema del poder social de Richard Adams me parece una de las debilidades de dicho modelo, y es por esto que he preferido usar el modelo marxista “a la McMurtry” en este terreno específico. Muchos otros marxistas colocan a la división técnica del trabajo entre las relaciones de producción; sin embargo, esto oscurece las relaciones de determinación que existen entre las fuerzas productivas y la estructura de poder —que en el esquema de McMurtry corresponde grosso modo a las “relaciones de producción”—.