ENRIQUE GALLUD JARDIEL

 

 

 

 

 

 

MAJADEROS ILUSTRES

 

BIOGRAFÍAS CÓMICAS

 

 

 

 

 

 

 

MAJADEROS ILUSTRES. BIOGRAFÍAS CÓMICAS

Colección Medusa número 1

 

© del texto: Enrique Gallud Jardiel

© de la edición: Ediciones Azimut

Maquetación: ePubOnline

Diseño de cubierta: Happynet Comunicación©

 

1ª edición noviembre de 2016

ISBN: 978-84-945980-7-4

 

 

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Booktrailer

 

 

 

 

Prólogo necesario

 

 

Dijo Hegel —ese señor desconocido que parece que tiene la culpa de todo lo que le pasa al mundo— que lo que la historia nos enseña es que nunca aprendemos nada de la historia. Y así es. ¡Seamos sinceros, señores! ¡Dejémonos de mandangas! La historia es algo que nunca sucedió contado por uno que no estaba allí, por lo que lo único que nos queda son versiones inventadas, rumores y cotilleos.

¿Cómo venerar una cosa así? Hemos de perderle el respeto al pasado y yo empezaré a hacerlo con una frase lapidaria que espero que llegue a las antologías: «Si nuestro pasado no hubiese sido tan cochambroso, nuestro presente no sería tan pigre». Yo hubiera querido emplear palabras más sublimes para mi gran frase, pero la historia, tal y como la conocemos, ¡créanme, queridos lectores!, no se las merece.

La historia no es sino un compendio de porquerías: príncipes que apuñalan en el hígado a sus padres para ocupar su trono, ejércitos que les zurran de lo lindo a otros ejércitos por un quítame allá esas planicies, soldados blancos que esclavizan a negros, guerreros negros que se comen a blancos, casacas rojas que colonizan a indios, camisas marrones que invaden a vecinos, yihadistas verdes que atacan a occidentales, gemenes rojos que exterminan a compatriotas, kamikazes amarillos que se llevan por delante al que pillan, cascos azules que sacuden a todo quisque: toda una parafernalia de colores sangrientos.

Y, junto a ello, los cotilleos secretos de los famosos, que es, en definitiva, lo que hace que la biografía sea un género que nunca se pasa de moda, porque a la gente le sigue gustando enterarse de los pormenores de la vida de los cretinos y goza leyendo los detalles inanes y las anécdotas estúpidas, como éstas que detallo a continuación:

 

Todo esto, como ven, no nos lleva a ningún lado.

De ahí la necesidad de darle un repaso a la historia universal, como si le historia universal fuera una lección de matemáticas la noche antes de un examen. Por ello voy aquí a sacudir terremóticamente los pedestales de todas esas figuras que la tradición ha encumbrado como los hombres más destacados del pasado, haciendo uso de mis inconmensurables y enciclopédicos conocimientos históricos sobre todo lo acaecido desde la noche de los tiempos, empleando mi superior e inimitable estilo literario y haciendo gala de la gran modestia que me caracteriza.

(N.B.—Como no es cosa de contarlo todo, porque entonces el libro sería muy gordo y costaría tanto que no lo compraría ni mi tía Charito, que me quiere un montón, me limitaré a dar unas cuantas pinceladas sobre cada uno de los biografiados, alternando los géneros empleados en pro de variedad).

(OTRA NOTA.—No sé por qué es costumbre de que las notas explicativas vayan precedidas por las siglas N.B., que significan «Nota buena». Si pones una nota, es porque crees que es buena, si no, no la pondrías. Y si la nota es mala, es mucho mejor no ponerla en absoluto. ¿No les parece a ustedes?)

 

 

El desahucio de Adán y Eva

Lección de un curso de Historia Sagrada para agnósticos

 

 

Parece que fue en Irán

donde estuvo el Paraíso

(o eso aseguran, al menos,

unos cuantos eruditos).

El sitio exacto se ignora,

pero ya nos da lo mismo.

 

Era un lugar bien frondoso,

todo lleno de arbolitos

de la ciencia (o de las ciencias,

porque serían distintos

y habría un árbol para cada

tema científico, digo

yo, pues si no fuera así

hubiera sido un gran lío).

Habría alcornoques de física,

hayas de química, pinos

de botánica, cerezos

de matemáticas, tilos

de ingenierías de puentes,

de canales y caminos...

 

En aquel lugar perfecto,

simpáticos cocodrilos

fraternizaban a fondo

con otros animalitos:

los lobos y los conejos

eran íntimos amigos,

los leones y los ciervos

estaban siempre juntitos,

alimañas y alimaños

se mezclaban sin distingos.

 

Dos de aquellos animales

destacaban un poquito:

Eva y Adán, dos expósitos;

ella era flaca y él, limpio

(que luego, por sus pecados

se hicieron gorda y cochino).

¿Qué hacían éstos, nuestros padres

a falta de Telecinco?

Pues retozar incansables;

ella, desnuda, él, corito,

aprovechando que el clima

era bastante benigno

y aún no existían las gripes,

los mocos ni el coger frío.

 

¿Qué pasó? Que todo cansa

y acabaron aburridos

de hacer una y otra vez

algo que es siempre lo mismo.

 

Adán le dijo a Eva entonces:

—Tú eres tonta y yo, cretino.

¿No sería maravilloso

que nos volviéramos listos

y nuestras mentes tuvieran

un nivel pensante mínimo?

—No estaría mal —dijo Eva.

—¿Intentamos conseguirlo?

—Sí, pero ¿cómo? —Hay un medio.

—No sé cuál. —Está clarísimo:

comemos fruta del árbol

del conocimiento y ¡listo!

—Es verdad. ¡Qué gran idea!

¿Cómo no se me ha ocurrido

a mí? —Pues porque eres tonto,

como tú muy bien has dicho.

 

A aquel árbol del saber

lo dejan todo mordido.

Una serpiente que pasa

por allí les habla a gritos:

—¡Hay que comerse la fruta,

no el tronco! —dice. —¿Has oído,

Eva? Comamos la fruta.

—Pone aquí que está prohibido.

—¿Dónde? —Aquí, en este cartel.

—Finge que no lo has leído.

 

Resumiendo: comen ambos

del árbol (era un membrillo),

se abren sus entendederas

y lo ven todo clarito.

—¡Qué burra era! —dice Eva.

—¡Ya entiendo los logaritmos!

—dice Adán. Pero, ¡ay!, entonces

se escucha un fragor horrísono,

se abren los cielos de golpe

y un arcángel con flequillo

y con espada flamígera

aparece de improviso.

 

—¿Quién eres? —pregunta Eva.

—Quien por mandato divino,

por vuestra desobediencia

viene a desahuciaros ipso

facto —contesta el arcángel—.

(Llegado aquí, yo decido

acabar la historia con

un final alternativo

que me acabo de inventar

y que queda más bonito):

 

Habla el arcángel: —Salid.

—Pero ¿y la nota de aviso?

—¿Cómo? —Que hay que dar un plazo.

—Vengo a expulsaros, insisto.

—¡No te enrolles, Charles Boyer!

No querrás ir a un litigio.

—¡¡¡Qué!!! —Que el Jardín del Edén,

(mal llamado Paraíso)

es lugar de renta antigua

y está escrito en el Artículo

Doce de la ley del Suelo

(la conoces, me imagino)

que no se puede poner

en la calle a un inquilino

que lleva viviendo un tiempo...

(El ángel se fue, vencido,

y Eva y Adán disfrutaron

muchos años de aquel sitio).

 

La pena es que no es verdad

esto que aquí queda escrito.

El desahucio tuvo efecto

según mandato divino

tal y como se recoge

en varios registros bíblicos.

Y no sólo se quedaron

Eva y Adán sin un sitio

donde colocar el catre,

donde poner el cocido

y resguardarse del clima,

sino que han pasado siglos

y aún pagan, por esta deuda

acumulada, sus hijos.

¡Señor! ¡No era para tanto

la historia del mordisquito...!

Pudiste haberlos dejado

en aquel lugar, tranquilos,

tú, que eres dueño de todo

y posees tantos sitios.

¿Eva y Adán en la calle

y el Paraíso vacío?

¡Perdónales su alquiler

con efectos retroactivos!

 

 

José interpreta los sueños del Faraón como buenamente puede

Parodia pseudo-histórica cuya veracidad no aseguramos

 

 

(La ambientación es la esperada: sucede en un palacio de Lúxor o por ahí. José, el Faraón y Sul, una esclava que esta egipciamente buena, salen por un lateral. O mejor, están ya en escena cuando se abre el telón y así se ahorran el paseo).

 

José.—

Señor, tenemos que hablar

del sueño de esta muchacha.

(Refiriéndose a la esclava Sul).

Faraón.—

Bien, cuenta. Dime qué vistes.

José.—

Señor, visto ropa.

Faraón.—

Anda.

que bien sabes lo que digo,

no me hagas astracanadas.

Digo qué viste en el sueño

de ésta.

José.—

Vi cosas muy raras.

Cuéntale tú.

Sul.—

Pues verás.

Señor, yo soñé que estaba

ardiendo mi cuerpo en fuego,

siendo yo toda una llama,

sintiendo intensas en mí

quemazón, calor y brasas.

Faraón.—

¡Con qué frescura lo dice!

Sul.—

Más no pienses cosas malas

que no era fuego por dentro,

sino por fuera y...

Faraón.—

Acaba...

Sul.—

Pues nada más.

Faraón.—

Y tú, esclavo:

¿cómo explicas la charada?

José.—

Me fue difícil, por más

que no es una cosa extraña,

que con el calor de Egipto

cualquiera doncella arda.

Mas concluí por los signos

que todo lo que pasaba

era que, como es costumbre

y ley ha tiempo dictada,

por no pagar el recibo

le iban a cortar el agua.

Faraón.—

¿Y así acaeció?

Sul.—

Sí, en efecto,

y palabra por palabra.

Faraón.—

¡Genial! ¡Deja que te abrace!

José.—

(¡Anda la Osa! ¡Qué apretón!)

Faraón.—

Eres un hacha, muchacho.

José.—

Y vos sois el leñador.

Faraón.—

¡Egipcianos, egipcianas,

acudid, que os llamo yo!

 

 

(Salen diversas esclavas, ligeritas de ropa, porque en Egipto hace calor).

 

Esclava l.—

¿Qué quieres, hijo del Nilo?

Esclava 2.

¿Qué mandas, gran Faraón?

Esclava 3.—

¿Qué pretendes de nosotras?

Esclava l.—

¿Qué nos quieres?

Esclava 2.—

Dínoslo.

Faraón.—

Os quiero...pero no ahora.

Después. Prestadme atención.

Sabed que me he decidido

por el bien de la nación

a hacer virrey al mancebo

aquí presente.

José.—

¡Qué honor!

Esclava 1.—

¿Nos dirás de tal persona

las cualidades?

Faraón.—

¿Pues no?

Sabed que es grande.

Esclava 2.—

¡Qué bien!

Faraón.—

Que es recta.

Esclava 3.—

¡Ay, qué ilusión,

tener un Virrey rectísimo!

Faraón.—

Veis que no es mala elección

y quiero José que sea

tu justicia desde hoy

dura, muy dura.

José.—

Sí.

Todos.—

¡Viva!

José.—

He de ser un juez feroz.

Faraón.—

¿Y tendrás mucha firmeza

con las personas?

José.—

Señor:

no he de perdonar ni a una.

Te lo juro por Amón.