ARTE
ESPAÑOL
para
extranjeros
RICARDO ABRANTES
ARACELI FERNÁNDEZ
SANTIAGO MANZARBEITIA
ESPAÑOL
para
extranjeros
NEREA
Primera edición: 1999
Segunda edición: 2002
Tercera edición: 2004
Cuarta edición: 2006
Quinta edición: 2012
© de los textos: Ricardo Abrantes, Araceli Fernández y Santiago Manzarbeitia
© de las ilustraciones: sus autores
© Editorial Nerea, S. A., 2012
Aldamar 38
20003 Donostia-San Sebastián (Spain)
Tel. (34) 943 432 227
nerea@nerea.net
www.nerea.net
Autoría de los distintos temas:
Ricardo Abrantes: Prehistoria, Edad Antigua, arte hispano-visigodo, arte hispano-musulmán, arte gótico e inicios del arte contemporáneo.
Araceli Fernández: Renacimiento y arte de los siglos XX-XXI.
Santiago Manzarbeitia: Arte asturiano, arte mozárabe, Románico, arte mudéjar, arte barroco y arte del siglo XIX.
Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro pueden reproducirse o transmitirse utilizando medios electrónicos o mecánicos, por fotocopia, grabación, información, anulado u otro sistema, sin permiso escrito del editor.
ISBN: 9788415042327
Diseño, maquetación y fotomecánica: Eurosíntesis
PRESENTACIÓN
LA PREHISTORIA
Arte de la Edad de Piedra y de los Metales
LA EDAD ANTIGUA
Arte de las colonizaciones
Arte de la Hispania romana
LA EDAD MEDIA
Arte hispano-visigodo
Arte hispano-musulmán
Arte asturiano
Arte mozárabe y de repoblación
Arte románico
Arte gótico
Arte mudéjar
LA EDAD MODERNA
Arte renacentista
Arte barroco
LA EDAD CONTEMPORÁNEA
Los inicios del arte contemporáneo
Arte del siglo XIX
Arte de los siglos XX y XXI
GLOSARIO
He aquí una nueva edición, revisada y aumentada, del libro publicado en el año 1999. Los años transcurridos hacían necesaria una actualización, que además incluyera artistas españoles que hoy día gozan de fama internacional, estudiados ahora en el apartado Entre dos siglos. Se mantiene la idea original de que no fuera un manual más de arte español, sino una obra pensada para la mirada del extranjero, en cierta medida heredero del viajero culto del siglo XIX, que llegaba a este país atraído por su exotismo, parte del cual se cifraba en su arte. Hace tiempo que España no tiene esas connotaciones exóticas, pero la atracción del viajero por el arte español sigue funcionando, aunque sean otros los posicionamientos del estudioso con respecto a lo que ve.
Se vuelve a editar un libro que a lo largo de estos años ha demostrado ser necesario, dado el número creciente de estudiantes de la cultura y el arte españoles que llegan a las universidades. Aunque está estructurado en función de lo que resulta imprescindible en el proceso de aprendizaje del estudiante extranjero, cualquier persona interesada por el arte español podrá hallar en estas páginas las claves de su historia, explicada con una claridad y un rigor que facilitan el aprendizaje e invitan a disfrutar de su belleza.
No encontrará aquí el lector una acumulación de datos o escuelas, sino una muy cuidada selección de obras que explican épocas y estilos. Los resúmenes al final de cada capítulo sintetizan lo explicado, facilitando una mejor comprensión de la evolución del arte español. Un riguroso glosario ayuda a entender los términos utilizados a quienes, tantas veces, aprenden una lengua nueva al tiempo que se introducen en el estudio de la historia del arte.
Los tres profesores que lo escribieron entonces, y que ahora han revisado y aumentado la edición, tienen una larga y reconocida experiencia en la enseñanza universitaria a alumnos procedentes de todos los lugares del mundo. Los planteamientos de esta obra, así como el lenguaje claro y accesible que utilizan para explicar tanto las obras como los periodos más significativos del arte español en relación con el arte universal, reflejan esa experiencia de los autores, que no ha hecho sino incrementarse con los años.
Los siglos de mezcla de culturas se reflejaron en España en una producción artística en la que cabe hablar, en ocasiones, de exotismos o mestizajes culturales, pero también de integración plena en la evolución del arte europeo, porque desde Altamira hasta estos inicios del siglo XXI, en España se han creado algunas de las obras cumbre del arte universal. Por esta razón, leer las páginas que siguen va a ser una aventura cultural y artística en la que, conducidos por guías experimentados, se irán abriendo al lector caminos por los que transitar en la historia del arte español. Esperamos que este libro sea punto de llegada para los estudiantes, y punto de partida para todos aquellos que, después de leerlo, quieran saber más.
ALICIA CÁMARA
Coordinadora
Catedrática de Historia del Arte
Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED)
Llamamos Prehistoria al largo periodo que se extiende desde los inicios de la humanidad hasta el momento en que aparecen los primeros documentos escritos, que servirán de base para la creación y desarrollo de lo que entendemos por “tiempos históricos”.
Aunque la presencia del hombre en la Tierra se remonta a muchos miles de años atrás, sus primeras manifestaciones artísticas corresponden a los últimos milenios del periodo Cuaternario, concretamente al Paleolítico Superior (hasta el año 10000 antes de Cristo). Las muestras más abundantes de la actividad humana son armas y útiles de piedra que apenas tienen interés artístico. No existe la arquitectura y es en la pintura y en la escultura donde podemos apreciar su naciente espíritu creativo, impregnado de un sentido mágico-religioso que hace referencia a la caza y a la reproducción de la especie humana.
Cuando el clima se hace más benigno, el hombre se siente más libre respecto a la naturaleza. Su figura, aislada o en grupos, ya aparece en sus representaciones pictóricas, que pierden su sentido mágico para hacerse reflejo de la realidad cotidiana.
La revolución neolítica llega a la Península con siglos de retraso respecto a Oriente y áreas muy definidas del centro de Europa. No obstante, los efectos de esta revolución se manifiestan aquí de modo semejante a aquellos lugares: se da una importante arquitectura, sobre todo funeraria, se fabrica cerámica, se elaboran tejidos, etc. Los objetos útiles están enriquecidos con elementos decorativos inspirados en la naturaleza, pero con tendencia a la geometrización.
El descubrimiento de los metales y sus aleaciones supone un paso adelante muy importante en la evolución de la vida del hombre sobre la Tierra. Aparecen los primeros conjuntos urbanos, que demuestran que ya existen comunidades humanas con un alto grado de organización. Nace el comercio, que trae consigo nuevas relaciones entre culturas antes muy lejanas y, al mismo tiempo, surgen las luchas entre los diferentes pueblos para lograr una posición hegemónica en su área de influencia.
El primer milenio antes de Cristo representa para la Península Ibérica un salto cualitativo respecto a las épocas anteriores. Nuestro territorio y sus riquezas naturales están en el punto de mira de diferentes pueblos, que se desplazan hasta aquí para conseguirlas. En contacto con ellos entraremos en la Historia.
1. Cueva de los caballos.
Escena de caza de ciervos.
Cuarto milenio a. C.
Calco en el Museo de Prehistoria de Valencia.
La Valltorta (Castellón).
EXISTE UNA DIVISIÓN TRADICIONAL DE LA PREHISTORIA QUE, AUNQUE SIMPLISTA, RESULTA ÚTIL PARA MOVERNOS A TRAVÉS DE ELLA: LA EDAD DE PIEDRA Y LA EDAD DE LOS METALES. ESTOS NOMBRES HACEN REFERENCIA AL MATERIAL PRIMORDIAL CON EL QUE EL HOMBRE CREÓ SUS UTENSILIOS DE USO COMÚN, SUS ARMAS, SUS OBJETOS RITUALES, ETC.
Teniendo en cuenta que estamos hablando de varios miles de años, es lógico que cada uno de estos dos grandes espacios de tiempo esté, a su vez, subdividido en otros de menor extensión, con unos rasgos específicos que les confieren personalidad propia. Así, dentro de la Edad de Piedra encontramos tres nuevas etapas que en su discurrir muestran la evolución vital y material del hombre sobre la Tierra: el Paleolítico, el Mesolítico y el Neolítico. Lo mismo podemos decir respecto a la Edad de los Metales, en la cual la evolución es más rápida y viene marcada por el nombre de los metales y aleaciones que el hombre descubre y comienza a utilizar: cobre, bronce y, finalmente, hierro. Llegados a este punto, en los inicios del primer milenio antes de Cristo, entramos ya en el periodo histórico que será objeto de estudio en el siguiente capítulo. Ahora, siguiendo los pasos que hemos expuesto, vamos a adentrarnos en estos primeros estadios de la vida del hombre en la Tierra y a contemplar sus manifestaciones artísticas más tempranas.
Hagamos un esfuerzo de imaginación y situémonos en el año 12500 antes de Cristo. Estamos en el Paleolítico Superior y, dentro de este, en su último subperiodo, el llamado magdaleniense. La climatología es muy dura. El hombre vive en cuevas. Su único medio de subsistencia es la caza y, a veces, los frutos que la naturaleza le ofrece. Por ello, todo su esfuerzo ha de centrarse en lograr que aquella sea fructífera. Para conseguirlo no solo se servirá de sus armas rudimentarias, sino que, además, pedirá la ayuda mágica de sus, para nosotros, desconocidas divinidades. Y es en esta petición tan especial donde se nos muestra el genio creador de nuestros antepasados cazadores.
Las cuevas en las que habitan son muy profundas, con espacios recónditos a los que es difícil acceder, y en los que aún es más difícil vivir, dado el alto grado de humedad y la falta de iluminación natural. Pues es aquí, en estos lugares prácticamente inaccesibles, donde el hombre paleolítico encuentra el sitio adecuado para comunicarse con sus dioses y pedirles ayuda para la caza. Con unas técnicas que aún hoy no nos son del todo conocidas, estos primitivos pintores nos han legado una serie de representaciones animalísticas que cautivan por su realismo, su color y su vitalidad.
El espacio geográfico en el que se localiza la pintura paleolítica en España estaba limitado hasta hace pocos años a la cornisa cantábrica, pero en los últimos tiempos se han encontrado yacimientos en otros lugares de la Península Ibérica que amplían considerablemente su área de difusión. No obstante, ninguno supera en calidad al que desde su descubrimiento en el año 1879 ha sido considerado como la “Capilla Sixtina del arte paleolítico”, tanto por suextraordinaria calidad técnica como por su casi perfecto estado de conservación. Se trata de la gran sala de los policromos de la cueva de Altamira, situada cerca de Santillana del Mar, en Cantabria. Su techo, de superficie rugosa, está cubierto por un gran número de figuras animales, entre las que destacan, por su abundancia y por la variedad de sus posturas, los bisontes. También podemos observar algunos ciervos y caballos salvajes.
2. Cueva de Altamira.
Visión de conjunto de la sala de los policromos.
Réplica en los jardines del Museo Arqueológico Nacional de Madrid.
Hacia el año 12500 a. C.
Santillana del Mar (Cantabria).
3. Cueva de Altamira.
Bisonte policromado.
Hacia el año 12500 a. C.
Santillana del Mar (Cantabria).
Analizando el conjunto y los detalles, hay varios aspectos que nos llaman la atención. En primer lugar, sus colores: negros, ocres y amarillos. También, su desorden: los animales, de diferentes escalas* y en distintas perspectivas, se yuxtaponen sin relacionarse, como si cada uno de ellos hubiese sido pintado en un momento distinto, sin ninguna intención de formar un grupo homogéneo. No menos llamativo es su acentuado naturalismo*; el pintor ha querido que la imagen del animal sea lo más parecida posible al modelo real y, para ello, además de captar sus rasgos y colorido le ha dado volumen físico, aprovechando los salientes naturales de la roca, creando así la sensación de un relieve policromado. Todo parece indicar que este deseo de realismo está en íntima relacióncon la finalidad de estas representaciones: propiciar una buena caza. Todo ello se basa en el sentido mágico-religioso del hombre primitivo, para quien la captura sería más fácil cuanto más fiel fuese la imagen del animal.
Además de la pintura, existen otras manifestaciones artísticas que, aunque no llegan a un grado tan alto de perfección técnica, nos hablan sobre otra de las grandes preocupaciones del hombre paleolítico: la conservación de la especie. También en este fenómeno debían de observar algo sobrenatural y misterioso. De ahí que, en relieves y esculturillas, representasen figuras femeninas, consideradas hoy como diosas de la fecundidad, en las que exageraban al máximo las partes del cuerpo relacionadas con la procreación, dejando el resto en un plano secundario. Hasta el momento no ha sido hallado ningún ejemplar en España, pero hay que pensar que existirían y que serían semejantes en lo esencial a la célebre Venus de Willendorf del Museo Histórico de Viena.
Hacia el año 10000 antes de Cristo se producen importantes cambios climáticos que dan lugar a nuevos hábitats en los que el hombre dispone de un mayor número de productos ofrecidos por la naturaleza. Entramos así en el Mesolítico, periodo que finalizará con la llegada del Neolítico, en el sexto milenio.
Sin que se abandonen totalmente las cuevas paleolíticas, el lugar más habitual usado como vivienda serán los abrigos, cavidades poco profundas al aire libre, que protegen a sus moradores de las inclemencias climatológicas. En sus paredes aparecen nuevas representaciones pictóricas que se diferencian notablemente de las que hemos visto en la época anterior, tanto por su temática como por su técnica. Son monocromas y en ellas se nos muestran escenas perfectamente conjuntadas que narran aspectos de la vida cotidiana: luchas de guerreros, danzas rituales, escenas de caza, de recolección, etc. La figura humana, tanto masculina como femenina, es ahora fundamental, tendiendo a un cierto esquematismo* y estilización*, unidos al deseo de representar el movimiento.
El área de difusión en España se extiende, sobre todo, por la zona de Levante. Existen numerosos conjuntos representativos, pero entre todos ellos destacamos esta escena de caza de La Valltorta (Castellón), en la que son manifiestas las características antes señaladas: un solo color, presencia humana, escena perfectamente organizada, sentido narrativo, dinamismo y movimiento, estilización, etc.
4. Cueva de los caballos.
Escena de caza de ciervos.
Cuarto milenio a. C.
Calco en el Museo de Prehistoria de Valencia.
La Valltorta (Castellón).
5. Dolmen.
Dombate (La Coruña).
Respecto a nuestro ámbito cultural, el periodo Neolítico se inicia en la zona de Mesopotamia en el sexto milenio antes de Cristo. El desarrollo de la agricultura y la ganadería hace que se pueda hablar de una verdadera revolución, que introduce cambios sustanciales en el devenir de la vida humana. El hombre se hace sedentario y, como consecuencia de ello, aparecen los primeros ejemplos de arquitectura; en esta época se produce también la invención de la cerámica. Igualmente, por intereses agrícolas y quizá también religiosos, el hombre empieza a necesitar conocer el movimiento de los astros y los ciclos climatológicos. Con tal fin levanta monumentos megalíticos que le sirven de punto de referencia y observación. Unos son muy simples, como el menhir, una gran piedra aislada colocada verticalmente. Los hay más complejos, compuestos por grandes bloques pétreos ordenados en líneas (alineamientos), o bien formando círculos concéntricos de gran diámetro, como el célebre crómlech de Stonehenge, en Inglaterra.
El hombre del Neolítico sigue practicando la pintura, pero esta se aleja cada vez más de la realidad visual, tendiendo a una abstracción* simbólica. Surgen así los llamados ideogramas, signos que encierran un significado que, en muchos casos, sigue siendo motivo de discusión.
Hemos hablado en las líneas anteriores de la arquitectura megalítica, constituida por grandes bloques de piedra. A propósito reservamos para el final la tipología que más desarrollo tuvo en nuestro territorio, la funeraria, en concreto el dolmen, una tumba formada por varias piedras verticales cubiertas por otra horizontal que conforman la cámara sepulcral. El ejemplo que vemos en la fotografía anterior nos muestra la estructura interna, que más tarde se cubría con tierra, formando un túmulo, el cual, pasado el tiempo y por la acción de la vegetación naciente, tomaba el aspecto de una colina natural, logrando así integrarse en el paisaje y pasar desapercibido.
Este tipo de estructura nace a finales del Neolítico (tercer milenio antes de Cristo) y se desarrollará fundamentalmente en la Edad del Cobre, evolucionando hacia otro tipo más complejo, la tumba de corredor, en la cual el acceso a la cámara se realiza a través de un pasillo o corredor formado también por piedras de gran peso y volumen.
La industria metalúrgica del cobre entra en España por la costa mediterránea (cultura de los Millares, en Almería), coincidiendo con las últimas manifestaciones neolíticas.
6. Vaso campaniforme.
Segundo milenio a. C.
Museo Arqueológico Nacional, Madrid.
Dentro del capítulo arquitectónico, ya hemos indicado cómo el megalitismo alcanza en estos momentos su máximo desarrollo.
La cerámica, partiendo de los modelos neolíticos, va evolucionando hacia formas cada vez más sofisticadas y elegantes, destacando entre todas el llamado vaso campaniforme, decorado con motivos geométricos inspirados en labores de cestería, que desde España se extiende por toda Europa.
A comienzos del segundo milenio se descubre el bronce, aleación formada por cobre y estaño que presenta un grado muy alto de resistencia y que va a permitir el nacimiento de una incipiente industria metalúrgica, mejorando sustancialmente y de forma progresiva las técnicas de fundición.
En el ámbito urbanístico se puede hablar de una verdadera revolución, que tiene en la cultura de El Argar, también en Almería, sus principales manifestaciones. En relación con esta cultura argárica surgen en las islas Baleares unas estructuras arquitectónicas de características muy singulares que están claramente vinculadas con otras del área mediterránea. Cada una de ellas tiene sus propios rasgos y fines. Las navetas*, en forma de tronco de pirámide y muy semejantes exteriormente a las mastabas egipcias, son tumbas colectivas. Los talayots son torres defensivas dentro de recintos fortificados. Y finalmente las taulas, constituidas por dos bloques pétreos en forma de “T”, poseen un sentido ritual, ya que eran altares donde se presentaban las ofrendas a las diferentes divinidades.
Coincidiendo cronológicamente con el desarrollo del Bronce llega a la Península la primera oleada de colonizadores extranjeros, los fenicios, a los que seguirán otros a lo largo del primer milenio antes de Cristo. Aparecerá la metalurgia del hierro y asistiremos al nacimiento de nuevas culturas, fruto de la simbiosis entre lo autóctono y lo foráneo.
RESUMEN
El periodo prehistórico abarca desde los inicios de la vida del hombre en la Tierra hasta que aparecen los primeros testimonios escritos. Se divide en dos grandes edades:
Edad de Piedra:
Edad de los Metales:
El descubrimiento de los metales y de sus aleaciones significa un gran avance en todos los campos de la actividad humana. En el plano artístico cabe destacar las construcciones megalíticas de las islas Baleares (navetas, taulas, talayots), la cerámica campaniforme y la incipiente formación de núcleos urbanos. Se divide en tres edades:
En el ámbito peninsular podemos decir que el fin de la Prehistoria y el inicio de la Antigüedad tienen lugar con el último desarrollo de la metalurgia y la llegada por diferentes vías de los distintos pueblos que van a asentarse en nuestro territorio (fenicios, celtas, griegos, cartagineses y romanos), aportando nuevos factores étnicos y culturales que constituirán las bases sobre las que se desarrollará la futura historia de España.
Veremos cómo las aportaciones de cada uno de estos pueblos colonizadores son de importancia e intensidad variables según las regiones y también según su propio nivel cultural. Así, el área mediterránea, por influencia griega fundamentalmente, creará un arte más refinado y culto (el arte ibérico), que el que nace en las restantes zonas peninsulares, que están inmersas en otro tipo de ambiente sociocultural.
Todo este fenómeno de las colonizaciones se desarrolla, en general, dentro del primer milenio antes de Cristo, y en él se engloba el proceso último de romanización que, iniciado hacia el siglo II antes de Cristo, se mantendrá vivo durante varios siglos. Los romanos conquistan militarmente la Península y España queda integrada dentro de su ámbito político y cultural. Así, podemos hablar con toda propiedad de “arte hispano-romano”, cuyo desarrollo es paralelo a las vicisitudes políticas de Roma. Cuando desaparece el Imperio romano de Occidente, la producción artística sufre un parón casi total, aunque su influencia seguirá vigente durante décadas en el arte de los pueblos germánicos que se han establecido en las diferentes provincias. Tal es el caso de los visigodos en España.
La desaparición del Imperio romano de Occidente en el siglo V (no olvidemos que la caída de Roma tiene lugar en el año 476) significa el fin de la Antigüedad, y el nacimiento de una nueva época, la Edad Media, que en España será particularmente importante, tanto por el sentido de unidad nacional que surge en el reino visigodo como por la posterior llegada de los pueblos musulmanes, cuyas aportaciones novedosas en todos los campos de la cultura singularizarán el arte peninsular en los siglos medievales.
7. Asclepio.
Copia del original del Museo Arqueológico de Barcelona.
Siglo IV a. C.
Ampurias (Gerona).
PARA COMPRENDER CORRECTAMENTE EL FENÓMENO DE LAS COLONIZACIONES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA, ES NECESARIO ENMARCAR ESTE FENÓMENO DENTRO DE LA SITUACIÓN GENERAL DE LOS DISTINTOS PUEBLOS QUE HABITABAN LAS ORILLAS DEL MAR MEDITERRÁNEO EN AQUELLA ÉPOCA.
Los pueblos orientales habían alcanzado un mayor grado de desarrollo, pero para mantener esa situación carecían de materias primas, que sí eran abundantes en las regiones más occidentales, lo que dio origen al fenómeno de las colonizaciones.
En España, y concretamente en el valle del Bajo Guadalquivir, existía un estado llamado Tartessos, rico en recursos propios de cobre, plata y plomo. Además, dominaba las rutas marítimas del norte (Islas Británicas) y del sur (África), de donde obtenía el estaño y el oro, respectivamente. Esta riqueza lo convertiría en centro de atracción de los pueblos colonizadores, de cuya mano la Península entraría poco a poco en la historia.
Los fenicios fueron un pueblo eminentemente comercial y marítimo. Recorrieron el Mediterráneo y llegaron a España hacia el año 1100 antes de Cristo buscando los intercambios con Tartessos. Fundaron ciudades-factorías a lo largo de las costas levantinas y andaluzas, de las cuales la más importante fue Cádiz, precisamente por su proximidad al área tartesia. No pretendían ninguna conquista territorial, por lo que su influencia cultural resultó muy limitada geográficamente.
Además de las ciudades de la costa española, fundaron otras en el norte de África. La más importante de todas ellas fue Cartago (siglo IX antes de Cristo), que siglos más tarde asumirá el dominio comercial del Mediterráneo.
Los momentos más importantes de su colonización corresponden a los siglos VIII y VII antes de Cristo, coincidiendo con el inicio de la colonización griega. En el año 573 antes de Cristo, Tiro, ciudad fenicia de la que procedía la mayor parte de los venidos a España, cayó en poder de Nabucodonosor; los griegos aprovecharon este momento de cierto declive para intensificar sus relaciones comerciales con España, al mismo tiempo que los cartagineses comenzaban a controlar las colonias fundadas por sus antepasados.
8. Sarcófago antropomórfico femenino.
Finales del siglo V a. C.
Museo de Cádiz.
En el aspecto artístico tenemos que hablar de los hallazgos realizados en sus necrópolis. Los más importantes son dos sarcófagos* antropomórficos (masculino y femenino) labrados en piedra y que se conservan en el Museo de Cádiz. El rostro del difunto está tallado con gran realismo, mientras que del resto del cuerpo solo aparecen en un relieve muy bajo los dos brazos y ambos pies. Lo más destacable es que en esta obra son evidentes las influencias remotas del arte egipcio y las más próximas del arcaísmo griego.
Sabemos que hubo grupos de rodios* que llegaron a la Península en los siglos IX y VIII antes de Cristo, pero el contingente más importante fue el de los griegos focenses*, que lo hicieron a partir del siglo VIII. Su propósito era estrictamente económico y comercial, siempre en relación con Tartessos. Al igual que los fenicios, fundaron ciudades-factorías en la costa, de las cuales la más importante fue Ampurias (Gerona), erigida hacia el año 600.
Fueron los griegos los que llamaron “iberos*” a los habitantes de los territorios que ellos colonizaron y, por extensión, llamaron Iberia a toda la Península, aunque no llegaron a conocerla completamente.
Este nombre hará fortuna, y así serán denominados la cultura y el arte nacidos de la fusión de las formas griegas y las autóctonas.
Los griegos sufrieron una gran derrota militar ante los cartagineses (sus competidores) en el año 535, en Alalia (Córcega). Esto determinó que gran parte de su comercio con Tartessos pasara a manos de los vencedores, que durante siglos serían los dueños del Mediterráneo.
El arte griego en España no resulta tan importante por los restos conservados (esculturas en bronce y piedra, cerámica, etc.), como por la influencia que ejerció en su área de difusión, fruto de la cual nacerá el arte ibérico.
Los habitantes de esta antigua colonia fenicia del norte de África fueron poco a poco sustituyendo a sus predecesores y también a los griegos en el comercio del Mediterráneo. A mediados del siglo VII antes de Cristo fundaron Ibiza, y durante el siglo IV lograron consolidar su predominio.
En este punto se encuentran enfrente a la otra gran potencia que está naciendo: Roma. Ambos contendientes dirimirán sus diferencias en las llamadas guerras púnicas, que darán como resultado final la victoria y consolidación romana y la desaparición del imperio cartaginés.
La casi totalidad del territorio español había sido conquistado por los cartagineses, y fue el trampolín utilizado por Aníbal en la segunda guerra púnica para lanzarse a la conquista de Roma. Casi a sus puertas, en Capua, Aníbal se detiene a invernar, momento que aprovechan los romanos para contraatacarles en su propio territorio, primero en España (desembarco de Pneo Escipión en Ampurias en el año 218) y más tarde en Cartago (202 antes de Cristo). Así, de este modo tan indirecto comienza nuestra primera relación con Roma, en cuya órbita cultural nos integraremos siglos después.
El arte cartaginés es heredero del fenicio (a veces se utiliza el término “arte púnico” para designar a ambos), y su importancia radica en ser transmisor de influencias orientales que van a tener su reflejo en el arte peninsular. Hay que destacar el gran número de estatuillas en terracota*, que representan en su mayoría a la diosa Tanit, y otros objetos decorativos encontrados en Puig des Molins (Ibiza), que hoy se hallan depositados en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.
Hasta ahora hemos hablado de pueblos mediterráneos que llegaron a España para ir estableciéndose en Andalucía y todo el litoral oriental, dando lugar a la cultura ibérica. Hay otro grupo humano de origen centroeuropeo, los celtas, que entró por el norte y se extendió por el resto del territorio, creando una cultura muy diferente y menos desarrollada artísticamente que la anterior. No eran comerciantes, sino agricultores y ganaderos nómadas que comenzaron a llegar en diferentes oleadas a partir del siglo VIII antes de Cristo a través de los Pirineos. En el siglo VI introdujeron la cultura del Hierro en las zonas por ellos ocupadas, y sus aportaciones se mantuvieron incluso en época romana. En amplias áreas del centro peninsular se fundieron con núcleos ibéricos, creando así la cultura y el arte celtibéricos.
9. Castro de Santa Tecla.
La Guardia, Pontevedra.
A la hora de hablar de manifestaciones artísticas hay que tener en cuenta que los celtas eran un pueblo nómada, con las limitaciones que ello conlleva: no utilizaban casas ni tampoco tallaban esculturas, ya que no las podían transportar. Aplicaron todo su saber y habilidad a la elaboración y fabricación de objetos de pequeño volumen y gran valor material. Fueron maestros en el arte de la orfebrería*, y de sus talleres nacieron joyas de los más diversos y elegantes diseños. Una muestra de su refinada técnica es el Tesoro de Ribadeo.
Una vez establecidos en España, construyeron sus poblados en lo alto de las colinas, rodeados por un recinto defensivo y con casas de planta* circular. Los muros de estas eran de piedra y adobe*, y sus cubiertas estaban hechas con ramaje. Estos hábitats se denominan castros, y cuando son de grandes dimensiones reciben el nombre de citanias.
El castro de Santa Tecla (Pontevedra), que vemos en la fotografía de la página anterior, ha sido reconstruido en parte, lo que nos da una idea de cómo era. No obstante, todavía subsisten hoy en algunas zonas de Galicia y León viviendas muy semejantes, las pallozas, que mantienen vivo el espíritu y la cultura de aquella época.
El arte ibérico surge como resultado de la fusión entre las influencias artísticas mediterráneas, fundamentalmente la griega arcaica, y las diferentes culturas autóctonas que existían en la España mediterránea y en Andalucía. Cronológicamente se extiende entre los siglos sexto y primero antes de Cristo, y alcanzó su momento de máximo esplendor en el siglo IV.
En arquitectura, como herencia de los griegos, siguieron el sistema adintelado*. Raramente utilizan los arcos y las bóvedas*, y cuando estos aparecen son falsos, conseguidos por aproximación de hiladas*. Sus ciudades estaban fuertemente amuralladas, a veces incluso con más de un recinto fortificado. Practicaban el rito de la incineración de los cadáveres y en esta cultura eran frecuentes los “santuarios”, que, más que templos, eran depósitos de exvotos*, en su mayoría de bronce, dedicados a los dioses.
Pero es en la escultura monumental en piedra donde encontramos las obras maestras de este periodo. De entre todas sobresalen “las tres Damas”, muy distintas entre ellas y siempre pletóricas de belleza y misterio. La Dama de Elche y la Dama de Baza tienen un carácter funerario (en sus cuerpos existe un hueco, dorsal en un caso y lateral en el otro, no visibles en las fotografías, que servía para depositar las cenizas del difunto), mientras que la Dama oferente posee un sentido claramente ritual. Esta última avanza rígida y majestuosa, portando en sus manos el vaso de las ofrendas. Los pliegues de sus vestiduras acusan un fuerte geometrismo, que se repite en el modelado de su rostro inexpresivo, al igual que en el tocado y las trenzas que recogen su cabello.
La Dama de Elche no es una figura completa como la anterior. Se trata, en este caso, de un busto* femenino que cubre su cabeza con un tocado originalísimo. Tres diademas de piedras preciosas adornan su frente, y dos ruedas, plagadas también de pedrería, enmarcan su bello y enigmático rostro. Su mirada es al mismo tiempo distante y penetrante. No hay expresión, pero sí introspección. Tres ricos collares y pendientes de múltiples colgantes completan su repertorio ornamental. Los pliegues de su manto siguen siendo antinaturalistas. En su momento, toda la figura estuvo recubierta de vivos colores, que han desaparecido debido al paso del tiempo. Solo el rojo de sus finos labios queda hoy como recuerdo de su policromía original.
La Dama de Baza representa una figura femenina sentada en un trono de ancho respaldo y patas que terminan en garras. Está ricamente vestida y muestra una actitud expectante. Conserva gran parte de su policromía (rojos, azules y blancos) y tanto las joyas que la adornan como el tocado revelan un parentesco estilístico con la de Elche, aunque esta Dama no tiene las dos ruedas ornamentales que enmarcan el rostro de la de Elche. El tratamiento de los pliegues es más natural, pero su rostro presenta rasgos menos elegantes. Cuando esta escultura fue descubierta, junto a ella se encontraron también diversas vasijas de cerámica, armas y otros objetos, que seguramente debían de formar parte del ajuar funerario del difunto. Así la podemos ver en la fotografía, que nos la muestra tal y como hoy se expone en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.
10. Dama de Elche.
Piedra caliza policromada.
Siglo V a. C.
Museo Arqueológico Nacional, Madrid.
Existe también otro tipo de escultura de animales con las mismas características de geometrismo y rigidez que hemos observado anteriormente. Algunas nos muestran seres híbridos (mezcla de dos o más animales distintos), como la Bicha de Balazote, que tiene el cuerpo de un cuadrúpedo, una larga cola y cabeza más o menos humana. Resulta curioso comparar el rostro de este animal fantástico con los que vemos en la fuente del Patio de los Leones de la Alhambra de Granada. A pesar de que se realizaron con muchos siglos de diferencia, las semejanzas son evidentes.
11. Dama de Baza.
Piedra caliza policromada.
Siglo IV a. C.
Museo Arqueológico Nacional, Madrid.
12. Dama oferente.
Piedra caliza policromada.
Siglo IV a. C.
Museo Arqueológico Nacional, Madrid.
El pueblo ibero fue también experto en otras artes que hoy llamamos menores, como son la cerámica, la orfebrería y la metalurgia. Dentro de este último campo hay que destacar la producción, ya en hierro, de armas muy diversas, entre las que destaca por su forma originalísima y por los detalles decorativos que realzan su empuñadura la falcata, arma de la cual se guardan ejemplos muy representativos en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.
El arte celtibérico participa de las dos grandes corrientes culturales, la celta y la mediterránea, que confluyeron en la Península Ibérica. Territorialmente se localiza en ambas mesetas y su manifestación artística más importante y original son los llamados verracos. Se trata de esculturas zoomórficas que están poco talladas (no se puede saber con certeza qué tipo de animal representan), que han sido halladas en el campo, aisladas o en grupos, y cuya finalidad parece ser la de proteger a los diferentes animales domésticos que eran la base económica de aquellos pueblos eminentemente ganaderos. Se conservan abundantes ejemplos por toda la zona castellano leonesa, pero la muestra más importante es el conjunto de los Toros de Guisando, que podemos ver en la fotografía de la página siguiente.
13. Toros de Guisando.
El Tiemblo (Ávila).
RESUMEN
A lo largo del primer milenio antes de Cristo, llega a la Península una serie de pueblos cuya aportación técnica y cultural produciría un desarrollo importante de los pueblos autóctonos. Fruto de la fusión entre las diferentes culturas aparecen otras, cuyas manifestaciones artísticas alcanzaron un alto nivel.
Los fenicios fundaron ciudades en la costa mediterránea, entre las cuales destaca Cádiz. Son importantes sus necrópolis, en las que se ha encontrado, además de otros objetos, algunos sarcófagos antropomórficos emparentados con el mundo egipcio.
Los griegos aportaron su gran bagaje artístico y, más que en las escasas obras que nos han legado, su importancia radica en ser precursores del arte ibérico.
Los cartagineses conquistaron militarmente la mayor parte de la Península en el siglo IV antes de Cristo; posteriormente su imperio fue destruido por Roma tras las guerras púnicas. Transmitieron al arte peninsular influencias orientales, que pervivirían hasta la invasión romana.
Los celtas se instalaron en el norte y oeste de la Península. Construyeron poblados fortificados, llamados castros, y eran muy hábiles en la orfebrería.
La cultura ibérica se desarrolló entre los siglos VI y I antes de Cristo, y su mayor expresión artística la constituyen las esculturas monumentales en piedra, entre las que destacan la Dama de Elche, la Dama de Baza y la Dama oferente.
El arte celtibérico nace de la fusión de las culturas ibera y celta, y se halla localizado en ambas mesetas. Una muestra de este arte son los verracos o toros, cuyo ejemplo más importante es el grupo de los Toros de Guisando (Ávila).
14. Acueducto de Segovia.
Siglo I d. C.
Segovia.
EL VALOR ESTRATÉGICO Y LA ABUNDANCIA EN RECURSOS NATURALES Y HUMANOS DE LA PENÍNSULA IBÉRICA LLEVARON A ROMA A EMPRENDER SU CONQUISTA MILITAR. FUE UNA EMPRESA QUE DURÓ CASI 200 AÑOS, DEBIDO TANTO A LA RESISTENCIA DE LOS PUEBLOS DEL INTERIOR Y DEL NORTE COMO A LAS AVENTURAS MILITARES EN LAS QUE AL MISMO TIEMPO ESTABA EMBARCADA ROMA.
La fecha que marca el inicio de la intervención militar de Roma en España es el año 218 antes de Cristo, cuando Pneo Escipión desembarcó en Ampurias, durante el desarrollo de la segunda guerra púnica. Casi 200 años después, el propio emperador Augusto termina con las últimas resistencias de los pueblos cántabros.
Una vez finalizada la conquista militar, podemos hablar de una nueva conquista, la cultural, gracias a la cual los pueblos de la Península asimilan todas las expresiones del espíritu latino.
La influencia romana no se limitó solo al arte, sino que se extendió a muchos otros ámbitos, tales como la lengua, el derecho, las instituciones, la administración, el desarrollo urbano, etc. No obstante, y a pesar de esta colonización cultural, no desaparecen por completo nuestras raíces anteriores, que van a proporcionar matices diferenciadores a todas las manifestaciones artísticas que se desarrollarán en nuestro territorio. Por eso no hablamos de “arte romano” a secas, sino de “arte hispano-romano”.
No debemos olvidar tampoco que, poco después de la conquista de España, en otro lugar del Imperio nace una nueva religión, el cristianismo, que será el hilo conductor de la mayoría de las manifestaciones artísticas, en España y en el resto de Occidente. Aunque el cristianismo estuvo prohibido hasta el año 313, desde hacía ya mucho tiempo había calado en el pueblo llano y en otros estamentos de Roma. Surge un nuevo arte impregnado de otra religiosidad y con unos contenidos y simbologías novedosas. Es el arte paleocristiano, del cual haremos mención especial al final de este capítulo.
Utilizando un lenguaje coloquial se podría decir que los romanos son, desde una perspectiva puramente artística, nuestros padres. Pero, al mismo tiempo, ellos son herederos directos del arte griego, del que toman casi todas sus creaciones. En lo que los griegos veían únicamente belleza, los romanos ven belleza y, además, utilidad. De ahí que una parte muy importante de sus manifestaciones artísticas tenga un sentido eminentemente práctico y sea, igualmente, reflejo del omnipresente poder del emperador.
En el arte romano en general, y la Hispania romana no es una excepción, no se puede hablar de una evolución estilística, salvo en las artes figurativas, en las que, más que de un cambio de estilo, habría que hablar de un cambio de moda. Los personajes renuevan su peinado o sus ropajes y, como mucho, su actitud ante el espectador, próxima en unos casos, lejana en otros. Apenas se pueden señalar más variantes. En arquitectura existe una tipología que se va a mantener intacta a lo largo y ancho de todo el Imperio, salvo pequeñas variantes debidas a la peculiar idiosincrasia de las distintas regiones que lo componen. Pero, como se puede comprobar, estas son mínimas: un templo, una basílica, un teatro, un foro, etc., tienen la misma estructura tanto en Italia como en Francia, el norte de África o Hispania. Existen unos modelos perfectamente definidos y estos se repiten por todo el ámbito imperial. Por ello, nuestro estudio se centrará en unos ejemplos definitorios de cada uno de los campos artísticos que cultivaron nuestros antepasados hispano-romanos.
ARQUITECTURA
La arquitectura tiene un sentido eminentemente práctico y, al mismo tiempo propagandístico. Las obras públicas van a ser el reflejo del poder estatal. Los arquitectos e ingenieros de la época crearon monumentos tan grandiosos y resistentes que todavía a finales del siglo XX pueden ser utilizados. Vamos a ver qué materiales utilizaron y los elementos técnicos que hicieron posible su solidez y consistencia.
Respecto al primer punto, la piedra perfectamente tallada (sillería*) fue el elemento fundamental usado en los muros y soportes, si bien hay que tener en cuenta que el interior de estos estaba relleno de hormigón* y argamasa*. Esto lo podemos apreciar muy claramente al ver las ruinas de cualquier monumento. La piedra exterior ha sido arrancada para ser reutilizada y solo quedan en su lugar original los bloques de hormigón, de difícil aprovechamiento para otros usos. También se usaba el ladrillo, sobre todo para la construcción de bóvedas* y cúpulas*, debido a su ligereza. En algunos casos, sobre todo en muros de cerramiento, fue utilizada la mampostería*.
Al hablar de los aspectos técnicos o, si lo preferimos, artísticos, hay que insistir de nuevo en la herencia griega, sobre todo en lo que se refiere a los órdenes* arquitectónicos utilizados como soporte de los sistemas de cubrición o como elementos distribuidores del espacio. Los romanos utilizarán los órdenes griegos (jónico, corintio y compuesto) y también el toscano, que es muy semejante al dórico, diferenciado de este tan solo por algunas ligeras variantes.
Antes de seguir adelante conviene que hablemos, aunque sea sucintamente, de las características fundamentales de la arquitectura griega. Lo primero y esencial: en los edificios griegos solo existen dos líneas de fuerza, una horizontal, el entablamento* (compuesto por arquitrabe*, friso* y cornisa*), y otra vertical, que recibe y transmite hacia la base el peso de la primera. Esta función la realizan los diferentes tipos de soportes, de los que el más utilizado es la columna, la cual, a su vez, consta de basa*, fuste* y capitel*. Es precisamente el capitel el elemento más relevante a la hora de distinguir los distintos estilos, ya que cada una de las partes que lo conforman presentan rasgos muy diferentes en cada uno de ellos. Pues bien, el conjunto formado por estos dos elementos, entablamento y columna, es lo que constituye un orden. Teniendo en cuenta que existen diferentes tipos de entablamentos y de columnas, tendremos también, en consecuencia, distintos órdenes.
15. Estructura y elementos
de los órdenes arquitectónicos griego y romano.
El más antiguo, y también el más sencillo, es el dórico, que es una copia en piedra de las primitivas construcciones en madera. El jónico es de proporciones más esbeltas y elegantes. Lo más característico del capitel son las dos volutas* que enmarcan el equino*. En el corintio, el elemento definidor es su capitel, ya que el resto de sus partes es prácticamente idéntico al jónico, si bien la riqueza decorativa es mayor. El capitel se caracteriza por presentar dos filas de acanto* de las que nacen los caulículos*, pequeños tallos que se incurvan bajo el ábaco formando volutas angulares.
Ya en el periodo helenístico surge el orden compuesto, en cuyo capitel se funden motivos decorativos del corintio y del jónico. Del primero toma las dos filas de acanto, y del segundo el equino con volutas, ovas y contario.
En la cubrición de los edificios se sigue empleando el sistema adintelado* de los griegos, si bien los romanos introducen las bóvedas de diferentes tipologías, y las cúpulas, algunas de ellas de proporciones colosales, como la del Panteón de Roma. Asimismo, los arcos, solos o formando arquerías, o también combinados con dinteles*, serán otro de los elementos esenciales del paisaje arquitectónico.
Como soporte fundamental se utiliza la columna con capitel en sus diferentes variantes. Pero en las grandes obras de ingeniería (puentes, acueductos, etc.) será el pilar*, de sección cuadrada o rectangular, el que asuma esta función. Las pilastras*, que no son otra cosa que pilares de muy poco grosor, no tienen función de soporte y su uso es esencialmente decorativo.
OBRAS DE INFRAESTRUCTURA