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Zapata Giraldo, Juan Gonzalo

    Reforma radical en el estado de Santander, 1850-1885 / Juan Gonzalo Zapata Giraldo. – Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2015.

 

   xvi, 364 páginas.

   Incluye referencias bibliográficas

 

   ISBN:  978-958-738-703-2  (impreso)

   ISBN:  978-958-738-704-9  (digital)

 

   Radicalismo -- Colombia -- Siglo XIX / Colombia -- Política y gobierno -- Siglo XIX / Colombia -- Historia constitucional / I. Universidad del Rosario. Unidad de Patrimonio Cultural e Histórico  / II. Título / III. Serie.

 

320.9861         SCDD 20

Catalogación en la fuente – Universidad del Rosario. Biblioteca

 

 

jda noviembre 19 de 2015

 

Reforma radical en
el estado de Santander,

1850-1885

 

 

Juan Gonzalo Zapata Giraldo

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©  Editorial Universidad del Rosario

©  Universidad del Rosario, Unidad de Patrimonio Cultural e Histórico, Escuela de Ciencias Humanas

© Juan Gonzalo Zapata Giraldo

 

 

 

 

 

 

Editorial Universidad del Rosario

Carrera 7 Nº 12B-41, oficina 501 • Teléfono 297 02 00

editorial.urosario.edu.co

 

Primera edición: Bogotá, D. C., enero de 2016

 

ISBN: 978-958-738-703-2 (impreso)

ISBN: 978-958-738-704-9 (digital)

 

Coordinación editorial: Editorial Universidad del Rosario

Corrección de estilo: Rodrigo Díaz Lozada

Montaje de cubierta y diagramación:
William Yesid Naizaque Ospina

Desarrollo ePub: Lápiz Blanco S.A.S

 

Impreso y hecho en Colombia
Printed and made in Colombia

 

Fecha de evaluación: 2 de junio de 2015

Fecha de aprobación: 16 de septiembre de 2015

 

Todos los derechos reservados. Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso previo por escrito de la Editorial Universidad del Rosario.

Agradecimientos

 

 

 

 

Escribir una tesis de doctorado es un reto mayor, pues —por lo menos para mí— requirió salir de baches desde los cuales la meta se me antojaba cada vez más lejana. Compararla con el esfuerzo de un atleta olímpico puede ser acertado; definitivamente, no es una carrera de velocidad y es, más bien, de resistencia y habilidad. Guarda gran similitud con lo que hace un atleta y, tal vez, el triatlón puede ser lo más preciso: hay que nadar con gran dificultad al comienzo y pedalear cuando por fin aparece en la mente un plano general del trabajo y se toma conciencia del gran esfuerzo que se precisa para terminar. Finalmente, hay que trotar con buen ritmo con la certeza de que se sabe que gran parte de lo más duro ya pasó y que se necesita constancia para no dejar de ir para adelante. Aunque se sabe que es una carrera individual, muchos ayudaron y eso hay que agradecerlo.

En las tres fases de mi tesis, muchos amigos y conocidos aportaron su granito de arena o me dieron la justa y necesaria palmada en la espalda. Con seguridad, muchos quedarán por fuera de estas líneas; no obstante, nombrar a algunos es un justo reconocimiento. Comienzo por mi papá, quien de vez en cuando me recordaba o preguntaba por la tesis y se puso muy contento cuando la defendí. No pudo acompañarme ese día, aun cuando no fue por falta de ganas. Helena Wiesner, mi mujer, me ayudó en algún momento con la revisión de estilo de algunos capítulos, pero además era la que reconocía mis esfuerzos en horas no laborales para adelantar el trabajo. Juan Fernando Múnera me prestó algunos libros de su biblioteca, mi hermana Adriana me mandó a Buenos Aires varios materiales en la fase inicial, cuando aprendía a nadar. Mariana Serrano me puso a disposición gran parte de la biblioteca familiar y me regaló dos cajas de libros, todos ellos sobre el siglo XIX. Con esto tuve material de trabajo para mucho rato e, incluso, conseguí libros que no están ni en las bibliotecas públicas. Enrique López me prestó el libro de Fréderic Martínez y tuvimos amenas conversaciones sobre cómo entender el periodo radical colombiano.

En Bucaramanga, la gente de la Universidad Industrial de Santander (UIS) y los encargados del Archivo Regional de Historia fueron más que generosos: me dedicaron tiempo y me orientaron en su manejo. Es un archivo muy organizado y eso facilita el trabajo del investigador. Tienen igualmente una serie muy amplia de tesis de historia que trabajan el siglo XIX en Santander y su lectura fue muy útil para aprender y entender que una misma época se puede y debe ver desde diferentes lentes. El profesor Armando Martínez Garnica es el directo responsable de las bondades que se tienen al trabajar en la UIS. Además, me dedicó mucho tiempo y fue muy generoso con sus archivos, los cuales me ofreció sin reparo alguno. Incluso me invitó a participar en un seminario-taller donde se celebraron los 150 años de la creación del estado de Santander. En este presenté una ponencia sobre Manuel Murillo Toro y tuve la oportunidad de conocer y departir con los principales historiadores que trabajan el siglo XIX en Colombia. Adriano Guerra, alumno de historia egresado de esta universidad, también fue muy amable y me orientó, pues sabía moverse con gran facilidad en los archivos y fondos. Durante un rato mantuvimos contacto por correo electrónico y le hice consultas puntuales. A través del profesor Martínez conocí a Diana Hernández, historiadora de la UIS, quien igualmente me ayudó con la recopilación y el ordenamiento de la información primaria de los informes de los presidentes y secretarios del estado de Santander; pero, más importante aún, de la Gaceta de Santander, una fuente invaluable para mi trabajo. De este mar de información logramos rescatar documentos muy valiosos que ratificaban o hacían claridad a mis dudas.

En Bogotá, el profesor Miguel Urrutia me orientó con su conocimiento, y todavía recuerdo cuando me sacó de la duda de cuántos centavos eran un real y de la diferencia del peso con el peso fuerte. El profesor Salomón Kalmanovitz, igualmente, me apoyó con información y me recibió en su oficina varias veces para hablar del tema. La profesora Margarita Garrido, en ese momento en la Universidad de los Andes, me invitó a un curso o taller que dictaba con Fernán González sobre el siglo XIX; también fue quien hizo el primer contacto con Armando Martínez en la UIS. En ese curso conseguí copia de varias tesis que no conocía de profesores norteamericanos sobre Colombia. Más tarde la encontré en la Biblioteca Luis Ángel Arango, cuando trabajé el archivo de documentos raros y curiosos. Mi sobrina Ana Lucía Arbeláez tomó fotos de esos archivos. Luis Enrique Nieto me regaló un libro de comienzos del siglo XX, publicado como homenaje a Murillo Toro por el Congreso de la República y donde hay varias cartas y artículos que no conocía. Más adelante, me promocionó como profesor de Historia Económica de Colombia en la Universidad del Rosario, experiencia valiosa y complementaria al trabajo de tesis. Diana Salazar, economista de la Universidad Nacional de Colombia me ayudó a organizar la información de las finanzas del estado soberano y a ordenar el resto de la información dispersa por temas. Fue muy diligente y eficiente en su trabajo y muchos de los hallazgos fueron fruto de la discusión con ella. Si lo quiere, será una gran investigadora.

No puedo dejar de agradecerle a Gustavo Paz, mi director de tesis. Fue el más paciente de todos y convencido desde el principio de que la tesis saldría adelante. Rápidamente entendió que, por mi trabajo, no disponía de todo el tiempo del que tiene alguien que se mueve en el mundo académico. En el momento justo mandó un par de correos para que no dejara de lado mi investigación. También al profesor Fernando Rocchi, pues con su curso de Historia Política de Argentina me hizo caer en la cuenta de que son apasionantes los primeros años de estas nacientes repúblicas. Finalmente, agradezco a todos los amigos y conocidos en Buenos Aires y Bogotá. El que escribe una tesis se vuelve monotemático y casi aburrido, pues siempre habla de lo mismo y hasta se olvida o pasa de los demás. Esto le sucede igualmente a los que triatlonistas: les encanta hablar de su deporte, pues sienten pasión por este. Los que tienen alguna obsesión saben de qué estoy hablando.

Introducción

 

 

 

 

Con solo 41 años de edad y después de ser candidato a la Presidencia por el Partido Liberal, secretario de Relaciones Exteriores y secretario de Hacienda del Gobierno de José Hilario López (1849-1853), Manuel Murillo Toro se enfrentaba por primera vez desde una región a la puesta en marcha del Gobierno del estado de Santander. A pesar de ser tolimense de nacimiento, su cercanía con varios políticos santandereanos y bogotanos y su natural liderazgo en el interior del grupo radical le permitió ser el primer presidente del recién creado estado de Santander en 1857. Como presidente del estado, fue el encargado de abrir sesiones de la nueva Asamblea Legislativa, el primero en firmar las nuevas leyes y en poner en marcha la nueva administración. Siempre tuvo clara la necesidad de adelantar lo más posible en las reformas políticas, debido a la debilidad política del ala radical del Partido Liberal y a la dura oposición de los conservadores. Sin embargo, las condiciones políticas a finales de 1857 eran sensiblemente mejores para los radicales que las que se dieron en los años anteriores, cuando las reformas radicales tuvieron su primera etapa.

La precariedad de las instalaciones del nuevo Gobierno contrastaba con la gran ambición y los deseos de poner en marcha un nuevo estado federal. La Asamblea, compuesta por 35 diputados, inició sus funciones en la sede del nuevo cabildo pero, por ser pequeña, se cambió posteriormente de local. A este respecto García dice:

 

La Asamblea se trasladó a los pocos días al local de la Escuela de niños, por ofrecer más amplitud que el del Cabildo, dejando éste para las principales oficinas del Gobierno, entre ellas el despacho del ciudadano presidente, que fue la primera pieza que queda en la parte oriental del piso alto. Por todo paramento se puso allí una mesa ordinaria, cubierta con una carpeta de merino verde (que se consideraba lujo), un bulto para escribir, un tintero cualquiera, dos plumeros y tres asientos de vaqueta [...]. El doctor Manuel Murillo, Presidente del Estado, llegó por los mismos días a la capital [...]. Se alojó en la casa del señor Ulpiano Valenzuela, la misma donde últimamente estuvo el Club del Comercio.1

 

La Nueva Granada comenzó a transitar en un modelo federal de Gobierno con la expedición de la Constitución de 1853.2 Esta Constitución permitió la creación de los estados y, rápidamente, entre 1855 y 1857 se crearon ocho: Panamá y Antioquia fueron los primeros y en 1857 se fundó Santander; finalmente, una ley del mismo año creó cinco estados más: Bolívar, Cauca, Magdalena, Cundinamarca y Boyacá. Para los radicales la consolidación del modelo federal era un paso definitivo para que desde las regiones se impulsaran las reformas liberales. Santander era una primera experiencia de Gobierno territorial y los radicales contaban con la experiencia necesaria para ponerlo en marcha. Tenían muy claras las ideas que defenderían y los pasos que debían seguir para hacer un Gobierno reflejo de estas.

Desde el Gobierno de López (1849-1853), Murillo Toro impulsó como secretario de Hacienda la descentralización de rentas, la creación de nuevas provincias —muchas de estas marcadamente liberales—, la libertad definitiva de los esclavos y, finalmente, la expedición de la mencionada Constitución de 1853. Si bien como candidato radical a la Presidencia perdió las elecciones de 1856, esto no le impidió liderar la actividad legislativa de su ala política e impulsar la creación de Santander como estado. Pocos meses después, ya estaba nuevamente en Bogotá liderando la expedición de la Constitución de 1858 a mediados de año, para volver nuevamente a Santander y ejercer como presidente. Esta nueva Constitución creó la Confederación Granadina, la cual profundizaba aún más el modelo federal.

La primera gran experiencia del modelo federal era el resultado de numerosos cambios que, desde finales de la década de los años cuarenta, los liberales radicales impulsaron desde el Gobierno Nacional. Las primeras reformas liberales comenzaron con el Gobierno del general Mosquera (1845-1849). En dicha administración, Florentino González defendió el libre cambio como el mejor modelo de gobierno para países como la Nueva Granada, y una ley terminó con el monopolio del tabaco. Murillo Toro conocía el trasegar de la política y la administración pública y estaba dispuesto a poner este conocimiento en favor de Santander. Fue uno de los principales impulsores del modelo federal y por esto encontraba un gran reto para las ideas radicales y el nuevo Gobierno santandereano.

Un muy buen resumen de las ideas radicales de Murillo Toro se encuentra en el primer informe que hizo a la Asamblea Legislativa de Santander en 1858.3 En un extenso documento de cuarenta páginas, defiende la nueva Constitución de 1858, explica el alcance del Estado, el cual “no debe administrar más que justicia, velar por la libertad: todo lo demás debe salir de su esfera de acción”.4 El estado que construirían los radicales en Santander era parte de una federación, laico, con vocación de estimular la actividad económica y en donde se reconocía el papel que deberían desempeñar los empresarios y comerciantes para lograr el anhelado progreso económico. Murillo Toro pensaba que el Estado no debía intervenir en temas centrales como la educación y la construcción de vías, ya que la misma iniciativa de los individuos sería la encargada de darle solución a estas necesidades. Pensaba en un modelo donde la justicia no debía incluir la pena de muerte y el castigo no debía entenderse como una venganza. Además, los ciudadanos con capacidad debían pagar el impuesto directo, pues lo consideraba un impuesto moderno y progresivo. Se esperaba además que este remplazara las injustas cargas fiscales heredadas de la Colonia.

Los conservadores, por su parte, encontraban en la experiencia radical el principal reto a la estabilidad política nacional. La firma de la Constitución de 1858, que daba un paso más adelante hacia el modelo federal, obligó al enfrentamiento entre el Gobierno Nacional y los estados soberanos. Estos disgustos se gestaron especialmente con Santander que, con sus primeras decisiones, afectó, según el Gobierno Federal, el equilibrio de poderes entre la Nación y los territorios. Como es conocido, el enfrentamiento militar no se hizo esperar y, finalmente, los radicales fueron derrotados; la mayoría fueron llevados presos a Bogotá y se nombró un presidente conservador. El primer experimento radical en un estado duró poco más de un año.

Hay que tener presente que el periodo que va desde finales de los años cuarenta hasta la expedición de la Constitución de Rionegro en 1863, es tal vez el más convulsionado en materia política del siglo XIX. Solo por recordarlo, entre 1851 y 1862 se luchó en guerras civiles en 1851, 1853-1854 y 1859-1862. En seis de los doce años de este periodo se combatió en el país, y el amplio espectro de las ideas políticas iba desde los que acusaban al Gobierno de José Hilario López de socialista, y lo asimilaban con temor a las revoluciones europeas de 1848, hasta los que afirmaban, desde el otro extremo del espectro político, que había que limitar el poder político de la Iglesia. Tanto en la guerra civil de 1858-1861 como en los alzamientos regionales y guerras civiles previas y posteriores, las reformas radicales fueron la causa de estos enfrentamientos. La divergencia en temas como la relación Iglesia y Estado, Iglesia y educación, la abolición de la esclavitud, el papel del ejército en la sociedad, la participación política y las elecciones, el federalismo versus el centralismo, la función social de la propiedad privada y la defensa del individualismo, la reforma de la educación, la construcción de vías y ferrocarriles y la desamortización de bienes en manos muertas, hacían casi imposible una concertación entre las visiones políticas de la Nueva Granada.

La historiografía afirma que lo extremo de las posiciones ideológicas entre radicales y conservadores fue la causa fundamental de la lucha política del momento. No era posible armonizar una visión liberal de un Estado laico, que buscaba minimizar el papel de la Iglesia en la sociedad, y la otra posición, que afirmaba que la nación colombiana debía ser, por el contrario, confesional, con la Iglesia como uno de los ejes básicos sobre los que se debía fundar la república. Todos obraron en consecuencia con las ideas que defendían; por ejemplo, los conservadores auspiciaron la llegada de los jesuitas para reforzar su reforma educativa de 1842 y López los expulsó una década después. Los radicales, igualmente, por razones políticas, expulsaron a varios sacerdotes, en tanto que muchos de estos les declararon la guerra desde el púlpito y participaron activamente en las guerras civiles y alzamientos de los conservadores en regiones liberales. Frédéric Martínez es tal vez el autor que con más vehemencia defiende la idea de que a lo largo del siglo XIX el país se vio obligado a definirse en favor o en contra de tres modelos políticos que tenían grandes diferencias entre sí. Por supuesto, uno de estos modelos era el radical, el que finalmente fue derrotado por uno mucho más fuerte, puesto que no solamente lo derrotó, sino que también logró imponerse por un periodo muy largo de tiempo.5

Durante los años radicales se vivió un periodo de expansión económica y progreso social importante que ha sido poco valorado. Las reformas se realizaron tanto desde el Gobierno Federal como desde los estados entre 1864 y 1878, periodo en el cual se sucedieron siete administraciones radicales seguidas en el Gobierno Federal y seis administraciones en Santander. Este extenso periodo de Gobierno conocido como la Hegemonía Radical nos permite analizar cuáles fueron las políticas abanderadas por este grupo político y cuál fue su impacto tanto en el Gobierno Federal como en las regiones. Este periodo de reformas radicales fue más fecundo, pues se extendió más en el tiempo, y el alcance de las reformas fue mayor, ya que se extendieron a los estados soberanos.

Varios de los líderes políticos radicales de Santander, Boyacá y Cundinamarca, además de trabajar en los estados soberanos, lo hicieron con el Gobierno Federal, alternancia que posibilitó que las reformas liberales se aplicaran en todos los niveles de Gobierno. Por ejemplo, durante varias administraciones se fortaleció el vínculo entre el Gobierno Federal y los estados para el financiamiento de la construcción de vías y ferrocarriles; para esto se destinó una de las rentas más importantes del Gobierno Federal, como lo era la producción y comercialización de sal. Las salinas eran un monopolio estatal y una de las cinco rentas más importantes del Gobierno Federal. El debate sobre la distribución de estos recursos fue siempre muy intenso.

A su vez, una buena manera de entender el proceso federal en Colombia es desde una óptica regional. Con esto se gana en precisión y se pueden diferenciar los efectos de las políticas liberales puestas en marcha en las diferentes regiones del país. Se lograría así comprender, de una parte, la participación de las fuerzas sociales, económicas y políticas de una región frente a las reformas liberales y su aplicación efectiva y, de otra, la lucha partidista y social que se desarrolló durante la hegemonía radical. Las regiones del Cauca, Antioquia y Cundinamarca han sido estudiadas y queda claro que sus reacciones fueron muy diferentes en medio de este proceso. Otro muy buen ejemplo es la región de Santander, en donde hay una gran evidencia de progreso económico, fiscal y administrativo, junto con un muy buen comportamiento de la actividad empresarial. Igualmente, se dispone de trabajos previos importantes.

Como veremos en los capítulos siguientes, los esfuerzos hechos tanto por el Gobierno Federal como por el estado soberano de Santander no dejan duda del compromiso de los gobiernos radicales con sus reformas. Conocer en detalle la puesta en marcha de las reformas en algunos sectores, analizar sus fuentes de financiamiento, los criterios para canalizar los recursos a algunos sectores del gasto público que consideraron prioritario, y entender las novedosas herramientas administrativas utilizadas por los radicales, es una condición básica para emitir un juicio final sobre sus políticas.

En primer lugar, se presenta un resumen de los principales sucesos políticos que enmarcan la hegemonía radical de las décadas de los años sesenta y setenta del siglo XIX. Se explica cómo se llegó a conformar un modelo federal de Gobierno y las razones de su larga duración; igualmente, se resumen las reformas liberales de la década de los cincuenta y las tres constituciones federales que se expidieron: 1853, 1858 y 1863. Este acápite incluye un resumen crítico de la bibliografía consultada y de las posiciones que los historiadores han tenido sobre las reformas radicales.

En el segundo capítulo se hace un resumen de las principales políticas que implementaron los gobiernos federales de 1864 en adelante. Es notorio cómo a lo largo de estos gobiernos federales se pasa de una situación de gran precariedad fiscal a generar recursos para financiar las reformas puestas en marcha. Igualmente, lograron manejar la deuda pública externa heredada de las décadas anteriores y la deuda interna producto de las guerras civiles, que eran muy costosas para el erario estatal. Sobresale además la reforma educativa y el financiamiento de las obras públicas. Asimismo, tal vez uno de los debates más importantes es la creación del Banco Nacional, medida que estaba en contra de la banca privada de reciente aparición en la economía nacional, pero que había logrado en pocos años un gran dinamismo. La creación del banco enfrentó a Núñez con los principales economistas que trabajaron en los gobiernos radicales y que encontraban que era el camino para el desorden monetario y fiscal. Afirmación que se confirmó con los años.

Los capítulos siguientes se concentran en el desarrollo de tres políticas básicas del modelo radical en el estado de Santander. Se escogió este estado ya que se considera que es el laboratorio radical por excelencia y porque se dispone de un buen número de fuentes de información primarias, que se encuentran organizadas y permiten ser utilizadas con elementos novedosos. Las finanzas públicas ocupan la primera reflexión, donde se demuestra cómo en este estado soberano se logró generar un crecimiento sostenido de los ingresos fiscales. Se enfatiza en las novedosas herramientas de gestión que se utilizaron para lograr estos resultados, entre las que se encuentra el impuesto único directo. En este capítulo se incluye un análisis del gasto en justicia, uno de los sectores a los que más recursos destinaron los gobiernos radicales. En Santander se quería una justicia moderna, respaldada por una compleja y costosa institucionalidad, que incluyó la construcción de cárceles y un panóptico.

El capítulo cuarto se concentra en el desarrollo de la política de vías y ferrocarriles. Las vías eran la expresión del ideal de progreso que defendían los radicales y por eso el interés en destinar recursos y en incentivar la participación de empresarios en la construcción y su mantenimiento mediante concesiones. Aparató de justicia. Quinto y último, se estudia el desarrollo de las políticas educativas en el estado soberano. Se encuentra un marcado interés por fomentar la educación pública y en expandir lo más posible la matrícula. Nuevamente, aparecen novedosos elementos de reforma como la fundación de escuelas normales y el destino específico de recursos públicos para su financiamiento. Resalta que en el desarrollo de esta política se contó con los distritos (municipios) para su puesta en marcha. Era una política descentralizada.6

A largo plazo, finalmente, se impusieron las ideas conservadoras y gran parte de las reformas liberales fracasaron. Sin embargo, durante la hegemonía radical estas lograron avances significativos y dominaron por un largo periodo de tiempo la política nacional y regional. La importancia de las reformas radicales está fuera de discusión, el impacto de algunas de ellas fue permanente, a pesar del interés de los conservadores por anularlas. Durante cerca de treinta años del siglo XIX, el discurso y la política nacional y regional se movieron alrededor de las reformas radicales.

1. El espíritu y la práctica:
las reformas radicales en Colombia

 

 

 

 

 

1.1. De la revolución de las ideas a una hegemonía política

Durante el siglo XIX, ser liberal, en los países latinoamericanos, era ser revolucionario. Los liberales buscaban cambios profundos en la sociedad y luchaban contra lo que impedía el desarrollo de las nacientes repúblicas. Ser liberal era premiar al individuo, desligar el Gobierno del poder de la Iglesia católica, combatir la esclavitud, acabar con el control de la economía por parte del Estado, apoyar el voto popular y la división del poder del Estado en niveles de Gobierno, defender la libertad de prensa, abogar por el fin de la pena de muerte, dar por terminado el sistema fiscal colonial y sus monopolios, y buscar, en aras del progreso económico, una inserción política y comercial con el resto del mundo. El proceso de reformas liberales se extendió, al mismo tiempo que en Europa se hacían reformas liberales, aun cuando con objetivos distintos.

En las luchas de independencia, sus principales líderes se consideraban al mismo tiempo, republicanos y liberales, como se ratifica en los escritos de Simón Bolívar, Francisco de Paula Santander y Antonio Nariño. Todos ellos fueron defensores de las ideas de Jeremy Bentham e incluso algunos lo conocieron y tuvieron correspondencia con él. Las nacientes repúblicas americanas encontraron en el ideario liberal la oportunidad de afirmar la independencia de la Corona española; en este sentido, la formación de ciudadanos a través de una educación liberal y científica garantizaría la fortaleza de las nuevas repúblicas y sus ciudadanos virtuosos.

Las ideas liberales nacieron en Europa y aquí se expandieron, pero en condiciones políticas y sociales muy diferentes. Las monarquías europeas se mantenían vigentes y la lucha liberal buscaba lograr una mayor representación y participación política en el estrecho campo político que dejaba el autoritarismo monárquico. Por el contrario, las ideas liberales se convirtieron en ley, en muchos casos, y rápidamente se instalaron en el poder. Alrededor de la discusión de las reformas liberales y su aplicación se desarrolló el debate político del siglo XIX. Las ideas liberales fueron discutidas durante este periodo cuando se afirmaron las repúblicas. No es de extrañar que en este contexto se perfilaran los dos partidos políticos más importantes de historia de Colombia. Si bien Jaramillo Uribe reconoce la importancia de las ideas liberales, las critica, pues afirma que lo extremo de su posición en temas sociales y lo que él llama la contradicción interna liberal, hizo que los conservadores, por oposición, se enfrentaran a los liberales. Para el autor, la posición frente a las ideas liberales explica la formación de nuestros partidos políticos.7 En ese momento, se les dio el apodo de radicales a los liberales que pusieron en marcha las reformas políticas, sociales y económicas extremas.8

De acuerdo con Jaramillo Uribe, la concepción liberal del Estado aplicada en el ámbito local  en la segunda mitad del siglo XIX, en sentido estricto, se alimentó de tres fuentes: el romanticismo político, las ideas constitucionalistas francesas y el liberalismo económico británico.9 Estas ideas abarcaron todos los campos de la vida política y social colombiana, y dieron paso a un gran remezón normativo al constituirse en base de tres las constituciones federales de mediados del periodo. Las reformas liberales se consideraban como una revolución impulsada desde arriba, e incluso, se afirma, llegaron muy lejos. Entre los liberales había matices: los defensores del liberalismo económico no aprobaban las reformas socialistas y los artesanos encontraban en el libre comercio su principal enemigo. Como hecho curioso, se encuentra que en 1848, mientras que el fantasma de la revolución recorría Europa, en la Nueva Granada comenzaba la lucha por imponer las reformas políticas liberales, cuyas ideas encontraron en los clubes, escuelas y sociedades democráticas el espacio apropiado para su discusión. José María Samper, en su momento un liberal radical y posteriormente cercano a los conservadores, escribió una crónica de carácter histórico sobre la nueva república, en la que consignó gran parte de las tensiones propias de la naciente república. Entendió esos años como revolucionarios y positivos para la nueva república, y en su libro Apuntamientos para la historia resumió los acontecimientos de los primeros años de la república, así como las ideas y partidos que se enfrentaban.10 Sus ideas hicieron parte de la agitada vida pública iniciada a mediados de la década de los cuarenta.11 Para José María Samper, el ambiente político era poco menos que revolucionario:

 

La prensa y la tribuna, como hemos dicho, se habían apoderado del campo del combate entre los dos grandes partidos políticos. Los panfletos se multiplicaban en todos sentidos, con más o menos violencia y resultados, con más o menos universalidad de tendencias. En Bogotá y en las provincias se fundaban, casi repentinamente, nuevas imprentas y nuevos diarios que aumentaban la combustión de los espíritus en conmoción. Las Sociedades Democráticas, tomando por modelo a la imponente Sociedad de Artesanos de Bogotá, aparecían sucesivamente, llenas de actividad y de entusiasmo y con un personal numeroso, en Cali y Popayán, en Buga y Cartago, en Medellín y Rionegro, en Mompox y Cartagena, en Santamarta y Pamplona, y en casi todas las más importantes poblaciones de la República. Ellas eran los centros del movimiento, los focos de la revolución que se efectuaba en las ideas, en las costumbres y en la vida social de las masas populares [...]. Donde quiera se levantaba una tribuna, se erigía una escuela política y se organizaba un círculo de acción. Donde quiera reinaba el movimiento palpitante de los espíritus. Todos los resortes de la sociedad se habían puesto en obra. Tal parecía que la vida de la nación se había concretado o refundido como en dos inmensos focos de luz y de movimiento, en los tipos de las imprentas y las tribunas de los clubs. Es que allí se encontraban la cabeza y el corazón del pueblo.12

 

La independencia de la Corona española era una necesidad inevitable, así como abandonar definitivamente lo colonial, para llegar a la libertad política, anhelo final de los republicanos. Para construir una república en el nuevo mundo se debían desarrollar numerosas reformas que la encaminaran por la senda de la virtud. A este respecto, José María Samper sostiene:

 

Proclamar la República en una constitución, es proclamar la soberanía individual, base necesaria para llegar al Gobierno de todos. La República excluye la esclavitud del hombre físico, así como la del pensamiento, de la conciencia religiosa, de la palabra, del trabajo, de la asociación y de la propiedad [...]. La República es incompatible con todo fuero que establezca superioridades violentas; con todo monopolio que tienda a restringir la independencia del trabajo; con todo impuesto que viole la propiedad, ahogue la industria y desnivele las fortunas; con toda institución que mantenga el despotismo de la fuerza o desvirtúe la organización que la naturaleza impone a la familia; con todo privilegio que coarte la libertad de las ideas o ponga a unas clases de la sociedad a merced de otras; en fin, con todo principio de Gobierno que restrinja el derecho natural de hacer todo aquello que no daña a los demás [...] la República es incompatible con los ejércitos permanentes; con la esclavitud; con los privilegios profesionales; con la pena de muerte; con los impuestos sobre el consumo y la producción; con las prerrogativas del clero y la milicia; con los monopolios rentísticos; con la restricción de la prensa; con la supremacía de una secta religiosa y la existencia de un poder espiritual, extraño a la soberanía nacional […] en una palabra, con las viejas instituciones de la monarquía.13

Por primera vez, estaban dadas las condiciones para que los ciudadanos ilustrados se alinearan ideológicamente e incluso participaran en algún movimiento, asociación, grupo o partido político. En primer lugar, había dos colegios mayores que enseñaban bachillerato y algunas carreras clásicas, y en ellos se ventilaban las ideas políticas desarrolladas en Europa: Bentham, Destutt de Tracy, los enciclopedistas, el romanticismo y el sensualismo aparecen como las nuevas ideas que disputan la primacía que el discurso católico tenía desde la época colonial. En segundo término, a finales de la década de los cuarenta y principios de los años cincuenta se fundaron las primeras sociedades democráticas, liberales, además de sociedades filotémicas, bolivarianas y clericales, que desempeñaron un papel muy importante en la difusión de la idea de ciudadanía, y de la necesidad de una república democrática y representativa. Así, se creó una escuela republicana, de la cual Samper fue miembro fundador, que propició que los políticos y pensadores más destacados desarrollaran las ideas modernas a través de publicaciones y reuniones.

A su vez, emerge una nueva expresión del ambiente de debate político: la prensa escrita. El surgimiento de numerosos periódicos fue una práctica común en esos años, ya que muchos políticos y líderes de los partidos o grupos políticos en formación, simultáneamente eran publicistas de renombre. En estas tribunas, sobre las ideas liberales se hicieron debates desde diferentes ángulos: político, social, religioso y económico. En estos años de cambio se comenzó a transitar de la sociedad colonial neogranadina a una sociedad moderna y liberal. La fuerza de las ideas enfrentadas y el efecto de las primeras reformas llevadas a cabo elevaron la tensión política y social, mucho más allá de cualquier expectativa. Según Samper, en medio de esta lucha popular fue donde las fuerzas sociales comenzaron un proceso de alineamiento político y partidista de acuerdo con las ideas que defendían. Consideraba revolucionarios a los defensores del Gobierno de José Hilario López, así como a las sociedades democráticas que estaban a favor del ideario liberal, en tanto que los conservadores eran la oposición.

La defensa de las ideas liberales y de los círculos políticos que las apoyaban se explica por una visión negativa de la sociedad colombiana o neogranadina. Samper señalaba a los culpables del malestar social y político existente y la conclusión no lleva a sorpresas; el hombre tenía perdida su soberanía, pues de esta se apropiaron otros que usufructuaban los privilegios de la situación existente. El clero, la soldadesca y los monopolios eran los grandes enemigos de la soberanía del pueblo:

 

La vida política, las costumbres, la fisonomía y la organización compleja de la sociedad, ofrecían el espectáculo de funestos contrastes [...]. En realidad, el Estado no tenía sino el lenguaje de la libertad y la aparente fisonomía de un pueblo soberano [...]. La esclavitud, con sus odiosos espectáculos, deshonraba la nacionalidad. La administración de justicia era una farsa […] la riqueza vegetaba estancada; las vinculaciones simuladas perpetuaban la pobreza; y donde quiera que el hombre volvía su mirada inquieta en busca de la soñada libertad, de su soberanía, no encontraba sino aduanas, cuarentenas, resguardos, diezmos y primicias, monopolios, vejaciones, desigualdades irritantes y prohibiciones. La sociedad había absorbido completamente al individuo. La soberanía del hombre faltaba, para dar lugar a la tutela forzosa de la autoridad y el reinado inmoral del privilegio.14

 

Para Samper, las reformas liberales lograban la república lanzada en la vía del progreso y por esto era necesario oponer al statu quo reformas de todo tipo. El diagnóstico de los liberales era amplio y abarcaba reformas ambiciosas, proponían una nueva república que ideológicamente implicaba una fuerte crítica a los gobiernos de las décadas de los años treinta y cuarenta del siglo en curso. Samper lista las reformas así:

 

La libertad absoluta de la prensa; la abolición de la esclavitud; el juicio criminal por jurados; la justicia gratuita, sin secreto ni coacciones; la base del sistema penitenciario; la emancipación de las comunidades religiosas; la abolición del fuero eclesiástico; la reforma judicial y municipal; la excarcelación en los juicios criminales, exceptuando los más graves delitos; la libertad del sufragio [...] el patronato religioso trasladado al pueblo; la redención de los censos que embarazaban el desarrollo y la movilidad de la riqueza; la reforma de los jurados, la libertad de imprenta; la protección a los grados académicos; la mejora liberal del régimen municipal; la franquicia completa del Istmo de Panamá; la reorganización administrativa de la Hacienda nacional; la abolición tan suspirada del monopolio del tabaco.15

 

Manuel Murillo Toro es un buen exponente del político que aplicó las reformas liberales extremas de este lado del Atlántico. Dada su temprana participación en asuntos de gobierno y, gracias a su vínculo con la prensa, y el fácil acceso a múltiples publicaciones de la época, autores como Pérez Mendoza reconocen en él un amplio conocimiento del ideario político de Europa y Estados Unidos:

 

Ninguna doctrina de contenido social lo asustó. Durante su primera juventud, contribuyó como periodista a divulgar a Sismondi, San Simón, Fourier y Proudhon. Por sus ideas socialistas recogió el baldón público con que lo regalaron los hacendados y conservadores de su época, quienes lo calificaron de “disociador”, “anarquista”, “socialista” y “comunista”. Fue un agitador revolucionario, aun como hombre de Gobierno. Su programa político está condensado en una frase suya: “Yo quiero asegurar la paz por medio de la equidad y del bienestar general”, escribía a Camilo Antonio Echeverri. Llegó a tener propuestas catalogadas de peligrosas para la sociedad de la época, como aquella llamada “Ley de tierras”, que se conoció por su nombre en 1852, por la cual se establecía que la tierra debía ser de quien la cultivara: “En mi opinión, el cultivo de la tierra debe ser la única base de la propiedad, y nadie debe poseer una extensión mayor que aquella que, cultivada, pueda proveer cómodamente a su subsistencia”.16

 

Para Murillo Toro, los cambios políticos e institucionales que no estuvieran acompañados de cambios materiales necesarios para mejorar las condiciones de vida de los neogranadinos, eran insuficientes. Gerardo Molina lo cita así: “la idea socialista es la misma idea republicana; es la parte económica inseparable de la parte política para formar el todo de la república”.17 Esto explica su interés en modificar la propiedad de la tierra, ya que entendía que su concentración era el camino para mantener la pobreza e incluso la esclavitud. Molina acepta que el político decimonónico comprendía la función social de la propiedad. La tesis de Murillo Toro, derivada de esta concepción, era que no se debía poseer más tierra que la necesaria para la subsistencia, e incluso la cuantificó: más de mil hectáreas era un despropósito.

Una conocida carta de Miguel Samper, “Dejad hacer”, mereció una larga respuesta por parte de Murillo Toro en el periódico El Neogranadino en 1853,18 que reveló numerosas facetas de este líder liberal. Primero, quedó demostrado el gran conocimiento y la actualidad sobre las polémicas y los autores de la época en Europa, al citar a Say, Bastiat, Macaulay, Grote y al político inglés John Russell. Segundo, y a pesar de ser un gran defensor del individualismo, en otros escritos, citó a Bentham y Quinet, pues también era consciente que las condiciones sociales eran muy diversas entre la Nueva Granada y Europa. En este sentido, prima el espíritu republicano, al atacar a Samper, puesto que dejad hacer solo podía llevar a que los más ricos se enriquecieran y los pobres empeoraran su situación. En este mismo escrito le señala a Samper que no debe asustarse porque lo tilden de socialista, si esto significa la defensa de la distribución equitativa de la propiedad de la tierra.

A partir de Bastiat, defendió la importancia de limitar la propiedad de la tierra: esta era dada por la providencia y no debía ser para beneficio de solo unos pocos. Su concepción del individualismo siempre estuvo matizada por la visión social de los problemas.19 Murillo Toro consideraba que la defensa a ultranza de las ideas políticas era perjudicial, si no se conocía el impacto social de estas ideas, y por esto reprendía a Miguel Samper. Para Murillo Toro, promulgar en voz alta principios como el sufragio universal y directo o el modelo federal de Gobierno, eran insuficientes si estos no iban acompañados de las condiciones materiales para que los principios se convirtieran en práctica política. A este respecto escribió:

 

Qué quiere decir federación cuando cada distrito federado ha de depender en sus más premiosas condiciones de existencia, de uno, de dos, o de tres individuos, que tienen el monopolio de la industria y por consiguiente del saber [...] Así la gran cuestión está en asegurar la pureza del sufragio por la independencia del sufragante; y por eso las cuestiones de bienestar tienen que dominar a las otras. Ni la independencia, ni la educación, podrán obtenerse nunca sino proveyendo a la subsistencia independiente del individuo por la libertad y la seguridad del trabajo.20

 

Molina, por su parte, nos presenta un Murillo menos extremo. Aun cuando algunas de sus ideas eran socialistas, igualmente lo considera un republicano clásico. Es reiterativo en mencionar que lo que se quería en esta nueva etapa era fundar la república, afirmación que comprendía varias dimensiones de los problemas de la sociedad en ese momento. Molina asegura que Murillo se acercó a un socialismo premarxista, más francés e inglés que el del pensador alemán, lo que puede considerarse una exageración, toda vez que la intencionalidad de sus ideas apuntaba en otra dirección. Por ejemplo, desde muy joven fue enemigo de la centralización. En un discurso de posesión como presidente de los Estados Unidos de Colombia dijo:

 

[...] Desde mi infancia he deseado para mi Patria libertada [...] que la actividad individual [...] realice por sí el progreso material y como medio de asegurar esa libertad me asocie a los que combatían la centralización gubernamental y abogaban por lo que llamaban libertades locales. La centralización y despotismo nacieron el mismo día y con ellos la miseria y la ignorancia de las multitudes.21

 

Lo extremo de algunas posiciones de Murillo Toro y sus seguidores implicó una rápida diferenciación ideológica con otros liberales. El contexto político de mediados del siglo XIX se expresó en tres alas políticas: conservadora, liberal independiente y radical. De acuerdo con Molina, desde muy al comienzo de su fundación el Partido Liberal se dividió en dos tendencias:

 

[...] la liberal propiamente dicha y la democrática. La primera pensaba que la colectividad realizaba su destino si establecía en la Constitución un largo catálogo de libertades individuales y políticas. La otra iba más lejos: tenía en miras una sociedad igualitaria, emancipación progresiva de la persona en sus diversas fases [...] podemos pensar que la línea liberal se alimentaba del legado individualista de 1789, en tanto que los adscritos al ala democrática buceaban felices en el torbellino de las revoluciones de signo social que Europa acababa de experimentar.22

 

Estas dos tendencias se enfrentaron con los conservadores, pues ambas estaban en contra de mantener el modelo de Gobierno heredado de la Colonia, y a su vez, por las reformas que querían hacer y la prioridad que le daban a dichas reformas, era terreno de confrontación entre liberales y radicales e independientes.

Por otra parte, en materia económica, las ideas liberales defendían el progreso económico, al que consideraban la gran solución al atraso social. A este respecto Camacho Roldán afirma:

 

La riqueza generalmente difundida ha sido el más poderoso agente de la emancipación de los pueblos; el que vive de su trabajo no necesita del apoyo ajeno, y mucho menos estará dispuesto a sometérsele; el que ha acumulado un capital, puede vivir de sus rentas y pensar en adquirir instrucción o darla a sus hijos; el que se basta a sí mismo, no necesita codiciar los bienes ajenos, ni pensar en perturbar la felicidad de los demás. 23

El progreso económico es el complemento natural, indispensable de las reformas políticas. La actividad productora alzará los jornales, dará recursos para atender a la instrucción popular, facilitará la distribución de la propiedad territorial entre mayor número de propietarios, y resolverá los problemas de regeneración de las clases embrutecidas, que forman la preocupación incesante de los patriotas de América. Diez años de paz y de trabajo contribuyen más eficazmente a la difusión del principio de la igualdad positiva y práctica, que diez años de guerras victoriosas en nombre del principio democrático y que diez constituciones liberales llenas de capítulos de declaratoria de Los Derechos del Hombre. Es más libre en la práctica el hombre que no depende de nadie para su subsistencia, que el pobre jornalero sin pan, aunque lleno de derechos escritos en las constituciones.24

 

El autor precisa, además, que la actividad económica debe concentrarse en la agricultura, dada la ventaja competitiva del país:

 

Durante muchos años serán industrias vedadas para nosotros las fábricas y el comercio. Para las primeras, no faltan la difusión de los conocimientos de la mecánica, de la física, y de la química, y las grandes masas de capitales requeridas para las producciones fabriles; para el segundo nos hacen falta a la vez astilleros, buques, marineros, y vías de comunicación. Nuestro comercio exterior tendrá que limitarse a los vehículos extranjeros que vengan a buscar espontáneamente nuestros frutos. La agricultura tiene que ser nuestra industria nacional; para ella bastan capitales medianos; no se necesita una instrucción científica superior; tenemos tierras fértiles adecuadas a muchas clases de producciones; las tierras valen comparativamente poco; un río navegable atraviesa el corazón de nuestro territorio; y en fin, la población está bastantemente diseminada en los campos.25

 

Dado el anterior análisis, lo esperable sería que se recomendara el libre cambio como política en materia económica a seguir, y que esta estuviera apoyada por la mayoría. Según Jaime Jaramillo, además de los liberales y los radicales, los conservadores también estaban de acuerdo con el libre cambio: