Uno no nace hombre, se hace.
Erasmo de Rotterdam, Obras escogidas
Me gustaría unir mi voz, mis preguntas, a las del autor del Elogio de la locura, buscar a tientas y hacer una visita —sin preocuparme por la exhaustividad y al albur de las necesidades— a los filósofos que nos precedieron para tomar de ellos, aquí y allá, algunas herramientas. ¿Por qué? La exigencia de lo cotidiano obliga a utilizarlo todo para arriesgarse a la singularidad, asumir un lugar en el mundo, salvar la piel. ¿Risible proyecto? ¿Locura pretenciosa? Tal vez. Mi condición me lleva, sin embargo, a armarme. Reveses de la suerte, fracasos, dificultades con las que uno va a construir una vida, todo invita a recoger el implacable desafío: uno no nace hombre, se hace…
Soy un discapacitado. Andares bamboleantes, voz vacilante; hasta mis gestos más ínfimos son los abruptos movimientos de un director de orquesta cómico y sin ritmo: este es el retrato del tullido.
En esta búsqueda, la experiencia de la marginalidad puede abrir alguna singular puerta a nuestra condición. Salir al encuentro del débil para forjar un estado de espíritu capaz de asumir la totalidad de la existencia, esa es la intuición fundamental y azarosa de este periplo, deseemos que juguetón.
Última precisión: cuando empleo la palabra «hombre», incluyo evidentemente… a la mujer.