Este trabajo ha sido un viaje por la vida política del país contado en clave electoral. Conseguir la información y organizarla para generar un producto acabado según los objetivos que me planteé exigió la colaboración de personas de un alto nivel intelectual.
En primerísimo lugar, quiero agradecer a Mercedes Martelo, quien no solo asumió la tarea técnica (y fastidiosa, en verdad) de escanear un primer borrador de esta obra, elaborar tablas y gráficos por medio de los cuales el texto habla mucho mejor al lector, sino que, además, me hizo comentarios valiosos sobre algunos puntos del trabajo, mejorando mucho el análisis. En particular, aprecio sobremanera su observación acerca de la cantidad de elecciones convocadas en el período de Hugo Chávez, lo que me hizo reflexionar un poco más al respecto, saliendo de allí la noción de electoralismo como una expresión de la tendencia plebiscitaria del régimen chavista ya anotada por mí inicialmente.
Quiero enviar un recuerdo fraterno a mi amigo Flavio Carucci, quien me invitara, hace algún tiempo, a presentar un informe al Instituto Latinoamericano de Investigaciones Sociales (ILDIS), que sirvió como columna vertebral de este libro. Esa primera incursión a fondo en el tema me permite entregar hoy este trabajo a los lectores.
Igualmente, debo a Inés Quintero su entusiasmo con la posibilidad de que el manuscrito guardado, sometido a la crítica de los ratones, fuera enviado a la editorial y su colaboración para que se concretara la edición.
Asimismo, agradezco a Magaly Pérez, la infaltable en mis últimos libros, por toda la energía y alegría que le imprimió a la posibilidad de que esta publicación se hiciera realidad y por haber leído la «tripa» editorial del trabajo.
Del mismo modo, quiero dar mi reconocimiento a Ulises Milla, mi editor, no solo por haber acogido favorablemente la posibilidad de publicar este libro, sino por haber leído el manuscrito y hacer observaciones que me permitieron depurar ciertas áreas del mismo, lográndose un producto más útil al público.
Y, por último, pero no menos importante, como suelo hacer desde que publico mis trabajos, registro el apoyo que siempre recibo de mis dos hijos, Ana Lucía y Luis Fernando, expresado en un: «¿te falta mucho, papá?», o en: «ajá, cuéntame sobre qué estás escribiendo», o: «papi, ¿cómo se hace un libro?». Ellos ya están produciendo sus propias obras musicales, teatrales y fílmicas que, sin duda alguna, son para ellos más emocionantes que un libro sobre política.
1. Pero la misión de la democracia no es solo escoger a quienes gobiernan, sino brindar las posibilidades de realización individual a los ciudadanos. Por ello se alega con razón que la democracia no se reduce al acto de votar, pero, agregamos nosotros, es impensable sin ese acto.
2. Aunque muchos no lo recuerden y/o no tengan información al respecto, es necesario traer a la memoria el plebiscito fraudulento impuesto por Marcos Pérez Jiménez en diciembre de 1957, dirigido a relegirse, y en el cual salió «victorioso» para terminar abandonando Miraflores pocos meses después en una vergonzosa huida.
3. Dewey Anderson y Percy Davidson, Ballots and the Democratic Class Struggle, citado en S.M. Lipset, El hombre político, Buenos Aires, Rei-Tecnos, 1987, p. 191.
4. Véase J.M. Mackenzie, «Elections» en: International Encyclopedia for the Social Sciences, Nueva York, Collier-MacMillan, 1968.
5. Véase Giovanni Sartori, Teoría de la democracia, Madrid, Alianza Editorial, 1988, t. 1, p. 147.
6. Véase Robert A. Dahl, A Preface to Democratic Theory, Chicago, The University of Chicago Press, 1956, p. 131.
7. Véase Robert E. Dowse y John A. Hugues, Sociología Política, Madrid, Alianza Editorial, 1975, p. 415.
8. Esta teoría ha sido formulada por Anthony Downs, Teoría Económica de la Democracia, Madrid, Aguilar, 1973, pp. 30-31.
9. Véase J. A. Schumpeter, Capitalismo, Socialismo y Democracia, Madrid, Aguilar, 1952, caps. XXI y XXII.
10. Véase A. Downs, op. cit., p. 19.
11. Ibidem, p. 30.
12. Ibidem, p. 55.
13. Véase, para un análisis de las consecuencias de las teorías «schumpeterianas», Peter Bachrach, Crítica de la teoría elitista de la democracia, Buenos Aires, Amorrortu, 1973.
14. Véase Kenneth J. Arrow, Social Choice and Individual Values, New Haven, Yale University Press, 1978, 9 ed., p. 1.
15. Véase al mismo autor para un tratamiento de este problema sobre el cual, por lo demás, no podemos entrar a discutir aquí.
16. Véase Giovanni Sartori, op. cit., p. 147.
17. Ibidem, p. 146.
18. Tullock define el teorema del votante medio en los siguientes términos: «si un número de votantes con diferentes puntos de vista en un tema eligen por mayoría votar, el resultado será el óptimo del votante medio». Véase Cordon Tullock, Los motivos del voto, Madrid, Espasa-Calpe, 1979, pp. 26-27.
19. Véase Bernard R. Berelson, Paul F. Lazarsfeld y William N. McPhee, Voting, Chicago, The University of Chicago Press, 1954, pp. 305-311.
20. Véase Lazarsfeld, Berelson y Gaudet, El pueblo elige, Buenos Aires, Ediciones 3, 1960, p. 65.
21. Ibidem, p. 14.
22. Ibidem, p. 16.
23. Ibidem, p. 17.
24. Ibidem, p. 25.
25. Ibidem, p. 26.
26. Ibidem, p. 27.
27. Ibidem, p. 19.
28. Ibidem, p. 81.
29. Ibidem, p. 86.
30. Véase Bernard R. Berelson, Paul F. Lazarsfeld y William N. McPhee, op. cit., p. 283.
31. Véase Karl Deutsch, «Implicaciones de la movilización social para la política del desarrollo», en J. Blondel y otros, El Gobierno: estudios comparados, Madrid, Alianza Universidad, 1981, p. 91.
32. Hemos hecho este análisis para el caso venezolano y observamos, en efecto, la caída simultánea de los indicadores de movilización, incluidos los electorales. Véase Luis Salamanca, Crisis de la modernización y crisis de la democracia en Venezuela, Caracas, ILDIS-UCV, 1996.
33. Véase G. Bingham Powel, Jr. «Voting Turnout in Thirty Democracies: Partisan, Legal, and Socio-economic Influences», en: Richard G. Niemi y Herbert F. Weisberg, Controversies in Voting Behavior, Washington, Congressional Quartely Inc., 1984, 2 ed. p. 46.
34. Ibidem, p. 47.
35. Idem.
36. Véase Seymour Martin Lipset y Stein Rokkan, «Estructuras de división, sistemas de partidos y alineamientos electorales» en G. Almond, R. Dahl y otros, Diez textos básicos de Ciencia Política, Barcelona, Ed. Ariel, 1992, pp. 222-223. Cursivas de los autores.
37. Véase Angus Campbell, Philip E. Converse, Warren E. Miller y Donald E. Stokes, The American Voter, New York, John Wiley & Sons Inc., 1964.
38. Ibidem, p. 270.
39. Ibidem, cap. 5.
40. Véase la discusión acerca de este problema en Richard G. Niemi y Robert F. Weisberg, op. cit., pp. 393 y ss.
41. Véase Campbell, op. cit., p. 73.
42. Ibidem, p. 66, (traducción propia).
43. Ibidem, p. 95.
44. Véase Morris P. Fiorina, «Explorations of a political theory of party identification» en: Richard G. Niemi y Herbert F. Weisberg, op. cit., p. 410.
45. Véase Gabriel A. Almond y Sidney Verba, The Civic Culture, Political Attitudes and Democracy in Five Nations, California, Sage Publications Inc., 1989.
46. Ibidem, p. 63, (traducción propia).
47. Véase más adelante.
48. Véase Anthony Downs, «Teoría económica de la acción política en una democracia», en: Almond y otros, op. cit., p. 106.
49. Véase Anthony Downs, op. cit., p. 39.
50. Véase Anthony Downs, op. cit., p. 96.
51. Ibidem, p. 97.
52. A. Downs, op. cit., p. 39.
53. Ibidem, p. 39.
54. Véase Gordon Tullock, Los motivos del voto, op. cit., pp. 26-28.
55. Véase Brian Barry, Los sociólogos, los economistas y la democracia, Buenos Aires, Amorrortu, 1974, p. 24.
56. Eva Anduiza, Agustí Bosch, Comportamiento político y electoral, Barcelona, Ariel, 2004, p. 211. Es un libro de mucha utilidad porque recoge los principales enfoques del voto hasta comienzos del siglo XXI.
57. Véase Brian Barry, op. cit., p. 27.
58. Juan Carlos Rey, El sistema de partidos venezolano, 1830-1999, Caracas, Centro Gumilla, UCAB, 2009, pp. 133-139.
59. Herbert McClosky, «Conservatism and Personality», en Campbell y otros, The American Voter, op. cit., p. 121.
60. Ibidem, cap. 9, p. 144.
61. Véase Richard G. Niemi y Herbert F. Weisberg, op. cit., pp. 319-340.
62. Véase Seymour M. Lipset, El Hombre Político, Buenos Aires, Rei-Tecnos, 1988, pp. 405-406.
63. Ibidem, p. 445.
64. Ibidem, p. 320.
65. Véase R. Niemi y H. Weisberg, op. cit., pp. 321-322.
66. Ibidem, p. 326.
67. Véase Lester Milbrath y M.L. Goel, Political Participation, Boston, Rand McNally College, 1977, pp. 11-13.
68. Véase S.M. Lipset, op. cit., p. 156.
69. Véase Lazarsfeld y otros, El pueblo elige..., p. 88.
70. Campbell et al., op. cit., p. 63.
71. La tesis es de V. O. Key, analizada en R. G. Niemi y H. F. Weisberg, op. cit., p. 97.
72. Véase Edward G. Carmines y James A. Stimson, «The two faces of issue voting» en Niemi y Weiberg», op. cit., p. 166.
73. Véase Anthony Downs, Teoría económica de la democracia,…, p. 296.
74. Ibidem, p. 282.
75. Véase G. Bingham Powell, Jr. «Voting Turnout in Trirty Democracies: Partisan, Legal and Socio-economic Influences», en Niemi y Weisberg, op. cit., p. 40.
76. Véase Steven J. Rosenstone y Raymond E. Wolfinger, «The effect of Registration Laws on Voter Turnout» en Niemi y Weisberg, op. cit., p. 54, (traducción propia).
77. Véase S. M. Lipset, S. Rokkan, op. cit., p. 266
78. Véase S. M. Lipset, S. Rokkan, op. cit., p. 266.
79. Para un tratamiento en profundidad de los procesos de desalineamiento electoral, véase Russel J. Dalton, Scott C. Flanagan y Paul Allen Beck (eds.), Electoral Change in Advanced Industrial Democracies: Realignment or Dealignment?, Princeton, Princeton University Press, 1984, pp. 11-14.
80. Ibidem, p. 21.
81. Véase Ronald Inglehart, Culture Shift, New Jersey, Princeton University Press, 1990, pp. 335-336.
82. La asistencia a las urnas y la abstención se pueden determinar de dos maneras: bien restando el número de votos efectivos de la población en edad de votar; bien restando el número de sufragios de los votantes inscritos en el Registro Electoral. Powell sigue aquí el primero. En este trabajo, utilizaremos, para el caso venezolano, ambos métodos.
83. Para una discusión acerca de las ventajas de uno y otro sistema véase el debate entre Arend Lijphart, Quentin Quade y Guy Lardeyret en Journal of Democracy, Summer 1991, V. 2, N.° 3, pp. 30-49.
84. Véase Klaus Von Beyme, Los partidos políticos en las democracias occidentales, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, 1986, p. 341.
85. Véase G.B. Powell Jr., op. cit., p. 38
86. Véase Milbrath y Goel, op. cit., pp 137-141.
87. Véase Norman H. Nie, Sidney Verba y John R. Petrocik, «The decline of Partisanship» en Niemí y Weisberg, op. cit., pp. 496-518.
88. Véase Samuel P. Huntington, «The United States» en: Michel Crozier y otros, The Crisis Of Democracy, New York, New York University Press, 1975. pp. 85-91.
89. Véanse estos datos en Paul Allen Beck, «The Electoral Cycle and Patterns of American Politics» en Nierni y Weisberg, op. cit., pp. 523-526.
90. Véase Samuel P. Huntington, op. cit., pp. 85-86.
91. Ibidem, p. 86. También F. I. Greenstein, Democracia y partidos políticos en Norteamérica, Barcelona, Ed. Labor, 1974.
92. Véase Russel Dalton y otros, «Electoral Change in Advanced Industrial Democracies» en Dalton y otros (eds).
93. Ibidem, pp. 9-10.
94. Véase «Pacto de Punto Fijo» en Presidencia de la República, Documentos que Hicieron Historia, Caracas, Ediciones conmemorativas del Sesquicentenario de la Independencia, 1962, t. II, p. 445.
95. lbidem, p. 447.
96. Ibidem, p. 448.
97. Véase Domingo Alberto Rangel, La revolución de las fantasías. Caracas, Ediciones Ofidi, 1966, especialmente el último capítulo.
98. Véase Enrique A. Baloyra, «Public Attitudes Toward The Democratic Regime» en John D. Martz y David Myers, Venezuela. The Democratic Experience, New York, Praeger Publishers, 1977, pp. 50-51.
99. Véase Consejo Supremo Electoral, «La democracia y sus instituciones», Caracas, CSE, 1991, mimeo.
100. Véase Fundación Pensamiento y Acción, Cultura democrática en Venezuela, Caracas, 1966.
101. Sobre este punto volveremos posteriormente.
102. La Constitución de 1858 fue la primera en establecer el derecho a elegir presidente, vicepresidente, diputados, mediante elección directa y secreta, para todos los venezolanos mayores de 20 años y para los que, sin tener esa edad, fueran casados o lo hubieran sido. Sin embargo, esa elección no era para todos los cargos, pues exceptuaba a los senadores, que eran elegidos por las legislaturas provinciales. Estas, que elegían también a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, eran elegidas por el voto directo y secreto de los ciudadanos del cantón. La Constitución de 1947 estableció expresamente las características de universalidad (mencionando explícitamente a mujeres y hombres para que no hubiera dudas, dado que las primeras no tenían ese derecho) así como la del voto directo y secreto.
103. Véase el dato en Luis Salamanca, Protestas contra la tiranía en Venezuela: 1935-1937. El nacimiento del movimiento ciudadano venezolano, Berlín, Editorial Académica Española, 2011, p. 338.
104. Datos tomados de Consejo Supremo Electoral, Los partidos políticos y sus estadísticas electorales. 1946-1984.
105. Véase Giovani Sartori, Partidos y sistemas de partidos, Madrid, Alianza, 1980, t. 1, p. 163.
106. Véanse CSE, op. cit., y Boris Burimov-Parra, Introducción a la Sociología Electoral venezolana, Caracas, Ed. Arte, 1968, pp. 25-26.
107. Véase Luis Salamanca, Crisis de la modernización y crisis de la democracia en Venezuela, p. 175.
108. Véase El Nacional, 10-10-46, «Venezuela batirá un récord continental de votación», Historia Gráfica de Venezuela, Caracas, Centro Editor, 1972, p. 110.
109. La población que votó en 1946 alcanzó 1.402.011(CSE). Según el censo de 1941 la población era de 3.850.771. Baptista ha calculado la población para 1946 en 4.346 854, por tanto, los votantes constituyeron el 32% de la población total. Si desagregamos las edades, tenemos con base en Chí-YI Chen, (op. cit., p. 71) una población mayor de 18 años de 1.900.000 personas aproximadamente que, comparada con la que votó, nos da un 73,7% de la población en edad de votar.
110. Departamento de Investigación de la Actualidad Política, Las nuevas tendencias políticas del venezolano, Caracas, Fondo Editorial Venezolano, 1994, p. 116.
111. Esta posición la hemos desarrollado en Luis Salamanca, op. cit.
112. Hemos estudiado las movilizaciones de 1936 en Luis Salamanca, Protestas contra la tiranía en Venezuela: 1935-1937. El nacimiento del movimiento ciudadano venezolano, Berlín, Editorial Académica Española, 2011.
113. Véase Karl Deutsch, op. cit., p. 91.
114. Datos en J. A. Agustín Silva Michelena, La crisis de la democracia, Caracas, UCV, 1970, p. 134.
115. Véase Enrique A. Baloyra y John D. Martz, Polítical Attitudes in Venezuela. Societal Cleavages & Polítical Opinion, Texas, The University of Texas Press, 1979.
116. Ibidem, pp. 14 y 45.
117. Ibidem, pp. 71 y 74. Sobre esta teoría volveremos más adelante.
118. Ibidem, p. 66.
119. Para un tratamiento reciente del enfoque de los clivajes, Susana Aguilar Fernández y Elisa Chuliá Rodrigo, Identidad y opción, dos formas de entender la política, Madrid, Alianza Editorial, 2007.
120. Véase Daniel Levine, Conflict and Political Change in Venezuela, Princeton, Princeton University Press, 1973, pp. 33-34 (traducción propia).
121. Como vimos, la identificación partidista es un concepto que ha sido criticado por su laxitud. Actualmente se discute su pertinencia para realidades distintas de la norteamericana. Se han propuesto definiciones alternativas a la de Campbell y asociados, si se rechaza esta definición, pero sea cual sea la que se asuma, los analistas no pueden dejar de interrogar a los entrevistados acerca de su autoidentificación partidista, en el entendido de que ella, por más débil que sea en su definición, muestra, sin embargo, un aspecto crucial de la ubicación partidista del individuo. En Venezuela, Baloyra y Martz propusieron cambiarlo por el concepto de «partidismo», al cual definen a través del concepto de identificación partidista como: la simpatía nominal o verbal con partidos políticos específicos, y que evidencia intensos compromisos hacia los partidos si no total militancia, acompañado por un conjunto de preferencias electorales congruentes con estas (p. 166).
122. Este subpunto está fundamentado en nuestro trabajo: Luis Salamanca, Crisis de la modernización y crisis de la democracia en Venezuela, op. cit.
123. Datos recogidos en Michael Coppedge, «Partidocracia y reforma en una perspectiva comparada» en Andrés Serbin y otros, Venezuela: la democracia bajo presión, Caracas, Invesp/Nueva Sociedad/North-South Center, 1993, pp. 153-154.
124. Solo analizaremos el caso de AD por falta de información respecto de los otros partidos.
125. Las cifras provienen de la Secretaría de Organización de Acción Democrática, salvo la indicada por la Revista Élite.
126. Lamentablemente no poseemos espacio ni información similar con respecto a los otros partidos, pero dada la merma de votos de Copei en las últimas elecciones es posible que esté operando una dinámica similar.
127. Véase Arístides Torres, «Fe y desencanto democrático en Venezuela» en Revista Nueva Sociedad, N.o 77, mayo/junio, 1985, pp. 56.
128. Ibidem, p. 57.
129. Véase Enrique A. Baloyra, «Public Opinión and Support for the regime: 1973-83» en John D. Martz y David J. Myers, Venezuela. The Democratic Experience, New York, Praeger Publishers, 1986, p. 60.
130. H. Njaim y otros, op. cit.
131. Esa es la principal conclusión de nuestro trabajo: Luis Salamanca, Crisis de la modernización y crisis de la democracia, Caracas, ILDIS-UCV, 1996.
132. En función de la población en edad para votar, la historia es otra porque la abstención es mayor.
133. Véase José Enrique Molina V., «Participación y abstención electoral» en Foro al día, Cendes, 1995, p. 33: «tanto hombres como mujeres presentan similares proporciones de abstencionismo; tampoco aparecen diferencias significativas entre jóvenes y adultos, ni entre un mayor o un menor nivel de instrucción. De igual manera, no es posible percibir un estrato social, medido en términos de ingresos, que sea significativamente más abstencionista».
134. Este campo del análisis es promisorio, pero debe tenerse previamente una base de datos mucho mayor y más sistemática que habrá que construir. Por tanto, por ahora solo mostramos la importancia de introducir este tipo de medición y constatamos las «coincidencias» históricas entre los indicadores de la movilización social y la participación electoral.
135. Véase Eduardo Arroyo Talavera, Elecciones y Negociaciones, los límites de la democracia en Venezuela, Caracas, Conicit/Pomaire, 1988, p. 116.
136. Véase Enrique A. Baloyra y John D Martz, op. cit., p. 71.
137. Véase G. B. Powell, Jr. Contemporary Democracies, p. 38.
138. Véase José Enrique Molina Vega, El sistema electoral venezolano y sus consecuencias políticas, Valencia, Vadell Hermanos, 1991, p. 22.
139. Véase Juan Carlos Rey, «Continuidad y cambio en las elecciones venezolanas: 1958-1988» en Manuel Caballero y otros, Las elecciones presidenciales (¿la última oportunidad o la primera?), Caracas, Grijalbo, 1989, pp. 21, 23 y 26.
140. Ibidem, p. 26.
141. Véanse «El futuro de la democracia» en A. Silva Michelena (coord.) Venezuela hacia el 2000, Caracas, Nueva Sociedad/ILDIS/PROFAL, 1987 y «La democracia venezolana y la crisis del sistema populista de conciliación» en Revista de Estudios Políticos, No. 74, Madrid, 1971.
142. Véase J.C. Rey, op. cit., p. 23.
143. Véase Fundación Pensamiento y Acción, op. cit., p. 23
144. Véase «La abstención electoral en 1989 (informe analítico) en Comisión presidencial para la reforma del Estado, (COPRE), Reformas para el cambio político, Caracas, COPRE, 1993, p. 193.
145. A raíz de la enfermedad del Presidente de la República, Adán Chávez, hermano mayor del mandatario, dio unas declaraciones al regresar de un viaje a La Habana, en las cuales señalaba claramente que para la conservación de la revolución existía, además de las elecciones, la vía de las armas. «Sería imperdonable limitarnos solamente a métodos electorales o de otro tipo de lucha». Con esto dejaba ver la existencia de una tendencia revolucionaria militarista, de la vieja guardia castrista y marxista, que no estaría dispuesta a perder la revolución por una elección. Esta posición fue avalada por el mismo Hugo Chávez a su regreso de su primera convalecencia en Cuba. Estas posiciones nos hacen preguntarnos por el peso real que tienen las corrientes institucionalistas (o constitucionalistas) versus las corrientes militaristas dentro del chavismo de cara a las elecciones presidenciales del 7 de octubre de 2012.
146. Unas elecciones son competitivas si se cumplen las garantías constitucionales que hacen que el voto sea verdaderamente democrático. El voto no es lo que caracteriza a un sistema democrático, porque en las dictaduras también se «vota», sino el voto libre, igual, directo, universal y secreto. Para que tenga estas características deben cumplirse los requisitos señalados por Robert Dahl: libertad de asociación, de expresión, de voto, para buscar el apoyo de los electores, diversidad de fuentes de información, elecciones imparciales e instituciones que garanticen que gana el que obtuvo la mayoría de votos. Robert A. Dahl, La poliarquía. Participación y oposición, Madrid, Tecnos, 1989, p. 15. En una elección competitiva nadie está condenado a perder de antemano, a menos que el sistema se organice a tal fin. En ese momento las elecciones dejan de ser competitivas.
147. Es inconstitucional por dos razones. Una, porque ya había sido consultado ese tema en el referendo de la Reforma Constitucional, siendo negado por el voto popular y no podía ser sometido a referendo de nuevo, en el mismo período, como lo impone la misma Constitución; dos, porque siendo el tema de la elección popular de los gobernantes la regla fundamental del acceso al poder en democracia, mal puede modificarse por vía de una enmienda, puesto que esta vía es para hacer cambios menores en la Constitución, y el cambio de una regla tan importante, que debilita la alternabilidad, solo puede hacerse mediante una Asamblea Nacional Constituyente, ni siquiera por vía de Reforma Constitucional.
148. Véase Discurso de Toma de Posesión pronunciado el 2 de febrero de 1999, en: http://www.formacion.psuv.org.ve/wp-content/uploads/2013/09/1999-A%C3%B1o-de-la-Refundaci%C3%B3n-de-la-Rep%C3%BAblica.pdf
149. Consejo Nacional Electoral, http://www.cne.gov.ve/web/documentos/estadisticas/e98_03_01.pdf
150. Manuel Rachadell, «El sistema electoral en la Ley Orgánica Procesos Electorales», en Provincia, N° 23, enero-junio 2010, p. 132.
151. Véase Asamblea Nacional Constituyente, Gaceta Constituyente, Diario de Debates, agosto-septiembre 1999, Caracas, Imprenta del Congreso de la República, sesión del 5-8-99, p. 4.
152. Este análisis lo he tomado de mi trabajo inédito «Dinámicas autoritarias y democracia en Venezuela: 1998-2012», Caracas, 2012, pp. 10-12.
© Luis Salamanca, 2012
© Editorial Alfa, 2012
© alfadigital.es, 2016
Primera edición digital: julio de 2016
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ISBN Digital: 978-84-16687-83-1
ISBN Impreso: 978-980-354-332-7
Diseño de colección
Ulises Milla Lacurcia
Corrección ortotipográfica
Magaly Pérez Campos
Conversión a formato digital
Sara Núñez Casanova
Fotografía de portada
Gabriel Osorio / Orinoquiaphoto
Todo el mundo quiere saber por adelantado por quién votarán los electores en los comicios más cercanos. Los políticos suelen darse por ganadores. Las empresas de opinión están permanentemente anunciando un ganador para el próximo domingo a años y meses del momento de votar, con o sin campaña electoral. Los teóricos también quieren saber lo mismo y para lograrlo han formulado variadas teorías a objeto de «predecir» o «adivinar» el resultado de una elección. ¿Quién tiene la razón? ¿Quién acierta más? ¿Quién se equivoca más? ¿A quién y en quién confiar? Los electores suelen seguir la diatriba al respecto y se angustian o alegran, según vayan saliendo sus candidatos en los sondeos de opinión, pero también por la manipulación del público por parte de actores inescrupulosos. Todo ello forma parte del paisaje de una campaña electoral y lo que debe hacer una sociedad es entenderlo, manejarlo, con el mayor soporte conceptual posible. Por ello, he escrito este libro. Para poner al alcance de un público mayor al de los especialistas los principales enfoques formulados, desde hace unas cuantas décadas, por investigadores nacionales y extranjeros. Por supuesto, no he agotado el tema, pero sí he planteado los principales problemas envueltos en él.
La ciencia política ha avanzado mucho en este asunto y aunque no tiene una respuesta concluyente sobre todos estos tópicos, puede ayudar al ciudadano común a pensar mejor las razones que llevan a la gente a votar como lo hace, o a no votar. De allí el interés de indagar en este apasionante tema. La pregunta señalada en el título de este libro se ha tratado de responder durante décadas. Las explicaciones van desde los campos de la sociología, la sicología, la economía, la politología, hasta la neurociencia, entre otras disciplinas. Tres grandes escuelas se han disputado desde el siglo pasado la hegemonía analítica en este campo: la Escuela de Columbia, encabezada por Lazarsfeld; la Escuela de Michigan, con Campbell a la cabeza; y la Escuela racional. Para la primera, los factores sociológicos (clase social, educación, ingresos, ubicación demográfica, etc.) son los más importantes a la hora de indagar por qué vota la gente y por qué lo hace en forma estable por una misma opción durante largos períodos. Para la segunda, la identificación partidista es el elemento clave: la gente vota por un mismo partido durante mucho tiempo porque se identifica con las propuestas, doctrinas y programas de los partidos. Una explicación económica hizo su aparición a finales de los años cincuenta con la obra de Anthony Downs, quien sostiene que los electores votan racionalmente, según una relación de costos y beneficios en cada elección. En la actualidad, han surgido nuevos enfoques, pero es necesario conocer los anteriores, de los cuales se han desprendido muchos de los modelos actuales.
En Venezuela, los estudios sefológicos son más recientes: datan de la década de los sesenta. En nuestro país, particularmente, se ha puesto el énfasis en la racionalidad o en la emocionalidad del voto, contando este último factor como el más señalado por analistas y empresas de opinión pública. Sin embargo, pese a la popularidad de esta tesis, existe poca reflexión sistemática acerca de la misma. Para algunos, la gente vota racionalmente; para otros, los votantes eligen emocionalmente. ¿Será eso verdad? ¿O es una simplificación insostenible? Los venezolanos somos, presuntamente, emocionales antes que racionales en el momento de elegir representantes, según algunos encuestadores. Sea o no atinada esta respuesta, lo cierto es que la decisión de votar es sumamente compleja por la cantidad de factores condicionantes que actúan sobre ella, lo cual se pone de manifiesto en la enorme cantidad de enfoques y modelos generados en las ciencias sociales para tratar de comprender el fenómeno del voto de una persona en un sistema democrático. Basta un rápido ejercicio para darnos cuenta de ello.
Si el lector tomara a un individuo y auscultara sus rasgos personales y contextuales, captaría una enorme cantidad de factores que podrían influir en su decisión de votar. Una persona en edad de votar forma parte de un entorno social, es decir, pertenece a un nivel económico en la sociedad; posee un determinado nivel educativo, bajo o alto; tiene un empleo, es un desempleado o es inactivo; además, se mueve en determinados ambientes; tiene un grupo de amigos, de vecinos y convive con su familia casi siempre; puede ser miembro de algún club deportivo, social o religioso; posee unas creencias acerca del mundo y la política; además, puede formar parte de un partido o un grupo de interés, o detestar la política; lee poca o mucha prensa, oye radio y ve televisión y, de alguna manera, se interesa por lo que hace el gobierno y espera beneficios de la gestión pública, o le importan un bledo tales asuntos; le interesan ciertos temas públicos, no todos; confía en ciertos políticos y no en otros; tiene esperanzas hacia el futuro, evaluaciones del pasado y del presente y es sensible a las oscilaciones de la economía en cuanto a inflación y desempleo. Ni falta hace mencionar el hecho de que ese elector vive en un determinado entorno político e institucional con sus propias características, las cuales se intensifican durante la campaña electoral, momento cumbre de la decisión de votar.
De este sinnúmero de factores que rodean al ciudadano de las democracias electorales, las ciencias políticas han intentado precisar cuáles de ellos son los determinantes del voto individual. La lista mencionada revela que un individuo puede estar sometido a una enorme cantidad de elementos influyentes en su decisión de votar. ¿Son todas esas variables igualmente importantes en su decisión o habrá algunas con más peso en la elección final? El esfuerzo de los teóricos ha consistido en determinar cuál o cuáles de esas variables inciden más en la formación del sufragio de un individuo. La ciencia política ha buscado teorías explicativas fundamentadas en algún factor considerado clave para conseguir una respuesta. Últimamente, se ha agregado a la lista de teorías las fundamentadas en la neurociencia, para las cuales la decisión de votar se gesta en el «cerebro político» de las personas, tema sobre el cual no entraremos en este libro. La identidad partidista, el espacio ideológico ocupado por los partidos, el liderazgo de un político, la búsqueda de beneficios por parte del elector, las ofertas de los candidatos, las condiciones políticas e institucionales, figuran entre otros aspectos a considerar para dar una respuesta.
En este libro el lector encontrará una sistematización de las principales escuelas analíticas del acto de votar y de no votar, algunas explicaciones de analistas venezolanos e información sobre elecciones nacionales e internacionales. ¿Cuánto inciden en la decisión de votar cuestiones tales como: la posición económica, el ambiente social, la educación, la inclinación partidista, los temas de campaña, la gestión pasada de un gobierno, las ofertas de los candidatos, los medios de comunicación, el ventajismo oficial, la familia, la situación económica, los beneficios a obtener, la ideología y el autoritarismo? ¿Se puede decir que alguno de estos factores es más poderoso que los otros para predecir el voto? Estos temas serán abordados a continuación destacando los principales argumentos desarrollados por científicos sociales nacionales e internacionales. Tómese en cuenta que cada investigador está fuertemente influido por su propia realidad electoral pese a que haga análisis electoral comparado. Este autor no escapa a esa tendencia. La historia electoral venezolana tiene mucho que enseñar y los venezolanos mucho que aprender de ella. Por eso, discutiremos los enfoques teóricos en el contexto de la evolución electoral nacional. El acto de votar no se puede explicar por un solo factor sino que a él concurren varios factores. Esta afirmación quizás desanime a muchos a seguir leyendo este libro, pero invito al lector, antes de pronunciarse, a continuar la lectura, a fin de conocer los principales enfoques usados para determinar si el autor tiene razón o no.
El voto es un acto individual, no colectivo; es decir, es realizado por una persona con nombre y apellido que, aun cuando pueda pertenecer a un partido o a alguna asociación, habrá de tomar una decisión particular, asistir a las urnas y depositar su sufragio en favor de algún candidato. El individuo es una unidad sicosomática, una mezcla de lo emocional con lo racional; no es solo emocional o racional, sino una yuxtaposición de ambas fuerzas interiores, de manera que no es posible esperar teóricamente una persona puramente emocional o puramente racional. Hay votantes que en una determinada elección pueden votar poniendo el acento en lo emocional; pero también los hay que ponen el énfasis en lo racional. Mi punto de vista es que aún en el más emocional de los votantes hay un ejercicio racional y viceversa.
Si esto es así, entonces, debemos estudiar al votante individual. Sin embargo, ese elector no es un Robinson Crusoe, no es un ser aislado, sino parte de un entorno más amplio, político, social, económico, familiar, por lo que es necesario analizar también los factores ambientales, llamados estructurales por algunos analistas. Además de eso, debido a que su decisión electoral ocurre en un momento concreto, animado por elementos circunstanciales, deben analizarse los factores coyunturales. Tenemos, entonces, tres tipos de variables a ser analizadas: las individuales, las estructurales y las coyunturales. Por variables individuales entendemos aquellos rasgos particulares de un votante que influyen en su voto: tiempo, recursos, motivación, etc. Por variables estructurales aludimos a características sociodemográficas, políticas e ideológicas que condicionan el voto de una persona. Por variables coyunturales nos referimos a situaciones específicas del momento electoral que pueden tener influencia decisiva en el sufragio de un individuo.
Igualmente, debemos tener en mente que hay votantes de diverso tipo y ello debe ser establecido para cada caso específico. Los votantes son un grupo heterogéneo de personas susceptibles de clasificación. Este grupo es cambiante de una elección a otra, especialmente cuando se trata de sistemas políticos sometidos a fuerte polarización de los votantes y el entorno político es altamente conflictivo, como el caso venezolano en 2012. Sin embargo, dada la cristalización de la división política en grandes bloques, el mercado electoral se presenta con rasgos de rigidez o inelasticidad, dada la presencia de gran cantidad de electores ya decididos y que forman lo que, en Venezuela, suele llamarse el «voto duro» de cada candidato.