De Peter A. Levine
De mis maestros, ninguno ha sido tan importante como los niños con los que he trabajado a lo largo de los años. Me han mostrado, a través de su valentía, entusiasmo, espontaneidad, vitalidad y espíritus transparentes cómo evocar el milagro ordinario de la sanación. Agradezco a Maggie por su perseverante colaboración, su imperecedera coparticipación creativa y por su apasionada dedicación a la sanación y el bienestar de los niños. También agradezco a Lorin Hager por su ayuda desarrollando los ritmos usados en las secciones posteriores del libro y a Juliana DoValle quien, con once años, dibujó las ilustraciones para esos poemas. Profesionalmente, quiero agradecer a Richard Grosinger, a todo el equipo creativo de North Atlantic Books y, especialmente, a Kathy Glass y a Shannon Kelly por su talentoso y diligente trabajo editorial. Finalmente, me agradezco a mí mismo por confiar en mis sueños e intuiciones; y a mis padres, quienes, a pesar de los defectos debidos a su propio sufrimiento, siempre lo han hecho lo mejor que han podido, han apoyado mi crecimiento y educación y han alimentado los regalos de la curiosidad y la creatividad.
De Maggie Kline
Primero, quisiera dar las gracias a Peter Levine, mi mentor desde 1994 y quien ha sido mi inspiración y la inquebrantable luz que ha guiado mi camino. Me enseñó cómo acceder a mi propia sabiduría instintiva y mis flujos creativos. Los regalos que me ha hecho han sido transmitidos multiplicados por cien a los niños y a las familias con las que trabajo y a los profesionales a quienes enseño. Agradezco a mis padres, Marge y Jim, por darme estos regalos: mi padre me demostró que el trabajo es otra manera de amar; mi madre me dijo que yo era una escritora. También quisiera expresar mi gratitud a los valientes niños que me han enseñado tanto con su franqueza, curiosidad, valentía y espontaneidad y que me dieron permiso para escribir sus historias para que otros pudieran beneficiarse de ellas. Sería un descuido de mi parte no darles las gracias a sus padres también, quienes están dispuestos a crecer al lado de ellos. Considero que fue una bendición haber trabajado en las escuelas de las zonas marginales de Long Beach, California, la ciudad más étnicamente diversa de la nación. Adquirí fuerza al observar a mis estudiantes afrontar obstáculos que ningún niño debería padecer. Me siento bendecida por haber conocido a tantos profesores, consejeros y directores dedicados que hicieron que mi trabajo fuera un verdadero placer. Agradezco poder haber llevado a Beijo, mi perro de terapia, a la escuela para consolar a adolescentes destrozados por la violencia de pandillas. Quisiera agradecer a Kathy Glass, nuestra editora, por su talento, tenacidad y diligencia en lograr que este libro brillara con su abrillantador especial. Estoy agradecida a los muchos profesionales a los que les he enseñado los principios de Somatic Experiencing® por su since-ro entusiasmo, talento y sabiduría, que ha enriquecido mi aprendizaje. Le doy las gracias a mis muchos amigos por su apoyo y su buen humor, especialmente a Carolyn por compartir su historia, la cual se convirtió en «El poder de la serenidad» en estas páginas. Hay muchos amigos de SE® a los que quisiera dar las gracias de manera particular: Alexandre Duarte, Patti Elledge y Karen Schanche por sus contribuciones directas al libro; Abi Blakeslee, Sara Petit, Melinda Maxwell‐Smith y John Amodeo por sus astutas sugerencias editoriales; y a los asistentes de mis formaciones de SE®, quienes se han dedicado a sanar traumas. Por último, si bien no menos importante, quisiera expresar mi más profundo agradecimiento a mi hijo, Jake, por exigirme que siempre dé lo mejor de mí misma, tenga paciencia y que perdone mis faltas. Me ha mostrado lo que un niño necesita y me ha enseñado cómo ser una mejor madre. También quisiera darle las gracias por tomar el papel de mi «asistente» al hacer recados, cocinar y brindarme apoyo tecnológico durante mis crisis de ordenador en cualquier día de la semana a lo largo de la escritura de este libro.
APÉNDICE
A continuación se ofrece una guía para pegar en el frigorífico o en la puerta del gabinete de primeros auxilios como resumen de las valiosas herramientas que has aprendido.
Recuerda…, el trauma es un hecho de la vida, pero no es una condena a perpetuidad. «No tiene por qué doler para siempre».
1. Ocúpate de tus respuestas hasta que estés relativamente calmado.
2. Mantén a tu hijo quieto, tranquilo y caliente.
3. Proporciona todo el tiempo que resulte necesario para la seguridad y el descanso.
4. A medida que el choque se desvanezca, guía la atención hacia las sensaciones.
5. Ofrece un minuto o dos de silencio, observando las señales.
6. Anima al niño a que descanse antes de hablar sobre el suceso.
7. Continúa validando las respuestas físicas del niño.
8. Finalmente, ocúpate de las respuestas emocionales del niño.
El siguiente ejercicio tiene el propósito de aumentar tu consciencia sobre los síntomas mientras observas a tu propio hijo. Se enumeran dos ejemplos comúnmente observados en cada categoría para ayudarte a comenzar.
Los ejemplos tienen el propósito de ayudarte a perfeccionar tus habilidades de observación. También será útil compartir tu lista con un terapeuta en el caso de que tu hijo necesite ver a un profesional. Si tu hijo experimenta síntomas secundarios, no te desesperes. Nunca es demasiado tarde para ayudar.
(Usa el espacio debajo para anotar los síntomas que exhibe el niño)
1. Física
Ejemplos: Pérdida de apetito y alteración del sueño
2. Emocional
Ejemplos: Enfado, vergüenza e irritabilidad
3. Cognitiva
Ejemplos: Confusión y un período de atención más corto
4. Conductual
Ejemplos: Juego repetitivo y agresión
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Balametrics ofrece equipo como tablas de equilibrio y herramientas de integración sensorial para educadores, padres y terapeutas. Visita su sitio web en www.balametrics.com
BEBA (Building and Enhancing Bonding and Attachment): Un centro para la sanación familiar en Santa Bárbara, California. Se especializan en el trauma infantil temprano y en la terapia familiar a través de publicaciones, presentaciones en conferencias, vídeos y grupos educativos para los padres. Sitio web: www.beba.org.
Birthing The Future, P.O. Box 1040, Bayfield, CO 81122. Teléfono: (970) 884-4090. Esta es una organización sin ánimo de lucro que apoya a la mujer en edad reproductiva y comparte la más fina sabiduría mundial sobre las creencias y prácticas de parto antiguas, tradicionales y contemporáneas. La información y los productos se pueden encontrar en www.BirthingTheFuture.com.
Calm Birth, un método de parto para el siglo XXI. Ver www.CalmBirth.org o envía un correo electrónico a info@CalmBirth.org. Estas prácticas transforman el proceso de parto y graban un comienzo pacífico tanto en el la madre como en el bebé.
Castellino Prenatal and Birth Therapy Training en www.Castellinotraining.com.
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International Trauma-Healing Institute (ITI), 269 South Lorraine Blvd., Los Ángeles, California 90004. Contacta a Gina Ross, fundadora y presidenta de ITI, en www.traumainstitute.org, para ayuda a la comunidad, prevención y sanación en el Oriente Medio y en el mundo entero.
Lisa R. LaDue, maestra en Trabajo Social, trabajadora social certificada, asesora principal (cofundadora y antigua directora) del National Mass Fatalities Institute, Kirkwood Community College, 6301 Kirkwood Blvd. SW, Cedar Rapids, Iowa 52404. Teléfono: (319) 398-7122. Sitio web: www.nmfi.org.
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Dra. Belleruth Naparstek, Successful Surgery, un CD de visualización para la preparación a los procedimientos médicos; diponible en www.healthyjourneys.com.
TOUCHPOINTS, Ed Tronick, 1295 Boylston, Suite 320, Boston, Massachusetts 02115. Teléfono: (617) 355-5913. Educación temprana para profesionales en áreas emocionales y de comportamiento.
Trauma Outreach Program (TOP) es un programa de FHE [Fundación para el enriquecimiento humano] que asiste a víctimas de trauma a través de la ayuda comunitaria, la educación, la formación y la investigación alrededor del mundo. Se creó en el 2005 después del tsunami en Tailandia. Sitio web: www.traumahealing.com.
Trauma Vidya se creó en India después del tsunami del océano Índico del 2004 y para proporcionar alivio a aquellos en India que sufrían de síntomas de estrés traumático a través de la educación, la formación, el tratamiento y la investigación. Contacta a: Raja Selvam, fundador, en www.traumavidya.org.
Wendy Anne McCarty, PhD, R.N., Psicóloga especializada en prenatal y perinatal además de consultora en psicología energética. Co-fundadora de BEBA, autora, investigadora y educadora. Más información en www.wondrousbeginnings.com.
ZERO TO THREE (www.zerotothree.org) Educación para profesionales en las áreas emocionales y conductuales.
CAPÍTULO 1
La enérgica actitud protectora y territorial del reptil, la orientación afectiva y familiar del mamífero primitivo, y las capacidades lingüísticas y simbólicas de la corteza cerebral pueden multiplicar nuestra perdición o bendecir nuestra salvación.
– Jean Houston
¿Qué es el trauma? Hoy en día la palabra «trauma» surge por doquier. Títulos tales como «Liberar el trauma» y «En las secuelas del abuso» son titulares destacados tanto de revistas profesionales como de revistas para un público general. Algunos programas de televisión como el de Oprah Winfrey intentan hacer entender a millones de espectadores el poderoso efecto del trauma en el cuerpo y el alma. Por fin hoy en día se está sabiendo qué tan devastador puede ser el impacto del trauma en el bienestar emocional y físico de los niños, así como en su desarrollo cognitivo y su comportamiento. Para los profesionales, abundan los foros disponibles que resaltan las estadísticas de los efectos del trauma en los pequeños y jóvenes. Desde el 11 de septiembre de 2011, ha habido un bombardeo de información sobre cómo salir adelante de las secuelas de una catástrofe.
Pese al énfasis puesto en escanear y estudiar el cerebro traumatizado, se ha escrito muy poco sobre las causas comunes, y mucho menos sobre la prevención y el tratamiento del trauma. En su lugar, la atención se ha puesto en el diagnóstico y la medicación de sus distintos síntomas. «El trauma es quizás la causa de sufrimiento humano más evitada, ignorada, menospreciada, negada, incomprendida y sin tratar».2
Afortunadamente ustedes –los padres, educadores y profesionales de la salud que trabajan con niños– pueden prevenir los efectos peligrosos del trauma y hacer el mayor bien posible a aquellos que están bajo su cuidado.
Con el incremento del número de eventos locales y mundiales perturbadores, así como de la posibilidad de observarlos, queda claro que los padres, educadores, profesionales médicos y terapeutas no pueden esperar un momento más para aprender cómo prevenir el trauma de la mejor manera posible. Resulta fundamental reconocer la raíz de este problema para poder restaurar la resiliencia natural del creciente número de niños que ya están sufriendo. En este capítulo esperamos poder cerrar la laguna informativa a medida que miramos detenidamente el trauma, sus mitos y sus realidades.
El trauma sucede cuando cualquier experiencia nos pasma de manera completamente imprevista; nos abruma y nos deja alterados y desconectados de nuestros cuerpos. Cualquier mecanismo de afrontamiento que podamos haber tenido se debilita y nos sentimos completamente indefensos y sin esperanza. Es como si nos dejaran sin estabilidad.
El trauma es la antítesis del empoderamiento. La vulnerabilidad al trauma difiere de persona a persona, lo que depende de distintos factores que tienen que ver especialmente con la edad y el historial de trauma. Entre más pequeño sea el niño, es más probable que se abrume por hechos comunes que podrían no afectar a un niño mayor o a un adulto.
Se ha creído de manera generalizada que los síntomas traumáticos son el resultado del tipo y magnitud de un evento externo y que es equivalente a éste. Aunque la magnitud del factor estresante claramente es un factor importante, no define al trauma. Eso se debe a que «el trauma no está en el suceso en sí; más bien, el trauma reside en el sistema nervioso».3 La base de un «único suceso» traumático (en contraposición a una negligencia o abuso continuo) es fisiológica más que psicológica. Dado que no hay tiempo para pensar cuando nos enfrentamos a una amenaza, nuestras respuestas primarias son instintivas. La función principal de nuestro cerebro ¡es la supervivencia!
Estamos programados para ello. En la raíz de una reacción traumática se encuentra nuestra herencia de 280 millones de años, una herencia que reside en las estructuras más antiguas y profundas del cerebro, conocido como el cerebro reptiliano.
Cuando estas partes primitivas del cerebro perciben un peligro, automáticamente activan una extraordinaria cantidad de energía; como la descarga de adrenalina que permite que una madre levante el coche debajo del cual está atrapado su hijo para, de esta manera, ponerlo a salvo. Esto a su vez provoca la aceleración del corazón junto con más de veinte respuestas fisiológicas diseñadas para prepararnos para defendernos y protegernos a nosotros mismos y a nuestros seres queridos. Estos rápidos cambios involuntarios incluyen la redirección del flujo sanguíneo lejos de los órganos digestivos y de la piel hacia los grandes músculos motores de la huida, junto con una respiración rápida y corta y una disminución de la producción normal de saliva. Las pupilas se dilatan para incrementar la capacidad de los ojos para asimilar más información. La capacidad coagulante de la sangre incrementa mientras que la capacidad verbal disminuye. Las fibras musculares se alteran en gran medida, a menudo hasta temblar. O incluso nuestros músculos pueden colapsarse de miedo mientras que el cuerpo deja de funcionar al sentirse abrumado.
Cuando una persona no comprende lo que le está sucediendo internamente, las mismas respuestas que tienen el propósito de otorgar una ventaja física pueden volverse completamente aterradoras. Esto es especialmente cierto cuando, debido al tamaño, edad u otras vulnerabilidades, uno es incapaz de moverse, o bien resultaría perjudicial hacerlo. Por ejemplo, un bebé o niño pequeño no tiene la opción de correr. Sin embargo, un niño más grande o un adulto, quienes normalmente podrían correr, también podrían necesitar quedarse muy quietos, como en el caso de una cirugía, una violación o un abuso sexual. No hay elección consciente. Estamos biológicamente programados para paralizarnos (o perder la fuerza del cuerpo) cuando la huida o la lucha son o imposibles o se perciben como imposibles. La parálisis es la última respuesta, o la respuesta «por defecto» a una amenaza ineludible, aun si esa amenaza es un microbio en nuestra sangre. A causa de la capacidad limitada de los bebés y niños para defenderse a sí mismos, éstos son particularmente susceptibles a paralizarse y, por lo tanto, son vulnerables al trauma. Por eso la ayuda de un adulto es tan esencial en la prevención del trauma y para ayudar a los pequeños a sanar.
Bajo la respuesta de parálisis hay distintos efectos fisiológicos. Lo que debe comprenderse sobre la respuesta de parálisis es que, aunque el cuerpo parece inerte, los mecanismos fisiológicos que preparan al cuerpo para huir pueden estar todavía «completamente operativos». Paradójicamente, el patrón sensorial-motor-neuronal que se puso en movimiento en el momento de la amenaza pasa a un estado de inmovilidad o «choque». En estado de choque, la piel está pálida y los ojos parecen vacíos. El sentido del tiempo se distorsiona. Por debajo de esta situación de impotencia yace una enorme energía vital. Esa energía queda en espera de terminar lo que ha comenzado. Además, los niños muy pequeños tienden a saltarse las respuestas activas para ir directamente a la inmovilidad. En cualquier caso, necesitan nuestra guía para volver completamente a la vida. Además, muchos niños pequeños no se protegen a sí mismos huyendo, sino corriendo hacia la figura adulta con la que tienen un vínculo. Por lo tanto, para ayudar al niño a resolver un trauma, debe haber un adulto disponible con el que se sienta seguro.
¿Cómo nos afectan a largo plazo este flujo de energía y estos diversos cambios en la fisiología? La respuesta a esta pregunta resulta importante para comprender el trauma. La respuesta depende de lo que sucede durante y después del suceso potencialmente abrumador. Lo malo es que, para evitar el trauma, el exceso de energía acumulada para nuestra defensa debe «usarse por completo». Cuando la energía no se descarga por completo, en vez de desaparecer queda atrapada y crea así los síntomas traumáticos potenciales.
Entre más pequeño es el niño, menos recursos tiene para protegerse. Por ejemplo, un niño en el preescolar o en la escuela primaria es incapaz de escaparse de o luchar contra un perro violento, mientras que los bebés son incluso incapaces de mantenerse a sí mismos calientes. Por estas razones, en la prevención del trauma es de suma importancia la protección de los adultos respetuosos que perciben y satisfacen las necesidades de los niños de seguridad, calor y tranquilidad. Además, los adultos a menudo pueden proporcionar consuelo y seguridad al introducir un juguete como un animal de peluche, una muñeca, un ángel o incluso un personaje fantástico para que actúe como un amigo suplente. Estos objetos pueden ser especialmente consoladores cuando los niños deben separarse temporalmente de sus padres y también como ayuda para dormir cuando están solos en sus habitaciones por la noche. Recursos como éstos pueden parecer poco importantes para un adulto, pero pueden resultar de vital importancia para prevenir que los niños pequeños se sientan abrumados.
Los adultos que recibieron este tipo de conexión segura cuando sentían miedo de niños pueden pensar que esta información es de «sentido común», lo que implica que es normal que las necesidades de los niños se perciban y se atiendan. Por desgracia, históricamente las necesidades de los niños se han minimizado, e incluso se han ignorado completamente. El psiquiatra del desarrollo Daniel Siegel, autor del aclamado libro La mente en desarrollo, aporta una síntesis de la investigación neurobiológica que subraya exactamente qué tan crucial les resulta a los bebés y a los niños la seguridad y la contención proporcionada por los adultos. El cerebro temprano desarrolla su inteligencia, su resiliencia emocional y su capacidad de regularse a sí mismo por la formación y poda anatómica-neuronal que tiene lugar en el contexto de una relación cara a cara entre un niño y su cuidador. Cuando ocurren eventos traumáticos, la impresión de patrones neurológicos se intensifica radicalmente. Por lo tanto, cuando los adultos aprenden y ponen en práctica las herramientas simples de primeros auxilios que ofrecemos, también están haciendo una contribución fundamental al desarrollo de un cerebro sano y al comportamiento de los niños.
La probabilidad de desarrollar síntomas traumáticos está relacionada con el nivel de desconexión del cuerpo en el momento del trauma, así como con el nivel de energía de supervivencia no utilizada y originalmente movilizada para una respuesta de lucha o huida. Ahora, este proceso de autoprotección está colapsado. Los niños necesitan apoyo para liberar este estado de sobrecarga, dado que son muy susceptibles a los efectos del trauma. Hay que terminar con el mito de que los bebés y niños «son demasiado pequeños para verse afectados» o que «no importa porque no lo recordarán». Lo que no era tan obvio se hace aparente a medida que aprendemos que los bebés prenatales, los recién nacidos y los niños muy pequeños son los que corren un mayor riesgo de sufrir estrés y trauma debido al poco desarrollo de sus sistemas nervioso, motor y perceptual. Esta vulnerabilidad también se aplica a los niños mayores con movilidad limitada debido a discapacidades permanentes o temporarias, como por ejemplo cuando se tiene una férula, una ortesis o una escayola por una herida o corrección ortopédica. Veamos un ejemplo de la vida real.
El caso de Jack
Jack, un scout y estudiante sobresaliente de once años, desarrolló una «fobia a la escuela» después de un terremoto menor; un pequeño temblor según los estándares de California. Sus padres no relacionaron el temblor y la fobia, y les pareció que sus síntomas eran bastante extraños. A Jack también lo desconcertaba su miedo extremo a la escuela. Dijo que recientemente había sido operado de la espalda y que estaba agradecido de no tener dolor y con muchas ganas de regresar a la escuela para estar con sus amigos. Sin embargo, literalmente no podía levantarse de la cama porque las «mariposas en el estómago» eran demasiado intensas. Se quedaba paralizado bajo las sábanas mientras soportaba los sentimientos de pánico. Durante la primera de las tres sesiones, surgió una increíble historia mientras trabajábamos con estas «mariposas» enfocándonos en las sensaciones de miedo de Jack (así como en sus recursos). Lo que apareció fue una aterradora imagen de su estantería sacudiéndose durante el temblor. Sin embargo, ya que la estantería no se vino abajo, ¿qué hacía que la experiencia de Jack fuera tan traumática como para alejarlo de sus amigos en la escuela? Continuamos trabajando juntos y el tema pronto se esclareció.
Cuando Jack sintió el temblor por primera vez, fue incapaz de predecir el nivel preciso de peligro; lo único que se registró en su cerebro reptiliano fue la «bandera roja» de la amenaza. Su sistema nervioso respondió al peligro percibido poniéndose en un estado de alerta completo y continuó sintiendo el pánico mucho después de que el temblor hubiera terminado. La intensidad de su respuesta se explica cuando nos damos cuenta de que cuando Jack era más pequeño había sido confinado a un corsé de escayola después de una primera cirugía de espalda. Asustado por el procedimiento y luego inmovilizado por la escayola, era incapaz de responder a los peligros que sentía que lo acechaban por doquier, como muchos niños lo sienten después de un evento tan aterrador. No podía llevar a cabo el impulso normal de huir; estaba realmente paralizado. En el caso de Jack, era la escayola la que no le permitían moverse.
Cuando el cerebro pone en movimiento un impulso sensomotriz, pero los miembros no pueden moverse (o si el movimiento en sí podría ser peligroso, como ocurre en una cirugía o un abuso sexual), probablemente se desarrollarán síntomas. La molestia se puede experimentar como irritabilidad, ansiedad, «mariposas», insensibilidad, etc. Cuando el cuerpo ya no puede soportar los sentimientos abrumadores, se colapsa resignándose al miedo («impotencia aprendida»), lo que hace cualquier animal en una situación en la que una huida activa de la amenaza resulta imposible. Mientras Jack se hacía mayor, lo que había sido una experiencia terrorífica en su infancia temprana parecía «olvidada» a los once años.
El problema es que, a pesar de que un evento pueda haber desaparecido de la memoria consciente, el cuerpo no olvida. Hay un imperativo fisiológico para completar los impulsos sensomotrices incompletos que se activaron antes de que el cuerpo fuera capaz de regresar a un estado de alerta relajado. Por lo tanto, aun después de que le quitaran la escayola a Jack, la energía no descargada y la «huella» neurológica de la restricción permaneció presente en su sistema nervioso.
¿Por qué no nos liberamos de la amenaza una vez que ésta ha terminado? ¿Por qué se nos quedan, a diferencia de nuestros amigos animales, los vívidos recuerdos y la ansiedad que nos alteran para siempre si no obtenemos la ayuda que necesitamos?
El reputado neurólogo, Antonio Damasio, autor de El error de Descartes y La sensación de lo que ocurre, descubrió que las emociones literalmente tienen un mapeo anatómico en el cerebro necesario para la supervivencia.4 Esto quiere decir que la emoción del miedo tiene un sistema de circuitos neurales muy específico grabado en el cerebro y que corresponde a sensaciones físicas específicas de varias partes del cuerpo. Cuando algo que vemos, escuchamos, olemos, probamos o sentimos da señas de la amenaza original, la experiencia del miedo ayuda al cuerpo a organizar un plan de «huida o parálisis» para así evitar rápidamente el peligro. El detonante produce más que un recuerdo (de hecho, muchas veces no hay un recuerdo consciente del origen, sino solamente una respuesta física). La frecuencia cardíaca se intensifica rápidamente, se produce sudor y aparece angustia porque el cuerpo actúa como si la amenaza todavía estuviera ocurriendo. La fuerte emoción del suceso original dejó una huella igual de fuerte para enseñarnos una lección de supervivencia. Esto resulta útil cuando nos enfrentamos al siguiente peligro. Pero ¿por qué esta respuesta se vuelve inadaptada, apareciendo incluso si no hay un peligro real? Veamos de nuevo la investigación.
Bessel van der Kolk, un destacado investigador del trauma en la Universidad de Boston, ha estudiado la respuesta del miedo a través de una imagen por resonancia magnética (IRM).5 Una pequeña estructura con forma de almendra en el mesencéfalo llamada amígdala es la responsable de activarse rápidamente cuando se percibe una amenaza. Es altamente receptiva a elementos visuales y sonidos y recluta muchas áreas del cerebro para lidiar con la situación. Joseph LeDoux de la Universidad de Nueva York, y autor de El cerebro emocional, lo asemeja a un sistema de alerta temprana que advierte y prepara al cuerpo para el peligro. La corteza frontal, la cual piensa y razona, juega entonces un papel crítico en poder decidir si un perro que ladra es amigo o enemigo, si la sombra es un acosador o un extraño amigable o si el objeto en el camino es una serpiente o una rama. Si resulta que el perro es amigable, el mensaje que la corteza envía de regreso a la amígdala tranquiliza la respuesta de miedo.
Desafortunadamente, en una persona traumatizada, la corteza es incapaz de apaciguar la respuesta de miedo. Con este «desvío cortical» no podemos usar la razón para liberarnos de este miedo e, inadvertidamente, nos quedamos con la opción de exteriorizarlo a través de una emoción extrema, de sufrir en silencio los sentimientos abrumadores o bien quedarnos en blanco a causa de las angustiantes señales de respuesta al miedo. En palabras de Bessel van der Kolk, «En el TEPT [trastorno por estrés postraumático] la corteza frontal es tomada como rehén por una amígdala volátil. El pensamiento es secuestrado por la emoción. Las personas con TEPT están sintonizadas de manera muy sensible para responder a incluso estímulos muy menores como si su vida estuviera en peligro».7
De vuelta a la historia de Jack